¡Hola!

Este es el último capítulo de este fic. ¡No puedo creerlo! ¡Por fin!

Lúgar: ¡Qué onda raza! ¡Por fin después de tanta espera y de noches de insomnio (de mi hermana, ja, ja, ja XD ) aquí está el mero mero final!!!!

Lince: ¡Ya, aplácate! O te pongo la correa.

Lúgar: Oh, está bueno… no es para que te pongas así… ¬ ¬

Lince: ok…

Lúgar: U U soy un genio incomprendido…

Lince: Claro ¬ ¬ nomás tú le entiendes a tus fumadas y ya no hablemos de tu letra…

Lúgar: ¡Oye! ¡Quedamos en que eso iba a ser información confidencial!

Lince: Si, claro, bueno, como sea. Aquí está el último capitulo del espíritu del bosque.

Lúgar: Que lo disfrutes

Digimon no nos pertenece, le pertenece a Akiyoshi Hongo

La canción "Bienvenido a la vida" no nos pertenece, le pertenece a Aleks Syntek

La leyenda del espíritu del bosque

Por: Lince y Lúgar

Capítulo 7: La verdad de todas las cosas

Jenrya y sus soldados miraban sorprendidos la visión que acababa de manifestarse sobre ellos. Por un momento, nadie pareció ser capaz de reaccionar. Ryo Akiyama sacudió la cabeza y dio un par de pasos al frente.

     –¡Takato-kun! –jadeó el lancero de forma asombrada mientras parpadeaba varias veces como inseguro de ver lo que veía. –¿Qué significa esto?

Jenrya detuvo al joven Akiyama e hizo un movimiento negativo con la cabeza mientras le hablaba.

     –Cuida la forma en la que te diriges a un espíritu superior. –le dijo al oído. –Ese chico es el guardián del agua.

Ryo abrió la boca, completamente anonadado y retrocedió junto con Jenrya y los soldados que le abrieron paso. El joven Matsuda, quién vestía un traje de color azul claro que parecía brillar con luz propia, así como él mismo; inclinó la cabeza y bajó del lomo del dragón rojizo. Pisó el suelo suavemente y caminó hacia donde Ruki se encontraba. Ryo arqueó las cejas al percatarse de que la lluvia no mojaba al chico de mirada carmesí, quién en ese momento se arrodillaba junto a la inerte pelirroja y miraba a Icari fijamente. El kitsune parecía tan sorprendido como los otros, por lo que sólo alcanzó a preguntar ¿Por qué? de manera confundida. Takato sonrió ligeramente, y le habló en un susurro bajo y amable.

     –Icari, hija de Inari, no entristezcas. Después de todo, tú madre ya había previsto este fin...–pronunció el joven castaño encogiéndose de hombros. –Incluso el Señor del cielo estaba enterado.

Icari frunció el entrecejo y meneó la cabeza lentamente.

     –¿Qué el Señor del cielo lo sabía? –jadeó el kitsune, sorprendido. –¿Era algo ya predestinado? –bajó la mirada y cerró los puños. –Pero ¿por qué? –susurró sin comprender. ¿por qué a Ruki? Ella era una buena persona. No tenía razón alguna para morir de esta forma… No la tenía.

Takato adoptó una mirada melancólica y miró el rostro de la pelirroja que yacía frente a él.

     –A veces las cosas que parecen unas, en verdad son otras.–susurró quedamente. –y en ocasiones, la muerte puede ser una liberación o el significado de un nuevo comienzo. Sobre todo para alguien que posee un alma como la de Ruki quién tiene un destino que cumplir desde el día mismo de su nacimiento...

El kitsune frunció el entrecejo.

     –¿A qué se refiere?

Takato acarició la cabeza de la pálida muchacha que Icari sostenía en brazos.

     –Ruki…–le dijo. –Debes demostrarles lo que vales… Debes recuperar lo que es tuyo… ya que fuiste tú quién decidió seguir adelante pese a todo y todos…–levantó la vista hacia el kitsune dorado. –Icari, debes permitirme llevarla conmigo. Es necesario.

Icari asintió con la cabeza, un poco sorprendida, y le entregó a la joven. Takato la levantó con cuidado y se dio la vuelta, caminando con solemnidad hacia el dragón rojo que lo esperaba pacientemente en el sitio en que habían aterrizado. Durante el trayecto, Icari y los presentes vieron que la herida de Ruki, (de la cuál todavía caían algunas gotas de su sangre sobre la tierra) se cerraba lentamente y desaparecía por completo, aunque la muchacha seguía sin mostrar señales de vida. Takato sonrió ante ese hecho y montó en el lomo de su compañero rojizo, quién arqueó las cejas y sonrió también.

     –Parece que está conforme, amigo. –le dijo Takato al dragón. –Comienzo a creer que ni siquiera la muerte podrá contra ella.

     –Es valiente. –respondió la criatura. –Sigue conservando su antigua esencia…

Jenrya caminó hacia Takato, lentamente e inclinó la cabeza de forma reverencial. Obviamente pidiendo una explicación a lo ocurrido, ya que ni él ni sus hombres conocían el idioma de los espíritus, hablado entre Icari y Matsuda en ese sitio. Takato sonrió y le devolvió la seña al noble.

     –Ella volverá sí es que prueba ser digna. –susurró. –Les ruego esperen hasta su retorno; porque tengo la seguridad de que lo hará… Aunque la forma en que lo haga ya dependerá de sí misma…

El dragón rojizo levantó el vuelo y se elevó unos cuantos metros. Antes de partir, Takato habló nuevamente:

     –Por favor comunícaselo a la familia de Ruki, Jenrya. –pidió el joven, haciéndose oír por sobre la agitación que habían provocado sus palabras. –Al amanecer del día quincuagésimo, posterior a esta noche, ella regresará de la muerte y caminará de nuevo por este mundo.

Jenrya asintió, sonriente, y entre él y sus hombres, los despidieron animadamente mientras los veían desaparecer en el horizonte del cielo nocturno que ya comenzaba a clarear, recibiendo un nuevo día. El primero de una cuenta de cuarenta y nueve más que debían esperarse para volver a ver a Ruki junto a ellos. Icari los siguió con la vista y sonrió ligeramente, sintiendo nacer en ella una nueva esperanza, una que no recordaba haber sentido desde que era pequeña. El kitsune sacudió las orejas y bajó la vista cuando un sonido peculiar llamó su atención, y arqueó las cejas al descubrir su causa. De la tierra, la hierba crecía lentamente, y en donde la sangre de Ruki había sido derramada durante su trágica muerte, brotaban flores de pétalos blancos que se mecían con el viento, frescas y llenas de vida. Icari lo miró todo de manera estupefacta.

     –¡No puede ser! –jadeó el kitsune, mirando de nuevo hacia el cielo, y sintiendo una brisa sobrenatural levantándose poco a poco del suelo que había recuperado algo de su antigua presencia. –Ruki…

Icari deambuló solitariamente por el bosque después de lo acontecido. Era extraño, pero ya no habían aparecido demonios por la zona, y el ambiente parecía ciertamente tranquilo y libre de mal. Para sobrevivir en ese sitio, el kitsune recibía las esencias necesarias para mantenerse, de la sola fuerza de la hierba y las flores que la sangre de la pelirroja habían hecho crecer, y que se conservaban tal como habían brotado esa madrugada; por lo que Icari no había podido dejar de pensar que eso había sido obra explícita de la muchacha que había compartido con ella los últimos 4 años de su vida. Un regalo para que esperara su regreso. Porque si de algo estaba segura Icari, era del retorno de Ruki al mundo de los vivos. No tenía idea del tipo de pruebas que tendría que afrontar su amiga para conseguir tal milagro, pero aún así, seguía aguardando con toda esperanza que sucediera, y contaba cada día que pasaba y que acortaba el plazo a vencerse. Sentía que no podía esperar mucho tiempo, pues su naturaleza kitsune se lo impedía. Deseaba que la fecha se llegara con mayor velocidad, y no solo por ella, sino por todos aquellos que también lo hacían…

La familia de Ruki había sido enterada de todo, en cuanto Jenrya y su ejército volvieron a la aldea y relataron lo sucedido en el bosque de la montaña. Las Makino habían recibido la noticia sin saber qué decir, pues resultaba demasiado increíble para tratarse de algo que fuera real; aún así, el mensaje de Takato (cosa que también las dejó sin palabras) fue tomado con mucho entusiasmo, pues de llegar a ser verdad se estaría hablando de un suceso proveniente directamente del mundo espiritual, lo que significaba algo único y sin precedente alguno. Y en consecuencia, no solo con ellas, sino al parecer en todo el pueblo comenzó a formarse un ambiente de incertidumbre sobre lo que ocurriría la mañana del día número 50. Icari había tenido oportunidad de ver a la madre de Ruki el quinto día de lo ocurrido, cuando fue ella quién subió a la montaña a encargarse del rebaño de ovejas, que pese a toda la acción de los días anteriores y a las objeciones del joven Jenrya, necesitaba pastar como siempre solía hacerlo. El kitsune charló con la mujer, ese y los días que le siguieron, pues Icari sentía que debía explicarle a la madre muchas de las cosas que habían sucedido sin que ella llegara a ser puesta al tanto, y en parte quería disculparse por haber fallado en el cumplimiento de lo que ella creía era su deber. Icari se sorprendió al ver lo bien que la mujer aceptaba todo lo que le decía, pues bien explicaba Rumiko resignadamente: Ruki siempre había sido una muchacha diferente, aún antes de conocerla y comenzar a correr aventuras. De hecho, fue al contrario, Rumiko le agradeció a Icari; pues no recordaba haber visto a su hija tan contenta como cuando la vio ese día que llegó a casa con Tenko como regalo. Ella sabía que la vida del pueblo nunca la había emocionado; que no le era fácil socializar con los otros; que las metas de las mujeres le parecían tontas; que los festivales sólo la entristecían por algo que no podía explicar; y que amaba salir de todo eso y recorrer el campo, sabía perfectamente que esa era la única pasión que había notado en su hija durante años, el hecho de que por algunas horas pudiera alejarse y vivir a su manera, a su estilo. Rumiko le explicó al kitsune que siempre le había entristecido el que su hija no pudiera encontrar su lugar como el resto de los jóvenes de su edad; el no verle un interés adecuado para su futuro; el saberla como una chica buena y noble, pero siempre perdida dentro de su propia indecisión; por eso a Rumiko no le parecía sujetar ese espíritu libre que su hija poseía y que la hacía única. Había que exigirle disciplina, por supuesto; pero procurando no asfixiarla, pues eso habría significado hacerle la vida más miserable. "Un poco de control" decía Rumiko, "para que Ruki recordara actuar siempre como una chica de familia respetable; pero mucho más cariño, para que supiera todos los días que era amada… Tengo la seguridad de que nunca pudo dudar de ello… aunque muchas veces se sintiera extraviada y confundida."

Y fue con estos acercamientos hacia la familia de la pelirroja que el kitsune pareció intrigarse más respecto al pensar de su joven amiga, y a preguntarse sobre el verdadero camino que Ruki parecía haber estado buscando desesperadamente desde siempre. Pensó en las palabras que Takato había pronunciado tan misteriosamente la noche que había aparecido sobre ese dragón rojo. Nada parecía poder explicar lo que pasaba.

Y los días siguieron su curso.

Fue en el cuadragésimo día cuando Icari comenzó a impacientarse. Seguía sin tener noticias del mundo espiritual y se sentía tan molesta por saberse ignorante de los acontecimientos de su propio mundo que de pronto sintió que no podría tolerar esa situación por más tiempo. Exigía explicaciones, y parecía ser que nadie se molestaba en tomarla en cuenta, cosa que sólo lograba enfurecerla, pues se sentía relegada, como si se tratara de un espíritu tanuki cualquiera de baja categoría. Fue esa mañana, mientras recorría el bosque y murmuraba su enojo a regañadientes, que una luz intensa apareció frente a ella y una mujer hermosísima y vestida toda de blanco, se manifestó elegantemente y la miró con sus ojos azules y profundos; su cabello largo y blanco ondeaba con el viento; y su piel pálida, brillaba con la luz de los espíritus superiores. Meneó la cabeza ligeramente, a la vez que 10 colas blancas se mecían a su espalda. Se trataba de la diosa Inari en persona. Ella sonrió de forma divertida al pequeño kitsune que parpadeaba sorprendido, y entonces le habló.

     –Icari. –le dijo. –sigues sin poder controlar ese orgullo tuyo. –arqueó una ceja. –Pensé que ibas a aprender más de tu experiencia en este sitio…

     –¡Madre! –jadeó Icari, inclinándose prontamente y sintiéndose apenada por mostrar sus debilidades. Sacudió las orejas y sonrió ligeramente –¿A qué debo el honor de tu visita?

     –Mi pequeña Icari tiene preguntas que ameritan sus respuestas. –respondió la mujer con simpleza. Dibujó una sonrisa misteriosa en sus labios y asintió para sí misma. –Dudas sobre la pastora, por supuesto… Aunque eso no justifica que mi hija se compare con un simple mapache…

Icari parpadeó un par de veces.

     –Lo siento… es que… –se pasó la mano por la nuca y suspiró. –Bueno, tú me entiendes, madre… últimamente suceden tantas cosas, y yo sigo sin poder comprenderlas...–se encogió de hombros y golpeó el suelo ligeramente con el pie. –Solo quiero saber qué es lo que pasa. –Levantó la vista hacia la mujer que la escuchaba tranquilamente. –¿Es cierto que conocías el destino de Ruki? –soltó de manera atropellada, como si quisiera rectificar lo que había escuchado de boca de Takato, la ocasión anterior. –¿Madre?

Inari asintió levemente.

     –Lo conocía, pequeña Icari. –respondió en un susurro.

Icari frunció el entrecejo y volvió a cuestionar a su madre.

     –¿Entonces por qué yo no…?

     –Porque no podías intervenir, cariño. –la cortó la dama blanca, abrazando a su confundida hija y acariciando su cabeza. –Fue la decisión de un espíritu superior al nuestro… No puede contradecirse algo como eso…

El kitsune arqueó las cejas y se separó de Inari sin comprender mucho.

     –¿A que te refieres? –inquirió.

Inari cerró los ojos y sonrió, al notar el desconcierto en la cara de su hija.

     –¿Recuerdas la historia de la Triada, Icari? –preguntó amablemente.

Icari frunció el entrecejo y pareció estar haciendo un esfuerzo por recordar lo que su madre le había pedido. Levantó la cabeza después de algunos segundos.

     –Sí. –respondió el kitsune, orgulloso. –es la leyenda de los 3 guardianes del mundo. –frunció nuevamente el entrecejo. –¿pero qué tiene que ver eso con mi pregunta?

Inari levantó la vista hacia la bóveda celeste y extendió los brazos, irradiando luz; cubriendo a su hija en un fulgor blanco que la transportó a un sitio diferente, uno nebuloso y confuso. Un sitio perdido ya en una memoria de dimensiones inmensurables. Un evento acontecido en el pasado. Icari flotó entre manchas que se movían a gran velocidad y que se detuvieron de pronto. El kitsune sacudió la cabeza de manera aturdida, y recorrió los alrededores con la vista. Jadeó al saberse de pie por entre las nubes y miró hacia abajo, el paisaje; todo parecía ciertamente distinto. Un lugar inhóspito y salvaje en el cual lograban divisarse apenas algunos cuantos asentamientos humanos. Eso sin duda se trataba de una era mucho más antigua que ella misma. Buscó a su madre con la mirada, Inari descendía lentamente de una altura un poco mayor; se detenía a su mismo nivel y señalaba algo en la lejanía.

     –El antiguo reino del Señor del cielo…

Icari observó asombrada, la belleza de la visión que se extendía ante sus ojos. Estaba presenciando el mundo antiguo, desde los recuerdos vivos de su propia madre. Un panorama sobrecogedor y radiante. Inari se dirigió hacia su hija y volvió a hablarle.

     –Hace mucho tiempo, la diosa Teu-mu, decidió proteger a esas criaturas frágiles e indefensas que eran las humanas. –explicó, mientras ambas veían la silueta de una dama de largos cabellos negros que observaba la vida de los hombres desde el cielo, así como ellas (y la cuál no parecía prestar atención a Icari o a su madre) –Fue que decidió formar una fuerza que los defendiera a ellos y a las creaciones del mundo, pues realmente los amaba… –continuó Inari, mientras la muchacha sonreía al ver tres luces brillantes que se dirigían hacia ella.

Icari abrió la boca, sorprendida. Los haces luminosos parecían ser espíritus de gran poderío. Inari siguió narrando la historia, y su hija la escuchó.

     –3 espíritus respondieron a su llamado. –le dijo, al momento que un joven de cabello castaño y ojos carmesí, se detenía ante Teu-mu y sonreía al inclinar la cabeza. –San-Kuan del agua, el guardián de los ríos y los dragones. –En ese instante, otro joven, de cabello blanco y mirada color verde brillante se inclinaba también. –San-Kuan del cielo, guardián del aire y de todo ser que tuviera el don del vuelo. –Al final, Icari pudo ver con claridad a una joven de mirada violeta que sonreía y se inclinaba ante Teu-mu, sosteniendo en su diestra un báculo blanco. –Y San-Kuan de la tierra, guardiana de los bosques y las montañas, y quién protegía fervientemente a los seres como nosotros. Ellos conformaron la Triada que juró protegernos…

La visión se fue desvaneciendo e Icari y su madre permanecieron en su sitio, mientras todo a su alrededor cambiaba y reflejaba una escena distinta.

     –Hace 300 años, la protectora de la tierra se sacrificó a sí misma en una cruenta batalla que se libró cerca de nuestro reino. –susurró Inari, bajando la mirada. –La tierrra siempre ha sido un elemento codiciado por todo tipo de seres. –explicó la mujer a su hija, quién fruncía el entrecejo desconcertada. –Su muerte salvó a miles de espíritus y vidas humanas; pero ella cayó en un abismo muy profundo y se le creyó perdida para siempre. –susurró, mientras veían al guardián del agua caer de rodillas al suelo, golpeándolo con furia, mientras el guardián del cielo apoyaba una mano en su hombro, y trataba de confortarlo aunque sus ojos estaban llenos de lágrimas igualmente.

La imagen volvió a tornarse nebulosa, Icari se dio cuenta de que estaban volviendo a la realidad. Cerró los ojos y se dejó arrastrar por ese torbellino de formas que la rodeaba. Sintió tierra firme bajó sus pies, y abrió los ojos nuevamente. Su madre y ella se miraban fijamente. Inari meneó la cabeza lentamente.

     –Los sirvientes de San-Kuan de la tierra, continuaron algunas de las labores de su dama; sin embargo, sería imposible que lograran igualarla. –susurró. –Nadie más que ella podía lidiar contra los onis que día con día buscaban invadir sus terrenos. –Ni siquiera nosotros los kitsunes que guardamos los bosques esperando su regreso podemos hacer gran cosa. –Inari suspiró y meneó la cabeza con resignación. –Nadie…

     –Madre… –susurró Icari cayendo en cuenta de lo que pasaba. –¿Quieres decir que…?

Inari asintió y sonrió al kitsune que no cabía en sí de la impresión.  

     –Sí, pequeña Icari. Justo cuando toda esperanza de encontrarla se había perdido, ella regresa a este mundo en el cuerpo de una pastora que voluntariamente escogió el camino de la muerte que su espíritu ya había cruzado una vez. Todo para volver a ser quién era, y ahora sólo resta esperar a que despierte por completo… en 10 días más…

     –Ruki… ¿uno de los espíritus de la Triada? –jadeó el kitsune, sonriendo ampliamente mientras se sujetaba las orejas. –¡Dioses, eso explica tantas cosas! –Parpadeó varias veces en un intento de procesar todo aquello. –¡Claro! Ella debió haberlo olvidado todo al reencarnar, ¿no? –Inari sólo asentía tranquilamente mientras Icari daba vueltas de un lado para otro, sujetándose la barbilla. –Sin embargo, parte de su memoria anterior debía de seguir ahí, por eso sentía esa inquietud hacia sí misma, ¡porque sabía que era algo más aunque no supiera cómo explicarlo! –Se detuvo y pensó por un momento. –Eso… quiere decir que siempre estuvo siguiendo su camino, siempre lo tuvo frente a ella. Realmente Ruki siempre supo lo que hacía aunque fuera su instinto el que la guiara y no ella misma… ¡increíble!…

Inari se acercó a Icari y la tomó por los hombros, dirigiéndole una mirada orgullosa.

     –Por eso no debes pensar que se te tiene en menos, Icari. Si fue a ti a quién escogimos para cuidar de la joven Ruki… Fuiste tú por sobre todos tus hermanos, y es una decisión de la que no puedo arrepentirme.

Icari pareció sorprenderse ante la declaración, pero luego negó un par de veces.

     –Pero si nunca hice nada bien. –replicó de forma apagada. –Jamás le protegí como debía hacerlo…

Inari rodeó a su hija con un brazo y caminó un poco, conduciéndola hacía la vista lejana de la villa que podía apreciarse desde ahí. Observaron en silencio el paisaje.

     –Si pensaras menos en lo que dejaste de hacer y en su lugar miraras lo que ayudaste a formar, no estarías hablando de esa manera, pequeña mía… –susurró Inari en un tono tranquilizador. –La vida nos pone en frente una cantidad abrumadora de caminos, pero a fin de cuentas somos nosotros mismos los que podemos decidir cuál habremos de tomar. Ninguna fuerza ajena puede manipular el destino de alguien… adivinarlo tal vez, pero controlarlo, jamás… Eso es lo que hace que la vida sea tan valiosa…

Icari frunció el entrecejo, pensando en aquellas palabras, mientras su madre le sonreía y desaparecía lentamente de su lado, dejándola sola con sus propias deliberaciones.

La madrugada del día acordado para el regreso de Ruki, Icari despertó de un sueño intranquilo y de manera nerviosa. No podía esperar más tiempo para volver a ver a su amiga, por lo que decidió caminar un rato y aguardar despierta por el amanecer, aunque le pareciera una eternidad la espera. Llegó distraídamente al lugar en el que la pelirroja había muerto, y sólo salió de su ensueño cuando se percató de que alguien más ya se encontraba ahí, esperando pacientemente. Takato Matsuda miró al kitsune y le sonrió, mientras inclinaba la cabeza, sostenía un báculo blanco entre sus manos cuando caminó lentamente hacia ella. Icari lo reverenció y le sonrió de vuelta.

     –Buen día, Takato-sama, ¿Qué noticias tiene sobre Ruki?

El joven se encogió de hombros y meneó la cabeza.

     –No muchas. –confesó. –He tenido que volver a mis antiguos deberes en cuanto trasladé el cuerpo de Ruki al mundo espiritual. Tenía mucho trabajo atrasado, ¿sabes? Cuando vivía con las Makino me encargaba de los asuntos más importantes sólo durante el invierno; sin embargo ahora todo ha vuelto a su ritmo habitual. –se pasó la mano por la nuca mientras sonreía. –Ya me había habituado a las tareas de pastor y creo que tendré que acostumbrarme de nuevo al trabajo de San-kuan…

Los dos soltaron una risita por el comentario. Takato miró el bastón que llevaba y sonrió ligeramente.

     –¿Sabías que ella siempre ha sido así?–susurró el muchacho en voz baja. –Siempre ha hecho lo que ha querido…

Icari lo miró de forma amable, sabía que el joven parecía apreciar mucho a su amiga pelirroja. Arqueó las cejas y se cruzó de brazos.

     –Imagino que sí… –susurró divertida.¿Sabe la razón por la cual debimos esperar tanto tiempo? –preguntó de pronto.

Takato asintió, encogiéndose de hombros.

     –Es lo que debe tomarle a Ruki cruzar por el inframundo. –respondió de manera enigmática. –Si lo logra con éxito, ella trascenderá su espíritu y regresará al plano físico como una entidad superior a la que fue antes. Volverá a ser quién era.

     –Uno de los espíritus de la Triada… lo sé. –susurró Icari de forma capaz. Takato la miró asombrado y le guiñó el ojo.

     –Inari ya te ha visitado entonces. –sonrió el muchacho. –Supongo que ya te ha dicho que tú y Ruki van a ser compañeras de trabajo…

Icari parpadeó confundida y negó con la cabeza.

     –E-eso no lo sabía. –balbuceó el kitsune.

Takato le sonrió y desvió la mirada, dirigiéndola hacia el este, el primer rayo de sol de la mañana se asomaba poco a poco por el horizonte.

     –No voy a mentirte, kitsune. –le dijo seriamente. –Existe la posibilidad de que Ruki no pueda recordar su vida pasada. Podría ser que no te reconociera ni a ti ni a nadie. Y ese es mi gran temor en este momento… Que volviera a olvidar…

Icari meneó la cabeza, sintiendo una brisa fresca que comenzaba a soplar suavemente. Miró a Takato con fijeza.

     –Sé que ella nos recuerda… –susurró. –Lo sé...

La suave brisa se convirtió de pronto en una fuerte corriente de viento, el polvo se levantó en una nube dorada y el pasto fue sacudido por una fuerza mística. Takato e Icari observaron en silencio, expectantes.

"Despierta de tu sueño…

Respira profundo…

Bienvenido a la vida…

Tu alma está por nacer…"

"Abre tus ojos al cielo

Tu pulso empieza a latir

Déjanos ver cómo eres

Mis brazos te quieren cubrir…"

Takato pasó saliva mientras una columna de luz blanca se formaba en el sitio mismo en el que Ruki había caído aquella noche y lo envolvía todo en una tenue luz de color verde. El joven entornó los ojos, podía divisarla ahí dentro, de pie, observándolo.

 "Tú alma está por nacer"

Ella extendió los brazos y la luz se disipó, extendiéndose por todas partes, cubriéndolo todo. Dio un paso al frente y su cabello rojizo ondeó a su espalda de manera misteriosa. Su aura clara brillaba intensamente, y su piel se veía pálida como de costumbre. Vestía un vestido blanco de mangas largas, y encima del mismo una túnica color verde esmeralda de motivos más oscuros, sujeta por una cinta blanca que rodeaba su cintura; la estola de seda color verde oscuro que rodeaba sus brazos también se meció con el viento que se detuvo repentinamente. La joven ladeó la cabeza, mirando fijamente al joven que se acercaba hacia ella de manera titubeante y que se inclinó ligeramente. Ruki parpadeó y devolvió la inclinación, frunciendo un poco el entrecejo. Matsuda la miraba embelesado. Los ojos de la pelirroja habían cambiado de color, y ahora emitían un misterioso destello púrpura.

"¿Cuántas cosas quieres conocer?

El futuro dependerá de ti."

El chico seguía observándola, temeroso. Ruki parecía renuente a hablarle, e Icari sólo los observaba intrigada. Pasados algunos momentos, la joven sonrió y abrazó al muchacho que la rodeó con sus brazos completamente emocionado.

     –Takato… –susurró ella cerrando los ojos.

"Muy pronto verás el tiempo pasar, conmigo estás jugando."

"Muy pronto verás el tiempo pasar, conmigo estás creciendo."

     –Oscuras pesadillas he tenido desde hace tanto, que respirar de nuevo el aire me brinda una sensación extraña.–pronunció la pelirroja. –¿Qué ha sido de mí en todo este tiempo?–sollozó ella de manera confundida.

Takato besó su frente y le sonrió de forma amable.

     –No importa. –respondió en voz baja. –No volverá a repetirse jamás. No dejaré que vuelvas a escaparte de mi lado.

"Hoy, debes esperar

A que el mundo caiga rendido a tus pies…"

Icari sonrió aliviada y el sol salió por completo. La joven pareja se separó y se miró a los ojos sin pronunciar palabra.

 "Despierta de tu sueño…

Respira profundo…

Bienvenido a la vida…

Tu alma está por nacer…"

Ruki bajó la mirada y pareció ruborizarse. Takato sonrió y le recogió un mechón de cabello, colocándolo tras su oreja. Él acercó sus labios a su oído y le susurró en voz baja.

     –Ruki Makino, me hiciste esperar trescientos años; pero por ti habría esperado eternamente…

La pelirroja levantó la vista con los ojos llenos de lágrimas, las cuáles él limpió suavemente, mientras acercaba sus labios a los de la joven que sólo cerró los ojos y lo besó de vuelta. Una luz blanca los rodeó y toda sombra pareció desaparecer del bosque cuando los rayos del sol iluminaron la montaña. La Triada legendaria ahora volvía a estar completa después de 3 siglos, y cada espíritu parecía estarlo celebrando. Los jóvenes se separaron y se miraron sonrientes, mientras Takato llamaba a Icari, quién se acercó sonriendo y haciendo una reverencia ante la pareja de guardianes. Ruki abrazó a su amiga kitsune, agradeciéndole su leal compañía, mientras Icari lloraba conmovida. Fue en ese momento que Takato levantó el bastón blanco que llevaba, y se lo tendió a la pelirroja que lo miró asombrada.

     –Lo he guardado desde entonces… –pronunció el chico suavemente. –Sabía que lo reclamarías al volver, aunque sólo yo estuviera seguro de tu regreso.

Ruki lo tomó con su mano temblorosa y el báculo brilló con una luz refulgente, la cual ella miró de manera desconcertada.

     –"Sun"… –susurró. –Yo… solía manejarlo, ¿cierto? 

"¿Cuántas cosas quieres descubrir?

Tan extraño, todo es para ti."

Takato asintió y le dirigió una sonrisa que a la pelirroja pareció infundirle algo de ánimo, aunque si bien aún parecía insegura.

     –Hazlo, Ruki. –la impulsó él. –Realiza un milagro. Prueba de lo que eres capaz…

Ruki frunció el entrecejo, sosteniendo el bastón entre sus manos, luego sonrió ligeramente. Cerró los ojos y golpeó el suelo con la base de Sun, provocando un sonido parecido a unas campanillas. Una fuerte luz se produjo y una gran cantidad de esporas se originaron de la tierra y flotaron por el aire. Ruki las miró de manera orgullosa.

"Muy pronto verás el tiempo pasar, conmigo estás jugando.

Muy pronto verás el tiempo pasar, conmigo estás creciendo."

El bosque entero pareció estremecerse mientras el pasto, la hierba, las flores y las raíces crecían conforme la luz y las esporas verdes las tocaban. Los árboles muertos recuperaban la vida y se erguían nuevamente, la maleza y los arbustos volvían a cubrirlo todo, cada pequeña parte de la floresta parecía recuperar la esencia perdida con el poder de la muchacha, abarcando el suceso la montaña entera. En la villa, la gente ya despierta, presenciaba con asombro lo ocurrido. Ruki suspiró satisfecha y caminó hacia los límites del bosque, mirando el territorio que se extendía frente a ella.

"Hoy, debes esperar

A que el mundo caiga rendido a tus pies…"

Takato, que había seguido a Ruki de cerca, se detuvo junto a ella y miró el paisaje tranquilamente

     –Hay personas esperándote, Ruki. –le dijo el chico. –¿Piensas despedirte?

Ruki guardó silencio un momento y se quedó en ese sitio, pensativa.

    –Sí… –susurró, mientras el viento soplaba calmo.

Rumiko salió de la casa al escuchar que las ovejas balaban alegres, abrió la puerta, seguida por Seiko y ambas jadearon al ver a Ruki, inclinada junto al corral, acariciando la oreja de un pequeño cordero que parecía estarlo disfrutando. La chica se volvió y les sonrió a las Makino, quiénes sonrieron y corrieron a abrazarla, perturbadas.

     –¡Ruki! –sollozó Rumiko mirando el hermoso color de los ojos de su hija, y sintiendo la energía sobrenatural que parecía irradiar de su aura.

Ella se separó un poco de la chica que le dirigía una mirada fija, y se pasó una mano por el cabello.

     –No regresaste para vivir entre nosotros, ¿cierto? –susurró la mujer empezando a comprender lo que sucedía.

Ruki bajó la vista y negó con la cabeza.

     –Puedo visitarlas. –les dijo. –Sin embargo no puedo vivir aquí como antes. Mi lugar es otro… yo…

     –Mi niña… –susurró Rumiko, abrazándola nuevamente y acariciando su cabello. –Sabía que te deparaba algo fuera de serie… No sabes lo orgullosa que me siento.

Ruki le sonrió y abrazó a su abuela, quién la miraba suspicazmente. La mujer le sonrió y le susurró casualmente:

     –Tienes un brillo en tus ojos que te delata, Ruki. –dijo Seiko guiñándole un ojo a su nieta. ¿Eso quiere decir que el joven Matsuda y tú han esclarecido sus sentimientos?

La pelirroja se sonrojó ligeramente y asintió algo cohibida, ante la mirada de sorpresa de Rumiko, quién parecía feliz a cada palabra que escuchaba de labios de su hija, que les explicaba todo lo que había sucedido durante su estancia en el otro mundo. Rumbo al mediodía, dentro de la casa y bebiendo una taza de té, Ruki se percató de un ramo de flores muy lindas, colocadas en un jarrón sobre la mesa. La chica arqueó las cejas y preguntó su procedencia. Rumiko pareció perturbarse.

     –Son del señor Akiyama. –respondió la mujer algo apenada. –Diariamente ha traído flores y ha hablado conmigo para hacerme sentir mejor. –sonrió mientras miraba a su hija. –No siempre aceptaba muy bien que te hubieras ido, Ruki, y el señor Akiyama me ha brindado mucho apoyo; sin embargo, no creas que me he olvidado de tu padre, sigo respetando su memoria. –pronunció de forma decidida.

Ruki arqueó las cejas.

     –Mmm… deberías aceptarlo. –soltó la chica. Rumiko y Seiko abrieron los ojos como platos, y Ruki se encogió de hombros. –¿qué? Papá desea que seas feliz y continúes con tu vida. Lo vi del otro lado. Él no quiere que estés sola…

La pelirroja dejó su taza sobre la mesa y olió las flores, miró a su madre de reojo, y le sonrió.

     –Piénsalo, madre. Tienes las bendiciones mías y de mi padre… –susurró desapareciendo del lugar.

Rumiko miró las flores y se cruzó de brazos pensativamente.

Jenrya paseaba por sus jardines cuando vio a Ruki de pie junto al viejo pozo. Corrió hasta donde se encontraba y la reverenció emocionado. Ruki lo abrazó, mientras el joven sonreía de oreja a oreja.   

     –Sé lo que viene a decirme, Ruki-san. –soltó el chico de manera atropellada. –Lo sé todo. Él me lo contó el día del festival… Imagino que su espíritu ha venido para intentar disuadirme de esa obsesión desenfrenada hacia usted la cual mostré imprudentemente aquella noche; sin embargo, debo decirle que eso ya ha quedado atrás. Sí, como lo escucha. –dijo él al ver la mirada desconfiada de la pelirroja. –Usted tenía razón. ¡Voy a ser padre! –jadeó orgulloso. –¡Mi esposa está en cinta de una criatura que indudablemente lleva mi sangre!

Ruki sonrió por la noticia al mismo tiempo que Shuichon corría hacia ellos, seguida por una joven muy bella de cabello castaño y ojos miel que se inclinó ante la pelirroja y la miró amablemente. Ruki la abrazó al igual que a Shuichon, y le deseó mucha suerte, prometiendo que pediría por ellos ante la diosa Teu-mu. La muchacha, agradecida, pidió disculpas por alguna vez haber sentido celos hacia ella. Ruki le dijo que no tenía nada que perdonar, y dicho esto, desapareció envuelta en luz para luego aparecer en el exterior de una casa grande en la que un joven de cabello castaño y ojos azules bebía algo de sake sentado en el suelo del pórtico. Ella sonrió, meneó la cabeza y se sentó junto a él.

     –Sabía que vendrías, Ruki. –susurró algo ebrio. –Había pensado por un momento que te habías olvidado de mí.

     –Deberías dejar de beber tanto, si sigues así, dejarás de gustarle a tus seguidoras.

     –Nah. –dijo el chico haciendo un movimiento con su mano como no dándole importancia. –Ese asunto lo tengo cubierto. Dado que nunca me hizo usted caso, señorita Makino. –dijo, moviendo su dedo acusadoramente. –he salido con una doncella sin su permiso… –le dio otro trago a su bebida y sonrió ligeramente. –Es igual de difícil que usted, pero al menos tengo la certeza de que no se escapará hacia el mundo espiritual…

Ruki sonrió y le quitó el vaso de sake, se bebió el resto de un trago y lo colocó boca abajo sobre la charola en donde tenía la botella.

     –Ya estás bastante ebrio, Ryo. Aunque me cueste decirlo, eres un buen chico, y la verdad no vale la pena que hagas este tipo de cosas.

Ryo abrazó a la pelirroja, quién pareció sorprenderse; sin embargo lo abrazó de vuelta.

     –Siempre te recordaré, Ruki. –dijo el joven en voz baja.

     –Y yo a ti, Ryo. –susurró ella palmeándole la espalda. –Fuiste un gran amigo, y sólo quiero que vivas tu vida felizmente. Prométemelo…  

El castaño parpadeó un par de veces y asintió con la cabeza.

     –Te lo prometo, Ruki. –pronunció él, apartando la botella de sake, mientras ponía su mano sobre su corazón –Prometido… prometido… Siempre fuiste libre… –susurró. –sabía que estabas destinada a ser alguien grande…

     –Pero sí tú también lo estás… –respondió ella.

Ryo frunció el entrecejo y Ruki le sonrió, mientras se ponía de pie.

     –Debo irme por algún tiempo. ¿Podría encargarte que cuides bien de mi madre en mi lugar?

Akiyama asintió decididamente y Ruki sonrió antes de desaparecer ante el joven que dirigió la vista hacia la montaña y se despidió de ella por última vez. 

"Despierta de tu sueño…

Respira profundo…

Bienvenido a la vida…"

"Tu alma está por nacer…"

 

Epílogo

El tiempo en el mundo físico siguió corriendo con su marcha acostumbrada. Los días pasaron convirtiéndose en semanas, meses, estaciones, y años. Tantos, que se completaron siglos enteros desde que lo sucedido con Ruki se convirtió en un relato que cada vez más iba dejando en duda que aquella joven pelirroja, dueña de todo lo que tomaba vida del suelo, alguna vez hubiera sido humana. Todo el mundo daba por sentado que ella siempre había sido San-kuan de la tierra, que siempre había estado allí para protegerlos; pero muy pocos sabían o recordaban aún la verdad. Sólo unos cuantos que se contaban en una minoría ya casi inexistente. Una minoría descendiente de aquellos que presenciaron esos años oscuros, y que conocieron todo o al menos alguna parte de su vida; o del trabajo que llevó a cabo durante su juventud vivida entre los hombres…

Beeeeeeeeeeeee!

Las ovejas balaron molestas, mientras recorrían un paraje ralo y carente de hierba, que parecía más bien una burla. El pobre chico de cabello color caoba y ojos azules que las pastoreaba, silbaba y movía su bastón en un intento de controlar a los animales que pasaban por sobre él sin prestarle el menor interés. El joven gritó azorado:

     –¡Ya basta! –chilló, pareciendo más bien que les suplicaba. –¡Por favor, esperen a la respuesta de la dama! ¡Sean pacientes!

Cuando el pastor parecía encontrarse más atareado e histérico que nunca, un par de niños llegaron subiendo por la colina de manera presurosa. Le hacían señas al muchacho y lo llamaban a gritos.

     –¡Kim! ¡Kim! –le decían. –¡No vayas a demorar demasiado! El sacerdote quiere que todos estemos reunidos en el pueblo para pedir la protección de los grandes espíritus antes del atardecer.

El pastor miró el cielo azulado y se cruzó de brazos.

     –Sí, está bien. –respondió tranquilamente. –solo quiero asegurarme de que el rebaño coma lo suficiente.

Los niños arquearon las cejas al recorrer con la vista el terreno arruinado, e intercambiaron un par de sonrisas burlonas.

     –Sí, claro. –murmuró uno, alto y flacucho. –pues llegas temprano, ¿eh?

     –Y no olvides tu ofrenda. –le recordó el otro niño, que era más bajo y de cara redonda.

Los chiquillos emprendieron el camino de regreso sonriéndose entre ellos, mientras el muchacho meneaba la cabeza con resignación.

     –Ellos no entienden…

     –¡Ji, ji, ji! –río alguien de pronto.

Kim se giró al escuchar esa risa, y esbozó una ligera sonrisa mientras apoyaba su cayado contra su hombro; y seguía el curso del sonido, recorriendo la mirada por el campo, sólo mirando.

Allí en la colina había aparecido un niño. Uno que quizá no pasaría de los 10 años, este corría y brincoteaba por el escaso pasto de la zona, al parecer, divirtiéndose de lo lindo. Kim se sintió afortunado. Ese niño era muy especial, y no cualquiera tenía oportunidad de verlo. Su tez era pálida y brillante; su cabello corto y castaño sacudido siempre por un viento fresco; sus ojos de un color púrpura intenso; su movimiento ágil como una brisa; sus ropas, distintas, de otro lugar o de otro tiempo; y su presencia: mágica. Pues el pasto y las flores parecían crecer cuando el pequeño las rozaba con las plantas de sus pies, o cuando las tocaba con sus manos; incluso su risa parecía llenar de vida los alrededores. El niño se detuvo de pronto y saludó a Kim con un movimiento de su mano. El pastor hizo una reverencia, y el pequeño niño sonrío de forma orgullosa, trotando unos cuantos metros hasta refugiarse detrás de una figura alta y brillante, que lo rodeó con un brazo cariñoso.

     –Mi hijo Chen me ha dicho que querías hablarme. –pronunció una joven pelirroja que sostenía un báculo blanco –¿es sobre la sequía que ha caído sobre tu pueblo?

El joven pastor arqueó las cejas al mirar a esa muchacha, e hizo una reverencia para agradecer que se hubiera presentado ante él. Ella dibujó una sonrisa amable en su rostro y apoyó ambas manos en su báculo, con la clara intención de escuchar lo que el chico tuviera que decirle; pues era claro que Kim, había esperado encontrarla de manera física para comunicarle algo importante sobre ese asunto. Ella asintió con la cabeza, como si tratara de animarlo y él se aclaró la garganta, antes de hablarle tímidamente.

     –Mi señora. –susurró. –Lamento molestarla. –titubeó un poco antes de hablar. –Sé que a usted y a los grandes espíritus les decepcionó el comportamiento de los hombres de esta región hace 5 años; sin embargo, sé que han aprendido de sus errores, se encuentran arrepentidos de haber causado esa guerra inútil que buscaba acrecentar nuestro territorio. Por favor, perdónelos… Le ruego que los perdone…

     –Sabes que esa fue decisión de Teu-mu y no mía, ¿cierto? –pronunció ella de forma grave.

El joven asintió con la cabeza. La muchacha suspiró.

     –Intercederé esta vez. –le dijo. –Sin embargo si tu pueblo vuelve a provocar la ira de los dioses, créeme que yo misma me encargaré de secar toda esta región, y mi esposo, el Señor del agua se ocupará del asunto de la lluvia como hace años… ¿entiendes?

Kim continuaba asintiendo de forma asustada. Ella inclinó ligeramente la cabeza, y le sonrió de manera divertida mientras su largo cabello ondeaba en el aire y los árboles sacudían sus copas mecidas por el viento, como si celebraran su gracia. La joven golpeó el suelo con su bastón, y una luz intensa iluminó la tierra, esparciéndose rápidamente por un camino que cubrió cientos de kilómetros hasta perderse en el horizonte.

El chico sonrió al darse la vuelta, silbando y reuniendo a las ovejas con su viejo cayado, pues ya empezaban a salirse de control al ver que el pasto crecía fresco y abundante. Kim miró por sobre su hombro y se despidió de esa chica que gobernaba a la naturaleza, y de la que se decía que hacía mucho tiempo había pertenecido a la familia Makino, así como él.

      –¡Andando! –gritó el muchacho con energía, descendiendo por la vereda, mientras era seguido por todo su rebaño que balaba y hacía alboroto en el camino. –¡Nos han perdonado!, ¡Este año gozaremos de las bendiciones de la dama del bosque!

El chico enfiló hacía su pueblo, dejando atrás los pastos; y siendo observado desde lejos por aquella mujer, que silbando la misma melodía, sujetó su báculo y se reunió con un kitsune dorado que la esperaba en los lindes del bosque de la montaña, junto con el pequeño de cabello castaño, y la recibía con una reverencia.

     –Vamos a casa, Icari. Aquí ya hemos terminado.

     –Te ablandas con los años, Ruki. –dijo el kitsune alegremente.

     –Y tú sigues enseñando tus travesuras a mis hijos. –respondió la joven sonriendo mientras acariciaba la cabeza del niño que le sonreía inocentemente. –supongo que estamos a mano.

     –Supongo que sí. –contestó Icari encogiéndose de hombros y guiñándole un ojo al niño que también le guiñaba un ojo. 

La pelirroja, giró los ojos, sonrió, y en silencio emprendió la marcha junto con sus acompañantes con el fin de continuar esparciendo la vida en todo aquel sitio que por lo pronto necesitara de su presencia, que clamara por su ayuda. Que supiera de alguna forma de su historia y de la existencia del Espíritu del Bosque, antes de que llegara el tiempo en que ese tipo de presencias debieran de ser olvidadas por completo y se perdieran del todo dentro de las leyendas y los mitos.

Fin

Lince: Ahora si, finito, terminado, es todo. Wooooooooooohooooooo!

Lúgar y yo queremos agradecerte por haber seguido esta historia desde el principio hasta el final, y agradecemos a todos aquellos que dejaron review, que se comunicaron por mail, msn, etc.. ¡gracias por las porras y por el apoyo! Es nuestro primer fic terminado y esperemos que pronto le sigan los demás… el Digivice o la Jaula, el que se deje primero.

Lúgar: Pero ten por seguro que esto no es lo último que se ve de nosotros dos…

Lince: gulp ya me lo imaginaba…

Bueno y ¿Qué te pareció el final? Comentarios, quejas, dudas, lo que sea, mándalo por e-mail, o por un review.

Ah! Y atentos al próximo fic de Lúgar y mío: "Hechizo de amor", por ahora es todo lo que les puedo decir.

¡Hasta pronto!