Así pasó Haryon 14 años, en solitario, derramando sangre orca sin cesar, y
haciendo trabajos por toda la Tierra Media, como proteger caravanas de
mercaderes de los bandidos, en el Camino Verde, rescatar a gente
secuestrada en el Bosque de los Trolls o participar en la defensa de Dol
Amroth, en algún ataque corsario. Pronto adquirió gran fama, y todos los
sirvientes de Melkor le temían, especialmente los uruk-hai. A éstos los
perseguía a conciencia, y cuando veía alguno, se apoderaba de él una furia
asesina, que lo hacía temible e implacable. Cada vez que acababa con un
uruk-hai, ofrecía su sangre en sacrificio a Oromë y en memoria de sus
padres. Adquirió un manejo de la espada espectacular, y su brazo tenía una
fuerza demoledora. Además nunca se había visto semejante arquero entre los
de su raza, destreza aumentada por el maravilloso arco que manejaba, regalo
de los elfos. Pero en lo que más creció fue en orgullo y carisma. Su
porte era espectacular, lo que unido a la fama que adquirió con sus gestas,
hacía que sus enemigos le temieran, y que la gente la respetara,
adquiriendo grandes dotes como capitán.
Fueron 14 años de gloria, pero Haryon ya estaba cansado de cabalgar sólo por la Tierra Media. Ya había demostrado sus habilidades con las armas, su destreza a caballo, su fuerza y su valor. Había vengado la muerte de sus padres una y mil veces, y aunque todavía perdía los papeles cuando veía un uruk-hai, ya no sentía esa necesidad durante todo el día, de ir en su busca. Lo que quería ahora era establecerse en una tierra, y seguir luchando contra el mal, pero dentro de un ejército. Además estaba seguro que con su carisma, ascendería pronto en la escala militar, y llegaría a ser un gran general.
El problema era que, lo que le inclinaba hacia ello, no eran tanto sus ganas de acabar con los servidores de Melkor, como la satisfacción que le daría demostrar sus dotes de gran capitán, y tener un gran ejército bajo su mando. Ay, su orgullo y su soberbia, ya de por sí altas, habían crecido a la par que su habilidad en la lucha.
Pensó en quedarse en Dol Amroth, donde luchó junto a la guardia del Príncipe una vez, para defenderla de los corsarios, pero sabía que allí se buscaba sobre todo la paz, y que no era un ejército dedicado a grandes batallas, sino a la defensa de la ciudad, y ésta no era muchas veces atacada. Seguramente se casaría con una dama dúnedain, y acabaría gordo y aburrido, igual que el resto de la guardia del Príncipe.
Lo que él deseaba fervientemente era volver a La Marca, encontrar allí una esposa de dorada melena, y unirse a los jinetes, hasta llegar a ser Thane, y finalmente Mariscal. Pero sólo tenía 32 años, y sabía que las reglas del ejercito rohirrim eran muy estrictas. Nadie puede alistarse hasta los 36 años, y él no era capaz de esperar 4 años más.
Por esa época, uno de sus trabajos lo llevó cerca de su ciudad natal, Edoras. Se enteró que una gran caravana de mercaderes salía de allí para dirigirse a Minas Thirit, y que buscaban gente para protegerla. Cabalgaba en un caballo ligero, que había comprado en Fornost, hacía tiempo (es lo primero que compró en el momento que ganó algo de dinero con sus aventuras). Cada vez que volvía a Rohan le embargaba un sentimiento de nostalgia. Las Ered Nimras cubrían el horizonte y una brisa suave y fría atravesaba la llanura, proveniente de las montañas, azotando su cara, trayéndole recuerdos de su niñez.
De repente escuchó risas orcas detrás de una colina. Entre ellas distinguió el grito de una mujer. Haryon espoleó a su montura y llegó al galope al lugar de donde provenían las risas. Allí encontró a tres guerreros uruk-hai con las cimitarras en la mano, y frente a ellos una hermosa joven, de larga melena rubia, con una espada en la mano, al lado de un caballo gris. Haryon se lanzó con furia sobre los orcos con un grito terrible, haciendo que los tres se dieran la vuelta a la vez. Le cortó la cabeza a uno de un tajo, mientras que, aprovechando su sorpresa, la joven rohir le clavó la espada en la espalda a otro, que cayó de bruces. El tercero echó a correr aterrorizado, pero pronto escuchó a su espalda los cascos de un caballo al galope, cada vez más cerca, hasta que no escuchó nada más.
Sin decir una palabra, Haryon bajó del caballo. Miró alrededor, y recogió las cimitarras de los dos uruk-hai que él había matado. Hizo dos agujeros en el suelo, y enterró las empuñaduras de las armas, de tal modo que quedaran "plantadas", con la punta hacia arriba. Entonces cogió las cabezas de los dos orcos que el había matado, y las clavó en la punta. Luego se arrodilló, y rezó: "Oromë, padre bendito. Te ofrezco la sangre de estos servidores del mal, cuya repugnante vida a sucumbido a mi espada, regalo de Eoric. Que la destrucción de su cuerpo signifique también la desaparición de su espíritu maligno, y que la sangre que baña la hoja de mi espada, sirva como venganza al asesinato de mis padres".
La muchacha observó en silencio todo lo que hacía Haryon. Éste se levantó, y se dirigió hacia donde ella se encontraba, y comenzó a hablar:
- "¿Quién sois vos, mi señora, y qué hacéis sola por estas peligrosas tierras?."
- "Mi nombre es Halen, hija de Sarin, Mariscal de Édoras. Y me gusta cabalgar libre por las llanuras de La Marca, sin que nadie me diga lo que tengo que hacer."
- "Pues si no llega a ser por que Oromë me ha traído a este lugar, no creo que hubieras cabalgado libre nunca más."
- "Nada de eso" - dijo la joven, claramente ofendida - "Hubiera acabado yo con ellos. Le agradezco su ayuda, pero no creo que me haya salvado la vida."
- "Ja, ja, ja. Veo que vuestro padre tiene un problema serio. No tengo tiempo para discusiones. Yo me dirijo a Édoras, sería más seguro que viniera conmigo."
Fueron juntos cabalgando hacia Édoras. Cuando llegaron a la casa del Mariscal Sarin, Halen le contó a su padre todo lo que había ocurrido, insistiendo en que lo tenía todo controlado antes de la llegada de Haryon. Sarin le pidió que fuera a sus aposentos, que ya hablarían más tarde, y se quedó a solas con Haryon:
- "Salve Haryon, hijo de Eoric. Como puedes ver mi hija es demasiado intrépida, y su tozudez es a prueba de 20 arietes. Me apena hacerlo, pero tendré que prohibirle sus salidas, pues la zona es peligrosa, y no me gustaría perderla. Tiempo hacía que no os veía. Estoy en deuda con vos, por haber salvado aquello que más quiero en esta vida. ¿Que podría hacer yo para recompensar vuestro valor?"
- "Muy fácil lo tenéis, mi señor. Sólo deseo unirme a los Jinetes de La Marca. Pertenecer al Hafhere de Edoras, y ponerme a sus órdenes."
- "Vos sabéis que no puedo concedeos ese deseo. Las leyes del ejército de Rohan son muy estrictas, y yo no soy quien para incumplirlas. Sólo podréis alistaros cuando cumpláis 36 años."
Haryon levantó la cara, evidentemente perturbado - Pero no creo que haya nadie como yo en toda La Marca. Mi espada es digna de un heredero al trono de Meduseld, y no creo que haya nadie con mi mismo tino a la hora de usar un arco. Y desde luego, nadie hay en todo Rohan que haya teñido sus manos con más sangre enemiga que yo. No podéis rechazarme.
- "¡Ya basta!" - gritó Sarin, visiblemente enfadado - "¿Creéis vos que vuestro brazo vale más que todas las reglas y tradiciones, dictadas por generaciones de reyes eorlingas? ¡No sois más grande que muchos que aquí vivieron, y que no dudaron en atenerse a las leyes impuestas! No voy a discutir más. Os ofreceré todo lo que esté en mi mano, pues más grande no puede ser el servicio que me habéis ofrecido, pero no seré yo quien incumpla lo inquebrantable."
- "De acuerdo mi señor. Pero posiblemente os arrepintáis cuando ya nada podáis hacer. Porque si no es aquí, en otro lugar aceptarán mi espada, y perderéis la oportunidad de disponer un gran capitán. Pero puesto que algo grande me debéis, no dudo en pediros un caballo de primera raza, de los que tenéis guardados para los hijos del rey."
Sarin miró sorprendido a Haryon, y su cara empezaba ya a tomar una tonalidad roja - "¿Os atrevéis a pedirme un meara?"
- "¿También esto me lo vais a negar? ¿Tan mal apreciáis el favor de la vida de vuestra hija?"
- "Pero vos sabéis que los mearas nunca se han dejado montar más que por el rey y sus hijos, salvo alguna extraña excepción "- (Sombragris).
- "Permaneceré un tiempo aquí, y si no soy capaz de domar el que yo elija, me resignaré, y partiré sin recompensa alguna."
Sarin estaba desconcertado, pero al final accedió. Bajaron a las cuadras. Eran enormes, y muy limpias y bien cuidadas. Llegaron a un establo especialmente adornado. En la puerta había dos guardias armados, que al ver a Sarin abrieron las puertas.
Al entrar, Haryon quedó asombrado. Allí había 8 caballos, cada uno con un cuidador a su cargo. Entonces recordó tiempos de su niñez, cuando su padre lo llevaba al desfile anual del ejército de Rohan, y lo sentaba en sus hombros para que pudiera ver al rey. Era realmente espectacular ver al rey, pues su yelmo era dorado, como su armadura, y sus armas estaban labradas de preciosas figuras. Pero lo que más le impresionaba a Haryon del rey era su caballo. Más grande que el resto, con unas patas musculadas y extremadamente fuertes, con un pelaje blanco brillante, y de una hermosura inusitada.
Pues así eran los caballos que tenía delante de él. Había 5 grises y 3 blancos. Todos estaban perfectamente cepillados, y bien cuidados.
- "Elegid uno" - dijo Sarin.
Haryon se dirigió a un precioso ejemplar blanco. Se lo quedó mirando, y el caballo le devolvía la mirada. Sus ojos eran negros como el azabache, y denotaban inteligencia y nobleza. Se veía que era de alto linaje. El pelo le brillaba como los picos nevados de Ered Nimras.
- "Su nombre es Vaiwa" - dijo Sarin - "Que tengáis suerte."
El Mariscal ordenó a su cuidador que le ensillara, y que lo preparara para montar. Éste se le quedó mirando con cara de incredulidad, y luego hizo lo que le dijo.
- "Sácalo fuera. Este señor quiere intentar cabalgar en él. Que Vaiwa le enseñe que es un meara."
El cuidador lo sacó fuera, y fueron a un descampado. Haryon cogió las riendas y subió al caballo. En un abrir y cerrar de ojos, Vaiwa pegó un salto arqueando el lomo, y empezó a soltar coces, hasta que el jinete cayó al suelo. Sarin se empezó a reír a carcajada limpia.
- "Os dejo a solas con él. Cuando su merced tenga el cuerpo tan molido, que odie cabalgar sobre todas las cosas, me lo dice, pues prometió irse sin nada, pero yo no soy tan desagradecido."
- "Nunca dije que sería fácil" - contestó Haryon -, "tendrá su señoría que darme tiempo, para que lo dome."
- "Bien, bien. Tomad el tiempo que queráis. Sólo pido que os cuidéis de que esté bien alimentado y que duerma sus horas. Sólo tenéis que avisar a su cuidador, y el se encargará de todo."
Una semana estuvo Haryon intentando domar a Vaiwa, que parecía reírse de él. Tan pronto no hacía ni un movimiento, pareciéndole que ya lo tenía dominado, aunque negándose a avanzar ni un metro, como pegaba un salto que le pillaba desprevenido, y lo tiraba por los suelos. Parecía que se estaba burlando de él, pero Haryon no cesaba en su empeño.
Así, al octavo día desde que viera a Vaiwa por primera vez, Haryon llegó hasta la puerta de la casa de Sarin montando a Vaiwa. Y así lo vio El Mariscal de Édoras, cabalgando en tan precioso corcel, que asemejaba ser el rey de La Marca. Su porte de gran capitán, sumado a la elegancia y nobleza del caballo, daban a quien lo veía la impresión de que el mismísimo Oromë hubiera venido de Valinor para honrarles con su presencia.
- "No puede ser" - dijo Sarin, perplejo - "Es imposible. Nunca nadie cabalgó en un meara que no fuera rey de La Marca o uno de sus hijos. Sólo Gandalf, enviado de los dioses, pudo montar a uno, que era el rey de los caballos."
- "Igual los dioses quieren verme sobre uno de ellos" - dijo Haryon - "Sea como fuere, lo prometido es deuda, y me llevaré a Vaiwa conmigo. Mas no sufráis. No estarían mejor cuidados que él conmigo, ni los caballos élficos en lo establos de los palacios de Valinor."
- "Pues así sea, porque soy hombre de palabra, y porque la vida de mi hija es para mí más preciada que veinte mil caballos de la más alta estirpe. Espero que os sirva bien, y que su merced dé realmente buen uso de él."
Y así, montado sobre Vaiwa, dejó Edoras, cabalgando hacia el este. Feliz por su nueva y valiosa compañía, pero herido en su orgullo, por haber sido rechazado de nuevo en el Ejército de Rohan.
Fueron 14 años de gloria, pero Haryon ya estaba cansado de cabalgar sólo por la Tierra Media. Ya había demostrado sus habilidades con las armas, su destreza a caballo, su fuerza y su valor. Había vengado la muerte de sus padres una y mil veces, y aunque todavía perdía los papeles cuando veía un uruk-hai, ya no sentía esa necesidad durante todo el día, de ir en su busca. Lo que quería ahora era establecerse en una tierra, y seguir luchando contra el mal, pero dentro de un ejército. Además estaba seguro que con su carisma, ascendería pronto en la escala militar, y llegaría a ser un gran general.
El problema era que, lo que le inclinaba hacia ello, no eran tanto sus ganas de acabar con los servidores de Melkor, como la satisfacción que le daría demostrar sus dotes de gran capitán, y tener un gran ejército bajo su mando. Ay, su orgullo y su soberbia, ya de por sí altas, habían crecido a la par que su habilidad en la lucha.
Pensó en quedarse en Dol Amroth, donde luchó junto a la guardia del Príncipe una vez, para defenderla de los corsarios, pero sabía que allí se buscaba sobre todo la paz, y que no era un ejército dedicado a grandes batallas, sino a la defensa de la ciudad, y ésta no era muchas veces atacada. Seguramente se casaría con una dama dúnedain, y acabaría gordo y aburrido, igual que el resto de la guardia del Príncipe.
Lo que él deseaba fervientemente era volver a La Marca, encontrar allí una esposa de dorada melena, y unirse a los jinetes, hasta llegar a ser Thane, y finalmente Mariscal. Pero sólo tenía 32 años, y sabía que las reglas del ejercito rohirrim eran muy estrictas. Nadie puede alistarse hasta los 36 años, y él no era capaz de esperar 4 años más.
Por esa época, uno de sus trabajos lo llevó cerca de su ciudad natal, Edoras. Se enteró que una gran caravana de mercaderes salía de allí para dirigirse a Minas Thirit, y que buscaban gente para protegerla. Cabalgaba en un caballo ligero, que había comprado en Fornost, hacía tiempo (es lo primero que compró en el momento que ganó algo de dinero con sus aventuras). Cada vez que volvía a Rohan le embargaba un sentimiento de nostalgia. Las Ered Nimras cubrían el horizonte y una brisa suave y fría atravesaba la llanura, proveniente de las montañas, azotando su cara, trayéndole recuerdos de su niñez.
De repente escuchó risas orcas detrás de una colina. Entre ellas distinguió el grito de una mujer. Haryon espoleó a su montura y llegó al galope al lugar de donde provenían las risas. Allí encontró a tres guerreros uruk-hai con las cimitarras en la mano, y frente a ellos una hermosa joven, de larga melena rubia, con una espada en la mano, al lado de un caballo gris. Haryon se lanzó con furia sobre los orcos con un grito terrible, haciendo que los tres se dieran la vuelta a la vez. Le cortó la cabeza a uno de un tajo, mientras que, aprovechando su sorpresa, la joven rohir le clavó la espada en la espalda a otro, que cayó de bruces. El tercero echó a correr aterrorizado, pero pronto escuchó a su espalda los cascos de un caballo al galope, cada vez más cerca, hasta que no escuchó nada más.
Sin decir una palabra, Haryon bajó del caballo. Miró alrededor, y recogió las cimitarras de los dos uruk-hai que él había matado. Hizo dos agujeros en el suelo, y enterró las empuñaduras de las armas, de tal modo que quedaran "plantadas", con la punta hacia arriba. Entonces cogió las cabezas de los dos orcos que el había matado, y las clavó en la punta. Luego se arrodilló, y rezó: "Oromë, padre bendito. Te ofrezco la sangre de estos servidores del mal, cuya repugnante vida a sucumbido a mi espada, regalo de Eoric. Que la destrucción de su cuerpo signifique también la desaparición de su espíritu maligno, y que la sangre que baña la hoja de mi espada, sirva como venganza al asesinato de mis padres".
La muchacha observó en silencio todo lo que hacía Haryon. Éste se levantó, y se dirigió hacia donde ella se encontraba, y comenzó a hablar:
- "¿Quién sois vos, mi señora, y qué hacéis sola por estas peligrosas tierras?."
- "Mi nombre es Halen, hija de Sarin, Mariscal de Édoras. Y me gusta cabalgar libre por las llanuras de La Marca, sin que nadie me diga lo que tengo que hacer."
- "Pues si no llega a ser por que Oromë me ha traído a este lugar, no creo que hubieras cabalgado libre nunca más."
- "Nada de eso" - dijo la joven, claramente ofendida - "Hubiera acabado yo con ellos. Le agradezco su ayuda, pero no creo que me haya salvado la vida."
- "Ja, ja, ja. Veo que vuestro padre tiene un problema serio. No tengo tiempo para discusiones. Yo me dirijo a Édoras, sería más seguro que viniera conmigo."
Fueron juntos cabalgando hacia Édoras. Cuando llegaron a la casa del Mariscal Sarin, Halen le contó a su padre todo lo que había ocurrido, insistiendo en que lo tenía todo controlado antes de la llegada de Haryon. Sarin le pidió que fuera a sus aposentos, que ya hablarían más tarde, y se quedó a solas con Haryon:
- "Salve Haryon, hijo de Eoric. Como puedes ver mi hija es demasiado intrépida, y su tozudez es a prueba de 20 arietes. Me apena hacerlo, pero tendré que prohibirle sus salidas, pues la zona es peligrosa, y no me gustaría perderla. Tiempo hacía que no os veía. Estoy en deuda con vos, por haber salvado aquello que más quiero en esta vida. ¿Que podría hacer yo para recompensar vuestro valor?"
- "Muy fácil lo tenéis, mi señor. Sólo deseo unirme a los Jinetes de La Marca. Pertenecer al Hafhere de Edoras, y ponerme a sus órdenes."
- "Vos sabéis que no puedo concedeos ese deseo. Las leyes del ejército de Rohan son muy estrictas, y yo no soy quien para incumplirlas. Sólo podréis alistaros cuando cumpláis 36 años."
Haryon levantó la cara, evidentemente perturbado - Pero no creo que haya nadie como yo en toda La Marca. Mi espada es digna de un heredero al trono de Meduseld, y no creo que haya nadie con mi mismo tino a la hora de usar un arco. Y desde luego, nadie hay en todo Rohan que haya teñido sus manos con más sangre enemiga que yo. No podéis rechazarme.
- "¡Ya basta!" - gritó Sarin, visiblemente enfadado - "¿Creéis vos que vuestro brazo vale más que todas las reglas y tradiciones, dictadas por generaciones de reyes eorlingas? ¡No sois más grande que muchos que aquí vivieron, y que no dudaron en atenerse a las leyes impuestas! No voy a discutir más. Os ofreceré todo lo que esté en mi mano, pues más grande no puede ser el servicio que me habéis ofrecido, pero no seré yo quien incumpla lo inquebrantable."
- "De acuerdo mi señor. Pero posiblemente os arrepintáis cuando ya nada podáis hacer. Porque si no es aquí, en otro lugar aceptarán mi espada, y perderéis la oportunidad de disponer un gran capitán. Pero puesto que algo grande me debéis, no dudo en pediros un caballo de primera raza, de los que tenéis guardados para los hijos del rey."
Sarin miró sorprendido a Haryon, y su cara empezaba ya a tomar una tonalidad roja - "¿Os atrevéis a pedirme un meara?"
- "¿También esto me lo vais a negar? ¿Tan mal apreciáis el favor de la vida de vuestra hija?"
- "Pero vos sabéis que los mearas nunca se han dejado montar más que por el rey y sus hijos, salvo alguna extraña excepción "- (Sombragris).
- "Permaneceré un tiempo aquí, y si no soy capaz de domar el que yo elija, me resignaré, y partiré sin recompensa alguna."
Sarin estaba desconcertado, pero al final accedió. Bajaron a las cuadras. Eran enormes, y muy limpias y bien cuidadas. Llegaron a un establo especialmente adornado. En la puerta había dos guardias armados, que al ver a Sarin abrieron las puertas.
Al entrar, Haryon quedó asombrado. Allí había 8 caballos, cada uno con un cuidador a su cargo. Entonces recordó tiempos de su niñez, cuando su padre lo llevaba al desfile anual del ejército de Rohan, y lo sentaba en sus hombros para que pudiera ver al rey. Era realmente espectacular ver al rey, pues su yelmo era dorado, como su armadura, y sus armas estaban labradas de preciosas figuras. Pero lo que más le impresionaba a Haryon del rey era su caballo. Más grande que el resto, con unas patas musculadas y extremadamente fuertes, con un pelaje blanco brillante, y de una hermosura inusitada.
Pues así eran los caballos que tenía delante de él. Había 5 grises y 3 blancos. Todos estaban perfectamente cepillados, y bien cuidados.
- "Elegid uno" - dijo Sarin.
Haryon se dirigió a un precioso ejemplar blanco. Se lo quedó mirando, y el caballo le devolvía la mirada. Sus ojos eran negros como el azabache, y denotaban inteligencia y nobleza. Se veía que era de alto linaje. El pelo le brillaba como los picos nevados de Ered Nimras.
- "Su nombre es Vaiwa" - dijo Sarin - "Que tengáis suerte."
El Mariscal ordenó a su cuidador que le ensillara, y que lo preparara para montar. Éste se le quedó mirando con cara de incredulidad, y luego hizo lo que le dijo.
- "Sácalo fuera. Este señor quiere intentar cabalgar en él. Que Vaiwa le enseñe que es un meara."
El cuidador lo sacó fuera, y fueron a un descampado. Haryon cogió las riendas y subió al caballo. En un abrir y cerrar de ojos, Vaiwa pegó un salto arqueando el lomo, y empezó a soltar coces, hasta que el jinete cayó al suelo. Sarin se empezó a reír a carcajada limpia.
- "Os dejo a solas con él. Cuando su merced tenga el cuerpo tan molido, que odie cabalgar sobre todas las cosas, me lo dice, pues prometió irse sin nada, pero yo no soy tan desagradecido."
- "Nunca dije que sería fácil" - contestó Haryon -, "tendrá su señoría que darme tiempo, para que lo dome."
- "Bien, bien. Tomad el tiempo que queráis. Sólo pido que os cuidéis de que esté bien alimentado y que duerma sus horas. Sólo tenéis que avisar a su cuidador, y el se encargará de todo."
Una semana estuvo Haryon intentando domar a Vaiwa, que parecía reírse de él. Tan pronto no hacía ni un movimiento, pareciéndole que ya lo tenía dominado, aunque negándose a avanzar ni un metro, como pegaba un salto que le pillaba desprevenido, y lo tiraba por los suelos. Parecía que se estaba burlando de él, pero Haryon no cesaba en su empeño.
Así, al octavo día desde que viera a Vaiwa por primera vez, Haryon llegó hasta la puerta de la casa de Sarin montando a Vaiwa. Y así lo vio El Mariscal de Édoras, cabalgando en tan precioso corcel, que asemejaba ser el rey de La Marca. Su porte de gran capitán, sumado a la elegancia y nobleza del caballo, daban a quien lo veía la impresión de que el mismísimo Oromë hubiera venido de Valinor para honrarles con su presencia.
- "No puede ser" - dijo Sarin, perplejo - "Es imposible. Nunca nadie cabalgó en un meara que no fuera rey de La Marca o uno de sus hijos. Sólo Gandalf, enviado de los dioses, pudo montar a uno, que era el rey de los caballos."
- "Igual los dioses quieren verme sobre uno de ellos" - dijo Haryon - "Sea como fuere, lo prometido es deuda, y me llevaré a Vaiwa conmigo. Mas no sufráis. No estarían mejor cuidados que él conmigo, ni los caballos élficos en lo establos de los palacios de Valinor."
- "Pues así sea, porque soy hombre de palabra, y porque la vida de mi hija es para mí más preciada que veinte mil caballos de la más alta estirpe. Espero que os sirva bien, y que su merced dé realmente buen uso de él."
Y así, montado sobre Vaiwa, dejó Edoras, cabalgando hacia el este. Feliz por su nueva y valiosa compañía, pero herido en su orgullo, por haber sido rechazado de nuevo en el Ejército de Rohan.
