Grande era la amistad que se estaba forjando, entre caballo y jinete. Importante para el guerrero, pues su corazón empezaba a decaer, tras tantos años luchando en solitario, y sin un pueblo por el que dar la vida. La venganza era el único fin de todas sus guerras, y mucho se había vengado ya. En Rohan no iba a encontrar lo que buscaba, por eso viajaba al Éste. Algo le llamaba a viajar hacia allí.

En las frías noches del Estemnet, extraños sueños perturbaban su descanso. Lejanas tierras nunca vistas por sus ojos azul cielo. Un desierto de proporciones descomunales, donde el sol no daba la vida, y la tierra no era apacible ni reparadora. Más allá del gran infierno, una extensa llanura, al pie de nobles montañas. Y más allá un vasto bosque, y un largo río, y un mar interior. Dulces voces del Bosque Negro, envolvían el mágico ambiente. Y en su bello cantar, suaves palabras entraban en la mente de Haryon:

"Al Este del Mar de Rhûn, el Rio Alcarduin riega esta tierra perdida. Muere en Ilcalfalmar, donde las gaviotas entonan sus alegres melodías. Si superas a la muerte en el desierto, el viento de las Montañas Cobrizas recompensará tu cansancio. Y más allá, en el Bosque de Lortaurë, pequeñas criaturas mágicas acunarán tu corazón. En este rincón de Arda, el tiempo se detuvo años ha. Viajero solitario, atiende a la llamada de los días antiguos. Si el olvido es tu destino, y la soledad tu única compañía, aquí encontrarás tu morada, entre sueños y vigilias. Del amor y de la guerra, de la magia y el valor. Las baladas más hermosas llenarán tu corazón. Peregrino solitario, no te entregues a la tristeza. Viaja al Este, y verás como el sol naciente te espera, para que tu alma no decaiga. Donde los amores son eternos, y las lágrimas son dulces. Donde la vida nace cada día, y la muerte se postra ante ella. Viajero solitario, aquí por siempre morarás. Donde los sueños no son sueños, sino pura realidad"

En las soleadas mañanas, Vaiwa relinchaba inquieto. Quería viajar al Este, como si sólo allí su corazón fuera a encontrar sosiego. Haryon sentía lo mismo. Oromë le enviaba allí. Quizá su espada sería reconocida en ese lugar, y la patria que buscaba se encontraba en los días antiguos. Nada tenía que perder, pues nada poseía. Y hacia el Mar de Rhûn se dirigió sin más demora.

Cuando llegó, el vuelo de las gaviotas le esperaba. Su parloteo era una despedida. El Hijo de Eoric abandonaba el Oeste, y quizá fuera para siempre. Delante de él, un infierno de arena le esperaba. Miró las olas, que rompían en las duras costas casi muertas. Al Sur, la visión de la gris piedra de las Ered Lithui, le hacía menos duro el abandono de este lado del mundo.

- "Amigo mío, no voy a resistirme a mi destino. Nuestro futuro pasa por el arduo caminar en la arena ardiente. Viajemos al Este, respondamos a la llamada"

Y así inició Haryon, el Hijo de Eoric, su viaje hacia la Tierra Olvidada. Más de 400 millas bajo un sol asesino, y sin mas vida que las propias, alejaban al rohir y su caballo del lugar que anhelaban. Cabalgaban por la noche, y descansaban al sol. Ni un árbol ni una roca cobijaban sus cuerpos del fuego abrasador. Se abandonaban al sopor, y el sudor era su único alivio. Diez días, diez, con la muerte tras sus talones. Un gran péndulo de fuego oscilaba sobre la cabeza del guerrero, y cada día se acercaba más. Cortas eran las noches, y el día mortificaba el ánimo. Al octavo día, ni una gota de agua quedaba en su cantimplora. Dos jornadas pasó con su vida pendiente de un hilo. La garganta seca ardía sin consuelo. La respiración era dificultosa. Su visión comenzaba a nublarse, y ni el ánimo de un espejismo venía a su mente. Una trampa. Había caído en una trampa. Las dulces voces de la noche eran producto del encantamiento de algún mago de Melkor, que quería hacer desaparecer a aquel que derramaba más sangre negra. Vaiwa andaba despacio ya. Su fortaleza era superior a cualquier ser que pudiera haberse adentrado antes en el Mar de Fuego. Pero sus resistentes miembros no respondían ante sus ansias de galopar para que su amo escapara de la muerte.

Cuando la esperanza se esfumaba, como el horizonte ante los nublados ojos de Haryon, un viento fresco inundó los pulmones de jinete y caballo. Vaiwa inició un galope contenido hacia unas pequeñas montañas (Amon Fëaron se llamaban). Una pequeña fuente propiciada por las nieves de la cima, parloteaba en un rumor de salvación. El corcel se dirigió hacia allí, con su dueño totalmente inconsciente. Lo dejó caer sobre el lecho del río, y el frescor del agua inundó los sentidos del hombre. Despertó, y en un movimiento instintivo, comenzó a beber ansiosamente. El frío líquido abrasó su garganta pero trajo de vuelta su vida, perdida entre las dunas. Vaiwa bebió tranquilamente, pero durante largo tiempo. Tras varias horas de descanso, continuaron su camino hacia el Este. Diferente era ahora el paisaje, pues la tierra era fértil. La humedad crecía, y el rumor de un caudaloso río se intuía cercano. Llegaron a un paso, entre las grandes estribaciones meridionales y el bosque septentrional. Y tras pocas jornadas allí estaba. El río que tanto apareció en los sueños del guerrero. Cuan distintos territorios le había deparado su viaje. La estéril tierra donde vio la muerte y la vida creciente en la ribera del gran cauce.

Se dirigió al sur. Un gran bosque ocupaba el horizonte. Giró al Este de nuevo, cabalgando una jornada entera. Un azul oscuro unía el cielo y la tierra. Sin duda estaba viendo el mar, allá en la lejanía. Pero algo había antes que le llamó la atención. Como una pequeña ciudad amurallada. Era un campamento. Se dirigió hacia allí. El agua rodeaba la construcción, y para acceder al interior, había un puente levadizo. Ahora mismo estaba cerrado, y elfos armados guardaban las atalayas.

- "¡Salve! ¡Mi nombre es Haryon, hijo de Eoric! ¡Soy un viajero que busca un lugar donde descansar! - gritó el rohir.

El puente bajó lentamente, con un ruido sordo, nada estridente. Una pequeña compañía de ocho elfos salió del campamento. Cuatro armados con arcos, y cuatro con lanzas y espadas. Detrás de ellos, una bella criatura. Esbelta como un joven árbol. Su cabello rizado llenaba sus hombros de negra belleza. Sus ojos eran diamantes tallados por el tiempo. Su blanca piel parecía mezclarse con sus vestiduras, azul y plata. Se acercó al guerrero y le habló:

- "Salve viajero. Acabas de llegar a Peler Othlo, fuerte de guerra del clan de las Damas Oscuras. Tus ojos son fáciles de leer. Tu corazón no engaña. Puedes entrar, te habilitaremos una tienda para que puedas descansar"

Escoltado por la compañía, entraron en el campamento. Nunca había visto un lugar tan hermoso entre los destinados a la guerra. La elfa lo acompañó a una gran tienda que había sobre blando suelo verde.

- "Estos son tus aposentos Haryon, hijo de Eoric. Estás en tu casa" - dijo la hermosa criatura, y luego desapareció.

Haryon estaba maravillado con la cálida bienvenida. Es posible que fuera verdad lo que las dulces voces le dijeran en sueños. Dejó a Vaiwa en el exterior, acompañado de una gran montaña de heno fresco, que había sido depositado al lado de la tienda, antes de que él se diera cuenta. Entró en la tienda, y quedó de nuevo absorto. Era enorme, y en su interior alfombras de colores y mullidos cojines, proporcionaban un confort inimaginable. Cuencos de comida sólo vistos por él en Lothlorien, ocupaban una parte de la tienda.

Cenó con delectación, y en poco tiempo quedó dormido, acunado por las más dulces fragancias. Reparador fue su descanso, pues sus sueños eran amables y alegres, y su corazón quedó aliviado.