Hola¡¡¡ Bueno, ya terminé el capítulo, quedó pésimo pero de verdad que no lo he podido hacer mejor. Está sin corregir y lo hago corriendo porque no tengo tiempo, ya me voy a la camita. Mañana respondo a los reviews.

Espero que os guste.

Besos¡¡¡¡

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Capítulo 7: Ronald & Harry de Hogwarts

Ron paseaba por la habitación nervioso, mirando de soslayo la ventana y observando como la noche cubría con su espeso manto aquel misterioso bosque. Habían pasado horas, horas desde que Harry había partido rumbo al encuentro con Ginny y no había regresado ni tenía noticias de él ¿Los habrían atrapado? Un estremecimiento le recorrió el cuerpo solo de pensarlo, de imaginarse a Ginny encerrada con Harry en una fría celda de la fortaleza real, de verlos pálidos y temblando debido a las bajas temperaturas.

Sacudió la cabeza con rapidez intentando alejar aquellos pensamientos y se acercó a la chimenea, donde se puso a remover los troncos que ardían, sintiendo el calor hogareño que desprendían. Aquello lo hizo sumergirse en un sopor que lo adormeció, haciéndolo sentar en el suelo de madera.

- Tu amigo tonto no viene – dio un respingo cuando escuchó aquella voz a su espalda. Tardó en comprender que venía de su prisionera. Sonrió ante esa perspectiva: "Prisionera". Nunca había secuestrado a nadie tanto tiempo, pero la Princesita les traería el dinero suficiente para salvaguardar los gastos del torneo, y por muy altiva y caprichosa que fuera, tendría que soportarla para conseguir los cincuenta galeones.

La miró con sumo descaro, frunciendo el ceño al recordar cómo había llamado a Harry.

- No es tonto – fue lo único que se ocurrió responder después de quedarse absorto varios segundos viendo las llamas del fuego reflejados en los ojos castaños de la dama.

- A lo mejor se ha dado cuenta de que eres un fraude y te ha abandonado – chasqueó la lengua, divertida al ver la reacción que provocaba sus palabras en el pelirrojo – Al final va a ser más listo que tú y todo.

- ¿Eso es una burla?

- Vaya, al menos te enteras de algo – sonreía, la maldita niña sonreía, y él sintió un cosquilleo en el estómago al ver aquella sonrisa tal falsa y ácida. La odiaba, la odiaba con todas su alma. Pero algo dentro de él hacía que, en cierto modo, le tuviera... por decirlo de alguna manera, "algo" de respeto. Entrecerró los ojos, intentando analizarla.

- Eres distinta – dijo después de un largo silencio, mirándola con aquellos ojos tan azules mientras a sus espaldas crepitaba el fuego, haciendo que su cabello se viera más rojo aún. Hermione se vio desnuda ante aquélla revelación ¿Distinta? ¿Ella?

Te está mintiendo – se dijo – Tú ni lo escuches... aunque sea guapo, aunque esos ojos azules te miren como... como... como te están mirando ahora.

- No te entiendo – intentó evadir su mirada, interesándose de repente por el oscuro bosque que se veía desde la ventana de la estancia.

- Parecías orgullosa y altiva – se acercó a ella gateando y la observó otra vez, sonriendo divertido – Ahora tengo que añadir que tienes el cabello de burro – Hermione frunció el ceño y tensó los labios hasta volverlos blancos - ¿Nunca te han dicho que tienes el pelo feo?

- Eres un...¡¡¡¡ - Ron se puso en pie y le tapó la boca con su mano, chasqueando la lengua en señal reprobatoria.

-  Princesa mala, no se dicen palabras obscenas ¿no te enseñó tu querido erudito modales? – Se apartó de ella sonriendo, soltando de vez en cuando carcajadas.

Hermione lo miraba con furia contenida. Respiraba con dificultad y algo por dentro le quemaba ¿cómo se atrevía a hablar así de ella? Sabía que no era tan bonita como muchas otras damas de sociedad, pero su cabello... ¿Tan despeinado lo tenía?.

- Te matará – masculló entre diente, y Ron se paró a medio camino hacia la chimenea, volviendo a medias el rostro pecoso.

- ¿Perdón? No escuché a la Marquesa.

- QUE TE MATARÁ¡¡¡¡¡ MONSIEUR LUPIN TE MATARÁ¡¡¡¡ - al decir aquello Hermione se asustó tanto que su tono pasó a un pálido sepulcral en pocos segundos. El pelirrojo asentía satisfecho.

- Vaya, ya tenemos un nombre – amplió su sonrisa y Lady Hermione sintió un nudo en el pecho ¿cómo había caído en su trampa? Notó como una lágrima le caía por el rostro y la barbilla comenzó a temblarle por el intento de contener el llanto.

Ron se paseó alrededor de la chica regodeándose de que había tragado el anzuelo, ahora podría mandarle una carta a Harry diciéndole que se pusiera a buscar a ese Lupin enseguida. Abrió la puerta de la cabaña y silbó fuerte al infinito, haciendo que el sonido se amplificara varias veces en pocos segundos. Un momento más tarde una figura comenzó a acercarse por el aire. Era una lechuza blanca, que miraba a Ron de manera afectiva desde sus ojos ambarinos. El pelirrojo la dejó pasar a la casa y le habló como si de un niño pequeño se tratase.

- Busca a Harry y llévale la carta – se sentó en la mesa destartalada y con una letra desordenada garabateó unas palabras, atándole el pergamino a la pata – No tardes en regresar con la respuesta, Hedwig – le dijo en un susurro, y la lechuza le pellizcó cariñosamente un dedo antes de partir.

La vio alejarse hasta perderse en la profundidad del bosque y cerró la puerta tras de sí, frotándose las manos al ver que todo salía como lo habían planeado. Después de todo la Damita había hablado, a regañadientes y con trampas, pero lo consiguió y eso es lo que contaba en esos momentos, ahora solo... Pero al ahora se convirtió en una mueca de espanto cuando vio que la morena derramaba silenciosamente unas lágrimas por el rostro.

- Ah no¡¡¡ – la señalaba con el dedo, amenazante – Ah no¡¡¡ No puedes hacerme esto¡¡¡

Ella lo miraba desde su silla, maniatada y con el traje manchado, mientras la barbilla le temblaba y hacía un puchero, notando las lágrimas caer sin dominio alguno sobre ellas.

- Yo te... te dije... el... el nombre... soy... – Hermione rompió en un estruendoso llanto, haciendo que Ron se pusiera de los nervios.

Odiaba ver a una chica llorar, era lo que más odiaba en el mundo, y "eso" era una chica, de hecho una chica demasiado bonita como para verla o hacerla llorar. Se maldijo una y mil veces, dando vueltas alrededor de la silla donde ella estaba atada, mirándola espantado.

Algo en el estómago le hizo tomar conciencia de la situación, sintiéndose miserable al ver que ella lloraba porque él le había tendido una trampa.

- No te pongas así¡¡¡¡ - dijo a la desesperada – Para¡¡¡ Alto¡¡¡ - tenía las manos extendidas, y la miraba nervioso, pasando sus ojos por toda la habitación, buscando algo que hiciera que dejase de llorar.

Vio de repente un libro que Harry estaba leyendo en lo alto de una repisa y lo cogió apresuradamente, abriéndolo por una página que tenía un hermoso grabado de un castillo.

- Mira¡¡¡ Un libro¡¡¡ - se lo enseñó aparentando alegría – Puedo leerte si quieres un poq...

Y antes de terminar la frase comprendió que no era tan buena idea después de todo, pues la morena había comenzado a llorar más aún, casi desconsoladamente

Piensa Ron... piensa, piensa, piensa¡¡¡¡

De repente se le encendió una luz en interior (una bombilla no, en ese tiempo no había bombillas). Se acercó a Hermione y sacó una hermosa daga del pantalón. Hermione lo miró espantada, callando inmediatamente y pasando del pálido a un verde que preocupaba bastante al pelirrojo.

Me mata – decía la chica llena de terror – Me va a matar...

Pero lejos de asesinarla Ron cortó las cuerdas que la ataban. Hermione lo miró detenidamente, impresionada por la acción del ladrón. El pelirrojo puso la daga en la mesa y cogió las manos de la chica, mirando el interior de las muñecas.

- Tienes heridas por las cuerdas – bajo sus pecas podía verse una débil sonrisa – Después de todo eres una guerrera ¿eh?.

Hermione no dijo nada, solo miraba a Ron e intentaba comprender el por qué de su nueva actitud. El chico cogió la daga y se la llevó a una habitación, mientras la morena intentaba vislumbrar algo del interior en penumbra de la estancia en la que se había metido, sentada aún en la silla del saloncito. Al salir de la estancia oscura y misteriosa llevaba entre sus manos una caja que había cambiado por el arma afilada. Se arrodilló frente a la chica, poniendo la cajita en el suelo con sumo cuidado.

Al abrirla, Hermione pudo identificar diferentes ungüentos y aceites mezclados con vendas y gasas. Ron eligió uno que era transparente con reflejos plateados y lo derramó en una pequeña gasa. Al empaparse la tela el líquido se volvió totalmente plateado, reflejando el rostro del chico y algunas partes de la cabaña. Cogió con suavidad una de las muñecas de Hermione y untó el mejunje con delicadeza.

A Hermione le ardía aquel aceite y soltó un pequeño "ay¡¡". Ron la miró desde abajo, con esa mirada azul tan profunda. Ahora no parecía tan tonto después de todo.

- Eres una niña quejica – Habló casi en un susurro, como un padre riñe cariñosamente a su hija. Su tono era sereno, no había en él ni una pizca de esa brutalidad que la morena había experimentado en carne propia horas atrás ¿Dónde quedaba ese ladronzuelo torpe y sin sentido común? Había desaparecido por sorpresa, de la misma forma que había aparecido ésta nueva personalidad oculta del chico.

Hermione estaba tan ensimismada en sus propios pensamientos que no e había percatado de que Ron llevaba ya un buen rato observándola, arrodillado en el piso, sus manos unidas a las de la chica y sus pecas saltarinas dándole un aspecto travieso y rebelde.

- Ya no lloras – Fue lo primero que dijo el pelirrojo, y como un acto reflejo Hermione se palpó su rostro, notando aún las mejillas húmedas, pero de sus ojos no caían lágrimas.

Miró de nuevo al chico, clavando sus ojos marrones en él, adentro, muy adentro, tanto que a Ron le dio miedo de que pudiese ver lo que en aquellos momentos estaba sintiendo. Idas y venidas de sentimientos ocultos, sentimientos que vieron un poco la luz cuando notó que la chica lloraba. Observó detenidamente las llagas formadas en sus muñecas, regañándose por ser tan bruto con ella.

- ¿Te duele? – le preguntó y ella negó lentamente con la cabeza, con el rostro pálido, reflejo de lo que había pasado. Envolvió el puño de su camisa blanca a la mano y le restregó el rostro con la tela para quitarle los restos de lágrimas. Hermione observaba todo en silencio, respirando pausadamente, intentando averiguar si eso era un sueño o realidad.

Al pasar la tela por la comisura de los labios Hermione entreabrió la boca, y Ron se fijó por primera vez en sus labios carnosos y suaves, en que no tenía el pelo de burro y que debajo de aquel orgullo podía esconderse alguien más profunda que todo aquel lujo que la rodeaba. De repente se vio desnudo ante ella, desnudo frente a aquella dama que conocía de apenas unas horas. Algo se apoderó de su ser, algo relacionado con Hermione, sentimientos que se entremezclaban produciendo una química extraña, y tal vez el nombre de la química podría ser cariño.

- ¿Qui... Quieres cenar? – se levantó de un salto, evitando mirarla, prohibiéndose a sí mismo sentir algo por ella.

Hermione asintió levemente, aún sin poder pronunciar palabra, aunque deseaba formular más de una pregunta, pero los movimientos de Ron acaparaba toda su atención.

- Puedes dormir en la cama de Harry, él no vendrá ésta noche – abrió la puerta de un pequeño armario y de su interior sacó una cesta llena de manzanas.

- ¿No me vas a atar? – el pelirrojo puso la cesta en la mesa y se encogió de hombros.

- Viniste con los ojos vendados, no conoces el camino y mucho menos el bosque – hizo una pausa y añadió – No puedes escapar.

- ¿Y si intento matarte? – Sus ojos azules se fijaron en ella como si fuera la primera vez, su rostro permanecía serio y mechones rojos le ocultaban parte de la frente.

- ¿Crees que serías capaz de matarme? – Un silenció denso inundó la cabaña, tiempo en el que ambos se observaron detenidamente. ¿Lo Haría? Sólo el imaginarse la daga que había visto con anterioridad clavada en el pecho del pelirrojo la hacía estremecer, pero... ¿Por qué? ¿Por qué esa angustia al imaginárselo... muerto? ¿Sería que...?

- Voy a tomar el aire – dijo de repente el pelirrojo, y le hizo una seña a la cesta en dirección a Hermione – Come, debes de estar hambrienta.

Y dicho esto cerró la puerta, dejando a Hermione inundada de un sentimiento incomprensible para ella aún...

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Frente a ella tenía a un chico rubio, de rostro pálido y afilado con mirada gris tan penetrante, que a Ginny le hizo temblar de la cabeza a los pies. No esperaba encontrarse al Príncipe paseando en mitad de la noche por un camino completamente desierto en el que podía ser perfectamente pasto de los ladrones. Estaba muy confundida para pensar... demasiado confundida.

Harry por su parte miraba la escena incrédulo, con una ira que nacía de un lugar inhóspito y que recorría todo su cuerpo, haciendo que la sangre bombeara con fuerza y una vena de la sien palpitara con rapidez. No conocía al Príncipe Draco de nada, de hecho solo lo había visto un par de veces, pero desde el primer momento había sentido un odio indescriptible, de tal envergadura que sobrepasaba con creces todo lo que había sentido hasta ahora. Y el que ahora estuviera tonteando de aquella manera tan poco sutil con Ginny no lo hacía más agradable a sus ojos. De hecho hizo el intento de salir de los matorrales, pero una mirada de la pelirroja lo echó para atrás.

- Sois hermosa – Draco le cogía el rostro y la observaba desde todos los ángulos. Ginny se desprendió amablemente de su mano, que estaba fría como el hielo, y se apartó lentamente de él. El Príncipe la miró suspicaz - ¿Qué hacéis sola en la noche? Estos lugares son peligrosos para una dama como vos – la miró de arriba abajo, con un descaro que hizo que Harry soltara un bufido de entre los matorrales.

- Daba un paseo por los terrenos del Conde Flitwick – paseaba nerviosa, intentando que su mente funcionase a la velocidad del rayo – Mi caballo se desbocó y cuando pude pararlo me encontré aquí – alzó las manos y giró en redondo, sonriendo al caballero.

- El castillo de Flitwick queda lejos... – Ginny no dijo nada, aparentando la dulzura de la que todo supuesto hombre la creía dueña, aunque odiaba especialmente que la miraran del modo en que lo estaba haciendo el futuro Rey de Hogwarts. Sus ojos grises dejaban traspasar una incredulidad que no podía permitirse.

Se dejó caer en el camino, hundiendo sus rostro entre sus manos e imitando que lloraba desconsoladamente, como siempre hacía Lady McGonagall cuando su madre no la dejaba comer más emparedados en las meriendas de la nobleza. Como se había imaginado, el Príncipe Draco se arrodilló a su lado y la protegió con uno de sus brazos, mientras que Harry, desde su escondite, hundía las uñas en la hierba, llevándose con ello trozo de tierra y hierba.

Eso no se toca – se decía, como si el caballero pudiera oírle – Ella es mía... tú... tú...

Pero en un momento de lucidez se comparó a él con el Príncipe. Su pelo alborotado no se asemejaba en nada al peinado y rubio de Draco, ni sus ropajes eran tan exquisitos como los que él poseía. Por mucho que amara a Ginny, no podría darle todo ese lujo al que había sido acostumbrada desde que huyó de Hogwarts. Él era pobre. Un ladrón, un ladrón que no poseía nada más que una cabaña y una lechuza blanca.

- Mi castillo está cerca – dijo de repente Draco, en tono tranquilizador – Desde allí podremos avisar a tu señora para que manden a alguien a recogerte.

Harry vio como Ginny asentía, sollozando débilmente. Se levantó y montó en el caballo, echando por último un pequeño vistazo al lugar donde se escondía Harry. Sus miradas se encontraron y el chico pudo ver como los labios de la pelirroja pronunciaban un silencioso "Te quiero" antes de cabalgar tras el Príncipe Draco.

Los vio alejarse un buen trecho, hasta perderlos completamente de vista, fue entonces cuando se dio cuenta de que a su lado estaba Hedwig, su lechuza blanca, que traía una carta atada a una pata.

El erudito se llama Monsieur Lupin, descubre quién es en Hogsmeade y pide el rescate. Regresa mañana por la mañana pero manda a Hedwig con la respuesta

                                                                   Ron

Sacó una pluma de uno de los bolsillos y escribió con brevedad la respuesta. Luego acarició a Hedwig con dulzura y vio como la lechuza emprendía el vuelo, convirtiéndose en segundos en una pequeña mota blanca en el cielo estrellado. Miró el sendero que tenía frente a él y suspiró con pesadumbre.

- Si quieres saber de alguien – decía en voz alta para la noche – Lo mejor es ir a hablar con las cortesanas de las Tres Escobas.

Y guardando el pergamino con el linaje noble de Ron, se encaminó hacia Hogmeade.