Bueno, de nuevo con vosotros, sé que me he tardado, mil perdones, pero entre que no tengo internet, y ahora ando liada porque las cosas del amor andan bien (¡por fin!) pues ya veis, por primera vez me siento feliz y me olvidé un poquillo de escribir ^^. No me matéis...

Éste capítulo va dedicado a Meiko y a Jorge, que lo quiero mucho. Ahora leed. Recordad que si me matáis el fic no tiene continuación ¿ok? (Dato importante) Y ya de antemano pediros disculpas por la tardanza y por el capítulo, que en mi opinión lo veo nefasto, pero sino publicaba ya Meiko me iba a matar ^_^. ¡BESOS!

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Ronald & Harry de Hogwarts: Capítulo 9

Cabalgaban por el sendero de arenisca, dejando a su paso las huellas en forma de herraduras de ambos caballos. Ginny iba envuelta en su capa, y de vez en cuando notaba como su cuerpo se estremecía, sin saber a ciencia cierta si se trataba por el frío o por la imponente compañía. Encontrarse al mismísimo Príncipe de Hogwarts cuando estaba con Harry no le había hecho ninguna gracia, pero ahora tenía que acarrear con las consecuencias, sobre todo sabiendo que el amigo de su hermano corría peligro debido a su busca y captura.

- Vais muy callada – habló por primera vez el Príncipe, con esa arrogancia tan característica en la nobleza impregnada en cada palabra, cada movimiento y cada mirada. Ginny lo observó desde su posición, tal y como le habían enseñado: humilde y obediente, como si él fuera el dios del universo. Y en cierto modo así era. Un Dios bastante guapo, por cierto...

- Solo pensaba en... si vos no me hubierais encontrado yo... yo... – imitó a la perfección el papel de mujer afligida; era mejor parecer tonta y ser inteligente, que luego creerte inteligente y no serlo. Y la pelirroja sabía de eso demasiado. El chico sonrió con superioridad, acercando más su caballo al de la muchacha. Una mano enguantada rozó el cuello de la dama, y Ginny notó como le apartaban el cabello largo y rojo para que su piel, blanca y pecosa, quedara descubierta.

- Sois tan hermosa... – los ojos grises no miraban al frente, sino el rostro moteado de la muchacha, que permanecía tranquilo como una mañana fría y llena de rocío.

No podía apartar la mirada de ella, de esa joven misteriosa que ni era noble ni era nada. Nunca Draco Malfoy se había sentido de ese modo. ¿Por qué ella? ¿por qué ahora?. Dentro de él, en su cuerpo, crecía un arrebato extraño, algo que hacía que su corazón golpeara con fuerza en sus oídos. Era algo que tenía ella, algo que esa dama poseía y no tenía otra. Ni siquiera una joven de sangre real... solo esa dama de cabello tan rojo como el mismo fuego.

Ginny por su parte permanecía intranquila. No le gustaba que el futuro Rey la tratara así, como si lo único que valiera en esa vida fuera su belleza. Pero estaba acostumbrada a que eso fuera uno de los factores que predominaban entre los matrimonios de las altas noblezas europeas.

Eso... y una buena dote.

El dinero siempre se había tenido en cuenta, y sobre todo cuando una familia estaba arruinada y necesitaba tierras para aparentar una riqueza que no poseían. Así podía acabar una joven de veinte años casada con un viejo que le doblara la edad solo porque así tendría medio país en tierras de cultivo.

Observó el cabello rubio del Príncipe, su porte elegante y altanero y aquellos ojos grises que ya no la observaban y parecían dos luceros en la noche.

"Es muy atractivo... quizá demasiado para que alguna dama de alta alcurnia  pudiera resistirse a sus encantos. Y él lo sabe"

En esos instantes le vino a la cabeza la imagen de su señora, Lady McGonagall, y la cara de espanto que pondría al descubrir que el Heredero de Hogwarts había "rescatado" a su Dama de Compañía del bosque más peligroso de todo el Reino. Se imaginó a la joven viniendo a todo correr al castillo del Rey con sus mejores galas, muy peinada y la cara sumamente maquillada hasta llegar a lo ridículo. No pudo contener una risita divertida, que le resultó difícil de ocultar por la sospechosa tos que le entró repentinamente.

- Vaya... parece que mi presencia os causa gracia – dijo el Príncipe con la cejas alzadas, no dando crédito a lo que estaba ocurriendo.

Nadie en su presencia había osado a reírse, es más, toda joven que conocía había permanecido embelesada mirándole y con las mejillas tornadas en rosadas ¿por qué ella no estaba así?¿por qué se veía tan desenvuelta con él, que era el heredero de ese vasto Imperio?

La muchacha pelirroja rió ya sin esconder su sonrisa, y Draco descubrió que le encantaba. Sonaba como si cien campanillas de cristal tintinearan al unísono, y se sintió afortunado de estar allí solo con ella, en un bosque oscuro donde nadie pudiera ver que el Príncipe fuerte y orgulloso, Draco Malfoy, era vencido por una risa de cristal.

- Pensaba en mi Señora, Mi señor – susurró Ginny, conteniendo la risa para poder hablar sin entrecortar las palabras – Estoy segura de que estará feliz de venir a recogerme a su castillo...

Draco levantó la barbilla, y fue él quien rió esta vez. Una risa queda, que a Ginny le sonó desprovista de humor.

- Usted, Madmoiselle, es una descarada – la pelirroja arrugó la nariz, y Draco descubrió, con satisfacción, que de esa forma se multiplicaban las pecas en su rostro pálido y juvenil – No me mire de ese modo, sino me veré obligado a besarla.

- Y yo me veré obligada a oponer resistencia – repuso Ginny, alzando la barbilla y desafiando al mismo Príncipe. Draco la miró incrédulo, pero comprobó que hablaba en serio. ¿Desde cuando una mujer se le rebelaba?

- Nadie desafía al Rey. – respondió tan fríamente como le permitieron los ojos oscuros como dagas de Ginny, fijos en él ¿por qué le infundía tanto respeto esa dama?

- Vos no sois Rey aún – aquello hizo que las mandíbulas de Draco se apretaran con tanta fuerza que juraría sus dientes rechinaron. Entonces todo sucedió con rapidez. Su caballo se alzó en las patas traseras, y el pelaje negro con reflejos azulados se vio hermoso bajo la luz de la luna, que aparecía tras unas nubes que anunciaban tormenta. Golpeó el suelo de arena con fuerza, levantando polvareda, y el caballo negro de Ginny, a su lado y nervioso, se removió de tal manera que la joven acabó cayendo al camino de arenisca.

- ¿Qué demonios...? – pero la pelirroja no tuvo tiempo de maldecir, porque sintió que una fuerza extraña la alzaba hasta ponerla en pie. Le dolía la mayoría de los huesos, y al levantar la vista aturdida y observar aquellos ojos grises, tan fríos como dos lagunas en invierno, se estremeció bajo su vestido oscuro y su capa.

Intentó zafarse, pero Draco la sujetaba con tanta fuerza y estaba tan dolorida por la caída de su caballo que aún no había recobrado todas sus energías como para plantarle batalla. Notó la mano enguantada en su cuello, y la piel se le erizó hasta tal extremo que pensó que le habían tirado un cubo de agua fría.

Con un movimiento brusco Draco la acercó a él... y la besó.

Eran unos labios fríos, y mostraban toda la rabia y fuerza de la que hacía gala el heredero. Por mucho que intentara separarse no lo consiguió, pues el Príncipe la tenía bien asida por la nuca y Ginny dudó, después de aquello, que hubiera intentado de algún modo desasirse de aquel beso.

Cuando se separaron ambos parecían aturdidos. Los ojos de Draco mostraban rabia e indignación, pero seguridad. Ginny en cambio tenía la respiración agitada, la cara más pálida de lo normal y juraría que la sangre de sus venas se había helado dentro de ella.

- Nadie desafía al Rey – susurró él contra los labios de la joven, y Ginny lo miró por unos instantes, el tiempo justo y necesario para plantarle un sonoro bofetón en la cara.

- Tampoco nadie desafía a Virginia Weasley – espetó, limpiando con el dorso del escotado vestido sus labios suaves y carnosos.

Draco entreabrió la boca a la vez que se abalanzaba de nuevo hacia Ginny, que permanecía sujeta por un brazo, pero cuando iba a responder se paró en seco. Unos soldados con lanzas, espadas y arcos aparecieron entre la oscuridad de la noche. Ginny se sobresaltó, pero el Príncipe no parecía contrariado.

- ¡¡Abrid las puertas del Castillo!! – gritó uno de ellos, que tenía unas cintas verdes y plata alrededor de su armadura - ¡¡El Príncipe ha vuelto!!

Ginny sintió como la fuerza en su brazo disminuía y Draco anduvo delante de ella en dirección a una gran fortaleza de piedra que se alzaba imponente a mitad del camino. Era un castillo de piedra ruda y oscura, donde ondeaba una gran bandera verde y plata con una serpiente plateada y una H del mismo color.

En cuanto el Príncipe puso un pie en el interior del castillo, todo su poder se hizo perceptible. Un hombre bajito y regordete salió de entre las enormes puertas que daban paso a la fortaleza amurallada. El cabello castaño escaseaba en su cabeza y sudaba de manera excesiva. Dio pequeños saltitos, retorciéndose las manos nervioso, hasta llegar a la figura imponente y elegante de Draco, que ni siquiera lo miró.

- Bu-buenas no-noches, Príncipe ¿qué tal su paseo? – el muchacho no contestó, solo señaló a Ginny con la barbilla mientras se quitaba los guantes y la capa oscura con broches de plata y se la daba al hombrecito, que temblaba insistentemente.

- Se llama Virginia Weasley, es la Dama de compañía de Lady McGonagall, sobrina del Conde Flitwick – el hombrecillo miraba con sus ojos llorosos a la muchacha, que permaneció callada, aún contrariada por la actitud de Draco con ella – Mandar a un emisario para que vengan a recogerla.

- ¿A- ahora, M-mi Señor? – Draco lo fulminó con sus ojos claros.

- ¿No me entendiste? –  le espetó con furia contenida. El sirviente dio un saltito y asintió con rapidez, siguiendo con sus ojos redondos y pequeños los andares de Draco, que se dirigía hacia el castillo alto y robusto. Luego volvió su mirada llorosa a Ginny, que había permanecido en el mismo sitio. De repente aquel hombrecito dejó de temblar, y el sudor no se hizo apenas perceptible, decididamente el Príncipe le imponía demasiado respeto.

- Bueno, Bienvenida al Castillo del Rey – le dijo amablemente, tendiendo la mano para coger la capa que la pelirroja comenzaba a quitarse – Me llamo Sir Peter Petigrew, y soy caballero de Hogwarts.

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Harry no tardó en dar con el majestuoso castillo llamado Zollverein. Como le había comentado Luna, la fortaleza se encontraba en las afueras de Hogsmeade, enfrente del hermoso lago que bañaba las tierras de Hogwarts y en el que, según contaban los rumores, habitaba un calamar gigante.

Cuando Harry llegó a la majestuosa entrada, presidida por un hermoso jardín, un sirviente de aspecto ajado se acercó a él. Tenía el cabello largo y graso, encanecido por algunos lados y entre sus manos portaba una vela larga y fina que dejaba ver, entre penumbras, su rostro blanco y huesudo, donde dos ojos fantasmagóricos observaban  la figura del ladrón acercársele. Miró a Harry de hito en hito, desde sus botas embarradas hasta su capa de viaje. Al finalizar hizo un mohín de disgusto con su nariz ganchuda.

- ¿Deseaba ver a alguien el Señor? – la voz chillona resonó en la tranquilidad de la noche, haciendo que los oídos de Harry zumbaran a causa de la hidromiel y las cervezas de mantequilla. Se llevó una mano a su cabello negro, dándose fuerzas para poder mentir con tanta facilidad como le era posible a su amigo Ron.

- Buscaba a Monsieur Remus Lupin – dijo decidido, sacudiendo, sin necesitarlo en absoluto, los cuellos de su capa. La verdad es que la hidromiel le daba unas fuerzas increíbles, se admiró.

- El Señor Lupin está descansando – movió la cabeza de un lado a otro el sirviente, ceñudo y con aspecto de pocos amigos. Observó de nuevo sus botas embarradas, y le sonrió con suficiencia – Si desea dejarle algún mensaje...

- Dígale que la Dama se encuentra en buen estado – Harry, que no había dejado de sacudirse en vano su capa, levantó los ojos verdes, y vio con gran sorpresa que la petulancia del hombre había dado paso a una cara de desconcierto. La barbilla del anciano tembló –  Por cincuenta galeones mañana en la noche descansará en la recámara de su... – miró alrededor, sonriendo aún – de su casita. Claro, si él quiere cooperar...

El ladrón se giró, echando a andar hacia la puerta, sin esperar respuesta y dejando al sirviente en un estado de shock. Alzó, de camino a la puerta de entrada, su mano derecha a la altura del pecho, y comenzó a contar.

Uno, dos, tres, cuat...

- ¡¡Espere!!

"Lo sabía", se dijo Harry, triunfante.

El anciano venía trotando hacia el joven, que tenía las cejas en alzas. Respiró agitadamente antes de hablar de nuevo:

– El Señor lo recibirá... ahora mismo... por favor... acompáñeme.

Las puertas de roble macizo del castillo se abrieron de par en par, dejando ver una estancia rectangular, iluminada por antorchas altas dispuestas de tal manera que quedara cualquier rincón en penumbra sin llegar a la oscuridad. En el centro, una alfombra presidía el lugar, con una mesa fabricada del mismo material que las puertas. En ella, con letras doradas, pudo leer nombres alrededor de un hermoso fénix dibujado en el centro de la tabla.

"Peter, Remus, Sirius & James. Por Hogwarts. Por el Bien".

- Quédese aquí, voy a avisar al amo – el sirviente desapareció por unas escaleras de piedra pulida y blanca, dejando a Harry solo en el lugar.

Intentaba fijarse en la decoración de la estancia, en sus cuadros y sus cortinajes, pero esa mesa... había algo... ¿de qué le sonaban todos esos nombres? Claro, Remus era el erudito que acompañaba a la dama, pero Sirius, y James.

- James – repitió en alto Harry, pasando sus dedos por la mesa maciza. Fijó sus ojos verdes en el fénix, y si supiera que era imposible habría jurado que el ave se había movido unos centímetros hacia el nombre que había mencionado en alto.

Una puerta se abrió a sus espaldas, y Harry se giró tan bruscamente que el cuello le dio un tirón. Ante él estaba el hombre de ojos dorados. Vestía una camisa oscura y unos pantalones negros gastados. Su figura, en penumbra, tenía un porte distinguido y elegante, muy alejando a lo que estaba acostumbrado Harry. Anduvo unos pasos en dirección al ladrón, parándose bajo el halo de luz que dejaba una de las antorchas.

- Así que tu eres el que tiene a Hermione – Sus ojos dorados brillaron y Harry tragó saliva con dificultad.

- Cincuenta galeones – el erudito alzó unas cejas perfectas y un mechón castaño le cayó a la frente – Esa es la cantidad que pedimos por ella.

- ¿Pedimos? – asintió levemente, con la boca entreabierta – Ah si...que sois más.

- Exacto – de repente Harry sintió una ganas tremendas de preguntarle al misterioso Remus Lupin por la mesa y aquel fénix que parecía mágico, pero el sentido común le contuvo ¿quién iba a creer la historia de un pobre ladrón?.

Lupin se acercó a la mesa, pasándole un dedo por la base, entonces Harry vio, maravillado, como el fénix movía sus alas y su cabeza en dirección al nombre grabado en dorado de Remus Lupin. El erudito sonrió, pero cuando miró a Harry su aspecto bonachón cambió por completo para dar paso a uno más cruel.

- Mañana a la medianoche en el camino que va al puerto. Allí haremos el trueque – entrecerró sus ojos – Si le hacéis daño os mataré.

- Tranquilo, todos saldremos beneficiados en el trato – dijo el ladrón tranquilamente, pero la sacudida de su estómago le advirtió que aquel hombre hablaba en serio. La estancia se iluminó con un destello plateado, y al mirar por uno de los ventanales del lugar, Harry pudo comprobar que una tormenta había estallado.

- Maldita sea – masculló, apoyándose distraídamente en la mesa de madera maciza.

Entonces se escuchó en la habitación algo más que el ruido de la tormenta. Era un canto, un canto triste y hermoso. Harry miró al erudito, que lo observaba con sus ojos dorados muy abiertos.

Ambos tenían una de sus manos apoyadas en la mesa, y el fénix de la madera batía las alas y abría el pico, de donde salía aquel canto que inundaba la estancia. Una luz cegadora salió de la mesa y ambos hombres tuvieron que cerrar los ojos para no quedar cegados por el resplandor. La luz se fue apagando poco a poco, y sin tiempo de decir nada, Harry se vio sujeto por el erudito.

- ¡¡Cómo hiciste eso!! – lo zarandeó violentamente, Harry aún estaba confuso por lo sucedido - ¿¡Quién te enseñó el secreto!?

Remus acercó al ladrón a su rostro, y entonces su cara y sus ojos se contorsionaron en una mueca de pánico. Con la luz de la antorcha cercana, aquella figura que había permanecido todo el tiempo en penumbra cobraba rasgos ahora apreciables. Tenía el cabello alborotado, los ojos de un verde brillante... y una cicatriz en forma de rayo en la frente. Una cicatriz que Remus había visto años atrás en alguien...

- ¿Harry?

En las escaleras sonaron pasos rápidos, y pronto el hombre pálido y de melena grasienta apareció con otros dos sirvientes más.

- ¿¿¡¡Señor qué ha sido eso!!?? – Remus giró para ver al hombre, y ese fue el momento oportuno para que Harry se zafara y echara a correr, abriendo las puertas de la entrada de par en par y perdiéndose en la oscuridad de la tormenta. Lupin lo vio alejarse, aún con los ojos dorados desorbitados y la respiración agitada. Sentía las gotas de lluvia en su rostro, y una mano huesuda que le apretaba con delicadeza su hombro.

- Oímos un ruido Monsieur, y nos asustamos... ¿Qué ha ocurrido? – Remus Lupin sonrió, las gotas de lluvia resbalaban por su rostro y la camisa oscura se le pegaba en algunas partes a la piel.

- Hoy el fénix despertó, Robert – miró al sirviente, aún con la sonrisa en su boca – La estirpe de los Reyes del pasado están llamados a reinar de nuevo. Hogwarts se salvará... y un verdadero Rey gobernará.

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Hermione permanecía en el suelo, con el traje manchado y el corazón bombeando sangre a toda velocidad. Aquel misterioso Merrick acababa de desaparecer, pero la sombra de lo que dijo quedaba aún presente en ellos. Ron la observaba desde sus ojos azules, tan fijos en ella que sentía un escalofrío extraño. El chico le volvió a tender la mano, parpadeando varias veces. Hermione lo observó con un aire mezcla de incredulidad y escepticismo.

- No pensarás que voy a aceptar tu mano ¿verdad? – preguntó la muchacha. Pero Ron solo se encogió de hombros, indiferente en apariencia.

- Tranquila, estoy seguro de que no eres mi alma gemela, así que no seas tan infantil y dame la mano.

- ¡No soy infantil! – repuso la muchacha airada, tendiéndole la mano de nuevo al ladrón con rabia e indignación, que la ayudó a ponerse en pie sin apenas dificultad.

Hermione observó sus manos un momento, apartándola después como si quemara el tener la piel de Ron rozando la suya. La verdad es que se había creído por un momento el cuento del leprechaun, pero ahora se había demostrado que todo era mentira, y que ellos no podían ser entonces alma gemelas ¿y por qué se sentía tan mal pensando en ello?.

Observó a Ron, que tenía su mirada fija en el lago, ¿cómo podía estar tan tranquilo después de lo que había dicho Merrick?¿Y cómo demonios estaba tan seguro de que ella no era su alma gemela? Soltó un bufido de indignación, sacudiéndose con fuerza los bajos del vestido.

- Pues... no creas que yo... me creí... lo que ese...ese enano dijo – se cruzó de brazos con arrogancia, esperando que el chico respondiera, pero él mantenía su silencio. Hermione tomó aire y continuó - Jamás me fijaría en alguien como tú.

- Oh, y tu te crees la Reina de la Belleza ¿no? – le replicó el ladrón girándose con rapidez para quedar frente a frente de la muchacha, observando desde su pelo revuelto hasta su vestido ajado. La verdad es que era linda, pero claro, a lo mejor se veía linda por el entorno, o por el reflejo de las placas del lago o... por esos ojos marrones tan hermosos, que brillaban ahora por la indignación bajo la luz del lago y la oscuridad del cielo.

- ¡TE ODIO! – le gritó Hermione, sintiendo un nudo en la garganta que le indicaba que estaba a punto de llorar. Pero no iba a hacerlo, no delante de él, ni tampoco por él. Ni porque no fuera su alma gemela...¿qué le importaba a ella?

Plop. De repente sintió algo frío correrle por la mejilla. Se palpó el rostro ¿una lágrima? Plop. Sintió otra gota en su cara, y otra, y otra... estaba lloviendo.

Ron permanecía en su sitio, viendo caer las gotas de lluvia sobre Hermione. El cabello castaño se le estaba humedeciendo y la capa comenzaba a pegársele al cuerpo. Un rayo rompió en el cielo, y la luz plateada lo iluminó. Hermione se sobresaltó y gritó como años atrás Ron había escuchado hacer a Ginny, cuando ella temía los días de tormenta. Se acercó a la muchacha, que observó espantada como el ladrón la sujetaba con firmeza por la muñeca y la zarandeaba para que le prestara atención.

- ¡Hay que llegar a la cabaña! – el flequillo rojo se le pegaba en la frente y sus ojos azules relampagueaban igual que los rayos en la noche. Lo tenía tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo, de su piel y de su mano sujetándole la muñeca. Un  nuevo rayo surcó la noche y Hermione se acercó más a Ron, buscando refugio.

- ¡La cabaña está muy lejos, no... no podremos llegar! – estaba asustada, en Francia los rayos no eran frecuentes y cuando los había siempre permanecía acompañada por Monsieur Lupin o por su madre, y sobre todo nunca había estado bajo la tormenta en medio de un bosque que ni siquiera conocía. El pánico se apoderó de ella y sin saber por qué rompió a llorar.

- ¡No llores! ¡Todo va a salir bien! – le gritó Ron bajo la lluvia, alzando la voz debido a que la tormenta iba en aumento. La chica continuaba llorando - ¡Hermione! Todo... todo va a salir bien ¿vale?

Hermione lo miró a los ojos como si fueran dos desconocidos, o como si quizá se conocieran tanto que ya no hubiese ningún secreto entre ellos. Latían al unísono, respiraban acompasados... y le había llamado por su nombre. De repente se sintió tonta por estar llorando, por no creer en lo que Ron le decía, en sus ojos azules y en su experiencia de años viviendo en el bosque. En ese momento se vio pequeña: una noble pequeña frente al gran ladrón.

Cuando Ron vio que había dejado de llorar la arrastró por los matorrales que los adentraban en el interior del Bosque Prohibido. La lluvia dificultaba al máximo la visión y más de una vez estuvieron a punto de resbalar debido al barro que se había formado por los senderos. Los ramajes se enganchaban en la capa raída de Hermione, y a pesar de que casi la arrastraba, la muchacha no se quejó en ningún momento de lo que estaba ocurriendo, cosa que Ron agradeció fervientemente. Cuando un nuevo rayo rasgaba el cielo, el chico sentía como Hermione se tensaba a sus espaldas, y cuando se giraba para ver su estado la veía observando el cielo, con el labio inferior entre sus dientes y temblando bajo la capa mojada y raída.

El camino de regreso fue más largo que el de ida, y cuando entre la cortina de agua divisaron la cabaña ninguno de los dos se lo podía creer. Intentaron aligerar el paso, pero a pocos metros de la puerta Hermione tropezó y cayó en un charco de barro.

- ¡Venga, levántate! – le gritaba Ron, pero Hermione solo negaba con la cabeza una y otra vez, dando a entender que aquel había sido su último paso. Un nuevo rayo iluminó el cielo de nubes encapotadas, y fue a caer enfrente de ellos, a pocos metros de donde estaban. Hermione gritó, y Ron, sacando fuerzas de quién sabe dónde, se metió en el charco de barro para cargar a la muchacha en brazos y llegar pronto a  la casa.

Cuando el pelirrojo cerró la puerta tras de sí, apoyándose en ella aún con la muchacha en brazos, sintió que una oleada de alivio le recorría todo el cuerpo. La chimenea permanecía aún encendida, y en la mesa de madera gastada una manzana mordisqueada descansaba con la luz brillando en su cáscara roja, y Hedwig dormitaba en su jaula con un ratón muerto entre las zarpas.

Y fue entonces, viéndose a salvo de la tormenta, cuando Ron se percató de lo entumecido que tenía los brazos y las piernas, de que tenía frió y el barro goteante había formado un pequeño charco a sus pies. Y sintió unos brazos finos y frágiles enlazados a su cuello, y una melena castaña que aún tenía aroma de mujer. Y la tela mojada de su vestido, y el calor de su cuerpo bajo las telas de terciopelo.

Su corazón se sacudió tan fuerte en su pecho que le hizo pensar en que Hermione lo había escuchado, pero la chica permanecía como muerta en sus brazos, con el rostro hundido entre el cuello y el hombro de Ron. Respiraba tranquilamente, y de nuevo el ladrón se sintió blandito, muy blandito. Y aquello le aterrorizó.

- Eh, Princesa, - susurró bajito, escuchando por primera vez el crujir de la madera quemándose en la chimenea – Eh, estamos en casa.

Pero Hermione no parecía dispuesta a levantar el rostro de su hueco. Ron la sacudió con delicadeza, tal vez se había desmayado.

- ¿Te... te encuentras bien? – obtuvo un silencio por respuesta. De repente se sintió nervioso ¿y si le había pasado algo al caer al charco?¿Y si era esa la causa de que no pudiera continuar? Chasqueó la lengua, maldiciéndose por haber tenido tan poca delicadeza, e hizo un ademán de soltar a la muchacha, pero sintió que los brazos frágiles que se enlazaban en su cuello se tensaban, aferrándose con más fuerza que antes.

- No... no me sueltes. No me dejes sola – lo había dicho bajito, casi en un susurro, y Ron notó la respiración caliente de la chica contra la tela de su camisa mojada. Y entonces, lo sintió claro por primera vez: Hermione estaba llorando. Lo único que se escuchaba ahora en la casa era el crepitar y los sollozos de la muchacha, que aún seguía en los brazos de Ron. El charco que había bajo ellos se había hecho más grande con el tiempo, y a pesar de estar mojados, el pelirrojo no notaba en absoluto el frío que lo envolvía. 

Hermione hizo ademán de ponerse en pie y Ron la bajó suavemente, descubriendo así por primera vez su rostro. El cabello castaño estaba lleno de ramas y pegado a su cara y el agua de lluvia se había mezclado en la piel con el barro y las lágrima de la chica. El labio inferior le temblaba ligeramente y los ojos marrones estaban rojos.

- Gra... gracias – logró pronunciar, conteniendo un sollozo y sorbiéndose la nariz – Yo... no hubiera llegado... hasta aquí... sola. Yo... yo... – pero la frase quedó ahogada en un fuerte sollozo. Se tapó su rostro con las manos, y se sintió verdaderamente estúpida por la situación. Ella, Hermione Granger, vencida por una tormenta. Pero sus pensamientos se vieron rotos cuando sintió unas manos junto a las suyas, que la apartaban de la cara, y cuando alzó sus ojos pudo ver la mirada azul de Ron, que se divisaba entre el flequillo pelirrojo que goteaba aún barro y agua. Un dedo índice alcanzó un pómulo mojado y embarrado de Hermione, y sintió como Ron le limpiaba el rostro con delicadeza, sin apartar aquellos ojos eternamente azules.

- Cuando lloras, siempre te tiembla el labio inferior y haces un gesto... gracioso con la frente – se tocó su propia frente con la mano que tenía libre, arrugándosela – Así ¿ves? Y me gusta mucho. Ambas cosas me gustan mucho.

Ya no lloraba, ni siquiera recordaba que hubiese llorado. Ahora solo observaba al hombre que tenía delante, ese hombre que decía que le gustaba los gestos más aborrecidos por ella misma. Ese hombre que, en cierto modo, amaba sus defectos.

- Pues tu cuando te enfadas – dijo ella, sonriendo levemente mientras señalaba una mejilla de Ron – Se te forma un hoyuelo aquí, y se te multiplican las pecas.

- ¿Y eso te gusta? – preguntó escéptico, y Hermione asintió, sonriendo esta vez ampliamente.

- Me encanta.

Hubo un silencio tenso, roto por las gotas de lluvia que repicaban en los cristales de la cabaña. El tiempo se había parado entre las cuatro paredes de aquella habitación, y ninguno de sus ocupantes parecía dispuesto a ponerlo en marcha. Ron apartó los mechones del rostro de Hermione, y ella no opuso resistencia, como tampoco la puso cuando sintió la mano del ladrón en su cintura y la otra en la nuca.

- Esto es una locura – dijo ella, acercando su rostro al de Ron.

- Pues es lindo estar loco – las respiraciones de ambos chocaban ya, debido a la poca distancia.

- No puedo enamorarme de ti... – susurró Hermione, sintiendo como sus labios rozaban los de Ron y como un sabor entre lluvia y bosque se mezclaban en sus bocas, entrechocando los dientes y con las lenguas enlazadas, profundizando el beso.

- No puedo enamorarme de ti... – repitió Hermione, temblando de pies a cabeza sin que la causa de ello fuera el frío.

Ron sonrió, besándola otra vez mientras acariciaba la espalda del vestido.

- Creo que es tarde para eso.

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Bueno, sé que está horrible, pero la cosa se queda aquí... ¡recordad que si me dais muerte el fic quedará inacabado! Ahora dar las gracias a Meiko, que siempre me anima a seguir adelante con todo lo que hago, sino fuera por ella éste fic no hubiese continuado. Y ahora, a pesar de los pesares y de que el capítulo es patético... os pido que dejéis opiniones, a ver si sobrepaso los cien review ^^. Pues nada, portaos bien y sed felices. ¡Ah! El día 23 de este mes (ABRIL) es mi cumpleaños, espero me felicitéis. Chauuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu