-Tohma, necesito ver mis informes médicos. ¿Tu tienes copias verdad?
El presidente fortaleció la sonrisa de su cara y afirmó levemente con la cabeza. Tras unos minutos de búsqueda en un cajón de oficina, no distanciado del resto, extrajo un sobre gris acompañado de unas finas carpetas que le tendió al escritor.
-Toma, todo tu historial médico desde que tenias diez años -acompañó sus palabras de una sonrisa culpable.
Tomo los documentos que le ofrecían sin sorpresa real, omitiendo el echo de que ninguna persona normal aparte del centro medico competente podría tener acceso a esos papeles, mucho menos tener copias propias.
Los primeros los miró por encima, pero a partir de cierta fecha empezó a mostrar un visible interés. Los poso sobre la mesa, y se levantó la camisa mirándose parte de la cadera como si esa parte de su cuerpo no fuera reconocible para él.
-A los dieciocho- informó Seguchi como si supiera que era lo que estaba buscando en su piel- fue de un día para otro, estuviste ingresado una semana.
-Pero no tengo...
-¿Cicatrices?, Bueno fue una intervención pequeña y curó rápidamente. Además te atendieron expertos.
El rubio continuo con su examen minucioso de los documentos, sin molestarse en colocarse la camisa, con el pantalón medio desabrochado. Tohma se acercó a él con una sonrisa suave, mirándolo de reojo pero sin llegar a ser demasiado evidente.
¿Sigues sin recordar nada? -inquirió el presidente con un leve tono de preocupación superficial sobres sus palabras. Eiri cerró las carpeta exhalando un frustrado suspiro prolongado.
-Es como si estuviera en una vida paralela. Mis recuerdos siguen ahí, intactos, pero no se corresponden con nada. Me siento bastante distanciado de todo...
Permitió que el brazo de Tohma se deslizase por su espalda de forma reconfortante. Eiri bajo la cabeza en un gesto culpable, como si fuera su propia voluntad, la misma que no le dejaba recordar.
-¿Sigues pensando en Shuichi-san verdad?
No contestó, el rubio se limitó a refugiarse un poco más en los brazos de su cuñado.
Eiri-san... no te aferres a algo que no existe. Disfruta esta vida. Te aseguro que antes lo hacías. Podrías hacer muchas cosas si te lo propones.
Yuki, levantó la cabeza, irguiéndose a su vez que se separaba del cuerpo de Seguchi. Abrió la boca para formular una pregunta, pero se vio curiosamente incapaz de hacerla teniendo que enfrentar la clara mirada de éste.
Volvió sus ojos hacia la ventana de la amplia oficina.
-Mi vida con Kitazawa-sensei... con Yuki... ¿cómo era?
-Durante años muy buena, siempre fuiste muy feliz. ¿Por qué me preguntas eso ahora?
-Volví a encontrarme con Kitazawa ayer. Dijo que quería restablecer nuestra relación
Tohma no pudo evitar que una sonrisa un poco más ancha de lo habitual, tocara sus labios.
-¡Eso es perfecto!, el estar nuevamente con él te ayudara a recordar... eso, y que siguas tomándote puntualmente tu medicación. ¿No se te esta olvidando verdad?
-Tengo miedo -aclaró el escritor a pesar de que ese comentario no estaba sometido a ninguna pregunta. Volvió sus rasgados ojos hacia Seguchi dejando ver en ellos una inhabitual emoción clara y vibrante- en mi mente él me hizo daño, mucho daño. No puedo dejar de pensar en ello cada vez que le veo...
Una sonrisa comprensiva se extendió por el rostro del presidente a la par que le daba la espalda al rubio y se ponía su gastado abrigo de cuello de pelo desaliñado
-Como te explique hace dos días... aquello nunca ocurrió... - se volvió hacia él con una sonrisa limpia y ancha- disfruta de lo que tienes... Eiri-san.
Estaba sentado en una esquina, sucia y húmeda, llena de cartones que la gente deja olvidados y que parece que por ley de la progresión, terminan teniendo tendencia a apilarse los unos sobre los otros en extraños ordenes jerárquicos. También había gatos, muchos gatos. En aquel preciso instante tenia un cachorro negro en el regazo que se dejaba acariciar detrás de las orejas mientras ronroneaba satisfecho hacia el que le procesaba tales atenciones.
Aquel joven del que poco más de él se veía que un flequillo negro y deslustrado estaba cubierto con ropa que era notoriamente varias tallas más grande que él, y que había terminado por ser de un color grisáceo monocorde a fuerza del uso y la suciedad, independientemente de cuales fueran sus tonalidades originales.
-mau??
El gato había abierto los ojos, girando la cabeza a la par que movía los bigotes dado que la mano conciliadora se había detenido. Los ojos rasgados mantuvieron un momento de atención en la figura, como pidiendo una explicación.
-Ya han pasado cuatro meses... aunque aquí el tiempo va demasiado despacio...
El gato se puso de pie, tambaleante sobre las rodillas de la figura. Lanzando una ultima mirada a esta, saltó a continuación al suelo, para salir corriendo por uno de los callejones. La figura permaneció sentada, llevándose las manos a la cabeza para presionar más el viejo gorro de punto hacia abajo y refugiarse del frío en el fondo de la arcaica capucha que a penas dejaba a la vista la barbilla y un montón de mechones negros enredados.
Unas monedas cayeron a la altura de sus pies. Alguien le había tirado una limosna. Sonrió avergonzado, aunque no obstante las recogió y se las guardo en el bolsillo.
-¿Te estas haciendo vieja verdad? - habló como para la ciudad- Es eso o es que te apetecía burlarte un poco de mi... no importa
La figura se puso de pie.
-No pienso darme por vencido.
Seguía observando el frasco de pastillas en silencio. El escritor permanecía sentado en el mismo lugar de la barra, donde momentos antes había estado tomando un desayuno occidental con Tohma. Le habían quedado muchas cosas en la que pensar. El frasco de pastillas seguía dando vueltas en su mano. Seguchi había hecho mucho hincapié en que se las tomara, siempre a la hora, sin retrasos. Y que por nada del mundo se quedase sin ellas.
Eiri estaba preocupado, conocía a Tohma lo suficiente como para saber que nunca hacia ahínco en algo si no era realmente importante. Pero él no estaba seguro realmente de querer tomarlas, o al menos, no de momento. Continuaba perturbado por lo que le había ocurrido el día anterior. Necesitaba saber, hasta donde podía llegar sin tomarlas. Si la voz que había escuchado el día anterior, tan sólo era el principio de toda una nueva alucinación llena de realidad. Necesitaba sentir a Shuichi a su lado otra vez. Necesitaba tenerlo de nuevo. Se pregunto si eso seria posible si no se tomase las pastillas.
Algo en el interior de su cabeza le dijo que aquel pensamiento no era lógico, y distaba bien poco del de un perturbado mental. Lo silenció. Acaso de cierta manera no llevaba siendo desde hacia demasiados años... al menos que él recordase.
Se guardó el frasco en el fondo de su gabardina, un poco asustado e inseguro, para mirar con expresión lacónica su taza vacía de café.
-Tal vez enloquezca del todo.
Curiosamente, aquel juicio de valor tampoco le exalto demasiado. Recogió algunas cosas que había dejado sobre la mesa y abandono la cafetería.
Se tropezó con un andrajoso chaval a la salida del establecimiento que del empujón le tiro el porta folios de las manos. El chico, cubierto con desgastada ropa casi de tres tallas más grande que él, no hizo animo de agacharse a recoger lo que le había tirado, sino que parecía que pensaba seguir sin inmutarse hasta que la voz fría e iracunda del rubio, logró captar su atención.
-Mocoso, al menos de molestar, podrías pedir disculpas.
El rubio se agachó molesto, recogiendo rápidamente las hojas que se habían esparcido por el suelo, por lo que no pudo apreciar el temblor de los labios que se debatían entre una sonrisa o una mueca de dolor en la boca del sucio muchacho de cabellos morenos cenicientos.
-...¿Yu...Yuki?
Fue a levantar la vista confundido, pero al chaval, lo acaba de coger un policía del brazo y se lo estaba llevando a rastras.
-¡¡YUKIIIIII!! -gritó este tratando de soltarse, pero el policía tiró más fuerte de él. El escritor se irguió, desconcertado, pensando que esa voz era demasiado familiar. Estuvo casi a punto de salir corriendo tras el policía para pedirle que se detuviera. Pero no lo hizo, pues cuando ya estaba a una distancia prudencial de él, el chaval en el forcejeo, se había retirado la capucha hacia atrás y se le había caído el gorro de punto de la cabeza dejando ver una larga cabellera negra, extremadamente sucia, que se debatía porque la soltaran.
No pudo verle la cara, pero el escritor no lo considero necesario.
Siguió con la rutina de esa mañana.
A ultima hora de la tarde, el escritor se recostó en la silla del estudio, se quitó las gafas e ignoró deliberadamente la pantalla parpadeante de su portátil, que en poco tiempo quedó oscurecida en su totalidad, accionándose un salva-pantallas con varios Kumagoros saltando de un lado a otro.
-Debería borrar la idiotez esta...
Su teléfono móvil empezó a canturrear desde la esquina de la mesa, pegando saltitos debido a la función vibratoria, acercándose temerariamente al borde de la mesa. Yuki lo cogió antes de que se cayera.
Diga???
-Buenas noches Eiri-chan!!!!!!!!!!! ¡¡¿Qué tal estas nanoda??!!
El aludido frunció el ceño sin contestar. Con movimientos mecánicos extrajo de un bolsillo su paquete de tabaco y cogió un cigarrillo con la boca.
-¿Qué quieres? No me molestéis si no es para nada importante.
Se escuchó un sonido lastimero al otro lado de la línea, ruidos sordos, una conversación entrecortada, y finalmente un cambio de interlocutor.
-Hermano. ¡¿Qué le has dicho ya a Ryuichi?!, ¡Le has echo llorar!, ¡¿Por qué te comportas así?!, ¡¡Tu antes no eras tan borde!!
Exhaló una larga calada de su cigarrillo, mirando distraído a la pared.
-¿Para qué me llamabais?
-Mañana es la fiesta de la que te hablo Ryuichi. Era para recordártelo y que vinieras. Vamos a estar todos, así que no seas tu el único que falte ... será a las ocho. ¡¡Y déjate ese mal humor en casa!!
El moreno cortó, y Yuki se encontró escuchando el sonido intermitente del aparato.
No pensaba ir, no quería, pero lo cierto es que no tenia nada mejor que hacer. Estar en su casa le resultaba monótono. Y escribir aquella novela no le estaba agradando, era como copiar palabras dictadas.
El bote de pastillas lo observaba fijamente junto al ordenador, miró la hora de su reloj, ya tendría que habérselas tomado hacia algo más de una hora.
Se levantó abandonando la habitación, dejando el frasco intacto tras él.
El amanecer del nuevo día fue acompañado por un agradable olor a especias y alimentos dorándose. Eiri parpadeo, no se había acostado la noche anterior, creyendo que en cualquier momento ocurriría algo insólito, o al menos anómalo para una mente normal, pero a una determinada hora de la vigilia nocturna, el cansancio y el silencio vencieron su interés, y terminó quedándose dormido en el sofá. Ahora escuchaba ruidos en la cocina. Por alguna razón no se sorprendió al saber que alguien estaba nuevamente en su casa, por lo visto venia a ser algo bastante habitual.
-Buenos dias Eiri-san- Seguchi se asomó tras el marco de la puerta de la cocina, ataviado con un delantal verde liso, el mismo con el que siempre le había visto cocinar- Cuando quieras puedes desayunar. Esto ya esta casi listo.
El escritor se frotó la cabeza, abotargado poniéndose en pie hacia el lugar invitado, descubriendo un completo desayuno tradicional, delicadamente presentado.
Eiri-san, se que estos últimos días no han sido muy buenos para ti...-comentó el presidente de NG desde la bitroceramica, terminando con el que parecía ser el ultimo plato del desayuno mientras el rubio tomaba asiento- pero ayer Tatsuha-san me llamo histérico diciendo que habías echo llorar a Ryuichi-san. No esta acostumbrado a que lo trates así, tu antes eras muy cariñoso con él, piensa que estas molesto por algo, ya sabes como es a veces con su carácter...
Con indiferencia el rubio tomo los palillos, revolviendo un poco el tazón de Udon que tenia delante.
-Tohma, no me puedo comportar como alguien que no creo que soy. Por mucho que haya echo antes... yo no me siento así. No puedo subirme encima de una silla y empezar a pegar gritos y saltos, o cosas por el estilo, yo no hago esas cosas...
-Pero las hacías la semana pasada - informó Seguchi con una sonrisa resbaladiza en los labios cuando posó dos tazones de verduras en tempura y se sentó a su lado. Yuki lo miraba circunspecto- bueno, gritos y saltos no, pero a veces te ponías a recitar poemas en mitad de la comida, o nos contabas historias que solían hacer saltar lágrimas de la risa. Digamos que la gente que comía contigo lo encontraba bastante interesante...
El rubio revolvió su desayuno, escéptico ante las palabras del presidente.
Bueno, tu harás lo que quieras, sabes que nunca me ha molestado nada de lo que has hecho. Si para ti esta bien, a mi no me importa como seas, de verdad. Sabes que estaré a tu lado de todas maneras
Tomó el otro tazón de arroz, y se llevó un poco a la boca para comprobar la temperatura.
¿Vendrás esta noche a la fiesta?
-Chaval, ¿Cómo te llamas?
-Como si no lo supieras
-Vaya, tenemos a un gracioso. Parece que no te fue suficiente haberte pasado haciendo compañía toda la noche a la rata de la celda. Como no nos digas tu nombre te podemos tener aquí hasta que San pedro baje el dedo. ¡¿Cómo te llamas?!
El aludido no respondió. Volvió a tocarse con nerviosismo el gorro de punto viejo y desgastado, sin importarle en apariencia que su campo de visión estuviese completamente obstruido por el enrredado y deslustrado cabello.
-Quiero hacer una llamada- murmuró entre dientes, de forma incluso un poco prepotente.
Los tres policías que lo miraban en la comisaría se echaron a reír mirándose entre ellos.
-¡¡Esto esta muy gracioso!!- uno de ellos se volvió hacia el joven, tirándole fácilmente del largo cabello hacia atrás, obligando a mirarlo a los ojos. Unos orbes violáceos le devolvieron la mirada con furia, tratando de soltarse- ¡¡¿Qué pasa media mierda?!! ¡¡¿Me quieres vacilar?!!
En la sala, un cómico reloj de pared que asemejaba un pingüino (y no era para nada propio de estar en aquel lugar), anuncio que era la hora de comer. El hombre que tenia cogido por el cabello al joven, le lanzó una ultima mirada de advertencia, antes de soltarle el pelo con agresividad.
-No nos importa que estés aquí. No fuiste invitado pero entraste. No sabemos quien o que eres, pero llevas intentando acercarte a él mucho tiempo, si vuelves a hacerlo... créeme que lo que te espera no va a ser una noche de celda y un café caliente por la mañana. No juegues con nosotros... -el hombre se silencio durante un momento aparentemente aturdido, volviéndose hacia los otros dos guardias que le observaron en espera de ordenes.
-... volvedlo a llevar a la celda. Cuando le entre hambre hablara. Hasta entonces no podemos soltarlo, necesitamos hacerle la ficha.
Llevaron al joven de cabellos negros desaliñados hasta la celda, allí lo metieron de un empujón. El moreno se quedó en silencio tras los barrotes ennegrecidos de la celda y pese a todo una confiada sonrisa se poso en sus labios.
-Por fin te encontré Yuki.
El rubio salía de su dormitorio, había cogido una camisa limpia y unos pantalones pulcramente planchados. Tohma le había insistido demasiado. Había terminado aceptando ir a la fiesta. Ante de marcharse volvió a lanzar una ultima mirada a la casa. Tranquila y en calma, parecía que allí nunca hubiera ocurrido nada fuera de lo normal. Yuki lanzó otra mirada al reloj. Más de diez horas sin tomar las pastillas. Su mirada era de impaciencia, como si con esta quisiera decir "¿Shuichi dónde estas?, ¿Por qué no vienes?". En aquel ultimo día, por el tipo de pensamientos que había estado teniendo, realmente creía que se había vuelto loco del todo.
Frunció el ceño y abandono la casa.
Su elegante coche de importación se deslizó silencioso sobre la calzada mientras tamborileaba nervioso con los dedos el volante. En relativamente poco tiempo, alcanzó su destino a las afueras, en una amplia extensión de terreno cercado con regias verjas de forja trabajada en adornos florales, que se alzaban orgullosas a más de cinco metros sobre suelo. Un hombre vestido de uniforme, abrió las puertas presuroso para permitir la entrada al automóvil recién llegado. Eiri aparcó el coche junto a otros vehículos a la entrada y se dejó guiar por la música y las luces al centró de la reunión.
Una mujer de larga melena castaña apartada del resto le sonrió, acompañando este gesto de un efusivo abrazo cuando lo tuvo lo suficientemente cerca.
-¡¡Eiri!!, ¡Tohma me dijo que vendrías!, pero como se estaba haciendo tarde me estaba empezando a impacientar- soltó el abrazo y le dio un maternal beso en la mejilla- me alegra mucho que estés bien. Tatsuha lleva toda la noche hablándome de lo raro que estabas y yo ya estaba preocupada... estas muy serio, ¿pasa algo?
Se volvió hacia su hermana con un gesto vació y carente de emotividad, que trató de convertir sin éxito en una sonrisa.
-Nada. Estoy bien. Sakuma me dijo que iba a ver una piñata -inquirió sin mucho interés- ¿dónde esta?
-Por ahí, junto a la piscina- Le indico la mujer. Puso una expresión dispar- ¿Sakuma?, ¿Qué paso con Ryu-kun?... Tatsuha tenia razón, estas muy extraño...
El rubio ignoro el comentario y se deshizo de su hermana, como el que no quiere que se le peguen telarañas al abrigo. Paseó por la fiesta, revisó a los presentes sin mucho entusiasmo. Bebió algo de ponche (bastante en realidad). Y trató de escurrir el bulto cuando Ryuichi llegó corriendo con un pañuelo de colores y un palo en la mano.
-¡Eiri-chan!, ¡que bien que te encuentro! ¡Vamos a empezar con la piñata! ¿Quieres jugar? - en realidad no era una pregunta, pues cuando el escritor alzo una mano para rechazar el ofrecimiento, el antiguo cantante empezó a poner pucheros, junto con una mirada infantil próxima a las lagrimas. Segundos después el escritor se encontraba bajo la piñata, con los ojos vendados, y maldiciendo entre dientes el estúpido juego mientras le daba palos al aire, y arrancaba exclamaciones ahogadas y alguna que otra risa de los presentes. Él parecía ser el único que se lo estaba planteando como un problema de dignidad personal. Al final, mareado de dar vueltas, calculó mal las distancias, y se cayo en la piscina que estaba justo al lado. Aquello arrancó muchas carcajadas de los presentes. Parecía ese tipo de espectáculo "casual" que se prepara con semanas de antelación para que todo resultase muy natural. Salió de la piscina con ayuda de Tohma, que con una sonrisa afectada le cogió el pañuelo y el palo que el escritor le devolvió comentando que se marchaba a casa. La fiesta no le estaba agradando en absoluto. Seguchi a su vez paso el relevo de los objetos al siguiente que quería probar suerte con la piñata, persiguiendo al rubio, hasta que le detuvo la marcha.
-Eiri-san, todavía es pronto. Ni siquiera hemos cenado. Y tengo preparado un espectáculo para ultima hora- Alentó el presidente para que se quedase. Le entregó unas llaves a la par que le señalaba una casa bastante grande a escasos cien metros de ellos- En la planta de arriba hay una habitación con ropa. Ya has estado más veces aquí, pero si no lo recuerdas es la segunda a la derecha. Cámbiate y regresa. Intenta pasarlo bien.
Volvió a quedarse nuevamente sólo, y sin saber muy bien que esperaba conseguir quedándose. Entró en la casa con las llaves que Seguchi le había facilitado. Encontró la habitación fácilmente, y el guardarropas estaba al final del dormitorio. El rubio se quitó la gabardina, la camisa y el pantalón. Lo tiro todo al suelo, murmurando a disgusto, buscando algo de su talla que pudiera ponerse. A su espalda, a la altura de la puerta escucho un crujido, se volvió expectante para encontrarse con un hombre de cabellos castaños de aspecto avergonzado.
-Tohma me contó lo de la piscina- sonrió sin moverse de la puerta- vine porque me dijo que estabas aquí. Pero si te molesta mi compañía me voy.
Yuki se quedó inmóvil por la sorpresa de ver allí también a Kitazawa. Después fue conciente de que tan sólo estaba cubierto por la ropa interior, que además estaba mojada, dejando ver más que ocultaba. Se volvió dándole la espalda, sintiéndose violento e inseguro. No estaba acostumbrado a tener dudas. Pero Kitazawa se las generaba. Cuando le veía sonreír de aquella manera, recordaba a aquel hombre joven de New York por el que tan fuertemente se había sentido atraído.
Unas brazos lo rodearon desde detrás y el hombre deposito un tierno beso en su hombro.
Estas helado. No tenias que haberte tirado al agua, hace mucho frió en esta época del año... te has tensado, ¿por qué?. ¿no me iras a decir que ahora me tienes miedo?
El escritor hundió la cabeza en su propio pecho, pues de alguna manera se sentía vulnerable. Kitazawa siempre había sido el tabú de su vida. Y ahora resultaba que por lo que tanto miedo tuvo, no había ocurrido nunca, de que otra manera sino podría tenerlo de aquella manera tan cerca.
-Me gustaría que no hicieras eso- pidió el rubio con voz fría, pero insegura comparada con otras veces. Kitazawa asintió, soltando al escritor, que mecánicamente se colocó un pantalón del armario sobre la ropa interior húmeda. El hombre de cabellos castaños lo miró con una sonrisa.
-A si no solucionas nada- estiró un brazo a su lado, y abrió un pequeño cajón donde había prendas intimas secas- mejor que utilices algo de esto.
Pese al consejo, el escritor no se movió, fue el propio Kitazawa el que cogió la prenda y la deposito en la mano inerte del rubio murmurándole al oído.
A lo mejor prefieres que sea yo quien te lo ponga.
Un rubor forzado, tiño las mejillas del novelista que se volvió sobresaltado hacia el hombre. ¡¡¿Cómo podía él hacerle reaccionar de esa manera?!! El no había reaccionado así delante de nadie, nunca... solo en su juventud... con el mismo hombre que ahora tenia delante.
Lo siento Eiri -murmuró al ver la mueca impar del rostro del rubio- quizá he ido demasiado rápido. El que fuéramos pareja durante tanto tiempo tampoco me da derecho a forzar tanto la situación pero... -se acercó un poco más a este, acorralándole contra el armario- ... podrías darme un beso, por los viejos tiempos?
Y sin esperar respuesta, tomó la cintura descubierta del escritor a la par que su nuca, robándole un beso experimentado, lleno de matices y peticiones, que Eiri tras la sorpresa inicial se encontró devolviendo, y hasta disfrutando. Dejó caer lo que tenia entre las manos para agarrar con fuerza los hombros del hombre, tratando de cierta manera de separarse. Kitazawa puso una mueca de dolor, y rompió el beso, mirando con intensidad los sesgados ojos del escritor.
-Me haces daño - susurró con dulzura acompañando sus palabras de una sonrisa. A Yuki los ojos se le nublaron, aquel era el hombre cariñoso del que se había enamorado por primera vez, no el engendro que le había dañado sin escrúpulos. Pensó en lo que había dicho Tohma. "Aquello nunca ocurrió. Disfruta de los que tienes"
-Kitazawa-sensei -murmuró con una extraña emoción aflorándole en el pecho, tímida, cohibida, a la par que se dejaba abrazar nuevamente por el hombre. A su lado, de alguna manera se sentía tan vulnerable como cuando tenia dieciséis años y aun era muy inocente y confiado en casi todos los aspectos.
-No me llames así- comentó el hombre con voz divertida- me haces sentir viejo.
Eiri sonrió, entregando sus labios que fueron besados de nuevo. El frió de su pecho, fue envuelto con manos cálidas. Yuki se entrego a ese calor, devolviendo las caricias con igual intensidad. Dejando que esa idolatría y admiración infantil se tornara la pasión y el deseo de un hombre adulto. Se encontró de espaldas contra la cama, jadeando pesadamente mientras Kitazawa a horcajadas sobre el, besaba, mordía y a continuación lamía cada parte, con extremado cuidado pero de forma provocativa y ligeramente dolorosa. Yuki sentía los sentidos turbios mirando como el hombre de cabellos castaños se erguía para quitarse la camisa y la tiraba a un lado.
Sus labios se encontraron de nuevo mientras que sus manos no cesaron de buscarse mutuamente, alcanzando sus partes más intimas. El escritor abrió la boca intentando silenciar un jadeo. Su cuerpo reaccionaba con rapidez, provocado por el sin fin de roces rápidos y al parecer expertos que en su cuerpo el hombre le dedicaba.
-Eiri- murmuró kitazawa en una respiración rota- te he echado tanto de menos. Deseaba sentir tanto tu piel... -beso su pecho- ...estar nuevamente dentro de ti...
Las palabras provocaron que el rubio se tensara, y de cierta manera lanzara una mirada desencajada al hombre sobre el que todavía tenia puestas las manos.
Rehuyó el tacto de su piel, pues aquellas frases habían desencadenado en su mente una serie de imágenes, con tal extremada claridad, que se le hizo imposible pensar que fuera algo inventando por él. Entonces lo vio. Al eludir la mirada de Kitazawa, sus ojos se posaron en el marco de la puerta. Shuichi estaba en ella, con una mueca desolada en el rostro, y cristalinas lágrimas en las mejillas. Sus ojos estaban apagados de emoción. Negó con la cabeza de forma silenciosa, y sus cabellos rosados golpearon la redondeadas mejillas humedecidas.
"Yuki te quiero. No me abandones"
No supo si esas palabras las había dicho realmente o no, tan sólo supo que el joven de cabellos rosados soltó su sujeción del marco de la puerta de la habitación, y desaparecía lentamente tras al pared. Eiri se sobresalto. Se puso de pie empujando a Kitazawa que rodó por la cama terminando en el suelo con un zapato sobre la cabeza.
-¡¡Shuichi!!
¡¡Shuichi espera!!
El rubio se arrastró por la cama. Sin importarle ni plantearse si lo que estaba viendo era real o no. Salió corriendo de la casa descalzo, sin camisa, con el rostro crispado en la impotencia de no saber hacia donde correr. Debía de tener aspecto de perturbado. O bien no le importaba o al menos no dio signos externos de ello. Corrió sin mirar siquiera hacia donde, tan sólo alejándose de la luz, de la casa, de todo aquel bullicio lejano de gente. Persiguiendo sombras. Necesitaba alcanzarle. Intentar tocar aquel cuerpo que tantas veces había tenido entre los brazos. Aquella persona que le había ofrecido comprensión y amor sin pedirle nada a cambio. La hierva de doblaba bajo sus pies, llegó un momento en el que el rubio comenzó a aminorar, reconociendo que no sabia hacia donde se dirigía, se volvió mirando en derredor, demasiado oscuro, demasiados matices de sombras. No veía nada. El suelo dejo de ser consistente bajo sus pies, debía ser barro, quizá lodo, de igual forma resbaló y al caer al suelo se golpeó la cabeza con un saliente de la tierra. Se quedó mirando al cielo, con expresión vacía, aturdido por el golpe.
Sintió que alguien se arrodillaba a su lado, y su cabeza era acomodada sobre unas rodillas.
-Te encontré
Intentó volverse, pero lo único que consiguió ver borrosamente, fueron unos oscuros cabellos que cubrían un rostro joven.
*********
Esto.... aviso, esto no va a ser una revelación mística ni nada por el estilo. De todas formas espero que estéis disfrutando por el momento con la historia. Muchas gracias por estar leyendo esto.
Ja-ne!!!
El presidente fortaleció la sonrisa de su cara y afirmó levemente con la cabeza. Tras unos minutos de búsqueda en un cajón de oficina, no distanciado del resto, extrajo un sobre gris acompañado de unas finas carpetas que le tendió al escritor.
-Toma, todo tu historial médico desde que tenias diez años -acompañó sus palabras de una sonrisa culpable.
Tomo los documentos que le ofrecían sin sorpresa real, omitiendo el echo de que ninguna persona normal aparte del centro medico competente podría tener acceso a esos papeles, mucho menos tener copias propias.
Los primeros los miró por encima, pero a partir de cierta fecha empezó a mostrar un visible interés. Los poso sobre la mesa, y se levantó la camisa mirándose parte de la cadera como si esa parte de su cuerpo no fuera reconocible para él.
-A los dieciocho- informó Seguchi como si supiera que era lo que estaba buscando en su piel- fue de un día para otro, estuviste ingresado una semana.
-Pero no tengo...
-¿Cicatrices?, Bueno fue una intervención pequeña y curó rápidamente. Además te atendieron expertos.
El rubio continuo con su examen minucioso de los documentos, sin molestarse en colocarse la camisa, con el pantalón medio desabrochado. Tohma se acercó a él con una sonrisa suave, mirándolo de reojo pero sin llegar a ser demasiado evidente.
¿Sigues sin recordar nada? -inquirió el presidente con un leve tono de preocupación superficial sobres sus palabras. Eiri cerró las carpeta exhalando un frustrado suspiro prolongado.
-Es como si estuviera en una vida paralela. Mis recuerdos siguen ahí, intactos, pero no se corresponden con nada. Me siento bastante distanciado de todo...
Permitió que el brazo de Tohma se deslizase por su espalda de forma reconfortante. Eiri bajo la cabeza en un gesto culpable, como si fuera su propia voluntad, la misma que no le dejaba recordar.
-¿Sigues pensando en Shuichi-san verdad?
No contestó, el rubio se limitó a refugiarse un poco más en los brazos de su cuñado.
Eiri-san... no te aferres a algo que no existe. Disfruta esta vida. Te aseguro que antes lo hacías. Podrías hacer muchas cosas si te lo propones.
Yuki, levantó la cabeza, irguiéndose a su vez que se separaba del cuerpo de Seguchi. Abrió la boca para formular una pregunta, pero se vio curiosamente incapaz de hacerla teniendo que enfrentar la clara mirada de éste.
Volvió sus ojos hacia la ventana de la amplia oficina.
-Mi vida con Kitazawa-sensei... con Yuki... ¿cómo era?
-Durante años muy buena, siempre fuiste muy feliz. ¿Por qué me preguntas eso ahora?
-Volví a encontrarme con Kitazawa ayer. Dijo que quería restablecer nuestra relación
Tohma no pudo evitar que una sonrisa un poco más ancha de lo habitual, tocara sus labios.
-¡Eso es perfecto!, el estar nuevamente con él te ayudara a recordar... eso, y que siguas tomándote puntualmente tu medicación. ¿No se te esta olvidando verdad?
-Tengo miedo -aclaró el escritor a pesar de que ese comentario no estaba sometido a ninguna pregunta. Volvió sus rasgados ojos hacia Seguchi dejando ver en ellos una inhabitual emoción clara y vibrante- en mi mente él me hizo daño, mucho daño. No puedo dejar de pensar en ello cada vez que le veo...
Una sonrisa comprensiva se extendió por el rostro del presidente a la par que le daba la espalda al rubio y se ponía su gastado abrigo de cuello de pelo desaliñado
-Como te explique hace dos días... aquello nunca ocurrió... - se volvió hacia él con una sonrisa limpia y ancha- disfruta de lo que tienes... Eiri-san.
Estaba sentado en una esquina, sucia y húmeda, llena de cartones que la gente deja olvidados y que parece que por ley de la progresión, terminan teniendo tendencia a apilarse los unos sobre los otros en extraños ordenes jerárquicos. También había gatos, muchos gatos. En aquel preciso instante tenia un cachorro negro en el regazo que se dejaba acariciar detrás de las orejas mientras ronroneaba satisfecho hacia el que le procesaba tales atenciones.
Aquel joven del que poco más de él se veía que un flequillo negro y deslustrado estaba cubierto con ropa que era notoriamente varias tallas más grande que él, y que había terminado por ser de un color grisáceo monocorde a fuerza del uso y la suciedad, independientemente de cuales fueran sus tonalidades originales.
-mau??
El gato había abierto los ojos, girando la cabeza a la par que movía los bigotes dado que la mano conciliadora se había detenido. Los ojos rasgados mantuvieron un momento de atención en la figura, como pidiendo una explicación.
-Ya han pasado cuatro meses... aunque aquí el tiempo va demasiado despacio...
El gato se puso de pie, tambaleante sobre las rodillas de la figura. Lanzando una ultima mirada a esta, saltó a continuación al suelo, para salir corriendo por uno de los callejones. La figura permaneció sentada, llevándose las manos a la cabeza para presionar más el viejo gorro de punto hacia abajo y refugiarse del frío en el fondo de la arcaica capucha que a penas dejaba a la vista la barbilla y un montón de mechones negros enredados.
Unas monedas cayeron a la altura de sus pies. Alguien le había tirado una limosna. Sonrió avergonzado, aunque no obstante las recogió y se las guardo en el bolsillo.
-¿Te estas haciendo vieja verdad? - habló como para la ciudad- Es eso o es que te apetecía burlarte un poco de mi... no importa
La figura se puso de pie.
-No pienso darme por vencido.
Seguía observando el frasco de pastillas en silencio. El escritor permanecía sentado en el mismo lugar de la barra, donde momentos antes había estado tomando un desayuno occidental con Tohma. Le habían quedado muchas cosas en la que pensar. El frasco de pastillas seguía dando vueltas en su mano. Seguchi había hecho mucho hincapié en que se las tomara, siempre a la hora, sin retrasos. Y que por nada del mundo se quedase sin ellas.
Eiri estaba preocupado, conocía a Tohma lo suficiente como para saber que nunca hacia ahínco en algo si no era realmente importante. Pero él no estaba seguro realmente de querer tomarlas, o al menos, no de momento. Continuaba perturbado por lo que le había ocurrido el día anterior. Necesitaba saber, hasta donde podía llegar sin tomarlas. Si la voz que había escuchado el día anterior, tan sólo era el principio de toda una nueva alucinación llena de realidad. Necesitaba sentir a Shuichi a su lado otra vez. Necesitaba tenerlo de nuevo. Se pregunto si eso seria posible si no se tomase las pastillas.
Algo en el interior de su cabeza le dijo que aquel pensamiento no era lógico, y distaba bien poco del de un perturbado mental. Lo silenció. Acaso de cierta manera no llevaba siendo desde hacia demasiados años... al menos que él recordase.
Se guardó el frasco en el fondo de su gabardina, un poco asustado e inseguro, para mirar con expresión lacónica su taza vacía de café.
-Tal vez enloquezca del todo.
Curiosamente, aquel juicio de valor tampoco le exalto demasiado. Recogió algunas cosas que había dejado sobre la mesa y abandono la cafetería.
Se tropezó con un andrajoso chaval a la salida del establecimiento que del empujón le tiro el porta folios de las manos. El chico, cubierto con desgastada ropa casi de tres tallas más grande que él, no hizo animo de agacharse a recoger lo que le había tirado, sino que parecía que pensaba seguir sin inmutarse hasta que la voz fría e iracunda del rubio, logró captar su atención.
-Mocoso, al menos de molestar, podrías pedir disculpas.
El rubio se agachó molesto, recogiendo rápidamente las hojas que se habían esparcido por el suelo, por lo que no pudo apreciar el temblor de los labios que se debatían entre una sonrisa o una mueca de dolor en la boca del sucio muchacho de cabellos morenos cenicientos.
-...¿Yu...Yuki?
Fue a levantar la vista confundido, pero al chaval, lo acaba de coger un policía del brazo y se lo estaba llevando a rastras.
-¡¡YUKIIIIII!! -gritó este tratando de soltarse, pero el policía tiró más fuerte de él. El escritor se irguió, desconcertado, pensando que esa voz era demasiado familiar. Estuvo casi a punto de salir corriendo tras el policía para pedirle que se detuviera. Pero no lo hizo, pues cuando ya estaba a una distancia prudencial de él, el chaval en el forcejeo, se había retirado la capucha hacia atrás y se le había caído el gorro de punto de la cabeza dejando ver una larga cabellera negra, extremadamente sucia, que se debatía porque la soltaran.
No pudo verle la cara, pero el escritor no lo considero necesario.
Siguió con la rutina de esa mañana.
A ultima hora de la tarde, el escritor se recostó en la silla del estudio, se quitó las gafas e ignoró deliberadamente la pantalla parpadeante de su portátil, que en poco tiempo quedó oscurecida en su totalidad, accionándose un salva-pantallas con varios Kumagoros saltando de un lado a otro.
-Debería borrar la idiotez esta...
Su teléfono móvil empezó a canturrear desde la esquina de la mesa, pegando saltitos debido a la función vibratoria, acercándose temerariamente al borde de la mesa. Yuki lo cogió antes de que se cayera.
Diga???
-Buenas noches Eiri-chan!!!!!!!!!!! ¡¡¿Qué tal estas nanoda??!!
El aludido frunció el ceño sin contestar. Con movimientos mecánicos extrajo de un bolsillo su paquete de tabaco y cogió un cigarrillo con la boca.
-¿Qué quieres? No me molestéis si no es para nada importante.
Se escuchó un sonido lastimero al otro lado de la línea, ruidos sordos, una conversación entrecortada, y finalmente un cambio de interlocutor.
-Hermano. ¡¿Qué le has dicho ya a Ryuichi?!, ¡Le has echo llorar!, ¡¿Por qué te comportas así?!, ¡¡Tu antes no eras tan borde!!
Exhaló una larga calada de su cigarrillo, mirando distraído a la pared.
-¿Para qué me llamabais?
-Mañana es la fiesta de la que te hablo Ryuichi. Era para recordártelo y que vinieras. Vamos a estar todos, así que no seas tu el único que falte ... será a las ocho. ¡¡Y déjate ese mal humor en casa!!
El moreno cortó, y Yuki se encontró escuchando el sonido intermitente del aparato.
No pensaba ir, no quería, pero lo cierto es que no tenia nada mejor que hacer. Estar en su casa le resultaba monótono. Y escribir aquella novela no le estaba agradando, era como copiar palabras dictadas.
El bote de pastillas lo observaba fijamente junto al ordenador, miró la hora de su reloj, ya tendría que habérselas tomado hacia algo más de una hora.
Se levantó abandonando la habitación, dejando el frasco intacto tras él.
El amanecer del nuevo día fue acompañado por un agradable olor a especias y alimentos dorándose. Eiri parpadeo, no se había acostado la noche anterior, creyendo que en cualquier momento ocurriría algo insólito, o al menos anómalo para una mente normal, pero a una determinada hora de la vigilia nocturna, el cansancio y el silencio vencieron su interés, y terminó quedándose dormido en el sofá. Ahora escuchaba ruidos en la cocina. Por alguna razón no se sorprendió al saber que alguien estaba nuevamente en su casa, por lo visto venia a ser algo bastante habitual.
-Buenos dias Eiri-san- Seguchi se asomó tras el marco de la puerta de la cocina, ataviado con un delantal verde liso, el mismo con el que siempre le había visto cocinar- Cuando quieras puedes desayunar. Esto ya esta casi listo.
El escritor se frotó la cabeza, abotargado poniéndose en pie hacia el lugar invitado, descubriendo un completo desayuno tradicional, delicadamente presentado.
Eiri-san, se que estos últimos días no han sido muy buenos para ti...-comentó el presidente de NG desde la bitroceramica, terminando con el que parecía ser el ultimo plato del desayuno mientras el rubio tomaba asiento- pero ayer Tatsuha-san me llamo histérico diciendo que habías echo llorar a Ryuichi-san. No esta acostumbrado a que lo trates así, tu antes eras muy cariñoso con él, piensa que estas molesto por algo, ya sabes como es a veces con su carácter...
Con indiferencia el rubio tomo los palillos, revolviendo un poco el tazón de Udon que tenia delante.
-Tohma, no me puedo comportar como alguien que no creo que soy. Por mucho que haya echo antes... yo no me siento así. No puedo subirme encima de una silla y empezar a pegar gritos y saltos, o cosas por el estilo, yo no hago esas cosas...
-Pero las hacías la semana pasada - informó Seguchi con una sonrisa resbaladiza en los labios cuando posó dos tazones de verduras en tempura y se sentó a su lado. Yuki lo miraba circunspecto- bueno, gritos y saltos no, pero a veces te ponías a recitar poemas en mitad de la comida, o nos contabas historias que solían hacer saltar lágrimas de la risa. Digamos que la gente que comía contigo lo encontraba bastante interesante...
El rubio revolvió su desayuno, escéptico ante las palabras del presidente.
Bueno, tu harás lo que quieras, sabes que nunca me ha molestado nada de lo que has hecho. Si para ti esta bien, a mi no me importa como seas, de verdad. Sabes que estaré a tu lado de todas maneras
Tomó el otro tazón de arroz, y se llevó un poco a la boca para comprobar la temperatura.
¿Vendrás esta noche a la fiesta?
-Chaval, ¿Cómo te llamas?
-Como si no lo supieras
-Vaya, tenemos a un gracioso. Parece que no te fue suficiente haberte pasado haciendo compañía toda la noche a la rata de la celda. Como no nos digas tu nombre te podemos tener aquí hasta que San pedro baje el dedo. ¡¿Cómo te llamas?!
El aludido no respondió. Volvió a tocarse con nerviosismo el gorro de punto viejo y desgastado, sin importarle en apariencia que su campo de visión estuviese completamente obstruido por el enrredado y deslustrado cabello.
-Quiero hacer una llamada- murmuró entre dientes, de forma incluso un poco prepotente.
Los tres policías que lo miraban en la comisaría se echaron a reír mirándose entre ellos.
-¡¡Esto esta muy gracioso!!- uno de ellos se volvió hacia el joven, tirándole fácilmente del largo cabello hacia atrás, obligando a mirarlo a los ojos. Unos orbes violáceos le devolvieron la mirada con furia, tratando de soltarse- ¡¡¿Qué pasa media mierda?!! ¡¡¿Me quieres vacilar?!!
En la sala, un cómico reloj de pared que asemejaba un pingüino (y no era para nada propio de estar en aquel lugar), anuncio que era la hora de comer. El hombre que tenia cogido por el cabello al joven, le lanzó una ultima mirada de advertencia, antes de soltarle el pelo con agresividad.
-No nos importa que estés aquí. No fuiste invitado pero entraste. No sabemos quien o que eres, pero llevas intentando acercarte a él mucho tiempo, si vuelves a hacerlo... créeme que lo que te espera no va a ser una noche de celda y un café caliente por la mañana. No juegues con nosotros... -el hombre se silencio durante un momento aparentemente aturdido, volviéndose hacia los otros dos guardias que le observaron en espera de ordenes.
-... volvedlo a llevar a la celda. Cuando le entre hambre hablara. Hasta entonces no podemos soltarlo, necesitamos hacerle la ficha.
Llevaron al joven de cabellos negros desaliñados hasta la celda, allí lo metieron de un empujón. El moreno se quedó en silencio tras los barrotes ennegrecidos de la celda y pese a todo una confiada sonrisa se poso en sus labios.
-Por fin te encontré Yuki.
El rubio salía de su dormitorio, había cogido una camisa limpia y unos pantalones pulcramente planchados. Tohma le había insistido demasiado. Había terminado aceptando ir a la fiesta. Ante de marcharse volvió a lanzar una ultima mirada a la casa. Tranquila y en calma, parecía que allí nunca hubiera ocurrido nada fuera de lo normal. Yuki lanzó otra mirada al reloj. Más de diez horas sin tomar las pastillas. Su mirada era de impaciencia, como si con esta quisiera decir "¿Shuichi dónde estas?, ¿Por qué no vienes?". En aquel ultimo día, por el tipo de pensamientos que había estado teniendo, realmente creía que se había vuelto loco del todo.
Frunció el ceño y abandono la casa.
Su elegante coche de importación se deslizó silencioso sobre la calzada mientras tamborileaba nervioso con los dedos el volante. En relativamente poco tiempo, alcanzó su destino a las afueras, en una amplia extensión de terreno cercado con regias verjas de forja trabajada en adornos florales, que se alzaban orgullosas a más de cinco metros sobre suelo. Un hombre vestido de uniforme, abrió las puertas presuroso para permitir la entrada al automóvil recién llegado. Eiri aparcó el coche junto a otros vehículos a la entrada y se dejó guiar por la música y las luces al centró de la reunión.
Una mujer de larga melena castaña apartada del resto le sonrió, acompañando este gesto de un efusivo abrazo cuando lo tuvo lo suficientemente cerca.
-¡¡Eiri!!, ¡Tohma me dijo que vendrías!, pero como se estaba haciendo tarde me estaba empezando a impacientar- soltó el abrazo y le dio un maternal beso en la mejilla- me alegra mucho que estés bien. Tatsuha lleva toda la noche hablándome de lo raro que estabas y yo ya estaba preocupada... estas muy serio, ¿pasa algo?
Se volvió hacia su hermana con un gesto vació y carente de emotividad, que trató de convertir sin éxito en una sonrisa.
-Nada. Estoy bien. Sakuma me dijo que iba a ver una piñata -inquirió sin mucho interés- ¿dónde esta?
-Por ahí, junto a la piscina- Le indico la mujer. Puso una expresión dispar- ¿Sakuma?, ¿Qué paso con Ryu-kun?... Tatsuha tenia razón, estas muy extraño...
El rubio ignoro el comentario y se deshizo de su hermana, como el que no quiere que se le peguen telarañas al abrigo. Paseó por la fiesta, revisó a los presentes sin mucho entusiasmo. Bebió algo de ponche (bastante en realidad). Y trató de escurrir el bulto cuando Ryuichi llegó corriendo con un pañuelo de colores y un palo en la mano.
-¡Eiri-chan!, ¡que bien que te encuentro! ¡Vamos a empezar con la piñata! ¿Quieres jugar? - en realidad no era una pregunta, pues cuando el escritor alzo una mano para rechazar el ofrecimiento, el antiguo cantante empezó a poner pucheros, junto con una mirada infantil próxima a las lagrimas. Segundos después el escritor se encontraba bajo la piñata, con los ojos vendados, y maldiciendo entre dientes el estúpido juego mientras le daba palos al aire, y arrancaba exclamaciones ahogadas y alguna que otra risa de los presentes. Él parecía ser el único que se lo estaba planteando como un problema de dignidad personal. Al final, mareado de dar vueltas, calculó mal las distancias, y se cayo en la piscina que estaba justo al lado. Aquello arrancó muchas carcajadas de los presentes. Parecía ese tipo de espectáculo "casual" que se prepara con semanas de antelación para que todo resultase muy natural. Salió de la piscina con ayuda de Tohma, que con una sonrisa afectada le cogió el pañuelo y el palo que el escritor le devolvió comentando que se marchaba a casa. La fiesta no le estaba agradando en absoluto. Seguchi a su vez paso el relevo de los objetos al siguiente que quería probar suerte con la piñata, persiguiendo al rubio, hasta que le detuvo la marcha.
-Eiri-san, todavía es pronto. Ni siquiera hemos cenado. Y tengo preparado un espectáculo para ultima hora- Alentó el presidente para que se quedase. Le entregó unas llaves a la par que le señalaba una casa bastante grande a escasos cien metros de ellos- En la planta de arriba hay una habitación con ropa. Ya has estado más veces aquí, pero si no lo recuerdas es la segunda a la derecha. Cámbiate y regresa. Intenta pasarlo bien.
Volvió a quedarse nuevamente sólo, y sin saber muy bien que esperaba conseguir quedándose. Entró en la casa con las llaves que Seguchi le había facilitado. Encontró la habitación fácilmente, y el guardarropas estaba al final del dormitorio. El rubio se quitó la gabardina, la camisa y el pantalón. Lo tiro todo al suelo, murmurando a disgusto, buscando algo de su talla que pudiera ponerse. A su espalda, a la altura de la puerta escucho un crujido, se volvió expectante para encontrarse con un hombre de cabellos castaños de aspecto avergonzado.
-Tohma me contó lo de la piscina- sonrió sin moverse de la puerta- vine porque me dijo que estabas aquí. Pero si te molesta mi compañía me voy.
Yuki se quedó inmóvil por la sorpresa de ver allí también a Kitazawa. Después fue conciente de que tan sólo estaba cubierto por la ropa interior, que además estaba mojada, dejando ver más que ocultaba. Se volvió dándole la espalda, sintiéndose violento e inseguro. No estaba acostumbrado a tener dudas. Pero Kitazawa se las generaba. Cuando le veía sonreír de aquella manera, recordaba a aquel hombre joven de New York por el que tan fuertemente se había sentido atraído.
Unas brazos lo rodearon desde detrás y el hombre deposito un tierno beso en su hombro.
Estas helado. No tenias que haberte tirado al agua, hace mucho frió en esta época del año... te has tensado, ¿por qué?. ¿no me iras a decir que ahora me tienes miedo?
El escritor hundió la cabeza en su propio pecho, pues de alguna manera se sentía vulnerable. Kitazawa siempre había sido el tabú de su vida. Y ahora resultaba que por lo que tanto miedo tuvo, no había ocurrido nunca, de que otra manera sino podría tenerlo de aquella manera tan cerca.
-Me gustaría que no hicieras eso- pidió el rubio con voz fría, pero insegura comparada con otras veces. Kitazawa asintió, soltando al escritor, que mecánicamente se colocó un pantalón del armario sobre la ropa interior húmeda. El hombre de cabellos castaños lo miró con una sonrisa.
-A si no solucionas nada- estiró un brazo a su lado, y abrió un pequeño cajón donde había prendas intimas secas- mejor que utilices algo de esto.
Pese al consejo, el escritor no se movió, fue el propio Kitazawa el que cogió la prenda y la deposito en la mano inerte del rubio murmurándole al oído.
A lo mejor prefieres que sea yo quien te lo ponga.
Un rubor forzado, tiño las mejillas del novelista que se volvió sobresaltado hacia el hombre. ¡¡¿Cómo podía él hacerle reaccionar de esa manera?!! El no había reaccionado así delante de nadie, nunca... solo en su juventud... con el mismo hombre que ahora tenia delante.
Lo siento Eiri -murmuró al ver la mueca impar del rostro del rubio- quizá he ido demasiado rápido. El que fuéramos pareja durante tanto tiempo tampoco me da derecho a forzar tanto la situación pero... -se acercó un poco más a este, acorralándole contra el armario- ... podrías darme un beso, por los viejos tiempos?
Y sin esperar respuesta, tomó la cintura descubierta del escritor a la par que su nuca, robándole un beso experimentado, lleno de matices y peticiones, que Eiri tras la sorpresa inicial se encontró devolviendo, y hasta disfrutando. Dejó caer lo que tenia entre las manos para agarrar con fuerza los hombros del hombre, tratando de cierta manera de separarse. Kitazawa puso una mueca de dolor, y rompió el beso, mirando con intensidad los sesgados ojos del escritor.
-Me haces daño - susurró con dulzura acompañando sus palabras de una sonrisa. A Yuki los ojos se le nublaron, aquel era el hombre cariñoso del que se había enamorado por primera vez, no el engendro que le había dañado sin escrúpulos. Pensó en lo que había dicho Tohma. "Aquello nunca ocurrió. Disfruta de los que tienes"
-Kitazawa-sensei -murmuró con una extraña emoción aflorándole en el pecho, tímida, cohibida, a la par que se dejaba abrazar nuevamente por el hombre. A su lado, de alguna manera se sentía tan vulnerable como cuando tenia dieciséis años y aun era muy inocente y confiado en casi todos los aspectos.
-No me llames así- comentó el hombre con voz divertida- me haces sentir viejo.
Eiri sonrió, entregando sus labios que fueron besados de nuevo. El frió de su pecho, fue envuelto con manos cálidas. Yuki se entrego a ese calor, devolviendo las caricias con igual intensidad. Dejando que esa idolatría y admiración infantil se tornara la pasión y el deseo de un hombre adulto. Se encontró de espaldas contra la cama, jadeando pesadamente mientras Kitazawa a horcajadas sobre el, besaba, mordía y a continuación lamía cada parte, con extremado cuidado pero de forma provocativa y ligeramente dolorosa. Yuki sentía los sentidos turbios mirando como el hombre de cabellos castaños se erguía para quitarse la camisa y la tiraba a un lado.
Sus labios se encontraron de nuevo mientras que sus manos no cesaron de buscarse mutuamente, alcanzando sus partes más intimas. El escritor abrió la boca intentando silenciar un jadeo. Su cuerpo reaccionaba con rapidez, provocado por el sin fin de roces rápidos y al parecer expertos que en su cuerpo el hombre le dedicaba.
-Eiri- murmuró kitazawa en una respiración rota- te he echado tanto de menos. Deseaba sentir tanto tu piel... -beso su pecho- ...estar nuevamente dentro de ti...
Las palabras provocaron que el rubio se tensara, y de cierta manera lanzara una mirada desencajada al hombre sobre el que todavía tenia puestas las manos.
Rehuyó el tacto de su piel, pues aquellas frases habían desencadenado en su mente una serie de imágenes, con tal extremada claridad, que se le hizo imposible pensar que fuera algo inventando por él. Entonces lo vio. Al eludir la mirada de Kitazawa, sus ojos se posaron en el marco de la puerta. Shuichi estaba en ella, con una mueca desolada en el rostro, y cristalinas lágrimas en las mejillas. Sus ojos estaban apagados de emoción. Negó con la cabeza de forma silenciosa, y sus cabellos rosados golpearon la redondeadas mejillas humedecidas.
"Yuki te quiero. No me abandones"
No supo si esas palabras las había dicho realmente o no, tan sólo supo que el joven de cabellos rosados soltó su sujeción del marco de la puerta de la habitación, y desaparecía lentamente tras al pared. Eiri se sobresalto. Se puso de pie empujando a Kitazawa que rodó por la cama terminando en el suelo con un zapato sobre la cabeza.
-¡¡Shuichi!!
¡¡Shuichi espera!!
El rubio se arrastró por la cama. Sin importarle ni plantearse si lo que estaba viendo era real o no. Salió corriendo de la casa descalzo, sin camisa, con el rostro crispado en la impotencia de no saber hacia donde correr. Debía de tener aspecto de perturbado. O bien no le importaba o al menos no dio signos externos de ello. Corrió sin mirar siquiera hacia donde, tan sólo alejándose de la luz, de la casa, de todo aquel bullicio lejano de gente. Persiguiendo sombras. Necesitaba alcanzarle. Intentar tocar aquel cuerpo que tantas veces había tenido entre los brazos. Aquella persona que le había ofrecido comprensión y amor sin pedirle nada a cambio. La hierva de doblaba bajo sus pies, llegó un momento en el que el rubio comenzó a aminorar, reconociendo que no sabia hacia donde se dirigía, se volvió mirando en derredor, demasiado oscuro, demasiados matices de sombras. No veía nada. El suelo dejo de ser consistente bajo sus pies, debía ser barro, quizá lodo, de igual forma resbaló y al caer al suelo se golpeó la cabeza con un saliente de la tierra. Se quedó mirando al cielo, con expresión vacía, aturdido por el golpe.
Sintió que alguien se arrodillaba a su lado, y su cabeza era acomodada sobre unas rodillas.
-Te encontré
Intentó volverse, pero lo único que consiguió ver borrosamente, fueron unos oscuros cabellos que cubrían un rostro joven.
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Esto.... aviso, esto no va a ser una revelación mística ni nada por el estilo. De todas formas espero que estéis disfrutando por el momento con la historia. Muchas gracias por estar leyendo esto.
Ja-ne!!!
