Uno
por Karoru Metallium
Capítulo II: Alba de medianoche
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Advertencia: hace un poco de calor aquí al principio, no mucho. Don't like, don't read... es la continuación lógica del capítulo anterior. Disculpen si me paso con la lírica, los sentimientos y sensaciones, etc; es que no puedo evitarlo, es mi debilidad y en las otras historias no puedo hacerlo :-P. Disclaimer: en el primer capítulo.
Sabe
que la lucha es cruel y es mucha
pero lucha y se desangra
por la fe que lo empecina
Él había leído acerca de eso, por supuesto. La gran biblioteca del templo era uno de sus lugares de solaz espiritual y alimento intelectual, y a veces, escondido entre las hileras de armarios, había leído con fascinación novelas y tratados, absorbiendo el potencial de posibilidades eróticas.
Siendo un chico aislado creciendo hasta convertirse en un joven solitario, la idea de crear una conexión con alguien más, hombre o mujer, parecía exótica, tan fuera de su alcance como las estrellas en el cielo. Así que había leído acerca del amor y el sexo; conocía la mecánica del segundo y los peligros del primero, y ninguno de los dos le interesaba particularmente.
Pero nada de lo que hubiera leído, o sabido, o siquiera imaginado, lo había preparado para la sensación de la boca de Alba pegada a la suya, la maravilla del cuerpo de Alba bajo sus manos.
Él se había entregado a ella, la había aceptado como su maestra y guía en el camino completamente nuevo que estaba siguiendo, este camino que era emocionante y a la vez terriblemente peligroso. Se había propuesto aprender, y aprendería, cualquiera que fuera la lección.
Ella le dio todo, todo lo que él no tenía y que no sabía que existía, todo lo que le importaba en el mundo ahora. Esa última noche fue suya, y nunca podría olvidarla; había dejado una marca indeleble en él y mientras hubiera un hálito de vida en su cuerpo ella seguiría formando parte de él.
Alba lo besó, caliente y demandante, y como uno se hundieron en la suave hierba del bosque. Él tiró de ella hasta que quedó a horcajadas encima de él, y ni siquiera las capas de ropa entre ellos pudieron esconder su excitación. Nada podía.
Ella se sacó el delicado vestido gris por encima de la cabeza, y si vestida era espectacular, desnuda refulgía a la luz de la luna, como él siempre pensó que lo haría; ella pertenecía a la noche, con su belleza toda pálida y plateada. Piel tan blanca que casi cegaba, pechos firmes y llenos, cintura pequeña, caderas amplias, la forma más perfecta que había visto en su vida.
Él cubrió sus pechos con sus manos y la vio arquearse, su cabello plateado deslizándose por su espalda hasta tocar el cuerpo masculino en una caricia de seda.
- Eres tan hermosa... - logró balbucir, y ella se inclinó hacia delante para besarlo, su cabello creando una cortina alrededor de su rostro y aquel aroma dulce de miel y vainilla rodeándolo.
Sus manos sostenían las caderas femeninas y ella acarició su pecho para luego tirar de sus hábitos, tratando de despojarlo de ellos para quedar en igualdad de condiciones. Él se levantó ligeramente para quitarse la ropa, aunque el proceso resultó algo torpe debido a que no dejaban de besarse.
Ahora fue ella quien lo estudió bajo la luz de la luna.
- Tú también eres hermoso - dijo simplemente, y se inclinó para besarlo de nuevo.
Él se movió para que estuvieran lado a lado sobre la hierba y deslizó una mano entre sus muslos, sintiendo aquella calidez y humedad para él desconocidas, tocando por encima, por alrededor, por dentro. Era una sensación sin igual, el placer intenso de verla arquearse contra sus dedos, contra su cuerpo; pero ella lo besó de pronto con fiereza y su mano comenzó a explorarlo por cuenta propia, haciéndolo gemir y olvidar cualquier pensamiento.
En un momento estaba encima de ella, entre sus piernas, y presionó hacia delante para hundirse en el sedoso calor que le daba la bienvenida.
- Alba - murmuró, como si pudiera detenerse ahora, pero las manos de aquella diosa estaban ya en la parte baja de su espalda, urgiéndolo a continuar, y él presionó deliberada y profundamente, deleitado por los sonidos que ella hacía - ¡Alba! - gritó contra ella.
- Eres mío - susurró Alba, y ambos comenzaron a moverse juntos, con un ritmo que resultaba perfectamente natural, como si lo hubieran hecho miles de veces. De pronto era la nada, el todo, un sentimiento profundo e intenso dentro del pecho del joven aspirante a sacerdote, como si una represa se hubiera roto y dejara salir un torrente de sensaciones, de pensamientos, de lágrimas, de felicidad.
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Tomar el siguiente paso en su extraña relación había reforzado el lazo que parecía existir entre ellos. Desacostumbrado al contacto con otras personas, ya fuera físico o de cualquier otra índole, la sensación de estar tan en sintonía con alguien, como si su mente y su cuerpo se conectaran con los de ella por medio de una corriente de electricidad, era abrumadora.
Y no tenía ninguna intención de renunciar a ella. Ninguna. No podía imaginar siquiera apartarse de Alba, de sus besos, de la maestría de cada una de sus caricias, de la forma increíble que tenía de tocar su cuerpo como si fuera un instrumento, hasta encontrar la nota precisa, la armonía perfecta que lo hacía vibrar. Y no era sólo la parte física, era la compañía, las risas, el sentirse querido y valorado por primera vez en la vida, el poder compartir todo de sí sin cortapisas, sin reservas.
Sin embargo, había algo más allá de eso, algo que era simple y a la vez terriblemente complejo, algo que en cierto modo estropeaba la felicidad que el estar con Alba le daba, algo latiendo en las raíces mismas de aquella soñadora y oscura ansiedad que ella evocaba en él.
Quizás era su situación, el no saber qué hacer respecto a lo que era y a lo que tenían. Para tener a Alba debía renunciar a todas sus ambiciones; estaba jugando con fuego y sabía que lo más probable era salir quemado. Pero la amaba.
Si sus relaciones eran descubiertas sería castigado, probablemente execrado de la comunidad, y entonces se encontraría sin medios de vida ni un lugar a donde ir, con sólo su fuerza, su inteligencia... y ella. Por primera vez sentía el miedo, el miedo que provenía de no conocer el mundo real, sólo el del orfanato en el que había pasado los primeros años de su vida, y luego el del templo en el que se había criado.
Pero junto con el temor sentía una determinación mucho más fuerte que sus ambiciones. Estaba bien entrenado, tanto mental como físicamente, era capaz de enfrentar cualquier obstáculo y emprender cualquier reto, era capaz de salir adelante por sí mismo y quería hacerlo por los dos. Por ella.
Estaba dispuesto a dejarlo todo por Alba y dar el salto hacia el vacío, el salto de fe, con el destino fijado y sellado. No habría vuelta atrás... la decisión que había tomado con su corazón había sido confirmada por su cuerpo aquella noche.
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Ese día tuvo que bajar al pueblo para ayudar a uno de los sacerdotes a oficiar una ceremonia de purificación en el hogar de uno de los aldeanos, y cuando terminó sus tareas, el sacerdote le dio un par de horas para que hiciera lo que quisiera. Eso era extraño, puesto que siempre había sabido que sus salidas eran estrechamente vigiladas; en el templo nunca se habían fiado de él, no sabía si por miedo o por envidia de sus poderes y de la notable facilidad que tenía para aprenderlo todo.
Igual no importaba. Él tenía una vida de la cual ellos nada sabían, una vida llena de amor, de sensaciones placenteras y deliciosas que ellos jamás conocerían porque eran incapaces de sentir con la intensidad con la que él lo hacía. Era libre, lo quisieran ellos o no, y como un ser libre se había enamorado y ahora iba a tomar su propio destino en sus manos.
Vagó por el pueblo pensativo, mirando sin ver las casas, las tiendas, la gente... ajeno a las miradas de desconfianza y miedo de los hombres, y a las de admiración y anhelo de las mujeres. Cuando al fin decidió mirar a su alrededor, se dio cuenta de que había llegado al mercado del pueblo y que sus pasos lo habían llevado frente a un tenderete en el que se exhibían piezas de cerámica.
Miró con curiosidad el despliegue de vasijas y utensilios, apreciando que eran de una hechura excelente y de muy buen gusto; algo que era difícil de encontrar en el mercado de un pueblo. Sus largos dedos recorrieron la pulida superficie de un jarrón esmaltado en tonos de azul, con dibujos que representaban las olas y los peces del mar que él jamás había visto.
Sin embargo, junto al jarrón, casi oculto, había algo que llamó poderosamente su atención: un dije de cerámica vidriada en tonos ambarinos que representaba a un dragón con las alas desplegadas, volando. Era pequeño pero exquisito, y él lo imaginó colgando de una cinta dorada sobre el pecho de Alba...
- ¿Te gusta? Lo hice yo.
Sobresaltado, miró a su alrededor. A su lado, su cabeza llegando apenas a la altura de la cintura del joven novicio, estaba una niña de unos nueve o diez años. Su ropa estaba muy usada, incluso raída en algunos puntos, pero impecablemente limpia; sus ojos azules brillaban como joyas en un rostro inocente y puro, enmarcado por una larga cabellera dorada.
- Es una hermosa obra. Tienes mucho talento, pequeña.
- Mi nombre es Mairean - la pequeña ladeó la cabeza, examinándolo - ¿eres un sacerdote del templo?
- No, aún no lo soy - ni lo seré, pensó, con cierto dejo de amargura. Movió la cabeza para alejar los pensamientos sombríos que de pronto lo invadieron, y procuró concentrarse en la niña que lo observaba con curiosidad. Se sentía algo torpe; no sabía cómo tratar a los niños -. No será tuya esta tienda por casualidad, ¿eh? Y estos jarrones son más grandes que tú, así que dudo que puedas hacer cosas tan grandes...
- El puesto es de mi madre - con un gesto señaló a una mujer vestida de negro que se encontraba hablando con otra en un cercano puesto de verduras. En ella se repetía el esquema de la niña de cabello dorado, piel rosada y facciones delicadas, pero los ojos eran verdes y su expresión era dura y vigilante al mirar a su hija y al hombre con el que hablaba. No les quitaba los ojos de encima, pero tampoco intervenía -. Ella me deja encargada a veces. No suelo hablar con la gente, pero tú eres el primero que se fija en mi dragoncito...
- ¿De dónde sacaste la idea? ¿Has visto un dragón alguna vez?
- No, pero mi madre tiene libros con dibujos de dragones; me imaginé uno y empecé a trabajarlo.
- Me gustaría mucho llevarme tu dragón, pero como ves, los aprendices del templo no tenemos dinero propio... - explicó el joven, señalando su sencillo hábito y sintiéndose de pronto cómodo hablando con la pequeña.
- ¿No es eso algo triste? - apuntó Mairean, con esa sinceridad aplastante tan propia de los niños - Nosotras somos pobres, pero siempre que nos queda algo después de comprar comida y esas cosas, mi madre me da una parte para que la guarde o la gaste como quiera. Tú eres grande, eres fuerte y guapo - ante esto el novicio enrojeció, pero ella ni se inmutó -, y no te dejan tener dinero propio...
- Es una ironía, cierto - concedió.
- ¿Te gusta ser sacerdote y vivir en el templo? - la pregunta lo sobresaltó, más que todo por la sorprendente capacidad de observación de la pequeña. Hasta hacía poco no había cuestionado jamás sus deseos y ambiciones. Hasta que llegó Alba...
- Es lo que he deseado toda mi vida. Llegar a ser el Sumo Sacerdote de este templo...
- ¿En verdad? - la pregunta de Mairean lo hizo vacilar; ella dudaba de sus deseos, dudaba de sus ambiciones, y a la luz de sus ojos el anhelo de tener poder sobre ese pequeño grupo de seguidores se le antojaba de pronto algo casi estúpido. ¿Era eso todo lo que quería en la vida antes de que Alba llegara a él? ¿Era tan vacío su deseo? ¿Había estado equivocado todo este tiempo?
- ¿Va a comprar algo? - la voz dura y seca de una mujer lo interrumpió cuando pensó en responderle, y al girar vio que la madre de la niña estaba a unos pasos de ellos, con aquella mirada desconfiada de halcón fija en su persona.
- No - respondió él con torpeza -, como ve, no puedo...
- Entonces váyase. Mairean, regresa a tu puesto - dijo terminantemente la mujer de negro, y la niña obedeció, sin dejar de mirar al joven novicio con aquellos ojos que parecían haber leído en su alma y entendido sus dudas.
El joven se alejó después de algunos momentos de atontado silencio, y salió del pueblo, emprendiendo de manera automática el camino de vuelta hacia el templo. La niña lo había dejado sorprendido por la extraordinaria percepción de la infelicidad que había anidado en su pecho, y también por su capacidad para comprenderlo, aún siendo tan pequeña.
Había un misterio en ella, lo intuía. El afán de su madre por alejarlo no se debía a una simple preocupación maternal; había algo más allí. Había visto una sombra de miedo oscurecer los ojos verdes de la mujer cuando le hablaba, como si temiera que él pudiese descubrir su secreto.
- ¡Sacerdote! ¡Espérame! - la agitada voz infantil penetró al fin en sus pensamientos, y se detuvo, volviéndose para ver a la niña del cabello dorado corriendo hacia él. Cuando llegó a su altura, estaba jadeante y se detuvo unos momentos para recuperar el aliento.
- Mairean, no creo que tu madre apruebe que...
- ¡Me escapé! - dijo la pequeña con una expresión triunfal - Tenía que alcanzarte.
- ¿Porqué? Cuando regreses te van a regañar y seguramente a castigar...
- Tenía que darte esto - tomó una de las manos del joven, con la palma hacia arriba, y de entre sus ropas sacó un objeto que colocó delicadamente en ella. Era el dije del dragón, perfecto y reluciente.
- ¡Pero pequeña! No tengo dinero para pagártelo, y es algo demasiado hermoso...
- Tú eres el único que lo ha apreciado en verdad, así que debes tenerlo. Acéptalo, por favor - dijo Mairean, cerrando sus dedos sobre el dije.
- Es demasiado... - protestó, pero la niña movió la cabeza en un gesto negativo.
- Yo quiero que lo tengas. Por favor, guárdalo.
- Gracias, Mairean - dijo al fin. Nunca se había sentido conmovido por algo como en ese momento lo estaba por el desinteresado gesto de una pequeña -, lo cuidaré mucho.
- Eso espero - una sonrisa iluminó el rostro dulce de Mairean, y acto seguido soltó la mano del joven y echó a correr tomando el camino de regreso - ¡Me tengo que ir! ¡Ya nos veremos!
Él se quedó por unos instantes parado allí, observando el pequeño dije en su mano. Luego, con un suspiro, lo guardó en la pechera de su hábito y se dirigió hacia el templo.
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Cuando ella al fin llegó esa noche, lo encontró sentado en el tronco cortado de un árbol, pensativo y serio, y de inmediato sus besos lo hicieron reaccionar, suavizando su semblante preocupado.
- ¿Qué te ocurre esta noche?
- Sólo estaba... pensando.
- ¿En qué, si puede saberse? - preguntó la mujer del cabello plateado, sentándose a su lado con la gracia inconsciente de una criatura de los bosques.
- En ti y en mí... en los dos. En lo que vamos a hacer.
- ¿Es que vamos a hacer algo? - al ver la expresión sorprendida y herida en los ojos color violeta, sonrió, sus ojos azul claro brillando con malicia y algo más que no alcanzaba a identificar - ¡Sólo bromeaba! Estás demasiado sensible hoy.
- Se trata de algo serio, Alba.
- Lo sé - se inclinó para apartar los mechones de lacio cabello negro y besar el pequeño espacio detrás de su oreja, haciéndolo estremecer -. Y bien... ¿ya sabes lo que vas a hacer?
- Lo que vamos a hacer. Vamos a irnos.
- ¿Adónde?
- No lo sé todavía, pero lo haremos, y pronto - vio aquella extraña impresión que le daba el rostro de Alba a veces, como si fuera una hoja de papel y alguien pasara un borrador por él, dejándolo como una máscara perfecta e inexpresiva - he estado pensando que tú y yo no conocemos mucho el uno del otro... - comenzó, vacilante.
- Sabes de mí lo que necesitas saber por ahora - la máscara inexpresiva había desaparecido, y en su lugar la Alba de siempre le sonreía -, pronto lo sabrás todo. En cambio, hay muchas cosas que yo no conozco de ti y que me gustaría saber antes de... de que nos vayamos.
La frase llenó el corazón del joven de un inmenso gozo: indicaba la aceptación, tácita y sin preguntas, del hecho de que ambos iban a huir. Juntos. Ella estaba de acuerdo en que era el único paso que podían dar a continuación.
- ¿Como por ejemplo...?
- ¿Cómo es posible que, siendo humano, seas un novicio en un templo dedicado a adorar a un dios dragón? Creí que todos allí eran dragones; con apariencia humana, pero dragones al fin y al cabo...
- Bueno, eso no es del todo cierto. Aparte de mí, hay otros cuatro novicios humanos allí, y dos de los sacerdotes que están en servicio lo son, aunque son bastante mayores ya. Creo que me escogieron porque me distinguía de los demás... soy más fuerte que la mayoría y puedo hacer hechizos e invocaciones que muchos no se atreven ni siquiera a intentar...
- Tiene lógica. Pero eso me lleva a otra incógnita... no me has contado si sabes algo de tu origen, dónde te encontraron. Todo lo que sé es que eres huérfano y que estás en el templo desde muy pequeño.
- No hay mucho más que saber - repuso él, encogiéndose de hombros con aire despreocupado -, cuando llegué al templo tenía cinco años, y antes de eso había estado en el orfanato desde que era prácticamente un bebé. Nadie sabe de dónde vine, me encontraron en la puerta una noche y ya...
- Eso es triste - Alba acarició sus negros cabellos con ternura -, pero al menos el templo ha sido tu hogar, ¿o no? Creo que sentirás tener que dejarlo cuando estás a punto de ordenarte...
- No tanto como supones - sonrió. La conexión elemental que compartía con ella ahora lo hacía sentirse capaz de todo, a pesar de que tenía muchas cosas por las cuales preocuparse.
- Me gustaría mucho conocer el lugar en el que has pasado casi toda tu vida... - dijo ella con una expresión casi soñadora, de ésas que él solía ver muy raras veces en su rostro. Lo que dijo lo sorprendió mucho.
- ¿Quieres conocer el templo?
- ¿Porqué no?
- Mmmm... sólo a los novicios, a los sacerdotes y a las sacerdotisas se les permite entrar al templo, Alba; todos los demás hacen sus ofrendas afuera. Tendría que romper las reglas para que pudieras entrar...
- Es raro que me digas eso, cuando estás a punto de romperlas todas al escapar de tu destino glorioso como sacerdote para vivir con una simple mujer como yo - apuntó, con lógica.
Él suspiró y se rindió. Era incapaz de negarle algo, y mucho menos si usaba la lógica de sus propios argumentos en su contra.
- Tienes razón. Pero tú no eres una simple mujer - sonrió cálidamente -. Ven, entonces. Trataremos de que no te vean, aunque siempre hay alguien de guardia...
- Pero tú te escapas todas las noches...
- Cierto, pero donde una persona tiene suerte, dos podrían no tenerla. Vamos.
Ambos emprendieron el camino hacia el templo y él la tomó de la mano, deslizándose hasta la parte posterior del gigantesco edificio. Haciéndole señas de que no hiciera ningún sonido, avanzó hasta una de las esquinas menos iluminadas, serpenteando entre los arbustos con ella prácticamente pisándole los talones, hasta que se encontraron con una pared de piedra aparentemente insalvable.
Haciendo uso de su considerable fuerza física, movió una de las piedras encajadas el el muro y ésta cedió, dejando ver la negra boca de un pasadizo por el que podía caber una persona caminando inclinada. Se volvió hacia ella, sonriendo en la oscuridad.
- ¿Aún estás decidida a pasar por esto?
- ¡Claro que sí! Tú sólo camina que yo te seguiré. Si caigo y me rompo la nariz, te culparé de todo, así que no importa - la frase despreocupada de Alba lo hizo reír por lo bajo; tomó su mano y comenzó a caminar por el túnel con algo más de lentitud que de costumbre.
La luz al final del pasadizo se hizo más fuerte con cada paso, hasta que él empujó otra piedra que no estaba bien encajada y llegaron a una habitación en la que podían estar completamente de pie. El brillo era intenso por la gran cantidad de velas que ardían en aquel amplio aposento de techo imposiblemente alto y paredes prácticamente cubiertas por enormes tapices azules y dorados; había oro por todas partes y en todas las formas posibles, mezclado y adornado con refulgentes gemas, acumulado en altas pilas.
- Impresionante - dijo ella, avanzando hacia el centro de la habitación - ¿Qué aposento es éste?
- La cámara de las ofrendas. Aquí se traen todas las ofrendas y sacrificios que se hacen al dios...
- ¿Cómo es que no hay guardias aquí? ¿Y qué hay por allá? - preguntó, señalando las magníficas puertas de madera tallada y dorada al fondo de la enorme sala.
- No hay guardias porque todos permanecen en la antecámara. Tras esas puertas se encuentra el santuario.
- ¿Donde se supone está el dios? - él asintió, y ella le dirigió una mirada curiosa - ¿Tú crees en eso? ¿Tú crees que de verdad manifiesta sus poderes allí?
- Lo he visto suceder, Alba. El poder que emana de esa piedra es sorprendente...
- ¿Puedo verla?
- No sería... bueno, ya que hemos llegado hasta aquí, supongo que puedo llevarte a verla. Ven.
Avanzó hasta las grandes puertas y las abrió. Otra sala magnífica, toda tapizada en azul y dorado pero más pequeña que la cámara de las ofrendas, apareció ante sus ojos; en el centro se encontraba un enorme baldaquino dorado bajo el cual había un cofre de oro y cristal. Dentro de éste, refulgiendo con un brillo débil e intermitente, como un corazón latiendo, estaba una esfera azul celeste.
- Es preciosa - susurró Alba, avanzando hacia la piedra como si la hipnotizara. Él la sujetó de un brazo.
- ¡No te acerques! No sabemos lo que puede hacerte. Sólo los sacerdotes pueden acercarse a ella.
La joven iba a responderle cuando una conmoción se escuchó afuera, y él tiró rápidamente de ella para regresar a la cámara de las ofrendas. Una vez allí, escuchó el ruido de los guardias que se acercaban a la cámara y su mente aterrada de pronto se dio cuenta de que habían sido descubiertos; y aún más que eso, el miedo al daño que podrían hacerle a Alba si la encontraban allí.
- ¡Entra al túnel y corre fuera de aquí! ¡Rápido!
- ¿Pero qué...? - no tuvo tiempo de decir nada más porque él ya la había empujado hacia la negra boca del pasadizo en el preciso momento en el que los guardias y algunos sacerdotes entraban en la cámara. Al ver la forma blanca que desaparecía por el pasadizo, se precipitaron hacia ella; pero él, empujando la piedra de nuevo para cerrar el pasaje y tomando una espada de mango enjoyado de la pila de ofrendas más cercana, les impidió el paso.
Era una abierta declaración de rebeldía, y tomó varios minutos (los suficientes para que Alba escapara, o al menos eso esperaba) y casi diez personas para someter al airado y agresivo novicio, que había dejado unos cuantos heridos en el proceso.
Uno de los sacerdotes de mayor rango se adelantó y los captores soltaron a su presa, que ya no podía moverse; no gracias a los golpes que había recibido, sino a los poderes del anciano que avanzaba hacia él.
- No sólo has profanado el santuario con tu presencia indigna, sino que además has introducido gente extraña al templo, ¡y al santuario! ¿Qué te ocurre? ¿Acaso has sido poseído por algún demonio? - el anciano temblaba de furia, y sus ojos eran dagas de hielo al mirar al joven, que permaneció en silencio -. Llévenselo - ordenó a los guardias -. Mañana decidiremos qué hacer con él. Y busquen a esa... esa mujer que estaba con él. Todavía debe andar por los alrededores del templo.
El joven se dejó conducir a una celda sin decir una palabra. No estaba preocupado por su propia seguridad; tenía la certeza de que podría escapar de todo el asunto. Pero Alba... si la atrapaban...
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N.A.: No, Alba no es una Mary Sue, y tampoco lo es Mairean. Diox, cinco historias en salsa (veamos: El Ganador -cap 36 en proceso; Dorado y Cálido - cap 6 en proceso, aunque no parece querer ver la luz porque he leído cosas mejores y no sé cómo mejorar lo que llevo, me parece una porquería, dammit; La ley del deseo -viñeta 3 en beta reading; Uno - caps 3 y 4 en proceso; Más allá de las sombras -caps 1 y 2 en proceso), cuatro pages que actualizar y una más que subir... ¿podré con todo? Veremos si el trabajo y la depresión me dejan. Gracias por dejar el rastro, muchachos, y recuerden que los comentarios y la crítica constructiva siempre serán bien recibidos por mí... espero que no esté tan mal, aunque mi beta casi me arranca la cabeza por apresurar las cosas ^^.
Gracias a mis reviewers: Serena (ajá, y tú creías que ya había dejado de lado el "tango project", ¡pues no! xD), Fany (sí, recuerda a Zellas por el colorido ^_~. Y bueno, aquí no habrá pairing por un buen rato, así que no hagas conjeturas), Alpha Jack (mmm... técnicamente no sabemos si Zeros era un sacerdote antes de ser demonio, o si fue creado como tal directamente, así que cualquier historia sobre su origen es especulación, cosa que por cierto me encanta escribir y leer xD. Aún falta muuucho,tengo toda una saga en la cabeza y por eso no puedo decir nada ^^), Lis-chan (sí, hacía mucho tiempo ya que no me portaba por esta sección...), Suisei Lady Dragon (es evidente que Alba no es lo que parece... tengo toda una épica en la cabeza, pero nop, no sé nada que pueda decirte aún xDD), Vanshie (¡Hola, Pau! Hace rato que no te veo por el foro...).
