Uno

por Karoru Metallium

Capítulo III: El amor y la agonía

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Disclaimer: en el primer capítulo.

Uno va arrastrándose entre espinas
y en su afán de dar su amor

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La penumbra de la celda era rota apenas por el tenue resplandor de las estrellas, que penetraba por el estrecho ventanuco situado a considerable altura en uno de los muros. El joven sentado en el catre que constituía, junto con un cubo para hacer sus necesidades, el único mobiliario de la celda, miraba a las estrellas con una expresión en la que se mezclaban a partes iguales el éxtasis y la angustia.

Las estrellas eran como ella, como su Alba, pálidas, bellas, aparentemente frías e inalcanzables; sin embargo, él había tenido a esa estrella entre sus brazos y había sentido cómo el frío se tornaba en fuego bajo sus manos.

Tenía la certeza de que los guardias no habían podido dar con ella. Alba era rápida y ágil de cuerpo y mente, y había actuado de acuerdo a sus instintos, encontrando la salida y perdiéndose en la noche antes de que pudieran alcanzarla. Ella estaba a salvo y era todo lo que importaba... ya buscaría la forma de escapar de este predicamento y podrían huir juntos.

Muy quieto, vio llegar el amanecer. Enrojecidos, los ojos violeta se fijaron en la puerta de la celda, esperando que entraran los guardias y quizá el sumo sacerdote. Pero cuando se abrió, fue sólo para dejar pasar a un hombre de mediana edad, calvo, de ojos castaños, vestido con costosos ropajes negros y algo cargado de espaldas. Inmediatamente reconoció a uno de los benefactores del templo, el hombre más adinerado del pueblo, cuyo nombre era Gramien.

El desconcierto fue visible en la faz cansada del joven, y el hombre vestido de negro se aclaró la garganta para hablar; parecía algo contrito, pero decidido.

- Sí que la has hecho buena, muchacho...

Un resplandor de orgullo rebelde apareció en los ojos violeta, y su dueño se irguió de golpe como un resorte.

- No quiero ser rudo ni descortés, aunque mi situación no es para menos; pero, ¿qué hace usted aquí?

- Sí eres rudo y descortés - dijo el hombre, con una media sonrisa -, estoy aquí porque quiero ayudarte.

- ¿Porqué? - preguntó con terquedad.

- Por varias razones. La primera de ellas es que yo fui uno de los responsables de que te trajeran aquí, hace trece años - la sorpresa en el rostro del joven lo hizo sonreír, aunque con algo de tristeza -; percibí tu potencial e insistí en que te tomaran como aprendiz. No fue difícil, porque ellos ya estaban interesados en ti y yo soy uno de los benefactores más importantes del templo. Sobra decirte que la has hecho buena y por todo lo alto, no sólo has arruinado tu futuro sino que te expones quizás a un buen tiempo de prisión. Por todos los dioses, muchacho, ¿qué pretendías hacer?

El hombre, preocupado, empezó a pasearse de arriba abajo en el exiguo espacio de la celda. El joven lo observaba con un interés desapasionado, curioso pero a la vez extrañamente indiferente; y era que a pesar de sus palabras no sentía nada, ni culpa ni vergüenza.

Quizás no era capaz de sentir nada, nada más que el amor que lo unía a Alba.

Se dio cuenta de pronto de que Gramien había dejado de pasearse por la celda y de que aquellos honrados ojos castaños llenos de curiosidad estaban fijos en los suyos, mirándole con intensidad, como si quisiera descubrir los secretos que ocultaba.

- O quizás no pretendías hacer nada, ni bueno ni malo. Sólo mostrarle el templo a tu novia secreta - dijo Gramien en un tono cuidadosamente neutro; ante estas palabras, el joven se puso lívido y saltó del desvencijado catre para aferrar los brazos del hombre vestido de negro.

- ¿Qué sabe usted de ella? ¿Qué puede saber nadie de ella? ¿Acaso... acaso la han capturado?

- Cálmate, muchacho. No la han hallado aún, y creo que pronto dejarán de buscarla para ocuparse enteramente de ti; eso es lo que debería preocuparte - los ojos castaños captaron el brillo febril de desesperación en los ojos violeta, y el hombre suspiró -. Ella vino a verme anoche, cuando aún no sabía que habías sido encerrado, y me lo contó todo...

Decir que el joven quedó estupefacto era un eufemismo. Sus manos soltaron los brazos de Gramien lentamente, mientras sus ojos dilatados miraban sin ver, su mente tratando de asimilar lo que acababa de escuchar. No entendía nada. Alba, aún corriendo el peligro de ser capturada, había sido capaz de acercarse hasta el pueblo y buscar al hombre que sabía que podía interceder por él, que podía quizás ayudarle.

Gramien continuó hablando despacio, dejando que las palabras penetraran en su mente nublada.

- Apareció anoche llamando a mi puerta y me contó que ustedes llevan algún tiempo viéndose, que... ejem... están enamorados, y que te habían encerrado por su culpa, porque ella quiso conocer el templo y tú quisiste complacerla.

Eso era todo, resumido en pocas palabras. Pero no era cierto que ella tuviera la culpa; había sucedido porque él había querido, dejando atrás su usual prudencia. Era cierto que el amor era una llama que consumía, una niebla espesa que entorpecía el entendimiento, como decían los libros que a escondidas había leído en el entrañable refugio que era la biblioteca del templo.

Había sido un error y la parte honorable de su ser le decía que debía pagar por él, pero no quería hacerlo; simplemente quería huir, escapar con Alba lejos de allí e iniciar una nueva vida, olvidando todo lo que había vivido hasta ahora.

- Ella no tuvo la culpa - verbalizó sus pensamientos al fin -, yo cometí un error. Estoy sorprendido de que ella haya ido a verlo justamente a usted... no tenía la menor idea de que ustedes se conocían...

- No nos conocemos, muchacho; hasta anoche, nunca la había visto en mi vida. Y créeme que si la hubiera visto la recordaría... no hay jóvenes tan bellas como ella en este pueblo, ni siquiera en los pueblos vecinos - una sonrisa divertida asomó a sus labios -. No me dijo nada acerca de sí misma, pero es evidente que te quiere y desea sacarte de este problema...

- Me gustaría saber cómo - dijo el joven, sin poder evitar que un toque de sarcasmo asomara a su voz.

- Tu situación no pinta nada bien, eso está claro. En el mejor de los casos tendrás que pasarte unos cuantos años encerrado en un calabozo - su sinceridad aplastante no era desagradable, pero lo hizo estremecer -. Haré todo lo que esté en mis manos para que el castigo sea lo más leve posible; pero no puedo librarte de él, eso es algo que supongo que comprendes.

Él asintió, su mente sopesando las posibilidades. Alba había tratado de librarlo del castigo por los medios convencionales, pero era evidente que eso no prosperaría; como Gramien mismo acababa de decir, era muy probable que terminara pasando un buen tiempo languideciendo en prisión, y él no quería eso. Estar encerrado significaba estar lejos de Alba, sin saber si volvería a verla algún día, sin saber si ella pensaba en él, torturándose con la soledad, el dolor y los celos.

Eso no iba a pasar. De ninguna manera.

Él iba a escapar del templo.

- Entonces, ¿aceptas mi ayuda? - la voz del hombre de negro lo sacó de sus pensamientos.

- Con el mayor de los agradecimientos - concedió, cortésmente. Gramien era un hombre bueno y honrado, y parecía querer ayudarle realmente; pero no iba a poder hacer gran cosa. El Sumo Sacerdote estaba a punto de regresar al templo y a buen seguro iba a querer su cabeza en bandeja de plata, infligiéndole algún castigo ejemplar para que los demás novicios del templo aprendieran la lección y entendieran que no debían descarriarse.

- Bien - el hombre pareció complacido -, me voy; tengo una audiencia con el Sumo Sacerdote apenas llegue, y te informaré de lo que me diga.

- Gracias.

Solo de nuevo, comenzó a reflexionar. No iba a ser tan difícil escapar, sólo tenía que esperar el momento adecuado para que su huida no levantara una cacería humana. No sólo había leído textos sagrados y libros sobre el amor durante las noches que había pasado encerrado en la biblioteca del templo; también había descubierto, en el rincón más recóndito, tratados sobre la magia negra escondidos tras una montaña de libros aparentemente inofensivos.

Había entrenado su cuerpo para defenderse y atacar, y su alma para fortalecerse con la magia blanca y defensiva que le era enseñada y con la magia negra que aprendía en sus noches solitarias en la biblioteca. Sabía más que cualquiera de los novicios, que cualquiera de los sacerdotes incluso, porque había logrado aprender y lograr el equilibrio entre sus poderes con aquella constancia nacida de la ambición, y que ahora ponía al servicio de su amor.

Había tenido cuidado de practicarla sólo fuera del templo, porque dentro de éste, cualquier rastro de magia negra podía disparar instantáneamente las alarmas y trampas que lo protegían. Ahora tendría que hacer uso de lo aprendido para escapar de la que durante casi trece años había sido su casa, pero no su hogar.

Nunca su hogar.

Su hogar estaba donde estaba su corazón, y su corazón le pertenecía a Alba. Adonde fuera con ella sería su verdadero hogar.

Suspiró y se sentó a esperar... sin darse cuenta, el cansancio lo venció y se quedó dormido.

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Lo despertó un alboroto terrible de voces y gritos, el sonido metálico de las armas y el rumor sordo de pequeñas explosiones que estremecían el templo. Alarmado, se levantó de un salto maldiciendo su debilidad y levitó hacia el ventanuco, que aunque alto en la pared de la celda, quedaba a ras del suelo afuera, tratando de descubrir qué sucedía.

No pudo ver más que nubes de polvo y pies presurosos, y escuchar los gritos de los que pasaban corriendo frente a él. Uno de los gritos lo sobresaltó:

- ¡Los demonios! ¡Los demonios están atacando el templo! ¡Están dentro!

¿Demonios? ¿DENTRO del templo? ¡¡Eso era imposible!! La protección brindada por la fuerza espiritual de todos los sacerdotes y novicios, la magia blanca casi impenetrable que lo rodeaba, debía ser más que suficiente para alejar a los demonios e incluso neutralizarlos si se acercaban. Si eran demonios, no eran del tipo que él había llegado a ver y a enfrentar en sus escasas salidas a los pueblos vecinos... no podían ser demonios cualquiera.

Además, nunca habían atacado frontalmente, ni a tal escala. Algo muy extraño estaba sucediendo.

Por otro lado, el ataque le brindaba la oportunidad perfecta para escapar sin ser notado, y no vaciló en aprovecharla. Haciendo uso de sus poderes, hizo estallar la pesada puerta de la celda que lo retenía y avanzó por el oscuro pasillo, subiendo dos tramos de escalera hasta alcanzar la sala capitular del templo.

Se deslizó tras una de las gruesas columnas y observó el cuadro que se desarrollaba ante él: guardias, sacerdotes y novicios enfrentándose con magia, espadas, flechas y todo lo que estuviera a su alcance, a criaturas humanoides rodeadas de auras de energía maligna. Los devotos del templo del dragón del Mar lo defendían con uñas y dientes... y caían diezmados como moscas.

Su espíritu se debatió entre la imperiosa necesidad de escapar y el vínculo del deber para con esas personas con las que había pasado la mayor parte de su vida. ¿Debía ayudarlas? ¿No sería mejor simplemente deslizarse sin ser visto fuera del templo, buscar a Alba y escapar sin mirar atrás?

Para su sorpresa, descubrió que no podía. Los escrúpulos se lo impedían, y muy aparte de eso, el orgullo y la necesidad de probarse a sí mismo: estaba entrenado para defender el templo, y nunca había puesto a prueba sus poderes en un combate real. Decidió que ayudaría en lo que pudiera y en cuanto tuviera la oportunidad escaparía, y ya.

Se abrió paso, a fuerza de hechizos defensivos y tomando la espada de un guardia caído, hasta la entrada de la cámara de las ofrendas; descubrió que allí la batalla era aún más encarnizada, y en el centro de ella se encontraba un demonio con apariencia humana, alto, de largos cabellos azules enmarcando un rostro fiero en el que se destacaban unas cejas espesas e indómitas sobre unos ojos también azules, de pupilas rasgadas. Un aura oscura rodeaba a su armadura negra, y los que lo tocaban salían despedidos por los aires, heridos en el pecho, puesto que el hombre sólo tenía que mover las manos apenas para rechazarlos.

El joven trató de acercársele, pero era inútil; tras varios intentos fallidos recibió algunas heridas y decidió que lo mejor era avanzar hasta el santuario para defenderlo. El demonio de los cabellos azules lo vio avanzar hacia las puertas del santuario pero no hizo nada para detenerlo; al contrario, sus acciones parecieron divertirlo y una extraña y cruel sonrisa, que lo hizo estremecer, se formó en sus labios.

Las magníficas puertas estaban cerradas y él las abrió. Lamentablemente, los demonios habían logrado penetrar hasta el sanctasanctórum y provocar un incendio, por lo que una nube de humo espeso y negro brotaba de los cortinajes y tapices ardiendo, y apenas se podía ver.

Avanzó casi a ciegas intentando ubicar el suntuoso baldaquino bajo el cual debía estar la piedra sagrada, para tomarla y ponerla a salvo, pero pronto se dio cuenta de que alguien había llegado antes que él. Entrecerró los ojos, llorosos por el humo, y logró ver el perfil de la persona que sostenía la piedra y parecía estar enseñándosela a alguien.

El humo se aclaró, dejando ver una larga cabellera plateada, un vestido gris...

¿Alba?

La mujer se volvió hacia él y la duda se convirtió en certeza. Una sonrisa maligna deformaba las bellas facciones de la mujer, y sus ojos eran distintos, sus pupilas ahora eran rasgadas como las de un demonio... a sus pies, el sumo sacerdote del templo boqueaba agonizante, sus ropajes sagrados manchados por la sangre que manaba de una enorme herida en el pecho.

De pronto sintió que su indiferencia ante todo y todos era reemplazada por la sensación de que una enorme garra invisible había agarrado su pecho y estaba apretándolo, impidiéndole respirar. Sin creer aún lo que sus ojos veían, y sintiendo que un grito histérico luchaba por escapar de su garganta, trató de acercarse a la mujer que amaba con los pasos lentos y dificultosos de un anciano, mientras a su alrededor los gritos de terror y de dolor se multiplicaban y cuerpos quemados y mutilados caían al suelo al igual que las enormes piedras del techo, que comenzaba a derrumbarse.

Se detuvo cuando sólo le faltaban algunos pasos para llegar a la figura esbelta, erguida, orgullosa y maligna que sostenía en sus manos la esfera azul, cuyo color era ahora el de un cielo sacudido por una terrible tormenta en lugar del suave tono del cielo de verano que tenía normalmente.

Su lengua nerviosa humedeció sus labios, que se sentían tan secos como su alma, y su voz salió áspera, sibilante y dolorida.

- ¡ALBA!

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N.A.: Dramatic, huh? xDDD. Era obvio que esto iba a suceder, y va a ponerse peor, lo prometo. Diox, estoy exhausta literal y metafóricamente hablando, pero ya mejor de ánimos y más aliviada, por eso he comenzado a cuidar de mis pages y de mis pobres historias huérfanas xDDD. Gracias por dejar el rastro, chicos, crítica y comentarios son bien recibidos como siempre...

Gracias a mis reviewers: Serena (gracias de nuevo por tu apoyo, mana. La pasé genial, y como viste nos tomamos fotos en todas partes xD), Mayan (sí, eventualmente será Z/F. ¿Ves? ¡Ya me has hecho decirlo! ¬¬), Adakai (pues sí, le falta aclaratoria pero es intencional ^^), Suisei Lady Dragon (ya ves, pobre de mi nene, la tipa tiene un pelero que ya verás con señales y todo ;_;...), Kary (ando bastante mejor de ánimos, pero las cosas seguirán algo lentas mientras me recupero de las actividades de las pasadas semanas), Alpha-Jack (Bueno, he hecho cosas peores, pregúntale a mis lectores de El Ganador, la otra vez los tuve esperando mes y medio por la continuación de un capítulo que había quedado culminante xDDD... pero bueno, Jack, tenía que quedar así porque ésa es la gracia. Y éste queda peor xD), Zelda M. (gracias xDDDDDDDDD).