Uno
por Karoru Metallium
Capítulo IV: Maldad, bondad, rencor
*******************************
Disclaimer: en el primer capítulo.
sufre y se destroza hasta entender
que uno se ha quedado
sin corazón
___________________________________
Quería correr, quería huir de ese caos en el que acababa de
sentir que moría. Todas las piezas encajaron al mismo tiempo en su cabeza y pudo
ver la enormidad del error que había cometido. Había sido engañado, usado,
traicionado.
No podía escuchar los terribles gritos de los caídos, ni sentir las partículas de roca que volaban con cada explosión y herían su piel... sólo podía sentir dolor, la rabia de la traición, y dolor, dolor, dolor... temía respirar con fuerza porque su pecho podía estallar con la intensidad de lo que sentía.
Era la clase de dolor demasiado fuerte para expresarlo con palabras, tan fuerte que bordea en la insensibilidad y que una vez pasado el shock, estalla dentro con violencia. Un sollozo estrangulado casi escapó de sus labios, pero logró controlarlo, concentrándose en no llorar. No quería llorar, no lloraría. Nunca había llorado y no iba a hacerlo ahora; no por esta extraña, no por este demonio incapaz de sentir amor.
Su ángel oscuro, su vida, su muerte, su creador... lo único que siempre había deseado y anhelado. El paraíso que le fue dado y negado... él estaba allí de pie, enfrentando a su amor, a su enemigo... estaba allí como una prueba silente de su propio corazón destrozado, testimonio de su amor y de su fe.
Era más lógico estar furioso que triste. Furioso por haber sido engañado. Desolado porque su amor había muerto.
No, no había muerto; simplemente nunca había existido.
Finalmente la rabia y la furia que tanto necesitaba llegaron a su mente, pero en lugar de disminuir el dolor, sólo lo empeoraron. Debía haberlo sabido, debía de haberse dado cuenta, debía de haber interpretado cada pequeña señal, cada actitud sospechosa; debía haber sabido que tanto misterio sólo podía ocultar un engaño... había sido tan crédulo, tan cándido, tan... tan débil.
Ella le miraba ahora y sus labios, aquellos labios como rosas rojas, como vino rojo, aquellos labios que había besado, lamido, mordido, se curvaron de nuevo en esa inhumana sonrisa torcida que provocaba escalofríos de temor y repulsión por todo su cuerpo.
- Bienvenido a tu peor pesadilla - la voz sedosa era la de Alba, pero le parecía imposible estar mirando a la mujer que tanto había amado... y que seguía amando dentro de su tonto corazón.
- ¿Porqué? - alcanzó a preguntar, con la voz rota.
- ¿Porqué no? - repuso ella con un brillo diabólico en sus ojos azul claro, sin dejar de sonreír - Eres una cosita curiosa, nunca había conocido a alguien como tú... me divertí contigo, y me sigo divirtiendo.
- Alba...
- Lindo nombre, ¿verdad? Pero no es el mío. Me llamo Ireth, y estoy al servicio de Deep Sea Dolphin, la Reina del Océano.
- Eres un demonio...
- ¿Y hasta ahora te das cuenta? ¿Cómo es que casi te ordenan sacerdote? ¿No es materia obligatoria para ustedes el reconocer, el percibir a los demonios? - la mujer rió abiertamente - Eres en verdad de lo que no hay, iluso y confiado como pocos. ¿No te extrañaba que nadie me conociera en la aldea ni en los alrededores? ¿No te extrañaba que no te dijera nada de mí? ¡Te lo creíste todo!
- Entonces... todo lo que me dijiste era mentira... - murmuró.
- Hace mucho tiempo que mi ama quería acabar con este templo y esta devoción absurda, pero la protección de magia blanca era demasiado poderosa y el templo parecía inexpugnable. Hasta que tú me mostraste cómo entrar sin ser detectada, claro - sonrió de nuevo -. Me propuse lograrlo, pero sabía que no cualquiera de los novicios o sacerdotes me serviría y que casi nunca andan solos... hasta que descubrí tus escapadas nocturnas y me convencí de que eras el indicado. No me equivoqué. Escogí bien.
- ¿Porqué fuiste a ver a Gramien? ¿Porqué le pediste que intercediera por mí, si no querías salvarme?
- Porque era divertido. Es divertido engañar a todos - contestó simplemente ella, encogiéndose de hombros.
- Nunca me amaste - se odió por ser tan débil y permitir que su voz quebrada fluyera, revelando el intenso dolor que sentía y los ridículos e inútiles sentimientos que se agitaban en su corazón.
- Nunca he "amado" a nadie - escupió la palabra con desdén-. Los demonios no sabemos amar, al menos no de la manera en la que los humanos lo hacen o lo sienten, eso me han dicho - se acercó a él con ese paso elástico que le era tan familiar que le dolía, ese caminar que hacía parecer que flotaba en lugar de caminar.
Dio dos vueltas en torno a él, observándolo, sin dejar de acariciar la esfera que tenía en sus manos, y cuyo color era ahora casi negro.
- ... pero me gustas, me gustas mucho. Me gustaría que mi ama me permitiera conservarte...
- ¿Como qué? ¿Como tu mascota? - su voz ahora era amarga, haciendo que Ireth alzara una ceja en un gesto sorprendido.
- Pues sí, ¿porqué no? - se detuvo justo detrás de él y sus labios fríos acariciaron la oreja izquierda del joven, haciéndolo estremecer. La mujer que había amado no existía, pero este ser aún era capaz de provocarle las mismas sensaciones, y eso le aterrorizaba.
- ¡No!
- ¿Crees que tendrías la opción de rechazarme? - la risa suave y cristalina era la de Alba, pero ya no podía cerrar los ojos e imaginar que era ella quien estaba allí - De todos modos, ésta es una discusión inútil, porque mi ama no me dejaría quedarme contigo. Está medio loca, de todos los Dark Lords es la que tiene el peor carácter, y es muy... posesiva con sus sirvientes, en especial conmigo. Soy su mejor obra, según dice.
- ¿Qué vas a hacer conmigo?
- Oh, las cosas que podría hacer contigo... - murmuró en un tono sugestivo, acariciándole el cuello con los labios y la lengua, riendo al detectar los sutiles temblores que estremecían el cuerpo masculino ante su contacto - pero ya no me sirves, y ni siquiera puedo quedarme contigo como mi juguete preferido. Ya hiciste lo que tenías que hacer para servirme, así que... te mataré.
- ¿Qué esperas, entonces? - murmuró derrotado, mirando hacia arriba, hacia el techo que parecía venirse abajo por momentos.
Una brazo delgado y blanco rodeó su torso y pudo sentir la esfera que Ireth sostenía con la otra mano apoyada contra su espalda. La mano pálida que tan bien conocía su cuerpo extendió sus largos dedos sobre el pecho del joven, mientras él la observaba con fascinación y terror.
- No temas. No he olvidado todo el placer y la diversión que me has brindado; y por eso, sólo por eso, tu muerte será rápida.
Horrorizado e incapaz de moverse, vio cómo las uñas de aquella mano se alargaban hasta convertirse en garras, garras que comenzaron a curvarse y a hundirse en su pecho. Un dolor terrible se extendió por todo su cuerpo y su respiración se redujo a pequeños y rápidos jadeos que apenas llevaban aire a sus pulmones. Su visión comenzó a desenfocarse...
Un potente grito, casi un rugido, interrumpió la tarea de la mujer.
- ¡Ireth! ¡Maldita sea, deja ya de jugar y termina con lo que vinimos a hacer aquí! - era el demonio de los cabellos azules, que iracundo se acercaba tirando del cuerpo exánime de uno de los sacerdotes. Ireth soltó al joven, dejándolo caer al suelo como si fuera un trapo, y él cerró los ojos, abrumado por el intenso dolor físico y moral.
- Eres un aguafiestas - abrió los ojos al escuchar de nuevo esa dulce voz, y vio cómo frente a él la mujer-demonio enterraba las garras teñidas de sangre, de su sangre, en la esfera negra.
Una luz cegadora brotó de la esfera; cuando se disipó el resplandor, en las manos blancas de Ireth sólo quedaban trozos opacos de cristal ennegrecido que dejó caer al suelo con un gesto triunfal y desdeñoso. Él volvió a cerrar los ojos y se quedó muy quieto, deseando la muerte.
- Listo. Ahora podemos irnos.
- ¿Y ése? ¿Está muerto? - preguntó el hombretón con voz seca y fría.
- Si no lo está, no le falta mucho - repuso Ireth con indiferencia.
Lo último que escuchó antes de quedar inconsciente fue el trueno ensordecedor del techo que se derrumbaba sobre su cabeza.
________________________________________
Despertó lentamente, a un dolor tan intenso que le hizo desear perder de nuevo la conciencia y no despertar jamás. Probaba el sabor metálico de su propia sangre en su boca, olía la sangre de otros alrededor, sentía la muerte acechándole; su cuerpo estaba atrapado bajo algunos escombros y no sentía ya las piernas.
Movió la cabeza y a través de ojos nublados vio el cielo nocturno iluminado por el resplandor de las llamas. Gran parte del techo del santuario y una de las paredes laterales se habían derrumbado, pero allí no había fuego; éste se había concentrado en la antecámara y amenazaba con consumir lo que quedaba del templo.
Lo más impresionante, fuera del crepitar de las llamas y y el sonido de las rocas cayendo a su alrededor, era el increíble silencio en todo el templo. Ni un solo grito humano, ni un solo quejido, ni un solo lamento, ni el jadeo de una respiración agonizante; nada. No quedaba nadie vivo para hacer un sonido, excepto él.
Él, el culpable de toda esta destrucción, el causante de toda la tragedia gracias a su ingenuidad y estupidez, era el único habitante del templo que había quedado con vida.
Trágica ironía: hasta hacía apenas unas horas había deseado con todas sus fuerzas vivir, escapar para estar junto a la mujer que amaba y saber de una vez por todas qué era la felicidad; ahora deseaba morir y no podía. Quizás era ése su castigo por ser el responsable indirecto de tantas muertes.
Pasaron minutos, horas tal vez antes de que el sonido de alguien apartando los escombros llegara a sus oídos. Intentó levantar su maltrecha cabeza y la imagen desenfocada de alguien que se acercaba trabajosamente a él entre las pilas de rocas le hizo doler aún más la cabeza.
- ¡Te encontré! ¡Estás vivo! - la voz clara y dulce estaba llena de alegría, y luego de un momento la reconoció.
Aquel largo cabello dorado rodeando una carita pálida... era Mairean, la pequeña artesana de la aldea, la que le había hecho reflexionar con sus inocentes palabras y que ahora luchaba con sus delicadas manitas, intentando apartar los escombros que aprisionaban su pecho y brazos.
Le costaba comprender que había alguien en este mundo a quien le importaba si vivía o moría. Era evidente que a Mairean le importaba, porque su carita enrojeció con el esfuerzo y sus manos se cubrieron de arañazos por las rocas. Pero él no podía dejar que se hiciera daño tratando de salvarlo cuando ya no había remedio.
- Déjame... - logró articular, débilmente - sólo... te lastimarás...
- Quiero ayudarte.
- No... puedes. Estoy muriendo... es peligroso que estés aquí... podrías quedar sepultada... déjame.
- ¡No digas eso! ¡No puedo irme y dejarte aquí, así!
- ¿Porqué... porqué te importa?
- No lo sé. Pero tú me importas, y no puedo dejarte. Cuando supe lo que pasaba me escapé de mamá y vine, sabía que si alguien había quedado con vida tenías que ser tú.
¡Ella creía en él! Y sus esfuerzos habían liberado su torso y sus brazos, aunque sus piernas seguían atrapadas y rotas.
- No... puedes... ayudarme, Mairean....
- ¡Sí que puedo! - dijo la niña con terquedad, frunciendo el ceño. Sin vacilar, y sin mostrar signo alguno de repugnancia, puso su mano derecha sobre el pecho ensangrentado del joven y cerró los ojos.
Por momentos el dolor en su cuerpo alcanzó tales niveles que casi se desmaya de nuevo; pero luego sintió como si algo se moviera en su pecho y el dolor comenzó a disminuir muy lentamente, convirtiéndose en un sordo latir, mientras que la niña movía ahora ambas manos sobre él.
Mairean podía parecer una chiquilla común a pesar de su delicada belleza, pero evidentemente no lo era. Esto era magia curativa, y no para principiantes; era algo complejo, que requería cantidades considerables de energía y poder por parte del que lo ejecutaba.
La pequeña aldeana era un misterio.
- ¡¡Suéltalo!! ¡¡Aléjate de él!! - el grito desesperado los sobresaltó: una mujer alta y rubia, vestida de negro, acababa de entrar por el lienzo de pared que se había derrumbado y ahora avanzaba a trompicones hacia ellos por encima de los escombros. Era la madre de Mairean, que sin perder tiempo la arrancó violentamente del lado del joven.
- ¡¡NO!! ¡¡Mamá!! ¡Déjame ayudarlo! - gritó la pequeña, retorciéndose entre los brazos de la angustiada mujer.
- ¡No! ¡No puedes ayudarlo! ¡Él está condenado, y no permitiré que te condenes con él! Mairean, por favor, ven conmigo, ¡debemos irnos antes de que llegue!
El dolor había vuelto y apenas podía pensar, pero las palabras de la mujer parecieron grabarse a fuego en su mente. Condenado... era obvio que estaba condenado a muerte, pero la mujer parecía decirlo como si implicara que había una condena peor que ésa. Y, ¿cómo podía afectar eso a Mairean? Él no podía hacerle daño, en primer lugar porque no quería y en segundo porque sus heridas le impedían moverse; estaba agonizando. ¿Condenado a qué? ¿Porqué no podía ayudarle la pequeña? ¿Quién iba a venir?
- ¿Condenado...? ¿Qué...? - graznó, y la mujer, luchando por contener a su hija, que lloraba, se quedó de pronto muy quieta y lo miró con una expresión que oscilaba entre el temor, la angustia y la piedad.
- Es tu destino, y nadie puede apartarte de él. Pero no es el destino de Mairean, y no puedo permitir que la arrastres en tu caída.
- Estoy... agonizando. Voy a morir. ¿Qué daño... puedo hacerle?
- No morirás. Pero hay cosas peores que la muerte, que están en tu destino y que no puedes evitar; el rencor te llevará a ellas - hizo una pausa y sus ojos verdes lanzaron destellos peligrosos -. Tu camino se cruzará con el mío y con el de mi hija en el futuro; pero cuando volvamos a encontrarnos seremos enemigos. Nunca lo olvides.
- ¿Quién... eres? ¿Quién vendrá?
- Soy Maeve, la hechicera. Y pronto lo verás - los ojos violeta del joven se agrandaron al verla desaparecer en una nube de humo blanco.
¿Quién era esa mujer, y cuál era el destino que él debía cumplir? El dolor no le permitía pensar; estaba desangrándose lentamente y moriría en poco tiempo... de nuevo cayó en un estado semi inconsciente hasta que percibió una presencia a su lado. Al abrir los ojos vio una cara traviesa y sonriente, de tez oscura y ojos dorados con pupilas rasgadas. Otro demonio, quizás el que Maeve había dicho que vendría.
- Estás en muy mala forma - rió el jovencito, agitando las manos frente a su cara.
- ¿Quién...? - preguntó con un hilo de voz.
- Mi nombre no importa. Vengo a traerte la solución a tus problemas. Quieres vivir, ¿no?
- N...no. Quiero... morir.
- ¿Quieres morir? - el chico resopló, indignado - ¡Qué desperdicio! ¿Acaso no quieres vengarte?
¿Vengarse? No lo había pensado siquiera. ¿Quién iba a pensar con el cuerpo destrozado, mortalmente herido? Sólo quería que el dolor cesara, por eso quería morir.
- Ireth te la ha jugado buena...
- Es... un demonio. Como... tú.
- Y te ha dejado como un trapo, ¿no?
- ¿Eso... a ti... qué te importa?
- Me importa y mucho. Hace tiempo que mi ama te observa, y ahora me ha mandado a buscarte. Debo llevarte ante ella ahora, pero debes venir conmigo por tu propia voluntad...
- ¿Tu... ama?
- Zellas Metallium, Señora de las Bestias - repuso el chico con tranquilidad, sonriendo.
- ¿Para qué... quiere que vaya? Estoy muriendo... no puedo serle útil.
- Deja que ella decida eso; por algo me ha enviado a buscarte justo en este momento, ¿no crees? Ella no se precipita, no es como esa chiflada de Dolphin que deja a sus sirvientes sueltos y causando molestias...
- Por culpa de un... demonio estoy muriendo. ¿Porqué querría... relacionarme con ustedes?
- Para vengarte, por supuesto. Zellas te dará las armas para hacerlo. Dolphin la tiene harta, y además detesta a esa zorra de Ireth - refirió con una sonrisa nueva, maligna, escalofriante en un rostro tan joven y terso. El joven ni siquiera se inmutó; estaba más allá de eso.
Así que éste era el destino del cual hablaba Maeve. La hechicera podía ver el futuro, y había visto esto. Sabía que no podía rechazarlo; sabía que no lo haría, que el rencor había anidado definitivamente en los restos de su corazón destrozado, y ahora anhelaba la venganza aunque eso significara condenarse por una eternidad.
Le había sido negada la felicidad que nunca conoció. En su agonía le había sido negado incluso el consuelo de un alma pura para bien morir. Estaba irremediablemente dañado, corrompido, y ahora sabía lo que debía hacer.
- Llévame... con tu ama. Pronto, antes de que muera...
El sonriente chico de tez oscura colocó los brazos alrededor del torso casi destrozado del joven, y en un parpadeo ambos desaparecieron...
********************************
N.A.: El título... la maldad de Ireth, la bondad de Mairean y el rencor que ha anidado en el corazón agonizante de mi querido protagonista. Quiero dar las gracias a las cuatro o cinco personas que siguen esta historia y que se toman la molestia de apoyarme bien sea con una rev o a través del mail, aprecio eso porque me alienta y me ayuda a no dejar abandonada la historia, que la verdad lo he pensado a pesar de que está toda más o menos cuadrada; sé qué voy lento y aún no clarifico, pero es que no quiero estropear lo que viene, so bear with me please ^^. Gracias a mi beta Christian, que me ha ayudado a llevar el ritmo y la continuidad debidas.
Gracias a mis reviewers: Serena (cuentas conmigo pa ese proyecto, mana, I'm 100% into it. BTW, thanks for the support), ZLaS MTAL1Um (me alegra que te guste la historia, aunque hasta ahora no tenga nada de humor, mucho me temo que lo he gastado todo en mis fics de SK xD. No le he cambiado el nombre a nadie, lo que pasa es que los personajes de Slayers como tales aún no hacen su aparición; en cuanto a no mencionar a Zeros... es completamente intencional, ya verás ^^; sin embargo, es reconocible, ¿a que sí? Respecto al tiempo, entre el trabajo, las fiestas y los otros cuatro fics que llevo me queda poco, pero trato de escamotear algo para seguir. Gracias por los besos como ballenatos, es la primera vez que veo esa expresión y me encanta porque son besos grandotes ^^), Suisei (ya ves. Y viene todavía más porque esta criatura es una joya y nuestro querido prota también tiene lo suyo. ¿Has visto el nuevo foro? Zhong se ha salido con la suya de nuevo xD), Tira Misu (directa al punto tu review xDDDDDD, pobrecito, ¿verdad?), Mayan (gracias por el mail, buddy, pero no me vas a chantajear pa que te diga xD).
