Notas: Hace ya muchos ayeres, leía fanfics de estos dos en ffnet y deseaba muchísimo hacer uno también. Este es uno de esos intentos y el único concretado.
No es un escrito reciente. Lo subo acá por mero aburrimiento y porque posiblemente alguien más lo aprecie.

Otra cosa: esto no tiene sentido espacial/temporal con FE por razones obvias, y tampoco está ubicado en el universo de SSB, pero prefiero catalogarlo como fic de Smash y NO de Fire Emblem por el simple hecho de que son Ike y Marth coexistiendo.


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Habían pasado ya tres meses desde que los mercenarios de Greil habían regresado a Altea; tres y medio desde que Marth volvió a ver a Ike, y poco más de seis años desde que lo había dado por muerto.

Por seis años, Marth mantuvo sus emociones bajo llave. No se permitía mostrar dolor, ni siquiera cuando estaba solo; nada más allá del justificado luto de perder a un aliado. Encerrarse en sus labores como monarca era un escape a los tumultos resguardados en las profundidades de su corazón. Los años pasaban y Marth seguía amando a su pueblo, y para él seguía siendo increíblemente fácil poner a los demás por encima de sí mismo; a sus amigos, a su familia. No era ajeno a la crueldad de la guerra, ni a perder a seres amados, pero seguía siendo un ser humano, y Ike le había mostrado mucho tiempo atrás el respiro que era perseguir sus propios anhelos. Era irónico que desaparecer de su vida lo hubiese impulsado a resguardarse como una criatura marina viviendo bajo un mar congelado. El destino había sido tan cruel como para arrebatarle el deseo de ser algo más que un símbolo de fortaleza para su gente.

Era difícil determinar lo que había sentido cuando se enteró que esa cruda noticia no había sido verdad.

Ike no había cambiado mucho. Seguía siendo tan áspero y con la misma mirada intensa que ya conocía. Con un cuerpo forjado bajo las flamas del conflicto y la guerra, y definitivamente con más cicatrices de las que Marth podía recordar. No habían hablado mucho desde su llegada; cuando cruzó las puertas del castillo al lado de su estratega Soren y su paladín Titania. Los habían recibido como en los viejos tiempos: con una bienvenida respetuosa y cómodos aposentos, y Marth los veía a una distancia prudente con la aparente solemnidad de un aristócrata.

Esa noche, durante la cena, cuando el mercenario y el rey cruzaron miradas después de un discurso como muchos otros, el rey sólo se limitó a sonreírle.

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No fue hasta un par de meses después que el silencio entre ambos se hizo menos denso. Un día, en los pasillos de piedra del castillo; a la semana siguiente en las planicies en camino a la ciudad. Un día en los jardines de la fortaleza, otro día en algún mercado entre el bullicio de la gente. Nada fuera de charlas formales. Marth no presionaba en lo absoluto, y a Ike no parecían molestarle los silencios prolongados.

Al tercer mes, Marth no podía concentrarse en absoluto. Miraba ausente el extenso mapa que tenía enfrente; una mezcla de emociones lo golpeaban como olas. El mundo se hacía más pequeño bajo el peso de sus propios pensamientos.

Los muros que había construído en los últimos años se estaban desmoronando como arena contra el viento. De modo que salió a hacer lo que debió haber hecho desde el comienzo.

-Quiero pedirte que entrenes conmigo.

Quizás se asemejaba un poco más a una orden que a una simple petición. Ike levantó la mirada de la espada que limpiaba en la armería.

-De acuerdo.

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Soy príncipe antes que un hermano o un hijo. Fue lo que le había respondido tranquilamente a su hermana Elice cuando ella le hizo saber su preocupación una fría noche de noviembre. Era un recordatorio de las enseñanzas de su padre, y estaba consciente de que no eran las palabras de comfort que ella estaba buscando, así como también estaba seguro de que no sería ésa la única vez en la que tendría que sosegar miradas de consternación con sonrisas herméticas, por lo que estaba agradecido con ella por no insistir demasiado.

Soy un príncipe antes que un amante, era lo que estaba ocultando decir.

Era curioso, como el mercenario seguía siendo de las pocas personas con las que podía comunicarse sin decir mucho realmente, aún después de tanto tiempo. Le agradeció a Naga el poder dejarle esa labor a su espada, aunque fuera sólo por una tarde.

Estaba exhausto de explicarse; estaba cansado de fingir expresiones que no estaban ahí.

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Su mirada cansada se había avivado al momento de desenfundar. Aquello era más que un duelo, eso lo sabían ambos de antemano. Era una prueba, casi tanto como también era una bienvenida.

Tomar decisiones arriesgadas a cada momento, con un margen de error diminuto, era como solían ser los duelos con Marth; una presión constante que no cedía. Decir que era exhilarante era decir poco. El monarca ni siquiera se había molestado en cambiar de arma; era tan rápido que el brillo de la hoja de Falchion era el indicio que Ike tenía a su disposición para contrarrestar sus golpes. No importaba cuánto tiempo pasara, Ike no podría olvidar lo mucho que pelear contra Marth le había enseñado; lo había forzado a ser versátil y había rendido sus frutos. Usar su brazo no-dominante para oscilar la espada entre ofensa y defensa le permitía formas de contraatacar que sólo funcionaban contra un adversario del calibre de Su Majestad.

Un choque particularmente fuerte entre las hojas de acero hizo retroceder a Marth hasta topar con un pilar cercano; sus botas jamás separándose del suelo. Ike lo persiguió y clavó la espada en el muro a la izquierda del cuerpo del monarca, casi al mismo tiempo en que sentía el filo de Falchion asentándose peligrosamente en su cuello; a pocos milímetros por debajo de su manzana de Adán.

El sonido del viento y sus respiraciones acompañaban la lánguida pausa. Era bizarramente íntimo; la cercanía y la manera en que se sostenían la mirada entre el filo del acero y la agitación del combate. La vieja terraza sin techo les brindaba el privilegio de sentir la brisa y el cielo se teñía de cintas azules y lilas, y Marth podía jurar por los dioses que los irises de Ike siempre brillaban más después de un enfrentamiento. Dejó caer la espada de forma poco ceremoniosa y acortó la distancia, y de pronto estaban hundidos en un beso tan apasionado como brusco; sus manos enguantadas aferrándose a la espalda del mercenario como si fuese un gato temiendo a la gravedad.

De pronto se sentía como si se hubiese rendido ante una corriente. Marth entregó sus sentidos a la mano que apartaba su cabello del camino y a la boca que recorría vigorosamente su cuello.

-¿Estás aquí realmente… verdad? -preguntó, con voz vulnerable y labios húmedos, mientras fijaba la vista en ningún punto en particular.

No había tenido idea de lo mucho que necesitaba esa familiaridad. Cerró los ojos y dejó resbalar un par de lágrimas por su mejilla, mientras sentía como Ike se quedaba quieto; su abrazo fuerte y cálido.

-Puedo demostrártelo, si deseas. -Respondió el mercenario.

Marth hundió el rostro en su hombro. -Acompáñame. -le susurró.