El número uno


En muchos sentidos Jyuto era un grandísimo idiota.

Samatoki no lo decía solo porque Jyuto a veces se mostraba ridículamente serio o porque cuando tenía algo en mente se le olvidaba todo lo demás y actuaba sin pensar primero, como si esa brillante cabeza que tenía fuese solo para pendejadas menos importantes.

Y encima hacía cosas como esta.

¿Quién carajos regalaba algo que quería para sí mismo?

O no, no para sí mismo, eso sería al menos aceptable porque los gustos de ambos coincidían. Pero no, el conejito había llegado saltando con un regalo de cumpleaños que había entregado con toda la seriedad y un deje de nerviosismo que había cobrado sentido después, cuando prácticamente había admitido que lo que quería era que lo preparara para él. Y el que no insistiera y lo hiciera como una insegura petición era lo peor.

O no. Lo peor era que esto lo confirmaba: Jyuto estaba completamente enamorado de su café.

¿Y por qué había imbéciles que hablaban de atrapar a alguien por su estómago?

Tener a Jyuto frente a su cocina (como ahora) o en su oficina rogando por un café era… no necesariamente malo, pero no un ideal. Si a Jyuto se le iba a caer la baba, al menos debería ser porque estaba embobado con él y no con algo que él preparaba.

Maldito conejo. Si no hubiese acertado al comprar unos granos realmente buenos, Samatoki se los habría tirado en la cara por su atrevimiento.

—Bueno, solo venía a eso —dijo Jyuto de repente, como si se hubiera hartado de que Samatoki no le dijese nada en respuesta a su regalo—. No te metas en problemas hoy.

Jyuto ni siquiera mencionó otra vez el café y sin duda planeaba largarse como si no hubiese hecho (con solo una bolsa llena de granos de café de alta calidad y unas pocas palabras) que él no supiera si quería golpearlo, gritarle o besarlo y Samatoki no pensaba permitir eso.

—Está bien —aceptó. Él no le decía que no a ninguna pelea y si Jyuto iba a salirle con algo así, más le valía estar preparado para las consecuencias—. Te prepararé café todos los días.

En un parpadeo, la expresión de Jyuto se iluminó. Aunque no estaba sonriendo, la sola idea hizo que sus ojos brillaran y que abandonase todo amague de partir del lugar, luciendo en cambio como si estuviese a punto de correr a sus brazos.

—¿Lo dices en serio? —incluso su voz estaba cargada de expectativa.

Si tan solo no fuese porque ya se estaba relamiendo ante la idea de beber un café eso sería perfecto. Samatoki miró de reojo la bolsa que tenía en sus manos, contó hasta diez y la dejó sobre el mesón de la cocina. No iba a desperdiciarlos cuando podía molerlos y hacer un café capaz de derretir a este tonto más tarde.

—¿Dudas de mi palabra? Pero —añadió, consiguiendo que Jyuto contuviese su respiración y aguardara— quiero algo a cambio.

Jyuto frunció el ceño por un corto instante, tras el cual asintió con su cabeza con lentitud.

—Si es algo que puedo darte…

¿E incluso se arriesgaba a ser engañado por un yakuza solo porque ansiaba un café diario? Realmente era un idiota.

Samatoki fue directamente hacia él, agradeciendo que en el corredor que llevaba a la puerta de salida, donde Jyuto estaba, no había ningún obstáculo y que Jyuto no se inmutó. Nunca lo hacía sin importar lo mucho que Samatoki se acercara y Samatoki nunca había desaprovechado eso ni lo comenzaría a hacer ahora.

—Quiero —pronunció, conteniéndose de agarrarlo desde ya aunque sí se aseguró de quedar tan cerca que podía tocarlo sin ningún esfuerzo— comer conejo todos los días.

Jyuto parpadeó, luciendo confundido.

—Sabes que no cazo como Rio y tampoco tengo tiempo para aprender a cocinar.

Si no fuese por la decepción que se coló en su tono, Samatoki habría asumido que Jyuto se estaba burlando de él o que se estaba haciendo el idiota dándole un rechazo indirecto. Pero no. Incluso su expresión se nubló, como si le hubiesen arrebatado un tesoro que había estado a punto de obtener.

¿Él seguiría perdiendo ante el café que él mismo preparaba?

No. No lo haría.

—Nah, no tienes que cocinar nada.

—¿No? —Jyuto ladeó su cabeza y algo en él se pareció inclinar hacia la sospecha—. ¿Entonces qué es lo que quieres?

—Ya te lo dije.

—Pero dijiste que…

—Quiero un conejo.

—Sama-…

Jyuto no lucía como si entendiera, así que Samatoki decidió no esperar más y fue por lo que quería. Era lo menos que merecía luego de ese regalo que más parecía de Jyuto para Jyuto que de Jyuto para él.

Fuese por la sorpresa o porque Samatoki no le dio tiempo para reaccionar, Jyuto no se apartó y tampoco cerró su boca, lo cual le dio a Samatoki la oportunidad de invadirla y de aprisionarlo en sus brazos y tal como esperaba, Jyuto encajaba a la perfección en ellos y encima estaba a la altura perfecta para ser besado.

¿Y cuando le correspondió, como si no quisiera quedarse atrás? Fue jodidamente perfecto y por eso mismo Samatoki prolongó el beso, degustando al fin esos labios que tan cerca solía tener y que muchas veces atrapaban su mirada cada vez que compartían el fuego de sus cigarrillos.

Pero esto no sería algo de una vez, claro que no. Jyuto ya lo había hecho esperar demasiado y ahora que estaba confirmando lo que se había estado perdiendo, no lo iba a soltar.

Samatoki se lo hizo saber con su lengua hasta que fue obvio que le había robado el aliento y cuando rompió el contacto, se aseguró de afianzar su agarre en él y esperó. Este terco, ciego, idiota conejo ya tenía que haberlo entendido y de paso tenía que ya tener una buena idea de que el café no era el mejor talento de Samatoki.

Jyuto había cerrado sus ojos en algún momento y cuando los abrió, los fijó en él al tiempo que mantuvo entreabierta su boca, inhalando y exhalando por ella. Si así se veía luego de un solo beso, sin duda quitándole su traje y dándole más que solo una bebida humeante se vería delicioso…

—Samatoki… —susurró Jyuto y Samatoki se tensó, olvidándose de esa fugaz fantasía pese a que Jyuto pasó su lengua por sus propios labios en esa pausa que hizo, gesto que sin duda plagaría su mente en un futuro. Si ahora Jyuto le soltaba alguna estupidez como que no entendía o que quería negociar, lo cogería ahí mismo y…—. Así que… ¿todos los días?

—Todos los días —confirmó Samatoki, todavía sin cantar victoria pero muy cerca a ello.

—¿Estás seguro? Siento que voy a terminar siendo demasiado codicioso. El mejor café del mundo y además…

Así que si era capaz de entender. Una mezcla de alivio y bochorno llenó a Samatoki, aunque él trató de ocultar bramando una amenaza.

—Más te vale apreciarlo.

—Por supuesto. —Jyuto rió suavemente y alzó sus brazos, rodeando su cuello con ellos y Samatoki se lanzó a esa oportunidad para besarlo de nuevo y empujarlo mientras lo hacía, buscando adentrarse en el lugar y llegar a su habitación con Jyuto. O al menos a la sala.

Se aseguraría de que Jyuto no escupiera otra estupidez y de que él quedaría antes de que terminara el día en una posición muy superior a la de su café.