Corazones desequilibrados

Por Nochedeinvierno13


Disclaimer: Todo el universo de Canción de Hielo y Fuego es propiedad de George R. R. Martin.

Esta historia participa en el Drabblectober de "[Multifandom] Casa de Blanco y Negro 3.0" del Foro "Alas Negras, Palabras Negras".

Prompt: Nothing breaks like a heart, Mark Ronson ft. Miley Cyrus.


III.

We live and die by pretty lies.

You know it.

Veía el mundo a través de un solo ojo.

La habitación era inundada por los colores sangrantes del ocaso que se colaban por la ventana abierta de par en par. Los postigos eran agitados por un viento suave, reconfortante. A lo lejos se escuchaba esa misma brisa aullando entre las piedras de las torres colindantes.

El mobiliario era tan impersonal que no le revelaba nada acerca de su paradero. Una mesa de caoba con una pluma y un tintero, un orinal vacío y una silla con una capa negra reposando en ella, lo componían. La cama carecía de dosel y el colchón apestaba a humedad. Al incorporarse, las plumas se escaparon por los agujeros que habían cavado las ratas.

Lucerys Velaryon sentía los músculos entumecidos. Su cuerpo recordaba el frío que le había calado hasta los huesos, aunque ahora estuviera envuelto en ropas y mantas cálidas. «Siento que he dormido durante una luna», pensó. Y aun así, se sentía exhausto.

Lo último que recordaba eran fragmentos del salón de Bastión de Tormentas, oscuro y solemne, a Lord Borros sentado en la silla de piedra y a su tío abalanzándose sobre él. Una punzada de dolor le atravesó el cráneo desde la nuca hasta el lugar donde debería estar su ojo izquierdo y entonces recordó lo que había hecho. «No tuve la fuerza suficiente para sacarlo de raíz. Me desmayé por el dolor.» Se preguntó si su tío había terminado el trabajo. Como acto reflejo, se llevó la mano al rostro. Sintió el tacto rugoso de la piel. La herida estaba cerrada, cicatrizada. Al menos, había cumplido con su promesa: se había conformado con uno solo. No estaba ciego, podía seguir contemplando los amaneceres.

Unos pasos se escucharon al otro lado de la puerta.

—Mi querido niño —dijo la mujer. Llevaba una fuente de agua y paños limpios—. ¿Cuándo habéis despertado?

Ella tenía una cabellera negra llena de nudos que le llegaba hasta la cintura, ojos color avellana y un lunar en la mejilla. Debajo de la túnica de lana basta había un pecho lleno, abundante. Era joven, pero había algo en su rostro, en su piel, que decía haber vivido muchas vidas. Lucerys Velaryon pensó que, si su madre hubiera tenido una hija con su verdadero padre, sería como ella.

—¿Quién sois vos? —preguntó, recordando sus modales. En Rocadragón las conversaciones carecían de las formalidades frías de la corte, pero él no estaba en Rocadragón y debía usarlas—. ¿Dónde me encuentro?

La mujer sonrió con el afecto de una madre.

—Vuestro tío dice que sois un niño inteligente. ¿Podéis adivinarlo?

Era la segunda vez que lo llamaba «niño». Lucerys quería decirle que no era un niño, que ya tenía dieciséis días de nombre cumplido y estaba cerca del próximo, pero no lo hizo. Ella no le agradaba, a pesar de la familiaridad que le trasmitía.

Por la ventana pudo ver la silueta de cuatro torres de piedra fundida que resplandecía por el rosa y púrpura del cielo y un patio de superficie irregular donde se encontraba un foso. Las murallas que lo rodeaban eran tan gruesas que parecían puentes de piedra. Escuchó el suave murmullo del agua y no tardó en descubrir el lago, lleno de isletas y nenúfares. También había un Bosque de Dioses, con el enorme arciano de ojos sangrantes como el que se encontraba en el corazón de la Fortaleza Roja.

—Estoy en Harrenhal, en las Tierras de los Ríos —dijo. La mujer asintió—. ¿Qué hago aquí? —Tenía que estar en Rocadragón, comunicándole a su madre la decisión de Lord Borros—. ¿Dónde está mi tío?

—Volando a lomos de su dragón. Pronto vendrá a veros. —Esa pregunta sí la respondió—. Quedaos aquí hasta entonces.

«Ya le di mi ojo, ¿por qué soy su prisionero?» Nuevamente una pregunta sin respuesta.

Poco después, Vhagar aterrizó en el suelo de arena del foso, junto a las seis gradas de mármol que allí se encontraban, y Aemond Targaryen descendió de su montura. Con el pelo plateado ondeando en el viento, su mandíbula afilada y firme y la espada colgándole de la cintura, parecía un verdadero conquistador. Pero el nombre de Aegon se lo habían otorgado a su hermano, aunque no tuviera nada de su ancestro.

Había visto a su otro tío en una sola ocasión después del incidente en Marcaderiva, durante un banquete de bienvenida en Desembarco del Rey. Había bebido durante toda la noche y manoseado a cuanta moza se pasaba delante de él, y en las cocinas y establos se contaban historias que le helaban la sangre. Y ahora era Aegon el Coronado, el segundo con el nombre, por eso Aemond había ido en busca del apoyo de la casa Baratheon.

Cuando su tío entró en la habitación, Lucerys percibió un fuerte aroma a sándalo, a cuero y a menta. Todos sus sentidos estaban despiertos, apuntando en una sola dirección. ¿Aemond siempre había olido tan bien? Y de ser así, ¿por qué recién ahora lo estaba descubriendo?

—Dijiste que si te daba mi ojo, la deuda estaría saldada —le dijo. Su tío vestía de negro de pies a cabeza y su capa tenía un broche dorado con forma de dragón—. ¿Por qué soy tu prisionero?

Él sonrió.

—No eres mi prisionero, mocoso.

—Entonces, ¿por qué estoy en Harrenhal?

—Para salvarte la vida. Si te dejaba al cuidado del maestre de Lord Borros, ibas a morir por la infección. Así que te subí a Vhagar y te traje con mi señora, quien te curó la herida y te quitó las fiebres.

En su fuero interno, Lucerys sabía que se refería a la mujer que tanto rechazo le provocaba.

—Le agradeceré la próxima vez que la vea. —Ante todo era agradecido.

—Ella no necesita tu agradecimiento. Hizo lo que le dije que hiciera. —Se volvió a la mesa donde estaba el tintero y la pluma. Llevaba consigo pergamino y lacre para sellarlo—. Escribe a tu madre. Dile que estás con vida y que te regresaré a Rocadragón en cuanto recuperes las fuerzas. Tiene que proclamar delante de su falsa corte que no seré tomado como rehén para doblegar a mi hermano.

—¿Dónde está mi dragón?

El nombre Arrax llenó todos los espacios de su mente; sin embargo, sentía un hueco en su pecho.

—No lo he visto desde Bastión de Tormentas. No sé si regresó a Rocadragón o... —dejó la frase en el aire.

—Está muerto —interrumpió Luke.

Imágenes fugaces le nublaron la mente.

Durante su inconciencia, había soñado con su dragón. Veía la fortaleza desde el exterior, como si Arrax fuera él y él fuera Arrax, y a Vhagar situado en la muralla de espaldas al mar. Voló en su dirección, batiendo las alas blancas en un mundo lluvioso y gris, y una llamarada anaranjada salió de su boca. Pensó que la piel se le derretiría, que moriría abrazado por el fuego, pero estaba recubierto de escamas y crestas y ni el más fuerte de los metales era capaz de penetrar esa coraza.

Cuando el otro dragón despertó de su letargo fue en su búsqueda. Arrax ascendió al cielo, describiendo una espiral abierta, tan ágil y veloz como solo podía serlo una cría de su edad. Se deslizó por entre las nubes y los relámpagos que sacudían el cielo; su ventaja pronto se vio reducida por los golpes de la tormenta. Estaba acostumbrado a climas más calmos. Vhagar voló sobre él; con las alas extendías era diez veces más grande que Arrax. La dragona escupió una lumbre tan intensa como el mismo sol, dejándolo ciego momentáneamente.

Arrax chilló y mientras lo hacía, Vhagar le arrancó un ala con las zarpas. Una lluvia cálida y carmesí cayó desde las nubes hacia la tierra. La herida comenzó a humear y Arrax descendió abruptamente. A falta de un ala, no pudo remontar vuelo; Vhagar le seccionó la cabeza de cuajo.

En ese momento pensó que estaba soñando, que era fruto del delirio, pero ahora sabía la verdad. De alguna forma, había presenciado la muerte de su dragón a través de sus propios ojos.

—¡Está muerto! —gritó Lucerys—. ¡Tu dragón lo mató!

—¿Cómo lo sabes? —El ojo púrpura le brillaba por la luz del atardecer.

Una rabia furiosa le nació en las entrañas en el instante exacto que su corazón se rompía.

Si hubiera tenido un cuchillo cerca, le habría quitado el otro ojo y nuevamente estaría en deuda; solo que en esa ocasión sería totalmente voluntario. Quería infringirle el mismo daño que Arrax había sufrido, pero lo único que tenía a mano era la pluma rebosante de tinta. La tomó con una agilidad impropia de él y se abalanzó sobre el cuerpo de su tío.

Aemond detuvo el ataque en el aire; la pluma quedó clavada en la palma de su mano.

—¡Yo lo vi! ¡Vi a Vhagar matarlo! —Sus gritos llenaron las paredes de la torre. Su tío no lo negó en ningún momento—. Te di mi ojo para pagar la deuda que contraje cuando era niño —hizo énfasis en la palabra— y ahora perdí a mi dragón. ¿Me darás a Vhagar como retribución? ¿O solamente son mis deudas las que hay que saldar?

—Escúchame, Luke —pidió su tío. Le colocó las manos en los hombros. Su herida goteaba tinta negra y sangre—. En Montedragón hay dragones que esperan jinetes. Puedes reclamar al que te plazca.

—¡No quiero otro dragón! ¡Quiero a Arrax! —Lucerys sintió que las lágrimas caían del ojo que le quedaba; en la otra cuenca, sintió el escozor de la ausencia—. Era mi dragón. Nació del huevo que me pusieron en la cuna. Creció junto a mí... —Se liberó del agarre de su tío y se tambaleó hasta la ventana. Estaba mareado por su cercanía, tan peligrosa como fascinante. Observó al dragón que seguía en el foso. «Si tan solo pudiera matarlo», pensó—. Vete —ordenó—. ¡Vete!

Para su sorpresa, su tío no le impuso su presencia y se marchó por donde había llegado.

Lucerys Velaryon estaba tan abrumado por la pérdida de su dragón que no vio la herida que le surcaba la mano, un agujero negro y retorcido que emanaba tinta y sangre.