Corazones desequilibrados
Por Nochedeinvierno13
Disclaimer: Todo el universo de Canción de Hielo y Fuego es propiedad de George R. R. Martin.
Esta historia participa en el Drabblectober de "[Multifandom] Casa de Blanco y Negro 3.0" del Foro "Alas Negras, Palabras Negras".
Prompt: Nothing breaks like a heart, Mark Ronson ft. Miley Cyrus.
V.
We got all night to fall in love.
But just like that, we fall apart.
Lucerys Velaryon no pretendía espiar a su tío yaciendo con la bruja de los bosques sino reprocharle por la habitación que le había asignado.
La niña que le llevó la cena —flaca, escurridiza y charlatana—, le dijo que esa parte del castillo se llamaba Torre de la Pira Real.
—Los nombres que Harren el Negro les puso a los torreones se perdieron en el tiempo —explicó. No tenía más de ocho años, pero sabía leer, escribir y conocía de historia, y se encargaba de las pajareras después de la muerte de su padre—. Cuando Aegon el Conquistador descendió del cielo a lomos de su dragón, las torres se derritieron como una vela. La piedra fundida arrasó con todo a su paso. Harren y su estirpe estaban aquí cuando eso sucedió.
En las paredes estaban las marcas de la tragedia, a pesar de que, a lo largo de los años, se habían hecho múltiples intentos de reconstruir la fortificación.
»Aquí también murieron Lord Lyonel Strong, el anterior señor de Harrenhal, y su hijo, Ser Harwin —siguió relatando la niña—. Fue en un incendio, la misma noche que llegaron de la capital. Yo no lo recuerdo porque era una bebé de pecho. En aquel entonces, mi padre se encargaba de los cuervos. Él me contó que los señores gritaron hasta la muerte; todos los sirvientes acudieron en su ayuda, pero la puerta estaba atravesada con un hierro. Cuando consiguieron entrar en los aposentos y apagar el fuego, ya estaban carbonizados y no podían distinguir al padre del hijo.
Por un momento, Lucerys pensó que la niña se estaba burlando de él. Los rumores de su bastardía debían de haber llegado hasta las Tierras de los Ríos. O quizás su rostro le recordaba al de su señor fallecido.
—¿Por qué me lo contáis?
—Porque me agradáis, mi señor. Mi príncipe —se apuró a corregirse—. Y no me gustaría veros correr el mismo destino. Harrenhal está maldito. Hay fantasmas por doquier, tan maliciosos como cualquier hombre.
Lucerys le agradeció sus palabras.
La niña se marchó, dejándolo con una charola llena de comida y su furia. Se sentía aireado con su tío por haberlo dejado en esas estancias.
¿Era otra de sus crueles mofas?
Por supuesto.
Para él siempre sería un bastardo. «Mi señor Strong», lo había llamado frente a toda la corte de Lord Borros Baratheon.
Subió los peldaños de piedra que conectaban los aposentos con la Sala de las Cien Chimeneas, donde su tío compartía la cena con la mujer del lunar en la mejilla. El fuego proyectaba largas sombras que se arrastraban fuera de la estancia. Cuatro chimeneas estaban encendidas, a pesar de que la noche era cálida. Atrás había quedado el cielo plomizo y llorón de Bastión de Tormentas.
Escuchó que hablaban de bastardos y del destino. De repente, las voces murieron y fueron reemplazadas por sonidos húmedos y palabras lascivas.
No quería encontrarlo con su amante en pleno acto, pero al verlos, se quedó inmóvil a tres pasos del marco de la puerta abierta de par en par. Su pupila absorbió la imagen de los dos fundidos en un solo ser.
La mujer tenía la piel perlada por el sudor; el cabello negro le caía como una cascada por la espalda y se mecía al compás de sus caderas. Era hermosa como la luz de la luna.
No obstante, su ojo se detuvo en la entrepierna de su tío, recta como el mastín de un barco, y en los muslos sombreados por un vello tan suave y fino como su cabello.
La saliva se le acumuló en la boca y el vientre le cosquilleó.
—Poned vuestra semilla en mí, mi príncipe, y os daré un niño de cabellos de plata y ojos violetas.
Su tío se alejó de la mujer como si su tacto le quemara. Ella intentó llevarlo nuevamente hacia su interior, pero Aemond Targaryen ya estaba buscando su ropa.
—Iré a tomar un baño.
—Os acompaño.
—No —negó tajante—. Necesito estar a solas.
Cuando su tío pasó el umbral, Lucerys Velaryon no era más que una sombra en la pared.
Siguió el destello plateado a de su pelo a través de los patios, establos y un camino que serpenteaba hasta llegar a otra escalera de piedra. La entrada a los baños era boca oscura y amenazante. Lucerys tuvo que apoyarse en la pared para no resbalar mientras descendía.
La amplia sala estaba sumida en penumbras, pues solo un par de antorchas estaban encendidas. El fuego era débil, pero alcanzaba a reflejarse sobre la superficie en calma del agua. Las siete bañeras estaban hechas de mármol y en ellas cabían seis personas de pie, como acostumbraba a usarse en las Ciudades Libres.
—¿Mi media hermana no te enseñó a no invadir la intimidad de los demás, mi señor Strong? —Lucerys no respondió. Estaba demasiado avergonzado al verse descubierto—. Eres un pervertido, sobrino.
Le ardían las mejillas.
—Tú también —contestó, emulando su tono de voz—. Los escuché. Sé que ella es una bastarda Strong.
—Cuidado con lo que dices, Lucerys. Cualquiera diría que estás admitiendo la alta traición de tu madre.
Aemond ni siquiera lo miraba mientras hablaba.
—¿Por qué me pusiste en la misma habitación que murió Ser Harwin?
—Admito que no fue una feliz coincidencia de mi parte, pero tampoco fue con malicia —dijo. Comenzó a desvestirse. Su espalda estaba cubierta de cicatrices y los hombros le sangraban—. ¿Alguna otra inquietud, Lucerys? ¿O también me espiarás mientras me baño?
Debió haber retrocedido y haberse marchado a la Torre de la Pira Real, acobijarse en el recuerdo de su verdadero padre y abuelo, pero no fue capaz de moverse.
Aemond se quitó el parche del ojo y lo dejó junto a la ropa apilada. Le vio las piernas largas y firmes mientras se sumergía en la bañera más cercana.
Lucerys Velaryon ignoró la voz que le susurraba «corre, te va a atrapar» y se deshizo de su propia ropa. Agradeció que su tío no pudiera ver su erección. Estaba duro como una piedra; los testículos apretados, contraídos por la excitación.
«¿Qué me está sucediendo?», se preguntó.
Desde que había perdido el ojo y a su dragón, se sentía completamente diferente. Veía el mundo de otra forma. Los colores eran más nítidos y los olores más fuertes.
Y todo lo llevaba a su tío. Su presencia era embriagadora, exultante.
Siempre había sentido un resquicio de atracción hacia él y hacia la tragedia que los unía, pero ahora ese delirio estaba potenciado.
Quería —necesitaba— odiarlo por todo lo que había hecho, pero no podía. ¿Sería porque le debía la vida?
El vapor que ascendía de cada bañera era soporífero, era un beso húmedo en cada recodo de su cuerpo y, en el medio del mármol, estaba él. Cabellos plateados adheridos a la frente, un ojo entrecerrado y el otro con el zafiro brillando.
—Tenemos que hablar.
Lucerys se movió por la bañera hasta quedar a un palmo de distancia; su tío tenía la cabeza apoyada en el borde.
—Te escucho.
—Ya envíe la carta a mi madre. ¿Cuándo volaremos a Rocadragón?
—Cuando garantice que sus huestes no van a atacarnos.
Su ceño se frunció ligeramente.
—Mi madre jamás me pondría en peligro. Soy su hijo, sangre de su sangre.
—Su segundo hijo —corrigió Aemond—. Tiene otros para reemplazarte. Y sus cachorros pequeños son más Targaryen de lo que tú o tus hermanos serán jamás. —Sonrió—. No es ella quien me preocupa sino Daemon. ¿Cómo sé que no nos emboscará a lomos de Caraxes?
—No pensé que le tuvieras miedo. —Ahora fue el turno de Luke de sonreír.
—No es miedo. Más bien respeto. Es el único rival a mi altura.
Lucerys imaginó una pelea entre ellos, pero le dio miedo saber cómo sería el final.
—Tu señora es una bruja —afirmó con confianza. Lo había escuchado de las cocineras, las lavanderas y hasta de la niña que le llevaba la comida—. ¿No lo niegas?
—¿Para qué negarlo? Alys es lo que es y gracias a ella estás vivo.
—La escuché decir que es una bastarda de Lyonel Strong —sus palabras arrancaron eco a las paredes y al techo bajo—. Pensé que los bastardos no eran de tu agrado.
—Tú no eres de mi agrado —corrigió Aemond. Cuando terminó de sacarse la sangre de los hombros, allí donde se habían clavado las uñas de la mujer, se movió hacia donde estaba Lucerys. El agua se fue enturbiando a medida que avanzaba—. ¿Qué más escuchaste, mi señor Strong?
Retrocedió instintivamente.
«Que la tomaste como amante porque se parece a mí», pensó, pero no lo dijo. Se mordió la cara interna de la mejilla hasta sentir el sabor metálico de la sangre.
—Escuché que no quisiste darle tu semilla. —El ojo sano de su tío se encontró con el suyo—. ¿Por qué?
Su espalda chocó contra la pared de la bañera; antes de darse cuenta, Aemond tenía un brazo a cada lado de su cuerpo y le impedía escapar.
—Porque todos los niños nacen muertos. Es el precio que tiene que pagar por ser una bruja del bosque —contestó. El aliento le rozó el puente de la nariz—. No quiero incinerar más cadáveres.
Toda la confianza de Lucerys se desvaneció con esas palabras.
Si su tío hubiera tenido un corazón en lugar de un boquete en el pecho, seguro se habría roto al confesarse. Él que tantas veces lo había llamado «bastardo», no podía tener uno con la mujer que había tomado por amante.
Cerró el ojo por un breve instante; cuando volvió a abrirlo, Aemond tenía la mano en su entrepierna.
—¿Qué…?
—Eres un pervertido —murmuró. Su boca le rozó el pómulo izquierdo, muy cerca de la cicatriz—. Mi señor Strong. —De nuevo ese adjetivo posesivo que le derretía por dentro. Aemond movió la mano de arriba hacia abajo, arrancándole sollozos de placer—. Mi pequeño bastardo. ¿Tú también quieres mi semilla?
Luke estaba mareado, ebrio por el éxtasis del momento. Nunca pensó que podría tener a su tío así, masturbándolo con frenesí, mientras buscaba retazos de piel para adueñarse con los dientes.
Lo giró violentamente y le hizo apoyar la cara contra el mármol húmedo. Le presionó la nuca mientras le mordisqueaba los hombros, entre los omoplatos y el relieve de la columna vertebral.
—Aemond… —No era un suspiro de dolor sino de anhelo.
—Te hice una pregunta, mi señor Strong. ¿Tú también quieres mi semilla? —Lucerys asintió con un penoso movimiento de cabeza—. ¿Dónde la quieres? —preguntó—. ¿Aquí? —Los dedos viajaron hasta la parte baja de su espalda—. ¿O aquí? —volvió a preguntar mientras lo tocaba entre los muslos.
El chico se arqueó para profundizar más la caricia.
Su tío lo obligó a separar las piernas temblorosas, dejándolo abierto, expuesto para él. Sintió los dedos frotándose contra su entrada, tanteando, provocando; el miembro viril de su tío estaba clavado en su espalda.
¿Qué se sentiría tenerlo en su interior?
Gimió al imaginarlo. Nunca lo habían explorado de aquella forma. Quería que lo tomara allí mismo, en la bañera, con el agua hirviendo a su alrededor. No le importaba que pudieran oírlos o descubrirlos. De lo único que era consciente era del pecho fuerte de su tío pegado contra su piel, la respiración errática y los jadeos que escapaban de su boca.
Quería besarlo. Quería clavarle las uñas de la misma forma que lo había hecho la bruja. Quería que su semilla le resbalara por entre los muslos cuando ambos hubieran acabado.
—Vete, Lucerys —susurró contra el lóbulo de su oreja, deshaciendo el hechizo en el que estaban envueltos—. Ahora soy yo quien no quiere saber de ti.
Lucerys Velaryon golpeteó la superficie del agua antes de ponerse de pie y salir a toda prisa del lugar.
Tendría que haber previsto que todo acabaría tan rápido como había empezado. Al fin y al cabo, su tío era un hombre rencoroso que no le iba a dejar una deuda sin pagar.
