Corazones desequilibrados

Por Nochedeinvierno13


Disclaimer: Todo el universo de Canción de Hielo y Fuego es propiedad de George R. R. Martin.

Esta historia participa en el Drabblectober de "[Multifandom] Casa de Blanco y Negro 3.0" del Foro "Alas Negras, Palabras Negras".

Prompt: Nothing breaks like a heart, Mark Ronson ft. Miley Cyrus.


VII.

We'll leave each other cold as ice.

And high and dry

Su madre, la Reina Rhaenyra Targaryen, la primera con el nombre, Señora de los Siete Reinos, los apresó a ambos.

A Aemond lo mandó a las mazmorras —un lugar que Lucerys nunca había visto, aunque sabía que era tan cálido que los hombres no sobrevivían más de siete días, y su tío ya iba a cumplir el tercero— y a él a su habitación.

Tenía un colchón y almohadas de plumas, libros por montones, una vista espectacular a los médanos de arena y la orilla de la isla y tres comidas al día, pero seguía siendo una prisión. Estaba aislado, solo y con una opresión en el pecho que no se le iba con nada.

Sus hermanos pequeños sentían miedo al verlo. Antes adoraban cuando Lucerys se unía a ellos para jugar con los dragones de madera; ahora no podían ver el agujero en su rostro sin berrear. Su madre le decía que usara la venda, pero a Luke le escocía la piel y sudaba hasta empapar el lino.

«Te quería más con los dos ojos», le dijo Joffrey sin rodeos. Luego, le confesó que tenía pesadillas con un monstruo blanco de ojos azules que quería mutilarlo.

Y Jace todavía estaba en el Norte. Él, a diferencia de Lucerys, sí había conseguido apoyo para la causa de su madre. «Los Stark recuerdan el juramento al Rey Viserys y reafirman su lealtad a la legítima heredera», escribió en su carta. Los Lobos de Invierno aguardaban la orden para viajar al sur por el Camino Real.

Si planeaban atacar Desembarco del Rey, su madre no se lo contó. Como tampoco se lo comentó si Daemon regresaría pronto de su misión o permanecía más lunas lejos de Rocadragón. Toda la confianza que había depositado en él antes de Bastión de Tormentas, se había esfumado junto a su ojo.

Su madre no sabía qué hacer con él.

Caminaba junto a la puerta, dudando si entrar o no; se marchaba, volvía sobre sus pasos y hacía el amague de entrar, pero nunca lo hacía.

Cuando Luke se cansó de ser ignorado, rompió su confinamiento y fue a buscarla a sus aposentos.

La habitación tenía las paredes desnudas, al igual que las de la Cámara de la Mesa Pintada, pero el suelo estaba cubierto de alfombras con hermosos bordados de Tyrosh. Contaba con una cama de dosel y, a los pies de ésta, había una pequeña cuna que estaba destinada a Visenya, la hermanita que no llegó a conocer. Su madre aún estaba de duelo por ella.

La belleza recaía en el tocador de oro y plata que estaba junto a la cama. En él había un joyero enorme que contenía los collares, pendientes, pulseras y anillos de su progenitora. Había: diamantes, perlas, rubíes, amatistas y esmeraldas. Pero ningún zafiro que pudiera usar para emular el ojo perdido.

Tomó una perla entre el pulgar y el índice, y la examinó con detenimiento. Era demasiado pequeña para la cuenca. Si se colocaba la perla, quizás sus hermanos la encontraran fascinante y ya no sentirían tanto terror al verlo.

Antes de que pudiera acercarla a la herida, una mano de hierro lo golpeó, haciendo que la joya resbalara y repiqueteara en el suelo de la habitación.

—¿Qué estás haciendo? —bramó su madre—. ¡No permitiré que te conviertas en él!

Nunca había visto a su madre tan furiosa. Ni siquiera cuando se enteró que su hermano le había usurpado la corona.

—Yo… —balbuceó Lucerys.

Al ver que él retrocedía, le buscó el rostro con las manos y le besó la frente.

—Mi dulce niño —susurró más calmada—, esto me tiene tan agobiada… Dime qué sucedió. ¿Por qué te hiciste esto? —Le acarició la cicatriz con la yema de los dedos.

—Aemond dijo que le diera mi ojo o él tomaría mi vida. Si lo hubieras visto, madre… Iba a matarme. Tenía miedo de que le hiciera daño a Arrax. Y tú ya habías perdido a Visenya y yo no quería que volvieras a pasar por ese dolor.

Ella le borró las lágrimas que le caían de su único ojo.

—¿Por qué viniste en Vhagar? ¿Dónde está tu dragón, Luke?

—Está muerto —dijo con voz temblorosa—. Atacó a Vhagar y Vhagar lo mató.

—Vhagar era de tu tía Laena antes de ser de Aemond, conocía a Arrax desde que salió del huevo. ¿Por qué lo mataría?

—Arrax atacó a Vhagar. No sé decir por qué lo hizo. Fue por instinto o porque presintió que estaba en peligro.

Luke no sabía si decirle a su madre que había visto la muerte de Arrax y que ésta había sido tan real como la mano que le acariciaba el rostro. ¿Su madre lo entendería o pensaba que estaba delirando por la infección?

Ella también tenía una conexión especial con Syrax. Cuando entró en labor de parto, dos lunas antes de lo previsto, sufrió y bregó durante tres días enteros. Y mientras ella agonizaba y gritaba en el lecho sangrante, la dragona sobrevolaba las torres y lanzaba chillidos que morían con el viento y el sonido del mar, como si intuyera lo que estaba sufriendo su jinete.

—Aemond me cuidó mientras tenía las fiebres.

—Aemond e sacó de Bastión de Tormentas en plena noche, sin informar al maestre o a su señor. Y luego te retuvo en algún lugar de Poniente, sin que pudiéramos rescatarte.

—No estaba retenido, madre.

—No tenías un medio para trasladarte. Es lo mismo que estar retenido, Luke. ¿Por qué no te trajo inmediatamente a Rocadragón?

—Estaba herido, y en Harrenhal una curandera me cerró la herida y empezó a cicatrizar. —Evitó mencionar que la curandera era, en realidad, una bruja del bosque que tenía su misma sangre. Su madre nunca quería hablar de su verdadero padre, ¿qué diría sobre una media tía?—. Sé que suena absurdo, pero no quería que muriera.

—Porque sabía las consecuencias políticas que traería tu muerte —espetó mientras el rostro se le contraía en una mueca de disgusto. Luke mentiría si dijera que no había pensado eso, que Aemond lo hacía por conveniencia, pero en los baños de Harrenhal quedó demostrado que su tío sentía algo más por él, un sentimiento intenso y prohibido que luchaba por esconder—. ¿Por qué lo defiendes, mi dulce niño? Él no merece que gastes tus palabras.

Luke se mordió el labio inferior.

—Pensé que tú más que nadie me comprendería, madre. —«Porque también te enamoraste de tu tío», pensó, pero no estaba listo para decir eso en voz alta, ni siquiera a sí mismo—. ¿Qué harás con Aemond?

—Todavía no lo decido. No quiero ser quien derrame la primera sangre, pero esto no quedará impune —aseguró. Le acarició una vez más la cicatriz—. Ve a tu habitación. Descansa. Mañana será un nuevo día.

«Qué más quisiera yo.»

Estaba en Rocadragón, en su hogar y, sin embargo, no lo veía así. Se sentía fuera de lugar, un extraño en medio de un mar conocido. Sus hermanos ya no lo querían, su madre no lo comprendía y estaba ese constante calor que lo acompañaba a donde fuera. Incluso en la Torre del Dragón del Viento, apoyado sobre la barandilla, con las gárgolas custodiando sus movimientos de ojos pétreos, era invadido por un sopor asfixiante.

Si así se sentía él en la superficie, ¿cómo estaría Aemond en las mazmorras?

Se imaginó a su tío sentado en medio de la oscuridad, sudando sin cesar, con una ración de comida al día, sin distinguir cuándo había sol y cuándo luna.

«De seguro le pusieron grilletes», reflexionó. Aemond no se lucía en torneos y tampoco presumía de su habilidad con la espada, pero era un guerrero excelente que había sido formado por ser Criston Cole.

A Lucerys no se le permitía ir a verlo. Él quería hacerlo. Lo que más deseaba era saber que estaba bien. Pero también temía que su tío creyera que había estado complotado con su madre para apresarlo. Porque Aemond era volátil, calculador, y eso lo hacía atractivo y peligroso al mismo tiempo.

Luke esperó que toda la fortaleza durmiera para escabullirse hasta las cocinas —una torre con forma de dragón enroscado sobre sí mismo que expulsaba humo y vapor por sus fosas nasales cuando los hornos estaban prendidos— y tomar provisiones. Tomó varias hogazas de pan, rebanadas de queso, manzanas rojas y verdes, un racimo de uvas y un pellejo de agua. «Esto será suficiente para un día y una noche», se dijo. Luego, podría volver a colarse en las cocinas cuando los sirvientes estuvieran durmiendo y llevarse más.

Estaba ocultando los alimentos en la túnica cuando vio a su madre deslizándose entre la muralla intermedia y la exterior como un fantasma. La luna, que era un ojo que todo lo veía, arrancó destellos plateados a su pelo y al puñal que llevaba en la mano.

Se dirigía a las mazmorras.