Sinopsis: El diablo fue tentado por el demonio, con solo una mirada se arrodilló a sus pies. Auron y Rubius acaban en aquel macabro juego donde las posibilidades de sobrevivir son mínimas… Aunque uno de ellos no es quien en verdad aparenta. ¿Víctima o victimario? "Te haré salir de aquí y a cambio tú te entregarás a mí".
Time of diying 18
Hipnotizado.
Como el encanto de aquel que con música envuelve a las serpientes para seguir su danza, así se sintió el teñido cuando cruzó sus esmeraldas con aquella mirada. Él lo sabía, lo saboreo con el primer latido del corazón en su pecho que creía muerto.
Su mano tocó su pecho para estrujar la tela y comprobar cada golpe, su lengua palpo sus labios ahora dolorosos por sentirse secos y sus ojos persiguieron el mínimo movimiento de cada músculo de esa pequeña cosita llena de pecados, que quería arrancar a fuerza para que pudiese tomarlo.
Lo había estudiado, como a todas las impuras almas presentes que putrefactas se regocijaban por sus cargos de poder para avasallar a los más desafortunados. Él era un juez que aceptaba el dinero deslizado bajo la mesa para dar libertad a criminales.
Merecía cada gota de carmín derramada, en nombre de todas las víctimas que destruyó por su hambre de dinero y su falta de escrúpulos. Sabía la clase de escoria que era, la misma que se podría en lágrimas nacidas de su propia mierda.
— ¿Y tú cómo te llamas? — le habló con tanta dulzura tan impropia a la que estaba acostumbrado, aunque él era muy arisco y muy antisocial, como para conocer la delicadeza con la que eran todas las cuerdas de una voz.
Él no respondió, estaba lo suficientemente cohibido observando al pequeño hombre que se sentaba a su lado, deslizándose por la mugrosa pared a la que estaba recostado. Auron no había respetado espacios, se encajó a su lado como si buscase un poco de refugio en el cuerpo del más grande.
— Ya sabes, todos aquí somos unos desconocidos, deberíamos intentar llevarnos bien para sobrevivir — la risilla al final de sus palabras, le dio a entender al teñido que su pequeño demonio no guardaba esperanzas de su supervivencia en esos juegos mortales que con su ingenio había creado para darles la oportunidad de redimirse.
— Rubén — se aclaró finalmente — Rubén Doblas, pero puedes decirme Rubius — sus manos incontrolables a sus pensamientos funestos, buscaron torpes la contraria, se deslizó entre los dedos y tembló cuando el hombre a su lado afianzó el contacto entre ambos.
— Yo soy Raúl Álvarez, pero puedes decirme Auron — regresó el gesto con una sonrisa tímida que vivió por un par de segundos en sus labios, para él, el chico a su lado estaba igualmente aterrado y por ello buscaba consuelo en su tacto, por ello no dudó en recargar su peso en el costado del otro que se mantuvo firme, acompasando su respiración y calmando sus deseos.
Auron era ignorante, de que el hombre a su lado, el que sostenía su mano con tanta gentileza, no era una víctima más del asesino que atemorizaba a todo el país, no… Él era el autor principal de los más macabros juegos con los que se encargaba de juzgar a los pecadores.
Y también desconocía, que solo bastó una mirada, una palabra y un toque de su parte, para hacer trastabillar la voluntad del verdugo, de posar su justicia para purificar su cuerpo.
El diablo tuvo miedo por el demonio, que en ese instante le pareció un ángel caído, sí… caído, pero ángel igual.
Rubius supo al primer segundo, que ese juego no sería justo, porque la sola idea de arrancarle las plumas a esa ser lejano a su propia comprensión, le haría arrancarse a sí mismo el corazón.
Le había visto en fotos, pero la cámara no le hizo justicia a la sensación tan embriagado que producía ese hombre. Quería… doblegarlo, dominarlo, encadenarlo y esconderlo. Jamás sintió deseo por otro y ese con el que apenas cruzó palabra, le hizo emborracharse de anhelos, hasta apagar su lado lógico.
— Auron — delicia fue a su paladar pronunciar el nombre que hizo a su maldición girar a verlo — Te haré salir con vida de aquí, a ti… Solo a ti y a cambio tú te entregarás a mí —
El más bajo se vio atrapado en aquel par de esmeraldas que brillaban con determinación, inconscientemente a sus deseos iniciales, le abordó un conocido calor que afloró en sus mejillas, se ruborizó por la repentina pasión que ese extraño le profesó al oído, cual confesión de un loco amante que susurra poesía llena de amor al oído, en una noche plagada de estrellas.
— Sí — su voz relució antes que el pensamiento. Se dejó arrastrar por la dulce sensación con la que era apreciado.
Los dos firmaron una sentencia, consciente o inconscientemente, ataron sus almas.
La pantalla se encendió para dejar mostrar a aquel hilarante y sumamente escalofriante muñeco que relataba las desventuras que el grupo de pecadores debía cumplir para comprar su libertad, renovados como personas de bien.
Cada palabra, solo hizo crecer el temor. Era aberrante estar preso sin conocer el juego que decidiría si vivías una traumática existencia o morías de una forma desgarradora.
— Solo hazme caso, Auron… Así vivirás y cumplirás tu parte — susurró ronco en el oído del más bajo, quien se aferró para su deleite a su brazo, como un animalito pequeño e indefenso, que busca consuelo.
El hombre, aunque cohibido, asintió. Creía que iba a morir, por ello anhelaba un poco de calor antes de caer para recibir el beso frío de la muerta que se llevaría consigo su alma, dejando atrás su cuerpo para que se pudriera.
— ¿Qué deseas que haga, Rubius? — preguntó sumiso al sujeto que había dejado de prestarle atención, aquellos ojos habían perdido el brillo, eran igual de frívolos como los de una parca, calculando en su cabeza el mejor escenario para sacar con vida al más bajo y que éste se entregase sin rendición a él.
— Solo… — su tono estaba cargada, dejando una sintonía ronca que erizó los vellos del más bajo — toma asiento — le jaló consigo para ubicarlo y acomodarlo en una silla sumamente especial. El juego tenía un orden y ese era el asiento seguro — aquí —
Auron se dejó hacer, no se sentía en verdadero peligro, mucho menos cuando los belfos suaves y humectados se posaron sobre su frente para dejar un dulce beso — ¿y qué más debo hacer? —
— Confiar en mí — cantó las palabras perdiendo el color de sus iris por desear hundir sus labios en aquella boca entreabierta, Auron le estaba invitando sin ser consciente.
Con el asentimiento mudo del azabache, el de ojos esmeraldas se posó sobre los demás miembros en la escalofriante estancia donde el olor a muerte, moho y sangre, corrían las paredes, dejando que fuese imposible entender el verdadero color con el que años atrás tuvieron vida.
— ¿Por qué no se sientan? No sabemos de qué va el juego… Quizá el último en pie sea eliminado — se encogió de hombros asegurando el asiento de Auron, tenía que convencerlos de que el que no se sentara, moriría. Para darle más peso a sus palabras, se vio obligado a sentarse al lado de Auron con total naturalidad como si fuese un salvavidas para aferrarse a la esperanza.
Presos del miedo, cada quien agarró con natural desesperación un lugar en la rueda extraña y cuando el último hombre quedó en pie, se acercó a Rubén. Posó su hombro presionando para herirlo y fanfarroneó con una mueca que pretendía demostrar seguridad. Él era el único que no había podido abrochar la seguridad, así que fue el único que salió disparado fuera de su sitio por un doloroso empujón.
— Lo siento, princesa — relató al ajustarse la seguridad de la fría silla — estabas siendo muy lento — sonrió ladinamente con total soberbia.
— ¡Rub! — Auron intentó socorrerlo, pero la mirada de tranquilidad reflejada en ese inmenso bosque que eran los ojos del otro, le hicieron permanecer callado y en su sitio.
Rubius terminó de limpiarse la ropa, sacudió cualquier rastro de basura con sus manos y caminó tranquilamente hasta la posición que marcaba la "X" en el suelo, junto a un objeto escondido bajo una sábana sucia y maloliente, tan asqueroso aroma que producían nauseas al remover las tripas.
La pantalla volvió a encenderse para recibir las nuevas órdenes, perfectamente conocidas por el teñido que escuchaba tranquilamente su propia voz distorsionada. Destapa, presiona el botón azul, ello activaba la verdadera seguridad de los asientos, unos grilletes de metal que serían imposibles de romper por fuerza humana y luego colocar la mano en el gigantesco botón rojo.
El botón azul quedaba inutilizado, así que la única manera de liberar a los sujetos dispuestos en el carrusel, era con el juego terminado… de ocho personas, solo una saldría con vida, sí y solo sí, la novena persona presionaba el botón rojo recibiendo un castigo.
— Tranquilo — la música tétrica proveniente del mismo infierno, como si las almas siendo torturadas por el resto de la eternidad, creasen la propia melodía que encarnasen su infinito sufrimiento — Ahora por qué no mejor… empiezan a rogar — dijo entonces al apreciarlos con aburrimiento.
"Tengo esposa e hijos".
"Mi mamá parapléjica depende de mí".
"Estoy embarazada".
"Estoy sola, cuido a mi hermano menor".
"No me dejes morir hijo de puta".
"Tengo mucho dinero, te pagaré la suma que desees".
"Te haré lo que quieras".
Sin importar las súplicas, chantajes o amenazas que profesasen las personas que rogaban por la oportunidad de ser elegidas, antes de que el arma en el techo les disparase en la cabeza, salpicando con su sangre y materia gris a los demás pecadores, en un acto aberrante, desgarrador y sumamente putrefacto al ser bañado con tantos líquidos viscosos, Rubius solo podía apreciar maravillado como su pequeño azabache mecía sus pies de lado a lado ignorando a los demás.
— ¿Y a ti… Por qué debería salvarte? — preguntó cantarín a Auron, cuando llegó su turno de ser juzgado.
— Porque dijiste que me salvarías y yo confió en ti — una respuesta irrefutable, contada con la mayor determinación e inocencia, cual flor que nunca ha sido tocada por impurezas.
El tiempo siguió corriendo, si Rubius no presionaba el botón, Auron sería el siguiente en morir, su sangre se derramaría para combinarse con la de los demás participantes, su rostro sería irreconocible y el soplo de magia en su ojos que demostraba la vitalidad de su cuerpo, desaparecía.
Rubén solo pudo presionar para recibir su castigo, gruesos espinos de metal se enterraron en su mano a costa de salvar la vida de Raúl, quien al verse libre, corrió inmediatamente hacía él, aunque falló estrepitosamente por causa del susto del chillido herido que su salvador había arrojado al aire entremedio de maldiciones, las suelas de sus zapatos se deslizaron entre la perseverancia de fluidos en el suelo, el chico cayó de bruces al suelo, mojándose asquerosamente de aquellos torrentes que prefería ignorar, era mejor que matarse pensando si había aplasto el cerebro del chico moreno o la rubia de buenos atributos.
Lamentándose en silencio, llegó hasta donde Rubius sostenía su mano, lo que él llamaba su divino castigo por mancillar su precioso juego, seducido por un demonio. Era un pecador recibiendo su castigo. Aunque el castigo dejó de verse como tal, cuando las pequeñas manos del contrario se encerraron sobre la suya.
— Debemos curar tu herida, podría infectarse bajo estás condiciones insalubres —
Temblaba, pese a la seguridad en cada una de las notas de su voz, su pulso era errático, Rubius casi que podía sentir los latidos golpeando la garganta del más bajo.
— Sígueme — ordenó.
Obediente, Auron le siguió por los pasillos, cruzó puertas e ignoró ruidos y gritos de auxilio, lo único que podía pensar, era que se estaban desarrollando otros juegos al mismo tiempo. Continuaron avanzando hasta una puerta con código, dígitos que no se molestó en memorizar pues estaba ocupado pensando en la desventura que había vivido hacía un par de minutos, necesitaba un baño o moriría de las náuseas que le provocaba mantenerse empapado con fluidos ajenos de personas sin importancia.
— Creí que estarías más perturbado — retomó el habla el más alto, que miraba pacientemente a su acompañante despojarse de sus zapatos para no pisar la alfombra.
— La gente muere todos los días — se encogió de hombros mientras estiraba la tela de su ropa para comprobar el asco que daba — no es el primer cadáver que me toca ver… supongo que alguien no hizo bien la tarea —
— ¿Lo dices por el asesinato de tu madre? — Sí, él había leído el expediente sobre la desastrosa infancia de Auron, su progenitora y única familia había sido cruelmente asesinada por un tipo que se coló en la casa de la pequeña familia, buscando un par de billetes.
— La policía suele omitirlo, pero yo fui quien la encontró y se quedó con ella en la cama por largos días hasta que los vecinos se quejaron de malos olores… — relató admirando el pequeño espacio pulcramente limpio que se diferenciaba con las tenebrosas habitaciones anteriores, se aspiraba a cítricos, la limpieza profunda que contaban los muebles al desconocer el polvo le daba nervios y la sensación de sentirse a salvo le daba repelús.
Rubius se hubiese impactado si no fuese su yo actual. En realidad, solo pudo imaginar a un infante acostado por días junto al cuerpo deteriorado de su madre tras el ataque feroz de un desconocido… Junto a ella, viéndola lentamente podrirse, sin entender cuando despertaría.
Auron no tenía miedo a morir porque no tenía nada por lo que vivir. Su madre muerta, su padre le había abandonado desde antes de nacer, todos sus familiares lo repudiaron, sin amigos, alquilando un pequeño apartamento a las afueras de la ciudad y recientemente enterrado a su único compañero, un precioso felino… Él ponía comida sobre la mesa a base de estafas. Era un cuerpo hueco cuya alma se había marchado. Tan fácil de devorar, Rubius sabía que podría demostrarle un poco de cariño y lo tendría solo para él. Dependencia.
— ¿Podemos tomar un baño? — preguntó el azabache al verse incómodo con las ropas doblemente pesadas al estar empapadas en sangre.
— ¿Podemos? — enarcó una ceja, parecía estar distraído del dolor en su mano gracias al pequeño estudio que tenía sobre su acompañante, pequeño y desquiciado como él.
— Necesitas un baño — asintió el contrario — Sabrá que enfermedad pudiste pillar solo con respirar el aire de esa habitación — los ojos miel seguían paseando sobre la estancia antes de caer sobre el cuerpo delgado del más alto — Primero debes asearte para que pueda vendar tu herida —
Rubius se relamió los labios, la saliva le supo pesada en la tráquea. Señaló con la cabeza una puerta cercana al espacio de la habitación, después de todo, era un departamento de bolsillo. Cocina, sala, habitación y la única separación era la del baño. Todo lo necesario para sobrevivir. Quizá un poco estrecho para dos, pero Rubius no dudaba en que cabrían perfectos.
— Gracias — aquel par de iris se iluminaron — prometo no tardar —
Fue un poco metódico, Auron entró, aseó su cuerpo y se vistió con la ropa que Rubius dispuso sobre la pequeña cama unipersonal. Raúl tuvo que esperar pacientemente por el chico, empezaba a entrarle hambre, el ruido de sus entrañas estaba siendo funesto, pero tenía otro tipo de responsabilidades que atender.
Admiro al teñido salir del sanitario, con los cabellos mojados arrastrándose por su rostro, las gotas idílicas que lamían la lechosa piel y se perdían en aquella zona V exquisitamente tentadora desde donde se enredaba la toalla. A Auron le dio otro tipo de hambre.
— ¿El botiquín? — preguntó y prácticamente corrió de regreso al baño para rebuscar en el mueble para buscar la afamada cajita de utensilios médicos simple.
Regresando sobre sus pasos, se atragantó con la lujuria al percibir en boxer a su secuestrador y salvador. Se arrodilló frente a él junto a la cama y delicadamente corrió los rastros de agua, admiró las heridas abiertas y suspiró al imaginar el tormentoso dolor que tuvo que sufrir al pulsar el botón.
— ¿Por qué lo hiciste? — preguntó entonces con sus labios de fresa abiertos de par en par, soplando el alcohol que había vertido en la piel lacerada.
— Capricho — respondió con sequedad, sus ojos bailaban entre un punto fijo en la pared y el pequeño postrado a su disposición sirviéndole. A su polla le gustaba y mucho.
Auron frunció los labios, no le complacía, así que empujó más — ¿Por capricho te enteraste clavos en las manos?, ¿por mí? — quería bromear diciendo que era lo más romántico que habían hecho por él, pero prefiero morderse la lengua.
— Sí —
Álvarez empezó a vendar cuidadosamente la palma de la mano de su captor, acarició sus dedos y besó tiernamente la piel, arrastrando sus labios resecos que se pegaron deliciosa y cautivadoramente en la dermis de Rubius.
El diablo no sabía quién era ese demonio y porque cautivaba su hombría. Jamás sintió libido, no hasta caer preso de esos orbes. Era como si todos los años en los que las hormonas debían atontarlo para solo pensar en la lujuria, explotase en esos instantes.
— ¿Tienes medicina para el dolor? — aquella voz perdida, casi angelical, le trajo de regreso de ese mundo fantasioso que había elevado orgullosa su erección que palpitaba presa en su ropa interior.
Rubius se aclaró la garganta con la saliva — Cocina, segunda gaveta — vio levantarse al demonio que maniobró sus caderas peligrosamente en su pequeño viaje a esa estancia de la habitación.
Auron regresó con una pastilla y un vaso lleno de agua. Miró la mano alzaba del contrario y la ignoró para sentarse en el regazo de Rubius, quien no puso gran resistencia. Raúl tomó la pastilla, dejándola sobre su lengua e ingirió una considerable cantidad de agua, todo, bajó aquellos penetrantes ojos que se dilataban expectante a sus acciones.
El azabache solo tuvo que inclinarse para atrapar los finos labios del otro, pasó ruidosa el agua junto a la medicina a la cavidad de Rubius, delineó sus belfos con delicadeza y se alejó, no se unió lascivamente, solo se mantuvo el tiempo necesario para medicarlo.
— Yo… creo que te atraigo. ¿Ese fue el capricho? — susurró sin miedo, era consciente desde el inicio de la hombría del otro marcándose, de ello nació su exagerado movimiento de caderas.
— Sí — Rubius ni contempló la respuesta, fue sincero.
— ¿Serás el activo? Nunca he sido el activo antes — se aferró a los hombros del contrario y se balanceó para menearse contra la virilidad del teñido. Lo cierto es que solo estar vestido con una camiseta y boxer del hombre con el que iba a intimar, lo hacía sentir especial, mucho más secreto y cautivador. Se sentía suyo.
— ¿Quién dijo que follaríamos? — sus manos ya habían abrazado la cintura del hombre que insistía en crear fricción. Jamás había tenido sexo con nadie, así que no podía decir cual posición le gustaba.
— ¿No quieres? — le abrazó la desilusión. Rubius sería el amante más bonito con el que hubiese compartido cama. Se mordió los labios antes de pasear sus manos sobre el pecho pálido de ese hombre que te tenía tan cautivado. Besó su manzana de Adán, siguió un perfecto camino por su cuello, obedeció su quijada donde dejó una mordida antes de rozar con la comisura de los labios de Rubius.
— Sí —
Recibió el beso que no tardó en dominar, arrancó el mando a Auron que gustoso le abrió los labios para dejar paso a la lengua de Rubius, se palparon antes de enredarse. La desesperación era notable en el vaivén de sus belfos que se conocían por segunda vez. Rubén sabía a peligro, Auron a desequilibrio. La rudeza dolió en sus labios, pero ello no les detuvo de saborear al contrario.
Entre beso hambriento, Auron coló su mano dentro del boxer de Rubius para masajear su polla, le gustaban las reacciones de sus besos. Rubius por su parte, hizo esfuerzo de abrazar la cadera de Auron, desgraciadamente solo tenía movilidad en una mano.
Cada contacto era más húmedo que el anterior. Los gemidos se explotaban entre sus bocas. Rubén no pudo resistir su deseo más básico al elevar su pelvis para golpearse contra la intimidad de Auron, quien ya le había bajado a los muslos su ropa interior para masturbar mejor su erección, dolía, la necesidad de enterrarse en el pequeño hombre era demoledora.
Jugaron con sus lenguas por fuera de sus bocas, hasta que la impresión hizo dar un salto a Auron cuando el boxer que cubría sus zonas íntimas fue rasgado. La costura cedió a la desesperación de Doblas. El pasivo solo pudo sonreír por la exasperación que cargaba su amante por joderlo.
— Lo siento, no tengo lubricante — murmuró ronco tras la larga sesión de besos, la falta de aire había raspado su garganta. Limpió el rastro de baba de la barbilla de Auron, antes de ingresar sus dedos para que él los chupase — Tendrás que conformarte con esto, prometo conseguir lubricante luego —
La sensación de aquella boca era embriagadora, en especial por el calor que aquella diminuta mano sedosa proveía sobre su palpitante falo, el presemen se escapaba de la apertura y chorreaba sobre Auron que acariciaba sus dedos con devoción, como si le estuviese haciendo una felación. Se relamió los labios y suspiró al imaginar esa lengua acariciando su pene.
Sacó los dedos y los acomodó entre los pliegos, los hundió en las voluptuosas nalgas de Auron, delineó el músculo de carne e ingresó el primer dedo, con el gemido que escapó de esos hinchados labios de su amante solo se animó a enterrarse sin miramientos.
Mientras era dilatado por dos dedos, solo pudo empezar a besar todo el pecho de Rubius, le gustaba que no hubiese rastro de vellos. Marcó el camino hasta las tetillas rosadas, a las que atacó a punta de lamidas largas y lentas, que acompañaba con tirones de sus dientes antes de calmar el dolor con succiones.
— ¿Te sientes listo? — Rubius se había tenido que morder los gemidos, alzó a Auron con su ayuda y se hundió glorioso en esa estrecha cavidad apenas tuvo un asentimiento de su amante.
Álvarez se curvó perfecto cuando la polla entre sus nalgas le penetró. Se tomó segundos antes de sonreír por la bendecida virilidad del hombre. Dejó un beso superficial sobre los labios de Rubius y empezó a saltar.
Se aferró los hombros del teñido y acompasó el movimiento. La polla entraba y salía de su ano de una forma placentera, sus gemidos crecían ensordeciendo el ruido de los resortes de la cama.
— Bien, se siente tan bien — confesó el pasivo con los ojos cerrados enfocado en seguir dándose placer con la verga de otro hombre. Se sentía flotando en el cielo con cada sentada con la que se abrían más paredes de su recto para apretar la virilidad de Rubius.
— Muerde — Rubius le alzó la camisa par apreciar más de su piel.
Sumiso, Álvarez llevó la tela a su boca. Doblas pasó su mano por la arqueada espalda de Auron para sostenerlo firme y sacó su lengua relatando en sus papilas el regusto de la sal impregnada en la piel de su amante por culpa del sudor que desprendía.
Las tetillas de Auron también pasaron por las torturas de la boca de Rubius. Gustoso de las sensaciones, el pasivo dejó los saltos para solo balancearse circularmente, le estaba dando el tiempo al activo de acariciar sus duros pezones.
Las uñas del azabache arañaron la carne de la espalda de Rub, las sensaciones lo tenían abrumado y se derritió cuando la morbosa y dominante voz de su amante, le pidió ponerse de espaldas.
Se levantó resintiendo no tener la polla de Rubius, se sentó como le pidieron, agradeció la mano de Rubius sobre su vientre dentro de la camiseta que aún no se quitaba, olía a él y a Rubén combinados y eso le excitaba aún más.
— Quiero ver mejor como tu culo toma toda mi polla — relató en un susurró a su amante, para después capturar el lóbulo de la oreja del hombre que seguía meneándose con adoración contra él — Vuelve a saltar —
Auron se inclinó un poco más y se sostuvo la camisa por los pliegos para darle al teñido la vista que añoraba. Extasiado por la fuerza de Rubius al sostenerlo solo con su brazo, retomó los saltos, está vez su cuerpo se empujaba mucho más lento.
— ¿A-Así? —
— Perfecto. Eres perfecto — gruñó perdido en la lujuria. Auron era una perdición, suya. Por eso se castigó lastimando su mano.
Sintiendo el límite en cada penetración, el pasivo se encargó de sostener la tela con una mano para posar la otra sobre una de sus nalgas, se abrió más para aumentar el campo de visión de su amante. Se le formó una sonrisa al notar los placenteros gruñidos de Rubius. Siguió con su trabajo de las estocadas hasta que se corrió gustoso liberándose en un profundo gemido.
Rubius llegó junto a él, casi a segundos de diferencia. La presión de esas paredes apretando su polla fueron demasiados. Se vacío entre las carnes de Auron, llenando por completo su ano. Con el cuello un poco contorneado, Raúl consiguió unir sus labios con los de Rubén para compartir otro fogoso beso.
Se quedaron en aquella posición para recuperar el aire antes de acomodarse abrazados en la cama. En silencio. No necesitaban palabras, se hablaban con el cuerpo.
No fue hasta un par de horas después que se dignaron a entonar las voces. Auron principalmente estaba aterrado por el futuro.
— ¿Qué pasará conmigo ahora?, ¿Me dejarás ir o me detendrás? —
Rubius hundió su nariz entre los cabellos de Auron, podía perfectamente respirar el aroma de su shampoo en él y eso le gustaba.
— Te quedarás. Aquí, conmigo… Serás mi amante y mi ayudante — No era una pregunta, era una completa afirmación.
Auron siquiera hizo el intento de replicar, era la única conexión que tenía con alguien y no estaba dispuesto a perderla. Se enredó más en el cuerpo del contrario, hundió su rostro en el pecho de Rubius y sonrió cuando éste acarició sus cabellos. Se sentía seguro. En casa.
Fin
