.::NIEBLA Y FLORES::.

CAPÍTULO PRIMERO

"SOMBRAS EN LA MENTE"

- Sólo te estoy pidiendo eso. Llevas el mensaje con aquel grupo y regresas luego al Mar que tanto amas. No te estoy pidiendo que te quedes a vivir en Hithlum, porque lo más probable es que el Rey Fingolfin desee enviar una respuesta rápidamente. ¡Vamos, hijo mío! Ya tendrás tiempo de volver a desaparecer en las orillas del Mar. Ahora cumple esta tarea por mí, por favor. Yo iría, pero tu madre no quiere que la deje; menos ahora que ya está por nacer el bebé.

- Lo sé. Y no te preocupes, iré. Sólo espero que pueda regresar pronto. Confío en que tendrás razón y el Rey Fingolfin nos enviará rápidamente de vuelta.

- Iré a decirle al Señor Círdan que estás de acuerdo en tomar mi lugar. Preocúpate que a tu madre no le falte nada. Regresaré de inmediato.

- Adiós.- contestó el joven elfo con tristeza.

¡No quería tener que partir de Eglarest! Amaba el Mar más que a cualquier cosa en toda la Tierra Media, y decirle adiós por un tiempo le sobrecogía el corazón. Nadie lograba entender cómo él podía amar tanto el sonido de las olas, la brisa marina, o el vuelo de las gaviotas. El rocío del Mar le encantaba y la arena de las playas eran para él un suave lecho.

Aunque era común que los Téleri de las Falas quisieran al Mar, él parecía demostrarle un amor mucho mayor. Casi nunca se separaba de una playa que era su sitio favorito; a veces subía en un bote blanco y se perdía de las miradas desde la tierra. Y sus padres no se lo reprochaban, pues él también cumplía con sus deberes.

Y ahora... ¡ahora lo querían separar del Mar! No recordaba hacía cuánto se había ido de viaje, a su pesar, y no quería repetirlo. La primera vez, por lo menos, había sido un recorrido por las orillas de las Falas; cuando él era aún pequeño y tenían que cambiar de hogar al extremo austral, en el puerto de Eglarest. Pero ahora tenía que cruzar montañas, valles, bosques, praderas y quién sabía qué otras cosas más.

De Hithlum sólo había oído hablar por boca de los viajeros o los más sabios, y se referían a ella como la "Tierra de la Niebla", Hogar y Reino del Supremo Rey de los Noldor, Fingolfin. Y hacia aquel lugar tendría que encaminar sus pasos, para llevar un mensaje del Señor Círdan.

Los días se estaban poniendo cada vez más oscuros, y Señor de las Falas tenía un presentimiento. No quería ser el único que estuviera alerta con la continua y oscura actividad de Angband, y enviaba ahora mensajeros a los Reyes de Hithlum y Nargothrond.

- Cuídate mucho.- le dijo su padre al momento de partir.- Estos días extraños me oscurecen el corazón y temo por ti. Procura que los demás se vayan por senderos seguros.

- Sí, padre.- contestó él.

- Lo más probable es que, si todo sale bien como esperamos, estés de regreso muy pronto.- sonrió su padre.- ¡Ya sabes a qué me refiero! La nueva flota blanca comenzará a ser construida. No puedes retrasarte.

- ¡Es verdad!- sonrió él.- Estaré aquí lo más pronto posible, no me quiero perder la construcción.

- ¡Nos vemos!- gritó su padre, junto a su esposa.

Con una última mirada al Mar, suspiró y le dio la espalda a lo que más amaba, sin saber que no lo volvería a nunca más en esa Tierra Media. Y así comenzó su no esperado ni deseado viaje. Él iría junto a doce mensajeros más rumbo a Hithlum; y de esos viajeros no conocía íntimamente a ninguno, pues la mayoría de ellos se lo pasaba trabajando o viajando, mientras que él se lo pasaba en el Mar o en casa ayudando a sus padres.

El recorrido de los viajeros tuvo por primer y rápido destino el puerto septentrional de Brithombar. Era un lugar muy bello y al joven elfo poco le faltó para quedarse ahí mientras los demás continuaban su viaje. Una vez en Brithombar, los mensajeros de Círdan decidieron que su próxima parada sería el Monte Taras y Vinyamar; pues, aunque ya no viviera la gente de Turgon ahí, sería un lugar seguro para detenerse.

Los días pasaban ora rápidos ora lentos, y lo que más les preocupaba era ser alcanzados por el crudo invierno. Ya era otoño y los árboles dejaban caer su lluvia de hojas, pero sabían que aquel bello espectáculo pronto terminaría.

El joven elfo se sentía deprimido. No era que odiara el paisaje, pero no era el que amaba. Los árboles le parecían monótonos y tristes, más aún en otoño, y la hierba del camino no era para él el suave lecho que era la arena en las playas. Además, conversaba muy poco con los demás viajeros. Se podía notar que entre ellos se conocían bastantes y que él era el nuevo. Aunque habían veces que lo obligaban a conversar con ellos y hablarles de su vida; pero no les parecía muy interesante escucharlo describir con detalle el Mar que ya conocían. Sólo uno de los elfos que iba en el viaje llegó a conocerlo bien.

Su nombre era Eärnil. Vivía en el puerto de Brithombar y era hijo de un amigo del Señor Círdan. Confesó que quería mucho al Mar, pero quedó muy sorprendido al darse cuenta de que el joven elfo lo adoraba aún más. Eärnil solía hablar mucho más que su nuevo amigo, pues era por naturaleza callado.

- ¿Y te apenó dejar tu hogar?- le preguntó Eärnil una noche. Los viajeros se habían detenido a descansar en una suave pradera y a la luz de una fogata.

- ¡Claro que sí!- contestó él.- Dejé lo que más amo, sólo por mi padre.

- ¿Lo que más amas?- sonrió su interlocutor.- ¿Hablas del Mar o de alguna doncella?

- ¿Qué...?- exclamó él sonrojándose.

- ¡No me digas que pasas tus días en la playa y que nunca te has fijado en alguna dama!- rió Eärnil.

- Me dirás que soy extraño, pero nunca he puesto los ojos en alguna doncella.- sonrió avergonzado.

- ¡Sí que eres extraño! Pero no te preocupes. Aunque, déjame sacarte de un pequeño error: no sólo debes poner los ojos en una dama, también el corazón.- suspiró Eärnil.- A mí, por ejemplo, lo que más me dolió de partir fue dejar en Brithombar a mi amada.

- ¿Estás casado con ella?- preguntó él.

- ¡Oh, qué más quisiera yo!- exclamó su amigo.- Antes de partir le dije que la amaba, y ella me contestó que también me quería. Así que sólo espero regresar a casa para cumplir la dicha de casarme con ella. ¡No puedo decir con palabras la felicidad que sentí al oír sus palabras!

- Debe de ser un momento grato.- murmuró el joven elfo.

- ¡Claro que sí!- sonrió Eärnil.- Tú eres un poco menor que yo, por lo que me has dicho, y creo que también tendrás la dicha de conocer a alguna doncella pronto. Pero si te quedas todos los días en las orillas del Mar, lo más probable es que te cases con una foca.- y comenzó a reírse largamente, y su amigo también lo hizo. Cuando terminaron de reír, Eärnil dijo: Hablando en serio, creo que si no dejas de lado el Mar un tiempo, te quedarás sentado solo en la arena para siempre. ¡Oh, amigo! Tal vez en éste viaje te fijes en alguna dama del Reino de Fingolfin; no estaría mal.

- Lo dudo mucho.- contestó él seriamente.- No me agradan los Noldor. Desde que llegaron sólo han traído desdichas para las Tierras de Aquende.

- ¡No digas eso!- exclamó Eärnil.- Los Noldor son muy buenas personas, la mayoría de ellos. Fingolfin es un noble y gran Rey, y su gente es muy amable también. No, amigo mío, no puedes catalogar a todos los Noldor como 'los que trajeron las desdichas de Aquende' sólo por lo que has oído de ellos.

- Muy buenas personas serán, Eärnil, pero no me sacan de la mente que desde su llegada las guerras han sido enormes. Además, dicen que se avecinan problemas. No, no me dan confianza. En especial los hijos del llamado Feänor. Son impulsivos y guerreros por naturaleza. He oído de ellos y no me gustaría involucrarme en sus problemas.

- Pero el Rey Fingolfin es diferente.- dijo Eärnil.- Parece ser que es de mejor madera de lo que era Feänor, su hermano. Sácate esos prejuicios, amigo. Luego de que lleguemos a Hithlum te darás cuenta de que son buenas personas los Noldor.

- Espero que pueda creer lo que dices.- sonrió él.- Pero sigo pensando que fijar mis ojos y mi corazón en una doncella Noldor en tan poco tiempo será imposible.

- ¡Nunca digas 'imposible'!- exclamó Eärnil.- ¡Todo es posible! Mírame a mí: yo juraba que mi amada nunca me miraría, y ahora me voy a casar con ella. ¡No, amigo mío! ¡Decir 'imposible' es tentar al Destino!

- Pero tampoco deseo casarme. No aún.

- ¡Ya llegará ese día, y estarás peor que yo!- rió Eärnil.

- ¡No, por favor!- rió su amigo.

Siguieron avanzando durante largos días y finalmente llegaron al antiguo hogar del desaparecido Turgon: el Monte Taras. Debajo de él se hallaba Vinyamar, donde había vivido la gente de Turgon y él mismo. Era un lugar muy bello: muy verde y con una dulce fragancia por las plantas. Además, el Mar estaba muy cerca; y hasta el joven elfo tuvo que aceptar que ese sitio le gustaba.

- No entraremos en la ciudad.- dijo el jefe de los viajeros.- No estamos seguros de qué encontraremos ahí, así que lo mejor será que acampemos bajo los árboles de algún bosque cercano. Probablemente comience a llover, el invierno está llegando, así que busquemos un refugio rápido.

Así lo hicieron y pronto se hallaban bajo la sombra y protección de unos gruesos y frondosos árboles. Durmieron plácidamente, pues nada parecía estar cerca, y a la mañana siguiente prepararon todo para partir.

- Noticias extrañas me trae el Viento.- dijo un elfo, que era el mayor de la compañía.- No logro entender bien sus palabras, pero nos está advirtiendo de algún peligro.

- Esperemos que sea sólo tu imaginación.- dijo el jefe.- No estamos lejos del Reino de Fingolfin, y dentro de unos días más deberíamos estar viendo a los centinelas y jinetes vigías de Hithlum.

- El aire comienza a hacerse más pesado.- dijo el elfo anterior.- No me gusta nada esta noticia. Se me ensombrece el corazón.- miró hacia el noreste y susurró.- Algo nos espera más adelante, y no es bueno.

El joven elfo se sintió nervioso después de las palabras de aquel compañero, pues no quería problemas, sólo regresar a Eglarest. Sin embargo, y aunque el jefe de la compañía no quería aceptarlo, el aire se les estaba haciendo a todos cada vez más pesado.



- Son un grupo numeroso. Fuimos informados de ellos hace unos días, y no sabemos con seguridad de dónde vinieron. Creemos, sí, que deben de haber huido de la última guerra.

- Pero, ¡fue hace mucho tiempo! ¿Cómo iban a sobrevivir?

- Ya sabes cómo son de extrañas y horribles esas criaturas. Lo más probable es que se hayan escondido en las Montañas de la Sombra. Y ahora tal vez se han multiplicado y quieren volver a esa maldita tierra de la que vienen.

- Que lo intenten y verán la fuerza de los Eldar de Fingolfin. No los dejaremos vivos. Pero... dices que es un grupo numeroso. ¿Cuántos aproximadamente?

- Los centinelas que los vieron pasar dijeron que mínimo de unos ochenta.

- ¡Ochenta!

- No me atrevería a aniquilarlos sin una gran fuerza. Pueden ser cobardes y traicioneros, pero los Orcos pueden ser resistentes y fuertes. No, no hay que menospreciarlos en fuerza. Debemos esperar la orden del Rey para saber si los acabamos o no.

- ¿Hacia dónde se dirigían?

- Al parecer están buscando un camino por el oeste. No se acercaran a las Montañas del Terror ni al Valle del este, pues lo que habita en aquel lugar de sombras y desesperación es aún más antiguo, terrible y traicionero que ellos mismos.

- Eso es cierto. Entonces, si se dirigen al oeste, ¿pasarán por Nevrast o Dor-Lómin?

- No son un grupo grande para atravesar Dor-Lómin y salir con vida. No, yo creo que darán un gran rodeo por Nevrast y luego seguirán por las costas de las Montañas del Eco hasta el Oscuro Norte.

- ¿Ya no hay Noldor en Vinyamar?

- Al principio pensamos que sí, pero luego descubrimos que todos desaparecieron con el pueblo de Turgon. Misteriosamente, nadie sabe a dónde fueron.

- Entonces el Monte Taras está deshabitado. Probablemente los Orcos logren pasar cerca de ahí hacia Nevrast.

- No lo dudo.



- ¿Qué es eso?

- ¿Qué cosa?- preguntó Eärnil.

- Algo se acerca por el este.- dijo el joven elfo.

- ¡Son Orcos!- exclamó el jefe de los viajeros.- ¿Esto era lo que te advertía el Viento?

- Probablemente.- contestó el elfo mayor.

- Son demasiados para nosotros.- dijo el jefe.- No les ganaremos, si los desafiamos.

- ¿Nos esconderemos?- preguntó Eärnil

- Será lo más conveniente.- contestó el jefe.- Ya casi es medianoche, y sin luna tal vez no nos vean.

- Si no nos ven, nos olerán.- dijo el mayor.

- ¡Entonces anda y hazles frente!- exclamó el jefe molesto.- ¡Sólo estoy tratando de salvarnos! Si se te ocurre algo mejor, dímelo. Pero no olvides que estamos en medio de Nevrast y aún nos queda bastante por recorrer. Así que piensa rápido.

- Los Marjales están muy cerca.- dijo otro elfo.- No es un buen sitio para escondernos. Lo más probable es que terminemos hundiéndonos mientras huimos.

- ¿Qué haremos?- preguntó Eärnil asustándose.- ¡Se están acercando! Ya no tardarán en llegar.

- ¡A la arboleda!- gritó el jefe corriendo hacia los árboles que estaban detrás de ellos.

Los demás lo siguieron y pronto se hallaban en las ramas de unos de los árboles más gruesos. Sin embargo, no estaban seguros ahí, como lo hizo notar el joven elfo.

- Si dicen que nos olerán- dijo-, no les tomará mucho tiempo derribar los árboles con nosotros encima.

- Ruégale a tu amado Mar que nos salve.- dijo irónicamente el jefe. El joven elfo sintió que su sangre ardía de ira, pero supo controlarse.

- Ya sabes a quién le rogaré yo.- sonrió Eärnil susurrando. Luego le sonrió, recordando lo enamorado que había demostrado estar por su dama. El joven elfo le sonrió también y se quedaron en silencio, esperando a que todo el peligro pasara.

Los Orcos no estaban muy lejos. Avanzaban rápido y parecían correr bajo el peso de alguna llamada o una orden. Iban bien armados y los fieros rostros era cubiertos por unos cascos de duro metal. Todo a su alrededor era silencio, pues parecía ser que las aves, e incluso el Viento, los aborrecía.

- Ya están aquí.- susurró el jefe, mientras algunos de los viajeros cerraba los ojos con pesadumbre y temor.

Y así pasaron por junto a la arboleda, marchando rápidamente sin sentir, oler ni oír a los viajeros. Casi había pasado las apretadas y veloces filas, cuando lo peor que pudo ocurrir, ocurrió.

El elfo mayor de la compañía, que estaba sentado en una rama del primer árbol, cayó de pronto. Parecía ser que se había movido y la rama no había aguantado más su peso. Así, y con un estruendoso crujido, se vino abajo llamando la atención de los Orcos, quienes se detuvieron y contemplaron con odio y una maliciosa alegría a su próxima víctima.

- Un elfo.- rió uno del final con una ronca, rasposa y fría voz.- ¿Qué hace solo en una noche así? ¿Viene a buscar su muerte?

- Dudo que esté solo.- sentenció otro junto a él, que era más corpulento. Olió detenidamente el aire, y los viajeros sintieron, con el corazón en un puño, que ya no habría escapatoria.- ¡En los árboles!- gritó de pronto.- ¡Hay más en los árboles!

Y ya todo fue confusión. El jefe de los mensajeros saltó hacia abajo y corrió a proteger a su compañero. Algunos más lo siguieron, pero otros dudaban sabiendo que no había salida. El joven elfo no dudó en saltar de la rama en que estaba, y Eärnil lo siguió.

Eran trece Elfos contra más de ochenta Orcos, todos bien armados. Los viajeros prepararon sus arcos y dagas, y sus enemigos dudaron en atacar o no. Finalmente, uno que parecía ser el jefe se adelantó sonriendo.

- Creía que los Poderosos Eldar tenían más cerebro.- les dijo.- ¿Qué tratan de hacer atacándonos cuando saben que no podrán con nosotros? ¿O es que están buscando suicidarse? No, no, no.- rió.- No estamos interesados en jugar con unos cuantos Elfos, pero no nos vendría mal un poco de carne fresca.- los demás también rieron.- Ya no tienen escapatoria, como habrán notado, pero les podemos hacer una oferta por la que seríamos bien recompensados: Vengan con nosotros a Angband y trabajen ahí como esclavos, pero no les aseguramos llegar con vida. Al Oscuro Señor de Arda le encantaría conocerlos.

- ¿Y crees que sin escapatoria vamos a caer tan bajo?- exclamó el jefe lanzando una flecha y matando al líder de los Orcos al instante. Entonces, ya no hubo otro remedio que lazarse al desesperado y final ataque.

El joven elfo nunca había utilizado un arma para luchar, pero aprendió rápido. Sin embargo, de poco le sirvió pues no pudo ayudar a sus compañeros. Así cayeron el elfo mayor, otros cinco, y ya sólo quedaban cuatro, el jefe, el joven y Eärnil.

- Mal fin veo.- dijo éste último.

- Ten fe.- le dijo el joven.- Ruégale a tu dama.

- Ese es un gran consuelo para el fin, amigo mío.- sonrió Eärnil.

Los Orcos se lanzaron al ataque con furia y grande fue su victoria. Mataron a cinco de los que quedaban, mientras con la confusión Eärnil y el joven hacia la arboleda.

- Nos vieron. Es seguro.- dijo el joven asustado. Estaba lleno de heridas y de sangre tanto orca como de sus compañeros.

- Se me está nublando la vista.- dijo Eärnil de pronto. Su amigo lo miró asustado.

- ¡No!- murmuró temeroso, viendo que su compañero tenía una herida en el costado.- ¡No puedes morirte! ¡Ambos debemos regresar a casa!

- Mi mente y mi corazón ya están ahí.- susurró su amigo sonriendo. Se oían las voces de los Orcos que los buscaban.- Ya están aquí. Tú huye.

- ¡No! Si no hay manera de huir, moriremos juntos.- replicó él.

- Suena bien.

- ¡Ahí están!- gritó un orco apuntándolos.- ¡Mátenlos rápido!- un grupo de bestias se abalanzó sobre ellos.

De pronto, se oyó el sonido de unos poderosos cuernos. Los Orcos se detuvieron asustados. Al volver la vista hacia el este pudieron ver un gran número de jinetes bien armados. Eran Elfos de la guardia y centinelas de Fingolfin. Eärnil y su amigo sintieron un gran alivio al verlos, pero no todo salió como esperaban: el orco que había gritado antes apuntó al joven elfo con su arco, pues pensó que matar al otro que ya estaba herido sería un desperdicio de armas.

Entonces, sujetó con fuerza la flecha y luego la soltó...

- ¡Eärnil!- gritó estupefacto el joven. Su amigo se había levantado de un salto al ver al orco, y se interpuso entre el joven y la veloz flecha. Se le enterró con una indescriptible fuerza en el pecho, y ya no pudo levantarse.- ¡Eärnil!- gritó el joven sintiendo que los ojos se le llenaban de lágrimas.- ¡Resiste! ¡Te la sacaré y...!

- ¡No!- gritó su amigo en un último y doloroso esfuerzo.- No, déjala. Ya n- no habrá regreso a casa para mí.- sonrió débilmente.- Y- ya me estaba pareciendo extraño que... que tuviera t- tan buena suerte. Mi dama fue un sueño d- demasiado bello...- y ya no habló más. Su cabeza calló hacia un lado y así murió.

Sin embargo, el orco que le disparó, montado en cólera por la llegada de los Elfos de Fingolfin y por haber fallado su tiro, tomó lo que tenía más al alcance: una dura y gran piedra.

Se la lanzó al joven elfo, quien, al estar pendiente de su amigo, no la vio venir. Le dio certeramente en la frente y cayó hacia atrás con una enorme punzada de dolor. Pero no calló en la suave hierba, sino que su cabeza se golpeó además en una roca que estaba tras sí.

Aquella noche sin luna pasó a ser su última visión de una feliz vida pasada, y su mente fue absorbida por una triste y temible oscuridad.

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Bueno, éste fue mi primer capítulo en mi primera historia del Silmarillion. Espero que les haya gustado y que me dejen algún review de aliento. ¡Nos vemos!