2.933 de la TE
Pero el destino no quiso que Arathorn viera crecer a su hijo.
La refriega había sido dura, los orcos habían sido más persistentes que en otras ocasiones, como si un oscuro propósito los hubiera hostigado a seguir luchando. Hador podía recordar toda la batalla, mientras herido y desesperado buscaba a su Capitán entre los vivos, los heridos y los muertos.
El grupo lo formaban quince Montaraces y los hermanos Elladan y Elrohir que, como en otras ocasiones, les acompañaban en sus luchas contra los orcos de las Montañas Nubladas. Desde hacía unos días, venían siguiendo el rastro inequívoco de una horda orca, que había bajado hacia las antiguas tierras de Rhudaur. Encontraron a las detestables criaturas muy cerca de las claras aguas del Mitheihel, sin embargo, y aunque atacaron prácticamente por sorpresa, no les encontraron desprevenidos. Los orcos, unos cien, se volvieron y ofrecieron una fuerte resistencia, enardecidos en la hora oscura y fría que precede el amanecer, cuando la luna se oculta en los abismos de Eä.
Ellos atacaron frontalmente, puesto que no contaban con los hombres suficientes para rodearlos. En un principio, la ventaja estuvo de su lado, pues luchaban montados, pero los orcos pronto empezaron a atacar a los caballos, desmontando a la mitad de los Montaraces por la fuerza, los demás decidieron seguir luchando a pie, para no arriesgar las vidas de sus inestimables caballos.
Hador se vio separado de Arathorn y por un tiempo lo perdió de vista, mientras trataba de mantener a raya a todos sus atacantes. Cuando la batalla le dio un respiro, volvió a verle, Arathorn rechazaba el ataque de cinco fornidos orcos, protegiendo a un hombre herido que yacía en el suelo. Nada parecía capaz de herir al fuerte y audaz Capitán. Aun así, Hador trató de reunirse con él, pero le fue imposible, pues un mar negro parecía interponerse entre ambos. Pese a ello, se sintió más tranquilo cuando, desde su posición, vio llegar junto a Arathorn a Elladan y Elrohir.
De nuevo parecía que tenían la ventaja, pero nuevos refuerzos orcos llegaron del este, quizás se trataba de otra compañía que venía reunirse con ésta para llevar acabo sus salvajes correrías. Otra vez Arathorn fue separado de sus hombres y de los gemelos y parecía, ahora, que la mayoría de los enemigos se lanzaban sobre él, que los rechazaba con mano férrea, sin un atisbo de miedo o congoja en los grises y fieros ojos, ya su espada y sus manos estaban negras de sangre orca. Hador trató por todos los medios acercarse a su Señor, que por momentos cedía más terreno y fue testigo del mismo intento por parte de los gemelos. Sentía tal impotencia, que sus ataques se volvieron devastadores, derribando oscuros cuerpos a su paso, hasta el punto que muchos orcos preferían huir aque enfrentarse a su terrible furia. Volvió a mirar hacia donde Arathorn se encontraba luchando, pero ya no estaba, su lugar lo ocupaba uno de sus hombres, Handir, que había logrado llegar hasta allí y parecía proteger algo, pues no abandonaba su posición, sin ceder terreno, vendería cara su vida.
Hador se temió lo peor, y no sólo él, pues los demás hombres, que aun permanecían en pie, arremetieron con más fuerza contra sus enemigos, intentando socorrer a su Capitán caído.
Aquel ataque potente y desesperado por parte de los Montaraces y la salida de Anar pareció hacer mella en el valor de los orcos, que veían mermar su número más rápido en aquellos últimos minutos, criaturas cobardes cuando no llevan las de ganar, comenzaron a retirarse en desbandada huída. Cinco Dúnedain, Elladan y Elrohir salieron tras ellos. En otra ocasión, Hador los hubiera acompañado, como tantas otras veces había hecho, pero ahora sólo quería llegar hasta su amigo.
Preocupado hasta el punto de no sentir el dolor de la herida que laceraba su costado derecho, llegó hasta Handir, el rostro pálido teñido de sangre orca y propia.
- Handir ¿dónde está Arathorn? ¿Le has visto? – preguntó jadeante.
- ¡Hador, estás herido! – exclamó un agotado Handir, que parecía ocultar con su cuerpo algo.
- Eso no importa ahora. Handir ¿quién yace a tus pies? ¿Es...? – la luz de la comprensión se iba haciendo en su nublada mente.
Handir bajó la cabeza y se apartó, dejando ver a Hador el cuerpo de un hombre que yacía de costado, la cara oculta por los negros cabellos apelmazados de sangre. Hador cayó de rodillas, las lágrimas bañando su cara, la desesperación y el dolor clavándose en lo más profundo de su corazón. No necesitaba ver el rostro para reconocer el cuerpo de su mejor amigo.
- Yo... no pude hacer nada, cuando llegué aquí, él acababa de caer. Quise protegerle, pensando que sólo estaba herido, pero esos malditos debían esconder arqueros entre sus filas, porque cuando le miré para saber la gravedad de sus heridas, descubrí que ya nada podía hacer salvo salvaguardar su cuerpo de esos oscuros seres. Lo siento Hador, ojalá hubiese llegado antes a su lado – la voz del hombre se quebró por el llanto contenido y en silencio se unió al dolor de Hador.
- Tu no tienes la culpa – dijo el joven dúnadan y tomando aire, volvió el cuerpo sin vida de Arathorn, sintió que la sangre se le helaba en las venas; el negro penacho de una flecha sobresalía grotescamente del ojo derecho de su amigo, un tiro certero y mortal. El ojo izquierdo permanecía abierto, fijo en una mirada sin vida perdida en el infinito. Hador partió el penacho y con mucho cuidado, ayudado por Handir, sacó la flecha del ojo, después cerró los ojos de su amigo con su propia mano.
- Handir, ocúpate de los heridos – ordenó al hombre, éste asintió y le dejó solo.
Hador miró largo rato a su amigo, como si el resto del mundo hubiese dejado de existir y el tiempo se hubiese detenido. Debía asimilar su muerte y hacerse a la idea de ella, no era el primer Capitán en caer en la batalla, el mismo había visto morir a Arador, el padre de Arathorn, ahora el mando de todos los Dúnedain debía pasar a su heredero, pero éste sólo tenía dos años, por lo tanto era preciso llevar la aciaga noticia a Gilraen y decidir con ella quién gobernaría a los Dúnedain hasta que su hijo se convirtiera en un hombre. Más aun, había que poner a salvo al único heredero de Isildur antes que El Enemigo pudiera encontrarlo. Pues a Hador no le parecía casual que el principal objetivo de los orcos hubiese sido matar a Arathorn.
Enjugándose los ojos y olvidando por un momento el dolor, Hador tomó de la mano de su amigo el Anillo de Barahir y de su manto ensangrentado la Elendilmir, símbolos de su nobleza y heredad, los fragmentos de Narsil descansaban en Rivendell junto al Cetro de Annuminas.
- No te preocupes, hermano, yo me ocuparé de que estos lleguen a las manos adecuadas. Y te prometo que protegeré a los tuyos hasta que encuentre un refugio seguro para ellos. Les llevaré al lugar que tu mismo hubieses elegido.
Tapó el cuerpo de Arathorn con su propio manto.
- Namarië, gwador – dijo Hador en un susurro. ( Adiós, hermano )
Se levantó y miró a su alrededor; los perseguidores ya habían regresado y se hacían cargo de los heridos, podía ver en sus rostros la sombra de las lágrimas, la noticia les había llegado, algunos miraban fugazmente al lugar en el que se encontraba. Elladan y Elrohir se encaminaron hacia él.
- Ve a curar tu herida, Hador – le dijo Elladan – Nosotros nos ocuparemos de preparar su cuerpo para el viaje a las tierras de Arthedain.
Hador asintió y fue a reunirse con sus hombres, debía estar con ellos.
Al día siguiente ya se habían puesto en marcha hacia sus tierras, en el campo de batalla enterraron a dos de los muertos, los cuatro heridos viajaban montados, un caballo arrastraba unas improvisadas parihuelas sobre las que descansaba el cuerpo de Arathorn, que iba escoltado por el fiel Hador y los gemelos. El resto de los hombres marchaba a pie, tirando de las riendas de sus caballos, pues la marcha no podía ser más rápida.
Tras varias jornadas de triste viaje, llegaron a los campos de Arthedain, ahí donde Arathorn, y muchos otros, tenía su casa y allí se dirigieron, arribando a sus puertas al caer del sol.
Grande fue le pesar que se asentó entre los muros de la casa de Arathorn y Hador vio llorar desconsoladamente a la fuerte Gilraen, mientras apretaba a su hijo contra su pecho. Él mismo lloró junto a Fíriel y Halbarad, pero, siempre, frente a los que venían a velar el cuerpo de Arathorn antes de ser enterrado se mostraba fuerte y entero, la pena sólo visible en sus ojos azules.
La noche anterior al funeral, Hador fue a dar el último adiós a su amigo, su cuerpo reposaba en su cuarto, sobre la cama, engalanado con grises ropajes, una gema blanca sustituía a la Elendilmir sobre su frente, la espada entres sus frías manos, iluminado por cuatro antorchas.
En la puerta del cuarto, agarrado al marco, vio al pequeño Aragorn, al parecer se había despertado y había venido en busca del abrazo de sus padres, pero al llegar allí debió percatarse de que algo no iba bien. Hador sabía que Gilraen no había permitido aun que su hijo viera el cuerpo de su padre.
Se acercó al pequeño y éste, al verle, le tendió los brazos para que le cogiera.
- ¿ Qué haces aquí, Aragorn? Deberías estar durmiendo – dijo, mientras le levantaba. Hador dudó un momento, pero finalmente entró en el cuarto con el niño en sus brazos. Tenía derecho a verle, pese a que tal vez no lo comprendiera.
Se detuvo a los pies de la cama y vio que el niño no quitaba los ojos de su padre.
- ¿Papá? – dijo en un murmullo. Al no obtener respuesta, volvió a llamarle, esta vez más alto, lo intentó varias veces, hasta que finalmente se agarró con más fuerza al cuello de Hador.
- Sí, sabes que algo pasa, ¿verdad? Tu padre ha muerto, Aragorn, pero no te preocupes, ya tendrás la posibilidad de vengar su muerte.
Se acercó a un lado de la cama, se inclinó sobre el rostro sin vida y le besó en la frente.
- Yo tamben – dijo Aragorn junto a su oreja.
Hador le acercó a su padre y el pequeño alcanzó a besarle la mejilla. El hombre sonrió.
- ¿Qué haces Hador? – la voz de Gilraen le borró la sonrisa de los labios.
- Creí que era mejor que se despidiera de él. Perdóname Gilraen – le puso al niño en los brazos.
- No, está bien – abrazó fuertemente a su hijo, que escondió su cabecita morena en el hueco de su cuello – Tenía que haberlo hecho antes, pero nunca me veía con fuerzas, te lo agradezco. Dime ¿velarás junto a mi esta última noche?
Hador asintió y acercó un par de sillas a la cama, mientras Gilraen dejaba a su hijo acurrucado en un sillón de la habitación y le tapaba con una manta.
- Mi señora, se que es duro que te hable de esto ahora, pero quizás no tengamos otra ocasión – empezó Hador, cuando se hubieron sentado – Pero ¿has decidido ya quién se hará cargo de la capitanía de los Dúnedain hasta que tu hijo tenga la edad para ello? No podéis quedaros aquí, expuestos al peligro, no puedo permitirlo, se que estas tierras se volverán más peligrosas en pocos años. El Enemigo nunca ha dejado de buscar a los herederos de Isildur..., ha encontrado a Arathorn, no permitiré que también se lleve la vida de su hijo.
Gilraen miró a su esposo y pareció meditar las palabras de Hador. No, no podía quedarse allí con Aragorn, debían buscar un refugio donde el niño creciera a salvo.
- Arathorn confiaba en ti, Hador. Tu siempre fuiste su mano derecha, tan querido para él como un hermano de sangre. Siempre que hablaba de ti, lo hacía ensalzando tu valor, tu amistad, tus dotes para el mando y la batalla. Si he de dejar a alguien que guíe a los Dúnedain, entonces ese has de ser tu, yo confío en ti como lo hiciera Arathorn, se que los hombres te seguirán sin dudar.
Hador asintió.
- Grande es el honor que me haces, mi señora. Te prometo que mantendré a los hombres unidos y preparados hasta que Aragorn venga a reclamar lo que es suyo.
Gilraen sonrió al dúnadan, no había esperado otra respuesta de él.
- ¿Y a qué lugar iremos mi hijo y yo? ¿Dónde protegeremos a "la última esperanza de los Dúnedain?
- ¿Qué te parece Rivendell? Allí han sido educados todos los herederos de Isildur desde Arahael. El Señor Elrond te recibirá de buen grado en su casa.
La mujer miró a su hijo, que dormía tranquilo, ajeno al peligro que no muy tarde correría su vida; sí, que lugar podría ser más seguro que la oculta casa de Elrond, allí donde los Dúnedain siempre habían contado con la amistad de su pariente más lejano.
- Partiremos a Rivendell tras el entierro de Arathorn – dijo mirando a Hador.
- Como desees. Yo mismo te acompañaré junto a otros hombres que elegiré.
Al día siguiente, Arathorn II hijo de Arador, fue enterrado en la tierra de sus antepasados, con los honores de un rey en el exilio, mirando al Oeste, a la perdida Númenor y más allá al Reino Bendecido. Y muchos fueron los que lamentaron su muerte, pero Elladan y Elrohir no estaban allí, pues habían vuelto a su casa a llevarle la noticia a su padre. Bellos cantos fueron entonados ensalzando el valor y la grandeza del Capitán caído y las lágrimas de los suyos regaron la tierra una vez más.
Tras el funeral, Gilraen anunció el nombramiento de Hador como regente hasta que su hijo alcanzase la hombría. Los hombres aceptaron de buen grado.
Después de cenar, Fíriel y Gilraen prepararon el equipaje para el viaje, mientras Halbarad jugaba con Aragorn y Hador reunía a la escolta que los acompañaría.
Al día siguiente, ocho caballos estaban listos para partir, formaban la comitiva Gilraen, con un inquieto Aragorn en brazos, Hador y cinco de los mejores Montaraces, entre los que se encontraba Handir, que había insistido en acompañarles.
- Ya que a él no pude ayudarle, por lo menos lo haré con su mujer y su hijo – había dicho.
Hador se despidió de Fíriel y Halbarad y, echando un último vistazo a la casa de su amigo, se puso en marcha, seguido por los demás; Handir iba a la cabeza, seguido de Eradan y Harthad, luego les seguían Gilraen con Hador a su derecha y cerraban la marcha Baragund y Urthel.
Largo era el camino que los separaba de Rivendell y el otoño ya se aposentaba sobre las tierras del norte. Sin embargo, la buena fortuna los acompañó durante el viaje y los hombres agradecieron a los Valar cuando transpusieron a salvo el Vado del Bruinen. Ahora sólo restaba encontrar el valle oculto y su misión estaría cumplida.
Amaneció un día plomizo, la bruma otoñal se demoraba en los valles de las montañas y no dejaba ver más allá de unos escasos metros. El grupo viajaba ahora muy compacto, con un solo hombre adelantado como explorador. Todos se arrebujaban en sus capas y Aragorn dormía aun en los brazos de su madre, pues el viaje estaba resultando agotador para el pequeño.
Era poco más de medio día, cuando Eradan se volvió a Hador, deteniendo la marcha.
- Se acercan dos caballos, uno es el de Handir, el otro me es desconocido, pero vienen a la par y a trote ligero.
Los hombres cerraron filas en torno a Gilraen, dejándola en medio de un círculo, las manos prestas en las espadas. Pronto el sonido de cascos golpeando la tierra se hizo más claro y cercano. Hador se puso delante del grupo. Dos figuras borrosas se dibujaron en la bruma. Cuando estuvieron más cerca, Hador se relajó, sin duda, Handir era uno de los jinetes y el otro era a todas luces un elfo, su altura y hermosura así lo atestiguaban.
- Mae govannen, Dúnedain! – saludó el elfo de rubios cabellos – Im Erya Dúnion, me dirigía a Imladris cuando me cruce con vuestro compañero.
- Mae govannen, Erya – devolvió el saludo Hador – Soy Hador hijo de Bregolas y esta mujer es la Dama Gilraen, viuda de nuestro Capitán Arathorn, y el pequeño es su hijo Aragorn. Venimos a Rivendell en busca de refugio para ellos.
- Entonces ha sido venturoso el habernos encontrado. Vuestros nombres no me son desconocidos. Triste noticia la muerte de vuestro esposo, Señora, aceptad mis condolencias – se acercó a la altura de Gilraen y miró al pequeño durmiente – Pero no todo está perdido – sonrió el elfo – Bien, yo os guiaré hasta La Última Morada Simple al Este del Mar.
- Hannad len, Erya – dijo Hador.
- Aphado le – les dijo Erya y de nuevo se pusieron en camino. (Seguidme)
Erya les guió por los caminos y sendas más rápidos hasta el valle oculto. Y unas horas después del amanecer del día siguiente la Casa de Elrond salió a su encuentro. Descendieron hacia la élfica morada acompañados por el murmullo del río y los cantos ocasionales de los moradores silvanos y sindar de la casa. Transpusieron la arcada y a las puertas Elrond, con Glorfindel a su lado, ya les esperaba.
- Sed bienvenidos a Imladris, Dúnedain – les saludó el eldar, mientras desmontaban.
- Mae govannen, Erya!, me alegra verte de vuelta. Gracias por guiarlos hasta aquí – el rubio elfo le devolvió el saludo.
Elrond se acercó a Gilraen, que sostenía a un despierto e inquieto Aragorn en brazos. En el niño miraba todo a su alrededor intentando buscar algún detalle familiar, pero era la primera vez que visitaba Imladris y el no reconocer nada lo inquietaba.
- Siento mucho la muerte de Arathorn, fue un gran Capitán – miró al niño y le sonrió – Vamos dentro, donde vuestros hombres podrán descansar, mientras nosotros hablamos.
Una vez en la Casa, Elrond los llevó hasta una amplia sala, sin duda destinada a recibir visitas y parlamentar con ellas. Indicó a los hombres de Hador que tomaran asiento alrededor de una mesa dispuesta con comida y vino. Él mismo sirvió a Gilraen y Hador.
- Comed algo mientras esperamos a otro de los consejeros de la casa – les pidió.
Aragorn se libró de los brazos de su madre y se distrajo recorriendo toda la sala y poniendo ojos tristes a los hombres para que le dieran algo de lo que había en la mesa, hasta que finalmente, Harthad lo sentó en sus rodillas y le entretuvo haciendole saltar sobre ellas como si estuviera montado en un caballo.
Elrond observaba al niño, reía feliz y divertido, ajeno a todo el dolor que la muerte de su padre había supuesto para su madre y sus hombres. Erya se acercó a él para decirle.
- ¿Echas de menos ser padre?
- Sí, cuidar de mis hijos, verlos crecer, jugar con ellos, compartir todas sus penas y alegrías..., esos fueron los mejores años de mi vida Erya, a veces me gustaría que volvieran a ser niños. Sin embargo, Arathorn ya no podrá disfrutar de esos momentos con su hijo, breve ha sido el tiempo que ha pasado junto a él.
- Y este niño parece condenado a crecer sin una figura paterna, tendrá siempre a su madre a su lado, pero llegado un momento, necesitará también de un padre con quien hablar y compartir cosas que solo se comparten con un padre. Eso es lo que piensas, ¿verdad? ¿Estás dispuesto a criar a este pequeño como si fuera tu hijo? Tal como hizo Elu Thingol con el joven Túrin, y aun así no pudo apartarlo del funesto hado que le estaba predestinado.
- Pero el destino de Aragorn no es el de Túrin, Erya – dijo Elrond y parecía que iba a contestarle a la pregunta que le había hecho, cuando un noldo de oscuros cabellos entró en la sala.
- Disculpadme por la tardanza – dijo el recién llegado.
- Estás disculpado, Erestor. Bien, ya estamos todos. Dama Gilraen, Hador, por favor, seguidme – les pidió Elrond.
Gilraen tomó a su hijo y siguió a los altos elfos a una habitación contigua, más pequeña que en la que dejaban a los hombres.
- Mi Señor Elrond, hemos venido hasta aquí ha pediros ayuda – dijo Gilraen, sentando a Aragorn en uno de los divanes.
- Lo sé – dijo el Señor de la Casa y se acercó al niño, arrodillándose para poder mirarle a los ojos grises. Y allí fijo los suyos, también grises, pero con el brillo de la estrellas demorado en ellos. El pequeño no desvió la mirada y se estuvo totalmente inmóvil, en la habitación se hizo un profundo silencio.
- Un destino incierto, lleno de pruebas y peligros – dijo Elrond. Puso una mano sobre los negros cabellos del crío y le sonrió mientras se los acariciaba – El Enemigo le perseguirá con celo, es vital ocultarlo a sus ojos tanto tiempo como sea posible. Aquí moraréis los dos – dijo volviendo su mirada a Gilraen – como si de mi propia familia fueseis miembros, y no es cierto acaso que somos parientes lejanos – sonrió de nuevo – Intentaré en lo posible educarlo como su padre hubiese deseado. Aragorn le llamó al nacer, un nombre real, pero peligroso en estas tierras, así pues, hasta el día en que lo crea oportuno le llamaremos "Estel", Esperanza para su pueblo. Nadie le ha de revelar su verdadero nombre y ascendencia, salvo que pertenece a los Dúnedain, y nadie, excepto aquellos que le acompañaron en este viaje, ha de saber que Estel y el heredero de Isildur son la misma persona – Se volvió a Hador – Tu llevarás la noticia a las Compañías Errantes que el heredero del último Capitán de los Dúnedain vive y está a salvo y que un día reclamará lo que es suyo. Hador, tu y tus hombres seréis quienes lo atestigüéis.
Hador asintió y le tendió a Elrond la Elendilmir y el Anillo de Barahir.
- Arathorn os estaría eternamente agradecidos, mi Señor – dijo – Guardadlos hasta que Estel pueda portarlos como símbolo de su verdadera identidad y su heredad.
- Así lo haré. Ahora tu y tus hombre descansad aquí tanto tiempo como deseéis. Dama Gilraen, se prepará para vosotros un cuarto. Estel no sólo será educado en Imladris como sus antepasados antes, también se criará aquí, donde tendrá oportunidad de ser un niño feliz.
El pequeño parecía hacer ya justicia a esas palabras, pues, librado de la vigilancia y brazos de su madre, se había acercado hasta Glorfindel, quien lo había cogido en brazos y reía alborozado, mientras no dejaba de tirar de los rubios cabellos del alto noldo. La gravedad de la situación se relajó y todos sonrieron divertidos, todos excepto el pobre Glorfindel, que intentaba en vano apartar las manos del infante.
- A Erestor o a Erya o incluso a Elrond, a ellos son a los que tienes que tirarle del pelo – le decía al sonriente Estel – Maldita sea, creía que después de tus hijos, Elrond, nadie volvería a tirarme así del pelo.
Todos reían sin aparentemente querer ayudar al noldo.
Pocos días más tarde, Hador y sus hombres se despendían de Gilraen, Estel y Elrond, había llegado la hora de volver junto a los demás Dúnedain, Elladan y Elrohir habían decidido acompañarles por un tiempo.
Hador comenzó a cabalgar sonriente, había cumplido la promesa que le hiciera a Arathorn, su hijo crecería a salvo en la Casa de Elrond, convirtiéndose en un hombre sabio y fuerte, educado por grandes señores entre los Eldar.
- Él te estaría agradecido – le dijo Handir.
Hador le sonrió, ya el dolor se iba apaciguando en el corazón del buen hombre.
- A todos nosotros, Handir, a todos nosotros.
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Bueno, lo primero, gracias por las reviws del último capi sobre Erya, aunque temo que el buen vanya se va a quedar un poco parado en estos meses, pero prometo no abandonarlo por completo ^^
Aquí están ya los dos primeros capis de la Biografía de Elessar Telcontar, mi intención es contar sus primeros 20 años de vida, aunque quizás más adelante escriba capis puntuales sobre algún determinado momento de su vida. Estos dos primeros han quedado un poco serios, pero quería situar a Aragorn con los personajes que le rodearan durante su vida en Rivendell (ya veis que no me he resistido a que salga Erya por aquí :P ), pero espero que los demás capis salgan más divertidos. Bien, espero vuestras reviws impaciente, a ver cómo lo veis.
Tenna rato!!!
