- ¡Estel! – el gritó resonó por todo el valle - ¡Este! ¿Dónde estás? Ya verás cuando te coja.
- Pero... Glorfindel, no sabes que antes de bañarse uno debe desnudarse – dijo en un fingido tono serio Erestor, al ver al rubio noldo chorreando agua por todas partes.
- Eso, tu ríete, pero ándate con ojo, que a ese pequeño pillo le encanta hacer trastadas a todo el se le pone a tiro – dijo malhumorado.
- Vamos, no es para tanto, sólo es un poco de agua – Erestor apenas podía contener la risa.
- ¿Un poco de agua? ¿Sabes cuántas veces me ha caído un cubo de agua encima? – Erestor negó con la cabeza – Pues muchas, tantas que he perdido ya la cuenta, pero yo diría que, entre los de Idril, los del pequeño Eärendil, los de Elladan y Elrohir, los de Arwen y ahora los de Estel, me ha caído medio Anduin encima. Si empiezo a parecer el Señor de las Aguas, un día de estos me cambio el nombre por el de Ulmo.
- Ya que estás, por qué no medio Sirion – se jactó Erestor – Vale, vale, lo siento – dijo esquivando un puño de Glorfindel.
- En qué hora juré fidelidad a la casa de Turgon – se quejó el rubio noldo.
- Si en el fondo disfrutas con ello.
- Ya me gustaría verte a ti de niñera de todos los herederos de Gondolin.
- Ah, no, creo que tengo mejores cosas que hacer que soportar a los hijos de otros. Por cierto, más vale que te seques, Elrond quiere hablar contigo.
- ¿Sabes de qué?
- No me lo ha dicho.
- Bien. Gracias por tu compasión.
- De nada.
Cada uno se fue en distinta dirección.
Cuando estuvo seguro de que Glorfindel se había ido de verdad, un ágil muchacho de oscuros cabellos y cinco primaveras se descolgó del árbol que había sobre el corredor de cielo abierto. Le había costado mucho contener la risa, mientras los dos elfos hablaban, pero por fin la dejó escapar en sonoras carcajadas. Glorfindel parecía un gato mojado. La trampa había funcionado a la perfección, tendría que volver a probarla, quizás con Erestor, a fin de cuentas, no era justo que sólo el rubio noldo sufriera la mayoría de sus travesuras. Además, a lo mejor así se le pasaba antes el enfado.
- Veo que te estás divirtiendo – dijo una voz demasiado conocida a su espalda.
- Madre... yo... es que... – intentó explicarse en vano.
- Nada de excusas Estel. Es la décima vez en dos meses que empapas a alguien. Hijo deberías tratar de portarte mejor.
- Pero...
- No, ya me has oído, nada de excusas. Ahora mismo vas a buscar unos trapos y a secar el agua del pasillo. Otros no tienen por que limpiar las consecuencias de tus travesuras.
- Pero... – de repente ya no tenía ganas de reír.
- Vamos, haz lo que te digo, sino quieres que te castigue sin salir de tu cuarto durante una semana.
Refunfuñando entre dientes, Estel fue en busca de trapos y se puso a secar el suelo, algo que le pareció sumamente injusto, al fin y al cabo, sólo era un niño y los niños hacen travesuras, ¿no? Pero su madre no pensaba como él y siempre le estaba regañando, sermoneándole con que debería comportarse mejor, que en la Casa de Elrond no eran más que unos huéspedes y que el Señor había sido muy amable por darles cobijo y ocuparse de su educación. Bueno, él no había pedido nada de eso, además, si pudiera elegir, preferiría pasar el día jugando en los campos o el río, en vez de estar más de medio día encerrado en la biblioteca aprendiendo a leer y a escribir en varias lenguas y leyendo historias antiguas y enrevesadas, que muchas veces le costaba recordar. O mejor aun, irse a vivir con su primo Halbarad y sus padres a Arthedain, entonces si que se lo pasaría en grande: aprendería a montar a caballo, a usar la espada y estaría todo el día fuera, nada de largas horas de inútil estudio.
- ¿Eso es lo que piensas? ¿Que todo lo que te enseñamos aquí es inútil y no te va a servir para nada?
La grave voz, que tan bien conocía, le hizo levantar la mirada avergonzado.
- Yo no... yo no pretendía... – lo demás se perdió en un ininteligible balbuceo. Llevaba viviendo con los Elfos desde que tenía uso de razón, pero aquella facilidad que tenía Elrond para leer en sus pensamientos aun lo turbaban.
- Llegará un día, Estel, en que todo lo que aprendas aquí te resultará útil e imprescindible. Hasta la historia y las aburridas genealogías – Elron sonrió y revolvió los cabellos del muchacho, que rió más tranquilo. Todavía era un niño y es natural que los niños sólo quieran divertirse.
- Está bien, he venido a traerte una noticia que te gustará.
Estel lo miró expectante, casi esperando a que le levantara el castigo impuesto por su madre.
- Acaba de llegar un mensaje del Capitán Hador; Fíriel y Halbarad pasaran el próximo verano aquí.
- ¿De veras? – los grises ojos se le iluminaron - ¡Bien! Con Halbarad aquí lo pasaré en grande. Será estupendo.
Se puso a enumerar las cientos de cosas y aventuras que harían y correrían juntos. Elrond se alegró por su joven pupilo; en Imladris no había niños elfos desde hacía largos años y Estel sólo podía jugar con alguien de más o menos su edad cuando Halbarad venía a pasar unos días con él y, aunque éste le sacase cinco años, siempre se divertían y sus risas resonaban por toda la Casa.
- Me alegra verte tan contento. Pero ahora debes seguir secando el suelo, no creas que te vas a librar.
Estel pareció volver dolorosamente a la realidad, finalmente tendría que aguantarse y cumplir su castigo.
- Ah, deberías pedirle disculpas a Glorfindel. Es un gran guerrero y un elda muy sabio y respetado por todos, no tendría que ser el objetivo de casi todas tus bromas. Además, le he pedido que sea tu maestro de armas cuando alcances la edad de empuñarlas y ha aceptado, así que también podrías mostrarte agradecido por ello.
- Lo haré. Pero es que gastarle bromas a Glorfindel es tan fácil – una pícara sonrisa se reflejó en sus ojos.
- Eso es porque es muy bueno y paciente contigo, pero no querrás verle enfadado de verdad. Bien, me voy y no olvides que mañana tienes que estar pronto en la biblioteca, volveremos a repasar el Valaquenta. No pongas esa cara, debes conocer bien los nombres de los Valar y Maiar más importantes.
Elrond lo dejó secando el suelo y cavilando en sus palabras sobre Glorfindel, el buen y alegre elfo ¿enfadado?, eso no parecía ir con su carácter y mucho menos lo de sabio. ¿Estaría Elrond hablando del mismo Glorfindel?, que más de una vez había participado de sus bromas. Bueno, de todas formas le pediría perdón, Glorfindel siempre le perdonaba.
Se pasó casi toda la tarde secando los grandes charcos del corredor, su madre vino varias veces a comprobar cómo iba el trabajo y que nadie lo estaba haciendo por él, pues sabía que eran pocos los que se resistían a las zalameras miradas del crío y no quería que se librara del castigo.
- Ya está, madre – dijo levantándose, sentía que los brazos y las piernas le pesaban toneladas.
- Muy bien, a ver si así aprendes y dejas de tirar baldes de agua a quién se te pone por medio. Ahora ve a tu cuarto a lavarte y cambiarte de ropa, pronto será la hora de cenar.
Estel asintió y echó a correr hacia su habitación, un tanto alejada de aquella zona de la Casa. Gilraen estuvo tentada de gritarle que no corriera, pero sería como hablar con una pared. Sonrió, no era mal muchacho, sólo le faltaba algo de disciplina, pero era difícil con tanta gente mimándole y consintiéndole en casi todo, pues era el único niño en Rivendell y era muy querido por todos sus moradores.
Cuando entró en su cuarto, encontró ropa limpia sobre la cama y un baño de agua caliente. Se lavó rápido pero a conciencia, sabiendo lo poco que le gustaba a su madre que se bañara a medias. Y mientras se vestía, le llegaron los cantos de los elfos silvanos que vivían en el Valle; cantaban a las primeras estrellas y a la noche que se cernía poco a poco sobre los campos. Aquella bella música le llenó el corazón y ya no sintió ganas de ir a cenar.
Terminó de vestirse y cogiendo su capa forrada de piel, salió a la terraza de su cuarto, que se abría sobre un bosquecillo y un arroyo cercano. De allí provenían las voces. Se descolgó por uno de los árboles ágil como un gato y se internó en el bosquecillo siguiendo las dulces voces, que parecían haberlo hechizado. Camino durante un rato, sin ni siquiera oír las campanas que llamaban a la cena. Por fin los encontró; no era un grupo muy numeroso, estaban reunidos en un claro, por donde el cristalino y cantarín arroyo se deslizaba tranquilo e iluminado por los fanales que colgaban de las ramas de los árboles. Cantaban, reían, comían y bebían. Y a diferencia de los Altos Elfos de la Casa, estos parecían casi niños, como si ni la sombra ni el miedo los hubiera tocado.
Estel los observó embelesado, escondido entre los árboles, temiendo que si se dejaba ver, los silvanos se esfumarían en el aire o tal vez se enfadarían con él por interrumpirles. Pero finalmente, uno de aquellos rubios elfos se volvió en su dirección, le miró directamente a los ojos, sonrió y levantándose pidió silencio. El claro enmudeció.
- Amigos – dijo con voz cantarina y en sindarin con extraño acento – esta noche tenemos un invitado. Suilad! Adelante, joven Estel, eres bienvenido entre nosotros – y haciéndole un gesto, le invitó a entrar en el claro.
El muchacho, tímido y sonrojado, cruzó la línea de árboles y salió a la vista de los elfos, que le saludaron alegremente, como si le conocieran de toda la vida.
- Yo soy Gelion – se presentó el elfo que lo había llamado – Bienvenido a nuestro pequeño claro – hizo una pequeña y graciosa reverencia.
- Sui... Suilad Gelion. ¿Cómo sabéis mi nombre? Yo nunca os había visto antes.
Los silvanos rieron e intercambiaron comentarios en su propia lengua, que Estel no conocía.
- Sabemos muchas cosas y el nombre del pequeño Estel no nos es desconocido. Vivimos en el Valle desde hace ya muchos años y, aunque tu no nos hayas visto antes, nosotros a ti si – dijo Gelion.
- Sí, sí, y también hemos visto a tu hermosa madre y a tu valiente padre antes que muriera – dijo uno de los elfos.
- ¿Conocisteis a mi padre? ¿Cómo era? – preguntó anhelante Estel, pues pocas eran las cosas que sobre su padre le habían contado, salvo que era una gran guerrero de los Dúnedain y un gran hombre que había amado mucho a su familia.
- Sólo le vimos de lejos, cuando visitaba la Casa – se apresuró a contestar Gelion, tratando cambiar de tema, mas Estel no se dio cuenta.
- Gelion, el pequeño adan no debería estar aquí, hace ya rato que las campanas sonaron y habrá quién se preocupe por él – dijo una elfa de bellos ojos azules.
Estel temió que lo llevaran de vuelta a la Casa, pero Gelion, tomándolo de la mano, le hizo sentar sobre una roca tapizada de blando musgo.
- Una noche es una noche. Ya he mandado avisar al Señor de la Casa de que está aquí. Hoy cenará y reirá con nosotros. Ten – le dio una copa de fragante y refrescante bebida y un cuenco llenó de frutas y pan.
Gelion se sentó junto a él y de nuevo los cantos inundaron el claro. Estel estaba fascinado, viendo como se pasaban copas y cuencos entre ellos, charlaban o cantaban y entre las canciones se entreoían las risas despreocupadas.
- Disfruta de esta noche Estel y tómala como un regalo adelantado de nuestra parte – le dijo Gelion, mientras tocaba las cuerdas de una pequeña lira.
Y entonces Gelion comenzó a cantar, su voz dulce se entretejió con el canto del arroyo y, poco a poco, se le unieron los demás elfos. Estel escuchó encantado, pues a diferencia de las canciones que se tocaban en la Casa, ésta era alegre y no era raro oír una risa aquí o allá, y, aunque no entendía la letra, le parecía que hablaba de los bosques, los ríos y la felicidad de los elfos bajo las estrellas de Elbereth. Pronto él también reía y tarareaba la melodía de la canción. Disfrutaba sin saber cuán valioso era aquel regalo que le hacían los elfos silvanos, pues guardaría para siempre en su corazón aquella alegre canción, donde el sufrimiento o el dolor no podían existir, y en los momentos más duros de sus largos años de prueba y soledad su corazón y su mente volverían a aquella noche bajo los árboles del claro, cuando simplemente disfrutó sin más pensamiento o deseo que el de ser feliz. Sería uno de los pocos recuerdos dulces que tendría en su vida.
Ya entrada la noche, Estel se quedó dormido sobre el suave suelo de hierba. El mismo Gelion lo tomó en sus brazos, lo llevó hasta su cuarto y lo acostó en la cama.
- Dulces sueños, pequeño adan. Que las estrellas iluminen siempre tu camino – lo arropó y lo dejó profundamente dormido, con una gran sonrisa en sus labios.
A la mañana siguiente, Estel le contaría a su madre y a Elrond que sólo recordaba haber cantado y reído mucho y lo felices y alegres que parecían los elfos silvanos.
- Ellos son así – le dijo Elrond – Los que conocieron la Sombra y sufrieron en el pasado, como Gelion, han decidido olvidar (y tal vez ser olvidados) y dejar de involucrarse en los asuntos del resto del mundo. Y los más jóvenes, los que han nacido en esta Edad, tampoco desean vivir entre el temor o el miedo. Se esconden en sus bosques, donde son felices, pues saben que el tiempo de los Primeros Nacidos va llegando a su fin.
Y aunque Estel no comprendió del todo estas palabras, no las olvidaría en toda su vida.
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N.d.A : Aiya!, bueno pues aquí tenéis otro capi de la biografía de Aragorn, se que quedó corto, pero espero que os guste y que me dejéis reviws. Siento haber tardado tanto en subir uno nuevo, pero es que tengo otro proyectos entre manos ^^, pero el próximo no tardará tanto, pues ya lo tengo escrito a medias. Espero vuestras opiniones.
Tenna rato!
Pd: si es que es llegar la época de exámenes y reencontrarse con la musa ^^
