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Capítulo XVII. Reunión con el diablo.

Severus se alejó del bullicio que formaban los niños. En otras circunstancias, habría ido hacia el foco de tanto griterío y les habría multado con puntos a cada uno de los alborotadores. Excepto a, claro está, sus alumnos de Slytherin. Ahora, sin embargo, poco le importaba lo que pudiesen estar haciendo los malditos niños, ¡como si se estaban matando unos a otros!, mejor. Quiero decir, lo mismo daba.

Después de esa noche, después de aquellos besos... Porque no había sido un solo beso de casualidad, no. Elizabeth le había permitido los besos, había sido correspondido. Tras esa 'maravillosa' noche, sólo había tenido la pega de haber estado a punto de morir, no se creía capaz de volver a regañar a los alumnos. Bueno, tal vez dramatizaba mucho... Si, lo más seguro es que fuera algo más blando durante las... ¿dos primeras horas? Después volvería a ser el mismo de antes, sólo que con Elizabeth al lado.

Aún no se lo podía creer. La había visto salir hecha una furia del castillo cuando lo vió con Camila y creía que no volvería a hablarle. Y entonces va el Señor Tenebroso, quien no debe ser nombrado, y decide atacar a Elizabeth en pleno día de Año Nuevo. Sinceramente, a Severus le dieron ganas de aplaudir la inteligencia de su Señor, pero hubiese sido un poco patético aplaudir en medio de todos aquellos Mortífagos. Hubiesen creído que se había tomado algo. Y así era. Al ver partir a Elizabeth a brazos del estúpido de Remus, había sentido un vacío en el estómago.

Ahora la sensación era algo distinta. Antes era de angustia y reproche por haberla dejado escapar, pero ahora sentía un hormigueo en el estómago que, suponía, debía ser el nerviosismo por los besos de Elizabeth, por el ¿amor? No lo había considerado demasiado tiempo, pues siempre se sentía mal e impotente, pero ahora que la tenía, podía pensar libremente. Pensó, sonriendo mientras bajaba las escaleras, que lo daría todo por Elizabeth. Era conciente de que no era demasiado, pero no podía dar que su vida.

Una vez repasado la lista emocional, pensó caminando por los terrenos de Hogwarts, había que dejar paso a lo materialista. Había que reconocerlo, Elizabeth era una de las mujeres más guapas que había visto nunca. Cuando la besó, el primer beso, ese aquel beso en el hoyo, había sentido de todo, pero sobretodo su cuerpo, que respiraba alterado y sus latidos que eran un perfecto compás. Su forma de besar, de acariciar, de agarrar, todo era perfecto y, ya que estamos, excitable y sexual.

Severus cerró los ojos por un instante y la vió a ella. Obviamente, hacía semanas que se había aprendido su cuerpo de memoria, observando sus formas al verla parar por su lado o al observarla mientras comía. Él se moría de ganas por estar con ella, por hablar con ella de todo esto y descubrir un poco más de ella, pero lo que más ansiaba después de que ella le respondiera, era estar con ella a solas de verdad, no con un puñado de Mortífagos intentando darles caza. Quería explorar su cuerpo y hacerla disfrutar.

Después estaba el caso de que Elizabeth no era ninguna cabeza hueca, sabía en todo el momento lo que hacía y porqué lo hacía. Había demostrado con creces que no era ninguna niña que sólo servía para canguro. Había demostrado que sabía vérselas con Mortífagos y con el Señor Tenebroso, aunque eso no le hacía tanta gracia. No le agradaba la idea de que Elizabeth hubiese sido una víctima principal, dado que eso implicaba que a partir de ahora debería andar con mucho cuidado, y Severus no quería que a Elizabeth le ocurriese nada malo. Aunque no tenía ninguna prueba de que pudiese salir mal parada en duelos equilibrados, ya que, aún con los efectos de la maldición Cruciatus, había impedido que Severus fuese asesinado y había derrotado al Mortífago con aquél hechizo tan poco común.

Lo cierto es que Severus se preguntaba de dónde había aprendido ese hechizo ya que, hasta donde recordaba, era un hechizo oscuro que traspasaba la línea de las maldiciones. Hablando de poderes mágicos, Severus tenía la sensación de que Elizabeth era algo oscura. No parecía quedarse utilizando hechizos de magia blanca en un duelo contra la oscuridad, si no que no dudaba en utilizar maldiciones poco dañinas, pero muy efectivas, contra Mortífagos. Lo contrario a Dumbledore, que siempre se defendía con hechizos blancos. Severus pensó que la táctica de Elizabeth era más efectiva, ya que Dumbledore acaba un tanto mal parado (siempre moría alguna de las personas que lo acompañaban). Esto lo hizo a su pesar, ya que apoyaba y respetaba a Dumbledore en todo, le debía mucho.

Severus se paró en seco al reparar hasta donde había llegado. Hacía tiempo que había sobrepasado los terrenos de Hogwarts, pero iba tan inverso en sus pensamientos que no había reparado en ello. Se amonestó rudamente, no debía estar tan abstraído, ya que iba a entrar en territorio enemigo y tenía que llevar la cabeza sobre los hombros.

Se concentró en la marca de su brazo. Tenía que llegar hasta su Señor y la única forma de hacerlo era a través de la marca. Severus odió la marca desde el primer momento que se la pusieron, no le gustaba estar controlado en cada momento. Ahora sentía hacia el sello oscuro algo más que odio, sentía rencor, lo aborrecía. Actualmente también había otra cosa: la debía mucho. No por él, si no por el servicio que estaba haciendo por el mundo, aunque el mundo no lo quería ver de esa forma. Sin él no se habrían averiguado algunos de los planes de Voldemort y, por consiguiente, este habría conseguido su objetivo hacía tiempo: controlar el mundo. La sangre comenzó a moverse con más lentitud, la marca comenzó a arder ligeramente y Severus abrió los ojos. Ya sabía donde estaba su Señor.

Se apareció en medio de un claro. Se le erizaron los pelos cuando un viento fantasmal le traspasó la capa. Se oían a lo lejos el ulular de búhos. Estaban en una zona al este de Asia, donde en ese momento reinaban la noche y los animales noctámbulos. La luna llena alumbraba con luz trémula una figura alta vestida con una capa más negra que el cielo, donde las estrellas se habían escondido. Ahí, delante de él y dado la vuelta, se encontraba Lord Voldemort, el más terrible de los magos tenebrosos que hayan pisado la tierra.

-Mi señor, Severus Snape, su más fiel servidor, se presenta.-Recitó Severus arrodillándose con los dientes apretados pero con más miedo que nadie en ese momento.

Siempre creía que no volvería a tener tanto miedo como en su última reunión con el Lord, pero siempre que volvía comprendía cuán equivocado estaba. Nadie comprendía el terror que se pasaba ahí plantado, esperando la respuesta del Lord... o su castigo. Desgraciadamente, escasas eran las veces en las que algún Mortífago afortunado salía ileso de su Señor. Severus siempre que estaba arrodillado delante del Oscuro sentía su mayor temor recorriendo cada milímetro de su cuerpo. El temor a ser descubierto, a que el Señor Oscuro averiguase su verdadera identidad y lo matara, no sin antes ser torturado hasta la locura. Y es que, para un Mortífago, era un honor estar entre sus favoritos, pero también una desgracia porque, si alguna vez fallabas, el castigo que te esperaba era mayor a cualquier otro. Severus temblaba bajo la presión. Porque él no le había fallado, le había traicionado.

Ese era el poder de Tom Riddle, quien con su penetrante mirada, conseguía que los más fuertes de los magos revelasen todos sus secretos y pecados. Con todas sus fuerzas, Severus se concentró en algo bueno, como le había aconsejado Dumbledore y tantas veces le había funcionado. Enseguida se apareció en su mente Elizabeth y otro nuevo temor se sumó a su debilidad: el temor a que, si no volvía, si lo mataba, no la volvería a ver. Temblando, comprendió que había cometido un error. Antes no tenía nada que perder, si se arriesgaba y perdía no pasaba nada, ahora tenía qué perder. Lo perdería todo.

Medio muerto de miedo, optó por el plan B: pensar en tarta de calabaza. Enseguida se disipó el terror y se levantó dando las gracias eternamente a Dumbledore, quien le había sugerido este dulce como última opción, ya que siempre funcionaba.

-¿Quién te ha permitido levantarte?- La voz de Voldemort lo atravesó y una sacudida lo obligó a postrarse de nuevo.

-Perdone, mi Amo. Yo...- Tartamudeó débilmente.

-Crucius.- Un dolor insoportable recorrió su cuerpo.

Severus se retorció por el insufrible sufrimiento. Cayó de cabeza al suelo y sufría terribles sacudidas. Nadie podría describir exactamente cómo se sentía cuando el Señor Oscuro levantaba su varita hacia ti, porque nunca ponía el mismo odio, empeño y eficacia en todas. La mayoría de los que habían recibido una maldición de su parte estaban muertos, y eso lo sabía muy bien Severus, quien se debatía en el suelo en un vano esfuerzo de librarse del tormento. Todo el mundo sabía, o debía de saber, que el Lord era el mayor experto en esta maldición que, como ahora mismo a Severus, llegaba al límite de no saber dónde estás, cuánto tiempo lleva gritando e incluso se olvidan del dolor. El cuerpo, que había aguantado calambres, sacudidas y agudos pinchazos, se tendía sobre el suelo firme, extenuado, inamovible.

Voldemort apartó la varita y fue entonces cuando Severus deseó con todas sus fuerzas desaparecer de aquel claro maldito, del mundo. Pero era conciente de que Voldemort no iba a permitir bajo ningún concepto que escapase, incluso que respirase por un momento.

-Severus Snape,- Pronunció su nombre con profundo rencor. Severus se preguntó por qué estaba enfadado. Hasta donde él llegaba, no había hecho ningún movimiento para que su Señor creyese que le había fallado o traicionado.- Te dije, y no te atrevas por un instante a negarlo, que la próxima vez que me fallaras, lo pagarías caro.

-Yo... no... Sé...- Severus no podía ni articular correctamente.

-He dicho- La voz cortante del Lord traspasó su tímpano y tuvo que llevarse las manos al oído al sentir que la cabeza se le partía.-...que no lo niegues.- Se situó a dos pasos de él. Te je que no me fallaras, te perdoné tu infidelidad, te protegí y ¿cómo me lo pagas?- Severus levantó unos milímetros la vista. Un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando vió aquellos ojos rojos.- Te ordeno que atrapes a Wingrove, te digo que es de vital importancia y ¿qué haces? Te ausentas de la batalla cuando más falta haces.

Severus, intentando pasar desapercibido, suspiró débilmente. Lord Voldemort no había descubierto su traición. Eso haría de lo que vendría menos doloroso.

-Yo... juro que no volverá a pasar y...

Con un rápido movimiento, Voldemort lanzó una maldición que expulsó a Severus a cinco metros de su posición por el aire. Severus cayó pesadamente sobre una roca y se dio un golpe en la cabeza. Un agudo dolor atravesó su brazo izquierdo y sintió que el hueso del antebrazo se rompía, al igual que uno de los tobillos. Estaba muy confuso. Lo veía todo borroso y con puntos rojos que se movían sin parar. Al cabo de unos segundos, comprobó que el golpe de la cabeza había ido a mayores, ya que un reguero de líquido se deslizó por su frente hasta que su boca pudo saborear el amargo sabor de la sangre.

Otro golpe de varita impulsó a Severus hacia el lado puesto al que se encontraba y su espalda dio de llena en un fuerte árbol. Por unos segundos, Severus se quedó sin respiración. Por unos angustiosos segundos, creyó que el Oscuro lo preparaba para morir. Cayó al suelo y se sujetó con los brazos para no parar de bruces, pero estos no le sostenieron.

-¿Ves lo que te pasa por desobedecer mis órdenes?

Severus sintió que su mano iba hacia el bolsillo donde guardaba la varita, pero la apartó, quería comprobar si

Voldemort iba a matarle, aunque sabía que no podría hacer nada en su estado, lo había pillado desprevenido.

-Mi Señor,- Logró decir con bastante esfuerzo y respirando agitadamente.- le prometo que no se volverá a repetir.

No iba a ser tan tonto como para andar dando explicaciones estúpidas. Sabía cómo era su Lord y era conciente de que este aborrecía las excusas. Por menos había visto matar.

-¿Crees que me vale tu palabra? La próxima vez... de mi varita depende que exista esa próxima vez y, créeme, me estoy planteando seriamente el hecho de dejarla actuar por su cuenta.- Severus se mantuvo en silencio, esperando la sentencia. Él no iba a ser el primero en convencer al Lord de algo que ya había decidido. Sólo era cuestión de esperar. Por supuesto, él no podía hacer nada.- El caso es que, muy a mi pesar, me eres útil, necesario. Eres de los únicos que sabe lo que quiere y que no miente, que sabe sus expectativas y lo acata sin contradicciones.- Severus se preguntó si el Lord sabría algo de la traición.- Me es algo favorable que traigas noticias del viejo Dumbledore. Considero que, si le pusieras más entusiasmo, conseguirías llegar a estar dentro de mi más cerrado círculo, pero debes obedecerme.- Al decir estas palabras un constante dolor traspasó a Severus obligándole a retorcerse con la mirada fija en su Señor.-Por esta vez te dejaré marchar sin más castigo del recibido, pero la próxima vez, ya que la habrá,... te mataré.- Severus se estremeció.- Y tú sabes mejor que ninguno de estos estúpidos que Lord Voldemort, el Señor Oscuro, siempre cumple lo que dice. Marcharás al colegio y vigilarás muy, pero que muy de cerca de Wingrove y, en cuanto salga del maldito Hogwarts, me lo dirás. Supongo que has estado atendiendo, ¿verdad?

En ese mismo momento, el dolor desapareció del cuerpo de Severus y no pudo hacer otra cosa que mantenerse tumbado en el suelo. Los calambres de las maldiciones acrecentaban y las sacudidas comenzaban a desesperarle. Oyó darse la vuelta al Oscuro, y levantó lentamente la vista.

-Te irás lo antes posible. Yo me iré para concluir otros asuntos. Quiero que cumplas esta orden como la que más, ¿entiendes? Nos volveremos a ver pronto... Te avisaré.

Un agudo quemazón invadió la marca de Severus en el momento de estas palabras. Severus no tuvo mucho tiempo para quejarse ya que Voldemort volvió a hablar, y esta vez más amenazador que nunca.

-No me gustaría enterarme de que tus aspiraciones y creencias, así como tu lealtad, no están ligadas a mi ser de manera directa o... lo lamentarás tú y aquellos que te han ayudado a cambiar de opinión. Lo que has visto hoy, y estoy seguro de que eres conciente de que eres conciente, no es nada comparado para lo que puedo hacer. Sé encontrar los temores más profundos de una persona y, no te quepa ninguna duda, los encontraré. Ya has agotado tus oportunidades, no quieras quedarte sin aire.

Tras estas últimas palabras, Lord Voldemort desapareció entre una llamarada de fuego que alumbró la aterrada cara de Severus, quien, después de varios minutos de parálisis, se incorporó todavía escuchando las horribles amenazas de el Señor Oscuro. 'Lo lamentarás tú y aquellos que te han ayudado a cambiar de opinión.' No había otro motivo, Voldemort sabía que le había traicionad. Si no, ¿para qué le iba a amenazar? Sabía que contaba los secretos de la Orden Tenebrosa a la del Fénix, sabía que admiraba a Dumbledore como persona y como mago, sabía... Seguro que sabía algo de Elizabeth. Si no, ¿por qué había insistido tanto en el tema? No había otra opción.

Si sabía lo que sentía por Elizabeth, ella también estaba en peligro. Y más que si él, maldito de él, no hubiese empeorado las cosas enamorándose de ella. Antes el Señor Oscuro la buscaba para el arma el día de la batalla, posiblemente se hubiese olvidado de ella por el momento, pero al menos no la hubiese colocado en la primera fila de la lista de víctimas. Si alguien sabía que Severus y ella sentían algo... sería el fin para los dos. Pero Severus no temblaba por él en esos momentos. No temblaba de dolor ni angustia, si no por su misión. El Oscuro le había encomendado la tarea de vigilar a Elizabeth. Severus no se sentía capaz de estar cerca de Elizabeth tras esta terrible misión. Ella podría llegar a pensar que estaba con ella por una misión, por una simple misión.

Severus sacudió la cabeza desesperado, intentando despejarse las ideas, pero al instante deseó no haberlo hecho ya que la cabeza le empezó a dar vueltas y se mareó. Tras unos minutos de descanso, aunque Severus hubiese preferido que fuesen horas, se levantó con cuidado. Gran error, ya que el tobillo roto se torció de una forma horrible y lo hizo caer de lado sobre la dura tierra. Se sujetó con el brazo, pero recordó que lo tenía roto en el segundo en que se debió quebrar aún más.

Unas lágrimas de dolor e impotencia resbalaron por su cara. No era la primera vez que se encontraba en una situación semejante, pero intuía que no sería la última. La cabeza le daba unas vueltas vertiginosas y el dolor de los huesos rotos se hizo más que insoportable. Sin poder evitarlo, cayó desmayado con un único pensamiento: 'es increíble que halla aguantado hasta ahora.'

A las más de cinco horas, un frágil rayo de sol lo despertó. Sintiéndose morir en cuanto se movió un poco, se torció para el lado del brazo sano. Tras respirar unos minutos para pensar con claridad, se concentró en las inmediaciones a los terrenos de Hogwarts, con aquellos árboles familiares, el ruido,...

La noche siguiente, Hagrid, el guardabosque de Hogwarts y su extraño profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas, encontró al desaparecido Severus Snape, por quien el director del colegio y cierta profesora estaban más que nerviosos. Con cuidado de no dañarle los huesos, Hagrid lo llevó en brazos por el valle del Gran Lago y el colegio, con cuidado de que la Sra Umbridge no lo viese llegar, hasta la enfermería, donde la enfermera y estos dos profesores cuidaron de él lo mejor que pudieron.