Capítulo XIX Por favor, ¡explicaciones!

Elizabeth no daba crédito a lo que pasaba a su alrededor. No quería ni pensar en que entre Severus y ella hubiesen acabado así las cosas. Lo tenía decidido. A Severus se le iban a acabar las tonterías de no acercarse a ella, no hablar con ella, no besarla,... No tenía ningún sentido, y, si lo tenía, lo peor era no saberlo.

Ya había pasado toda una semana, ¡una entera! Habían sido, según recordaba, los siete días más largos e insufribles de toda su vida. Siempre había creído que eso de vivir en un castillo y estar internado en él debía ser insoportable, se le hacía difícil la idea de aceptar que los alumnos pudiesen soportarlo, ya que no podías esconderte de nadie. ¡Qué equivocada estaba! ¡Qué error tan grande juzgar Hogwarts!

Había intentado hablar con Severus un par de veces más (bueno, vale, más de trece), pero el hombre parecía conocerse cada centímetro del castillo y la esquivaba en todas ellas. Lo peor eran las comidas, pues sólo le había visto en tres de ellas y de pasada, pues ya estaba terminando de comer cuando él venía o viceversa.

Al tercer día se armó de valor y le preguntó al director algunas cosas al director sobre los actos del profesor intentando no parecer sospechosa.

'-El profesor Snape está muy ocupado con su trabajo, así como con mis indicaciones extras.'- Replicó Dumbledore después de un cuarto de hora de preguntas incesantes.- 'Es normal que esté un poco estresado. Además, si quiere intimidad no es un motivo para dudar de él, ¿o sí?'

Ante estas palabras, Elizabeth no pudo hacer más que bajar la cabeza y callar durante el resto de la comida. El director Dumbledore seguía pensando que ella creía que Severus era una espía, pero estaba equivocado. ¿Cómo decirle a Albus Dumbledore, director de Hogwarts, es decir, su jefe, que lo que quería era tener a Severus cerca de ella y conseguir que le aclarara las cosas? Obviamente, le resultó imposible, por lo que no volvió a meter al director en el asunto.

Después estaba el hecho de las dudas. Las palabras de Dobby y el simple hecho de ser un ex- Mortífago, que lo hacía en el centro de miras de todas las dudas. En un principio se decidió por pasar olímpicamente de estas, ya que lo único que conseguía comiéndose la cabeza era una incertidumbre insoportable.

Pasaron los días y se sorprendió la tarde del domingo pensando en, según había acordado, tonterías. Tal y como había previsto desde que lo conoció, no se podía quitar a Severus de la cabeza, pero nunca creyó que fuese por temas amorosos y dudas de ese tipo. Hace unos meses hubiera dicho sin vacilar que Severus era un Mortífago, lo que no le hubiese causado ningún tipo de pudor. Ahora no podía vivir con la idea de que fuese un Tenebroso. Sólo de pensarlo se le revolvían las tripas.

Estaba en su mundo cuando un dolor le molestó en el brazo derecho. Soltó una exclamación un tanto malsonante y se volvió hacia la lechuza que la había picado. Era un ave preciosa con alas rojizas que reconoció enseguida. Era Tass, la lechuza que le regaló a Clare hace algún tiempo cuando estaba en el orfanato.

Cogió la carta que tenía Tass y se puso a la lechuza en las piernas para acariciarla. Ésta se acomodó en un instante y la dejó leer el mensaje tranquilamente. El mensaje exponía lo siguiente.

Querida Elizabeth:

¿Cómo está mi bruja preferida? No sé como estarás, pero yo estoy que
exploto de alegría. Tengo que contarte mil cosas, todas ellas
magníficas, no te preocupes. También nos queda una aclaración
pendiente, ¿te acuerdas? De la noche de fin de año.

Quedamos en Witch's a las cinco, ¿ok? A lo mejor llego un poco tarde,
porque en la imprenta tenemos un pequeño lío pero llegaré a los pocos
minutos. No es una propuesta, sino una orden.

Besos: Clare

P.D. Espero que vengas preparada para soltar información, no me
gustaría utilizar la fuerza, ¿Deacuerdo, brujilla?

Muchísimo más animada que momentos atrás, Elizabeth salió de los terrenos de Hogwarts con la ropa más abrigada que tenía, pues Febrero había comenzado bien frío, y desaparecía dirección Witch's, una café en el centro de Londres donde servían los mejores helados del mundo. Sonrió al suponer que Clare sabía de su estado de ánimo.

*-*-*-*-*

Severus salió de su despacho con la mandíbula apretada. Hoy había sido su primera clase con Potter y había sido, ya lo sabía desde el primer momento, totalmente horrible. Resultaba extraño que un miembro de la Orden del Fénix odiara a Harry Potter, pero su él siempre había sido una excepción.

No sólo lo odiaba por lo estúpido que había sido James Potter, su padre. Bueno, sí que lo había sido en los primeros años de colegio, pero los últimos años Potter le había demostrado que era aún más arrogante y creído que su padre. Siempre daba la impresión de ser el chico que acababa mal en las películas, pero no había ocasión en la cual no saliese como un héroe. Esto no había sido culpa del chico, sí, lo admitía, sino un error de Dumbledore al darle a creer que él era la única solución del mundo.

¡El único recurso! Severus apretó los puños. Le parecía imposible que un chico malcriado pudiese ser poderoso. Él nunca había pensado que Potter fuese peligroso hacia el Señor Oscuro, ni siquiera que hubiese llegado nunca a nada con Voldemort, pero al parecer nadie podía ver que el niño que vivió sólo habías tenido suerte.

Sí, suerte al haber tenido como madre a Evans, ya que le había servido de escudo y último medio para sobrevivir. Severus siempre admiró a la mujer de Potter al sacrificarse por el joven, como todo el mundo. Lo peor que le ocurría a esa insoportable criatura, Harry Potter, era ser hijo de James y haber adoptado muchas costumbres de Black, como por ejemplo esa ansia de salvar a la gente.

Resignado, decidió olvidarse de aquella hora con el muchacho y decidió pasar por la sala de profesores. Se dijo que era para tomar algo, pero era conciente de que no era más que un pretexto, un tonto pretexto. A medio camino se admitió que iba para ver si podía coincidir con Elizabeth.

¡Elizabeth! Qué mal lo había pasado esa semana. No le había costado nunca no hablar con nadie desde hacía tiempo, mucho tiempo. No sabía cómo, pero aquella chica había robado cada una de sus neuronas y no podía mirar a ningún sitio que no le recordase a ella. Desde hacía cuatro días se había rendido y, creyéndose incapaz de aguantar por mucho más tiempo, había decidido no bajar a comer al Gran Comedor y mandaba a loas elfos para que le trajeran su comida.

No tenía ni la más remota idea de cómo iba a conseguir darle esquinazo por más tiempo. ¡Y aún quedaban 5 meses! Imposible, simplemente era imposible. No podía quitar de en medio el recuerdo del sabor de sus labios ni sus conversaciones tan disparatadas y adictivas.

Dirigió una fría mirada a un elfo doméstico del colegio que se había quedado mirándolo desde una esquina. Acto seguida el elfo salió corriendo, después de pedirle disculpas, claro está. Un poco molesto se puso de nuevo en marcha sin percatarse, tonto de él, de que el elfo espía era Dobby.

Llegó al aula de profesores y se decepcionó mucho cuando no vió ni la sombra de Elizabeth, nada que dijese que había estado hasta hace poco ahí. En su cara se debió notar algo sospechoso, pues Flitwick se acercó a él cautelosamente.

-¿Te encuentras bien, Snape?- Le preguntó con una voz chillona.

-Si.- Respondió cortante y distraído mientras miraba confuso la habitación.

Lo que más deseaba en esos momentos era ver a Elizabeth, pero sabía muy bien que era imposible. ¿Con qué cara se presentaba en su habitación para decirle buenas tardes?

-¿Estás seguro de que te encuentras bien, Severus?- Aquella había sido McGonagall, quien se empeñó en llamarle por su nombre desde hace mucho y era la única que se atrevía a pesar de las protestas de Snape.

-Muy ocupado.- Respondió en un tono gélido. Se dio la vuelta dispuesto a irse, pero una idea se cruzó por su cabeza.- Profesora McGonagall,- Iba a preguntar.

-Llámame Minerva, Severus. Hace ya 14 años que nos tuteamos, por favor.- Le cortó tensa la profesora.

Severus sacudió un poco la cabeza en señal de afirmación. Su sueño era que se ganara la confianza de las personas, que había perdido en el mismo instante que se hizo la maldita marca, pero estaba decidido a conseguirla a un alto precio, pues no se creía merecedor de credibilidad. No le parecían suficientes los trabajos que había hecho en la Orden, por eso no quería que la gente lo tratara... ¿Cómo sería la palabra exacta? ¿Bien? Claro que, después de conocer a Elizabeth, cualquiera podía replantearse las cosas de otro modo.

-Minerva...- Repitió un poco avergonzado.- Necesito ayuda con el trabajo. Las pociones y los informes me están llevando más de lo que tenía pensado y...- Se apresuró a decir antes de que McGonagall ofreciera ayuda.- podría pedir ayuda a alguien, quiero decir a alguien de la Orden.- Dijo cuando hubo comprobado que los demás profesores habían vuelto a su tarea.

-Claro.- Respondió McGonagall.- Tengo que terminar unos exámenes, pero iré a ayudarte dentro de una hora más o menos.- Severus puso una mueca fingida. Ya sabía su reacción.

-Creía que tú no eras muy buena con las pociones, quiero decir, que no creo que puedas ayudarme con las pociones que tengo que preparar.- McGonagall le dio la razón.- Yo había pensado en Wingrove. Dumbledore me mencionó que sabía algo.- Por fin lo había dicho. Ahora no tenía más que esperar a que McGonagall llamase a Elizabeth y...

-Elizabeth se ha marchado.- Le comunicó Minerva a Severus. Éste sintió que su gran plan se escurría entre sus manos e iba a acabar al suelo haciéndose añicos.- Se ha ido a no sé que bar con una amiga suya.

-Oh.- No pudo decir más.

-Pero creo que dijo que volvería antes de la noche.- Se volvió para preguntar a Sprout.- Sí, vendrá sobre las ocho, o al menos eso es lo que había pensado. Ya sabes que a su edad se olvidan del tiempo siempre.- Severus le hubiese tirado algo en la cabeza de haberlo tenido.- Ve haciendo los informes y alguna poción y ella se encargará del resto, ya me ocuparé yo de eso. No creo que esté fuera muco tiempo.- Snape no hacía demasiado caso, ya que se imaginaba a Elizabeth olvidándose de la hora con, por ejemplo, Remus Lupin, otro estúpido.

Se despidió un poco grosero de los profesores y abandonó la sala de profesores con deseos de matar a alguien. No podía soportar la idea de que Elizabeth hubiese ido con el licántropo. Los celos le recorrían el cuerpo. Lo peor era que se lo había buscado él solito, no podía replicar nada.

Se chocó con algo que lo hizo detenerse y se encontró con Goyle. Hizo ademán de regañarle, la verdad es que quería descargar su frustración contra alguien, pero se quedó mudo de la impresión cuando el chico se hizo a un lado y comenzaba a caminar de nuevo tras un débil 'disculpa'.

¿Disculpa? ¿Qué le pasaba a Goyle? Ni siquiera parecía haberse dado cuenta de que se había arrollado con un profesor, su jefe de Casa. ¿Estaría gravemente enfermo? Su contrariedad aumentó aún más cuando recordó que entre Lesbos y él quizá existiera amistad y por eso estaba confundido, tal y como había pretendido Elizabeth.

Se olvidó del encuentro rápidamente cuando se vió pensando en Elizabeth de nuevo. ¿Es que no podía dejar de pensar en ella? Se encerró en las mazmorras dando un fuerte portazo para empezar con las pociones, aunque estaba poco convencido de poder acordarse de siquiera la poción revitalizante.

*-*-*-*-*

Ron se estremeció cuando escuchó un fuerte portazo proveniente del final del pasillo. Sonrió al suponer que Snape se encontraría furioso después de la clase con Harry, tal y como había dicho su amigo. Seguramente se sentía tan amargado como siempre. O al menos así se sentiría él si tuviese que vivir como vivía la cosa esa. Tuvo que reprimirse su risa y salir del pasillo de las mazmorras corriendo, ya que no le agradaba la perspectiva de enfrentarse y aguantar el castigo del profesor después de ver su genio.

Caminó cabizbajo hacia la puerta del castillo para salir a dar una vuelta por los terrenos, tal vez iría a la cabaña de Hagrid, seguro que él le animaría contándole cualquier tontería. En estos casos siempre recurría a Harry, pero hoy no había quien hablara con el chico. No se lo reprochaba lo más mínimo. Es más, le admiraba un poco. Si él tuviese que soportar a Snape una hora a solas estaría, muchísimo peor.

Así, abrió el gran portón y una gran ráfaga de viento helado cortó su rostro dejándolo unos segundos sin respiración. Se dio cuenta de pronto de que no tenía ninguna ropa de abrigo, todavía llevaba el uniforme, pues sólo tenía limpios dos pantalones. Uno no le gustaba nada, estaba en la maleta únicamente por su madre, y otro del que ya Crookshanks se había hecho cargo con sus dientes.

Dispuesto a aguantar el frío, más que nada por que no creía que pudiese encontrarse peor, se internó como pudo en los jardines de Hogwarts. Caminó con la cabeza gacha durante unos minutos pensando en el mayor de sus problemas, Hermione.

¿Por qué tenían que estar todo el día discutiendo? ¿Por qué? Él consideraba a la chica como la mejor del mundo. Guapa, inteligente, divertida cuando quería, guapa,... ¿Eso ya lo ha dicho? Bueno, es que era muy guapa. Cuando estaba con ella se sentía distinto, tenso, casi alerta. No podía soportar saber que Victor, aquél imbécil jugador de Quidditch de poca monta, la había dado multitud de besos y él soñaba con tan sólo uno.

Aquella tarde Harry se había ido un poco antes de tiempo a las clases de Occlumencia y ellos dos se habían quedado juntos. Hermione trataba de que Ron estudiara y se aprendiese los usos de algún tipo de hongos, todavía no sabía cuáles, pero Ron no podía apartar los ojos de Hermione y, ¡qué estúpido era!, no podía dejar de reírse de ella cada vez que se ponía nerviosa.

Como otras veces, la chica se había terminado molestándose y le había replicado, pero Ron, ya completamente tonto, la había contestado en voz alta, por lo que Hermione se había puesto a gritar. Ron, a su vez, la gritó a ella y, como si de un concurso se tratase, se habían ido cada uno a una habitación cerrando de un portazo.

Ron se avergonzaba de lo que había hecho, pero no había ido a disculparse. Se había quedado con el gato unos minutos y, desesperado, se coló por el agujero de la Sala Común en cuanto apareció Harry y este no le prestó mucha atención, pues le dolía la cabeza.

Después de que Harry le preguntara si de verdad podía dejarlo solo, Ron se preguntaba si tenía pinta de niño de cinco años, ya que sus dos amigos se empeñaban en ayudarle, le contestó secamente y se fue.

Ahora se arrepentía, pues empezaba a notar un frío infernal y no tuvo más remedio que volver al colegio. No entró directamente en la Sala Común, sino que estuvo una hora deambulando por ahí. Iba a entrar por el agujero cuando éste se abrió y de él salió Hermione. Se armó de valor y respiró bien hondo. Se acercó a ella y la tocó el hombro.

-Hermione, este... yo quería pedirte... Por lo de antes... Ya sabes.- Hermione lo miró enfadada, pero se le ablandó la mirada y decidió no someterle a tortura con un típico: Me querías pedir... ¿Qué? Es que no he escuchado.

-Deacuerdo. Le abrazó con fuerza y lo miró preocupada.- ¡Estás helado! Ahora mismo vamos a preparar algo. Seguro que coges una gripe y...- Ron sonrió pensando que si Hermione le ayudaba no estaba tan mal estar enfermo.

Gracias a los lectores por los Rewiers, realmente me han gustado.

En cuanto a uno que pedía más historia de Ron, hay tiene. En el próximo capítulo, bueno, tal vez en siguiente, contaré alguna cosa, lo más seguro
todo un capítulo, entre él y su 'queridísima' Hermione. Espero que les
guste.

'No me acuerdo' si pasa algo entre Snape y Elizabeth en el siguiente
capítulo... ¡lo tendrán que averiguar!

¡HASTA EL PRÓXIMO CAPÍTULO!