Capítulo 3: Cuando uno tiene sed.

Al igual que el escaparate, la puerta de la tienda de los Weasley tenía un amplio acristalamiento, pero también una sólida celosía metálica que impedía, a discreción de los dueños, ver desde allí el interior a los que estaban fuera. Y viceversa, claro. Quizá lo más cortés hubiera sido abrir dicha celosía para que los invitados y los huéspedes pudieran verse, o incluso abrir la puerta sin más, dado que les esperaban, pero no: lo primero que se le ocurrió a Fred justo antes de abrir la puerta o siquiera la celosía para ver a sus visitantes, fue preguntar:

-¿Está Ron con vosotros?

A lo que una voz familiar respondió:

-No, no estoy. Preferí ir a ver a Percy y a su novio Oliver. Total, ya que estoy en Londres...

-Menos coñas, Ron –respondió George-, que mientras nuestro bien amado hermano el ministrable no salga oficialmente del armario...

-¿"Ministrable"? –preguntó Hermione algo sobresaltada.

-¿Pasamos o qué? –inquirió Ron- Venimos cansados y... sedientos. ¿Sabéis el calor que he pasado esta tarde?

-Pasad, pero sólo si nos prometes que ni tú ni Ginny contaréis nada de lo que veáis aquí dentro a papá ni a mamá. –contestó Fred.

-Vete al guano, Fred. –respondió Ginny.

Entonces Harry y compañía vieron cómo George abría la puerta.

-Hola, chicos. Hola, Harry, me alegro de volver a verte.

Muy ceremonioso, El Niño que Sobrevivió le estrechó la mano y le dijo, con aire solemne (o, al menos, todo lo solemne que puede ser un adolescente enjuto de carnes, corto de estatura, con gruesas gafas de pasta y torpe aliño indumentario):

-Saludos, Fred. Os deseo a George y a ti mucho éxito en vuestra empresa. Admito que tenéis un arrojo que...

-Soy George, Harry. Pero muchas gracias.

Ron se acercó como pudo, tratando de sortear a Harry y a George. Estaba algo cansado y su garganta empezaba a secarse, por lo que de forma casi instintiva entró a buscar algo de beber. Pero tropezó con algo. Algo que emitió un característico sonido metálico al ser golpeado por su pie. Miró hacia abajo. Una jaula.

-Ten cuidado, Ron, que nos despiertas a Barney. –dijo Fred.

-¡Ahivá! ¡Es verdad! ¡Que te llamabas Ronald! ¡Ya ni me acordaba! –se oyó decir a Luna justo detrás de Ron. -¿Quién es Barney? ¿Es que tenéis otro hermano? Como sois tantos...

Tras arrugar un poco la nariz por el comentario de Luna, Ron también preguntó:

-Er... ¿Quién es Barney?

Fred se agachó ante la jaula que estaba en el suelo y, mientras George saludaba a Hermione y a Ginny, su hermano gemelo sacó de ella una especie de bola de pelo pardo. Aquella bola de pelo se revolvió soñolienta en los brazos del chico y se reveló como un hurón. Ron no pudo contener una carcajada.

-Debisteis llamarle Draco. –apuntó, divertido.

-Preferimos ser originales. –dijo Fred.

Hermione se acercó a acariciarlo.

-¡Oh! ¡Es una monada! ¿Lo tenéis como mascota?

-Bueno... –contestó Fred- Es para...

Geroge hizo gala de unos reflejos prodigiosos al aparecer de pronto detrás de la chica de dientes de conejo para hacer a su hermano gemelo un gesto de "cierra el pico, o ya la tenemos liada". Pero, desgraciadamente, no había suficientes reflejos para ambos cuando aún eran fetos monocigóticos y monoplacentarios, y Fred se llevó la peor parte.

-... nuestros ex... ¿... perimentos? –prosiguió, mientras enarcaba una ceja y miraba atónito a su hermano.

-¡¡¿QUÉÉÉÉÉÉÉÉ?!!

-Bueno, Hermione –se apresuró a añadir George-, piensa que es por el bien de la ciencia.

-¡Y un cuerno, la ciencia! ¡Estáis utilizando a esa pobre criatura para probar vuestras porquerías!

Fred intercedió:

-Es que compréndelo: no tenemos alumnos de primer año aquí a mano.

Mientras la discusión entre Hermione y los gemelos subía de tono, Ron sentía como si se agostase: tenía la boca pastosa y su lengua parecía que iba a convertirse en una teja de un momento a otro.

-Fred, ¿tenéis algo de beber?

Fred contestó como pudo:

-¡Pero Hermione, no me compares a un hurón con un elfo doméstico... ! –se dirigió a su hermano- Er... Mira a ver si quedan cervezas de mantequilla arriba, en nuestro laboratorio.

Ron subió a la rebotica de la planta superior. Allí encontró una mesa enorme, similar a un banco de carpintero, cubierta de instrumental de laboratorio y botellas de cerveza esparcidas de cualquier manera. Ninguna estaba sin destapar, para desesperación de su garganta seca. En esto, apareció Harry:

-Creo que Hermione está pensando en fundar una plataforma de defensa de los hurones. No sé si debería afiliarme. Sería un punto de grandeza altruista, sin duda, pero...

-¿Cómo es posible que mis hermanos no tengan nada de beber? –respondió Ron mostrando indiferencia, mientras se preguntaba si también se le ocurriría a su amiga algún acrónimo malsonante para esa plataforma.

Harry miró a su alrededor y señaló al tanque de agua destilada.

-Ese tanque contiene agua, Ron.

-¡Oh sí! Nada como una buena diarrea para empezar unas vacaciones de verano. ¿Cómo no se me habrá ocurrido?

Los gritos de Hermione discutiendo con George y Fred, procedentes de la planta de abajo, eran cada vez más fuertes. Para colmo de males, parecía que Ginny había decidido apaciguarles demostrando que ella podía gritar aún más fuerte y mejor.

-Mira, Ron, esta aún contiene cerveza. Quizá aún esté fresca. –apuntó Harry, mientras sostenía una botella.

-Gracias. Algo es algo.

Mientras oía a Luna Lovegood decir algo acerca de una conspiración de hurones, nutrias y meloncillos para dar un golpe de estado y derrocar al actual gobierno autónomo de los nuberos de Cantabria, Ron se entregó a la placentera libación. Aquella cerveza tenía un toque afrutado, con matices de maderas nobles, aunque resultaba algo ácida en el postgusto y áspera de tragar. Debía de tratarse de una nueva marca, pensó Ron. Eso sí: fresca, lo que se dice fresca, no estaba.

-Sabía muy bien, pero estaba como un caldo. No creo que les importe que me la haya bebido toda, la verdad.

-Mira que no tener nada para agasajarnos... Vaya hermanos que tienes. –añadió Harry con un punto de indignación.

En esto, ambos chicos oyeron que el ruido de fondo de la discusión de la planta baja había desaparecido, mientras que unos pasos rápidos ascendían por las escaleras. Apareció Luna, con su mirada perdida, su sonrisa y su camiseta de Hal Laboratory.

-¿Os lo estáis pasando bien aquí solitos, chicos? ¿Qué hacíais?

Ron iba a contestar con un brillante sarcasmo, pero la voz de Hermione subió a interrumpirle:

-¡Chicos, os recuerdo que tenemos un tren que tomar!

Ron le susurró a Harry:

-Hermione se acaba de cabrear con mis hermanos.

-De todas formas –intervino Luna, mientras miraba fijamente la botella que acababa de vaciar Ron- tiene razón: perderemos el tren si no nos damos prisa.  Además, está empezando a darme miedo estar tan cerca Barney. Me ha oído hablar de la conspiración. ¿Y si él también está implicado?

Ambos bajaron con Luna a la planta inferior, donde Ginny trataba de convencer a su hermano Fred de que diera la mano a Hermione de forma amistosa.

-¡Jamás le daré la mano a esa integrista!

-Venga, Fred, no seas crío. –dijo Ginny, con un tono pausado que recordaba al que usaba Molly para dirigirse a Harry.

-¿Y tú qué? ¡Salvaje! ¡Sois unos salvajes!

-¡Y tú una fanática! –respondió George- ¡Déjanos ganarnos el pan honradamente!

Ron tuvo que intervenir.

-Esto... Hermione... ¿No se suponía que teníamos prisa?

-¡Y tú, Ron! ¡¿Cómo es posible que permanezcas impasible ante algo así?! ¡Se te debería caer la cara de vergüenza! ¡Son tus hermanos! ¿No les vas a decir algo?

-Bueno... Hermione... yo... ¿Y qué quieres que les diga?

Harry intervino:

-Ha sido una placer volver a veros, pero tenemos que irnos.

Hermione miró a Harry y luego a los gemelos. Tras emitir algo parecido a un gruñido y con el entrecejo fruncido, señaló a éstos con el dedo y espetó:

-Espero por vuestro bien que ese hurón esté libre la próxima vez que os vea. ¡Vamos, Ron!

Una vez más, Harry Potter se sentía satisfecho de sí mismo hasta el punto de rozar el orgasmo: El Niño que Sobrevivió había vuelto a salvar el día. Hermione abrió la puerta de la tienda, seguida por Ginny y Ron, que se despidieron apresuradamente de sus hermanos. Luna corrió desde la rebotica escaleras abajo hasta donde estaba Ron, a quien se abrazó desde atrás.

-¡Heyyyy! ¡Que se me escapa Ronald!

Ron dio un respingo, aunque ni él mismo podía determinar si era debido al verse de pronto cogido por unos brazos a los que no vio venir, o por sentir súbitamente dos formas redondas, suaves y blandas clavarse delicadamente en su espalda. Hermione se giró hacia Ron y Luna y volvió a emitir un gruñido. Harry y Ginny se miraron de reojo con una expresión extrañada: a ambos les pareció por un instante que Hermione le había lanzado una mirada de profundo desprecio a Luna.

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Tras un largo viaje en el Expreso de Hogwarts, los muchachos llegaron agotados a la posada. Ron informó a Harry de que había reservado una habitación doble para ambos y, tras puntualizar que era de dos camas, ante un comentario jocoso de Luna Lovegood al respecto (y ante el cual Ginny retuvo a duras penas una carcajada hinchando sus ya de por sí redondos carrillos), pasaron a recoger las llaves y subieron a las habitaciones, demasiado cansados como para fijarse en ningún detalle del lugar en el que pasarían las vacaciones.

Ron y Harry se quitaron la ropa. Harry fue tranquilamente al baño antes de acostarse, pero Ron no se sentía con fuerzas ni para eso; ni tan siquiera para ponerse el pijama: cayó en paños menores sobre la cama como un árbol talado, se tapó como pudo con la sábana y se fue sumiendo en un profundo sueño.

Mientras su cuerpo se relajaba más y más y lentamente perdía la percepción de sí mismo, Ron notó que esa noche se sentía diferente. No especialmente mejor ni peor que otras noches: simplemente diferente.