Esta historia es totalmente ficticia. Los personajes de Chise, su padre y su madre son invención mía. No ocurre lo mismo con el de Miyazaki que es el auténtico director de la película "Sen to Chihiro no Kamikakushi".
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Nunca antes una película de "dibujitos" le había tocado de esa manera, ni siquiera de pequeña, cuando se suponía que debía estar encantada de verlos. Pero en la escena en la que Chihiro se despedía de Haku, en el momento en el que ella soltaba su mano y ésta caía pesada como un ser inerte... se echó a llorar. Ni ella misma fue consciente de que las lágrimas corrían como cascadas por su rostro. Se quedó sentada en la silla de la sala de proyecciones, llorando mientras salían los créditos de la película, aún cuando las luces se habían encendido y todo el mundo se había ido. Sólo ella y la pantalla.
- Chise...
Era la voz de su abuelo, el gran Hayao Miyazaki, al que todos veneraban como si fuera una especie de dios del largometraje infantil, pero ella lo veía tal como él era realmente: un anciano cansado de vivir a través de los sueños de los demás. Alguien que había pasado más de la mitad de su vida tratándo de hacer "magia" para dulcificar la realidad. La tristeza y soledad de muchos. Y también llenando los bolsillos de otros.
- Chise, la película ya ha acabado –dijo mientras se acercaba a ella y le ponía la mano sobre el hombro.
- Sí, abuelo –ella volvió la cara y le sonri
- Chise... ¿estabas llorando?
- ¿Eh? –dijo llevándose una mano a la cara- pues parece que s
Miyazaki le dio unas palmaditas en la cabeza y juntos salieron de la sala de proyecciones. Fuera ya empezaba a anochecer.
Chise Ohino, hija de Daisuke Ohino y de una modelo francesa llamada Claire Harran. Sus padres se habían separado cuando ella era un bebé y su madre se la llevó a Francia, pero unos años después ésta falleció y su padre reclamó su custodia desde Japón. Tenía unos 8 años cuando vio por primera vez a su abuelo, un señor de mirada amable y sonrisa perenne. Entre tantas caras desconocidas y manos distintas decidiendo qué era lo mejor para ella, en su abuelo encontró un refugio para su alma infantil que había vivido demasiadas cosas en muy poco tiempo.
Como su padre estaba muy ocupado con su trabajo y andaba siempre viajando, la dejaron viviendo con el director. Allí aprendió el idioma y como era una niña bastante inteligente, pronto pudo incorporarse al colegio. Al principio le costó adaptarse, no sólo por el idioma, sino también por su apariencia, ya que físicamente era muy parecida a su madre: tenía los ojos verdes y grandes, su pelo, de un color rojo oscuro que parecía teñido, tendía a rizarse. Era más alta que la mayoría de sus compañeras y tenía los labios carnosos... en cualquier lugar de occidente hubieran pensado que se trataba de una belleza, pero en Japón, a pesar de que los anuncios y los videoclips estaban llenos de referencias de la belleza americana o europea, aún mantenían su ideal de belleza serena, de mujer sumisa y amable.
Chise era de todo menos sumisa. Tenía mucho orgullo y no le importaba atizarle a alguno de sus compañeros si éste se metía con ella. Más de una vez llegaba a casa con moratones o la nariz sangrándole, las mujeres de regañaban, pero su abuelo se reía.
- ¡esta es mi nieta!
Así fue pasando el tiempo, pronto hizo dos años desde que entró por las puertas de esa casa, justo una semana después de su cumpleaños. Su abuelo la llevó por primera vez a la proyección de una de sus obras y desde ese día se convirtió en su mayor crítica. Era una niña con una imaginación desbordante y más de una vez fue fuente de inspiración para su abuelo, que no dudaba de usarla como modelo de sus personajes masculinos, por la fuerza de su carácter y determinación.
Pero ese mismo día apareció su padre. Chise pensaba que venía a traerle su regalo como cada año, incluso mientras vivió en Francia, su padre no había faltado a ninguno de sus cumpleaños. Esta vez en vez de un regalo, trajo consigo a una mujer y la presentó como su nueva esposa.
- Chise, esta es Koto-san, es tu nueva madre –dijo mientras una mujer muy bajita con el pelo negro largo y brillante se acercaba a ella- salúdala
Chise no parecía muy convencida y se ocultó tras su abuelo, su padre pareció enfadarse y avergonzarse por la actitud de la niña, pero la mujer se acercó tranquilamente y la cogió de la mano.
- Tu padre me ha hablado mucho de ti –empezó sin perder la calma- espero que lleguemos a llevarnos bien
- Hai –respondió Chise mientras hacía una leve inclinación. La mujer le había caido bien, parecía buena persona y su padre necesitaba alguien que cuidase de él.
- Chise... –comenzó a decir su padre- ahora que volvemos a ser una familia... y que me han destinado a un puesto fijo en una ciudad pequeña... me gustaría que fuéramos a vivir todos juntos.
- ¿Con el abuelo? –dijo Chise soltándose de la mano de Koto y volviendo al lado de su abuelo, que la miró con un deje de tristeza mientras la apartaba suavemente de su lado.
- No, Chise –respondió cansado- yo no puedo irme con vosotros... pero podrás venir en vacaciones y yo iré a visitarte de vez en cuando
- Pero... ¡pero yo no quiero separarme de ti, abuelito!
- Chise...
Una vez más estaban decidiendo su futuro sin tenerla en cuenta. Ella quería mucho a su padre y Kotosan le caía bien, pero no quería separarse de la única persona que la comprendía de verdad, el único que había estado a su lado cuando más sola se sentía, pero ya estaba dicho todo. Al día siguiente, desde la ventana trasera del coche, veía como la figura de su abuelo se hacía cada vez más y más pequeña. Siguió con la cara pegada al cristal hasta que finalmente lo perdió de vista, entonces se sentó bien; a su lado había una cinta de video y una tarjeta escrita de hiragana "cuídate mucho, Chise. No te olvides de tu abuelo".
Todo el viaje transcurrió sin percances, era evidente que Chise estaba molesta con todo ello y aunque Koto y su padre trataron de alegrarle el día prometiéndole que pronto la llevarían a ver al abuelo y que el sitio donde iban a ir estaba lleno de bosques parecidos a los que conoció de pequeña cuando vivía en Francia, no lograron nada. Resignada, Chise cerró los ojos; estaba quedándose dormida cuando el coche paró en seco.
- Chise, cariño, ya hemos llegado
Era la voz de su padre. Chise se restregó los ojos con la manga de la sudadera que llevaba puesta, de mala gana por haber sido interrumpida de su sueño, se bajó del coche. Enfrente de ella había una casa bastante bonita, y a su izquierda se alzaba un bosque imponente... un escalofrío le recorrió la espina dorsal.
- Papá... quiero ir dentro... tengo mucho sueño.
- Vale, Koto y yo terminaremos de arreglar la casa, tú ve ya a dormir.
Su casa era la última del pueblo, más allá no había nada más que el bosque. Subió al ático de la casa, ahí es donde le había preparado la habitación para que tuviera más espacio. Encendió la luz y no pudo evitar una exclamación de sorpresa: tenía que reconocer que la habitación le encantaba y que estaba decorada totalmente a su gusto.
- Eso debe haber sido cosa de Kotosan
Aunque tenía muchas ganas de salir a investigar, el sueño pudo con ella, apagó la luz y sin molestarse en ponerse el pijama se quedó dormida encima de las sábanas. Un ruido extraño la despertó, aún era de noche y estaba oscuro, pero la luz de la luna llena iluminaba la habitación. Se dio cuenta de que estaba dentro de la cama con el pijama puesto, a pesar de que aún quería volver con su abuelo, por unos momentos pensó que quizás esto no estaba tan mal... que aquí podría ser feliz.
Abrió los cristales de la ventana y la brisa le refrescó. Aún no era verano, pero hacía muy buena temperatura. Se asomó. Su habitación daba al bosque. Misteriosamente, ya no le daba escalofríos, sino que se sentía muy tranquila, le pareció ver una luz entre los árboles pero no le dio mucha importancia. Dejó la ventana abierta y se volvió a acostar. Mañana sería otro día.
Continuará