PARTE 2: NO PUEDO NI LEVANTARME
-Te gustan mucho las espadas ¿verdad? -empecé, situándome detrás de él-. Lo digo porque llevas una katana excelente, y además quieres comprarte otras dos...
Asintió con un gesto, aunque continuó dándome la espalda.
-Tres espadas... -reflexioné-. Me recuerda a un espadachín del que he oído hablar... Es muy famoso, dicen que ha dominado el arte de la lucha con tres espadas. Se llama Zoro Roronoa.
-Me suena -contestó él como si tal cosa, de nuevo sin volverse. Seguía concentrado en su tarea de elegir espada. Pero ya no parecía tan nervioso como antes, así que seguí a lo mío:
-¡Pero es un hombre malvado! -aclaré-. Dicen que es un temible cazador de piratas. Me parece imperdonable que utilice algo tan noble como el arte de la esgrima para ganar dinero o hacer el mal -puse mucho énfasis en estas palabras, para ver si conseguía despertar su sentido de la justicia y me daba la razón-. Vivimos en una era en la que el mal es cada vez más fuerte. Los mejores espadachines del mundo son casi todos piratas o cazarrecompensas... Las grandes espadas sagradas están en su poder. Es muy triste que estas obras de arte sean mancilladas con la sangre de los inocentes y utilizadas para hacer el mal. Casi puedo oírlas llorar... -y suspiré, acariciando la empuñadura de mi Shigure. Ella, al menos, tendría la oportunidad de ser desenvainada en nombre de la justicia.
Por toda respuesta, el joven comentó:
-Cada persona tiene sus circunstancias... a veces la vida no nos deja elegir a qué vamos a dedicarnos.
Reconozco que cuando escuché esto, pensé que era muy razonable. Me parecieron las palabras de un hombre honesto y comprensivo. ¿Cómo iba yo a pensar que sólo intentaba justificarse a sí mismo? Pero no sospeché lo más mínimo. Empezaba a sentir una gran simpatía por él. Y decidí confesarle mi sueño:
-Te aseguro que, con esta espada, me haré más fuerte y mejoraré mis habilidades, después recorreré el mundo y liberaré las espadas sagradas de manos de la escoria de los mares. ¡Si es necesario, arriesgaré mi vida por ello!
Esta vez sí se volvió. Me miró fijamente, y con una extraña sonrisa, señaló su propia katana:
-¿Y ésta? Wadou Ichimonji, como tú la llamas... ¿También la quieres?
Me pilló por sorpresa. Su mirada era casi desafiante. Ya empezábamos mal...
Desarmada por completo, empecé a balbucear:
-Oh... ¡no! ¡No quería decir eso! No es que quiera quitártela... no las quiero para mí. Es sólo que no quiero que estén en malas manos... ¿entiendes lo que quiero decir?
Por algún motivo que escapaba a mi comprensión, quería dejarle bien claro que estábamos en el mismo bando. Me caía bien, y me parecía maravilloso que alguien como él tuviera a Wadou Ichimonji. Bueno, al menos suponiendo que aún pudiera llevarle por el camino del bien y la justicia, cosa que, en aquel momento, me parecía de lo más sencillo, porque estaba segura de que no había maldad en aquel joven. Ay, qué ingenua era yo...
Pero algo interrumpió mis excusas, porque al parecer el joven había encontrado una espada de su agrado. Se detuvo sorprendido cuando su mano aferró la empuñadura, como si pudiera sentir el alma misma de la espada. Esa sensación que experimentamos los espadachines cuando encontramos el arma que está hecha para nosotros... Sé perfectamente lo que se siente. La extrajo con cuidado del barril donde estaba, mezclada con otras espadas, y la observó con ojo crítico. Puede que no supiera tanto de espadas como yo, que no conociera sus nombres de memoria y que no estuviera todo el día consultando el manual de las Mejores Espadas del Mundo, pero una cosa estaba clara: él también comprendía a las espadas, podía sentir su espíritu. Poca gente puede hacerlo hoy en día. Y eso hizo que aumentara más aún mi simpatía por él.
Me fijé en la katana que examinaba. La empuñadura de color rojo intenso, rojo sangre, con adornos dorados, y la vaina a juego... me resultaban familiares. Una lucecita se encendió alerta en mi cerebro.
-Esa katana... -otra vez se me estaba acelerando el corazón... volví a sacar del bolsillo el manual de espadas, y encontré la página que buscaba con facilidad (al fin y al cabo, me sé el libro de memoria). Tenía que asegurarme-. ¡No puede ser! ¡Aquí está! ¡Según este libro, es Sandai Kitetsu! ¡Otra de las espadas legendarias! Pero... es imposible... ¡esta espada vale por lo menos un millón de bellis! -miré intrigada al tendero, que de repente se había puesto muy pálido-. ¿Seguro que quiere venderla por sólo 50.000? Es una espada histórica...
-Bueno... yo... -empezó a balbucear él.
-¿Quizá la ha puesto ahí por error? -sugerí, tratando de ayudar. El hombre sacudió la cabeza. Era evidente que estaba pasando un mal trago, pero no podía entender por qué-. Ah... entonces, ¡cómprala! -dije al joven-. ¡Es una oferta estupenda! No encontrarás una espada así en...
-No... no puedo vendértela -interrumpió el armero con voz entrecortada.
-¿Qué?
-¡No te la vendo!
-Ya me parecía a mí... una espada tan buena... -comenté, pero el hombre seguía sacudiendo la cabeza frenéticamente, como si no pudiera revelar un terrible secreto.
Fue el chico de pelo verde el que me sacó de dudas:
-Está maldita.
-Ah... -exclamé sorprendida.
-¿Lo sabías? -preguntó el armero, aún tembloroso.
-No -dijo él simplemente-. Lo he sentido.
Eso confirmaba todo lo que he dicho anteriormente sobre la afinidad de un espadachín con su katana. Tal vez ni siquiera yo habría podido saber algo así con sólo tocarla. Ese hombre tenía un don...
Estaba impresionada, lo admito.
-Es cierto -suspiró el dueño de la tienda-. Como ha dicho la señorita, Sandai Kitetsu es una de las mejores espadas del mundo, junto con Nidai Kitetsu y Shodai Kitetsu. Todas las Kitetsu son excelentes katanas, pero ¡todas están malditas! ¡Todos los que las han utilizado han sufrido una muerte trágica! -suspiró-. Por eso no queda nadie hoy en día que las utilice. Quería deshacerme de ella cuanto antes, por eso la puse ahí...
-Ya decía yo... -y me dirigí al espadachín, azorada-. ¡Lo siento mucho! No tenía ni idea de que era algo tan terrible... de lo contrario no te la habría recomendado.
Pero él seguía contemplando la espada desenvainada que tenía en la mano.
-Me gusta -anunció.
-¿Qué?
-¿Estás loco? ¡Ya te he dicho que no pienso vendértela! -insistió el histérico hombrecillo tras el mostrador-. ¡Si te llevas esa espada y te mueres, pesará sobre mi conciencia! ¡Será casi como si te hubiera matado yo!
Tenía razón. Yo tampoco quería que se llevara aquella espada, por muy buena y famosa que fuera; la maldición de una katana legendaria era algo a tener en cuenta. Probablemente el capitán Smoker se habría reído de mí por creer en algo así. Y al parecer este chico tampoco se lo tomaba muy en serio, porque lo siguiente que dijo fue:
-Se me ocurre una idea. Mi suerte y la maldición de esta espada... veamos cuál de las dos es más fuerte.
Y sin más, cogió la katana, la lanzó al aire y estiró el brazo, situándolo justo en la trayectoria de la caída de la espada.
-¡No puede ser! -exclamé con voz ahogada.
-¡¿Estás loco?! ¡¡Está muy afilada, vas a perder el brazo!! -gritó el vendedor.
Fue como si el tiempo se hubiese detenido. La hoja se elevó en el aire, girando sobre sí misma, amenazadora, y volvió a caer con pasmosa lentitud.
No estaba segura de querer verlo, me sentí tentada de taparme los ojos con las manos, pero por alguna razón no podía apartar la vista. Contuve la respiración.
¿Cómo se puede ser tan valiente... o tan estúpido?
Y en un instante, que a mí me pareció eterno, la espada cayó otra vez, rozando el brazo extendido del joven... justo por la parte sin filo de la hoja. Y con un movimiento elegante y silencioso, Sandai Kitetsu se clavó firmemente en el suelo, hasta la empuñadura, junto a él.
-Me la llevo -dijo simplemente. Y sonrió.
Fue como si mi corazón se hubiese detenido y de repente, recordando que tenía que seguir latiendo, empezara a golpear a toda velocidad contra mi pecho. Casi me había olvidado de respirar. Me temblaban las piernas. Caí sentada en el suelo.
No fui la única. El armero también se dejó caer. La escena me habría parecido ridícula de no ser porque estaba demasiado alucinada para fijarme en la situación. Una gota de sudor me resbaló por la frente.
¿Había sido de verdad la suerte? ¿Había sido el destino? Las espadas eligen a su dueño... Las espadas tienen alma.
Nunca había visto nada igual.
El asombroso joven se dirigió a mí una vez más, sobresaltándome:
-¡Eh, tú! ¿Me eliges otra?
-Eh... ah... claro -conseguí tartamudear a duras penas, sorprendida.
No estaba muy segura de que mi criterio fuese mejor que el de él para seleccionar una espada, aunque desde luego, esperaba no toparme con otra como la Sandai Kitetsu. Ya había tenido bastante por hoy... Mi corazón seguía latiendo a un ritmo frenético.
Pero antes de que pudiera levantarme, el armero me interrumpió:
-¡Esperad un momento! ¡No os mováis de ahí!
Desapareció en la trastienda y en un momento reapareció, llevando en los brazos una soberbia katana de brillante vaina negra.
-La hoja es del mejor acero forjado. La empuñadura está repujada con adornos en oro. Ésta es la legendaria Yubashiri -y suspiró con orgullo-. Mi tienda es humilde, pero ésta es la mejor katana que tengo. Tuya es.
-No puedo comprarla -replicó el desconocido con una amarga sonrisa-. Ya te he dicho que no tengo dinero.
-No quiero dinero -repuso el otro-. Quédatela. Tampoco te cobro la Kitetsu. Hacía mucho tiempo que no veía a un verdadero espadachín. Mereces blandir esas espadas. ¡Buena suerte!
En otras circunstancias, me habría sorprendido la repentina generosidad del viejo armero. Incluso me habría levantado emocionada a examinar más de cerca la Yubashiri, que tal como había dicho el hombre, era una de las mejores espadas del mundo y, como las otras dos, venía en mi guía. Era una maravilla. Pero en aquel momento, simplemente, no podía tenerme en pie. No podía pensar con claridad.
El joven recogió las dos espadas sin mediar palabra. Se las colgó del cinto, junto con la Wadou Ichimonji que ya llevaba, y salió de la tienda, dejando tras de sí el tintineo de los tres pendientes que colgaban de su oreja.
Y me quedé allí sentada en el suelo, como una idiota, mirando a la puerta.
Me pareció oír al tendero hablando con alguien... algo sobre un hombre que pasa su sueño a otro hombre y algo sobre sacar la basura. No me preguntéis.
-Estoy alucinada... ¡no puedo ni levantarme! -me dije. No estoy segura, pero creo que lo dije en voz alta.
De todas formas, el armero tampoco me hizo mucho caso. Creo que él estaba tan impresionado como yo. Refunfuñando, se dirigió con el cubo de la basura a la puerta, y cuando estuvo a punto de tropezar conmigo pareció reparar en mi existencia:
-¿Todavía estás ahí, chiquilla?
-Ah... lo siento mucho -contesté tímidamente-. Ya me iba...
Parecía que mi pulso y mi respiración estaban recuperando su ritmo normal (bien), aunque aún hacía mucho calor... así que me puse en pie lentamente y recogí mi Shigure. El dueño de la tienda también miraba a la puerta por donde había desaparecido el desconocido.
-Qué tipo tan extraño -gruñó, sacudiendo la cabeza-. Espero que tenga suerte en su aventura.
-Ah... ¿qué le debo por afilar mi espada? -pregunté, sacando el monedero. En cierto modo agradecí desviar un poco la conversación, porque si pensaba en aquel chico, mi mente era un torbellino de ideas absurdas y me mareaba otra vez.
-Mmmm... nada, regalo de la casa. De perdidos al río. No todos los días pasan cosas como estas en mi tienda... aunque espero no tener muchos clientes como vosotros.
-¿En... en serio? ¡¡¡Muchísimas gracias!!!
-Eso sí -añadió, señalando al montón de espadas que había tirado yo antes de la estantería-, tendrás que ayudarme a recoger eso, jovencita.
-Ah... claro... lo siento mucho, de verdad -miré consternada el desastre que había causado y me dirigí al estante a arreglarlo. Al fin y al cabo, era mi deber de ciudadana.
Seguro que llegaba tarde al cuartelillo. Smoker estaría hecho una furia.
Seguro...
