Pase lo que pase, todo estará bien.

Natalia

(Palimpsesto)

Natalie la conocí un día de primavera. Yo sólo tenía dieciséis años y ella veintitrés, aunque aparentaba muchos menos. Estaba terminando el último curso de la escuela, pues me habían adelantado por mis excelentes calificaciones.

A pesar de mi edad, mi madre ya me había comprometido con otra chica, proveniente de una familia adinerada y muy poderosa en China. Por está razón, yo había discutido con ella ese día una vez más. Pero, como siempre, Ieran Li no se inmutó: "Luego de que salgas de clases, reflexiona sobre esta situación tranquilamente. Estoy segura de que entenderás. Y no lo olvides: controla tus emociones".

Ese día, me fui a pasear, después de clases, por las calles de la ciudad, hasta llegar al parque. Y ella estaba sentada en uno de los bancos…El color de su piel era tan pálido y su apariencia tan desamparada, que detuve mi mirada en ella. Alzó la vista y nuestras miradas se encontraron… Tenía los ojos tan azules como el cielo en primavera y como el mar de Hong—Kong. Y su mirada reflejaba una edad milenaria, una serenidad inmensa, profunda, eterna. Y me pareció que su tristeza le sentaba muy bien… Y que su sonrisa apagada era hermosa… Nos quedamos contemplándonos en silencio… Ella se acercó a mí con su lento y gracioso caminar y con sus cabellos negros ondeados por la suave y agradable brisa que soplaba en la ciudad.

—Te he estado esperando…—susurró, mirándome fijamente a los ojos, mientras yo, asombrado por sus palabras, me ruborizaba—. Quiero decirte que te amo…

Los rayos del sol la alumbraban cálidamente y la embellecían sobremanera. Y sus ojos azules eran dos abismos infranqueables… Y sólo vi en ellos la pena que la acongojaba… Nada más. Ella siempre fue un misterio…

—Me gustaría que me besaras…—me pidió luego.

Y como yo permaneciera estático, ella tomó la iniciativa. Se acercó a mí con decisión y posó sus labios en los míos…Y me besó con amor, con pasión, con devoción, con ternura… Ella sabía hacerlo…Y yo jamás había besado a una muchacha… Y luego me miró fijamente a los ojos con sus ojos azules y grandes, azules y tristes, azules y serenos… Y me repitió que me amaba. Y yo también le dije que la amaba… Y nos besamos bajo el cielo azul, sin nubes, claro, rodeados de cerezos en flor, porque estábamos en primavera…

Nos conocimos en silencio y, como muchas otras cosas, nos amamos en silencio… Creo que fueron sus ojos azules como el mar los que me cautivaron… No lo sé… O su silencio tranquilo… O su abrazo entrañable… O su mirada perdida y lejana, y triste, y fugaz…O su andar rítmico… O sus besos dulces… O sus palabras quedas.

Ella nunca dijo por qué le gusté yo… "Cuando te vi, comprendí que eras tú el joven al que he estado esperando…", explicó una vez. "¿Por qué?", le pregunté. Y su callado silencio me convenció de que ni ella misma sabía la respuesta… Sólo se enamoró de mí. Y yo sólo me enamoré de ella.

Aunque ahora que medito, advierto que sólo una parte de ella me amaba… La otra parte siempre permaneció lejana y ausente, en otros remotos lugares al cual pertenecía su impenetrable pasado… Pero yo la amaba así.

****************************************

—Hola, Monstruo…

Levanto la vista sorprendido por el tono de voz grave y algo irónico que oí. La voz pertenece a un joven moreno, alto y muy ancho de espaldas e increpa a Sakura. Por su parte, los ojos verdes de la chica expresan furia…

—¡Hermano, no me llames así!—exclama, indignada.

Mientras tanto, Hiiragizawa se desternilla de risa. Y Daidouji le aconseja en silencio que se calle.

—¡¿Y tú, de que te ríes?!—espeta a Hiiragizawa el hermano de Sakura, al oír las contenidas carcajadas del chico.

—No, de nada—contesta, con voz quebrada, intentando evitar otro ataque de risa…

—Más te vale—luego volviéndose a Sakura, continúa—. Hoy llegaré tarde a casa…

—¿Pasa algo, Touya?

—Bueno, en realidad…—tose con incomodidad—... he invitado a Nakuru a salir esta noche… Bien sabes lo insistente que es ella. No es por mí, claro, sólo que...

—¡Por fin te decidiste a pedirle la mano! ¡Qué bueno! Estos últimos días andaba de un humor insopor…—la mirada amenazante y casi asesina del mayor de los Kinomoto, obra como cierre en la boca de Hiiragizawa.

—¿De verdad vas a pedirle matrimonio?

—Eso no te incumbe, Monstruo—murmura, con una media sonrisa triunfante.

—¡Hermano!

—Adiós, Monstruo…

Y sale con paso tranquilo, silbando burlonamente. Sakura se incorpora, dispuesta a iniciar la persecución, cuando el Jefe aparece por la puerta lateral.

—¿Qué son esos gritos?

Sakura enrojece violentamente y baja la mirada verde, avergonzada.

—Bueno… Verá… Mi hermano...

**************************************

Recuerdo que golpeé con cierto temor la ancha puerta.

—Pase—respondió la voz serena de mi madre.

Entré a su despacho tímidamente. Ella siempre me ha infundado respeto hacia su persona. Mi madre estaba sentada en su sillón de alto respaldo ante su gran escritorio, ocupada en la lectura de informes. Detrás, una gran ventana permitía que los rayos del sol iluminaran el cuarto. Alzó la vista unos segundos.

—Siéntate—ordenó, indicándome una silla frente a ella. Luego volvió a su trabajo.

—Gracias—murmuré, obedeciéndole.

Suspiré hondamente.

—No me casaré con Yuma Gihah, madre.

Volvió a mirarme y noté que sus ojos azules y fríos resplandecieron airados por breves segundos. Entonces entrelazó cuidadosamente los dedos de sus manos blancas y suaves y se dispuso a escucharme, atenta.

—¿Por qué?—se limitó a preguntar con su voz inexpresiva.

—Porque amo a otra muchacha…

—Pensé que mis lecciones sobre dejar de lado los sentimientos las habías aprendido correctamente, pero veo que me he equivocado—comentó con voz dura—. ¿Cuál es su origen? ¿De qué familia proviene?—inquirió.

Evadiendo sus penetrantes ojos azules, contesté:

—Es inglesa… Se llama Natalie Blanc…

—¿Inglesa?, ¿Blanc?—repitió, un tanto exaltada mi madre.

—Es cierto, no pertenece a ninguna familia adinerada ni conoce nuestras tradiciones, pero me ama y yo la amo.

—Gihah ha declarado muchas veces amarte.

—Pero yo no la correspondo—objeté, cansado de su porfiada obstinación.

—Está bien, Syaoran—aceptó, condescendiente—. La invitarás mañana a cenar… Y si nos agrada, convocaré a una reunión a los miembros de nuestro clan, para informarles de tu decisión.

—Creo—intervine, ofuscado—que mis asuntos personales únicamente me conciernen a mí. No le corresponde a usted ni a nadie resolver sobre mi situación sentimental.

—Espero que acates la resolución que tomemos—prosiguió, impasible, haciendo caso omiso de mis palabras—. Y no te disgustes en vano, porque con el ceño fruncido no te ves tan guapo—opinó con ironía—. Puedes irte.

—No.

—No sé qué o quién ha influido en ti—me interrumpió con disimulada furia contenida—, para fomentar está rebeldía que estás manifestando, pero la juzgo completamente irrelevante, por lo demás. Siempre te he considerado un buen aprendiz de los objetivos que te inculqué, pero, sinceramente, me estás decepcionando… Te estás obcecando caprichosamente y ese es un gran problema. Conoces perfectamente las reglas que se han establecido al interior de nuestro clan, ¿verdad? No te las repetiré... y, por favor, no provoques mi ira.

Salí de su despacho, dando un portazo intencionalmente. Realmente las palabras de mi madre me enfurecieron… Y también me desilusionaron. Tenía la secreta esperanza de que ella comprendería. Una muestra de cariño, era todo lo que yo necesitaba en ese momento. Pero Ieran Li es una mujer fría y sin emociones, abocada únicamente al clan, a sus normas. Nada le es más apasionante.

Siempre estuvo alejada de mis hermanas y de mí… A mí me preparó para erigirme como un gran hechicero y artista marcial, pues heredé un gran potencial mágico. Muchas veces comentó ante los demás miembros del Clan Li, que yo era el muchacho idóneo para sumir la Jefatura del Clan, cuando deliberaban sobre quién debería sucederla a ella.

Tiene preceptos muy claros acerca de la conformación de la familia, cuando se es una mujer joven y viuda del Jefe del Clan Li, a cargo de cinco hijos.

He de confesar que me ha costado comprender su actitud tan férrea y perseverante y dura. Muchas veces, quise abrazarla, conversar más allá de lo estrictamente necesario con ella, pero su gesto rudo, su mirada fría e inescrutable lo impedían. Sus ojos azules son tan helados e indolentes, que lastiman. Y su rostro tan inexpresivo y apático.

Aunque no he dudado nunca de su cariño hacia la familia, ella no lo ha demostrado nunca abiertamente. El deber antes que el amor; el cerebro antes que el corazón. Sus normas han sido muy sencillas: controlar los sentimientos y las emociones y respetar tanto a tus amigos como a tus adversarios. Las cualidades que ella ha valorado entre sus escasos amigos, si es que se les puede calificar como tales, consisten en la inteligencia calculadora, la prudente reserva y el respeto. Suprimir todas las sensaciones, delegarlas a un segundo plano y, si es posible, en lo más escondido del corazón: una tarea colosal… e imposible.

**********************************************

La vista se me nubla a intervalos. La cabeza me duele mucho y la frente me arde…Siento las mejillas calientes. Hoy en la mañana no estaba tan mal, pero con el correr de las horas he empeorado. Sólo espero que no sea grave… Wei ha mejorado, pero yo debo continuar estudiando y trabajando. Aunque cada vez me siento peor…

Me levanto para ir a buscar un informe, pero todo gira a mi alrededor. Doy dos pasos, tambaleante.

—¡Li!—creo que es Daidouji.

Siento que el suelo se acerca muy rápidamente a mi cara, pero alguien me sostiene. Es Eriol.

—Recuéstalo en el sofá—sugiere Daidouji.

Una neblina espesa se interpone entre los demás y yo y apenas soy consciente de lo que sucede. Sólo me percato de que soy alzado del suelo y luego depositado sobre algo muy blando y acolchado. El cansancio y el sueño se vuelven más imperiosos.

—Wei…—murmuré débilmente, ya que me parece que es él quien se inclinaba sobre mí y, en verdad no lo sé, pues la vista se me ha tornado borrosa—… cuida de Sutshiko y Tsé… Wei…

Todo se torna negro.

*************************************

—Syaoran, es una muchacha mucho mayor que tú…—opina Fuutie.

La cena ha terminado y yo he regresado de haber ido a dejar a su hotel a Natalie.

—Tan sólo siete años.

—Además, es fea. Tú la has idealizado. ¿Se dieron cuenta de que no dejó ningún momento de sonreír? Es una sonrisa extraña, como falsa, no se la quita nunca—comentó Shiefa.

—Es una bella sonrisa…

—Hermano, no te quiere, ¿no te das cuenta? Es extraña y parece que siempre está en la luna. Cuando la tía Ieran la sometió al interrogatorio (no lo puedo llamar de otra manera y reconozco que fue bastante descortés de su parte), apenas contestó con monosílabos y su voz es lánguida, apagada. Realmente tampoco comprendió que no fue del agrado de tu madre. Parecía que estuviera en otro lugar—dijo Meiling.

—Pero debes admitir que contestó a todas las preguntas de mi madre…

—Sí, Feimei, pero… No sé… Hay algo extraño en su mirar… Sus ojos no tienen brillo, parecen muertos…

—Es cierto eso, Syaoran, parece muerta con esa piel tan blanca, esos ojos tan pálidos, esa sonrisa tan triste… No hay vida en ella: ni cuando camina, ni cuando come, ni cuando habla…

—Es muy serena…

—No es una buena justificación, hermanito.

—¿Recuerdan cuando nuestra madre le preguntó por qué estaba en Hong-Kong?—preguntó Fanren. Todos asentimos—. Ella contestó que te vino a buscar, hermano… ¿La conocías?

—Debo admitir que no…

—¡Te das cuenta! Si hasta dice incoherencias… ¿Cómo va a venir a buscarte si no te conoce? Es estúpido, inconsecuente.

Yo guardé silencio… Muy pocas veces entendí a Natalie… Hasta ahora no encuentro explicaciones a algunas frases pronunciadas por ella, como por ejemplo: "Te he esperado toda la vida"o "Vine a buscarte".

En ese momento ingresó a la habitación Ieran Li, con su impasibilidad monótona. Se mantuvo en pie, mirándome serenamente, sin embargo, sus ojos azules relampagueaban con cierta fiereza, a pesar de su aparente calma.

—Vive en Inglaterra y ha dejado en claro que sólo ha venido a buscarte, pues piensa partir pronto a su tierra natal contigo. No sabe nada sobre magia. Nada—repitió con disgusto y recalcando exageradamente la palabra "nada"—. Inicié una averiguación en torno a ella, a su vida pasada y he descubierto que no tiene padres, que es…

—¡Basta! No me interesa la información que ha obtenido sobre ella. Yo la amo tal cual es ahora. No me importa su pasado. A mí únicamente me atañe su presente y su futuro, nada más…

—Syaoran, no puedes asumir la Jefatura si estás en Londres. Tú conoces muy bien las reglas, y se amerita estar en la cede misma, en Hong—Kong, para ejercer la Jefatura. Además, estoy segura de que los miembros del clan no aceptarán a Blanc. No tiene potencial mágico e ignora nuestras costumbres, conocimiento básico para ser digna esposa de un Li. Es más, no puedo atribuirle ninguna virtud. Lamento decirlo, pero tiene muchos defectos. Para empezar, no cursó la Universidad, es…

—Agradezco su opinión, madre—la interrumpí, con renovada ira—, pero me casaré con ella—advertí, más calmado.

—Entonces, lamentablemente, no podrás ser nombrado como Jefe del clan Li—amenazó, mientras sus ojos azules expresaban cólera—. Estás enceguecido, y yo ya no puedo hacer nada por ti. Esta es tu decisión y, quiero que sepas, que a mí personalmente me hubiese gustado que fueses tú, Syaoran, quien asumiera la Jefatura.

—Yo también lo lamento, porque me he preparado durante toda mi vida para esta tarea… Y me considero una persona digna de merecerla y de llevarla a cabo a buen término. Pero si usted ha determinado esto... a mí no me queda más que acatar. Yo he sido perseverante en todo lo que usted siempre me enseñó y tengo el honor de decir que hasta hora nunca le he fallado. Ahora, cuando me enamoro de una chica que no es de su agrado, usted se opone y por eso me califica de incompetente para asumir la Jefatura. Es usted injusta—declaré.

—No está permitido cuestionar mis decisiones a un muchacho que no enorgullece a su madre debido a sus infantiles caprichos. Deberás irte de esta casa dentro de esta semana… Y a nadie de nuestro clan le estará autorizado visitarte donde quiera que te vayas, ¿entendido?

—¡Mamá, eso no es justo!—exclamó Fanren.

—Mi ecuanimidad no está en discusión, es la actitud de tu hermano…

—Natalie no se va a casar con usted, madre, sino conmigo—dije, heladamente.

Una bofetada estalló en mi mejilla izquierda. La mano de mi madre enrojeció. Mientras, un dolor intenso se instaló en mi mejilla lastimada. Ella sabe como golpear.

En los entrenamientos, algunas veces, era muy brutal. No conoce la compasión.

—Entonces yo me iré con el joven Syaoran—manifestó Wei, surgiendo en el umbral de la puerta.

—¿Qué dices?—prorrumpió Ieran, fingiendo calma, pero sus labios se tornaron blancos por el encono.

Y la tensión en el ambiente se percibía dolorosamente.

—Que me iré con él—reiteró Wei, sin alterarse, pasivamente—. Yo lo he criado desde que era un bebé. No lo dejaré ahora…

—Como desees…—concedió Ieran, simulando una indiferencia que estaba lejos de sentir.

—Pero, tía, Syaoran debe ingresar a la Universidad, debe pagarla. Usted…—intervino, afligida, Meiling.

—No te preocupes, Meiling. He ganado una beca para estudiar en Londres…—. Dirigí una gélida mirada a mi madre—. El problema de usted, querida mamá, es que ignora lo que es el amor, porque nadie jamás le quiso a usted verdadera…

Pero una nueva bofetada en mi otra mejilla me obligaron a callar. Sabía que mis palabras habían sido ofensivas e hirientes, pero yo me hallaba muy molesto y dolido.

—Esto se acabó. Si Syaoran reacciona y se retracta de sus palabras, podrá regresar a casa. De lo contrario, deberá marcharse, y está terminantemente prohibido que ninguno de ustedes lo apoye en algo—sus ojos se vidriaron efímeramente, pero pronto se repuso—. Buenas noches.

Y salió orgullosa y arrogantemente del cuarto, con la cabeza en alto y los ojos azules tan fríos como siempre. Fríos y altaneros. Sin furia, sin enojo, sólo con una sutil y casi imperceptible chispa de tristeza brillando en sus ojos.

*********************************

Despierto, sintiendo los párpados muy pesados y tanto la cara, como el cuerpo calientes. Un paño húmedo está sobre mi frente ardiente y me refresca. Mi mente discurre lentamente y tengo una gran confusión. Todo está en penumbra, excluyendo la tenue luz que lanza una lámpara cerca de mí. Unos ojos verdes me observan, preocupados… Es Sakura.

—¿Kinomoto?—pregunto, confundido.

—Sí, soy yo. Descansa, necesitas reposo y sueño.

No recuerdo por qué razón estoy en cama. Pero soy consciente de que ella luce muy bella.

—Mis hijos… Wei…

—Tranquilo, pase lo que pase, todo estará bien…

La miro totalmente desconcertado por sus palabras. Me recuerdan oscuramente algo... pero mi mente no es capaz de procesarlas.

—Ayer, con mis amigos—prosigue—, fuimos a visitarlos para informarles de tu situación. Tienes unos hijos preciosos… Se parecen mucho a ti—y sonríe, como sólo ella sabe hacerlo, con esa sonrisa especial, tan tierna y sencilla. Me sonrojé al escuchar sus palabras—. Wei me pidió que te dijese que no te preocuparas.

¿Ayer? ¿Cómo supieron la dirección dónde vivo? Pero el sueño me invade y me duermo.

***************************************

Nunca le dije a Natalie en qué malas relaciones terminé con el Clan Li, después de optar por comprometerme con ella. Tampoco ella preguntó. Era tan callada y sus ojos azules tan lejanos, que no me sorprendió su desinterés.

Nos casamos en Londres, en pleno verano y fuimos muy felices.

Luego yo debí concurrir a la Universidad para proseguir mis estudios y trabajar para mantenernos. Ella siempre estaba en casa, asomada a la ventana, contemplando el cielo. El cielo sin nubes, azul como su mirada ida y la sonrisa triste, quieta, triste. O sentada en una silla, cuando era otoño e invierno, con la vista fija en la puerta, esperando tranquilamente, sin impaciencia, pero siempre tan distante.

La casa en que vivíamos era de ella. Era bonita y pequeña, con muchas ventanas: "Para ver el cielo azul sin nubes", decía ella.

Nos quisimos sin palabras. Ella solía amarme en silencio, pero, de vez en cuando, hablaba… y decía frases incoherentes, susurradas por su voz delgada, monótonamente melancólica y agotada: "Te quiero, ¿por qué tardaste tantos años en volver? Te he estado esperando mucho tiempo… Que bueno que has regresado, no sabes cuánto te he extrañado… Me has abandonado demasiados años…". Yo no comprendía. Nunca comprendí, en realidad. Ella tampoco explicó, y yo no le exigí nada, además. Me bastaba con tenerla cerca de mí, de apreciar cada día sus ojos azules profundos y lejanos y tristes… Tristes e inquietantes como su sonrisa apagada… Y sus labios rojos tan cálidos, tan vivos… Y oír sus palabras… Oír su cándida voz… Ella nunca hablaba, por ello, cuando lo hacía, una tierna alegría me inundaba el alma…Y también me gustaba abrazarla y escucharla decirme: "Te quiero". Y yo guardaba silencio, para pensar dulce y tranquilamente en ella y repetirme una y otra vez, solamente para mí, por qué la amaba tanto. Me bastaba con tenerla cerca de mí para amarla. Ya no sé si la quiero, ahora que no está… No sé, y esta incertidumbre me lastima y el saber que tal vez nunca la amé, me causa una desesperación angustiante, que no comprendo.

*************************************

Despierto sintiéndome débil. Levanto los párpados cansinamente. Me incorporo con cierta dificultad y me siento en la cama, apoyándome en los almohadones. ¿Dónde estoy? No conozco este cuarto tan espacioso, de ventanas tan anchas y luminosas, los estantes arrimados a las paredes cremas repletos de libros, la cama tan cómoda y amplia, el velador con una lámpara sobre él. A pesar de que aún percibo mis miembros agarrotados, me siento mucho mejor, más descansado que la última vez que desperté.

La puerta, al lado derecho, se abre suavemente, y Sakura entra al cuarto. Está muy bonita, tiene los cabellos tomados en un gracioso moño, los ojos esmeraldas risueños y la sonrisa dulce y bella. Se sorprende al verme despierto.

—Ya estás despierto. ¡Qué bueno! Has estado muy enfermo, ¿sabes? Te traeré el desayuno.

Y sin esperar respuesta sale del cuarto. Al rato, regresa con una bandeja con una taza de café y unas tostadas de pan.

—¿Cómo amaneciste?

—Bien gracias, ¿y tú?

—Muy bien—contesta, mientras deposita la bandeja sobre el velador y se sienta en la silla que está al lado de la cama.

—Yo…, muchas gracias… Pero…

—¿Dónde estás?—sonríe, divertida—. Es la mansión de Eriol.

—¿Y por qué no me llevaron a casa?

—Nos preocupamos mucho al ver que te desmayabas y, sin siquiera pensarlo, te trajimos aquí. Está a menos de veinte minutos del trabajo—. Me mira directamente a los ojos, por lo que debo desviar la mirada, sonrojándome ligeramente—. No sabía que tuvieras hijos.

—¿Cómo lo sabes?

—Después de que Eriol te trajo aquí y hubimos recobrado la calma, consultamos al jefe cuál era la dirección de tu casa. Así que fuimos. Nos abrió la puerta un anciano hombre, ¿tu padre?—yo niego con la cabeza en silencio—. Él nos recibió con un pequeño niño en sus brazos y después de contarle lo que te sucedió y de explicarle que era mejor que te recuperaras en casa de Eriol, puesto que era peligroso trasladarte en tu estado a otro lugar, nos rogó que te dijéramos que no te preocuparas. Yo deduje que tal vez, aquel pequeñín es tu hijo, pues el anciano ya es muy viejito. Y además, mientras desvariabas a causa de la fiebre, los llamaste muchas veces. Aunque tú eres muy joven, ¿no? Tendrás la misma edad que yo, ¿cierto? Diecinueve años, quizá.

—Ya veo—observo atentamente sus grandes ojos verdes, expectantes y muy brillantes—. Son dos no más.

—Sí, así me pareció.

—¿Mmm?

—Cuando delirabas, llamabas frecuentemente a tus hijos, Sutshiko y Tsé, a un tal Wei, a Meiling, a Natalie y… y a mí también.

—¿De… de veras?—tartamudeo, volviendo a ruborizarme.

—¿Quién es Meiling?

—Una prima.

—¿Y Natalie?, ¿tu mujer?

—Sí—murmuré, desviando por segunda vez los ojos, sintiendo una incomprensible y extraña vergüenza.

—Debe ser muy bonita, ¿verdad? Me encantaría conocerla. Y Wei, ¿quién es?

—El hombre que te recibió en mi casa… Es la persona que me ha cuidado desde que soy un bebé.

—Ya veo…

—Yo ya debo regresar a casa…

—¡No! Aún estás muy débil. Mi hermano dijo que por lo menos permanecieras dos días más en cama después de que despertaras.

—¿Tú hermano?

—¿No recuerdas? Vino a examinarte Touya, quien es un excelente médico. La verdad, nos tenías muy asustados. Aunque no me sorprende demasiado que lo hayas olvidado, ardías en fiebre.

—¿Cuántos días…?

—Cinco.

—¡No…, no puede ser!

—Si te preocupas lo que piense el jefe, deshazte de ese pensamiento, ya que él nos advirtió que sólo te recibirá cuando estés completamente recuperado. Te has creado una imagen errónea de él. ¿Sabes?, él no es ningún monstruo.

—Es que necesito el dinero—musito quedamente, sintiéndome derrotado.

¿Por qué me enfermé? Un silencio reina incómodamente en la habitación. Y repentinamente un cansancio infinito me invade, pero lo oculto ante Sakura, ya me ha cuidado bastante.

—Debo volver—repito, haciendo amago de levantarme.

—No—se opone con voz firme, sonriéndome a través sus ojos transparentes.

Me empuja suavemente sobre los almohadones, impidiéndome que continúe en mis esfuerzos por levantarme. Frunzo el ceño, algo molesto.

—Es preferible que te recuperes plenamente.

—¡Hay gente que no puede esperar! Mis hijos, por ejemplo.

—Lo entiendo, pero tu salud es más importante. ¿Cómo vas a ayudar a tu familia en este estado? Seguro que Natalie los cuida muy bien y que comprende tu situación. No tienes por qu

—¿Es qué no entiendes?—la interrumpo violentamente—. Natalie… ella… ella…—aprieto fuertemente los puños.

—Haz lo que quieras, yo sólo me preocupaba por ti—manifiesta con timidez, bajando los ojos, un poco triste, mientras su sonrisa se desvanece.

No tolero verla triste. Ella, que es tan alegre, tan feliz, tan risueña. Sólo Natalie puede estar triste, pero Sakura, no.

—Yo no quise… Sólo que… ella… sólo que ella está muerta—digo sin mirarla a los ojos..

—¡Oh! Lo siento, yo no quise ser…

—No, está bien. Después de todo, no tenías cómo saberlo.

Alzo la mirada y me encuentro con sus brillantes y profundos ojos verdes. Y me sonrojo y comprendo, al fin, que la amo. No como a Natalie, este sentimiento es aún más…

—Hola—es Hiiragizawa, que acaba de entrar a la habitación, sin que yo lo percibiera.

—Hola—saludo, algo cortante. Luego, recapacitando—. Gracias.

—No hay de qué.

Nos quedamos observándonos, sin saber que decirnos. O, mejor dicho, sin saber yo que decirle a él, pues Hiiragizawa comienza a hablar con su voz suave y profunda.

—Li, me gustaría que me explicaras por qué no fuiste a recolectar las cartas Clow—me preguntó, y sus penetrantes ojos azules resplandecieron fugazmente.

—¿Cómo sabes que yo…?—mi voz desfallece, estoy estupefacto.

—¿Por qué no fuiste a recolectar las cartas Clow?—repite Hiiragizawa, viéndome a los ojos fijamente.

Sakura también me observa. Está seria. Seria y casi triste y no sonríe. Ella no se sorprende por las palabras de Eriol, por lo que deduzco que está enterada de todos los pormenores. Ella se llama Sakura. Sakura, la Maestra de cartas, ¿por qué no?

—Sakura, la Maestra de cartas—afirmo, aún sin responder a Hiiragizawa.

Sakura da un leve respingo y mira a Eriol, éste asiente.

—Sí, soy yo.

—Entonces, ¿quién eres tú?

—La Reencarnación de Clow Li y tu…

—¡Clow!—exclamo, sorprendido, interrumpiéndole.

—Sí.

Presumo que tal vez ellos no descubrieron mi verdadera personalidad de mago, porque escondí mi presencia. Seguramente, ellos optaron por lo mismo. Y ahora que me he debilitado, he dejado al descubierto mi presencia mágica.

—Y Daidouji, ¿quién es?

—Ella es simplemente mi esposa—replica con una sonrisa feliz—, no posee habilidades mágicas, pero tiene un sexto sentido. Pero me gustaría saber por qué no fuiste.

—Mi madre me lo ordenó—contesto, desviando los ojos, pues la mirada azul e insistente de Eriol, me molesta.

—¿Sabes por qué?

—Ella sólo dijo que el oráculo les había anunciado una profecía, la cual les anunció que los Li no volverían a poseer las cartas Clow porque ya estaban destinadas a otras manos.

—Hay algo más.

—No me interesa saber más, la recolección de las famosas cartas nunca ha formado parte de mí.

—¿No quieres saberlo?

Lo miro, incrédulo. No deseo saber más sobre aquella profecía, ignoro por qué insiste tanto en ello. Sakura parece aún más triste, casi decepcionada. Sus bellos ojos esmeraldas están opacos.

—No me interesa el pasado.

—Está bien, aunque no evitaré decirte que tiene mucha relación con tu futuro—me persuade con su voz enigmática y tenue.

—Prefiero ignorar lo que podría haber sido y no fue.

Sakura se estremece repentinamente y sus ojos se humedecen y rebosan intensa tristeza. Siento una presión en el corazón. Sí, tal vez es temor lo que me obliga a no escuchar las palabras de Eriol.

—Además hay algo más que debo decirte—me dice Eriol, sentándose a mi lado, sobre la cama.

—Más tarde regresaré—anuncia Sakura con voz melancólica, y mientras se va, veo temblar una lágrima diáfana en sus pestañas.

¿Por qué estará tan triste?

—Syaoran…

Miro sorprendido a Hiiragizawa. Sólo mi familia y unos pocos amigos me llaman así.

—…Yo soy tu hermano…

Siento que todo me da vueltas y Eriol me sostiene, recostándome contra las almohadas.

—Yo soy un año mayor que tú. Fui robado de la casa de nuestra madre y, aunque ella intentó localizarme, le fue imposible. Nadie conocía mi verdadera identidad. Pero había profecías que hablaban sobre un mago muy poderoso, el cual nacería en el seno de la familia Li. Otros clanes, aterrorizados ante la posible disminución de su poder, tramaron una conspiración y decidieron matarme, pero este propósito no fue logrado, porque uno de sus aliados los traicionó y me abandonó en Inglaterra. ¿Tú mamá te habrá contado esto, verdad?

Yo asiento débilmente con la cabeza. Nuevamente, el cansancio que me invade se hace más patente y mi visión comienza a nublarse. La voz serena y honda de Eriol me induce a resistir la tentación del sueño. Aún no comprendo a la perfección las palabras de Eriol, ¿mi hermano?, ¿es eso?

—Desde que tuve cuatro años, supe que era un muchacho adoptado en una familia que no conocía la magia. Pero yo descubrí por mí mismo mis habilidades. Y, paulatinamente, supe quién era yo realmente. Averigüé todo lo concerniente a mi abandono. Y hace poco descubrí quién era mi verdadera familia. Nunca imaginé que yo también en esta vida sería un Li. He querido decírtelo desde hace tiempo, pero tú nunca te diste cuenta de que yo necesitaba conversar contigo, siempre parecías demasiado ensimismado.

¿Será verdad?, ¿por qué habría de mentirme? Durante el tiempo que trabajé con ellos me preocupé únicamente de Sakura y de mi familia, no presté atención a nada más. Demasiado ciego, sí. Me mira, y son los ojos azules de mamá que me miran. Recuerdo que mi madre muy pocas veces comentó sobre aquel niño perdido. Sólo se le rememoraba en su fecha de nacimiento: ella se encerraba en su habitación durante todo el día.

—Debes decírselo—le conmino con voz carente de fuerzas, Eriol me mira confuso—…a mamá, digo. Estará muy contenta.

Me sobreviene un ahogo y empiezo a toser enérgicamente, provocándome un dolor agudo al pecho. Apenas distingo sus ojos azules brillantes y profundos entre la niebla que obstaculiza mi visión y que no quiere disiparse. Mis ojos se cierran.

**************************************

Sólo serían dos meses, según el médico, pero trascurrieron las horas, las semanas y los meses. Natalie no volvió a caminar y su mirada se extravió para regresar en el momento del adiós definitivo. Ya no me reconocía. A nuestros niños tampoco. Se ensimismaba en su mundo de ensueños irrealizables. Irrealizables y remotos. Siempre con los ojos azules, como el mar, como el cielo de Hong—Kong, como los de mamá, fijos en la ventana, siempre callada, siempre distante, siempre ajena, siempre sin quererme, olvidado ya en sus recuerdos ajados, resquebrajados en su memoria. Y su rostro apaciblemente bello e inexpresivo se tornó extremadamente pálido, casi gris y el color rojo de sus labios se desvaneció y la llama que algunas veces chispeara en sus ojos tristes y calmados se esfumó. Pero perduraba la sonrisa lánguida.

Ya sabía yo que ella fallecería, que no había remedio para su enfermedad. Los médicos a los que consulté, porque yo la amaba y no vacilé en gastar dinero para un tratamiento, trabajando más y más duro, concordaron en que ella sufría de una extraña depresión, que con mucho amor y cariño reaccionaría y mejoraría. Pero nada surtió efecto, su corazón débil pereció en el momento en que dio a luz. Jamás volvería a ser la de antes. A pesar de todo, yo continuaba amándola.

Ahora no comprendo por qué siento el corazón vacío del amor que siempre confesé profesarle. Prometí recordarla siempre, pero un desasosiego desconocido me acomete, una zozobra que no quiero comprender, una inquietud que me desvela. Es como si nunca la hubiese querido y su recuerdo se desvanece tras una neblina invisible. Pero yo la amé, estoy seguro.

Después de ocho meses de nacer mis hijos, Natalie falleció. Era el primer día de invierno. El cielo estaba gris, poblado de nubes negras. Y ella, apoyada en los almohadones, el cabello negro y ondulado cayéndole sobre los hombros, la mirada azul fija en el cielo, las manos pálidas sobre el regazo, la sonrisa acongojada que esbozaban sus labios marchitos, sin un aliento que expresara vida, tan serena. Tan serena y triste, que sentí que los sollozos me ahogaban de sólo verla así. Pero disimulé y decidí ser valiente y no flaquear.

—Syaoran—me llamó, sin mirarme.

Me senté en la cama, a su lado y suavemente le tomé una de sus manos frías y blancas, pero tan tersas como la primera vez que las toqué.

—Querido mío, no debes sufrir. No te apenes, porque yo siempre voy a estar contigo. Cuando veas a los pequeños, me verás a mí... Pero me verás como una gran amiga, solamente, porque será otra...—y su voz se entristece súbitamente, se quiebra—Deberás perdonarme algún día.

—Yo siempre te querré, Natalie.

—Prometerás recordarme, ¿cierto?—por fin dirigió sus ojos azules a los míos y escrutó con su mirada mi rostro lívido y, por segunda vez, me pareció que su mirada indefinible era milenaria—. No quise causarte daño, no quise, en verdad… Deberás perdonarme algún día, porque si no... Despídeme de mis hijos, ¿me creerías si te dijera que, como todas las cosas, los amé en silencio?—musitó con voz más apagada, sonriendo, apesadumbrada y en sus ojos flotaba una pequeña llama aletargada—. Tal vez no. Gracias…—suspiró cansinamente, melancólicamente—. Me iré hoy. Y pase lo que pase, todo estará bien, Syaoran, siempre estará bien…—y su sonrisa se hizo levemente más grande, más vívida, más tierna, más ingenua y, sobretodo, menos triste.

Asentí con la cabeza, porque no me atrevía a hablar. Sabía perfectamente que mi voz se quebraría y no quería parecer débil ante ella. No quería.

—Creo que te amé. Tal vez, no lo sé. Pero una alegría fugaz y tenue me inunda y me complace íntimamente. Me gusta esta sensación de calma. Esta quietud que me abstiene de rememorar mi vida anterior… ¿Te extraña? Pero te quiero, imagino. En realidad la vida es un camino que tiene un fin y siempre llegas al punto de partida. He olvidado ahora las evocaciones que me apesadumbraban, porque deseo descansar en paz. Esta vida llena de pasiones, de angustias, de tristezas no es para mi frágil alma, mi débil voluntad. Esta vida en que a cada paso nacen imprevistos. No la quiero aceptar, no la puedo aceptar. No fui hecha para luchar. Y ahora un grato placer me embarga, un placer delicioso, un sentimiento distinto a cualquier otro percibido antes, ignorado. En cambio, ahora yo sé… yo sé… que existo aquí y ahora y que jamás volveré a recordar, que mi memoria se quebrará en tantos pedazos que será una tarea imposible volver a juntarlos. Creo que lo que me invade es una dulce felicidad, que me regocija… Syaoran, tú me querrás… Tú sabrás algún día… Tal vez… Eres bello, porque me amas así… Y porque me quieres, eres bueno… Y te quiero porque…—suspiró hondamente y cerró los ojos azules, con cansancio infinito, volviendo a dibujarse en su rostro opaco esa sonrisa triste que le era peculiar. Esa sonrisa de una murria infranqueable, inconmensurable, que dolía más allá de lo imaginable.

Esperé durante muchos minutos volver a ver una vez más sus ojos azules melancólicos y distantes. Esperé que me dijera algo más, que me explicara. Esperé sentado a su lado. Esper hasta que la noche llegó. Esperé, porque en ese instante yo la amaba y simplemente no podía aceptarlo.

Y se durmió eternamente. Y la amé tanto, más que nunca al comprender que jamás volvería a ver el brillo triste de sus ojos azules. Y una pena desconocida me hirió como un rayo y me abatió.

Cuando le besé la frente pálida me estremecí por el contacto, pues estaba muy fría. Y entendí que jamás volvería a contemplar su sonrisa lánguida, que adoraba. Jamás volvería a disfrutar la fascinación que me producía el encanto triste y bello de sus ojos azules como el mar, como el cielo en primavera.

A pesar de que Natalie siempre estuvo ausente en vida, me lastimó enormemente comprender que ahora su ausencia sería física y definitiva.

Amé cada poro de su piel y cada poro de su alma. Amé sus ojos azules como el cielo azul en primavera, su sonrisa extraviada y tiste, su mirada serena y distante, su rostro bello e inexpresivo, sus labios cálidos y vivos y su voz melancólica, frágil. La amé, es cierto.

Pero ahora siento un vacío porque el amor que le profesé ha huido. Y no quiero buscarlo. Tampoco él me encontrará. He concedido una nueva oportunidad a mi corazón, tan sólo después de tres meses de la muerte de Natalie. No comprendo porqué dejé de quererla tan pronto. Ella así lo dijo en su despedida.

Ahora quiero a Sakura, la Maestra de Cartas. A Sakura, tan gentil y alegre. A Sakura con sus ojos verdes y felices, sus modales sencillos y naturales. A Sakura y su sonrisa espontánea, inocente y tierna. A Sakura, que no me ama.

Estamos en primavera. El cielo está tan azul como los ojos de Natalie, despejado, cálido. Los rayos del sol atraviesan el vidrio transparente de la ventana que está frente a mí, y entibia y alumbra el cuarto agradablemente. Los árboles están en flor y todo es verde… Pienso que a ella le gustaría caminar especialmente en un día como éste, junto a mí.

Estoy solo en este inmenso cuarto vacío y no puedo evitar pensar en las palabras de Eriol: "Yo soy tu hermano". Me pregunto si me querrá. Yo debo reconocer que es difícil sentir cariño por un desconocido que declara ser tu hermano, pero lo intento. Ahora siento simpatía por él y agradecimiento, creo que después vendrá el cariño.

He permanecido en su casa dos semanas y han sido Eriol y Daidouji quienes me han cuidado. Me han acompañado calladamente y no han comentado nada sobre lo que aconteció aquella mañana tibia de sol, cuando me enteré de que Eriol es mi hermano. A Sakura no la volví a ver. Sakura no volvió.

Estoy arreglando el cuarto para dejarlo tal cual estaba cuando me trajeron a él. Han sido muy buenos conmigo. Conozco a muy pocas personas de corazones tan generosos, tan honestos y tan transparentes. Ahora puedo decir que tanto Sakura como Daidouji como Hiiragizawa pertenecen a esa exigua cantidad.

Después de terminar y de arreglarme decido buscar a Eriol.

Camino por los pasillos y hay cuartos por todas partes. Debí haberme acostumbrado, pues la casa donde viví junto a mi madre y mis hermanas también es muy grande. Por fin doy con un cuarto en el que escucho a través de la pared la voz profunda y única de Eriol.

Golpeo la puerta suavemente.

—Pase.

Entro al cuarto. Es muy parecido al cuarto en el que estuve yo. Muy iluminado por el sol y el cielo azul resplandeciendo al fondo. Eriol no está solo, Sakura, Daidouji y… mi profesor de matemáticas cuántica de la universidad, Yukito Tsukishiro lo acompañan. Sin embargo, el brillo de los ojos verdes y alegres de Sakura se esfuma al irrumpir yo en el cuarto.

—Li, ¿qué haces aquí?—me pregunta el profesor, con una sonrisa complacida y una expresión de sorpresa.

El profesor es un hombre de aproximadamente veinticinco años. Es bastante joven para ejercer como profesor en la universidad, pero tengo entendido que sus excelentes calificaciones determinaron que los rectores de la casa de estudios le plantearan la idea de una plaza como profesor en la prestigiosa universidad. Es muy alto, de anchas espaldas, delgado, de cabello gris, de tez muy pálida y de ojos grises muy suaves y risueños. También siempre está sonriendo. Su rostro emana paz y serenidad y acogimiento.

—¿Lo conoces?—inquiere Sakura, con sus ojos verdes fijos en los del profesor.

—Sí—contesta él, riendo—. Es mi alumno. Es un chico muy retraído y tímido, pero uno de los mejores de la clase, ¿cierto? Nunca imaginé encontrármelo aquí.

—Es mi hermano, Yukito—revela Eriol.

—¡Oh! ¿De veras?

Yo asiento silenciosamente con la cabeza. Y miro interrogativamente a Hiiragizawa.

—Yukito es el novio de Sakura.

La chica tiembla repentinamente y su novio la abraza con infinita ternura y delicadeza para protegerla no sé bien de qué. En los ojos grises se le nota que la ama de verdad.

Yo, mientras tanto, disimulo mi sorpresa. Tanto el profesor como Sakura, son personas muy extrovertidas, alegres, que se preocupan por le bienestar de los demás, honrados y buenos, en el más amplio sentido de la palabra. Son una buena pareja, son la pareja perfecta, debo admitirlo, aunque me duela el alma.

—Syaoran, ¿cómo te encuentras?

—Bien, gracias, Eriol—. Lo miro con atención y recuerdo lo que tenía que decirle a mi hermano. ¿A mi hermano?, qué raro suena. Suspiro profundamente y procuro que mis ojos no se desvíen en dirección a Sakura—. Quiero darte las gracias por haberme alojado en tu casa y preocuparte por mí. También a Daidouji… Y a Kinomoto. Pero es tiempo de que vuelva a casa.

—¿Por qué no te vienes a vivir aquí junto a tus hijos y a Wei, Syaoran?—Eriol, mirándome intensamente tras sus anteojos.

Daidouji sonreí amable y apaciblemente, Sakura y el profesor miran sorprendidos a Eriol; yo también. Él espera expectante.

—No, gracias—replico con cierta involuntaria brusquedad—. Adiós.

—No olvides que si necesitas ayuda, no dudes en recurrir a mí.

—O a mí—secunda Tomoyo a su marido.

Sakura permanece callada, sin su sonrisa en su lindo rostro, sin su mirar alegre y franco. Por fin, alza sus profundos ojos esmeraldas y comprende la situación. Sacude la cabeza pausadamente y después me sonríe con dulzura infinita. Me sonrojo inevitablemente.

—También a mí—agrega con voz leve y sus ojos se han iluminado tenuemente y se abraza aún más al profesor Tsukishiro, casi como protegiéndose de mí.

—Gracias.

**********************************

He buscado trabajo en otro lugar y, después de un mes, conseguí uno bueno. Para ser honesto, no quiero volver a ver a Sakura… ni a Eriol. A Sakura, porque es la chica que yo amo, que no me corresponde, y no sé como enfrentarla sin demostrarle mis verdaderos sentimientos hacia ella; y a Eriol, porque es mi hermano e ignoro la manera correcta de tratar con un chico que no has querido nunca y que ahora dice ser tu hermano. No sé como comenzar a estimarlo, como quererlo fraternalmente.

Mezo en brazos a Sutshiko, mi hija. Tiene los ojos y el cabello marrones. En eso se parece a mí, dice Wei y yo le creo. Sin embargo, nuestro carácter es muy diferente. Ella siempre se está riendo con una risa fina, sutil y graciosa. Graciosa como su cuerpo frágil y tierno. Graciosa como su mirada inquieta y juguetona. Le fascina reír.

Mezo a Sutshiko frente a la cuna de Tsé, mi hijo, donde él reposa envuelto en un sueño cálido y tranquilo. Él se parece a su madre, porque tiene el cabello negro y algo crespo y sus ojos son azules claros, casi celestes. También le encanta reír. Es muy risueño y contento. Y todo lo que le doy, le gusta.

Me gusta que sea así. Quiero decir, que ambos rían y se expresen y sean felices, que aún no lamenten y sufran la pérdida temprana de su madre. Y también me gusta que no sean serios, como yo. Ser serio te conlleva a ver la vida de una manera muy triste y solitaria.

*************************************

—Le pondremos Sakura, si es niña.

—No—refutó con energía inusitada en ella.

—Me gustan las flores de cerezo—opiné, un tanto desconcertado por su brusca reacción.

—Lo entiendo—respondió simplemente. Y después, con su sonrisa lánguida aún más grande—. Pero ella también se llamará así… Lo comprenderás, algún día—musitó en un leve susurro—. La llamaremos Sutshiko.

—Bueno—concedí. Ella siempre me convencía—. ¿Y si es niño?

—Tsé—contestó, decidida.

—¿Por qué?—pregunté.

—Porque sí…—me miró largamente con sus ojos azules como el cielo—. Porque sí—volvió a mirarme y a sus ojos tristes y desolados asomaron unas lágrimas—… Por él…—y aunque estaba al lado mío, los dos cogidos de las manos, caminando por las calles de Londres, silenciosas y limpias y el sol sobre nuestras cabezas, su mente se distanció de mí y voló muy lejos.

Yo no insistí, a pesar de que no comprendí sus palabras, ¿para qué? Me gustaba su silencio y me gustaban sus misterios inescrutables y su sonrisa apagada y sus ojos azules desamparados y su cuerpo grácil y frágil y su abrazo cálido y su regazo acogedor. Y me gustaba creer que la amaba. Me gustaba.

********************************

Ha transcurrido un año desde la muerte de Natalie y llevo seis meses sin ver a Sakura, a Daidouji y a Eriol, y, no obstante, el amor que profeso a la novia del profesor Tsukishiro se ha intensificado. La extraño casi dolorosamente. No puedo olvidarla. Pienso en ella cada vez más. Sueño con ella casi todas las noches. Sueño que ella me ama.

También echo de menos a Eriol, su serenidad, su calma. Creo que en silencio le tengo cierto cariño. Supongo que eso es bueno. Además, extraño la absoluta franqueza de Daidouji… Y hasta al insoportable del hermano de Sakura.

Mi cerebro y mi corazón están debatiéndose. Uno, quiere olvidar y continuar adelante, indiferente; el otro, recordar, amar a una chica muy especial, aceptar al cariño y aprecio de los demás, abrigar esperanzas cálidas y comprender que no se está sólo, y ansía, sobretodo, volver a encontrar a Sakura en las calles de Londres, frías y húmedas por la rigurosidad del invierno inglés.

Esta lucha interna me deprime y he de confesarme que temo… que tiemblo ante el resultado.

**********************************

Mientras camino solitariamente a casa, bajo un cielo plomizo, cargado de nubes oscuras, me pregunto si Sakura, Eriol o Daidouji habrán comprendido mis sentimientos la última vez que nos vimos. Sakura es muy distraída y esa vez parecía especialmente asustada. A Eriol aún no lo conozco bien, su serenidad tranquila y su callada comprensión… quizá sí… Y Daidouji es muy observadora, por lo que estoy segura de que sospecha de mis sentimientos hacia Sakura.

Yo no he ido a ver a mi hermano; él tampoco me ha visitado. El tiempo ha provocado que me encariñe con él, pero en Eriol ha causado, al parecer, el efecto contrario. Supongo que está bien así. Soy yo una persona demasiado tímida, reservada y fría. Y Eriol es muy distinto a mí, tan sosegado, tan calmado, tan prudente y tan parecido a mamá en apariencia... Sus ojos azules son idénticos a los de mamá. Aunque, he de reconocer, que los de Eriol son cálidos, rebosantes de vida… Además, él siempre sonríe.

Y Sakura, con ella todo es tan diferente. Es tierna, amable y su sonrisa es tan reconfortante, que me conmueve más allá del amor. Pero he de admitir que es increíblemente distraída.

Entro a la casa agobiado por esta infinidad de pensamientos que no tienen fin.

—Joven Syaoran, lo están esperando adentro—me comunica Wei, al ingresar a la casa.

—Gracias, Wei. ¿Cómo están los niños?—pregunto, mientras cuelgo el abrigo en el perchero y me encamino al pequeño cuarto que hace de living—comedor.

—Bien, joven. Pero debo reconocer que la señorita los ha divertido mucho.

—¿Qué señorita?—inquiero intrigado y asombrado.

Sentada en el único sofá que hay en la habitación está Sakura, con los ojos verdes, grandes y brillantes fijos en mí. No sonríe y parece asustada.

—Sakura Kinomoto—y luego Wei se retiró al cuarto de los chicos.

—¿Quie… quieres un café o un té?—tartamudeo ligeramente, a la vez que realizo esfuerzos sobrehumanos para no sonrojarme.

—No, gracias.

A pesar de que el sofá donde Sakura está sentada es ancho, evito sentarme a su lado. Acerco una de las sillas que rodea la mesa del comedor y la coloco frente a ella. Luego me siento y espero. La contemplo disimuladamente y la admiro: viste con gran sencillez y hermosura.

La penumbra del cuarto oculta los rasgos de su cara, pero no me decido a encender la luz. Prefiero verla así, escudriñándola en medio de la negrura de la noche, sin que ella descubra mi inevitable sonrojo.

—Yo no puedo… La verdad es que…

Calla, bajando los ojos, mientras sus manos aferran nerviosamente su bolso.

—¿Qué sucede?—interrogo, ciertamente preocupado por su actitud, ya que ella siempre se comporta muy desenvueltamente—. ¿Le ocurrió algo a Eriol?

—Nada… No le ha ocurrido nada malo... ¿Lo quieres, verdad?—y sonríe con ternura.

Yo desvío la mirada, ruborizándome levemente.

—Él también—prosigue, con voz suave—. Pero no he venido aquí ha interceder en favor suyo. He venido por el asunto de la profecía de la cual te comentó Eriol cuando estabas enfermo…

—En esa ocasión dejé bien en claro que no me interesa saber nada sobre aquello, creo ¿no?…—replico secamente.

—Pero a mí sí. Y en este asunto también estoy involucrada yo…

La observo, desconcertado. Su voz ha sonado resuelta y firme.

—Se supone que tú irías a recolectar las cartas y me ayudarías, pero, como jamás llegaste, la captura de ella demoró más.

—Pero ahora las tienes todas, ¿no?—objeto, interrumpiéndola, un tanto sorprendido—. ¿Cuál es el problema?

—Es que no sólo me apoyarías en la captura de las cartas, sino que también en la transformación de ellas a cartas Sakura.

—¿Y por qué haría eso?

No entiendo a dónde quiere llegar Sakura. Me parece que ahora está temblando. Siento deseos de abrazarla y estrecharla fuertemente entre mis brazos y protegerla y besarla y decirle que la amo. Pero ella está tan lejos de mí. Ella ama a otro.

—Porque...—suspira, cerrando los ojos—… porque te enamorarías de mí.

—¿Eh?—estoy realmente sorprendido, después de todo, la profecía se ha cumplido. Lástima que no lo sepas, querida Sakura.

Ella guarda silencio… Me parece eterno. Y sus ojos verdes, brillantes, vagan por el cuarto, huyendo de mi mirada interrogante. Creo que ahora sí que estoy muy rojo. Pero la noche se ha vuelto más oscura y el cuarto se ha inundado de sombras y, seguramente, Sakura no nota nada extraño en mi rostro, nada revelador.

—Eso no es todo—continúa, fijando los ojos chispeantes en mis ojos, sin que yo pueda esquivarlos—… Yo también me enamoraría de ti…

Se levanta aparentemente tranquila del sillón y se acerca a la ventana, apoya ambas manos contra el frío vidrio y otea el cielo. Entonces me doy cuenta de que sus blancas y pequeñas manos tiemblan.

Las nubes se despejan un momento efímero y un rayo de luna se filtra e ilumina el delicado rostro de Sakura. Se ve más adulta, más marchita, más seria. No como es en verdad ella: sonriente, feliz, ingenua y gentil.

Ha comenzado a llover, es una lluvia copiosa, pero suave. El cielo está oscuro y la silueta de Sakura se me figura como una aparición fantasmagórica… ¿Me querrá?

Los dos guardamos silencio. Los dos nos mantenemos lejos el uno del otro. Pero, sin embargo, en este momento yo amo a Sakura y ella lo ignora. Ella, con su gentil mirada y su afable sonrisa, desconoce que una parte de la profecía se ha cumplido.

—¿Por qué me dices esto?

Mi corazón late desbocadamente en mi pecho y una tenue luz de esperanza ilumina mi ser. Si ha venido a mi casa a decirme todo esto, debe ser porque…

—Debo irme—contesta simplemente, aún sin mirarme, interrumpiendo el curso de mis ilusas cavilaciones.

—Está lloviendo… Espera a que amaine, ¿bueno?—le propongo, sonrojándome de nuevo.

Ella asiente silenciosamente y voltea a mirarme. Me sumo en sus ojos verdes, grandes y profundos. Y la amo. La amo. No como a Natalie. A Sakura la amo con pasión desenfrenada, con fuego inextinguible, con un amor descontrolado y febril. Y sólo deseo complacerla en todo lo que me pida con tal de contribuir un poco a su felicidad, ya que no puedo ser yo el chico que le entregue plenamente el amor que le profesa.

Un trueno estrepitoso resuena en el silencio absoluto que embarga la sombría y oscura Londres y el silencio se torna más denso. Entonces, con violenta rapidez, evoco la conversación sostenida con Wei hace unos días atrás.

******************************************

—Joven Syaoran, le he visto estos últimos meses en una actitud muy pensativa, casi triste, sumido en sus ¿recuerdos o sus anhelos? Francamente, no sabría decirlo. Jamás le he visto a usted así. Y, permítame decirlo, sospecho que está usted enamorado.

Un pequeño escalofrío recorre mi espalda.

—¿Insinúas que he olvidado a…?—pero me detuve razonablemente.

Wei me conoce demasiado bien… Le miro a los ojos directamente, casi desvalido y él comprende.

—Es la muchacha que vino a verte la otra vez… La chica de ojos verdes…

—Le alabo el gusto: es ella muy bella y parece una excelente persona.

—Tienes mucha razón, Wei, pero no puedo evitar sentir cierto remordimiento por olvidar tan pronto a Natalie.

—Usted aún la recuerda y la aprecia mucho.

—Sí, pero sólo hace un año que murió.

—Joven Syaoran, lo importante es demostrar lo que se siente. Creo que a la señorita Natalie le dolería mucho saber que usted rechaza la felicidad por respeto a su recuerdo. Sonaré duro, pero usted ya no la ama como antes, no aparente lo contrario.

Le observo sorprendido. Quiero reprenderlo, pero no puedo, porque en el fondo sé que Wei tiene razón.

—Señor, la señorita Natalie está muerta, la señorita Sakura, viva… ¿Cuál cree usted que es la elección correcta: vivir el pasado eternamente o aceptar esta nueva oportunidad que le ofrece el destino?

—Wei, pero ella ama a otro.

—Creo que usted debe decírselo—me aconsejó únicamente, con una sencillez extraordinaria, como si fuera muy simple.

Y realmente, es sencillo: sólo decir cuatro palabras: Sakura, yo te amo.

Continuará pronto...

Nota de la autora: gracias por leer el segundo capítulo y espero que les haya gustado. Cualquier opinión enviarla a lejos_en_el_cielo@hotmail.com

También gracias a las personas que enviaron reviews, dándome su opinión.