Pase lo que pase, todo estará bien.
Natalia
(Palimpsesto)
Un nuevo trueno estalla en medio del tenebroso y negro cielo ahora cuajado de nubes inquietas. Regreso al presente y las palabras de Wei retornan conmigo con mayor fuerza y golpean mi corazón duramente. Ella está aquí. Bella, ingenua y buena, y, sobretodo, viva.
—Tú no sabes…Yo…—Sakura me mira distraídamente, aún no comprende. El corazón se me contrae dolorosamente—… Yo te quiero… Te amo, Sakura—confieso, sintiendo de pronto arreboladas las majillas de rojo, bajando los ojos, y percibo como los suyos se detienen en mí intensamente.
A pesar de mi vergüenza, de mi calor embargando cada parte de mi cuerpo, su nombre entre mis labios me suena a miel, en medio del silencio espeso que nos rodea, en medio de la tormenta que se desencadena afuera, lejos de nosotros.
—¿Cómo?—se calla, comprendiendo y suspira, dirigiéndome una mirada cargada de tristeza y pesar—. Lo siento, pero tú sabes… bien sabes que Yukito está conmigo. Tenemos serios planes para casarnos—su voz tiembla, frágil—. Nos amamos—agrega y ahora su voz denota fuerza y una profunda convicción.
—Está bien… No importa… Fue mi culpa, no debí decirte esto… Discúlpame—le pido, frustrado, avergonzado, herido. Herido por sus palabras sinceras, porque debido a ellas yo ya no puedo conservar conmigo ni siquiera una esperanza.
Un acerbo desconsuelo se extiende desde mi corazón hacia cada partícula de mi cuerpo. Pero es una sensación intangible, inexacta… que provoca mayor daño que el dolor físico.
Afuera la reverberación de la lluvia trepa por las paredes y las atraviesa. Un auto se detiene y luego unos pasos rápidos, chapoteando en los charcos de agua. Afuera, tan lejano a nosotros, es como si el tiempo se hubiese detenido bruscamente: yo la observo intentando ocultar mi amargura, mi desilusión; ella permanece en silencio y sus ojos, fijos en mí, lucen tristes. Tan distinta con respecto Natalie y, sin embargo, tan similar. Ese silencio tan hondo que habla más que mil palabras. Ese silencio que me tortura, que pensé jamás revivirlo. Ese silencio lleno del eco de la lluvia.
—No me pidas disculpas—sonríe durante un momento, pero la tristeza perdura en su rostro bonito y afable—. Debo irme—reitera, caminando hacia la puerta.
—No, por favor, no te vayas—le pido, intentando disuadirla, eludiendo sus ojos, casi expectantes—. Puede hacerte mal… Y me disgustaría mucho si sé que por venir a verme te has enfermado.
—Debo irme—rehúsa tercamente.
Me da la impresión de que intenta huir de mí, escapar de mis palabras, pero es inútil, porque mis palabras son indelebles. Mis palabras están escritas con fuego eterno. La sonrisa de Sakura, su hermosa y risueña sonrisa, se ha desvanecido en la melancolía que nubla su rostro bello y noble y sus ojos verdes reflejan una aguda pena.
—Dormirás en el cuarto en el que duermo yo—ofrezco, encaminándome hacia él.
Ella permanece allí, de pie ante la ventana, quieta, reacia, rogándome con la mirada que desista. Sus ojos y los míos enfrentándose. Yo me sonrojo, pero le sostengo firmemente la mirada, instándola a que acepte mi proposición y ella baja los ojos verdes y brillantes, avergonzada.
—¿Y tú?—pregunta débilmente, vencida por mi tenacidad.
—Donde Wei.
—¿Estarás bien?
—Pos supuesto—sonrío.
Ella también sonríe. Es una sonrisa temblorosa, tímida, pero una sonrisa, al fin y al cabo. Una chispa titilante surge en sus ojos verdes acuosos antes opacos y tristes y una nueva esperanza ilumina mi corazón lastimado y crepita como llama ardiente, pero prefiero esperar en el silencio hondo, inherente a esta casa.
—Gracias y…
Unos suaves golpes en la puerta interrumpen abruptamente sus palabras. Ella me mira sorprendida. ¿Quién será a estas alturas de la noche? Todavía llueve. He estado tan absorto en la conversación que no he oído los pasos acercándose.
Entreabro la puerta, pues temo que sea un maleante. El aire frío se cuela por la rendija y me estremezco. La noche es muy oscura y no consigo distinguir la silueta que se recorta afuera. Un rayo, que convierte la noche en día fugazmente, viene en mi ayuda.
—¡Profesor Tsukishiro!—exclamo sorprendido, al reconocerlo.
—Yukito—susurra en un murmullo ahogado, como un débil gemido de dolor, Sakura, quien se asoma detrás de mí.
—Joven Li, buenas noches. Sakura…—la llama.
—Pase, por favor—lo invito, sintiéndome derrotado al observar como Sakura corre a los brazos abiertos del profesor y ambos se estrechan con profundo sentir.
Creo que ninguno de los dos me oye. Es más, creo que han olvidado mi existencia, porque han comenzado a hablar despreocupadamente, ignorándome. Yukito Tsukishiro apoya la barbilla sobre la cabeza de su novia y enreda sus manos en los sedosos cabellos castaños de Sakura y luego suavemente acaricia su espalda. Entretanto, Sakura se acomoda en el hueco tibio que le proporciona el cuello y el hombro del profesor. Desde donde me encuentro noto como la figura delgada de la chica se estremece violentamente. Tal vez llora. ¿Por qué, Sakura?
Yo también siento deseos de llorar: debo suspirar hondamente para controlar los violentos sollozos que me ahogan. Ellos se aman. No puedo odiar al bondadoso y afable profesor, no puedo considerarlo siquiera mi rival, porque Sakura simplemente no me ama.
—Yukito, perdóname…
—Estaba preocupado, mi pequeña Sakura—habla con voz frágil el profesor—, pensé que te habías marchado. Pero Tomoyo me explicó a que viniste a casa del joven Li y me tranquilicé. Pero, durante esas horas de incertidumbre, te extrañé demasiado, mi pequeña flor. No pude esperar y salí a buscarte. Vamos, es hora de partir, el auto nos espera. Buenas noches, joven Li–me dice mirándome, sonriente.
Sakura se desprende lentamente de los brazos de su novio y se gira hacia mí. Aún hay huellas de lágrimas surcando su rostro bello y pálido. Durante un segundo, parece titubear, pero luego me sonríe, aunque la angustia no se borra de sus ojos verdes y grandes e infinitos, como la noche que nos abriga.
—Gracias, Li—me mira largamente—. Mañana vendré… Mañana, Syaoran—finaliza la frase pronunciando pausadamente mi nombre.
Mi corazón se acelera y sus latidos dan la impresión de impregnarse en el silencio profundo que entre nosotros se ha establecido.
Los veo marcharse cobijados por el manto oscuro y hermético de la noche, entrelazadas las manos. Los veo irse amándose, olvidándome. Oigo sus pasos retumbando en el suelo.
Cierro la puerta y me apoyo tras de ella. Las ganas de llorar se han intensificado aún más y, sin poder evitarlo, las lágrimas resbalan calladas por mis mejillas. Sakura…
El sueño se posesiona de mi cuerpo, a pesar del constante murmullo de la lluvia y el aullar del viento, que de pronto se ha vuelto fuerte, y dificultosamente logro llegar a mi cama.
Mañana, Sakura, mañana.
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Entre las brumas de la mañana se asoma cálidamente el sol, dispersando con sus rayos luminosos las nubes y descubriendo a su paso pálidos retazos de cielo. Sin embargo, en esta mañana el aire se respira frío y húmedo.
Hong-Kong no se parece en nada a Londres. Allá hasta en invierno el calor hace furor. Ahora me doy cuenta cuánto lo extraño, su mar, su cielo azul, su aire. Allá en casa solíamos esperar la lluvia con ansias y allá nunca nevaba. Extraño a mamá, a mis hermanas, a Meiling. Me pregunto si madre ya sabrá que Eriol es su hijo. Tal vez debería llamarla.
—Joven Syaoran, hoy está usted muy pensativo.
Estamos sentados a la mesa tomando café. Aún es temprano y los niños duermen profundamente. Wei me conoce demasiado. Es como mi padre, pero no lo es. Mas no permitiré que no sea el abuelo de mis hijos. Entre él y yo siempre nos separó el trato formal que me otorgaba por orden de mi madre y que Wei mantiene férreamente a pesar de encontrarnos solos y a pesar de mi oposición, pero con mis hijos no será así.
—Recordaba Hong-Kong, Wei. Recordaba su calor.
—¿Piensa regresar pronto?
—Hoy doy tal vez pueda contestarte esa pregunta.
Él me mira un tanto curioso y luego sonríe con agrado.
—Realmente la ama, ¿verdad, joven Syaoran?
—Nunca podré ocultarte algo, ¿cierto?—sonrío—. Ella vendrá hoy quizá.
Bebo un sorbo del café amargo, evito los ojos negros y brillantes de Wei, porque un calor violento ha invadido mis mejillas.
¿Es que siempre será así? A veces soy demasiado tímido. No sé como Sakura no comprendió antes mis sentimientos, pero ella también es demasiado distraída. Y no lo hallo malo, me gusta que sea así: tan inocente y gentil. Me gusta que sonría siempre alegremente y que sus ojos verdes revoloteen inquietos y me gusta oír su risa franca, límpida, su trinar de golondrinas.
Un llanto violento reclama mi atención. Por lo estridente de los gritos debe ser Sutshiko. Seguro que ya despertó y quiere su mamadera. Primero, me acerco a su hermano que ya está silenciosamente despierto y veo sus ojos tan azules y nítidos, y recuerdo irremediablemente a su mamá.
Pero Natalie parece tan lejana ahora. Su tristeza y sus ojos azules se han desvanecido con el tiempo. Y pensar que imaginé que nunca la olvidaría.
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Es tarde ya. El día ha transcurrido muy lentamente y yo he estado sentado frente a la ventana, leyendo sin leer, esperando. El cielo se ha teñido de rojo y las nubes se han tornado rosadas. Mis hijos ya están en los brazos de Morfeo y Wei ha ido a descansar. Últimamente se cansa muy pronto y eso me tiene un tanto preocupado, aunque deber ser a causa de la edad.
Violentos golpes en la puerta me distraen. Me incorporo con rapidez. Tal vez es Sakura, quiero que sea Sakura, con sus ojos verdes brillantes y su rostro hermoso, pero lo dudo, pues creo que ella nunca golpearía la puerta de manera tan fuerte e insistente.
—¡Meiling!—exclamo estupefacto.
—Hola, querido primo, tanto tiempo, ¿no?—dice ella, sonriendo felizmente—. ¿Puedo pasar?
—Claro, ven—la invito, aún sorprendido por su inesperada visita—. Pásame los bolsos, yo te los llevo.
—Gracias, Syaoran.
Mientras dejo sus maletas en una esquina del living-comedor, pienso que Meiling, mi prima, mi hermana, está más bonita y lleva el pelo suelto, parece una mujer ya, no como la niña con la que yo compartía juegos y conversaciones. La última vez que la vi fue hace más o menos dos años y medio. Los ojos canelos, locuaces y expresivos, le brillan intensamente y la sonrisa resplandece en su rostro jovial y risueño.
—Has de venir exhausta, ¿no? Siéntate a la mesa, yo te traeré algo para comer.
—¿Y cómo están Tsé y Sutshiko?, ¿y Wei?
—Todos bien, gracias. ¿Y allá?
—Bien—contesta, un poco desanimada—. Aunque tu mamá ha estado muy extraña.
—¿Cómo es eso?—le pregunto, mientras le ofrezco una taza con café y un poco del almuerzo, arroz con carne, que quedó y me siento al frente con mi propia taza con café.
—Pues cuando te fuiste, ella se tornó más seria. Sí, no me mires así, aún más seria de lo que es. Se puso más triste y ni hablar de su carácter: agrio. Te quiere mucho, Syaoran, y te extraña sobremanera.
—¿Ella te mandó acá?
—No, sabes bien lo orgullosa que es.
—¿Entonces?
—Le dije que iría a ver a una amiga que vive en Pekín, y ya ves, aquí me tienes—suspira largamente—. Está casa no se parece en nada a la de Hong-Kong. ¿Cómo lograste acostumbrarte?
—Nunca me gustó demasiado la casa de allá, muy grande y espaciosa y muy fría.
—¡Pero si allá nunca hacía frío!—exclamó mi prima con los ojos muy abiertos.
—No me refiero a ese tipo de frío, Meiling. Todo allá era muy ordenado, muy protocolar. En cambio acá, con Natalie, a pesar de su silencio, de su ausencia, nos amábamos. Y esta casa sencilla, tranquila me fascina. Se puede pensar libremente.
—Nunca he comprendido por qué la amaste tanto, Syaoran.
La observo en silencio. No puedo contestar a esa pregunta. Sí, una vez amé a Natalie, sus ojos azules y mucho más, pero ahora mi corazón es de otra persona.
—Cuéntame de ti, Meiling. ¿Cuánto te quedarás?
—Hoy y mañana, recuerda que hice una escapadita, tu madre aún mantiene firme el veto para ti. Y además, tengo que ir a clases, en la Universidad.
—¿Y qué estudias?
—Medicina, quiero ser pediatra, me encantan los niños.
—¿Y cómo te ha ido?
—Bien, por suerte. Tú sabes cuánto me cuesta estudiar, pero debo decirte que me he esmerado enormemente y que mi empeño y perseverancia están dando buenos frutos.
—¡Felicitaciones! Siempre supe que eras muy capaz.
—Supongo que tú eres el mejor de tu clase, ¿no?—repuso con una sonrisa traviesa.
—Más o menos—replicó, sonrojándome.
—¡Más o menos!—y estalla en risas juguetonas y fuertes.
—Los niños y Wei duermen, Meiling—la reprendo.
—¡Ah, bueno! Ya estás más serio.
Me mira con sus grandes ojos marrones y siento que ha pasado demasiado tiempo y que no lo podremos recuperar. No es como si yo volviera al pasado y sostuviéramos una de nuestras conversaciones. Ella ahora es más madura, más seria.
—¿Extrañas a tía Ieran?—preguntó de pronto.
—Claro, Meiling, extraño a todos los de la casa, especialmente a ti.
—A mí…—suspira cansinamente y luego continúa—. Llegó una carta hace aproximadamente un año o menos tal vez. Era para tía Ieran. Se trataba de Eriol Hiiragizawa, ¿lo conoces?—asiento serenamente, ya sé lo que viene—. Él le escribió a tu madre, diciendo que él es el otro Li, tu hermano, Syaoran, ¿ya lo sabías verdad? También vino a vernos… Sí, me dio la impresión de que es un muchacho muy simpático y amable, ¿no te parece?—asiento y quiero agregar unas cuantas palabras a su favor, pero Meiling sigue parloteando, inmutable—…. Aunque algo enigmático, ¿verdad? A la tía le costó mucho esfuerzo para mantener la compostura, ya sabes como es ella… Pero dime, ¿cómo lo conociste?
—Es una historia larga—repongo, sin muchos ánimos, prefiero escucharla, así como antes.
—Yo estoy dispuesta.
Suspiro profundamente. Será una larga noche, pero me siento feliz.
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Sakura no regresó aquel día, ni el día siguiente y hasta hora no ha vuelto. Ya casi van tres meses. Yo tampoco he querido ir a buscarla.: prefiero la inseguridad a la verdad. La verdad puede ser muy dolorosa y a mí me gusta esperar, creo que esa costumbre la aprendí de Natalie.
Meiling hace muchos días que partió. Compartió y jugo muchos con mis hijos, volvió a ser niña. Me dio mucha alegría verla de nuevo, pero nuestra despedida fue triste. Creo que ella nunca será feliz, pero debe darse una segunda oportunidad, debe intentarlo. La vida tiene muchas vueltas, como dijo ella.
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—¿No quieres acompañarme, Syaoran?—me propone, alegre—. Tía Ieran te recibirá, feliz. Ha sufrido mucho, ¿sabes?
—No puedo Meiling. No puedo.
—¿Por qué?
—Me he enamorado de una chica—contesté con simpleza. Siempre he confiado en ella y pensé que ya había dejado atrás aquello sentimientos que albergaba cuando era más niña—. Y necesito esperar su respuesta.
—¿Te has enamorado, Syaoran?—musitó quedamente.
Sus ojos, casi rojos, estaban anegados de lágrimas puras y me abrazó con fuerza, con desesperación y luego estalló en sollozos dolorosos. Yo le sobaba la espalda, procurando calmarla.
—Nunca me vas a amar, ¿verdad?—me preguntó con la voz rota y sin mirarme.
—Siempre te he considerado mi amiga, mi hermana no más. Pensé que ya habías dejado aquello.
—¿Cómo podría? Te amo, Syaoran, te amo tanto. Ahora tenía una secreta esperanza, pero tú me has olvidado y no me has concedido ni siquiera una oportunidad de intentarlo.
—Meiling, no llores.
—Syaoran, prométeme que si no resulta lo tuyo con aquella muchacha me llamarás. Promételo.
—Meiling, yo nunca te voy…
—No digas nada, no quiero saber. Por lo menos, permíteme esta esperanza tibia. Tal vez algún día. No me digas que no. La vida tiene muchas vueltas, ¿sabes? Y tal vez…
—Debes ser feliz, Meiling. Muchos te han de querer. Eres hermosa y tienes un espíritu emprendedor y valiente. Apuesto que les has negado la oportunidad a muchos, como tú me acusas de que te la he negado yo. ¿Por qué no lo intentas?
—No sabes qué daría por sentir a mi voluntad, pero no se puede, Syaoran: el corazón no acepta órdenes. Yo sólo te quiero a ti. Quiero tus ojos, tus labios, tu mirar. Te quiero tanto.
—Meiling, no llores. Me duele verte así.
—Y a mí me duele más quererte de esta manera, sabiendo que no seré para ti más que tu amiga de infancia, tu prima, al fin y al cabo, porque eso es lo que somos.
—Yo daría todo lo que tengo por verte feliz. Pero no puedo entregarte mi amor, porque no te amo como mujer, y ambos sufriríamos esta mentira.
—Como siempre, tienes razón—su voz continúa siendo ahogada e infinitamente triste—. Debo resignarme. Mi único consuelo, Syaoran, es que tú seas feliz.
—No, Meiling, tu consuelo será que tú seas feliz. Date una oportunidad.
Se separó de mí con fuerza. Tenía el rostro lleno de lágrimas y el corazón se me contrajo. Ella sufría sin merecerlo. Le acaricié los cabellos sueltos y negros. Ya no éramos los mismos.
—Adiós, Syaoran…
—Meiling, que te vaya bien.
—Adiós—se despidió, besándome breve y suavemente en los labios. Sentí el regusto a sal de sus lágrimas.
No miró para atrás en ningún momento.
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Golpes suaves en la puerta llaman mi atención. El corazón me late con fuerza, con paso firme y ademán decidido abro la puerta. Afuera, bajo el cielo azul de la primavera, está Sakura. Sakura con sus ojos verdes y felices, Sakura con su sonrisa vívida. Sakura es quien me sonríe y es Sakura quien me abraza con dulzura. Siento mi cuerpo estremecerse. Y el olor de su cabello tan cercano a mí, acariciando mi cuello, impregna el aire. Su fragancia suave, dulce, llenando el cuarto, invadiéndome. Y sus labios sobre los míos, húmedos, suaves, con sabor a miel.
Nos separamos y nos miramos, los dos completamente rojos. Entrelazadas las manos y en silencio la conduzco adentro. Y juntos nos sentamos en aquel sofá estrecho y nuevamente nos miramos. Yo la amo y creo que ella también me ama. El corazón me golpea tan fuerte el pecho que Sakura debe oírlo palpitar.
—Sakura…
—Yo te quiero, Syaoran… Prometí volver, pero no me sentí con la suficiente valentía para regresar al día siguiente y encararte, sin cuestionarme permanentemente los sentimientos que me ligan a ti. Esa noche Yukito ya sospechaba y me dolió mucho su sufrimiento, ¿sabes?—y los ojos se le llenan de lágrimas, oprimiéndome el corazón—. Y yo continué con nuestra relación… Hasta que comprendí que lo que me unía a él ya no era amor y que juntos sólo sufriríamos más. Él también entendió—la voz se le quiebra brevemente, y suspira—. Te amo mucho, Syaoran. Eriol tenía razón—la miro, desconcertado e interrogante—. No podemos cambiar el destino.
La abrazo con inmenso cariño y su cuerpo se estremece entre mis brazos.
—¿Lloras, Sakura?
—Llevé más de cinco años pololeando con Yukito… Reconocer que te amo significó terminar con él, ¿comprendes? Lo he hecho y…
Sus sollozos se vuelven más fuertes. Sus hombros trémulos se sacuden ligeramente y sus ojos inundados de lágrimas enrojecen. Le acaricio con paciencia, con dulce y tierna paciencia las mejillas, intentando borrar todo rastro de lágrimas, pero no surte efecto.
Voy a la cocina y preparo un vaso de agua. Vuelvo y se lo paso. Ella lo sostiene, y a través de sus brillantes ojos me da las gracias, porque no es capaz de hablar. Lo bebe calmadamente, mientras suspirando va sosegándose.
Me siento a su lado en el sofá crema y la abrazo acogedoramente. La amo tanto. Hace tantos meses que anhelaba ansiosamente hacer esto. Ella apoya su cabeza en mi hombro y mis manos rodean su espalda torpemente. Percibo el calor que se desprende de su cuerpo delgado, querido, añorado. Es una sensación muy grata y plácida. Sentirla cerca de mí, es un sensación inigualable, indescriptible.
De pronto, Sakura se zafa del cálido abrazo y toma la mano con que suavemente le prodigaba caricias tiernas y consoladoras. Y me dirige a mí sus desolados ojos verdes. Sus profundos ojos verdes. Los ojos que yo amo.
—Creo que le dolió mucho… Éramos felices… O eso creo… Y yo le quería, pero—ahora me doy cuenta—sólo lo quería como un gran amigo… Sigo queriéndole, él es tan bueno. No pienses mal, Syaoran, yo te amo y no me arrepiento de mis palabras ni de mis actos—me sonríe levemente—. Pero Yukito sufre mucho y me haría muy feliz verlo a él recuperar la alegría olvidada.
Me mira con sus profundos ojos verdes. Me mira con gran pena, desconsoladamente. Y nos besamos suavemente. Me sonrojo enormemente y ella, ruborizada también, sonríe con ternura iluminando sus tristes ojos esmeraldas…Y sonríe con su sonrisa transparente y franca. Y sonríe para mí. Sonríe, aliviada, porque me ha dicho que me quiere. Entonces suspira y con su verde mirada fija en mis ojos, comienza a relatar:
—Tenía yo once años cuando conocí a Yukito, como un gran amigo de mi hermano. Eso me sorprendió porque Touya nunca llevaba amigos a la casa. La simpatía y dulzura de Yukito me cautivaron y sus ojos tan expresivos me fascinaron mucho… y me enamoré de él…
"Entonces aconteció el famoso asunto de las cartas y ahí me enteré de la verdadera identidad de Yukito: Yue. Yue es el guardián de las cartas, un ser atormentado por su doloroso pasado, un ser que no sabe demostrar sus sentimientos, sus emociones más íntimas. Una personalidad tan distinta a la amable y cariñosa actitud de Yukito. Y, sin embargo, aún seguí queriendo mucho a Yukito, aunque Yue me advirtiera que la atracción que sentía hacia Yukito se debía única y exclusivamente a la emanación del poder de la luna que nacía de él… Pero yo no le creí, yo estaba segura de que lo amaba…
"A los catorce años ya éramos novios, nos queríamos mucho. Creo que nos complementábamos bien, porque éramos muy parecidos. A los dos nos gustaba realizar actividades parecidas y compartíamos muchos ideales.
"En ese entonces, junto con Tomoyo nos ganamos una beca para estudiar aquí en Londres y en compañía de Touya y Yukito, viajamos a casa de Eriol, que nos invitó a vivir a su casa, pues él con Tomoyo ya se habían declarado su mutuo amor y no querían seguir viviendo separados. Además, su casa es bastante grande…
"Cuando te conocí no sentí nada hacia ti, salvo simpatía… Ese día, cuando llegamos a casa, Eriol comentó que una extraño sensación le había recorrido el cuerpo en el momento en que te vio. Averiguó sobre ti y descubrió tu verdadera identidad. Entonces nos llamó a Tomoyo y a mí y nos contó toda la verdad: que tú eras su hermano, que eras un mago muy poderoso, que eras el chico que debió ayudarme en la recolección de las cartas, el muchacho que se enamoraría de mí y, finalmente, el chico al que yo querría… Esa idea me pareció inconcebible, porque yo, sencillamente, amaba a Yukito.
"Intenté que esto no me afectara… Pero las complicaciones empezaron cuando te enfermaste. Mientras estuviste en la casa de Eriol, yo comencé a sentir hacia ti más que una simple amistad… Y me aterré de sólo pensar que te podía amar y la idea de abandonar a Yukito por ti fuese factible. Por esa razón, me comporté un tanto distante y fría contigo cuando te mejoraste, ya que mis propias dudas me consumían lentamente.
"Mientras tanto, la relación con Yukito se fue deteriorando paulatinamente. Creo que él jamás sospechó nada, pues al notar que yo cada vez estaba más triste, más lejana, lo atribuyó al cansancio por los estudios y el trabajo. En realidad no sospechó nada hasta que le revelé la verdad sobre ti. Necesitaba que él lo supiera, para que me retuviera, para que me mantuviera junto a él, porque yo tenía miedo, mucho miedo. Pero seguía pensando en ti, día y noche me atormentabas.
"Luego decidí contarte la verdad a ti. Confiarte la profecía que tú desconocías. Pensé que dirías que nuestro probable amor era una completa locura, que te reirías o algo así… Yo aún estaba muy arraigada a Yukito y esperaba esa respuesta tuya para así derribar en mi corazón cualquier atisbo de esperanza de ser correspondida, porque muy en el fondo de mi ser yo ya te amaba y abrigaba una secreta ilusión de que tú también me quisieses, que no era capaz de reconocer en esos días, negándome inútilmente a ser honesta conmigo misma… Jamás imaginé que tú me revelarías que, efectivamente, me amabas. Nunca noté en ti sentimientos por mí más que los de una simple relación de trabajo y agradecimiento. Eso no entraba dentro de mis proyecciones y me asusté y me entró un pánico horrible, una inseguridad que me angustiaba.
"Prometí volver a la mañana siguiente, explicarte… Pero no pude, mi corazón estaba luchando violentamente con mi razón. Durante esos días comprendí, al fin, que te amaba, y que no podía concebir la vida sin ti sabiendo que tú me correspondías. Cada día me era más penoso y difícil resistir la tentación de ir a verte y besarte y decirte cuánto te amaba.
"Admiro a Yukito por su humildad y su honradez, y por eso yo no podía fallarle. Después de aquel día que vino a buscarme a tu casa, él comenzó a sospechar que tal vez su pequeña flor se iría de su lado e intentó retenerme, amándome aún más, si eso ya era todavía posible. Pero el amor es una enfermedad que no tiene remedio y decidí hablar con él y decirle la verdad. Decirle que ya no lo amaba, porque él me amaba demasiado y no podía continuar con esa farsa.
"—Sakura, ¿estás bien? Tienes el rostro pálido—exclamó, alarmado, corriendo a abrazarme.
"—Yukito, tú sabes que te quiero muchísimo, ¿verdad?—le dije, mientras permití dócilmente que él me cobijara entre sus brazos cálidos.
"—¿Qué pasa?—se separó de mí lo suficiente para que nuestras mirada se encontraran y yo observara en sus ojos preocupación y temor.
"—Que me he enamorado de Syaoran Li…—musité con timidez, mirándole a los ojos grises con decisión. No debía avergonzarme de mis sentimientos, no debía engañarlo.
"—¿El hermano de Eriol?—susurró, desviando los ojos con pesadumbre.
"—¡Oh, Yukito, lamento provocarte este dolor! ¿Pero preferirías que te ocultara esta verdad?
"—Claro que no, pequeña Sakura. Y te agradezco tu sinceridad... Además, yo ya sospechaba que esto sucedería. No te extrañes, siempre has sido muy extrovertida y he leído en tus ojos tu lucha interna, pero guardaba en mi corazón una ligera esperanza… No te entristezcas por mí, pequeña Sakura—sonríe con melancolía y a sus ojos asoman lágrimas—. Es el destino…
"No sabes, Syaoran, cuánto me costó separarme de él. Viví momentos inolvidables con Yukito, compartí mi adolescencia con él y nos amamos. Y saber que él es presa ahora de la tristeza por mi culpa me entristece enormemente. Yukito con los demás y, principalmente, conmigo, trata de disimular su angustia, lo sé, y me duele. ¡Y no sé como apoyarlo en estos momentos! ¡Dime, dime, Syaoran! ¿Qué puedo hacer?"
Me quedo mirándola detenidamente, sus ojos verdes inundados de tibias lágrimas. Ella sufre por el sufrimiento de Yukito. Ella es siempre muy buena y generosa. Y la amo.
—Nada—le contesto, estrechándola nuevamente entre mis brazos con más ternura si cabe—. Nada, Sakura, porque él sabrá comprender. Y en estos momentos él necesita sobretodo tranquilidad, la cual sólo la pueda proporcionar la soledad.
—Syaoran…
Nos besamos con pasión. Me gusta la sensación que me provoca este beso dulce, deseoso, anhelado por largo tiempo. No es el beso ausente de Natalie, es un beso rebosante de sentimientos, del amor profesado por los dos: Sakura y yo. Quiero sus ojos sinceros y hondos y expresivos y sus labios tersos y sus mejillas suaves y su corazón vivo y amante. La quiero a ella conmigo.
—Sakura, tú sabes que yo soy padre…
—Shshshs…—me chista, poniendo un dedo sobre mis labios—. Todo lo que es tuyo es mío y todo lo que es mío es tuyo. Te quiero, Syaoran y quiero a tus hijos también.
—Sakura…
—Te quiero…
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Sakura me ama y aquello me proporciona una felicidad infinita. Ella es diferente a Natalie, ella se preocupa por mí, está atenta a mis problemas, a mis tristezas. Pero yo no quiero hablarle sobre mí, no quiero apenarla con mis pesares. A mí me fascina su alegría genuina, de la que yo carezco, yo admiro su capacidad para ser feliz en cada minuto de la vida, aprecio su alegría risueña, de la que me llena casi todos los días que podemos vernos. Ella siempre viene a verme.
Escribo a mi madre, avisándole que me casaré con Sakura. Ella y yo lo hemos decidido casi tácitamente. Simplemente, nos amamos. No quiero conversar con mamá y explicarle, siento que ya somos personas muy extrañas.
—¿Qué le dices?—inquiere Sakura, sentándose a mi lado, a la mesa.
Yo le entrego el papel, apoyando los codos sobre la mesa y sobre las manos la cabeza, en actitud pensativa.
—Madre… ¿Madre?—frunce el ceño, extrañada y con sus ojos verdes brillando—…Espero que todos en casa estén bien—continúa, sonriendo levemente—. Me casaré el próximo mes con Sakura Kinomoto, la Maestra de Cartas. Saludos, Syaoran Li—me observa largamente y deposita el papel sobre la mesa—. ¿No es muy breve? ¡Es tu madre!
—Esa es la única relación que mantenemos—contesto, desviando los ojos.
—No entiendo—me toma las manos con infinito cariño—. Pero si tú me hablaras sobre ti y los tuyos, comprendería tu actitud.
—Es complicado—replico reticente.
—Porque te amo—sus mejillas enrojecen y yo me sonrío—, te comprenderé.
—No apenarte con mis problemas.
—¿Por qué te niegas? ¿Acaso crees que me burlaré, que no sabré escucharte debidamente? Si me quieres, debes confiar en mí—y su voz suena triste, dolida—. Tus problemas son los míos, Syaoran.
—¡No, Sakura! Claro que confío en ti, sólo que me cuesta… Nunca hablo de mí mismo.
—Siempre hay una primera vez—me sonríe, casi divertida.
—Mi padre falleció cuando yo tenía tres años. Mi madre enviudó a los treinta y dos años y quedó a cargo de cinco hijos, aunque la menor de mis cuatro hermanas tenía 15 años y la mayor, 18. Pero además debió asumir la Jefatura del Clan Li y eso le absorbió mucho de su tiempo y la alejó principalmente de mí. También ella me destinó a asumir la jefatura de nuestro clan en el futuro, por lo que crecí con esa responsabilidad y mi madre fue muy exigente y dura y fría. Y muy lejana. Cuando le anuncié mi matrimonio con Natalie, ella ya me había comprometido con otra muchacha perteneciente de un clan muy poderoso e influyente en China. Por supuesta, ella no aceptó a la novia que elegí, no se le habían registrado habilidades mágicas ni gozaba de fortuna alguna y se disgustó enormemente. En fin, debí marcharme de casa. Tenía entonces diecisiete años recién cumplidos. Y hasta ahora nuestras relaciones están quebradas.
—¿Tú la quieres?
—Sí, como un hijo a su madre—contesto, sin pensarlo.
—¿La quieres mucho, verdad?
Mi madre es una mujer fría, lejana, de ojos duros, intolerante, dominante y manipuladora. Mi madre es una mujer voluntariosa, esforzada, gracias a ella tuvimos lo que ahora gozamos: educación y valores. Yo soy lo que soy, gracias a ella.
—Creo que sí—pienso y me corrijo al segundo—. La quiero mucho. Todo lo que soy se lo debo a ella, en parte.
—¿Por qué no vamos a verla? Yo no provengo de ningún clan, pero lo intentaré. Nunca me he dado por vencida y ésta no será la ocasión. Deberías haberme visto cuando capturaba las cartas—manifiesta, nostálgica y luego, como una chispa que se prende, exclama, batiendo palmas—. ¡Por supuesto! ¡Tomoyo!
—¿Daidouji?
—Bueno, verás…—ríe, un tanto avergonzada—. Tomoyo y yo somos amigas desde la primaria y a ella le encantaba grabarme cuando recolectaba las cartas. Aún conserva los videos y tú puedes verlos. Son muy divertidos, especialmente Kero.
—¿Kero?
—Sí, Kerberos.
—El Guardián que custodia el Sello del Libro donde se guardan las famosas cartas, ¿no? —Así es. ¿Cómo lo sabes?
—¿Olvidas que he crecido en una familia de magos y que soy descendiente del Brujo Clow?
—A veces soy un poco despistada—se excusa, sonrojándose.
—¿A veces?—bromeo. Luego, poniéndome serio—. ¿De veras quieres ir a Hong-Kong?
—¡Claro!
—Entonces yo también debo conocer a tu familia, Sakura.
—Ya conoces a mi hermano. Sólo falta que te lo presente formalmente.
—¿No es un poco celoso?
—¿Un poco?—ríe—. Syaoran, te has puesto pálido. No, Touya es un buen muchacho, sólo hay que saber tratarlo y no arrebatarle la hermana. ¡Es broma!
—¿Y qué me dices de tus padres?
—Bueno, mamá falleció cuando yo era muy niña y papá imparte clases en la Universidad de Tokio. Vamos todos los meses con Yukito, Touya, Eriol, Tomoyo y yo a Tomoeda. Allí es donde vivimos cuando éramos niños. También vive la madre de Tomoyo—se levanta de la silla y se dirige a la ventana, contempla el cielo ensoñadoramente—. Mi padre es un buen hombre. Le caerás estupendamente.
—Por lo menos tengo el consentimiento de tu padre.
—Syaoran, mi hermano es un chico simpático.
—Se nota a lo lejos—sus ojos esmeraldas me reconvienen calladamente—. Verdad.
—Entonces… ¡Vamos a verle hoy!
—¿Hoy?—repito, con espanto.
—¿O no que la amabilidad de Touya se nota desde lejos?
—Sí, pero… ¿no es muy pronto?
—No, es el momento preciso.
Me mira fijamente a los ojos, mientras yo me sumerjo en su océano verde, como un insensato y, de pronto, ella me besa. Percibo claramente como un calor insoportable me sube a la cara. Sakura comienza a reír y yo me ruborizo más aún.
—Sakura, no…
Pero ella se encamina al cuarto de los niños rápidamente. Yo la sigo, sin comprender.
—Venga. Ayúdame a arreglar a Sutshiko y Tsé.
—¿Vamos a salir?
—¡Syaoran, acabo de decirte que iremos a visitar a mi hermano!—exclama sorprendida, mientras alza en brazos a Tsé, quien ríe suavemente.
—¿Es en serio?
—Sí. Eres tan ingenuo a veces, Syaoran—añade con una bella sonrisa y sus ojos verdes brillan intensamente.
—Mira quién lo dice—le reconvengo.
Ella ríe graciosamente y me pasa a Tsé, lo visto y luego me dedico a Sutshiko; Sakura prepara el bolso de mudas y mamaderas. Cuando termino con los chicos, voy donde Sakura y la abrazo por la espalda, rodeándola suavemente con mis brazos.
—Sakura—susurro a su oído—, no te importa que yo tenga otros hijos, ¿verdad? No son tuyos y…
Ella voltea bruscamente a mirarme. Su gesto es serio.
—Yo te quiero, Syaoran—se sonroja levemente—. Y ya te lo dije: todo lo que es tuyo, si tú me lo permites, es mío. Te quiero y me he encariñado mucho con tus hijos que ahora, también son míos. Son nuestros hijos, Syaoran. Los quiero a todos ustedes, a Wei también, con toda el alma.
La estrecho entre mis brazos con delirante pasión, con fervoroso fuego. Y nos besamos completamente enamorados. Nos besamos con amor.
Continuará pronto…
Nota de la autora: Gracias por leer esta tercera parte.
Debo explicarles que este capítulo es diferente a los otros. Los dos primeros los escribí hace dos años, cuando tenía quince. Ahora decidí publicarlos y he escrito el tercer capítulo en un contexto diferente. Tengo diecisiete años y pienso diferente. Me ha costado escribir este capítulo, pues ha sido difícil dar con el estilo, encontrarme con la personalidad de Syaoran Li.
Si les parece que está muy diferente, háganmelo saber, para así corregir estas falencias involuntarias.
Gracias por los reviews. Y sobre Natalie se sabrá en los próximos capítulos.
