I RIE NENESSE (LA CORONA EN LAS AGUAS)

Losrandir hundía sus pies bordeando las llanuras yermas y panatanosas que eran ahora las antaño bellos pinares de Dorthonion. Tras una descomunal batalla con el fango se detuvo aspiró profundamente y aguzó su fina vista de elfo.

A lo lejos parecía distinguir alguien tendido en el suelo.

Las aguas rodeaban el lugar transformándolo en una pequeña isla. Si no salía de allí en aquel momento se hundiría para siempre. Losrandir se adentró en el agua creciente que cada vez le cubría más. No podía descuidarse, porque el agua subía su nivel constantemente y la coraza de cuero le impediría nadar.

Los ojos grises de una Elfa le miraron vacíos. Llevaba hermosos vestidos, pero desgarrados y cubiertos de sangre y de lodo y de sal coagulada. Rojos los cabellos en desorden y desencajada la expresión

- ¿Estas bien? –preguntó Losrandir apartandose unos mechones húmedos y dorados del rostro.

- Si... –contestó ella, aun tumbada, indolente- Miraba las estrellas... pronto saldrá de nuevo Eärendil...

- ¡Tenemos que irnos de aquí enseguida! ¡Las aguas están subiendo! –Dijo él y la urgencia bailaba en el azul de su mirada pura.

La Elfa se incorporó, miró a su alrededor y sonrió...

- Las aguas... si... primero lo ensucian, luego lo limpian... ¿Ya no existen, verdad?... Los Puertos ya no existen... Las olas chupan y el mar devora... Mejor así... ¿Crees que los recuerdos se borrarán también? –Dijo con una sonrisa demente.

- Lo que creo mi Señora, -dijo apesadumbrado- es que debemos irnos ahora mismo.

Losrandir pensó que estaba enloquecida. Tal vez hubiera recibido un golpe en la cabeza. Sin más palabras la cargó en brazos. Pesaba poco, y era muy joven. A medida que avanzaban hacia la costa reía y salpicaba de agua a su rescatador.

- A tula eär... hylia nin... (Ven mar.... sígueme...)–le gritaba al mar y silbaba como si el agua fuera un perro.

Definitivamente estaba loca.

En la orilla, ya a buen recaudo Losrandir la dejó en el suelo y la miró bien: Era una Elfa muy extraña. Sin duda Noldor, lo decían así sus ojos brillantes y su altura, impensables en una Silvana, sin embargo era extraño el color de sus cabellos.

- ¿Cómo te llamas? –le preguntó

Ella lo miró a los ojos, como si estuviera muy lejos y necesitara fijarse y al cabo de un ratito dijo:

- Wilwarin... -como dudando, como si sacara aquel nombre de un antiguo arcón en él hubiese estado plegado por largo tiempo y ahora al abrirlo oliese a naftalina y a olvido.

- Bien Wilwarin... mi nombre es Losrandir y te ayudaré. ¿Tienes familia?

Ella le miró por un largo rato y dijo:

- No, ya no... creo que no... bueno, tal vez una tía, tal vez un primo o dos si no los han matado, hasta tengo un tío...

El elfo la miraba valorativo...

- Bien... cruzaremos Dorthonion, luego te llevare al Este... las tierras de Ossiriand en donde me espera mi esposa con todos los supervivientes... dicen que Gil-galad congrega allí a todo su pueblo.

Wilwarin le miró sonriendo tontamente, como si le diera igual lo que hiciera con ella.

Losrandir suspiró. Estaba harto de guerra y a cada paso que daba se encontraba con un nuevo desastre, con una nueva víctima. Le tendió la mano y la ayudó a seguir caminando por el pantano.

El agua subía sin prisa pero sin pausa.

Wilwarin canturreaba una canción entre dientes como si estuviera muy contenta o muy borracha.

* * * * * *

Caminaron muchos días seguidos, muchas noches, siempre hacia el este, siempre con el agua tras de ellos, siempre pisando una tierra asolada con adherencias de sangre, de fuego, de desarraigo. Poco quedaba de los antiguos árboles, patéticas columnas desolabas que alzaban sus dedos de madera hacia un cielo sin nubes.

Cuando él le daba de comer ella comía, cuando paraban a descansar se plegaba sobre si misma y se entregaba a las ensoñaciones de los Elfos. A veces lloraba silenciosamente, otras sonreía a los árboles o les hablaba a los pequeños animalitos del bosque en un quenya fluido y rico. Habian atravesado la aridez de las Ered Gorgonoth y el paso de Aglon pisando tierras yermas hasta llegar a Himrig.

Losrandir la miró. No entendía el por qué había insistido en entrar en aquel montón de ruinas heladas en las que la fortaleza se había convertido

Sentada al pie de un muro abatido escribía en el suelo frases que él no alcanzaba a leer. Pero la tarea de dibujar tengwar cuidadosamente con un palito en la mano requería toda su atención.

¿Quién era?

¿Lo sabía y lo ocultaba haciéndose la loca?

¿O verdaderamente había olvidado su identidad?

Aún en aquel estado en que se encontraban algo en ella hablaba de grandeza, un gesto elegante, su mirada a veces, la forma en que hablaba...

Losrandir giró el asado que se estaba haciendo encima de las brasas

- ¿Qué recuerdas de ti misma? –Le preguntó.

Ella le clavó los ojos, agudos como las puntas de las flechas y sonrió sarcástica.

- Ilkwa ná avasanda, herunya....(Todo es mentira, mi señor) ¿Qué gano con recordar? Seguro que el olvido es una bendición, un largo beso de Nienna... Pero te recuerdo a ti, tu rostro... a veces cuando me miras creo haberte visto antes..., tus ojos... ¿Qué recuerdas tú de ti mismo?

Losrandir se escalofrió al ver como toda su historia pasaba ante sus ojos: el calor de su hogar, la ternura de su padre, el terror posterior de unas manos brutales como garras arrancándolo de los brazos de su madre y el abandono, el frío... aquel terrible frío... la sabiduría de la Elfa imprevista que le salvó de una muerte segura Tal vez ella tuviera razón y olvidar fuera una bendición, tal vez no acordarse de nada...

- Mi historia, como la tuya, esta marcada por la guerra y el dolor... ¿Para qué te la voy a contar? Debemos mirar hacia delante. Yo voy a buscar a mi esposa y junto a ella a disfrutar de la paz... en cuanto a ti... si no sé quien eres no podré ayudarte a buscar a los tuyos -le dijo, intentando persuadirla con la esperanza de un futuro prometedor para que recordara.

- ¿Los míos?... –dijo con la mirada perdida entre las copas de los árboles.- No, no podrás... yo no tengo "míos".

Losrandir le pasó un trozo de asado y ella comió con hambre. "Yo ya no tengo míos" era una frase que en otro tiempo, siendo muy niño, a él le había tocado decirla en otro bosque, a otra gente, pero con la misma desolación.

Caía la tarde y habían caminado días y noches sin descanso. Durante aquella última jornada se habían cruzado por vez primera con otros grupos de Elfos que también huían de la crecida de las aguas. Pero no había signos de peligro: desde que se habían quebrado las torres de Thangorondrim no habían visto ni un solo orco y todas las espadas parecían dispuestas a guardar silencio. La paz entraba en los pulmones tan pura como el aire de los pocos pinos que quedaban en lo que antaño fuera un bosque

- Me parece, pequeña, que esta noche podremos permitirnos el lujo de descansar. Llevamos ventaja al mar, pero no al cansancio. –Le dijo con dulzura.

Y se enroscó allí mismo, cerca de las brasas que se apresuraban a consumirse, por almohada el zurrón, por manta la capa. La primavera venía con fuerza y lo único desagradable de aquella forzada intemperie era la sensación de humedad.

Miriel también se enfundó en su capa. Hasta ese momento no se había fijado en lo desgastada que estaba. El color azul ya no existía, se había difuminado en un violáceo indefinido y sucio y la noche penetraba abiertamente por las zonas más agujereadas y con algo más de esfuerzo por las raídas. También los zapatos estaban muy usados y rotos rasgados por el fango de los pantanos y los vestidos sucios y andrajosos. No pudo dejar de recordar que años antes había visto por primera vez aquellas ruinas compartiendo grupa con Nelyafinwë ni la tristeza inmensa de los ojos grises de su tío. "Vas vestidas acorde con este lugar, Aranel. Elegantes vestidos para los restos de un Reino condenado". No quería ni pensar en el aspecto que tendrían sus cabellos o su rostro... pero se miró las manos, que aunque ahora estaban ennegrecidas y surcadas de pequeñas heridas, eran las mismas que una vez se habían hundido en los estanques de Estë y habían palpado la pureza de sus aguas...

Aunque ahora estaban secas...

Mientras Losrandir descansaba profundamente como un niño Miriel se perdía en extrañas meditaciones sobre cada uno de sus dedos, que movía despacio, haciendo girar sus muñecas... creación y destrucción estaban puestas ante ella y sus dedos optaban a veces por la una, otras veces por la otra...

Un chasquido apenas imperceptible la sobresaltó.

No era nada.

Nada.

Pero para alguien acostumbrado a la intemperie, a los murmullos nocturnos y al peligro nada era mucho.

Aguzó el oído...

¡A su espalda!.

No lo pensó: aquellas manos que jugaban para ella desenvainaron, en un movimiento rápido y preciso, la espada de Losrandir.

Este, al sentir el suave chasquido del metal, se despertó sobresaltado sintiendo sobre su cuello el fuerte golpe de una espada negra interceptado penosamente por su propia espada que salió volando tras parar un impacto demasiado fuerte para las fuerzas de la Elfa que la había empuñado salvándole la vida.

- ¡Narringe! ¡Úanta sen Nuru! ¡Erye varyam nenessen! (Narringe, no le des muerte, el me protege de las aguas) -ordenó Wilwarin con una voz imperativa que él desconocía.

Pero la espada había sido alzada de nuevo y solo la agilidad de Losrandir le evitó una muerte segura. Allí, en el suelo, su mirada se encontró con los ojos helados de un imponente Noldor y se sintió traspasado por ellos, como si examinaran todos sus pensamientos, todos sus recuerdos.

Luego Narringe envainó la espada y miró a Wilwarin

- ¿No hay en Beleriand agua suficiente para lavarte moina (querida)? –Le preguntó con la mirada fija en ella, que ladeó un poco la cabeza, molesta con la intrusión.- Ese aspecto no es digno de ti. ¿Dónde está Maedhros? ¿Y tu padre?

Ella no habló, le ofreció su mente y de sus ojos empezaron a fluir lágrimas amargas y constantes. Narringe entendió.

- ¿Estabas tu allí?

- Les oí discutir en la noche, violentamente... no podía entender sus palabras, el murmullo del mar me las robaba, pero sabía que era por las Joyas y que hablaban sobre el Juramento... y luego... luego se calmaron los gritos... y antes de que Anar abriera el día desaparecieron... Pocos quedábamos en el campamento, muchos habían decidido embarcar y someterse, otros habían ido cayendo en la guerra... Se adentraron en el campamento de Eonwë, supongo que quisieron entrar en su tienda... No sé qué pasó... solo rumores... dicen que robaron los Silmarilis y que Eonwë ni se inmutó, cuentan que una sonrisa sarcástica le atravesó el rostro, y que no permitió que nadie les cortara el paso... cuentan...

- Si, moina –dijo Narringe- deja de gimotear, sé que es lo que cuentan, lo he visto en tu mente: que Nelyo se arrojó a una sima de fuego con el Silmaril en la mano y que tu padre arrojó el suyo al mar, que las joyas les quemaban y que el dolor era insoportable... Una dura lección, pitya, los sueños inalcanzables, las grandes pasiones, acaban quemándote en las manos... ¿Y los demás?

Ella luchó por no llorar, por serenar su voz, por controlarse.

- Huimos... –respondió Miriel- Había barcos esperándonos y los vigías dieron la voz de alarma: los Noldor de Aman venían a buscarnos, querían que retornáramos, extraño botín de guerra... Los vimos venir y huimos: hacerles frente era perder la vida, esperarlos suponía la reclusión y el juicio. Pero nos persiguieron, se llevaron a alguno de nosotros, a Anteniss, mi abuela... Uno de los Elfos me atrapó, me sujetó de los hombros, y me obligó a girarme... pero cuando me vio vaciló... "¿Nerdanel?" murmuró... yo aproveché su despiste y corrí... no sabría decirte cuanto, ni hacia donde... sé que me tendí en la tierra, cansada y que mis ojos se perdieron en el cielo y que decidí que aquel era un buen lugar para morir... entonces ese Elfo vino a mi encuentro y me trajo...

- Si –la interrumpió secamente Narringe- el resto ya lo sé... hasta aquí... Pero ¿y ahora? ¿Ahora qué?

Miriel lo miró llena de recelos, de dudas, como miran aquellos que saben que les van a pedir algo enojoso. El rostro de Narringe era frío, duro rígido.

- Creo que has olvidado, o quiere olvidar que tienes un pueblo, Miriel, Elfos a la que cuidar, desposeídos... gentes que construyeron estas ruinas y que que las perdieron... ¿Qué pasa con aquellos que no subieron a los barcos? Tú eres una Aranel, y eso no sirve solo para llevar un vestido azul, para sonreír en los actos oficiales o para mirar desdeñosa y altiva desde la cruz de tu caballo... Tienes una obligación que cumplir ¿Entiendes? ¿Quién esperas que los reúna? ¿Yo? Sabes que hace años que estoy al margen, sabes que no confían en mí. ¿Telperinquar? Él hizo su opción hace tiempo, dejó bien claras las cosas en Nargothrond... ¿O Dahas, ese hijo bastardo de Turco? ¡Sólo quedas tu... ¡ Así que deja de mirarte a ti misma, de fingir que estás loca, de compadecerte... o ¿qué quieres? ¿Casarte con un Silvano cualquiera y criar a tus niños en un asentamiento? Tu ya sabes qué es eso ¿No? ¿O es que la guerra te ha refrenado la furia de tu sangre noldorin?

- ¡No me hables así! ¡Tú eliges! ¡Telperinquar elige! ¿Y qué elijo yo? ¿Me lo dices? –Respondió ella gritando.

Losrandir, que se había incorporado, miraba la escena con curiosidad. Aquella pequeña Elfa, medio enloquecida, tenía mal carácter...

- ¿Qué eliges? –Bramó Narringe- ¡Has elegido ya...! ¿O no? En los Puertos te vi muy decidida... ¡Pero no! ¡Veo que te has equivocado! ¡Tendrías que haber embarcado mansamente en uno de aquellos navíos y bajar la cabeza ante Manwë y suplicar clemencia! ¡Al menos así tu pueblo sabría a qué atenerse! ¡Maglor errante por las playas, y tu fingiendo que estas loca!

Míriel cambió totalmente la expresión de su rostro. De sus ojos salía el fuego de la ira de un modo que Losrandir no había visto nunca ni volvería a ver jamás. La mano derecha de la doncella se alzó encolerizada para golpear despectiva con su dorso la mejilla derecha de Narringe. No cabía ofensa mayor. Pero el brazo del elfo la paró en pleno vuelo mientras con su otra mano la golpeaba a ella el rostro.

- ¡No me mires así ni vuelvas a perderme el respeto en tu vida! –le dijo firme pero serenamente, mientras Miriel le miraba sin verle, sangrando el labio roto por el golpe y cegado de rabia el tempestuoso gris de sus ojos.

Losrandir no entendía nada de lo que estaba pasando. Era un duelo de Titanes, poderosas voluntades encontrándose, silenciosos diálogos de fuerza que hacían crecer el vacío alrededor de sí mismos

- ¡Ahora arrodíllate! –Le ordenó el Elfo.

La muchacha obedeció, aunque la mandíbula le temblaba de rabia y por sus ojos seguía saliendo fuego. Él sin embargo se mantenía frío, seguro de su superioridad.

- ¡Baja la cabeza! –Ordenó.

Losrandir no podía creerse lo que veía: el Noldo se desprendía de su diadema real, símbolo de su pertenencia a la casa real, y la ponía en la cabeza de la pequeña, ciñiéndole la sien. En la parte central de la joya se apreciaba el símbolo de la casa de Fëanor, una estrella resplandeciendo en un círculo de llamas. Losrandir se estremeció y angustiosos recuerdos se agolparon en su mente... ese signo habitaba sus peores pesadillas.

- Si a amorta Míriel, ar tulta quenyer Fëanorion ar mahatarente ambarenna. (Ahora levántate Míriel y busca a las gentes de Fëanor y condúcelos hacia su destino) –Dijo el Noldo solemnemente, como si las ruinas recostruyeran el salón del trono, como si Losrandir representara una corte entera, como si él mismo fuera un rey abdicando en un joven y tembloroso príncipe...

Luego su tono cambió: se tiñó de ternura, su mano sujetó cariñosa la barbilla. De la boca de Miriel salía un fino hilillo de sangre que él limpió

-, Úayatye moina, inye lavuva te (No temas, querida, yo te ayudaré).

Narringe mayestático, la ayudó a levantarse y se abrazaron. Y le tendió la mano a Míriel y la acompañó hasta su caballo como si salieran del ficticio salón con las manos entrelazadas, con los brazos elevados, caminando elegantemente: rey saliente y reina entrante desfilando ante un pueblo de fantasmas, en una tierra de nadie que pronto sería anegada por las aguas saladas de los Mares voraces que los Valar agitan a su paso.

Losrandir no entendía nada. Demasiado Noldor para él.

- ¡Aranel! –Le gritó- ¿Piensas marcharte sin despedirte de mí?

Narringe entonces se volvió despectivo y le dijo:

- No te debe nada Sinda, si tu le has salvado a ella de las aguas, ella ha evitado hoy tu muerte. Agradécele que tu cabeza siga en su sitio. Despediros de él, Miriel, si juzgáis que lo merece.

Miriel asintió. Se desprendió de la mano de Narringe y fue hacia Losrandir y le abrazó.

- Hantalë, Herunya –le susurró al oído mientras lo abrazaba. Luego se separó de él sonriente, mirándolo largamente.

Del cuello del elfo colgaba una hermosa joya que hasta entonces no había visto. Un rombo con signos heráldicos tallados tan finamente que le extrañaron. Sus ojos se encontraron:

- Yo a ti te he visto antes en otro sitio Losrandir...-dijo ella.

- Tal vez en los Puertos, Señora, detrás de una espada que anhelabais