NÁRISSEN ERESSEO
(En los fuegos de la soledad)
La cortinita se apartó dando paso a una nariz curiosa, a unos ojos inquisidores a un rostro severo y escrutador. Un moño recogía sus oscuros cabellos en la nuca y estudiados mechones se deslizaban por su espalda pertinentemente engalanados para tal honor
- De modo que esa es tu prima, Dahas[1]... –dijo Berianis [2]ásperamente- ¡Bonita y orgullosa! ¡No puede negar su sangre!
- Dicen que se parece a Nerdanel, mi abuela... –comentó manchando el aire con la decepción de sus palabras
- ¿Qué se parece? Es su vivo retrato: ese aire de quien ha conquistado al Rey con una simple sonrisa... solo que no está embarazada... –dijo con sorna-. Pero lo que me extraña es que vuestras gentes la hayan seguido.
Dahas miró a su prima, esperando en el patio, sentada sobre el muro, con la mirada perdida en la Bahía de Lune. Se veía en la piel de ella y sabía, por mucho que se esforzara en engañarse, que él jamás podría haber dado una unidad y un sentido a aquellas gentes desencantados, arrepentidos, desposeídos, traicionados hasta la saciedad, solos...
¿Qué les había podido ofrecer?
Míriel era una chiquilla... pero era uno de ellos, la orgullosa nieta de Fëanor, el Elfo que les había llevado a aquella situación y el fuego de su abuelo pervivía en ella supliendo su insultante juventud, quizá un motivo difuso de esperanza para un pueblo cansado y viejo, un pueblo que hundía sus raíces en el principio de los tiempos...
¿Una esperanza? ¿De qué?
Dahas entendía que las armas hablaran, cimentaba la palabra poder sobre la palabra fuerza. Entendía que la obediencia se debe a aquel que está por encima de ti, pero cuando entraba en filosofías se perdía: esperanza, sentido de la vida, soledad, no eran más que palabras dibujadas en el aire, conceptos que encerraban la nada y el vacío... Su prima y sus gentes le desconcertaban... Eran como puertas cerradas y él no sabía cómo entrarles. Y al parecer Berianis tampoco:
- No me explico, Dahas, como esa cosita frágil pudo traer hasta aquí a todos esos desposeídos... Pero a poco que hagas ese pueblo de guerreros te seguirá a ti... ¡Ella no tiene carisma! De todos formas quién entiende a las orgullosas gentes de Fëanor que prefieren fracasar libres una y otra vez que someter la cabeza al Profeta
- Si tienen que rendirle cuentas lo harán de muertos. –Dijo Dahas complacido por la observación de la reina.
Berianis miró al príncipe:
- "Si tienen"... Di mejor "Si tenemos", mi querido Dahas, que la maldición te alcanza también a ti, por mucho que hayas renunciado al juramento... Eso debe ser también lo que los impulsa a seguirla: Ella lo ha asumido, ha manchado de sangre sus manos... cuando la miran, no ven en ella juicio alguno... Tanto la maldición como el juramento pesan sobre ella.
Dahas calló. No le gustaba que le nombraran la maldición. Le encantaría que dijeran de él lo que escuchaba de Celebrimbor: que se parecía a Fëanor. Pero no soportaba que le recordaran que solo era uno de sus nietos, mal considerado por su gente y sometido a la maldición como todos ellos... Sin embargo sabia que el motivo de que su pueblo siguiera a Míriel y no discutieran que fuera su sien la que llevara la diadema de su Casa era que añoraban ver al frente de sus filas el cabello pelirrojo de Nelyafinwë el Alto.
Dahas evocó la única vez que vio a Maedhros: él era un niño y acompañaba a Telperinquar[3] a decirle que él renunciaba al juramento. Dahas recordaba el rostro de su tío, lleno de majestad, de fuerza... un asomo de decepción se pintó en él, pero nada dijo mas que unas palabras solemnes, definitivas como una sentencia:
- Mirimave avatye i vanda... ananta i indo nosseo Fëanáro halata oiale men len (Libremente renuncias al juramento... sin embargo el corazón de la casa de Fëanor guarda siempre un sitio para ti)
Aquel día Dahas conocío la fuerza de un Rey, supo por qué los Elfos le seguían, por qué hasta su padre o Caranthir doblegaban a él su voluntad... Y Míriel tenía su misma forma imperativa de hablar, había heredado de él los gestos regios, que le salían espontáneos, sin ensayos... Por poco que Berianis la examinara advertiría que hasta su sudor olía a majestad.
- ¿Sabe por qué la he hecho venir? –Le preguntó a Dahas.
- Si, Massánie, sabe que viene a hacer de yavannildi...
- ¿Y viene de buen grado?
Dahas no respondió: no hacía falta. Su pose orgullosa, el aire de fastidio que la envolvía eran suficientes como para saber el ánimo que traía.
*** *** ***
Míriel esperaba a ser llamada llena de impaciencia, pero no por nervios, sino por que no podía sufrir el perder el tiempo. Se distrajo contemplando el patio, que era bonito, aunque estaba a medio hacer como todo en Lindon. Caminó inquieta como un animal enjaulado ¡Y encima la hacían esperar en nombre de cualquier tácito protocolo palaciego! Nerviosa, dio varias vueltas al patio y luego se sentó en la pequeña paredilla con la mirada perdida en la bahía y dejó que la mente volara lejos, al pasado, a su tío...
- Ha finalizado mi misión –dijo Narringe.
Tenían Helevorn a sus pies. Comido por las hiedras se elevaba el castillo de Moryofinwë. Algunos noldorin habían vivido allí en sus tiempos de esplendor y no podían evitar que las lágrimas fluyeran a sus ojos. Ya daba igual. A aquellas alturas nadie se jactaba de no haber llorado. Todos estaban atacados de amargura.
- Id a ver a Gil-galad. Pídele el Señorío sobre estas tierras. Te lo dará –dijo Narringe- Están lo bastantes lejos como para que no le perturbéis. Evita a Dahas y piensa en mí si me necesitas. ¿Entendido?
Ella asintió. Los ojos fijos en su tío. Narringe le centró la tiara.
- ¿Quién eres, moina? –Le preguntó con dulzura
- Inye ná Aranel Fëanáro nosseo. (Soy una Princesa del linaje de Fëanor)
- Lá. Etye ná i Tari úestelo, Tari eresseo, Tari lusto... Ananta nátye i nor voronweo (No. Tu eres la reina de la desesperanza, la reina de la soledad, la reina del vacío... sin embargo eres la tierra de la fidelidad) i sulkar lieo kiruvar ten (Las raíces de un pueblo se clavarán en ti).
¿Qué hacía allí aquella mañana?
*** *** ***
Berianis tomó una fruta de un canasto. Una preciosa manzana roja, olorosa, venida de las fértiles cuencas agrícolas de Harlindon.
- ¿Es cierto eso que cuentas? –Preguntó Berianis - ¿Qué amenazó a los Falmari?
- Si...-respondió Dahas con una sonrisa malévola- Su Elfo de confianza habla cuando se emborracha y me lo contó.
Berianis sonrió también, le encantaban los chismes. Luego dio un sonoro mordisco a la manzana. Y Dahas le habló de los 200 fëanorianos apostados en el Golfo de Lune dispuestos a embarcar para cruzarlo hasta Mithlond...
- Míriel había enviado a Elenher, el Elfos del que os hablaba. Este volvió a ella con la cabeza gacha: "El Falmari dice que solo tienen pequeñas barcas de pesca, mi Señora... Nos miran mal... Ha dicho, Herinya, que si quieres los barcos vayas a pedírselos y que te hablará conforme a lo que tu edad y tu dignidad merecen... No hay manera de mostrarle lo absurdo de su postura."
Berianis la imaginaba. Por muy alta que fuera, montada en un buen corcel, su figura inspiraba poco respeto, al menos en la lejanía. La comparaba con las demás yavvanildi en su primer día. Al lado de sus madres esperaban circunspectas, sin variar ni un ápice la expresión de la cara pese a la tardanza que siempre les imponía. Le gustaba espiarlas en su angustia, ver cómo reaccionaban. Y desde luego ninguna se había sentado en la paredilla con aquella indiferencia, con ese intenso aire de fastidio.... la manzana crujió nuevamente bajo sus dientes
- Conozco bien a Elenher, eso se lo debió decir muy turbado, bajando la cabeza avergonzado. –Dahas seguía describiendo la historia con viveza, casi pintándola con sus palabras- Bueno el Falmari quería hablar con Míriel, decirle que no le daba los barcos... ¿Te la imaginas? Ofendida, orgullosa... Fue hacia él... Miriel suspiró. Podían hacer un rodeo, era cierto, no tenían prisa, pero le ardía la sangre en las venas ante aquel desprecio y sentía, por otro lado, la vista del pueblo fija en ella, esperando, exigiendo. Total que la chica se plantó ante el Falmari. "Mi nombre es Miriel, nieta de Fëanor, estoy al frente de este pueblo que ves... Te he enviado a mi consejero pidiéndote barcos, es un elfo que merece toda mi confianza... ¿Qué asunto puede tener tanta importancia para que me requieras a mi? ¿No te parece razonable el precio que te ofrecemos?"
Berianis escuchaba interesada la historia. Estaba encantada de aquellos chismes... y segura de que algún día le traerían provecho
- Sigue... ¿Qué más pasó? –dijo incando de nuevo los dientes en la fruta
- Bueno, según me contó Elenher, el Falmari examinó a Míriel con cierto desprecio: es muy joven, para ir al frente de Elfos tan terribles. Mírala –dijo Dahas apartando nuevamente la cortinilla- La brisa marina debía jugar, como hace ahora, con sus cabellos rojos desordenándolos graciosamente... el Falmari debió ver esa dulzura aparente... Pero no lo olvideis Massánie, bajo su aspecto frágil relucen las joyas del emblema de la casa de Fëanor y bajo ellas no brilla menos la luz de sus ojos grises, fríos y fogosos al mismo tiempo. El Falmari le dijo socarrón. "Los barcos son pesqueros, "Señora..." no de carga..." Ella entonces le respondió imperativa: "¡Haced varios viajes!". Y el Falmari repuso: "Recorred vosotros el trayecto a pie... El Golfo de Lune tiene hermosas vistas... "
- ¿De veras le respondió eso? ¡Le está bien empleado! –dijo casi atragantada por la risa...
- Sí... desde luego, pero... Bueno, mi Señora... Míriel no se amilanó. Elenher cuenta que una sonrisa sarcástica le iluminó el rostro y que le dijo algo así como: " Es curioso, Señor mío ver como la gente no aprende de sus errores: Eso mismo que me sugieres es lo que le comentó, según he oído, Olwë a Fëanor, mi abuelo, con respecto a Helcaraxé... Confieso que siempre me ha repugnado la respuesta de mi antepasado... pero... hay momentos en los que lo entiendo... entiendo la facilidad de dar una orden... , de alzar la espada y lograr por la fuerza lo que se te niega por las buenas... ¡Ciertamente sería tan fácil! Con solo un gesto tendría tu cabeza en mis manos y vuestros barcos bajo mis pies."
- ¿En serio? ¿Le dijo eso? –Respondió Berianis no creyéndose que aquella cosita frágil pudiera tener ese carácter- Quiero que me localicéis a ese Falmari... tal vez un día pueda serme útil
- Sí... ya os he dicho que no os debéis dejar engañar por su aspecto infantil y dulce... si miráis en sus ojos veréis que habita en ella el mismo espíritu de Fëanor... Total que intimidó al Falmari... el pobre dio las órdenes, buscó los barcos...
La Massánie cerró la cortinilla.
- Te agradezco que me confíes estas cosas Dahas... así sabré como tratarla, la tendré bien vigilada... Cuento contigo para ello y.. Bueno, te aseguro que sabré recompensar tu fidelidad.
*** *** ***
Una sonrisa de triunfo iluminó el rostro de Dahas e instintivamente palpó el bolsillo interior de su túnica. Guardaba allí un tesoro valiosísimo que sólo un golpe de suerte y una buena cantidad habían depositado en sus manos. Cuando desplegó el pergamino y lo leyó no le costaba nada "ver" a un Elerossë que se complacía febril con el leve cosquilleo de una pluma, con la estática resistencia quejumbrosa del pergamino. La luz de una vela parpadeaba sobre un escritorio, seguramente en penumbras, seguramente desde afuera se empezarian a oír los golpes de los primeros albañiles...
Pero aún no se lo mostraría a Berianis... Iba bien tener un as bajo la manga... Estaba tan contento con la carta, que había memorizado su texto y a veces lo recitaba:
"Sabes que la quiero... a ti no puedo engañarte... y ya sé qué piensas... y ya sé que ella piensa igual... y que soy un egoísta... Pero el placer de estar a su lado...
Fuimos en barca...
las aguas en Mithlond no son rebeldes, la tierra acalla su furia, es cálido, seguro, entrañable... es como un útero.
Subimos por Aerdor, sabes que adoro sus fiordos... navegamos hasta uno de ellos y varé la barquita en su arena. Se ponía el sol. La ayudé a bajar sólo por el placer de rozar su mano, de sentirla entre las mías. Y ella me mira y sonríe... ¿Tienen precio sus sonrisas? Yo las guardo con celo... cada una es un tesoro.
Tomé su arpa.
Hice una hoguera.
Ella, mientras tanto me miraba. Sus miradas también tienen un valor incalculable....
Yo sé que siente algo por mí...
Imagínate Elrond, el mar azotando las rocas... mi deseo golpeando su voluntad...
Nos sentamos...
poco a poco Isil expulsa el resplandor de Anar y solo nos alumbra su brillo mortecino, la distante luz de las estrellas, tan lejanas y el fuego: sugerente, simple, constante...
Se está bien a su lado, se está muy bien...
a nuestro alrededor hay murmullos, rumor de aguas, chasquidos...
"¿Tocarás para mí?" le pregunto. Ella asiente. Otra sonrisa...
¿Recuerdas? Hubo un tiempo en que Míriel no sonreía, un tiempo en que vagaba en medio de los remordimientos... ¡Me mataba! Yo era un niño, pero ya la amaba y necesitaba de su alegría.
Ayer me senté detrás, me apoyé contra la roca y le hice de respaldo... fui feliz... Otra vez entre mis dedos tenía su mechón...
Si pudiera atrapar la eternidad, encerrarla... elegiría ese momento. Ella recostada junto a mí, el mar murmurando, varada la barca, tachonado de estrella el firmamento oscuro y su arpa regalándome una música nacida nada más para mí...
Imposible. Esa palabra me ahoga, es el freno en la boca del caballo, el peso en el corazón, la armadura... Pero ¿Y el amor? Por que ella siente... ¿Será capaz de decir "si" si pregunto, si suplico...?
Su voz...
Solo sus palabras... te las puedo copiar... pero su voz... ¡Era mía hermano, mía! No sé describírtelo, decirte... nacía para mí, me acariciaba, calaba mi alma, como si lloviera sólo para ella...
Su corazón desmiente callando lo que proclama su razón. Asi su voz desmentía a sus palabras.
Norne nambar tambari rautar (Duros martillos golpean los metales)
nárissen eresseo (en los fuegos de la soledad)
Ve i orne kira sulkarya nóresse (Como el árbol hunde sus raíces en la tierra)
ar i olwar helde ortan yestie i eleni (y sus ramas desnudas se elevan deseando las estrellas)
sin tálunya nár Endoresse (Así mis pies estan endor )
sin máunya merear mapaie i ilma haira (Así mis manos quieren atrapar la luz lejana)
Ve lassi roitar súre lelyatar (Como las hojas persiguen al viento viajero)
ve lothi hákaret ar apafirar (como las flores se abren y mueren despues)
Sin henunya roitar te imbe i kweni (Asi mis ojos te buscan entre la gente)
sin rankonya firar Kúmanese ealo lúmea (Asi mis brazos sienten el vacío de tu ser temporal)
Etye tulta yánaesse olorion rákinar (Te iras al lugar de los sueños rotos)
Ulyalesse estelo tára (Al vertedero de las esperanzas nobles)
Nárissen eresseo (A los fuegos de la soledad)
masse norne nambar tambari rautar (En donde duros martillos golpean los metales)
Y el canto acabó y mis labios besaron su cabello, profundamente y ella giró la cabeza separándose de mí... entonces... sus ojos brillaban tanto... y sus labios, entreabiertos, respiraban azorados... y entonces...
¡Jamás debí hacerlo!
¡El precio a pagar es muy alto!
¡Ahora sé con certeza que en ningún otro lugar encontraré delicia semejante!"
*** *** ***
- Massánie... serviros es ya un honor, una recompensa... no necesito nada más... -comentó Dahas con acento rastrero.
En el rostro de Berianis se dibujó una leve sonrisa...
- Entonces no te importará contarme sobre ese galán...
Dahas sonrió malicioso
- ¿Su "enamorado"?
Berianis le dedicó una mirada cómplice.
- Bueno... a veces la viene a buscar a las forjas... comparten grupa... se internan por Ossiriand... Parece que será un gran romance... él insiste en que solo es su otorno, pero sus visitas no son las de un hermano... aprovecha su familiaridad para acercarse a ella y la doncella se deja querer...
¿Qué más sabes?
- Bueno... Miriel contó a Telperinquar que se encontraron casualmente: ella acababa de desembarcar al frente de su pueblo. Todo era nuevo, no sabían a donde dirigirse... Los puertos parecían un lugar muy activo. Los mercaderes ambulantes, en su mayoría Atani, se precipitaron a ofrecer cambalaches a los recién llegados, fijas las miradas en las formidables armas, la codicia en las joyas. Al parecer uno de ellos se le plantó delante del caballo de Míriel y se ofreció como guía. Como era de suponer, Miriel lo miró despectiva y espoleó el caballo que se encabritó empujando al atan que acabó en el suelo. Ahí apareció Elros: Apartó a los Atani y él mismo se ofreció de guía.
- Bueno, no es extraño... ella le crió... conocía a todas sus gentes...
Los ojillos de Dahas brillaron
- Claro, claro... pero a él no le reconocían. Míriel lo miró con extrañeza. Elros es un tipo de lo más curioso: demasiado hermoso para ser un Atan esa mirada azul y nítida, llena de luz. Pero la barba que adorna su rostro... ella hubiera jurado que era un Elfo. Él la saludó, reverente y se dio a conocer... Elenher dice que la llamó "Melmenya", que era el nombre que le daba de críos: "¡Oselle! ¡Vanimelda Míriel! Vanimatye loa koranaren, melmenya... "(Hermana, hermosísima Míriel, tu belleza crece con los años, amor mío.)
Berianis rió con la parodia y esto llevó a Dahas a fingir una aguda voz femenina:
- "¡Elerossë! –Dijo ella reconociendo a su otorno por la última palabra. Ella era su "novia", la esposa que iba a tomar cuando creciera... - ¡I lume úanta ten úmárave! (El tiempo no ha pasado inútilmente para tí)" Elros dejó escapar una carcajada jovial, ruidosa, expansiva, y descabalgó para ayudar a Miriel a hacer lo mismo. "Esperabas un niño, ¿verdad? Soy un Perelda, moina, no un Eldar... ¡Pero tu también has crecido! ¡Estas preciosa!". Elenher me contó que Elros la abrazó y que ella se estremeció. Luego se separaron despacio y él tomó con ternura uno de sus rojos mechones... y lloraron en silencio la muerte de Maedrhos, la locura de Maglor.
- Y la trajo a ver a Melendur por que Ereinion no estaba... He leído su petición: Quiere que se le conceda el Señorío sobre Helevorn, reconstruir el castillo de Morifinwë y vivir allí. Con ella vienen herreros, piensa restablecer la antigua amistad con los enanos y hacer allí un centro metalúrgico... lo cual es una idea formidable, una competencia a Celebrimbor.
- Pero me temo que ya no está interesada... Sus herreros se han encontrado con las gentes de mi primo con gran alegría. Muchos de ellos habían trabajado juntos... ella entró a conocer a Telpo...
- Ummm... pero reñirán... necesariamente chocarán... con ese carácter...
- Bueno... yo estaba cuando se conocieron... Telpo dejó las forjas, la esperó en esa terracita que tiene, esa que da a la bahía... él la saludó: "¡Mara tulda herinya, ná tyave henuten cenie onóne vanwa! (Bienvenida, mi señora, es un placer para mis ojos ver a una pariente perdida)"
- Es curiosa la manía que tiene tu familia de hablar quenya...
- Bueno... son unos pijos.... el caso es que ella le dijo algo así como "Nai eleni kaluvar omentiemma, onóro." Y luego, sin más añadió "Lienya merener coatya hopasse" (Que las estrellas brillen sobre nuestro encuentro, primo. Mi pueblo desea el refugio de tu casa). Eso consiguió algo casi imposible: que Celebrimbor riera. Míriel le sorprende. Es muy joven, segura de sí misma, metida en su papel de reina. Entra en su casa una mañana con paso orgulloso, con altivos ojos se planta ante él y tras soltarle una frase amable le solicita refugio para su pueblo, unas doscientas personas.
Berianis, complacida, notó la frustración en la voz de Dahas y sonrió. Un Elfo resentido es un elfo manejable, un aliado poderoso. Puso cara de máxima atención y Dahas siguió:
- Yo le dije "Pues acampad en los terrenos baldíos del Sur. Nada queremos saber del juramento, aleja de nosotros esa panda de asesinos." Pero Telperinquar suspiró con desagrado y me presentó... Massánie... no sabes lo mucho que me desprecia... luego dijo: "Bien, Miriel, podéis quedaros tu y tus gentes. Que planten las tiendas alrededor de las forjas. Tu misma los organizarás. Sólo una cosa voy a pedirte: no quiero tener que levantar ni un solo instante la vista de la forja por un problema. Los que surjan los resuelves por ti misma... ¿Entendido?. En cuanto a Dahas no le hagas caso, él sabe el lugar que ocupa en mi casa."
- Pelearán, Dahas... verás como sí... lo que es extraño es que no lo hayan hecho ya. Relaciones así están muertas antes de nacer.
- Os equivocáis Massánie. A medida en que la situación se ha ido demorando Celebrimbor y Míriel intiman. A los pocos días ella ya había reorganizado a sus gentes y ha ido encajando a cada herrero con los aprendices correspondientes de un modo armonioso. Las tiendas se alzaron alrededor de las forjas coherentemente formando un improvisado poblado al que no le faltó agua ni servicios. Llevaban tanto tiempo viviendo así que era natural establecer rápida y eficazmente un campamento. Además Miriel maneja a la gente con naturalidad, organiza, crea, dirige... y se abisma en las forjas. Todos los trabajos le interesan. Celebrimbor a veces la observaba: la pasión, el interés de sus ojos, la expresión de su cara... justo era eso lo que él exigía a un aprendiz... Un día la llevó consigo. Con asombro creciente descubrió que ella tenía nociones, algo más que básicas, de alta alquimia y han empezado a trabajar juntos. Ya no es su onóne, es su seler.
El resentimiento teñía las palabras de Dahas. Llevaba largos años viviendo con su primo y nunca se habían cruzado una palabra de afecto, una mirada de complicidad... ella llegaba de pronto, entraba de frente y se hacían amigos...
- Cierto que en la última reunión del Consejo a la que Celebrimbor acudió decidió no replantear el tema del Señorío... según dijo Arminas. Ereinion tampoco sacó el tema... parece que nadie deseaba que ese asunto volviera a ver la luz. Habría que sondear a Elwë, son tierras laiquendi... tal vez nos interese tener a alguien enemistado con Celebrimbor... haremos correr el rumor de sus deseos...
- Bueno... De todos modos dudo que Míriel vuelva a reclamar Helevorn... las construcciones aquí se están ampliando y un germen de pueblo, de un pueblo de herreros, está creciendo alrededor de la forja principal... Son gentes poderosas, Massánie... solo hablan quenya, son orgullosos... no quieren saber nada del resto de los Elfos. Han creado una escuela para los pocos niños que hay y talleres en los que se trabajaba el cuero, la tela, tallan piedras preciosas, mangos de madera, rejas torneadas, lámparas, armas, joyas... Les llueven aprendices y la fama de sus obras se extiende por toda la cuidad. Pero no es sólo eso: están organizando una casa de curación propia, especializada en quemados... Míriel y Anarsel, su tía, que también es tía de Celebrimbor, se ocupan... Quieren formar una ciudad aparte... A mí me mantienen alejado... me encargan de representarlos en la corte por que no os conceden importancia... Para cualquier doncella sería un honor inmenso que la Massánie la convocara como Yavannildi...pero fijaros en la expresión de fastidio de la cara de Míriel... ella se cree ya una Massánie... Aunque no pronuncian la palabra "bastardo" me miran por encima del hombro porque no comparto con ellos la pasión por el fuego, no gozo con el poder de la magia, no quiero ni oír hablar del oculto conocimiento de la alquimia que tanto absorbe a mis primos. Se ríen del rubio de mis cabellos y me sonríen con insultante altivez cuando los herreros más viejos, aquellos que habían trabajado en Valinor con Fëanáro, se equivocan y la llaman Nerdanel sin darse cuenta. Ella presume de la obediencia y el respeto que le tienen sus gentes. Es una mocosa, una chiquilla...
- No temas... si Elros la ama, como dices... –Berianis sonrió- haremos lo posible para que ella le corresponda y sean felices... ¿No te parece?... ¿La Tierra del don está lo bastante alejada para tu gusto?
Una amplia sonrisa iluminó el rostro de Dahas. Berianis siguió.
- Ahora haz entrar a tu prima... ha llegado el momento de que la conozca...
*** *** ***
- Mara tula, Aranel –Dijo Berianis tomando de los hombros afablemente a Míriel para indicarle que se levantara.- No sé qué te habrán contado de mí... pero puedes contar con todo mi afecto, pitya... además... bien... yo no soy ceremoniosa, no me gustan los protocolos... ¡Compórtate con normalidad y no olvides que tu sangre es más noble que la mía!
Pero Míriel miró el rostro de Berianis y su frialdad desmentía el amable tono de sus palabras. Dahas se colocó al lado de la Massánie y sonreía a su prima con suficiencia.
- Acompáñanos –le dijo- y te presentaré al resto de las yavvanildi...
Miriel, obediente, siguió el andar firme de la Reina a través de un palacio semiconstruido. Dahas marchaba a su lado. Al pasar por delante de algunos herreros éstos saludaron a su princesa, provocando los celos de Berianis, que nunca era tratada con tanta deferencia.
- Veo que tus gentes te respetan... –le dijo girándose molesta.
Míriel esbozó una sonrisa tímida, como si le diera vergüenza, y calló. Berianis arqueó una ceja: tal vez fuera más dulce, más tímida y maleable de lo que ella hubiera pensado. Dirigió a Dahas una mirada cómplice y se atrevió a tantearla:
- Dicen las lenguas murmuradoras que un Príncipe os ha manifestado su interés...
- ¿Sí? –Respondió Míriel poniendo teatralmente cara de sorpresa- ¡Pues tendré que hablar con esas lenguas murmuradoras que informan a todos menos a mí! ¿Os habrán dicho también el nombre del príncipe interesado?
Berianis se paró para mirarla de frente. Tal vez la había desdeñado demasiado.
- Seguro que lo sabes, pequeña... pero haces bien en desoír los rumores... Sólo que... desde palacio... bien... creo que esa unión es interesante...
Míriel la miró directamente a los ojos y con un cinismo que la desarmó le dijo:
- Bueno... tal vez cuando mi hermano Elros vuelva a visitarme le pregunte quien es ese misterioso príncipe que tanto interés por mi manifiesta a los otros...
Jugaba fuerte. Berianis empezaba a descubrir el motivo del odio de Dahas, que le sonrió significativamente. Tras la aparente suavidad se escondía un hueso difícil de roer. La idea de mandarla a Númenor no era tan descabellada...
- Si... querida, habla con Elros... tal vez él sabe más de lo que piensas...
*** *** ***
Las doncellas de Yavanna pararon sus parloteos y sus risas al advertir la presencia de la Massánie. Dahas quedó unos pasos más atrás en señal de respeto, pero sin dejar de examinar a las distinguidas doncellas que se agolpaban allí pensando cual le convenía más como esposa. Berianis llamó a una de las yavvanildi. Era una muchacha distinguida, de gran delicadeza, dorados los cabellos y la mirada de un azul tan intenso que rozaba el violeta.
- Arien, esta muchacha es Náredriel, la hija de Maedhros...
- De Macalaurë, Tarinya...- Corrigió Míriel secamente.
- Bueno –concedió Berianis con una sonrisa congelada- da igual... de uno de los hijos de Fëanor en cualquier caso... Te la confío para que la instruyas, será la nueva yavvanilde.
- Será un placer enseñarte –le dijo Arien amablemente.
En el rostro de Míriel se pintó un gesto de fastidio.
- Creo que no necesitaré instrucción, Señora, sé perfectamente cómo se hacen las lembas. Si hay trabajo decidme qué tarea me asignáis y terminemos de una vez.
Berianis la miró con gesto severo.
- No me gustan esos aires. No en mi casa ni en mi presencia. No creo que hablaras así a Galadriel cuando estuviste con ella en los Puertos y si lo hacías debió abofetearte.
- Tarinya, pongamos las cosas en claro. Yo no formo parte de vuestra corte y os debo solo el respeto que merecéis por edad. Juré, fidelidad a Ereinion a través de su senescal, Melendur y se la reiteraré en cuanto me la solicite. Pero no me interesa la vida de la corte ni pienso colaborar con vos en vuestras intrigas. Si necesitáis alguna yavvanilde buscaré entre mi pueblo a la más digna de las doncellas y la haré venir, yo necesito mi tiempo para otras muchas cosas.
Las yavvanildi murmuraron tan sorprendidas como si la luna apareciera a mediodía o de pronto el agua del mar se volviera de un amarillo intenso. Berianis palideció. Luego enrojeció. Después la mandíbula empezó a temblarle suavemente de ira.
- ¿Sabes que puedo expulsarte de Lindon a ti y a tus gentes con sólo una orden?. -Dijo apretando los dientes
- Dad esa orden, Señora, y por donde hemos venido nos iremos. –El tono de su voz era cada vez más calmado, cada vez más seguro- Tengo la certeza de que algún día os veré suplicarnos armas para el ejército de vuestro hijo. Somos un pueblo de Herreros y sólo ambicionamos trabajar metales. Os ofrecemos nuestra ciencia y nuestras obras, si las rechazáis nos iremos. Todavía queda mucha tierra y jugamos con ventaja: nosotros no tenemos nada, nada podemos perder.
Después inclinó la cabeza y se dirigió dignamente hacia la puerta. Antes de salir se giró y miró a Arien. La muchacha la observaba intrigada, sorprendida, escandalizada. Acababa de presenciar la rebelión más grande que había visto en su vida y no sabía qué postura tomar.
- Arien lamento haberos conocido en unas circunstancias tan tensas, agradezco vuestra amistad y vuestro ofrecimiento, no los olvidaré.
La doncella bajó la cabeza, sin saber que contestar. Algo en su interior le decía que ese encuentro no era casual, que su camino se cruzaba con el de aquella Elfa. Era un sentimiento oscuro parecido a una premonición, algo que la estremeció.
- ¡Un momento! –Dijo Berianis crispada- ¡No os he ordenado marchar!
Míriel se detuvo y miró a la Reina con arrogancia extrema.
- Soy una Elfa ocupada, Señora, si tenéis algo más que decirme hacedlo rápido.
Berianis temblaba. La situación había tomado un matiz imprevisto, inesperado, no sabía cómo reaccionar... Por otro lado no podía quedar en ridículo delante de las siervas de Yavanna, doncellas escogidas, hijas de los nobles más distinguidos del Reino. Jamás nadie había minado de tal modo su autoridad.
- Solo una cosa, maldita estirpe de Fëanor... sólo una cosa. Este encuentro no lo olvidaré y tal vez no necesitemos tanto de ti y de tu pueblo de asesinos como creéis... ¡No vuelvas nunca a hablarme en ese tono, no olvides quien es tu Tari!
Una sonrisa cínica se dibujó en los labios de la pelirroja creando una mueca de niña traviesa que se ha salido con la suya. Un brillo helado salió de sus ojos.
No dijo nada más. Sabía que no necesitaba hacerlo.
Inclinó su cabeza en una reverencia que, de tan pronunciada, era falsa, burlona, y se giró arrogante.
- ¿Dahas, tulatye? (Dahas, vienes)–Le preguntó a su primo al pasar por su lado. Sus ojos se cruzaron en rápida escaramuza. Él elfo tragó saliva, algo indeciso. Su primer impulso fue dar un paso, pero súbitamente se frenó: no podía tomar partido por ella. Miró a Berianis y reuniendo una voz áspera contestó a su prima.
- Yo tengo asuntos aquí.
- ¡Yé!. ¡Tenna rato, onóro! (Bien. ¡Hasta luego, primo!)
Dahas se situó tras Berianis, que se quedó allí plantada, quieta, dolida diciéndose:
"Me las pagarás".
Acababa de conocer el amargo sabor de las humillaciones. Se lo había enseñado una mocosa que aún no tenía ni un yén (Medida de tiempo élfica equivalente a 142 años). -----------------------
[1]
Dahas es un personaje inventado. Es un hijo ilegítimo de Celegorm (Turkofinwë) y una aristócrata Sindar llamada Lothdaer. Hay un fic en marcha para explicar su historia.
[2]
Berianis es un personaje inventado, la madre de Gil-Galad
[3] Telperinquar es el nombre quenya de Celebrimbor. El diminutivo es Telpo.
La cortinita se apartó dando paso a una nariz curiosa, a unos ojos inquisidores a un rostro severo y escrutador. Un moño recogía sus oscuros cabellos en la nuca y estudiados mechones se deslizaban por su espalda pertinentemente engalanados para tal honor
- De modo que esa es tu prima, Dahas[1]... –dijo Berianis [2]ásperamente- ¡Bonita y orgullosa! ¡No puede negar su sangre!
- Dicen que se parece a Nerdanel, mi abuela... –comentó manchando el aire con la decepción de sus palabras
- ¿Qué se parece? Es su vivo retrato: ese aire de quien ha conquistado al Rey con una simple sonrisa... solo que no está embarazada... –dijo con sorna-. Pero lo que me extraña es que vuestras gentes la hayan seguido.
Dahas miró a su prima, esperando en el patio, sentada sobre el muro, con la mirada perdida en la Bahía de Lune. Se veía en la piel de ella y sabía, por mucho que se esforzara en engañarse, que él jamás podría haber dado una unidad y un sentido a aquellas gentes desencantados, arrepentidos, desposeídos, traicionados hasta la saciedad, solos...
¿Qué les había podido ofrecer?
Míriel era una chiquilla... pero era uno de ellos, la orgullosa nieta de Fëanor, el Elfo que les había llevado a aquella situación y el fuego de su abuelo pervivía en ella supliendo su insultante juventud, quizá un motivo difuso de esperanza para un pueblo cansado y viejo, un pueblo que hundía sus raíces en el principio de los tiempos...
¿Una esperanza? ¿De qué?
Dahas entendía que las armas hablaran, cimentaba la palabra poder sobre la palabra fuerza. Entendía que la obediencia se debe a aquel que está por encima de ti, pero cuando entraba en filosofías se perdía: esperanza, sentido de la vida, soledad, no eran más que palabras dibujadas en el aire, conceptos que encerraban la nada y el vacío... Su prima y sus gentes le desconcertaban... Eran como puertas cerradas y él no sabía cómo entrarles. Y al parecer Berianis tampoco:
- No me explico, Dahas, como esa cosita frágil pudo traer hasta aquí a todos esos desposeídos... Pero a poco que hagas ese pueblo de guerreros te seguirá a ti... ¡Ella no tiene carisma! De todos formas quién entiende a las orgullosas gentes de Fëanor que prefieren fracasar libres una y otra vez que someter la cabeza al Profeta
- Si tienen que rendirle cuentas lo harán de muertos. –Dijo Dahas complacido por la observación de la reina.
Berianis miró al príncipe:
- "Si tienen"... Di mejor "Si tenemos", mi querido Dahas, que la maldición te alcanza también a ti, por mucho que hayas renunciado al juramento... Eso debe ser también lo que los impulsa a seguirla: Ella lo ha asumido, ha manchado de sangre sus manos... cuando la miran, no ven en ella juicio alguno... Tanto la maldición como el juramento pesan sobre ella.
Dahas calló. No le gustaba que le nombraran la maldición. Le encantaría que dijeran de él lo que escuchaba de Celebrimbor: que se parecía a Fëanor. Pero no soportaba que le recordaran que solo era uno de sus nietos, mal considerado por su gente y sometido a la maldición como todos ellos... Sin embargo sabia que el motivo de que su pueblo siguiera a Míriel y no discutieran que fuera su sien la que llevara la diadema de su Casa era que añoraban ver al frente de sus filas el cabello pelirrojo de Nelyafinwë el Alto.
Dahas evocó la única vez que vio a Maedhros: él era un niño y acompañaba a Telperinquar[3] a decirle que él renunciaba al juramento. Dahas recordaba el rostro de su tío, lleno de majestad, de fuerza... un asomo de decepción se pintó en él, pero nada dijo mas que unas palabras solemnes, definitivas como una sentencia:
- Mirimave avatye i vanda... ananta i indo nosseo Fëanáro halata oiale men len (Libremente renuncias al juramento... sin embargo el corazón de la casa de Fëanor guarda siempre un sitio para ti)
Aquel día Dahas conocío la fuerza de un Rey, supo por qué los Elfos le seguían, por qué hasta su padre o Caranthir doblegaban a él su voluntad... Y Míriel tenía su misma forma imperativa de hablar, había heredado de él los gestos regios, que le salían espontáneos, sin ensayos... Por poco que Berianis la examinara advertiría que hasta su sudor olía a majestad.
- ¿Sabe por qué la he hecho venir? –Le preguntó a Dahas.
- Si, Massánie, sabe que viene a hacer de yavannildi...
- ¿Y viene de buen grado?
Dahas no respondió: no hacía falta. Su pose orgullosa, el aire de fastidio que la envolvía eran suficientes como para saber el ánimo que traía.
*** *** ***
Míriel esperaba a ser llamada llena de impaciencia, pero no por nervios, sino por que no podía sufrir el perder el tiempo. Se distrajo contemplando el patio, que era bonito, aunque estaba a medio hacer como todo en Lindon. Caminó inquieta como un animal enjaulado ¡Y encima la hacían esperar en nombre de cualquier tácito protocolo palaciego! Nerviosa, dio varias vueltas al patio y luego se sentó en la pequeña paredilla con la mirada perdida en la bahía y dejó que la mente volara lejos, al pasado, a su tío...
- Ha finalizado mi misión –dijo Narringe.
Tenían Helevorn a sus pies. Comido por las hiedras se elevaba el castillo de Moryofinwë. Algunos noldorin habían vivido allí en sus tiempos de esplendor y no podían evitar que las lágrimas fluyeran a sus ojos. Ya daba igual. A aquellas alturas nadie se jactaba de no haber llorado. Todos estaban atacados de amargura.
- Id a ver a Gil-galad. Pídele el Señorío sobre estas tierras. Te lo dará –dijo Narringe- Están lo bastantes lejos como para que no le perturbéis. Evita a Dahas y piensa en mí si me necesitas. ¿Entendido?
Ella asintió. Los ojos fijos en su tío. Narringe le centró la tiara.
- ¿Quién eres, moina? –Le preguntó con dulzura
- Inye ná Aranel Fëanáro nosseo. (Soy una Princesa del linaje de Fëanor)
- Lá. Etye ná i Tari úestelo, Tari eresseo, Tari lusto... Ananta nátye i nor voronweo (No. Tu eres la reina de la desesperanza, la reina de la soledad, la reina del vacío... sin embargo eres la tierra de la fidelidad) i sulkar lieo kiruvar ten (Las raíces de un pueblo se clavarán en ti).
¿Qué hacía allí aquella mañana?
*** *** ***
Berianis tomó una fruta de un canasto. Una preciosa manzana roja, olorosa, venida de las fértiles cuencas agrícolas de Harlindon.
- ¿Es cierto eso que cuentas? –Preguntó Berianis - ¿Qué amenazó a los Falmari?
- Si...-respondió Dahas con una sonrisa malévola- Su Elfo de confianza habla cuando se emborracha y me lo contó.
Berianis sonrió también, le encantaban los chismes. Luego dio un sonoro mordisco a la manzana. Y Dahas le habló de los 200 fëanorianos apostados en el Golfo de Lune dispuestos a embarcar para cruzarlo hasta Mithlond...
- Míriel había enviado a Elenher, el Elfos del que os hablaba. Este volvió a ella con la cabeza gacha: "El Falmari dice que solo tienen pequeñas barcas de pesca, mi Señora... Nos miran mal... Ha dicho, Herinya, que si quieres los barcos vayas a pedírselos y que te hablará conforme a lo que tu edad y tu dignidad merecen... No hay manera de mostrarle lo absurdo de su postura."
Berianis la imaginaba. Por muy alta que fuera, montada en un buen corcel, su figura inspiraba poco respeto, al menos en la lejanía. La comparaba con las demás yavvanildi en su primer día. Al lado de sus madres esperaban circunspectas, sin variar ni un ápice la expresión de la cara pese a la tardanza que siempre les imponía. Le gustaba espiarlas en su angustia, ver cómo reaccionaban. Y desde luego ninguna se había sentado en la paredilla con aquella indiferencia, con ese intenso aire de fastidio.... la manzana crujió nuevamente bajo sus dientes
- Conozco bien a Elenher, eso se lo debió decir muy turbado, bajando la cabeza avergonzado. –Dahas seguía describiendo la historia con viveza, casi pintándola con sus palabras- Bueno el Falmari quería hablar con Míriel, decirle que no le daba los barcos... ¿Te la imaginas? Ofendida, orgullosa... Fue hacia él... Miriel suspiró. Podían hacer un rodeo, era cierto, no tenían prisa, pero le ardía la sangre en las venas ante aquel desprecio y sentía, por otro lado, la vista del pueblo fija en ella, esperando, exigiendo. Total que la chica se plantó ante el Falmari. "Mi nombre es Miriel, nieta de Fëanor, estoy al frente de este pueblo que ves... Te he enviado a mi consejero pidiéndote barcos, es un elfo que merece toda mi confianza... ¿Qué asunto puede tener tanta importancia para que me requieras a mi? ¿No te parece razonable el precio que te ofrecemos?"
Berianis escuchaba interesada la historia. Estaba encantada de aquellos chismes... y segura de que algún día le traerían provecho
- Sigue... ¿Qué más pasó? –dijo incando de nuevo los dientes en la fruta
- Bueno, según me contó Elenher, el Falmari examinó a Míriel con cierto desprecio: es muy joven, para ir al frente de Elfos tan terribles. Mírala –dijo Dahas apartando nuevamente la cortinilla- La brisa marina debía jugar, como hace ahora, con sus cabellos rojos desordenándolos graciosamente... el Falmari debió ver esa dulzura aparente... Pero no lo olvideis Massánie, bajo su aspecto frágil relucen las joyas del emblema de la casa de Fëanor y bajo ellas no brilla menos la luz de sus ojos grises, fríos y fogosos al mismo tiempo. El Falmari le dijo socarrón. "Los barcos son pesqueros, "Señora..." no de carga..." Ella entonces le respondió imperativa: "¡Haced varios viajes!". Y el Falmari repuso: "Recorred vosotros el trayecto a pie... El Golfo de Lune tiene hermosas vistas... "
- ¿De veras le respondió eso? ¡Le está bien empleado! –dijo casi atragantada por la risa...
- Sí... desde luego, pero... Bueno, mi Señora... Míriel no se amilanó. Elenher cuenta que una sonrisa sarcástica le iluminó el rostro y que le dijo algo así como: " Es curioso, Señor mío ver como la gente no aprende de sus errores: Eso mismo que me sugieres es lo que le comentó, según he oído, Olwë a Fëanor, mi abuelo, con respecto a Helcaraxé... Confieso que siempre me ha repugnado la respuesta de mi antepasado... pero... hay momentos en los que lo entiendo... entiendo la facilidad de dar una orden... , de alzar la espada y lograr por la fuerza lo que se te niega por las buenas... ¡Ciertamente sería tan fácil! Con solo un gesto tendría tu cabeza en mis manos y vuestros barcos bajo mis pies."
- ¿En serio? ¿Le dijo eso? –Respondió Berianis no creyéndose que aquella cosita frágil pudiera tener ese carácter- Quiero que me localicéis a ese Falmari... tal vez un día pueda serme útil
- Sí... ya os he dicho que no os debéis dejar engañar por su aspecto infantil y dulce... si miráis en sus ojos veréis que habita en ella el mismo espíritu de Fëanor... Total que intimidó al Falmari... el pobre dio las órdenes, buscó los barcos...
La Massánie cerró la cortinilla.
- Te agradezco que me confíes estas cosas Dahas... así sabré como tratarla, la tendré bien vigilada... Cuento contigo para ello y.. Bueno, te aseguro que sabré recompensar tu fidelidad.
*** *** ***
Una sonrisa de triunfo iluminó el rostro de Dahas e instintivamente palpó el bolsillo interior de su túnica. Guardaba allí un tesoro valiosísimo que sólo un golpe de suerte y una buena cantidad habían depositado en sus manos. Cuando desplegó el pergamino y lo leyó no le costaba nada "ver" a un Elerossë que se complacía febril con el leve cosquilleo de una pluma, con la estática resistencia quejumbrosa del pergamino. La luz de una vela parpadeaba sobre un escritorio, seguramente en penumbras, seguramente desde afuera se empezarian a oír los golpes de los primeros albañiles...
Pero aún no se lo mostraría a Berianis... Iba bien tener un as bajo la manga... Estaba tan contento con la carta, que había memorizado su texto y a veces lo recitaba:
"Sabes que la quiero... a ti no puedo engañarte... y ya sé qué piensas... y ya sé que ella piensa igual... y que soy un egoísta... Pero el placer de estar a su lado...
Fuimos en barca...
las aguas en Mithlond no son rebeldes, la tierra acalla su furia, es cálido, seguro, entrañable... es como un útero.
Subimos por Aerdor, sabes que adoro sus fiordos... navegamos hasta uno de ellos y varé la barquita en su arena. Se ponía el sol. La ayudé a bajar sólo por el placer de rozar su mano, de sentirla entre las mías. Y ella me mira y sonríe... ¿Tienen precio sus sonrisas? Yo las guardo con celo... cada una es un tesoro.
Tomé su arpa.
Hice una hoguera.
Ella, mientras tanto me miraba. Sus miradas también tienen un valor incalculable....
Yo sé que siente algo por mí...
Imagínate Elrond, el mar azotando las rocas... mi deseo golpeando su voluntad...
Nos sentamos...
poco a poco Isil expulsa el resplandor de Anar y solo nos alumbra su brillo mortecino, la distante luz de las estrellas, tan lejanas y el fuego: sugerente, simple, constante...
Se está bien a su lado, se está muy bien...
a nuestro alrededor hay murmullos, rumor de aguas, chasquidos...
"¿Tocarás para mí?" le pregunto. Ella asiente. Otra sonrisa...
¿Recuerdas? Hubo un tiempo en que Míriel no sonreía, un tiempo en que vagaba en medio de los remordimientos... ¡Me mataba! Yo era un niño, pero ya la amaba y necesitaba de su alegría.
Ayer me senté detrás, me apoyé contra la roca y le hice de respaldo... fui feliz... Otra vez entre mis dedos tenía su mechón...
Si pudiera atrapar la eternidad, encerrarla... elegiría ese momento. Ella recostada junto a mí, el mar murmurando, varada la barca, tachonado de estrella el firmamento oscuro y su arpa regalándome una música nacida nada más para mí...
Imposible. Esa palabra me ahoga, es el freno en la boca del caballo, el peso en el corazón, la armadura... Pero ¿Y el amor? Por que ella siente... ¿Será capaz de decir "si" si pregunto, si suplico...?
Su voz...
Solo sus palabras... te las puedo copiar... pero su voz... ¡Era mía hermano, mía! No sé describírtelo, decirte... nacía para mí, me acariciaba, calaba mi alma, como si lloviera sólo para ella...
Su corazón desmiente callando lo que proclama su razón. Asi su voz desmentía a sus palabras.
Norne nambar tambari rautar (Duros martillos golpean los metales)
nárissen eresseo (en los fuegos de la soledad)
Ve i orne kira sulkarya nóresse (Como el árbol hunde sus raíces en la tierra)
ar i olwar helde ortan yestie i eleni (y sus ramas desnudas se elevan deseando las estrellas)
sin tálunya nár Endoresse (Así mis pies estan endor )
sin máunya merear mapaie i ilma haira (Así mis manos quieren atrapar la luz lejana)
Ve lassi roitar súre lelyatar (Como las hojas persiguen al viento viajero)
ve lothi hákaret ar apafirar (como las flores se abren y mueren despues)
Sin henunya roitar te imbe i kweni (Asi mis ojos te buscan entre la gente)
sin rankonya firar Kúmanese ealo lúmea (Asi mis brazos sienten el vacío de tu ser temporal)
Etye tulta yánaesse olorion rákinar (Te iras al lugar de los sueños rotos)
Ulyalesse estelo tára (Al vertedero de las esperanzas nobles)
Nárissen eresseo (A los fuegos de la soledad)
masse norne nambar tambari rautar (En donde duros martillos golpean los metales)
Y el canto acabó y mis labios besaron su cabello, profundamente y ella giró la cabeza separándose de mí... entonces... sus ojos brillaban tanto... y sus labios, entreabiertos, respiraban azorados... y entonces...
¡Jamás debí hacerlo!
¡El precio a pagar es muy alto!
¡Ahora sé con certeza que en ningún otro lugar encontraré delicia semejante!"
*** *** ***
- Massánie... serviros es ya un honor, una recompensa... no necesito nada más... -comentó Dahas con acento rastrero.
En el rostro de Berianis se dibujó una leve sonrisa...
- Entonces no te importará contarme sobre ese galán...
Dahas sonrió malicioso
- ¿Su "enamorado"?
Berianis le dedicó una mirada cómplice.
- Bueno... a veces la viene a buscar a las forjas... comparten grupa... se internan por Ossiriand... Parece que será un gran romance... él insiste en que solo es su otorno, pero sus visitas no son las de un hermano... aprovecha su familiaridad para acercarse a ella y la doncella se deja querer...
¿Qué más sabes?
- Bueno... Miriel contó a Telperinquar que se encontraron casualmente: ella acababa de desembarcar al frente de su pueblo. Todo era nuevo, no sabían a donde dirigirse... Los puertos parecían un lugar muy activo. Los mercaderes ambulantes, en su mayoría Atani, se precipitaron a ofrecer cambalaches a los recién llegados, fijas las miradas en las formidables armas, la codicia en las joyas. Al parecer uno de ellos se le plantó delante del caballo de Míriel y se ofreció como guía. Como era de suponer, Miriel lo miró despectiva y espoleó el caballo que se encabritó empujando al atan que acabó en el suelo. Ahí apareció Elros: Apartó a los Atani y él mismo se ofreció de guía.
- Bueno, no es extraño... ella le crió... conocía a todas sus gentes...
Los ojillos de Dahas brillaron
- Claro, claro... pero a él no le reconocían. Míriel lo miró con extrañeza. Elros es un tipo de lo más curioso: demasiado hermoso para ser un Atan esa mirada azul y nítida, llena de luz. Pero la barba que adorna su rostro... ella hubiera jurado que era un Elfo. Él la saludó, reverente y se dio a conocer... Elenher dice que la llamó "Melmenya", que era el nombre que le daba de críos: "¡Oselle! ¡Vanimelda Míriel! Vanimatye loa koranaren, melmenya... "(Hermana, hermosísima Míriel, tu belleza crece con los años, amor mío.)
Berianis rió con la parodia y esto llevó a Dahas a fingir una aguda voz femenina:
- "¡Elerossë! –Dijo ella reconociendo a su otorno por la última palabra. Ella era su "novia", la esposa que iba a tomar cuando creciera... - ¡I lume úanta ten úmárave! (El tiempo no ha pasado inútilmente para tí)" Elros dejó escapar una carcajada jovial, ruidosa, expansiva, y descabalgó para ayudar a Miriel a hacer lo mismo. "Esperabas un niño, ¿verdad? Soy un Perelda, moina, no un Eldar... ¡Pero tu también has crecido! ¡Estas preciosa!". Elenher me contó que Elros la abrazó y que ella se estremeció. Luego se separaron despacio y él tomó con ternura uno de sus rojos mechones... y lloraron en silencio la muerte de Maedrhos, la locura de Maglor.
- Y la trajo a ver a Melendur por que Ereinion no estaba... He leído su petición: Quiere que se le conceda el Señorío sobre Helevorn, reconstruir el castillo de Morifinwë y vivir allí. Con ella vienen herreros, piensa restablecer la antigua amistad con los enanos y hacer allí un centro metalúrgico... lo cual es una idea formidable, una competencia a Celebrimbor.
- Pero me temo que ya no está interesada... Sus herreros se han encontrado con las gentes de mi primo con gran alegría. Muchos de ellos habían trabajado juntos... ella entró a conocer a Telpo...
- Ummm... pero reñirán... necesariamente chocarán... con ese carácter...
- Bueno... yo estaba cuando se conocieron... Telpo dejó las forjas, la esperó en esa terracita que tiene, esa que da a la bahía... él la saludó: "¡Mara tulda herinya, ná tyave henuten cenie onóne vanwa! (Bienvenida, mi señora, es un placer para mis ojos ver a una pariente perdida)"
- Es curiosa la manía que tiene tu familia de hablar quenya...
- Bueno... son unos pijos.... el caso es que ella le dijo algo así como "Nai eleni kaluvar omentiemma, onóro." Y luego, sin más añadió "Lienya merener coatya hopasse" (Que las estrellas brillen sobre nuestro encuentro, primo. Mi pueblo desea el refugio de tu casa). Eso consiguió algo casi imposible: que Celebrimbor riera. Míriel le sorprende. Es muy joven, segura de sí misma, metida en su papel de reina. Entra en su casa una mañana con paso orgulloso, con altivos ojos se planta ante él y tras soltarle una frase amable le solicita refugio para su pueblo, unas doscientas personas.
Berianis, complacida, notó la frustración en la voz de Dahas y sonrió. Un Elfo resentido es un elfo manejable, un aliado poderoso. Puso cara de máxima atención y Dahas siguió:
- Yo le dije "Pues acampad en los terrenos baldíos del Sur. Nada queremos saber del juramento, aleja de nosotros esa panda de asesinos." Pero Telperinquar suspiró con desagrado y me presentó... Massánie... no sabes lo mucho que me desprecia... luego dijo: "Bien, Miriel, podéis quedaros tu y tus gentes. Que planten las tiendas alrededor de las forjas. Tu misma los organizarás. Sólo una cosa voy a pedirte: no quiero tener que levantar ni un solo instante la vista de la forja por un problema. Los que surjan los resuelves por ti misma... ¿Entendido?. En cuanto a Dahas no le hagas caso, él sabe el lugar que ocupa en mi casa."
- Pelearán, Dahas... verás como sí... lo que es extraño es que no lo hayan hecho ya. Relaciones así están muertas antes de nacer.
- Os equivocáis Massánie. A medida en que la situación se ha ido demorando Celebrimbor y Míriel intiman. A los pocos días ella ya había reorganizado a sus gentes y ha ido encajando a cada herrero con los aprendices correspondientes de un modo armonioso. Las tiendas se alzaron alrededor de las forjas coherentemente formando un improvisado poblado al que no le faltó agua ni servicios. Llevaban tanto tiempo viviendo así que era natural establecer rápida y eficazmente un campamento. Además Miriel maneja a la gente con naturalidad, organiza, crea, dirige... y se abisma en las forjas. Todos los trabajos le interesan. Celebrimbor a veces la observaba: la pasión, el interés de sus ojos, la expresión de su cara... justo era eso lo que él exigía a un aprendiz... Un día la llevó consigo. Con asombro creciente descubrió que ella tenía nociones, algo más que básicas, de alta alquimia y han empezado a trabajar juntos. Ya no es su onóne, es su seler.
El resentimiento teñía las palabras de Dahas. Llevaba largos años viviendo con su primo y nunca se habían cruzado una palabra de afecto, una mirada de complicidad... ella llegaba de pronto, entraba de frente y se hacían amigos...
- Cierto que en la última reunión del Consejo a la que Celebrimbor acudió decidió no replantear el tema del Señorío... según dijo Arminas. Ereinion tampoco sacó el tema... parece que nadie deseaba que ese asunto volviera a ver la luz. Habría que sondear a Elwë, son tierras laiquendi... tal vez nos interese tener a alguien enemistado con Celebrimbor... haremos correr el rumor de sus deseos...
- Bueno... De todos modos dudo que Míriel vuelva a reclamar Helevorn... las construcciones aquí se están ampliando y un germen de pueblo, de un pueblo de herreros, está creciendo alrededor de la forja principal... Son gentes poderosas, Massánie... solo hablan quenya, son orgullosos... no quieren saber nada del resto de los Elfos. Han creado una escuela para los pocos niños que hay y talleres en los que se trabajaba el cuero, la tela, tallan piedras preciosas, mangos de madera, rejas torneadas, lámparas, armas, joyas... Les llueven aprendices y la fama de sus obras se extiende por toda la cuidad. Pero no es sólo eso: están organizando una casa de curación propia, especializada en quemados... Míriel y Anarsel, su tía, que también es tía de Celebrimbor, se ocupan... Quieren formar una ciudad aparte... A mí me mantienen alejado... me encargan de representarlos en la corte por que no os conceden importancia... Para cualquier doncella sería un honor inmenso que la Massánie la convocara como Yavannildi...pero fijaros en la expresión de fastidio de la cara de Míriel... ella se cree ya una Massánie... Aunque no pronuncian la palabra "bastardo" me miran por encima del hombro porque no comparto con ellos la pasión por el fuego, no gozo con el poder de la magia, no quiero ni oír hablar del oculto conocimiento de la alquimia que tanto absorbe a mis primos. Se ríen del rubio de mis cabellos y me sonríen con insultante altivez cuando los herreros más viejos, aquellos que habían trabajado en Valinor con Fëanáro, se equivocan y la llaman Nerdanel sin darse cuenta. Ella presume de la obediencia y el respeto que le tienen sus gentes. Es una mocosa, una chiquilla...
- No temas... si Elros la ama, como dices... –Berianis sonrió- haremos lo posible para que ella le corresponda y sean felices... ¿No te parece?... ¿La Tierra del don está lo bastante alejada para tu gusto?
Una amplia sonrisa iluminó el rostro de Dahas. Berianis siguió.
- Ahora haz entrar a tu prima... ha llegado el momento de que la conozca...
*** *** ***
- Mara tula, Aranel –Dijo Berianis tomando de los hombros afablemente a Míriel para indicarle que se levantara.- No sé qué te habrán contado de mí... pero puedes contar con todo mi afecto, pitya... además... bien... yo no soy ceremoniosa, no me gustan los protocolos... ¡Compórtate con normalidad y no olvides que tu sangre es más noble que la mía!
Pero Míriel miró el rostro de Berianis y su frialdad desmentía el amable tono de sus palabras. Dahas se colocó al lado de la Massánie y sonreía a su prima con suficiencia.
- Acompáñanos –le dijo- y te presentaré al resto de las yavvanildi...
Miriel, obediente, siguió el andar firme de la Reina a través de un palacio semiconstruido. Dahas marchaba a su lado. Al pasar por delante de algunos herreros éstos saludaron a su princesa, provocando los celos de Berianis, que nunca era tratada con tanta deferencia.
- Veo que tus gentes te respetan... –le dijo girándose molesta.
Míriel esbozó una sonrisa tímida, como si le diera vergüenza, y calló. Berianis arqueó una ceja: tal vez fuera más dulce, más tímida y maleable de lo que ella hubiera pensado. Dirigió a Dahas una mirada cómplice y se atrevió a tantearla:
- Dicen las lenguas murmuradoras que un Príncipe os ha manifestado su interés...
- ¿Sí? –Respondió Míriel poniendo teatralmente cara de sorpresa- ¡Pues tendré que hablar con esas lenguas murmuradoras que informan a todos menos a mí! ¿Os habrán dicho también el nombre del príncipe interesado?
Berianis se paró para mirarla de frente. Tal vez la había desdeñado demasiado.
- Seguro que lo sabes, pequeña... pero haces bien en desoír los rumores... Sólo que... desde palacio... bien... creo que esa unión es interesante...
Míriel la miró directamente a los ojos y con un cinismo que la desarmó le dijo:
- Bueno... tal vez cuando mi hermano Elros vuelva a visitarme le pregunte quien es ese misterioso príncipe que tanto interés por mi manifiesta a los otros...
Jugaba fuerte. Berianis empezaba a descubrir el motivo del odio de Dahas, que le sonrió significativamente. Tras la aparente suavidad se escondía un hueso difícil de roer. La idea de mandarla a Númenor no era tan descabellada...
- Si... querida, habla con Elros... tal vez él sabe más de lo que piensas...
*** *** ***
Las doncellas de Yavanna pararon sus parloteos y sus risas al advertir la presencia de la Massánie. Dahas quedó unos pasos más atrás en señal de respeto, pero sin dejar de examinar a las distinguidas doncellas que se agolpaban allí pensando cual le convenía más como esposa. Berianis llamó a una de las yavvanildi. Era una muchacha distinguida, de gran delicadeza, dorados los cabellos y la mirada de un azul tan intenso que rozaba el violeta.
- Arien, esta muchacha es Náredriel, la hija de Maedhros...
- De Macalaurë, Tarinya...- Corrigió Míriel secamente.
- Bueno –concedió Berianis con una sonrisa congelada- da igual... de uno de los hijos de Fëanor en cualquier caso... Te la confío para que la instruyas, será la nueva yavvanilde.
- Será un placer enseñarte –le dijo Arien amablemente.
En el rostro de Míriel se pintó un gesto de fastidio.
- Creo que no necesitaré instrucción, Señora, sé perfectamente cómo se hacen las lembas. Si hay trabajo decidme qué tarea me asignáis y terminemos de una vez.
Berianis la miró con gesto severo.
- No me gustan esos aires. No en mi casa ni en mi presencia. No creo que hablaras así a Galadriel cuando estuviste con ella en los Puertos y si lo hacías debió abofetearte.
- Tarinya, pongamos las cosas en claro. Yo no formo parte de vuestra corte y os debo solo el respeto que merecéis por edad. Juré, fidelidad a Ereinion a través de su senescal, Melendur y se la reiteraré en cuanto me la solicite. Pero no me interesa la vida de la corte ni pienso colaborar con vos en vuestras intrigas. Si necesitáis alguna yavvanilde buscaré entre mi pueblo a la más digna de las doncellas y la haré venir, yo necesito mi tiempo para otras muchas cosas.
Las yavvanildi murmuraron tan sorprendidas como si la luna apareciera a mediodía o de pronto el agua del mar se volviera de un amarillo intenso. Berianis palideció. Luego enrojeció. Después la mandíbula empezó a temblarle suavemente de ira.
- ¿Sabes que puedo expulsarte de Lindon a ti y a tus gentes con sólo una orden?. -Dijo apretando los dientes
- Dad esa orden, Señora, y por donde hemos venido nos iremos. –El tono de su voz era cada vez más calmado, cada vez más seguro- Tengo la certeza de que algún día os veré suplicarnos armas para el ejército de vuestro hijo. Somos un pueblo de Herreros y sólo ambicionamos trabajar metales. Os ofrecemos nuestra ciencia y nuestras obras, si las rechazáis nos iremos. Todavía queda mucha tierra y jugamos con ventaja: nosotros no tenemos nada, nada podemos perder.
Después inclinó la cabeza y se dirigió dignamente hacia la puerta. Antes de salir se giró y miró a Arien. La muchacha la observaba intrigada, sorprendida, escandalizada. Acababa de presenciar la rebelión más grande que había visto en su vida y no sabía qué postura tomar.
- Arien lamento haberos conocido en unas circunstancias tan tensas, agradezco vuestra amistad y vuestro ofrecimiento, no los olvidaré.
La doncella bajó la cabeza, sin saber que contestar. Algo en su interior le decía que ese encuentro no era casual, que su camino se cruzaba con el de aquella Elfa. Era un sentimiento oscuro parecido a una premonición, algo que la estremeció.
- ¡Un momento! –Dijo Berianis crispada- ¡No os he ordenado marchar!
Míriel se detuvo y miró a la Reina con arrogancia extrema.
- Soy una Elfa ocupada, Señora, si tenéis algo más que decirme hacedlo rápido.
Berianis temblaba. La situación había tomado un matiz imprevisto, inesperado, no sabía cómo reaccionar... Por otro lado no podía quedar en ridículo delante de las siervas de Yavanna, doncellas escogidas, hijas de los nobles más distinguidos del Reino. Jamás nadie había minado de tal modo su autoridad.
- Solo una cosa, maldita estirpe de Fëanor... sólo una cosa. Este encuentro no lo olvidaré y tal vez no necesitemos tanto de ti y de tu pueblo de asesinos como creéis... ¡No vuelvas nunca a hablarme en ese tono, no olvides quien es tu Tari!
Una sonrisa cínica se dibujó en los labios de la pelirroja creando una mueca de niña traviesa que se ha salido con la suya. Un brillo helado salió de sus ojos.
No dijo nada más. Sabía que no necesitaba hacerlo.
Inclinó su cabeza en una reverencia que, de tan pronunciada, era falsa, burlona, y se giró arrogante.
- ¿Dahas, tulatye? (Dahas, vienes)–Le preguntó a su primo al pasar por su lado. Sus ojos se cruzaron en rápida escaramuza. Él elfo tragó saliva, algo indeciso. Su primer impulso fue dar un paso, pero súbitamente se frenó: no podía tomar partido por ella. Miró a Berianis y reuniendo una voz áspera contestó a su prima.
- Yo tengo asuntos aquí.
- ¡Yé!. ¡Tenna rato, onóro! (Bien. ¡Hasta luego, primo!)
Dahas se situó tras Berianis, que se quedó allí plantada, quieta, dolida diciéndose:
"Me las pagarás".
Acababa de conocer el amargo sabor de las humillaciones. Se lo había enseñado una mocosa que aún no tenía ni un yén (Medida de tiempo élfica equivalente a 142 años). -----------------------
[1]
Dahas es un personaje inventado. Es un hijo ilegítimo de Celegorm (Turkofinwë) y una aristócrata Sindar llamada Lothdaer. Hay un fic en marcha para explicar su historia.
[2]
Berianis es un personaje inventado, la madre de Gil-Galad
[3] Telperinquar es el nombre quenya de Celebrimbor. El diminutivo es Telpo.
