18. KUILE KWALINO
(VIDA DE MUERTO)
Othar llamó a la puerta con los nudillos del corazón. En sus ojos brillaba el ansia de las cosas largamente deseadas y temblaba el remordimiento que causa el hacer una cosa prohibida. Aquella madera oscura y elegante no era una puerta: era su destino.
Toc toc
Sonidos mágicos que iban a cambiar su vida.
Espera.
Fue un breve tiempo, pero ante sus ojos desfilaban montañas de pensamientos:
Retazos de conversaciones en las que su padre presumía de hijo "Será un gran guerrero. Tiene madera. Este muchacho me superará".
Prejuicios que tantas veces había oído sobre el gremio de joyeros: lo mal que iban a tratarlo, la dureza del corazón de esas gentes orgullosas.
Esperanzas y sueños...
Por fin la puerta gimió sobre sus goznes y apareció ante él un enorme noldo, alto y recio.
- ¿Mam mereatye, seldo? (¿Qué quieres muchacho?) –preguntó su voz seca.
Othar miró con sorpresa a ese elfo de mirada torva: En primer lugar esperaba un criado Silvano y no a un magnifico Noldor digno de ser uno de los Elfos de la guardia de élite de su padre, caballero del Rey. Por otra parte le extrañó que hablara quenya: era la primera vez que un elfo de extracción humilde le hablaba en la Lengua Prohibida, que él mismo apenas si conocía de antiguos textos con los que sus preceptores le aburrían.
- Inye merea ná .... (Yo quiero ser... ) -Balbuceó sin acabar de encontrar la palabra...
¿Cómo se decía "aprendiz..."? Una sonrisa, que oscilaba entre la burla y cierta lejana ternura se dibujó en los duros labios del portero.
- ¿Istatano...? (¿Aprendiz de herrero?) –Preguntó al final con retintín.
- ¡Ná! – Respondió Othar jubiloso, sin darse cuenta todavía del tono burlón del elfo.
Pero el alma resbaló pesadamente hasta el suelo, como cae un vestido al que le desatan las cintas cuando vio la nueva sonrisa, ya claramente sarcástica del portero:
- A hortatye coatya, seldo, a istiatye quenya ar entulatye ar quettuvalme (Corre a tu casa, muchacho, aprende quenya y vuelve y hablaremos)
Nunca le habían hablado así. Él era el hijo de Denhal, caballero de Ereinion. Había vivido siempre entre honores, todo el mundo le trataba con exquisito respeto, todo el mundo limpiaba el camino por el que sus pies iban a pasar. Pero ese portero, un siervo de los herreros, probablemente un elfo despreciable con una larga cuenta de sangre su espalda, le decía palabras de burla mientras hacía el gesto de cerrar la puerta.
Un rubor de rabia desconocido hasta entonces por Othar se apoderaba de su rostro cuando una estrella le guiñó el ojo y el Príncipe Dahas apareció por una esquina: salía. El portero le franqueó el paso y Dahas le reconoció...
- Othar, muchacho ¿Qué haces por aquí? –Le preguntó.
Othar dudó en contestarle pero los ojos burlones del portero estaban posados en él, insultándole, esperando su reacción.
- Bueno... la verdad... –contestó mirando al portero con cierto desafío- Príncipe Dahas... la verdad es que yo quería... quería ser admitido como aprendiz...
En el rostro del príncipe se pintó la decepción.
¡¡El hijo de Denhal quería ser herrero!!.
Pero al mismo tiempo la vanidad lo abrumó: adoraba ostentar su poder y esa era una ocasión...
- ¿Y este buey no te ha dejado pasar? –preguntó mirando de arriba a bajo al portero Noldor- Danil, necio, ¿tu sabes con quién hablas?
- Ná, arta haryon, inye quentta seldonen si hehtie i lambe nostaro (Sí, alto príncipe, hablo con un niño que ha olvidado la lengua de sus padres) –Contestó tranquilo, casi divertido.
- Busca enseguida a la Dama Miriel y dile que un joven desea hablar con ella de inmediato. Dile que la esperamos en nuestro patio –Ordenó sonriendo a Othar a quien pasó un brazo familiarmente sobre los hombros mientras lo conducía al interior.
Othar echó un vistazo a su alrededor ¡Había soñado tantas veces con aquel lugar! Dahas lo condujo hacia un patio interior en el que estudiaban unos pequeños rodeados por dos maestras. El silencio y la dedicación de los niños le impresionó.
- ¿Son los hijos de los Maestros herreros? –le preguntó a Dahas.
- No... son todos los niños que tenemos... Venimos de una guerra larga y no hemos sido muy prolíficos, y en este sitio tan feo no creo que se reproduzcan mucho... casi viven hacinados por falta de espacio... demasiadas forjas... Las gentes de Miriel no hacen más que estorbar... En fin, querido Othar, ven por aquí...
Y Dahas mostró un pequeño pasillo que conducía a un segundo patio, reservado, mucho más pequeño. En el centro había una pequeña marquesina cubierta por flores azuladas de aroma fragante y una fuente lanzaba su fresco canto de agua. Alrededor había unos pequeños bancos y como olvidada, un arpa.
- Supongo que esperabas algo mucho más lujoso –dijo Dahas como molesto de la sencillez del lugar de más privilegio de la casa- Pero mis primos solo viven para trabajar... no son nada sibaritas...
Othar, que esperaba ciertamente más lujo, no aquella sobriedad, sonrió algo decepcionado. Todos los elementos arquitectónicos eran funcionales, bellos en su austeridad pero también tenían algo de improvisación, de prisa, de provisionalidad, que contrastaba con las otras obras que estaban proliferando por Mithlond
- ¿De veras quieres ser aprendiz? –Preguntó Dahas posando en el unos ojos que recordaban a los de un ave de presa- ¡No creo que pueda conseguirte un trato de favor! ¡Ni siquiera que esa pretenciosa de mi prima te dé el visto bueno! ¿Tu padre ya lo aprueba?
Othar vaciló. Pese a la amabilidad del príncipe no acababa de fiarse de él. El agua murmuraba promesas y las flores azules destacaban en su sencillez. Dahas llamó a una muchacha y le pidió vino. Ella asintió con gesto áspero. Los Noldor estaban hechos para servir.
- Mi padre quiere lo mejor para mí... –dijo ante la presión de los ojos de Dahas.
- Claro, claro... –respondió el príncipe con una sonrisa sarcástica- Es solo que me extraña que no te haya acompañado... Debe ser que no quiere verse mezclado con nosotros...
- ¡Oh no...! –protestó vivamente- La Casa de Celebrimbor goza de la más alta estima de mi padre... todas sus armas os las compra a vosotros, le ofrecen la mayor confianza...
Su protesta quedó suspendida en el aire, deshecha en ecos que se perdieron cuando una Dama hizo su aparición con una bandeja en las manos: llevaba una jarra y dos vasos. Su gesto era severo, como quien es molestado por una nadería. Su voz, preciosa, pero las palabras casi salían escupidas de sus labios.
- Dahas, luménya úme oira ten. Quettatyem linta man mereatya (Dahas, mi tiempo no es eterno para ti. Dime rápido que quieres).
Dahas suspiró. Era evidente que no se soportaban. Tomó la bandeja de las manos de su prima y le rogó que se sentara. La Dama se cubría con un manto, bajo el cual vestía ropas ligeras y un duro delantal de cuero. Su piel estaba perlada de sudor y sus cabellos brillaban con un rojo húmedo y ardiente al mismo tiempo. Era evidente que salía de una fragua.
- Este muchacho se llama Othar, es hijo de Denhal, caballero de Ereinion... ¿Le conoces?
- Lá. –Negó ella posando sus ojos en el chico y sin más preámbulos se dirigió al muchacho y le preguntó- ¿Man mereatye Othar?
Othar la miró sorprendido, intimidado, sabiendo que tenía ante sí la única oportunidad, el único camino para cumplir sus sueños. Suspiró hondo y ordenó sus palabras, traduciendo mentalmente, tratando de que la frase fuera sencilla y correcta...
- Inya merea istaie, inye merea náie istatano (Yo deseo aprender, yo quiero ser aprendiz) –Su voz, pese a que él quería controlarla, temblaba de emoción.
- Danil lo trató a patadas, Míriel... y este muchacho necesita una oportunidad... –dijo Dahas colocando su brazo en los hombros de Othar.
- ¿Tere man avatye Danil? (¿Por qué te rechazó Danil?) – Preguntó la Dama fríamente, clavando sus ojos en los de Othar...
- Inye ná úmaite quenyanen... (Soy inhábil con el quenya) –Confesó con dificultad, arrastrando las palabras y olvidando la pronunciación y el acento.
Miriel lo seguía mirando atentamente. Si Othar estuviera más tranquilo habría observado la majestad natural de sus gestos, que contrastaba con el amaneramiento de Dahas. Despacio, como si quisiera asegurarse de que él la entendía, dijo:
- Úmauereamme istatani Othar... (No necesitamos aprendices, Othar)
Aquellas tres palabras le saltaron al cuello como gatos rabiosos y la decepción lo hizo audaz: Casi gritando, con todas las buenas maneras desparramadas a sus pies, olvidando el idioma, claramente suplicante le rogó:
- ¡Pero yo lo deseo heri!, ¡Con todas mis fuerzas!. ¡Solo quiero vivir para eso! Es mi sueño, lo único que me importa... me dan igual los sacrificios, haré lo que me pidáis... ¡¡¡lo que sea herinya, lo que sea!!!
Míriel lo miró reflexiva, llevándose las manos a la cara. Se encargaba de aceptar o rechazar a los aprendices y no le impresionaba la súplica o el llanto: La realidad era que las forjas se les estaban quedando pequeñas, que el volumen de trabajo desbordaba de forma evidente su capacidad, que escaseaban los metales y que habían rechazado a jóvenes más prometedores. Trató de explicar...
- Si ná pitya... i men ná karie iluvenesse... a nuhtalme men... hehtalye sen (Esto es pequeño... el sitio es escaso para todos... nos molestamos... olvídate de esto).
Su voz ahora era sincera, clara. Pero su respuesta inaceptable... Othar perdió de pronto la noción de con quien hablaba, ante sí vio solo a una muchacha, no más mayor y respetable que cualquiera de las yavvanilde y le tomó las manos en un arrebato mientras insistió:
- Si ná kuilenya... heri... kuilenya... (Esto es mi vida... Señora...mi vida)
La dama retiró sus manos bruscamente, molesta con el contacto y miró largamente los ojos de Othar cuajados de súplica.
- Kuenttuvanye Aegnorenen... nan mótuvanye taryave hokyriei tavar... ¿Etye merea si? (Hablaré con Aegnor... pero trabajarás duramente cortando madera ¿Deseas esto?) –Preguntó fríamente levantándose y mirando al chico desde su impresionante estatura.
¿Qué la había hecho cambiar? Othar jamás lo sabría, quizá ni ella misma. Tal vez el destino era propicio aquella mañana al chiquillo.
- ¡Ná Herinya...inye merea si ilia poldorenesse! (¡Sí mi Señora, yo deseo esto con todas mis fuerzas!)
*** *** ***
Othar recordó aquellas palabras muchas veces:
Cuando los días se hicieron semejantes a si mismos y la rutina volvía pesado lo que se amaba.
Cuando el corazón de su padre se inclinó de pronto hacia su hermano a quien nunca había mirado antes, mientras él pasó a ser merecedor de su desprecio y su silencio, más hirientes que las prohibiciones o las bofetadas.
Cuando Aegnor, el Mantenedor de los fuegos y su primer Maestro le exigía más y más aprisa y sus brazos entumecidos no respondían, y sus ojos se posaban en las forjas de alta orfebrería, vedadas aún para él y su corazón valoraba con cansancio la cadena de maestros por los que tenía que pasar antes de llegar a ellas
Cuando sus amigos lo miraban con aire de desprecio por trabajar con "aquellas gentes".
Aegnor era el Maestro encargado de mantener los fuegos. Vigilaba su intensidad, su fuerza, su temperatura. Aunque su puesto parecía humilde era de vital importancia, pues nada hacían los creadores sin él. Los aprendices le respetaban y aprendían de él. Era un Elfo minucioso, detallista, exigente. Fuera del trabajo hacía gala de un estupendo sentido del humor.
Durante largos días Othar estuvo destinado al patio en donde la leña esperaba pacientemente el ser partida, luego, poco a poco Aegnor le permitió transportarla hasta el ala izquierda, a las Estancias de los Metales, el reino de Nárendur. Era una zona laberíntica en donde estaban las forjas de las armas.
Y, aunque en aquellos tiempos de paz, los arados y las podaderas habían sustituido a las espadas y las lanzas, y las rejas y las puertas tenían preferencia sobre las armaduras, Nárendur, el maestro armero no abandonaba totalmente su oficio y abastecía a los caballeros del rey con las armas más equilibradas, más elegantes y más letales que se hubiesen visto en Endor, cargadas de hechizos de protección y de muerte para los enemigos.
Nárendur era un elfo distante, de apasionada mirada gris y expectante sabiduría. Nada se le escapaba en sus dominios. Era exigente hasta la crueldad con sus aprendices pero ser uno de ellos era el sueño mayor de cualquiera de los chicos. Su prestigio lo precedía. Siendo solo el último de los aprendices de Valinor el mismo Fëanor se había fijado en él. Nadie olvidaba tampoco a su padre, Nárion, que había sido el maestro personal de Celebrimbor.
- ¡Eka! – (Mira!) Dijo uno de los aprendices con los que Othar, oculto por la pila de leña, iba a chocar.
El espacio era mínimo en las Estancias de los Metales: en el lugar que requeriría una sola forja convivían la fragua del mithril, las del acero, las del bronce y en un rincón, encajadas en una pequeñez más que peligrosa, las del cobre, exigidas por la Dama Míriel y en realidad reverenciadas por todos los Herreros. Eran un recuerdo vivo a Russandol.
Nárendur apenas se movía de las fraguas del mithril, celosamente vigiladas por la escasez del material y comunicadas por una pequeña puerta por otro de los espacios estrechamente vigilados: la forja de materiales nuevos. De ella Othar sólo sabía que salían aleaciones soñadas apenas por otros herreros, mezclas imposibles, alta alquimia en constante experimentación y cuyos frutos eran admirados por todos como logros...
- Lá. Sinome lá, seldo, a mathatye i tavar sambesse ango. (No. Aquí no chico, lleva la leña a la cámara del hierro) –Dijo uno de los herreros.
- Yé Her (Bien Maestro) –dijo Othar humildemente y giró hacia la habitación adyacente: la fundición.
Aquel sería sin duda el primer lugar al que ascender y Othar lo miraba como su próximo destino, cuando uno de los aprendices estuviera preparado para pasar a una de las estancias. La fundición estaba hacinada de aprendices que se ahogaban en su asquerosa calidez. La competencia entre los chicos era feroz y aquella zona especialmente propicia a los accidentes más desagradables... La estancia era desagradable, angustiosa y sin embargo era el lugar con el que cada noche soñaba...
También el ala derecha formaba parte de sus sueños: era la más inexpugnable, casi un templo para Othar. Allí se ocultaban grandes secretos, de allí salían creaciones sublimes.
Se ocupaba de ella Fendomë y allí se hacían las joyas. Este era un noldo de mirada profunda y labios prietos. Nunca sonreía pero tenía un ácido sentido del humor. Míriel hablaba largamente con él: les unían los remordimientos.
Las raras veces que Aegnor mandaba a Othar llevar algo de leña al ala derecha para alimentar la voracidad de sus fuegos se estremecía pensando que pisaba el mismo suelo que Celebrimbor, quien bajaba a diario a supervisar los encargos.
La prosperidad de Lindon se traducía en numerosos pedidos de joyas que se elaboraban en las estancias del oro y de la plata.
Al final del pasillo, siempre cerrada la puerta, había un pequeñísimo taller al que sólo Fendomë tenía acceso y que trabajaba el escasísimo mithril. Más alejados del fuego se encontraban los talleres de gemas en donde las hábiles manos de los tallistas daban caprichosas formas a las piedras preciosas.
La ultima estancia, que se adhería a esa ala ocupando un espacio del patio y aun en construcción, era la forja del vidrio, que cada vez recibía más encargos de las casas nobles y estaba claramente desbordada. Ilmawen era la Maestra. Le encantaba experimentar con colores y crear ventanas con imágenes y flores... Sus propios ojos parecían fruto de sus manos, llenos de luz y de iridiscencias.
Othar jamás lo había visto, pero le habían hablado de que, en lo más recóndito de las habitaciones de los príncipes había un taller de Alta Orfebrería, exclusivo de Telperinquar.
Poco a poco Othar había ido conociendo todo ese universo oculto, lleno de pequeños protocolos y costumbres, en el que la igualdad imperaba, pero en el que también una poderosa jerarquía se imponía estableciendo leyes no escritas de respeto y obediencia.
Así el joven cabalgaba entre dos mundos: Cada mañana dejaba la comodidad de su casa, su vida desahogada y bajaba desde el promontorio cercano a lo que sería el Palacio de Gil-galad hasta la zona del puerto en donde le saludaban los inexpugnables muros de lo que la gente había comenzado a llamar el Mirdaithond. Muchas leyendas se contaban de aquel lugar y Othar sabía que su realidad, viva, expansiva, creadora, superaba en mucho los mitos más descabellados.
***
Sin embargo, algo había aquella mañana diferente a todas las demás. El ambiente festivo se extendía dejando sabor a novedad. Las calles estaban mucho más concurridas que cualquier día ordinario, y una multitud inquieta bajaba a las dársenas. El debía bajar también, pero no pensaba hacerlo. Una idea rondaba por su cabeza: sorprender a Aegnor con grandes pilas de leña cortada
Danil le abrió la puerta, como cada mañana, pero le saludó diferente, asombrado de su presencia.
- ¿Man karetya sinome? ¿Tere man úme londesse? Elerossë lelya sen Númenoresse. Ilkwe nár kwetai namarië (¿Qué haces aquí? ¿Por qué no estás en el puerto? Elros viaja a Númenor. Todos han ido a decir adiós). –Le explicó el portero, con un rastro de contrariedad por que le había tocado perderse el acontecimiento.
Othar le sonrió y con intención le preguntó:
- ¿Ar i Massánie? ¿Lelyalyt sen? (¿Y la Dama? ¿Viaja con él?) –Se atrevió a preguntar.
- Lá. Indo Massánio ná vórima lien (No. El corazón de la Dama es fiel a su pueblo). –Respondió satisfecho y orgulloso, como si fuera el rival que ha ganado por fin los favores de la novia.
- ¡Yé! Inye úlelya londesse. Hókiriuvanye tavar (¡Bien! Yo no iré a los puertos. Cortaré leña)- exclamó alegremente
- Aegnor náruva alasse (Harás feliz a Aegnor) –le sonrió Danil
Con paso firme Othar se internó hacia la leñera. Ciertamente todo estaba desierto. No había quedado más que Danilo. Una idea iba tomando forma en su mente...
¡No!
¿Cómo iba a hacer algo así?
Se quitó la túnica y la colgó en una rama del patio. Una pila de troncos lo esperaba. Tomó el hacha.
Llevaba más de un año picando troncos, aguantando presiones, picando troncos, viendo transcurrir la vida en las forjas, picando troncos, consciente de la creciente dificultad de tocar metales, picando troncos, espiando a otros aprendices más veteranos que ya podían observar el trabajo de sus maestros desde el fuelle que soplaban, picando troncos...
Sin embargo un recuerdo lo tentaba aquella mañana: días atrás, en sus escasas visitas al ala derecha, uno de los ayudantes de Fendomë se iba a curar de una quemadura y alguien debía reemplazarlo mientras: "Tu mismo, Othar", le había dicho el Maestro y él, encantado, había soplado con su fuelle atento a las instrucciones de un aprendiz mucho más veterano ¡Cómo había disfrutado! Mil veces había reconstruido el trabajo mentalmente...
Su corazón, entre los hachazos a la madera, ardía de deseos de repetirlo.
- No -Le dijo a la idea mientras partía secamente un tronco en dos.- Eso es imposible y ¿De donde saco el metal?
En su mente se dibujó, nítida, fácil, la puerta de la cámara de las Estancias de los Metales en donde se guardaban las reservas ...
- ¡No! –Volvió a decir- Los metales son escasos, seguro que están todos contados al detalle y lo notarán.
Pero una sonrisa se materializó ante él. Su madre se ponía en el dedo un anillo. Su padre le observaba con respeto renovado y su hermano rabiaba: él jamás sabría como hacer una joya así.
- ¿Cuánta plata hará falta? –reflexionaba- No puede ser tanta... Un aro fino bastaría...
- ¿Lelya mara? (¿Va bien?) –preguntó Danil
- ¡Yé! (¡Bien!)- respondió jovial
Y el portero se fue hacia arriba, posiblemente a mirar desde la terraza marcha de los barcos de Elros.
"Ahora o nunca".
Se dijo y tomó un fardo de leña y silbando indiferente se adentró en las Estancias del Metal.
La puerta parecía sonreírle, tentándole con una aparente facilidad. El sabía donde se guardaba la llave, lo había descubierto por casualidad... Un picaporte dorado susurraba "Me abriré a poco que lo intentes" Othar sacó la llave en su escondite y la guardó en su mano como un valioso tesoro...
La cerradura parecía invitarle...
"Será una porción mínima. Nunca lo notarán" Se autoconvenció.
Lentamente la llave penetró en el agujero... encajaba tan bien... Othar suspiró hondo y la hizo girar...
En ese momento, sin embargo, el conjuro que protegía la puerta se desencadenó y cayó sobre él, arrojándolo en el suelo presa del dolor más intenso y desesperado que jamás viviera...
***
Míriel esta nerviosa.
Visiblemente nerviosa.
Adornaba sus sienes una diadema de cobre bruñido apenas adornada con pequeños zafiros. Cubría su cuerpo un vestido azul.
Su mano aferraba a la de Celebrimbor.
Nerviosa.
Visiblemente nerviosa.
E incómoda.
Míriel veía como Narces se movía inquieto espoleando su caballo de arriba a bajo controlando que los actos se desarrollaran conforme a las previsiones, que nadie resultara herido, que todos ocuparan su lugar. El Segundo al mando de Lindon era un Elfo eficaz, previsor, de mirada triste. Sus ojos verdes escrutaban a las autoridades, cercionándose de que llegaban bien y tomaban justo el lugar que les correspondía. Con una sonrisa saludó a Celebrimbor, desviando su mirada de Míriel, que se estremeció.
- Narces vanwie vesse Gondolinesse, moina... (Narces perdió a su esposa en Gondolin, querida...) –Le susurró Telpo como excusándolo.
- Inye vanawie amil (Yo perdí a mi madre)–contestó ella sonriendo entre amarga e irónica.
Su primo le rozó la sien con los labios en un beso fugaz. Le encantaría preservarla de todo aquello: El también conocía el juicio en la mirada, el desprecio solapado...
- ¡Telpo! –Le llamó una voz pintando en el rostro del Príncipe una sonrisa.
- ¡Guilin! ¡Viejo amigo!
Los dos Elfos se abrazaron.
Míriel aprovechó para buscar con la mirada la nerviosa figura de Elerossë que organizaba a los Atani desde su caballo. Ella podía estar ahora allí abajo, montada en su blanca yegua, coronada de mithril como él, mirando hacia el lugar en donde Telpo le diría adiós...
Pero no se arrepentía. Cuando veía a Elerossë ya no le latía deprisa el corazón: sabía que tarde o temprano no estaría a su lado, sabía que la muerte los separaría para siempre.
Por mucho que él fuese hijo de Eärendil, ella era nieta de Fëanor... y ambos habían elegido ya.
Sin embargo lamentaba no poder saltarse aquel estúpido protocolo y correr a su lado y abrazarlo y decirle que le quería... ¿Le quería? Sí. Y lo cierto era que ahora le era imposible esclarecer aquel amor oscuro, ambiguo, incestuoso casi.
- Míriel, -la voz de Telpo la sacó de sus pensamientos.- Este noble caballero es Guilin de Forlond, un viejo amigo de Nargothrond. Esta bellísima dama es mi prima, Míriel, hija de Macalaurë.
Guilin besó con respeto la mano de la Dama pero en sus ojos había juicio y reserva, como si observara a alguien que podía hacerle daño en cualquier momento.
- Nárye tyáve (Es un placer)–dijo ella con su hermosa voz.
Guilin se limitó a sonreír fríamente.
En ese momento Elrond la saludó con un gesto y ella se estremeció y le devolvió el saludo y ambos supieron de la profunda tristeza del otro. El gesto del Medio Elfo atrajo la atención de Ereinion, que estaba a su lado acompañado por la Doncella Arien y por un instante los ojos de la Dama se cruzaron con los del Rey.
Pero un fuerte tirón de su primo la hizo apartar la vista:
- ¡Herunya! –Había gritado una voz entre la multitud y Celebrimbor se había girado al reconocer la voz de Danil.
El portero, nervioso, le había explicado precipitadamente que había encontrado al aprendiz inconsciente frente a la cámara de los metales. Un gesto de contrariedad se dibujó en su rostro. Se despidió de Guilin y cogió fuertemente a Míriel del brazo.
- Hylia nin, Míriel...(Sígueme Míriel) –Había oído ella.
- ¿Man auta? (Qué pasa) –Preguntó saliendo de sus pensamientos
- ¡Alarka! (Rápido) –Le instó él
Ella paró de golpe al ver el rostro de Danil, como si entendiera...
- Inye utúra... (Yo no puedo) –Afirmó intentando retroceder
- A úkweta Míriel. Etye karuva i turanye (Cállate Míriel. Tu harás lo que yo te ordene) –Dijo Telperinquar con firmeza montando a la fuerza a Míriel en su caballo y hundiendo sus talones en los flancos del animal que partió al galope.
Narces los miró con la misma sorpresa en el rostro que mostró el resto de la nobleza, no podían creerse que ambos príncipes se lanzaran a esa frenética carrera entre la multitud, por muy excéntricos que fueran. Glorfindel se acercó a él inquieto.
- ¡No cambiarán nunca!– le dijo Narces- Príncipes orgullosos que aún creen que esto es Tirion y ellos son los hijos del Rey...
- Algo de eso hay... –respondió Glorfindel conciliador- pero debe haber sucedido algo grave... Me acercaré a ver...
*** *** ***
Othar yacía en una de las camas del pequeño recinto que hacía las funciones de Casa de Curación.
Celebrimbor entró rápido casi arrastrando a Míriel que protestaba. La mano fuerte del herrero se puso sobre la nuca de su prima y la obligó a acercarse al accidentado.
¿Por qué siempre la forzaban a curaciones imposibles? Dentro de Míriel la rabia se agolpaba, casi material en la garganta.
- ¡Si seldo útura firie!. ¡Hehtuvamme ostosse ....! (Este niño no puede morir. Nos expulsaran de la ciudad...). Exigía su primo.
Era como una tenaza. La voluntad firme de Telperinquar doblegándola. Miriel apoyó su mano en el cuello del chico, que no reaccionó a pasar del frío de sus dedos. Su pulso latía muy débilmente. El hechizo de la puerta era poderoso, Celebrimbor no se andaba con minucias.
- ¡Míriel a yálas.! (¡Míriel llámalo!)–Le impulsó.
Ella se inclinó sobre su cuerpo. Cerró los ojos que escurrieron sobre sus mejillas pálidas dos imprevistas lágrimas de impotencia. Recordó el rostro severo de su abuela llamándola inútil, recordó su no poder salir, tras la matanza de los Puertos, el ver morir irremisiblemente a aquel noldo... aún sentía en sus manos la viscosidad de la sangre derramada...
- ¡¡¡Úturanye toron!!!! (¡¡¡No puedo hermano!!!) –exclamó incorporándose con un grito seco
La mano de Telpo la tomó de los hombros y la estampo contra la pared elevándola a la altura de sus ojos.
- ¡Si umé i tyali vanima! . Si seldo útura firie... ¡A kwetatye esserya láresse, a yálatye fëarya! ¡¡¡Sí!!! (Esto no es un juego, preciosa. Este niño no puede morir. ¡Di su nombre, llama a su espíritu! ¡¡¡Ahora!!!)
Entonces Míriel perdió la voluntad, como si ésta fuera un murmullo y mil voces lo apagaran, y sintió en sus labios la oreja del muchacho, y en su garganta germinando un nombre:
"Othar"
Y en sus manos un cosquilleo.
Y de pronto se internó en regiones neblinosas, pisó pantanos, adivinó aguas turbias y aguas claras, montes, páramos y prados...
Los consejos de Turussë, aquellos que jamás pudo poner en practica, volaron hasta ella como pequeños pájaros, y se posaron en su hombro, pero de nuevo emprendieron el vuelo.
Gritó de nuevo:
"Othar"
Y encontró al fin una leve respuesta...
¡Lo estaba haciendo!
Sus pasos se afirmaron, sus oídos se aguzaron y sus ojos distinguieron la brumosa y difusa silueta del muchacho.
"Othar, a túla, a atsa mánya, a túlanye kálesse" (Othar, ven, agarra mi mano, ven hacia la luz).
Una sonrisa surcó el rostro de Míriel, los fantasmales labios se la devolvieron y una mano leve le enfrió las suyas. La curadora tiró de ella y la figura la siguió sumisa.
- ¡Angonya ná tangwa. Úautuvatye! (Mi puerta está cerrada. No pasarás) –Le dijo la voz de la Dama
Él quiso saltar sobre ella, mezclarse, pero una firme voluntad se lo impidió y sólo pudo aferrarse a aquella mano luminosa que le ofrecía un camino y recuerdos que empezó a chupar, con la gula de un niño ante un caramelo: un torrente de imágenes e ideas ajenas corrieron por la mente de Othar.
Vio a un niño aferrado a un mechón y a una muchachita pelirroja haciéndose una trenza y cortándola para ponerla en sus manos: triste la mirada de él, no menos triste la de ella.
"Enyalielya náruva oiale nin" (Tu recuerdo estará siempre conmigo) le había dicho él aferrando con una mano la trenza, reliquia de la hermana perdida, y ofreciéndole con la otra su honda de cuero, preciada posesión que ella se ató alrededor de sus cabellos largos y rojos como los rayos de sol en el verano.
"Etye ná toronya. Enyárë hiruvalyet ar naruvarelme alasse" (Tu eres mi hermano y un día te encontraré y seremos felices) Le había respondido ella dejando un beso en su frente.
"Lá. Vanima, úme seler, natye melmenya ar enyárë vestuvaelve" (No. Preciosa, no eres mi hermana, eres mi amor y un día nos casaremos)
Luego Othar vio un jinete cabalgando por el puerto principal de Mithlond, sus ojos brillantes, su risa jovial, una barba descuidada de Atan... la caricia del tiempo que había transformado en hombre a aquel niño... A ese él si le conocía, era el Príncipe Elros
Y empezó a sentir:
.... sintió el ardor de sus palabras, la firmeza con que sus manos aferraban el cuerpo, sintió la ternura y la desbordante fuerza de una pasión que ya no podía ser contenida...
... sintió en sus labios el estremecimiento de un beso, el primero que Míriel recibía, imprevisto casi robado...
La confusión se adueñó de él y mil emociones encontradas chocaron. Finalmente paladeó la dulce aceptación, la búsqueda del refugio seguro de sus brazos y de sus risas...
... y sus labios pronunciaron un si y sus dedos espectrales recibieron un anillo de plata...
Pero justo entonces algo cambió: en el ritual de la ceremonia se pronunció la palabra "Tennoio" (Siempre)
Una sensación de frío y de noche se apoderó de Othar: de pronto las risas se extinguieron, los abrazos perdieron su magia y los labios su fuego...
El mal gusto de una pesadilla le azotaba la garganta: un cadáver poseía al blanco cuerpo de la Dama y el olor a putrefacción se extendía por doquier y una niña pequeña lloraba lágrimas prohibidas y gritaba con rabia: "Jamás volveré a mirar nada que pueda morirse, no perderé mi tiempo con lo que perece". Y vio también un rostro surcado de arrugas, macilento, con los ojos llenos de muerte, cuajados de estrellas, y una voz lúgubre que pronunciaba su nombre "Avaquentti", lo único que quedaría de él flotando fantasmal en la memoria...
- Hilya nin, Othar... (Sígueme Othar) –sintió y se aferró con fuerza a aquella mano.
Y caminó con sus pies sin materia viendo más cosas, cosas antes vistas por otros ojos pero penetrando en los suyos, clavándole emociones encontradas y violentas que difícilmente olvidaría.
Vio el alma de Míriel estaba atada a ritos que perdían su sentido y añoraba los momentos de intimidad y locura, sustituidos por actos oficiales, por largas sesiones de escucha a los Segundos Nacidos que la miraban entre la exigencia y la desconfianza...
Othar se estremeció al sentir la presión en la sien de una corona de mithril que Celebrimbor le probaba y que se transformaba en un yugo, en una pesada cadena, en una trampa, que la convertía en la eterna Tari de un pueblo de muertos vivientes...
"¡¡¡¡¡¡¡¡ L Á !!!!!!!!" (NO)
Oyó gritar el chiquillo, y apretó los dientes con fuerza, cuando su anillo de plata cayó a la fundición sobre el otro anillo, más grueso, más desolado y la fragua los lamió y los deshizo condenándolos a ser un objeto de uso corriente, ya nunca una promesa de amor traicionada...
Pero aquel agobiante calor, que él tan bien conocía, trajo de nuevo la paz a su corazón.
Y sus ojos ya no vieron a un amante perdido, sino a un hermano recobrado, aunque dolido y distante, y montado de nuevo en su caballo, pero esta vez para partir hacia la nada evitando mirarla...
Y aquel corazón que no era suyo latía lamentando no poder correr a su lado y abrazarlo y decirle que le quería... ¿Le quería? Si. Y lo cierto era que no podía esclarecer aquel amor oscuro, ambiguo, incestuoso casi.
*
Celebrimbor observó como de nuevo el calor volvía al cuerpo del aprendiz, como la palidez se rompía y como la respiración se normalizaba. Tomó una manta y cubrió el cuerpo de Othar justo a tiempo para sostener a Míriel antes de que cayera y tomarla amorosamente en brazos.
- ¡Yé vanimelda! ¡Natye úvea! (¡Bien preciosa! ¡Eres la más grande!) –La felicitó
Desde el otro lado del cansancio ella sonrió tristemente.
- Elerrosë... -musitó Celebrimbor...
- Sinome ná menya...toron (Este es mi sitio... hermano) –respondió ella entornando los ojos.
*** *** ***
Cuando Celebrimbor volvió a la Casa de Curación Othar estaba prácticamente recuperado. Danil había hallado finalmente a Anarsel entre la multitud y la Curadora se encargaba de alimentarlo mientras Aegnor, su maestro, le interrogaba ante otra figura bien conocida, pero que Celebrimbor no debió distinguir bien en la penumbra
- ¿Glorfindel... ? – Dudó el Maestro
Othar vio aparecer en el rostro del Señor de Lindon los dos hoyuelos característicos de su sonrisa.
- Sí, soy yo –le dijo- No quería irme sin veros Príncipe ¿Náredriel está bien?
Una sonrisa preocupada se dibujó en el rostro de Celebrimbor, que respondió:
- Triste y cansada, pero eufórica... No sé si es buena idea que la visitéis ahora...
- Entiendo... de todos modos... ¿Le dirás que he venido?
- Se lo diré y seguro que se alegrará...-le respondió ceremonioso Celebrimbor.
Othar percibió que entre los dos Elfos había una distancia expectante, nerviosa. Un trago de la poción que le daba Anarsel le hizo toser y ambos lo miraron.
- Pero disculpadme... –prosiguió- ahora mi mayor problema es devolver a este muchacho a su padre antes de que tome las forjas por asalto.
Othar se había convertido en el centro de las miradas de todos y presentía que se acercaba la primera de una serie de regañinas. Aegnor y Celebrimbor hablaron entre sí, en voz tan baja que era incapaz de oír sus palabras, pero lo que sus caras expresaban no le gustaba nada. Sin embargo tras un rato oyó decir a Glorfindel
- Permitidme que os acompañe, yo conozco a Denhal, mi presencia suavizará el asunto. ¿Fue culpa del chico?
"Ahora sí" –pensó Othar... "Ahora la tomarán conmigo". Sin embargo vio sorprendido como los altos Elfos empezaban a conversar entre sí de problemas políticos.
- El solo quería algo de metal para hacerle un anillo a su madre –dijo Aegnor.
- ¡Eso no lo excusa! Pero... ¡Es esa maldita escasez de metales!. –Bramó Celebrimbor- Tengo que proteger lo poco que tenemos... somos Herreros, si no hay metales no hay trabajo y los aprendices se impacientan, quieren crear... ¡No tengo nada para ofrecerles! Este chico quiso abrir la cámara de las estancias del metal, pensaba que la llave bastaba...
Se hizo el silencio. El rostro de Glorfindel esperaba expectante la continuación, pero ante el mutismo de Celebrimbor se atrevió a avanzar...
- ¿Hechizos?
Entonces Aegnor estalló:
- ¡Por Aulë! ¡Todo el mundo lo sabe, Glorfindel! ¡Hay sitios inexpugnables, talleres a los que sólo los Maestros de los Maestros tienen acceso! No te voy a negar que hay accidentes... trabajamos con materiales peligrosos en un espacio insuficiente, con sustancias delicadas... pero ¡¡¡¡A nadie se le ha ocurrido jamás intentar abrir una puerta protegida!!!!
La sonrisa había desaparecido completamente del rostro de Glorfindel.
- La situación es delicada... –concedió.
Celebrimbor empezó a dar zancadas por la habitación: parecía más que inquieto.
- ¿Delicada? ¡El Consejo se me echará encima! ¡Lo sé!... aprovechan cualquier cosa para culparme de todo...
Aunque no había recibido ni un reproche, Othar empezó sentirse mal, estúpido, insignificante, molesto. Anarsel le limpió el sudor y desapareció, posiblemente buscando algo para él. Celebrimbor tras un silencio siguió:
- Herunya... yo le he demostrado con creces a Ereinion mi fidelidad, no quiero más que engrandecer Lindon, soy un artesano... Sin embargo... todo lo que pido es rechazado por el Consejo... Cuando los nobles me miran hay desconfianza en sus ojos... ¿Has visto este poco espacio? ¿Y todas las cortapisas que me ponen a la hora de negociar con los enanos? ¡Y ahora esto!
Othar quería desaparecer. ¡Ojalá hubiese muerto! El no había previsto nada de aquello, no había querido nada de aquello
- Esta vez haremos que el agua no llegue al río, Celebrimbor... –afirmó Glorfindel- ¡Deja que sea yo quien hable con Denhal!
***
Bastó abrir la puerta de las Forjas para que Othar se enfrentar a una multitud agolpada que le clavó los ojos como si fueran cientos de flechas disparadas por el arco de la curiosidad. Ellos se abrieron paso en la grupa del caballo de Glorfindel, Othar iba escasamente protegido por un manto con capucha: Celebrimbor y su Maestro, Aegnor, los seguían.
A mitad del camino otros jinetes de la guardia del rey, caballeros compañeros de su padre Los interceptaron. Othar conocía bien a aquellos Eldar: Lanbadan, apodado Verya (Bravo), Gelmir, hermano de Arminas, y el Gondolidrim Alagos, de la Casa de Lúva Valaina (Arco Divino). No parecían venir en son de paz pero les bastó ver a Glorfindel para envainar sus espadas.
- El Rey nos envía para que escoltemos al muchacho, nos aguarda en casa de Denhal –afirmó Alagos
- ¡Escoltadnos entonces! –Ordenó Glorfindel con voz firme y espoleó su caballo, seguido por Celebrimbor y luego por los demás caballeros.
Othar se recordaba mirando a Celebrimbor, pálido, con el gesto impenetrable y la mirada fría y orgullosa. El crepúsculo caía sobre Mithlond y sus sombras teñían de misterio las calles empinadas que conducían a su hogar al que le habrían llevado como un prisionero si no hubiese sido por Glorfindel. Luego miró a Aegnor, su Maestro y el muchacho notó que su pecho cada vez parecía más estrecho y opresivo. Nariz y boca hubieron de colaborar para que el aire le llegara al pulmón: se dio cuenta de que jamás volvería a pisar una de las forjas.
Tantas veces había subido las escaleras principales de su casa ¿Por qué aquella noche le parecían tantas? Sobre sus hombros el brazo de Glorfindel se posaba protector. Estaba muy cansado. Al entrar al salón se esforzó en pisar con firmeza, para que no notaran que sus piernas temblaban.
Bajó la cabeza al encontrarse con la mirada de su madre, que llevaba la preocupación pintada en el rostro, y una náusea se formó en su estómago al descubrir en la de su padre la ira más viva.
Por fortuna su hermano no estaba, pero Othar palideció al ver sentado en el salón ¡ Al mismo Rey... !
Un ligero empujón de Glorfindel le recordó su educación y se inclinó hacia Ereinion en una profunda reverencia que lo desequilibró en un leve mareo. El propio rey le ayudó a no caer.
- Siéntate muchacho –le dijo suavemente mientras la doncella silvana le acercaba una silla.
- Aran Meletyalda –saludó Glorfindel- Nobles Denhal, Lómendil, Lanbadan, Enlian, Erengil, Gelmir, Alagos...
Othar tragó saliva a medida en que Glorfindel saludaba a los caballeros presentes: todos los que formaban la escolta personal del Rey. Y rápidamente dirigió sus ojos hasta Celebrimbor, el único que permanecía de pie, erguido en la formidable altura de los miembros de su casa: orgullosa la mirada e impenetrable el rostro. Tras del Pírincipe también su Maestro, Aegnor, rehusó sentarse. Aquello se parecía peligrosamente a un juicio. Glorfindel debió percibirlo también y con astucia dijo jovial:
- Aquí tenéis al muchacho... Se desvaneció en la fragua pero ya está bien... sólo necesita descansar. –Y sonrió mostrando sus hoyuelos adorables.
Othar sintió los inteligentes ojos de Erengil clavados en él y se estremeció. En su corazón el deseo de que creyera a Glorfindel se hizo latido, pero el muchacho sabía que los caballeros no creerían aquella farsa.
- ¿Se desmayó? ¿Denhal? ¿Y nos haces venir a todos para oír eso? ¿Interrumpes las vidas de siete personas más por eso? – Gruñó Alagos levantándose de su silla dispuesto a marchar.
Othar se relajó al oír al caballero, de proverbial mal genio y al ver su gesto de irse. Si el caballero partía todo aquello tendería a disolverse sin más... Pero reparó en las mandíbulas de su padre, prietas por la tensión y en las venitas azuladas que se inflaban en sus sienes cada vez que la cólera lo dominaba y rompió directamente a sudar.
- ¡Aguardad, Alagos! –Ordenó- ¡Qué Celebrimbor nos explique cómo fue que mi hijo se desmayó y por qué no había presente ningún Maestro Herrero. –Dijo mirando con odio a Aegnor
Othar sorprendido entonces vio como Ereinion se levantaba de su asiento y decía firmemente a su padre:
- Para tí, Denhal, es el Príncipe Celebrimbor, descendiente, como yo, de Finwë. –Era la primera persona que veía hablar así a su poderoso progenitor.
Pero Ereinion parecía malhumorado y siguió:
- Y dudo sinceramente que a estos caballeros les interesen los problemas escolares de vuestro primogénito
Entonces Denhal estalló:
- ¡Exijo una explicación!
Ereinion siguió de pie. Se cruzó de brazos. Por su expresión se adivinaba el temor a que aquella situación se le escapase de las manos, que era lo que a menudo sucedía con las cosas insignificantes.
- Entonces -dijo el Rey- escuchemos al Príncipe Celebrimbor...
Y Ereinion se sentó y mirando a Celebrimbor le dijo:
- ¿Nos explicaréis qué pasó en atención a Denhal que está abatido y no me extraña, es su hijo quien ha sufrido ese... desmayo?
- Aran Meletyalda... –respodió Celebrimbor- Poco hay que explicar: Todos estábamos en los puertos, la mayoría de mis gentes han convivido algún tiempo con el Príncipe Elros y deseaban ardientemente despedirlo... sólo quedaba Danil, el portero de mi casa, que abrió a Othar. El muchacho, que no debía estar allí según la orden expresa de su Maestro, -dijo mirando a Aegnor que asintió mientras Othar bajaba la cabeza- se fue a partir leña, que es su trabajo como aprendiz, diciendo que quería sorprender a Aegnor. La competencia entre aprendices es tan fuerte que Danil no se extrañó y le franqueó la puerta. Una de las veces en las Danil fue a hablar con él para ver cómo le iba lo encontró ante la cámara de las estancias del metal inconsciente...
- El ejercicio –atajó Glorfindel- unido al calor del recinto... Probablemente no había desayunado ¿no es así Othar... ?
Othar, confuso, iba a decir que sí, que era justo eso, que no había desayunado nada, pero Celebrimbor no le dio oportunidad.
- No es así –Dijo El Príncipe- Este muchacho tenía en la mano la llave de la cámara de los metales y fue herido por un hechizo de protección al intentar abrirla...
Glorfindel y Othar se miraron y el chico entrevió que aquella situación le recordaba a alguna vivida por él. Si hubiera podido penetrar en su mente habría visto otro juicio, por otra travesura, que también cambió la vida de otro niño. Pero como no pudo, se limitó a pensar que era una de esas visiones extraordinarias que el misterioso Señor de Lindon tenía de su vida anterior, de esa que la muerte había cortado y una reencarnación restablecido mezclando y confundiendo a dos seres en uno. Pronto salió el muchacho de sus ensueños, por que su padre, Denhal, se levantó de la silla encendido de ira y dando grandes zancadas se dirigió al príncipe, que no se movió del sitio. Ágilmente Lómendil, el primer caballero del rey, se interpuso entre ellos.
- ¿Insinúas que mi hijo quería robar? – Preguntó Denhal desde detrás del fornido caballero
- Denhal, siéntate –le dijo éste tratando de calmarle- No ha insinuado nada, solo ha descrito hechos. Othar tenía la llave que abre una cámara, no ha dicho nada sobre el propósito que tenía...
Su padre no se sentó, pero dejó la cruz de la espada y pareció calmarse un poco. Othar entonces sintió la mirada de Ereinion fija en él
- Príncipe, ¿el chico está bien? – Inquirió el Rey
- Meletyalda, cualquier sanador os dirá que sí... –Respondió Celebrimbor, fijos los ojos en Denhal, pro sereno el rostro, inquietante en la frialdad de su sangre.
- ¿Quién le ha atendido? –Se interesó Ereinion
- Las Damas Miriel y Anarsel, buenas manos, Aranya (Mi rey)
Ereinion asintió y miró de nuevo al muchacho, que aunque parecía cansado, no daba señales de padecer secuelas del mal sufrido.
- ¿Le habéis castigado ya? -Preguntó
- Meletyalda, soy severo con mis aprendices, y mucho, a decir de algunos, pero sinceramente me he dedicado más a salvar la vida del muchacho que ha reprocharle nada, creo que justo ahora no es momento de imponerle castigos.
Denhal volvió a bramar amenazante:
- ¡Ni ahora ni nunca!. ¡ Tú no tocarás a mi hijo! ¡Jamás debí permitirle que se adentrara en la pocilga en la que vives, que respirara el aire viciado de la casa de Fëanor! ¡Y jamás permitiré que vuelva a ella!
- ¡Denhal, basta! –Se impuso Ereinion.
- Meletyalda, -respondió flemático Celebrimbor- Dejadle... Su hijo queda expulsado del Gremio de los Herreros. El mismo ha impuesto la sanción, aunque excesivamente severa para mi gusto. La gravedad del delito de Othar, que no es poca, está en clara desproporción con el castigo que supone ser educado por un padre semejante.
Un murmullo estalló en la sala, Denhal hizo ademán de desenvainar pero Lómendil tomó su mano y le impidió hacerlo.
Celebrimbor, indiferente añadió:
- Y como el muchacho está bien, el asunto aclarado y la sanción impuesta, juzgo que nuestra presencia aquí es, además de molesta, innecesatria, de manera que con vuestro prmiso, Meletyalda, nos retiramos.
Saludó a Ereinion ceremoniosamente y miró orgulloso a los demás caballeros dispuesto ya a marchar.
- Príncipe –le llamó Ereinion- Acercaos un momento.
Celebrimbor dio la vuelta y caminó arrogante hacia el Rey. Othar bajó la cabeza, avergonzado, pues no quería que la última imagen que se llevara de él fuera la de un niño llorando.
- Aranya... –dijo el Herrero con su profunda voz.
El Rey bajó el tono de la suya.
- Narw... quiero decir, la Dama Náredriel... ¿Está bien?
Un asomo de sonrisa pasó por el rostro hasta entonces hierático del príncipe.
- Agotada, Herunya, hoy ha librado grandísismas batallas...
Ahora era el rostro de Ereinion el que no expresaba nada.
- Y no sin pérdidas, imagino –Comentó fríamente.
Desde su dolor Othar no entendía aquel diálogo cifrado de ambos Elfos, pero percibía los gemidos acallados de los sentimientos contra los que se hacía violencia. Celebrimbor contestó, como midiendo el alcance de su mensaje.
- Cierto, Aranya, las ha habido, pero sinceramente creo que la victoria ha sonreído hoy a mi prima... ¿Deseáis...? –añadió bajando la voz- ¿Deseáis que le diga algo... ?
Como el cielo de la noche aclarado brevemente por un rayo, el rostro de Ereinion se iluminó:
- ¡Dile! ...
Pero luego se hizo un silencio pesado, casi viscoso...
- Dile... que...
Ereinion negó con la cabeza, como si despidiera ideas inoportunas...
La voz de Denhal resonó ordenando a Othar que se retirase y el muchacho se levantó mecánicamente. Celebrimbor lo miró con pena, pero también con firmeza. Una lágrima se deslizó al fin por el rostro del chiquillo y sus pies le llevaron como si no formaran parte de su cuerpo.
- Dile... –seguía diciendo el Rey
¿Qué habría de decirle? Pensó Othar y una frae le repiqueteó la mente:
"Hantalë: etye annatie seldonen kuile kwalino" (Gracias: has dado a un chico una vida de muerto)
Othar llamó a la puerta con los nudillos del corazón. En sus ojos brillaba el ansia de las cosas largamente deseadas y temblaba el remordimiento que causa el hacer una cosa prohibida. Aquella madera oscura y elegante no era una puerta: era su destino.
Toc toc
Sonidos mágicos que iban a cambiar su vida.
Espera.
Fue un breve tiempo, pero ante sus ojos desfilaban montañas de pensamientos:
Retazos de conversaciones en las que su padre presumía de hijo "Será un gran guerrero. Tiene madera. Este muchacho me superará".
Prejuicios que tantas veces había oído sobre el gremio de joyeros: lo mal que iban a tratarlo, la dureza del corazón de esas gentes orgullosas.
Esperanzas y sueños...
Por fin la puerta gimió sobre sus goznes y apareció ante él un enorme noldo, alto y recio.
- ¿Mam mereatye, seldo? (¿Qué quieres muchacho?) –preguntó su voz seca.
Othar miró con sorpresa a ese elfo de mirada torva: En primer lugar esperaba un criado Silvano y no a un magnifico Noldor digno de ser uno de los Elfos de la guardia de élite de su padre, caballero del Rey. Por otra parte le extrañó que hablara quenya: era la primera vez que un elfo de extracción humilde le hablaba en la Lengua Prohibida, que él mismo apenas si conocía de antiguos textos con los que sus preceptores le aburrían.
- Inye merea ná .... (Yo quiero ser... ) -Balbuceó sin acabar de encontrar la palabra...
¿Cómo se decía "aprendiz..."? Una sonrisa, que oscilaba entre la burla y cierta lejana ternura se dibujó en los duros labios del portero.
- ¿Istatano...? (¿Aprendiz de herrero?) –Preguntó al final con retintín.
- ¡Ná! – Respondió Othar jubiloso, sin darse cuenta todavía del tono burlón del elfo.
Pero el alma resbaló pesadamente hasta el suelo, como cae un vestido al que le desatan las cintas cuando vio la nueva sonrisa, ya claramente sarcástica del portero:
- A hortatye coatya, seldo, a istiatye quenya ar entulatye ar quettuvalme (Corre a tu casa, muchacho, aprende quenya y vuelve y hablaremos)
Nunca le habían hablado así. Él era el hijo de Denhal, caballero de Ereinion. Había vivido siempre entre honores, todo el mundo le trataba con exquisito respeto, todo el mundo limpiaba el camino por el que sus pies iban a pasar. Pero ese portero, un siervo de los herreros, probablemente un elfo despreciable con una larga cuenta de sangre su espalda, le decía palabras de burla mientras hacía el gesto de cerrar la puerta.
Un rubor de rabia desconocido hasta entonces por Othar se apoderaba de su rostro cuando una estrella le guiñó el ojo y el Príncipe Dahas apareció por una esquina: salía. El portero le franqueó el paso y Dahas le reconoció...
- Othar, muchacho ¿Qué haces por aquí? –Le preguntó.
Othar dudó en contestarle pero los ojos burlones del portero estaban posados en él, insultándole, esperando su reacción.
- Bueno... la verdad... –contestó mirando al portero con cierto desafío- Príncipe Dahas... la verdad es que yo quería... quería ser admitido como aprendiz...
En el rostro del príncipe se pintó la decepción.
¡¡El hijo de Denhal quería ser herrero!!.
Pero al mismo tiempo la vanidad lo abrumó: adoraba ostentar su poder y esa era una ocasión...
- ¿Y este buey no te ha dejado pasar? –preguntó mirando de arriba a bajo al portero Noldor- Danil, necio, ¿tu sabes con quién hablas?
- Ná, arta haryon, inye quentta seldonen si hehtie i lambe nostaro (Sí, alto príncipe, hablo con un niño que ha olvidado la lengua de sus padres) –Contestó tranquilo, casi divertido.
- Busca enseguida a la Dama Miriel y dile que un joven desea hablar con ella de inmediato. Dile que la esperamos en nuestro patio –Ordenó sonriendo a Othar a quien pasó un brazo familiarmente sobre los hombros mientras lo conducía al interior.
Othar echó un vistazo a su alrededor ¡Había soñado tantas veces con aquel lugar! Dahas lo condujo hacia un patio interior en el que estudiaban unos pequeños rodeados por dos maestras. El silencio y la dedicación de los niños le impresionó.
- ¿Son los hijos de los Maestros herreros? –le preguntó a Dahas.
- No... son todos los niños que tenemos... Venimos de una guerra larga y no hemos sido muy prolíficos, y en este sitio tan feo no creo que se reproduzcan mucho... casi viven hacinados por falta de espacio... demasiadas forjas... Las gentes de Miriel no hacen más que estorbar... En fin, querido Othar, ven por aquí...
Y Dahas mostró un pequeño pasillo que conducía a un segundo patio, reservado, mucho más pequeño. En el centro había una pequeña marquesina cubierta por flores azuladas de aroma fragante y una fuente lanzaba su fresco canto de agua. Alrededor había unos pequeños bancos y como olvidada, un arpa.
- Supongo que esperabas algo mucho más lujoso –dijo Dahas como molesto de la sencillez del lugar de más privilegio de la casa- Pero mis primos solo viven para trabajar... no son nada sibaritas...
Othar, que esperaba ciertamente más lujo, no aquella sobriedad, sonrió algo decepcionado. Todos los elementos arquitectónicos eran funcionales, bellos en su austeridad pero también tenían algo de improvisación, de prisa, de provisionalidad, que contrastaba con las otras obras que estaban proliferando por Mithlond
- ¿De veras quieres ser aprendiz? –Preguntó Dahas posando en el unos ojos que recordaban a los de un ave de presa- ¡No creo que pueda conseguirte un trato de favor! ¡Ni siquiera que esa pretenciosa de mi prima te dé el visto bueno! ¿Tu padre ya lo aprueba?
Othar vaciló. Pese a la amabilidad del príncipe no acababa de fiarse de él. El agua murmuraba promesas y las flores azules destacaban en su sencillez. Dahas llamó a una muchacha y le pidió vino. Ella asintió con gesto áspero. Los Noldor estaban hechos para servir.
- Mi padre quiere lo mejor para mí... –dijo ante la presión de los ojos de Dahas.
- Claro, claro... –respondió el príncipe con una sonrisa sarcástica- Es solo que me extraña que no te haya acompañado... Debe ser que no quiere verse mezclado con nosotros...
- ¡Oh no...! –protestó vivamente- La Casa de Celebrimbor goza de la más alta estima de mi padre... todas sus armas os las compra a vosotros, le ofrecen la mayor confianza...
Su protesta quedó suspendida en el aire, deshecha en ecos que se perdieron cuando una Dama hizo su aparición con una bandeja en las manos: llevaba una jarra y dos vasos. Su gesto era severo, como quien es molestado por una nadería. Su voz, preciosa, pero las palabras casi salían escupidas de sus labios.
- Dahas, luménya úme oira ten. Quettatyem linta man mereatya (Dahas, mi tiempo no es eterno para ti. Dime rápido que quieres).
Dahas suspiró. Era evidente que no se soportaban. Tomó la bandeja de las manos de su prima y le rogó que se sentara. La Dama se cubría con un manto, bajo el cual vestía ropas ligeras y un duro delantal de cuero. Su piel estaba perlada de sudor y sus cabellos brillaban con un rojo húmedo y ardiente al mismo tiempo. Era evidente que salía de una fragua.
- Este muchacho se llama Othar, es hijo de Denhal, caballero de Ereinion... ¿Le conoces?
- Lá. –Negó ella posando sus ojos en el chico y sin más preámbulos se dirigió al muchacho y le preguntó- ¿Man mereatye Othar?
Othar la miró sorprendido, intimidado, sabiendo que tenía ante sí la única oportunidad, el único camino para cumplir sus sueños. Suspiró hondo y ordenó sus palabras, traduciendo mentalmente, tratando de que la frase fuera sencilla y correcta...
- Inya merea istaie, inye merea náie istatano (Yo deseo aprender, yo quiero ser aprendiz) –Su voz, pese a que él quería controlarla, temblaba de emoción.
- Danil lo trató a patadas, Míriel... y este muchacho necesita una oportunidad... –dijo Dahas colocando su brazo en los hombros de Othar.
- ¿Tere man avatye Danil? (¿Por qué te rechazó Danil?) – Preguntó la Dama fríamente, clavando sus ojos en los de Othar...
- Inye ná úmaite quenyanen... (Soy inhábil con el quenya) –Confesó con dificultad, arrastrando las palabras y olvidando la pronunciación y el acento.
Miriel lo seguía mirando atentamente. Si Othar estuviera más tranquilo habría observado la majestad natural de sus gestos, que contrastaba con el amaneramiento de Dahas. Despacio, como si quisiera asegurarse de que él la entendía, dijo:
- Úmauereamme istatani Othar... (No necesitamos aprendices, Othar)
Aquellas tres palabras le saltaron al cuello como gatos rabiosos y la decepción lo hizo audaz: Casi gritando, con todas las buenas maneras desparramadas a sus pies, olvidando el idioma, claramente suplicante le rogó:
- ¡Pero yo lo deseo heri!, ¡Con todas mis fuerzas!. ¡Solo quiero vivir para eso! Es mi sueño, lo único que me importa... me dan igual los sacrificios, haré lo que me pidáis... ¡¡¡lo que sea herinya, lo que sea!!!
Míriel lo miró reflexiva, llevándose las manos a la cara. Se encargaba de aceptar o rechazar a los aprendices y no le impresionaba la súplica o el llanto: La realidad era que las forjas se les estaban quedando pequeñas, que el volumen de trabajo desbordaba de forma evidente su capacidad, que escaseaban los metales y que habían rechazado a jóvenes más prometedores. Trató de explicar...
- Si ná pitya... i men ná karie iluvenesse... a nuhtalme men... hehtalye sen (Esto es pequeño... el sitio es escaso para todos... nos molestamos... olvídate de esto).
Su voz ahora era sincera, clara. Pero su respuesta inaceptable... Othar perdió de pronto la noción de con quien hablaba, ante sí vio solo a una muchacha, no más mayor y respetable que cualquiera de las yavvanilde y le tomó las manos en un arrebato mientras insistió:
- Si ná kuilenya... heri... kuilenya... (Esto es mi vida... Señora...mi vida)
La dama retiró sus manos bruscamente, molesta con el contacto y miró largamente los ojos de Othar cuajados de súplica.
- Kuenttuvanye Aegnorenen... nan mótuvanye taryave hokyriei tavar... ¿Etye merea si? (Hablaré con Aegnor... pero trabajarás duramente cortando madera ¿Deseas esto?) –Preguntó fríamente levantándose y mirando al chico desde su impresionante estatura.
¿Qué la había hecho cambiar? Othar jamás lo sabría, quizá ni ella misma. Tal vez el destino era propicio aquella mañana al chiquillo.
- ¡Ná Herinya...inye merea si ilia poldorenesse! (¡Sí mi Señora, yo deseo esto con todas mis fuerzas!)
*** *** ***
Othar recordó aquellas palabras muchas veces:
Cuando los días se hicieron semejantes a si mismos y la rutina volvía pesado lo que se amaba.
Cuando el corazón de su padre se inclinó de pronto hacia su hermano a quien nunca había mirado antes, mientras él pasó a ser merecedor de su desprecio y su silencio, más hirientes que las prohibiciones o las bofetadas.
Cuando Aegnor, el Mantenedor de los fuegos y su primer Maestro le exigía más y más aprisa y sus brazos entumecidos no respondían, y sus ojos se posaban en las forjas de alta orfebrería, vedadas aún para él y su corazón valoraba con cansancio la cadena de maestros por los que tenía que pasar antes de llegar a ellas
Cuando sus amigos lo miraban con aire de desprecio por trabajar con "aquellas gentes".
Aegnor era el Maestro encargado de mantener los fuegos. Vigilaba su intensidad, su fuerza, su temperatura. Aunque su puesto parecía humilde era de vital importancia, pues nada hacían los creadores sin él. Los aprendices le respetaban y aprendían de él. Era un Elfo minucioso, detallista, exigente. Fuera del trabajo hacía gala de un estupendo sentido del humor.
Durante largos días Othar estuvo destinado al patio en donde la leña esperaba pacientemente el ser partida, luego, poco a poco Aegnor le permitió transportarla hasta el ala izquierda, a las Estancias de los Metales, el reino de Nárendur. Era una zona laberíntica en donde estaban las forjas de las armas.
Y, aunque en aquellos tiempos de paz, los arados y las podaderas habían sustituido a las espadas y las lanzas, y las rejas y las puertas tenían preferencia sobre las armaduras, Nárendur, el maestro armero no abandonaba totalmente su oficio y abastecía a los caballeros del rey con las armas más equilibradas, más elegantes y más letales que se hubiesen visto en Endor, cargadas de hechizos de protección y de muerte para los enemigos.
Nárendur era un elfo distante, de apasionada mirada gris y expectante sabiduría. Nada se le escapaba en sus dominios. Era exigente hasta la crueldad con sus aprendices pero ser uno de ellos era el sueño mayor de cualquiera de los chicos. Su prestigio lo precedía. Siendo solo el último de los aprendices de Valinor el mismo Fëanor se había fijado en él. Nadie olvidaba tampoco a su padre, Nárion, que había sido el maestro personal de Celebrimbor.
- ¡Eka! – (Mira!) Dijo uno de los aprendices con los que Othar, oculto por la pila de leña, iba a chocar.
El espacio era mínimo en las Estancias de los Metales: en el lugar que requeriría una sola forja convivían la fragua del mithril, las del acero, las del bronce y en un rincón, encajadas en una pequeñez más que peligrosa, las del cobre, exigidas por la Dama Míriel y en realidad reverenciadas por todos los Herreros. Eran un recuerdo vivo a Russandol.
Nárendur apenas se movía de las fraguas del mithril, celosamente vigiladas por la escasez del material y comunicadas por una pequeña puerta por otro de los espacios estrechamente vigilados: la forja de materiales nuevos. De ella Othar sólo sabía que salían aleaciones soñadas apenas por otros herreros, mezclas imposibles, alta alquimia en constante experimentación y cuyos frutos eran admirados por todos como logros...
- Lá. Sinome lá, seldo, a mathatye i tavar sambesse ango. (No. Aquí no chico, lleva la leña a la cámara del hierro) –Dijo uno de los herreros.
- Yé Her (Bien Maestro) –dijo Othar humildemente y giró hacia la habitación adyacente: la fundición.
Aquel sería sin duda el primer lugar al que ascender y Othar lo miraba como su próximo destino, cuando uno de los aprendices estuviera preparado para pasar a una de las estancias. La fundición estaba hacinada de aprendices que se ahogaban en su asquerosa calidez. La competencia entre los chicos era feroz y aquella zona especialmente propicia a los accidentes más desagradables... La estancia era desagradable, angustiosa y sin embargo era el lugar con el que cada noche soñaba...
También el ala derecha formaba parte de sus sueños: era la más inexpugnable, casi un templo para Othar. Allí se ocultaban grandes secretos, de allí salían creaciones sublimes.
Se ocupaba de ella Fendomë y allí se hacían las joyas. Este era un noldo de mirada profunda y labios prietos. Nunca sonreía pero tenía un ácido sentido del humor. Míriel hablaba largamente con él: les unían los remordimientos.
Las raras veces que Aegnor mandaba a Othar llevar algo de leña al ala derecha para alimentar la voracidad de sus fuegos se estremecía pensando que pisaba el mismo suelo que Celebrimbor, quien bajaba a diario a supervisar los encargos.
La prosperidad de Lindon se traducía en numerosos pedidos de joyas que se elaboraban en las estancias del oro y de la plata.
Al final del pasillo, siempre cerrada la puerta, había un pequeñísimo taller al que sólo Fendomë tenía acceso y que trabajaba el escasísimo mithril. Más alejados del fuego se encontraban los talleres de gemas en donde las hábiles manos de los tallistas daban caprichosas formas a las piedras preciosas.
La ultima estancia, que se adhería a esa ala ocupando un espacio del patio y aun en construcción, era la forja del vidrio, que cada vez recibía más encargos de las casas nobles y estaba claramente desbordada. Ilmawen era la Maestra. Le encantaba experimentar con colores y crear ventanas con imágenes y flores... Sus propios ojos parecían fruto de sus manos, llenos de luz y de iridiscencias.
Othar jamás lo había visto, pero le habían hablado de que, en lo más recóndito de las habitaciones de los príncipes había un taller de Alta Orfebrería, exclusivo de Telperinquar.
Poco a poco Othar había ido conociendo todo ese universo oculto, lleno de pequeños protocolos y costumbres, en el que la igualdad imperaba, pero en el que también una poderosa jerarquía se imponía estableciendo leyes no escritas de respeto y obediencia.
Así el joven cabalgaba entre dos mundos: Cada mañana dejaba la comodidad de su casa, su vida desahogada y bajaba desde el promontorio cercano a lo que sería el Palacio de Gil-galad hasta la zona del puerto en donde le saludaban los inexpugnables muros de lo que la gente había comenzado a llamar el Mirdaithond. Muchas leyendas se contaban de aquel lugar y Othar sabía que su realidad, viva, expansiva, creadora, superaba en mucho los mitos más descabellados.
***
Sin embargo, algo había aquella mañana diferente a todas las demás. El ambiente festivo se extendía dejando sabor a novedad. Las calles estaban mucho más concurridas que cualquier día ordinario, y una multitud inquieta bajaba a las dársenas. El debía bajar también, pero no pensaba hacerlo. Una idea rondaba por su cabeza: sorprender a Aegnor con grandes pilas de leña cortada
Danil le abrió la puerta, como cada mañana, pero le saludó diferente, asombrado de su presencia.
- ¿Man karetya sinome? ¿Tere man úme londesse? Elerossë lelya sen Númenoresse. Ilkwe nár kwetai namarië (¿Qué haces aquí? ¿Por qué no estás en el puerto? Elros viaja a Númenor. Todos han ido a decir adiós). –Le explicó el portero, con un rastro de contrariedad por que le había tocado perderse el acontecimiento.
Othar le sonrió y con intención le preguntó:
- ¿Ar i Massánie? ¿Lelyalyt sen? (¿Y la Dama? ¿Viaja con él?) –Se atrevió a preguntar.
- Lá. Indo Massánio ná vórima lien (No. El corazón de la Dama es fiel a su pueblo). –Respondió satisfecho y orgulloso, como si fuera el rival que ha ganado por fin los favores de la novia.
- ¡Yé! Inye úlelya londesse. Hókiriuvanye tavar (¡Bien! Yo no iré a los puertos. Cortaré leña)- exclamó alegremente
- Aegnor náruva alasse (Harás feliz a Aegnor) –le sonrió Danil
Con paso firme Othar se internó hacia la leñera. Ciertamente todo estaba desierto. No había quedado más que Danilo. Una idea iba tomando forma en su mente...
¡No!
¿Cómo iba a hacer algo así?
Se quitó la túnica y la colgó en una rama del patio. Una pila de troncos lo esperaba. Tomó el hacha.
Llevaba más de un año picando troncos, aguantando presiones, picando troncos, viendo transcurrir la vida en las forjas, picando troncos, consciente de la creciente dificultad de tocar metales, picando troncos, espiando a otros aprendices más veteranos que ya podían observar el trabajo de sus maestros desde el fuelle que soplaban, picando troncos...
Sin embargo un recuerdo lo tentaba aquella mañana: días atrás, en sus escasas visitas al ala derecha, uno de los ayudantes de Fendomë se iba a curar de una quemadura y alguien debía reemplazarlo mientras: "Tu mismo, Othar", le había dicho el Maestro y él, encantado, había soplado con su fuelle atento a las instrucciones de un aprendiz mucho más veterano ¡Cómo había disfrutado! Mil veces había reconstruido el trabajo mentalmente...
Su corazón, entre los hachazos a la madera, ardía de deseos de repetirlo.
- No -Le dijo a la idea mientras partía secamente un tronco en dos.- Eso es imposible y ¿De donde saco el metal?
En su mente se dibujó, nítida, fácil, la puerta de la cámara de las Estancias de los Metales en donde se guardaban las reservas ...
- ¡No! –Volvió a decir- Los metales son escasos, seguro que están todos contados al detalle y lo notarán.
Pero una sonrisa se materializó ante él. Su madre se ponía en el dedo un anillo. Su padre le observaba con respeto renovado y su hermano rabiaba: él jamás sabría como hacer una joya así.
- ¿Cuánta plata hará falta? –reflexionaba- No puede ser tanta... Un aro fino bastaría...
- ¿Lelya mara? (¿Va bien?) –preguntó Danil
- ¡Yé! (¡Bien!)- respondió jovial
Y el portero se fue hacia arriba, posiblemente a mirar desde la terraza marcha de los barcos de Elros.
"Ahora o nunca".
Se dijo y tomó un fardo de leña y silbando indiferente se adentró en las Estancias del Metal.
La puerta parecía sonreírle, tentándole con una aparente facilidad. El sabía donde se guardaba la llave, lo había descubierto por casualidad... Un picaporte dorado susurraba "Me abriré a poco que lo intentes" Othar sacó la llave en su escondite y la guardó en su mano como un valioso tesoro...
La cerradura parecía invitarle...
"Será una porción mínima. Nunca lo notarán" Se autoconvenció.
Lentamente la llave penetró en el agujero... encajaba tan bien... Othar suspiró hondo y la hizo girar...
En ese momento, sin embargo, el conjuro que protegía la puerta se desencadenó y cayó sobre él, arrojándolo en el suelo presa del dolor más intenso y desesperado que jamás viviera...
***
Míriel esta nerviosa.
Visiblemente nerviosa.
Adornaba sus sienes una diadema de cobre bruñido apenas adornada con pequeños zafiros. Cubría su cuerpo un vestido azul.
Su mano aferraba a la de Celebrimbor.
Nerviosa.
Visiblemente nerviosa.
E incómoda.
Míriel veía como Narces se movía inquieto espoleando su caballo de arriba a bajo controlando que los actos se desarrollaran conforme a las previsiones, que nadie resultara herido, que todos ocuparan su lugar. El Segundo al mando de Lindon era un Elfo eficaz, previsor, de mirada triste. Sus ojos verdes escrutaban a las autoridades, cercionándose de que llegaban bien y tomaban justo el lugar que les correspondía. Con una sonrisa saludó a Celebrimbor, desviando su mirada de Míriel, que se estremeció.
- Narces vanwie vesse Gondolinesse, moina... (Narces perdió a su esposa en Gondolin, querida...) –Le susurró Telpo como excusándolo.
- Inye vanawie amil (Yo perdí a mi madre)–contestó ella sonriendo entre amarga e irónica.
Su primo le rozó la sien con los labios en un beso fugaz. Le encantaría preservarla de todo aquello: El también conocía el juicio en la mirada, el desprecio solapado...
- ¡Telpo! –Le llamó una voz pintando en el rostro del Príncipe una sonrisa.
- ¡Guilin! ¡Viejo amigo!
Los dos Elfos se abrazaron.
Míriel aprovechó para buscar con la mirada la nerviosa figura de Elerossë que organizaba a los Atani desde su caballo. Ella podía estar ahora allí abajo, montada en su blanca yegua, coronada de mithril como él, mirando hacia el lugar en donde Telpo le diría adiós...
Pero no se arrepentía. Cuando veía a Elerossë ya no le latía deprisa el corazón: sabía que tarde o temprano no estaría a su lado, sabía que la muerte los separaría para siempre.
Por mucho que él fuese hijo de Eärendil, ella era nieta de Fëanor... y ambos habían elegido ya.
Sin embargo lamentaba no poder saltarse aquel estúpido protocolo y correr a su lado y abrazarlo y decirle que le quería... ¿Le quería? Sí. Y lo cierto era que ahora le era imposible esclarecer aquel amor oscuro, ambiguo, incestuoso casi.
- Míriel, -la voz de Telpo la sacó de sus pensamientos.- Este noble caballero es Guilin de Forlond, un viejo amigo de Nargothrond. Esta bellísima dama es mi prima, Míriel, hija de Macalaurë.
Guilin besó con respeto la mano de la Dama pero en sus ojos había juicio y reserva, como si observara a alguien que podía hacerle daño en cualquier momento.
- Nárye tyáve (Es un placer)–dijo ella con su hermosa voz.
Guilin se limitó a sonreír fríamente.
En ese momento Elrond la saludó con un gesto y ella se estremeció y le devolvió el saludo y ambos supieron de la profunda tristeza del otro. El gesto del Medio Elfo atrajo la atención de Ereinion, que estaba a su lado acompañado por la Doncella Arien y por un instante los ojos de la Dama se cruzaron con los del Rey.
Pero un fuerte tirón de su primo la hizo apartar la vista:
- ¡Herunya! –Había gritado una voz entre la multitud y Celebrimbor se había girado al reconocer la voz de Danil.
El portero, nervioso, le había explicado precipitadamente que había encontrado al aprendiz inconsciente frente a la cámara de los metales. Un gesto de contrariedad se dibujó en su rostro. Se despidió de Guilin y cogió fuertemente a Míriel del brazo.
- Hylia nin, Míriel...(Sígueme Míriel) –Había oído ella.
- ¿Man auta? (Qué pasa) –Preguntó saliendo de sus pensamientos
- ¡Alarka! (Rápido) –Le instó él
Ella paró de golpe al ver el rostro de Danil, como si entendiera...
- Inye utúra... (Yo no puedo) –Afirmó intentando retroceder
- A úkweta Míriel. Etye karuva i turanye (Cállate Míriel. Tu harás lo que yo te ordene) –Dijo Telperinquar con firmeza montando a la fuerza a Míriel en su caballo y hundiendo sus talones en los flancos del animal que partió al galope.
Narces los miró con la misma sorpresa en el rostro que mostró el resto de la nobleza, no podían creerse que ambos príncipes se lanzaran a esa frenética carrera entre la multitud, por muy excéntricos que fueran. Glorfindel se acercó a él inquieto.
- ¡No cambiarán nunca!– le dijo Narces- Príncipes orgullosos que aún creen que esto es Tirion y ellos son los hijos del Rey...
- Algo de eso hay... –respondió Glorfindel conciliador- pero debe haber sucedido algo grave... Me acercaré a ver...
*** *** ***
Othar yacía en una de las camas del pequeño recinto que hacía las funciones de Casa de Curación.
Celebrimbor entró rápido casi arrastrando a Míriel que protestaba. La mano fuerte del herrero se puso sobre la nuca de su prima y la obligó a acercarse al accidentado.
¿Por qué siempre la forzaban a curaciones imposibles? Dentro de Míriel la rabia se agolpaba, casi material en la garganta.
- ¡Si seldo útura firie!. ¡Hehtuvamme ostosse ....! (Este niño no puede morir. Nos expulsaran de la ciudad...). Exigía su primo.
Era como una tenaza. La voluntad firme de Telperinquar doblegándola. Miriel apoyó su mano en el cuello del chico, que no reaccionó a pasar del frío de sus dedos. Su pulso latía muy débilmente. El hechizo de la puerta era poderoso, Celebrimbor no se andaba con minucias.
- ¡Míriel a yálas.! (¡Míriel llámalo!)–Le impulsó.
Ella se inclinó sobre su cuerpo. Cerró los ojos que escurrieron sobre sus mejillas pálidas dos imprevistas lágrimas de impotencia. Recordó el rostro severo de su abuela llamándola inútil, recordó su no poder salir, tras la matanza de los Puertos, el ver morir irremisiblemente a aquel noldo... aún sentía en sus manos la viscosidad de la sangre derramada...
- ¡¡¡Úturanye toron!!!! (¡¡¡No puedo hermano!!!) –exclamó incorporándose con un grito seco
La mano de Telpo la tomó de los hombros y la estampo contra la pared elevándola a la altura de sus ojos.
- ¡Si umé i tyali vanima! . Si seldo útura firie... ¡A kwetatye esserya láresse, a yálatye fëarya! ¡¡¡Sí!!! (Esto no es un juego, preciosa. Este niño no puede morir. ¡Di su nombre, llama a su espíritu! ¡¡¡Ahora!!!)
Entonces Míriel perdió la voluntad, como si ésta fuera un murmullo y mil voces lo apagaran, y sintió en sus labios la oreja del muchacho, y en su garganta germinando un nombre:
"Othar"
Y en sus manos un cosquilleo.
Y de pronto se internó en regiones neblinosas, pisó pantanos, adivinó aguas turbias y aguas claras, montes, páramos y prados...
Los consejos de Turussë, aquellos que jamás pudo poner en practica, volaron hasta ella como pequeños pájaros, y se posaron en su hombro, pero de nuevo emprendieron el vuelo.
Gritó de nuevo:
"Othar"
Y encontró al fin una leve respuesta...
¡Lo estaba haciendo!
Sus pasos se afirmaron, sus oídos se aguzaron y sus ojos distinguieron la brumosa y difusa silueta del muchacho.
"Othar, a túla, a atsa mánya, a túlanye kálesse" (Othar, ven, agarra mi mano, ven hacia la luz).
Una sonrisa surcó el rostro de Míriel, los fantasmales labios se la devolvieron y una mano leve le enfrió las suyas. La curadora tiró de ella y la figura la siguió sumisa.
- ¡Angonya ná tangwa. Úautuvatye! (Mi puerta está cerrada. No pasarás) –Le dijo la voz de la Dama
Él quiso saltar sobre ella, mezclarse, pero una firme voluntad se lo impidió y sólo pudo aferrarse a aquella mano luminosa que le ofrecía un camino y recuerdos que empezó a chupar, con la gula de un niño ante un caramelo: un torrente de imágenes e ideas ajenas corrieron por la mente de Othar.
Vio a un niño aferrado a un mechón y a una muchachita pelirroja haciéndose una trenza y cortándola para ponerla en sus manos: triste la mirada de él, no menos triste la de ella.
"Enyalielya náruva oiale nin" (Tu recuerdo estará siempre conmigo) le había dicho él aferrando con una mano la trenza, reliquia de la hermana perdida, y ofreciéndole con la otra su honda de cuero, preciada posesión que ella se ató alrededor de sus cabellos largos y rojos como los rayos de sol en el verano.
"Etye ná toronya. Enyárë hiruvalyet ar naruvarelme alasse" (Tu eres mi hermano y un día te encontraré y seremos felices) Le había respondido ella dejando un beso en su frente.
"Lá. Vanima, úme seler, natye melmenya ar enyárë vestuvaelve" (No. Preciosa, no eres mi hermana, eres mi amor y un día nos casaremos)
Luego Othar vio un jinete cabalgando por el puerto principal de Mithlond, sus ojos brillantes, su risa jovial, una barba descuidada de Atan... la caricia del tiempo que había transformado en hombre a aquel niño... A ese él si le conocía, era el Príncipe Elros
Y empezó a sentir:
.... sintió el ardor de sus palabras, la firmeza con que sus manos aferraban el cuerpo, sintió la ternura y la desbordante fuerza de una pasión que ya no podía ser contenida...
... sintió en sus labios el estremecimiento de un beso, el primero que Míriel recibía, imprevisto casi robado...
La confusión se adueñó de él y mil emociones encontradas chocaron. Finalmente paladeó la dulce aceptación, la búsqueda del refugio seguro de sus brazos y de sus risas...
... y sus labios pronunciaron un si y sus dedos espectrales recibieron un anillo de plata...
Pero justo entonces algo cambió: en el ritual de la ceremonia se pronunció la palabra "Tennoio" (Siempre)
Una sensación de frío y de noche se apoderó de Othar: de pronto las risas se extinguieron, los abrazos perdieron su magia y los labios su fuego...
El mal gusto de una pesadilla le azotaba la garganta: un cadáver poseía al blanco cuerpo de la Dama y el olor a putrefacción se extendía por doquier y una niña pequeña lloraba lágrimas prohibidas y gritaba con rabia: "Jamás volveré a mirar nada que pueda morirse, no perderé mi tiempo con lo que perece". Y vio también un rostro surcado de arrugas, macilento, con los ojos llenos de muerte, cuajados de estrellas, y una voz lúgubre que pronunciaba su nombre "Avaquentti", lo único que quedaría de él flotando fantasmal en la memoria...
- Hilya nin, Othar... (Sígueme Othar) –sintió y se aferró con fuerza a aquella mano.
Y caminó con sus pies sin materia viendo más cosas, cosas antes vistas por otros ojos pero penetrando en los suyos, clavándole emociones encontradas y violentas que difícilmente olvidaría.
Vio el alma de Míriel estaba atada a ritos que perdían su sentido y añoraba los momentos de intimidad y locura, sustituidos por actos oficiales, por largas sesiones de escucha a los Segundos Nacidos que la miraban entre la exigencia y la desconfianza...
Othar se estremeció al sentir la presión en la sien de una corona de mithril que Celebrimbor le probaba y que se transformaba en un yugo, en una pesada cadena, en una trampa, que la convertía en la eterna Tari de un pueblo de muertos vivientes...
"¡¡¡¡¡¡¡¡ L Á !!!!!!!!" (NO)
Oyó gritar el chiquillo, y apretó los dientes con fuerza, cuando su anillo de plata cayó a la fundición sobre el otro anillo, más grueso, más desolado y la fragua los lamió y los deshizo condenándolos a ser un objeto de uso corriente, ya nunca una promesa de amor traicionada...
Pero aquel agobiante calor, que él tan bien conocía, trajo de nuevo la paz a su corazón.
Y sus ojos ya no vieron a un amante perdido, sino a un hermano recobrado, aunque dolido y distante, y montado de nuevo en su caballo, pero esta vez para partir hacia la nada evitando mirarla...
Y aquel corazón que no era suyo latía lamentando no poder correr a su lado y abrazarlo y decirle que le quería... ¿Le quería? Si. Y lo cierto era que no podía esclarecer aquel amor oscuro, ambiguo, incestuoso casi.
*
Celebrimbor observó como de nuevo el calor volvía al cuerpo del aprendiz, como la palidez se rompía y como la respiración se normalizaba. Tomó una manta y cubrió el cuerpo de Othar justo a tiempo para sostener a Míriel antes de que cayera y tomarla amorosamente en brazos.
- ¡Yé vanimelda! ¡Natye úvea! (¡Bien preciosa! ¡Eres la más grande!) –La felicitó
Desde el otro lado del cansancio ella sonrió tristemente.
- Elerrosë... -musitó Celebrimbor...
- Sinome ná menya...toron (Este es mi sitio... hermano) –respondió ella entornando los ojos.
*** *** ***
Cuando Celebrimbor volvió a la Casa de Curación Othar estaba prácticamente recuperado. Danil había hallado finalmente a Anarsel entre la multitud y la Curadora se encargaba de alimentarlo mientras Aegnor, su maestro, le interrogaba ante otra figura bien conocida, pero que Celebrimbor no debió distinguir bien en la penumbra
- ¿Glorfindel... ? – Dudó el Maestro
Othar vio aparecer en el rostro del Señor de Lindon los dos hoyuelos característicos de su sonrisa.
- Sí, soy yo –le dijo- No quería irme sin veros Príncipe ¿Náredriel está bien?
Una sonrisa preocupada se dibujó en el rostro de Celebrimbor, que respondió:
- Triste y cansada, pero eufórica... No sé si es buena idea que la visitéis ahora...
- Entiendo... de todos modos... ¿Le dirás que he venido?
- Se lo diré y seguro que se alegrará...-le respondió ceremonioso Celebrimbor.
Othar percibió que entre los dos Elfos había una distancia expectante, nerviosa. Un trago de la poción que le daba Anarsel le hizo toser y ambos lo miraron.
- Pero disculpadme... –prosiguió- ahora mi mayor problema es devolver a este muchacho a su padre antes de que tome las forjas por asalto.
Othar se había convertido en el centro de las miradas de todos y presentía que se acercaba la primera de una serie de regañinas. Aegnor y Celebrimbor hablaron entre sí, en voz tan baja que era incapaz de oír sus palabras, pero lo que sus caras expresaban no le gustaba nada. Sin embargo tras un rato oyó decir a Glorfindel
- Permitidme que os acompañe, yo conozco a Denhal, mi presencia suavizará el asunto. ¿Fue culpa del chico?
"Ahora sí" –pensó Othar... "Ahora la tomarán conmigo". Sin embargo vio sorprendido como los altos Elfos empezaban a conversar entre sí de problemas políticos.
- El solo quería algo de metal para hacerle un anillo a su madre –dijo Aegnor.
- ¡Eso no lo excusa! Pero... ¡Es esa maldita escasez de metales!. –Bramó Celebrimbor- Tengo que proteger lo poco que tenemos... somos Herreros, si no hay metales no hay trabajo y los aprendices se impacientan, quieren crear... ¡No tengo nada para ofrecerles! Este chico quiso abrir la cámara de las estancias del metal, pensaba que la llave bastaba...
Se hizo el silencio. El rostro de Glorfindel esperaba expectante la continuación, pero ante el mutismo de Celebrimbor se atrevió a avanzar...
- ¿Hechizos?
Entonces Aegnor estalló:
- ¡Por Aulë! ¡Todo el mundo lo sabe, Glorfindel! ¡Hay sitios inexpugnables, talleres a los que sólo los Maestros de los Maestros tienen acceso! No te voy a negar que hay accidentes... trabajamos con materiales peligrosos en un espacio insuficiente, con sustancias delicadas... pero ¡¡¡¡A nadie se le ha ocurrido jamás intentar abrir una puerta protegida!!!!
La sonrisa había desaparecido completamente del rostro de Glorfindel.
- La situación es delicada... –concedió.
Celebrimbor empezó a dar zancadas por la habitación: parecía más que inquieto.
- ¿Delicada? ¡El Consejo se me echará encima! ¡Lo sé!... aprovechan cualquier cosa para culparme de todo...
Aunque no había recibido ni un reproche, Othar empezó sentirse mal, estúpido, insignificante, molesto. Anarsel le limpió el sudor y desapareció, posiblemente buscando algo para él. Celebrimbor tras un silencio siguió:
- Herunya... yo le he demostrado con creces a Ereinion mi fidelidad, no quiero más que engrandecer Lindon, soy un artesano... Sin embargo... todo lo que pido es rechazado por el Consejo... Cuando los nobles me miran hay desconfianza en sus ojos... ¿Has visto este poco espacio? ¿Y todas las cortapisas que me ponen a la hora de negociar con los enanos? ¡Y ahora esto!
Othar quería desaparecer. ¡Ojalá hubiese muerto! El no había previsto nada de aquello, no había querido nada de aquello
- Esta vez haremos que el agua no llegue al río, Celebrimbor... –afirmó Glorfindel- ¡Deja que sea yo quien hable con Denhal!
***
Bastó abrir la puerta de las Forjas para que Othar se enfrentar a una multitud agolpada que le clavó los ojos como si fueran cientos de flechas disparadas por el arco de la curiosidad. Ellos se abrieron paso en la grupa del caballo de Glorfindel, Othar iba escasamente protegido por un manto con capucha: Celebrimbor y su Maestro, Aegnor, los seguían.
A mitad del camino otros jinetes de la guardia del rey, caballeros compañeros de su padre Los interceptaron. Othar conocía bien a aquellos Eldar: Lanbadan, apodado Verya (Bravo), Gelmir, hermano de Arminas, y el Gondolidrim Alagos, de la Casa de Lúva Valaina (Arco Divino). No parecían venir en son de paz pero les bastó ver a Glorfindel para envainar sus espadas.
- El Rey nos envía para que escoltemos al muchacho, nos aguarda en casa de Denhal –afirmó Alagos
- ¡Escoltadnos entonces! –Ordenó Glorfindel con voz firme y espoleó su caballo, seguido por Celebrimbor y luego por los demás caballeros.
Othar se recordaba mirando a Celebrimbor, pálido, con el gesto impenetrable y la mirada fría y orgullosa. El crepúsculo caía sobre Mithlond y sus sombras teñían de misterio las calles empinadas que conducían a su hogar al que le habrían llevado como un prisionero si no hubiese sido por Glorfindel. Luego miró a Aegnor, su Maestro y el muchacho notó que su pecho cada vez parecía más estrecho y opresivo. Nariz y boca hubieron de colaborar para que el aire le llegara al pulmón: se dio cuenta de que jamás volvería a pisar una de las forjas.
Tantas veces había subido las escaleras principales de su casa ¿Por qué aquella noche le parecían tantas? Sobre sus hombros el brazo de Glorfindel se posaba protector. Estaba muy cansado. Al entrar al salón se esforzó en pisar con firmeza, para que no notaran que sus piernas temblaban.
Bajó la cabeza al encontrarse con la mirada de su madre, que llevaba la preocupación pintada en el rostro, y una náusea se formó en su estómago al descubrir en la de su padre la ira más viva.
Por fortuna su hermano no estaba, pero Othar palideció al ver sentado en el salón ¡ Al mismo Rey... !
Un ligero empujón de Glorfindel le recordó su educación y se inclinó hacia Ereinion en una profunda reverencia que lo desequilibró en un leve mareo. El propio rey le ayudó a no caer.
- Siéntate muchacho –le dijo suavemente mientras la doncella silvana le acercaba una silla.
- Aran Meletyalda –saludó Glorfindel- Nobles Denhal, Lómendil, Lanbadan, Enlian, Erengil, Gelmir, Alagos...
Othar tragó saliva a medida en que Glorfindel saludaba a los caballeros presentes: todos los que formaban la escolta personal del Rey. Y rápidamente dirigió sus ojos hasta Celebrimbor, el único que permanecía de pie, erguido en la formidable altura de los miembros de su casa: orgullosa la mirada e impenetrable el rostro. Tras del Pírincipe también su Maestro, Aegnor, rehusó sentarse. Aquello se parecía peligrosamente a un juicio. Glorfindel debió percibirlo también y con astucia dijo jovial:
- Aquí tenéis al muchacho... Se desvaneció en la fragua pero ya está bien... sólo necesita descansar. –Y sonrió mostrando sus hoyuelos adorables.
Othar sintió los inteligentes ojos de Erengil clavados en él y se estremeció. En su corazón el deseo de que creyera a Glorfindel se hizo latido, pero el muchacho sabía que los caballeros no creerían aquella farsa.
- ¿Se desmayó? ¿Denhal? ¿Y nos haces venir a todos para oír eso? ¿Interrumpes las vidas de siete personas más por eso? – Gruñó Alagos levantándose de su silla dispuesto a marchar.
Othar se relajó al oír al caballero, de proverbial mal genio y al ver su gesto de irse. Si el caballero partía todo aquello tendería a disolverse sin más... Pero reparó en las mandíbulas de su padre, prietas por la tensión y en las venitas azuladas que se inflaban en sus sienes cada vez que la cólera lo dominaba y rompió directamente a sudar.
- ¡Aguardad, Alagos! –Ordenó- ¡Qué Celebrimbor nos explique cómo fue que mi hijo se desmayó y por qué no había presente ningún Maestro Herrero. –Dijo mirando con odio a Aegnor
Othar sorprendido entonces vio como Ereinion se levantaba de su asiento y decía firmemente a su padre:
- Para tí, Denhal, es el Príncipe Celebrimbor, descendiente, como yo, de Finwë. –Era la primera persona que veía hablar así a su poderoso progenitor.
Pero Ereinion parecía malhumorado y siguió:
- Y dudo sinceramente que a estos caballeros les interesen los problemas escolares de vuestro primogénito
Entonces Denhal estalló:
- ¡Exijo una explicación!
Ereinion siguió de pie. Se cruzó de brazos. Por su expresión se adivinaba el temor a que aquella situación se le escapase de las manos, que era lo que a menudo sucedía con las cosas insignificantes.
- Entonces -dijo el Rey- escuchemos al Príncipe Celebrimbor...
Y Ereinion se sentó y mirando a Celebrimbor le dijo:
- ¿Nos explicaréis qué pasó en atención a Denhal que está abatido y no me extraña, es su hijo quien ha sufrido ese... desmayo?
- Aran Meletyalda... –respodió Celebrimbor- Poco hay que explicar: Todos estábamos en los puertos, la mayoría de mis gentes han convivido algún tiempo con el Príncipe Elros y deseaban ardientemente despedirlo... sólo quedaba Danil, el portero de mi casa, que abrió a Othar. El muchacho, que no debía estar allí según la orden expresa de su Maestro, -dijo mirando a Aegnor que asintió mientras Othar bajaba la cabeza- se fue a partir leña, que es su trabajo como aprendiz, diciendo que quería sorprender a Aegnor. La competencia entre aprendices es tan fuerte que Danil no se extrañó y le franqueó la puerta. Una de las veces en las Danil fue a hablar con él para ver cómo le iba lo encontró ante la cámara de las estancias del metal inconsciente...
- El ejercicio –atajó Glorfindel- unido al calor del recinto... Probablemente no había desayunado ¿no es así Othar... ?
Othar, confuso, iba a decir que sí, que era justo eso, que no había desayunado nada, pero Celebrimbor no le dio oportunidad.
- No es así –Dijo El Príncipe- Este muchacho tenía en la mano la llave de la cámara de los metales y fue herido por un hechizo de protección al intentar abrirla...
Glorfindel y Othar se miraron y el chico entrevió que aquella situación le recordaba a alguna vivida por él. Si hubiera podido penetrar en su mente habría visto otro juicio, por otra travesura, que también cambió la vida de otro niño. Pero como no pudo, se limitó a pensar que era una de esas visiones extraordinarias que el misterioso Señor de Lindon tenía de su vida anterior, de esa que la muerte había cortado y una reencarnación restablecido mezclando y confundiendo a dos seres en uno. Pronto salió el muchacho de sus ensueños, por que su padre, Denhal, se levantó de la silla encendido de ira y dando grandes zancadas se dirigió al príncipe, que no se movió del sitio. Ágilmente Lómendil, el primer caballero del rey, se interpuso entre ellos.
- ¿Insinúas que mi hijo quería robar? – Preguntó Denhal desde detrás del fornido caballero
- Denhal, siéntate –le dijo éste tratando de calmarle- No ha insinuado nada, solo ha descrito hechos. Othar tenía la llave que abre una cámara, no ha dicho nada sobre el propósito que tenía...
Su padre no se sentó, pero dejó la cruz de la espada y pareció calmarse un poco. Othar entonces sintió la mirada de Ereinion fija en él
- Príncipe, ¿el chico está bien? – Inquirió el Rey
- Meletyalda, cualquier sanador os dirá que sí... –Respondió Celebrimbor, fijos los ojos en Denhal, pro sereno el rostro, inquietante en la frialdad de su sangre.
- ¿Quién le ha atendido? –Se interesó Ereinion
- Las Damas Miriel y Anarsel, buenas manos, Aranya (Mi rey)
Ereinion asintió y miró de nuevo al muchacho, que aunque parecía cansado, no daba señales de padecer secuelas del mal sufrido.
- ¿Le habéis castigado ya? -Preguntó
- Meletyalda, soy severo con mis aprendices, y mucho, a decir de algunos, pero sinceramente me he dedicado más a salvar la vida del muchacho que ha reprocharle nada, creo que justo ahora no es momento de imponerle castigos.
Denhal volvió a bramar amenazante:
- ¡Ni ahora ni nunca!. ¡ Tú no tocarás a mi hijo! ¡Jamás debí permitirle que se adentrara en la pocilga en la que vives, que respirara el aire viciado de la casa de Fëanor! ¡Y jamás permitiré que vuelva a ella!
- ¡Denhal, basta! –Se impuso Ereinion.
- Meletyalda, -respondió flemático Celebrimbor- Dejadle... Su hijo queda expulsado del Gremio de los Herreros. El mismo ha impuesto la sanción, aunque excesivamente severa para mi gusto. La gravedad del delito de Othar, que no es poca, está en clara desproporción con el castigo que supone ser educado por un padre semejante.
Un murmullo estalló en la sala, Denhal hizo ademán de desenvainar pero Lómendil tomó su mano y le impidió hacerlo.
Celebrimbor, indiferente añadió:
- Y como el muchacho está bien, el asunto aclarado y la sanción impuesta, juzgo que nuestra presencia aquí es, además de molesta, innecesatria, de manera que con vuestro prmiso, Meletyalda, nos retiramos.
Saludó a Ereinion ceremoniosamente y miró orgulloso a los demás caballeros dispuesto ya a marchar.
- Príncipe –le llamó Ereinion- Acercaos un momento.
Celebrimbor dio la vuelta y caminó arrogante hacia el Rey. Othar bajó la cabeza, avergonzado, pues no quería que la última imagen que se llevara de él fuera la de un niño llorando.
- Aranya... –dijo el Herrero con su profunda voz.
El Rey bajó el tono de la suya.
- Narw... quiero decir, la Dama Náredriel... ¿Está bien?
Un asomo de sonrisa pasó por el rostro hasta entonces hierático del príncipe.
- Agotada, Herunya, hoy ha librado grandísismas batallas...
Ahora era el rostro de Ereinion el que no expresaba nada.
- Y no sin pérdidas, imagino –Comentó fríamente.
Desde su dolor Othar no entendía aquel diálogo cifrado de ambos Elfos, pero percibía los gemidos acallados de los sentimientos contra los que se hacía violencia. Celebrimbor contestó, como midiendo el alcance de su mensaje.
- Cierto, Aranya, las ha habido, pero sinceramente creo que la victoria ha sonreído hoy a mi prima... ¿Deseáis...? –añadió bajando la voz- ¿Deseáis que le diga algo... ?
Como el cielo de la noche aclarado brevemente por un rayo, el rostro de Ereinion se iluminó:
- ¡Dile! ...
Pero luego se hizo un silencio pesado, casi viscoso...
- Dile... que...
Ereinion negó con la cabeza, como si despidiera ideas inoportunas...
La voz de Denhal resonó ordenando a Othar que se retirase y el muchacho se levantó mecánicamente. Celebrimbor lo miró con pena, pero también con firmeza. Una lágrima se deslizó al fin por el rostro del chiquillo y sus pies le llevaron como si no formaran parte de su cuerpo.
- Dile... –seguía diciendo el Rey
¿Qué habría de decirle? Pensó Othar y una frae le repiqueteó la mente:
"Hantalë: etye annatie seldonen kuile kwalino" (Gracias: has dado a un chico una vida de muerto)
