19. ¿AR SINA COLLA?
- Príncipe Elrond... ¿Os molesto?
-¡Por favor! ... príncipe Erendur... ¡Pasad!
Erendur pisó el suelo de una habitación sobria: Una cama de cabezal bellamente forjado, una mesa con dos sillas y un armario eran todos sus muebles. Al lado de la cabecera de la cama, en un lugar preferente, reposaba un arpa y sobre la mesa un buen montón de pergaminos extendidos y un tintero con la pluma dispuesta.
Elrond cerró la puerta cuidadosamente y una sonrisa algo circunstancial surcó su rostro.
Erendur le recordaba bien: Un chiquillo dócil, pero que siempre acababa haciendo lo que quería. Con su mirada triste y lejana desarmaba cualquier regañina. Siempre más allá de las cosas, sus preceptores admiraban su inteligencia, la vasta cultura de aquel desarrapado príncipe empeñado en dejarse largos los cabellos. Luego lo vio crecer con la rapidez de los Medio Elfos y partir a la guerra y tuvo envidia de él. Estaba seguro de que a pesar de que grandes sufrimientos le aguardaban, en un futuro las canciones más bellas exaltarían el nombre de los hijos de Eärendil. Sin embargo, a los que como él, permanecían en la seguridad de la retaguardia sólo les quedaría la sensación de no haber vivido.
- El Príncipe Arminas me ha pedido que os explique los pormenores de la fiesta de inauguración del Palacio Real... – Comentó Elrond amablemente.
- Sí. –Afirmó Erendur- Quería aprovechar esta noche que debo pasar aquí... ¿No tendríais otros planes?
Elrond por toda respuesta, acercó otra silla a la mesa para Erendur, que sintiéndose escrutado por su mirada sabia, se sentó. La ventana quedaba a la altura de sus ojos.
El sol tenía frío y se cubrió de nubes y un velo neblinoso ocultó los Puertos, que por algo se llamaban Grises. Harlond solo se adivinaba, lejana y pequeña, como agazapada al sur de la Bahía. Esperando como un perro al dueño que ha de venir aunque se retrase. ¡Desearía tanto estar allí! Le molestaba especialmente no poder ponerse en camino ahora mismo, pero apenas si quedaba media hora de luz y la noche prometía traer consigo nevadas. Los ojos de Erendur tropezaron con el ventanal y repasaron el friso del vidrio: cristales en dos tipos de azul entrelazándose como las olas marinas, y bajo la superficie diminutos vidrios de colores cambiantes reflejaban un brillo casi mágico, intensísismo. Mirando bien se podía ver que formaban un signo conocido: el de la casa de Fëanor.
Elrond le empezó a explicar, desplegó ante el un pergamino en el que estaba dibujado el palacio: hablaba, y hablaba, mostraba, de vez en cuando le miraba... Erendur se esforzaba por seguirle, pero estaba lejano. El cielo se encapotaba cada vez más, la chimenea consumía un grueso tronco y la voz de Elrond, aportando detalle tras detalle, invitaba al sueño.
- Disculpadme, Erendur... –se interrumpió al cabo de un buen rato- ¿No os interesa nada de cuanto os digo, verdad?
- ¡Oh! ¡Perdón! ¡Sí, si... seguid!
El Medio Elfo no dejaba de mirarle esperando que sus gestos delataran su conformidad y Erendur empezó a sentirse mal.
El rostro de Arminas, su padre, se dibujó serio ante él.
"No me gustó tu intervención en el Consejo, hijo mío" –le recriminó- "Le diste la razón a Celebrimbor".
"Yo sólo dije que si Harlond y Forlond son municipios independientes deben tener su propia Massánie" – Había tratado de disculparse.
Y se vio a sí mismo esperando el debate: Que Arminas desenvainara su elocuencia como una espada y lo dejara quedar en el ridículo más espantoso, como tenía por costumbre... pero lo que sucedió fue mil veces peor: su tía, Berianis, tomó la palabra.
"Pues no estaría mal que te escuchases a ti mismo muchacho y dieras a Harlond una Massánie, y esa Hacedora de Lembas es la ideal"
Una sentencia.
Así había sido toda su vida.
¡Se sentía tan como un muñeco! Notaba dentro de su cuerpo de trapo los dedos imperativos de su padre y su tía guiando sus movimientos torpes de títere patoso.
Si hubiese estado solo en la estancia habría abierto la ventana para disipar la sensación de agobio que le apretaba los pulmones, aun a riesgo de que una fría bocanada de aire se le tirara encima.
- En realidad Príncipe Elrond –se oyó decir a sí mismo- estoy muy cansado para seguiros en lo que me explicáis.
La mirada inteligente del Medio Elfo le traspasó y un involuntario gesto de su mano le invitó a seguir hablando...
- ¿Sabeís qué sucede? En realidad Harlond es muy aburrido... –Mintió- ¡ Estaba pensando en lo mucho que me gustaría salir esta noche!
Ya estaba.
Lo había hecho.
Una frase había bastado...
La sensación de ahogo se acentuó y Erendur se levantó y avanzó hacia la ventana buscando desesperado la frialdad. ¡Siempre había sido así! La voluntad de su padre acababa prevaleciendo, ocupando un puesto preferente, guiando sus actos. Con un amargo sabor en el paladar y casi sin querer dirigió a Harlond su mirada: Sólo diminutos puntos de luz parpadeando en la distancia testimoniaban su existencia. Suspiró hondo. Él era el príncipe de aquellas tierras lejanas y queridas. Allí estaba su sitio, el lugar en el que se sentía alguien. ¡Y no necesitaba una Massánie!
- Si queréis...
La voz de Elrond lo trajo al presente.
- Si queréis... yo esta noche en realidad pensaba salir...
¿Tan fácil?
De nuevo tenía la sensación de que le faltaba el aire. Empezaba a nevar...
- ¿Os importaría que fuera con vos? –Preguntó vacilante. Odiaba cordialmente aquel teatro.
Elrond fijó en el suelo sus ojos y dijo:
- No... ni creo que a los demás tampoco... Si queréis compartir cena y noche con nosotros... seréis bienvenido.
La nieve le hizo sudar.
¿Era tonto Elrond?
¿Confiado?
¿Berianis lo había forzado?.
¿O el Hijo de Eärendil le estaba tendiendo también una trampa a él?. Elrond sin duda debía saber que Berianis y Arminas estaban al corriente de sus escapadas nocturnas, ¿podía ser que contara que el repentino interés de Erendur por él formaba parte de un plan premeditado y él hubiese improvisado un contraplan?
- ¡Me sentiré como un intruso! –Protestó débilmente Erendur... en el fondo esperaba que Elrond hablara del mal tiempo, o elegantemente se disculpara. Entonces el podría alegar que lo había intentado...
- ¡No! ¡Qué va! ¡Mis compañeros os sorprenderán! –Sonrió Elrond y algo de malicia asomaba tras sus palabras. A Erendur le parecía que todo cuanto el Medio Elfo decía tenía una finalidad clara, un preciso objetivo.- Pero tenemos que cambiarnos las ropas. A veces no conviene llevar según que prendas a según que sitios.
Y Elrond abrió su armario buscando algo...
Erendur siguió mirando por la ventana. La nieve caía: delicada, blanca, fría... ¿Sería así la Hacedora de Lembas?. Pacíficamente flotaban los copos hasta tocar sin violencia el blanco mármol del suelo del palacio. Noble piedra recién puesta que sonrojaba su blancura ante la pureza del otro blanco, el de la nieve, que iba tejiendo lentamente una alfombra espesa y mágica.
- ¡Venga ponte esto! –Le mandó Elrond arrojándole varias prendas que Erendur cazó al vuelo.
Eran ropas sencillas de campesino Silvano.
- ¿De modo que esto es lo que hacéis los nobles de Lindon para divertiros? -preguntó- ¿Salís a las calles vestidos de campesinos?
Elrond sonrió. Erendur lo conocía lo suficiente como para saber que daba a las formas su justa importancia, pero que no era presumido ni se escondía detrás de ellas. Su única respuesta fue ir cambiándose las ropas palaciegas por las otras. Erendur dudaba aún...
- Se me hace raro veros así –le dijo
- ¿De Silvano? –Preguntó haciendo una reverencia exagerada.- ¿O de bufón?
Erendur rió.
- No conocía esa faceta vuestra...
- Ni tú ni nadie..., espero... –respondió con intención. Una expresión de niño travieso surcó su cara y siguió diciendo-. No te molestes si te tuteo... con estas ropas y en estas circunstancias hablarnos con reverencia sería sospechoso...
Elrond sabía hacer discursos... sabía enfatizar las palabras adecuadas, sembrar de silencios los momentos claves, dar a entender sin ser explícito... ¡Era un gran político!
- De hecho –prosiguió- me alegra que vengas con nosotros, que conozcas algo mejor la noche de Mithlond... Eres ajenos a sus delicias y a sus peligros. Vives aislado en tu ciudad, vienes rápido, te vas corriendo... Hay muchas cosas en los Puertos que te sorprenderían.
- Bueno... -contestó Erendur también con intención- Mi padre me pone al corriente...
- Hoy verás cosas que tu padre no te ha dicho –respondió el Medio Elfo enigmático.- La realidad es demasiado compleja amigo mío, para encerrarla en una visión única.
Erendur se había desabotonado ya la túnica.
"¿Cómo puedes insinuarme que anteponga el interés al amor? –Le había respondido a su padre- ¿Es que tu te has casado con mi madre por que era la adecuada?"
¡Había preguntas tan pesadas! ¡Respuestas tan pobres! Un suspiro, una mirada altiva de aquel que está de vuelta de todo, una palabra en tono del maestro que explica a un alumno tonto una cuestión muy obvia:
"Eres un príncipe Erendur y tu misión en la vida no es amar a una mujer y formar con ella una familia. Tus tierras necesitan una princesa y ésta no puede ser cualquiera... Y si fundes tu sangre con la de alguien y surge un hijo de esa unión, tu deber es asegurarte que corre por sus venas la sangre más noble. Náredriel es la adecuada. Una bisnieta de Finwë. Tus hijos formarían parte de la casa Real, como ella."
Erendur dudaba... ¿Debería confesarle a Elrond que lo que le movía era conocer a la hija de Maglor? ¿Sospechaba ya algo el Medio Elfo? Sin embargo sorprendió a sus labios preguntando:
- ¿Y quienes serán nuestros acompañantes?
- ¡Poco me conoces si no lo sabes! –Fue la respuesta enigmática del hijo de Eärendil.
- ¡Poco, en efecto! ¡Pero quisiera ponerle remedio! – Dijo sincero.
- Miriel, mi oselle, y Glorfindel, el otorno de mi oselle. -Respondió Elrond mirándole fijamente, con el cansancio de un actor que repite por enésima vez la frase en un ensayo.
- ¿Míriel? ¿Náredriel? ¿La "Hacedora de lembas"?
- Sí, esa... la terrible nieta de Fëanor, la incestuosa traidora que obligó a Elros a exiliarse en Númenor, la niña que pervirtió al inocente Glorfindel en Caras Sirion, la asesina de los Puertos, la que quería usurpar a Älwe el Silencioso las tierras de Helevorn para desafiar desde allí el poder supremo de Gil-galad... la que trajo a los sicarios de Fëanor a Lindon... no sé si me dejo algo...
Erendur sonrió un poco tontamente.
- Todo eso han dicho de ella esta mañana en el Consejo, sí... ¡Una sesión tensa!
- Un Consejo absurdo –matizó Elrond poniéndose los zapatos de campesino-. Quieren hacer un problema de Míriel cuando el mayor enemigo de Mithlond es Berianis.
Erendur buscó los ojos del medio Elfo y abrió los suyos que se agrandaron como las metálicas bandejas de las viandas... ¡Berianis era su tía, la madre del rey, la Elfa que había supervisado directamente la educación de Elrond! ¡Cómo podía hablar así de ella!. ¡Además era su tía! Erendur no podía ocultar su extrañeza: en aquella corte en la que cada día imaginaba más intrigas y mentiras alguien parecía confesarse, por que el tono de Elrond transparentaba una extraña sinceridad.
- ¡Ni te imaginas el daño que está haciendo...! -Sigió- ¡Ella y esa rata de Dahas! , ¡y Salmarindil, un resentido...!
¡Salmarindil!
La mirada dura del noldo voló como un ave de presa hasta la mente de Erendur. Su voz acusadora, su nerviosismo, la manera de temblar su dedo cuando osaba apuntar a Celebrimbor y decirle:
"No os podemos consentir que obréis de ese modo, que hagáis lo que os parezca. ¡Esto es desacato.!"
Había gritado con la misma cara descompuesta que tenía tras la masacre de los Puertos, cuando empuñando la espada de su padre asesinado pasó a formar parte del equipo de jóvenes caballeros de elite de Ereinion. Erendur le tenía especial manía a aquel jovenzuelo que lo miraba con desprecio, aunque a quien Salmarindil no soportaba era a Glorfindel. Entre ellos se habían ido instalando espesas cortinas de odio. Así lo demostró su mirada asesina. Erendur le veía sufrir. El rubio Noldo no podía ocultar su nerviosismo. Sabía que debía mantener las distancias, que no podía tomar partido una vez más a favor de Celebrimbor, pero finalmente se puso en pie y dijo:
"No tenéis pruebas. Creéis las habladurías. Habéis registrado la casa del Príncipe Celebrimbor de arriba abajo ofendiéndole gravemente y habéis salido de allí con las manos vacías"
"Hornos les sobran... y la Dama Míriel tiene un saquito con semillas" –Protestó Salmarindil.
"!Basta¡ -se había erguido Galadriel-. ¡Claro que tiene semillas, y puede tener incluso un local propio para hacer lembas, y un espacio para plantar el cereal y yavannildi propias! ¡Náredriel es una Massánie! ¡Y ese es un Derecho indiscutible! ¡Una cosa es que se juzgue la oportunidad de hacer lembas en un momento concreto y habiendo otra Massánie, pero nadie puede negar que Náredriel o yo misma tenemos el deber y el privilegio de hacerlas y concederlas a quien juzguemos oportuno! Además, si la hemos de juzgar por eso que sea en su presencia. El príncipe Celebrimbor no tiene responsabilidad en el tema."
Celebrimbor inclinó cortésmente la cabeza ante la Dama. En los ojos del Elfo brillaba una pasión intensa siempre que la contemplaba.
"Si la tiene, Mi Señora –intervino Narces, el Segundo del Senescal. –Si mal ni recuerdo, unos exploradores de la casa de Celebrimbor partían a buscar metales en las Ered Luin y solicitaron lembas a la Massánie. Ella juzgó que el tema no requería de las mismas y, en su derecho, se las denegó. Celebrimbor entonces las solicitó a otra Massánie"
"Eso es lo que vos decís –dijo el aludido levantándose altivo pero tranquilo-. Mis Elfos partieron sin lembas. ¿No es así Dahas?"
El aludido escuchaba displicente, cuchicheando a veces son su compañero, el hermoso Príncipe Galendil hijo de Lalwen, de la casa de Finarfin.
"Estaba de caza, primo. Yo no lo vi" –Sonrió torciendo la boca en un gesto casi miserable.
"Si tenemos pruebas... –añadió Falastur, hijo de Círdan y Señor de Aerdor-. ¡Sí las tenemos! ¿Cuál fue tu trato con esa Dama, Älwe? Les permitías pisar Forlindon si prometían no cazar ni recolectar ¿Cómo sobrevivieron....?
Una amplia sonrisa se abrió paso entre la severidad habitual del rostro de Celebrimbor que parecía disfrutar de aquel momento. Alzó su mano teatralmente y empezó a enumerar levantando un dedo cada vez que pronunciaba una palabra:
"Salazones"
"Conservas"
"Ajos, cebollas y patatas..."
"Cereales"
"Y peces... nuestro buen Alwë no nos prohibió la pesca..." –concluyó haciendo una reverencia algo burlesca al líder Silvano.
Luego perdió toda sonrisa para exclamar seriamente:
"Juro que de mi casa no salió ni una lemba, y protesto vivamente. Consejo tras Consejo vengo diciendo lo mismo: Mis gentes y yo nos dedicamos a la Herrería. Mithlond es una ciudad en construcción, nos llueven los pedidos y si no podemos hacerles frente es por dos cosas: la primera es que los metales escasean y la segunda que necesitamos edificar más, ampliar los talleres y las forjas... Pongo una vez más estos problemas sobre la mesa y os suplico que entre todos les busquemos una solución..."
"Fácil es cambiar el tema, Príncipe y acusar al consejo de vuestros problemas. Os comportáis como un niño caprichoso. Ponéis en duda la autoridad del rey y luego os levantáis con falsa dignidad y nos dejáis quedar mal a nosotros!"
"Ya basta Arminas –atajó Galadriel - Lindon es un reino en construcción, cada día hay mil problemas nuevos... Ninguno de nosotros somos gente ociosa, no tenemos tiempo que perder para darle vueltas y más vueltas a un tema perfectamente claro... El Derecho de una Massánie no se discute...ni el de otra tampoco. Pedir de nuevo no es traición...
"Pero sí lo es aceptar lembas de otra Massánie –protestó Arminas vivamente- supone dudar de la nobleza de Berianis... y ella es la madre del Rey..."
Una tos de Elrond disipó su visión. El Medio Elfo estaba ya listo y le esperaba sentado en la cama. Le sonrió recogiendo su larga melena negra en una coleta baja.
- ¿En qué piensas?. –Le preguntó cordialmente.
- En el Consejo de esta mañana. –Respondió Erendur quitándose los pantalones.- ¡Qué tensión!
En Harlond no pasaban cosas así. El Consejo de la ciudad discutía sobre el precio del pescado, los lindes de algunas fincas, los impuestos de la ciudad o, a lo sumo, alguna disputa, siempre con los Noldor...pero nunca nada serio, nunca nada que no tenga una solución concreta y a corto plazo.
- ¿Tensión? ¡Más de la que imaginas¡. De nuevo, ves solo una parte. Berianis no aparece en el Consejo pero por detrás ha entretejido cuerdas y resortes para movernos a todos a su antojo. Tiene una calumnia para cada uno de nosotros.
- ¿Qué quieres decir?
- Si Glorfindel defendiera a Celebrimbor en demasía, Salmarindil sacaría el escándalo los Puertos del Sirion, tema que le molesta especialmente y si yo me mostrara a su favor tu padre sacaría a colación el tema del compromiso roto con mi hermano... ¡Nos avergüenzan a nosotros y desacreditan a Celebrimbor y a ella! Justo Míriel necesita otra cosa, necesita ser perdonada, ver ante sí el futuro...
- Es verdad lo que dices –reconocío Erendur- el nombre de Náredriel se asocia al de Elros aun sin quererlo. Yo mismo, para serte sincero juzgué muy seriamente esa relación.
- ¡Es tan fácil hablar desde fuera! –Dijo Elrond soltando un suspiro- Si tú lo hubieras perdido todo... si te sintieras culpable de un crimen atroz, si hubieras visto morir a una de las personas que más amas como murió Maedhros, si supieras que tu propio padre, un elfo tan magnífico como Macalaurë, vaga por las falas sin más sentido que cantar su pesadumbre... ¡Es tan fácil juzgar a la casa de Fëanor! Si como Miriel tu llegaras a Mithlond solo, perdido, al frente de un pueblo desilusionado, sin sentido, lleno de remordimientos y fracasos... Elerossë... de niño ya la llamaba "melmenya"... y ahora ya no eran niños... ¿Qué nombre dar a esa ternura oscura, a esas sensaciones que navegan por tus entrañas ante la magia del primer beso?
- ¡Supongo que lo llamaría amor! –Dijo él con estupor
¡Se confundió! –Matizó Elrond- ¡Todo fue un error, un inmenso error¡ ¡Yo les advertí! ¡Pero cuando se desencadena una pasión de poco sirven las advertencias! Y yo sufrí, sufrí mucho, porque vi como las dos personas que más quería se hacían daño, y no podía intervenir. ¡Tu ni te imaginas lo que llegamos a querernos el tiempo en que estuvimos con los hijos de Fëanor! ¡Eramos una familia! Míriel y yo somos hermanos.
Ahora no era teatral. El silencio de Elrond era un silencio de esos que se dan cuando buscas palabras y en su lugar encuentras recuerdos y no quisieras soltarlos...
- Ella confundió el cariño con amor... Necesitaba unos ojos que la miraran sin juicio, sentirse de una vez la más bella, la más deseada...saber que el refugio de unos brazos amantes la acogería cada noche, que los dedos de Elerossë acariciarían su mechón rojo...
Elrond se acercó a la chimenea y revolvió las brasas con un atizador hasta que se reavivaron con timidez y sus diminutas lenguas de fuego empezaron a lamer el nuevo tronco arrojado.
- Lo irónico es que todos los que ahora la critican apoyaban esa relación... Tu tía la quiere bien lejos, Númenor era un buen destino.
Erendur escuchaba asombrado.
- ¿Berianis? –Dijo- ¿Alejarla? ¿De Mithlond?
- ¡No la soporta! –contestó Elrond- Númenor era perfecto... Supongo que ahora planeaba echarla, por eso esa bobada de las lembas que nos ha ocupado toda la mañana... Pero le ha salido mal... En fin, o mucho me equivoco o tu poderosa tía ya debe tener otro plan pensado... algo que la aleje... tal vez... yo que sé, casarla con Guilin aprovechando que es amigo de Celebrimbor y enviarla a Forlond...
La expresión del rostro de Erendur cambió. Como alguien que de pronto ve clara una situación confusa. Una rabia ciega lo recorrió, y quiso corresponder al tono sincero del Medio Elfo.
- Elrond... –confesó- mi padre y mi tía... me han ... bueno, me han "pedido" ... que... ¡Quieren que la corteje!
Elrond sonrió con aire de triunfo.
- ¿Ves? Guilin, tu... Forlond, Harlond... ¡Fuera de Mithlond! –Luego miró a Erendur- ¿Y piensas hacerlo? ¿La cortejarás?
- Yo no tengo carácter para alguien así...-se avergonzó- Mira Harlond es una lugar tranquilo, sin pretensiones, lleno de Elfos que suspiran por la paz... No es un buen lugar para una Elfa inquieta...
- ¡Sería un lugar perfecto si te amara! -respondió Elrond con tristeza- ¡Si se enamorara de ti! Créeme Erendur, tu ternura le sanaría de tantas heridas abiertas... El tiempo que lleva aquí y ha sido incapaz de acercarse a Aurenar y pedirle perdón... O a Galadriel... ¡ ¡Necesita conocer el amor tanto como ha conocido el odio!
- ¿De manera que apoyas la idea de mi tía? –Sonrió Erendur.
Elrond sonrió también. Ya estaban completamente vestidos y esperaba a que Erendur acabara. Este miraba con curiosidad sus ropas... nunca había vestido así...
- Oye una cosa Elrond...¿Mi primo también os acompaña en estas aventuras nocturnas? – Preguntó acabando de ponerse un feo zapato
- ¿Ereinion? –Contestó - ¡Ya le vendría bien! Pero él si que está atrapado. Gil-galad es un tirano... y Ereinion, aunque se resista, un esclavo... ¡Si Arminas está al corriente de mis entradas y salidas imagínate de las suyas! Cada vez lo veo más solitario, más reservado... Mientras tiene cosas que hacer está bien, pero cuando la actividad se acaba... La guerra sigue para él y es más dramática que las batallas de sangre y de polvo. - ¡Ya estoy! –Exclamó Erendur levantándose y caminando con su nuevo calzado- Bueno supongo que le dedica todo su tiempo libre a la Dama Arien
Elrond fijó sus ojos de los zapatos del príncipe. De pronto dijo, como quien está apunto de soltar un gran secreto...
- ¿Tiempo libre? ¡No! Creo más bien que Arien se ha convertido en una nueva obligación
Erendur le miró de hito a hito. Elrond sonrió.
- ¿Te extraña que te cuente estas cosas? ¿Qué te tenga confianza?... Sé que puedes traicionarme... y mira, de hecho casi me es igual. Empieza a faltarme aire.
- Si, Elrond, me extraña... pero todo en Mithlond me sorprende últimamente y conozco además a mi padre y a mi tía. –El príncipe caminó sobre sus nuevos y extraños zapatos de Silvano. - ¡Pero en lo de Arien te equivocas! ¡Ella y mi primo están hechos el uno para el otro!
Una media sonrisa desdibujó la boca de Elrond.
- Está hecha la una para el otro, si –matizó- y más de lo que te imaginas... Yo crecí en casa de Nirie, vi como la educaban, como pulían su carácter, como la han ido construyendo y como la han hecho creer que ama a Ereinion... ¡Es odioso! Berianis ha abusado de la buena fe de Nirie y de la bondad de Arien... ¡La va a hacer una desgraciada! ¡Aun en el más feliz de los casos, que Erenion la desposara, sería una infeliz, porque habría comprado el afecto del Rey a cambio de no ser ella misma, de no ser nadie!. !Yo no estaría a gusto con quien me dedicara un tiempo "oficial"... Erendur lo miró con extrañeza y paró en seco su deambular sobre sus nuevos zapatos.
- ¿Arien "oficial"? Creo que exageras yo veo a Erenion muy relajado con ella...
- ¡Relajado! Ese es justo el problema, Erendur... él está relajado con ella... Yo no estaría nada relajado con alguien a quien amo... –Elrond ofreció al príncipe la espesa capa que los protegería de la nieve- ¿Vamos? –Preguntó.
Sigilosos los dos Príncipes cruzaron los pasillos del palacio saltando por encima de los últimos restos de materiales de construcción que afeaban la magna obra. Al doblar una esquina atravesaron un salón de gran capacidad, rodeado de majestuosas columnas de formas arbóreas, que simulaban un bosque alrededor de un claro. Erendur se detuvo admirado y preguntó a Elrond.
- ¿Será aquí la fiesta?
- Este es el Salón del Trono –explicó y señaló dos columnas especiales situadas en el centro.
Eran magníficas, una recubierta de oro y otra de un material plateado que brillaba enormemente aún en medio de la oscuridad.
- ¿Mitrhil? –Preguntó Erendur.
Elrond asintió y ambos se encaminaron hacia allí. Elrond tomó una lamparita y la acercó. Las columnas simulaban también dos árboles, altos y esbeltos, que entretejían entre sí las ramas, cuajadas de pequeñas piedras preciosas.
- En el centro va el trono, que aún no está terminado. Representan los árboles de Gondolin... y dicen los que los vieron que están muy logrados... de hecho Glorfindel entró en trance el otro día ante ellos... –Explicó Elrond.
- ¿Solo falta el trono?
- Sí, pero estará para la fiesta. Telperinquar en persona lo está haciendo... ¡Cuando trabaja en algo grande no come ni duerme!
El Medio Elfo suspiró acariciando una de las columnas. La fiesta para él era sinónimo de trabajo duro, de engorrosos preparativos, de nervios y vigilancia constante de Berianis. Luego descubrió unos espejos y se acercó hacia uno de ellos. Los habían traído a última hora de la tarde y permanecían respaldados contra la pared esperando ser definitivamente colocados. Los marcos eran unas obras perfectas de forja que combinaban la funcionalidad con la belleza de las joyas más selectas. Elrond se miró de reojo en uno ellos. Erendur divertido se acercó también.
- ¡ Por Manwë, Oromë y Tulkas! -Dijo- ¡Qué aspecto! ¡Y yo que pensaba que no era presumido!
Elrond, que acariciaba con aire soñador una pequeña runa, recuperó entonces el aire divertido del principio y comentó riendo:
- ¡Pues espérate a ver a Glorfindel de Falmari!,
- Desde luego estás rompiendo mis ideas de la seriedad de la joven corte de Lindon ¿Dónde nos encontraremos con él? -Dijo Erendur cada vez más encantado con aquella especie de locura con la que no contaba.
- Hemos quedado en la Taberna. –Respondió Elrond- Nosotros tenemos que pasar primero por las fraguas a buscar a "tu prometida".
Abandonaron la Fortaleza por una pequeña puerta de servicio y bajaron por las calles de la parte alta de Mithlond que estaban desiertas. La nevada tapizaba el pavimento. No había nadie fuera y ellos dejaban tras de sí un rastro de agujeros apresurados en la sencillez de la nieve caída. En el interior de las villas se oían ruidos de platos y conversaciones, de algunas salían los cantos de un arpa. Los fuegos intentaban paliar el frío de la noche.
- ¿No es por ahí? –Dijo Erendur señalando la puerta principal de las Forjas.
Elrond rió y rodeó el gran edificio por un callejón sin salida. Se situó bajo una ventana y silbó. Luego miró divertido a Erendur que vio una ventana que se entreabría y una cabeza pelirroja saliendo de ella.
- Hortanyet! (Voy)–dijo una voz muy hermosa, pero demasiado aguda para ser de un herrero.
La cabeza desapareció y reapareció al instante con una soga que lanzó y por la que se deslizó ágilmente sin que la larga capa o la capucha que la cubría supusieran un obstáculo. Una vez en el suelo abrazó efusivamente a Elrond.
- Otorno, ¿lelya etye? (Hermano ¿Vienes tu?) –Dijo de nuevo la preciosa voz, ya no había duda que de una Dama. Erendur sonrió...
- Ná oselle, tukanye nildo... Erendur Arminasion, Heru Hardlondo. (Sí hermana y traigo a un amigo... Erendur, hijo de Arminas, Señor de Harlond)
Erendur hizo una reverencia y el herrero encapuchado se acercó a él mostrándole los ojos más hermoso que hubiera visto nunca.
- Erendur –prosiguió Elrond- si Massánie ná Miriel Canafinwerel, lastaietye esserya si arin (Erendur, esta Dama es Miriel, hija de Maglor, has oído su nombre esta mañana.)
Erendur miró detenidamente aquella figura ambigua y sorprendente que le sonreía desde dentro de la capucha, que le tendía una mano blanca larga, para que la besara. Se sentía algo cohibido. Apenas acertó a preguntar:
- ¿Oiale hortanlye sin vanimelda? (¿Siempre bajáis así, hermosa?)
Ella soltó una divertida carcajada.
- Oiale (Siempre) –contestó.
- ¿Ar sina colla? (¿Y ese vestido?) - Preguntó Elrond
Ella dio vueltas, de nuevo entre risas, parecía estar muy contenta aquella noche. El vuelo de su capa golpeó dulcemente a los dos Príncipes dejando ver burdas ropas masculinas de viaje.
- Fue el que llevé a las Montañas Azules –dijo ella sin dejar de girar- en la expedición...ahora le daré mejor provecho que entonces...
Luego paró. Ni siquiera las vastas ropas, propias de un elfo joven, le daban aspecto masculino, pero tampoco era una Dama como las que Erendur conocía. Las palabras de Celebrimbor eran entonces una cínica verdad: no había salido ni una lemba de su casa ¡Se habían llevado a la Massánie!
- ¿Tan mal os fue? –Le preguntó Elrond.
- ¡Eso no se pregunta así! –Le regañó la Dama- Un buen hermano va a visitar a su hermana y mientras comparten una comida, ella le cuenta... Pero, bueno, el Príncipe siempre tiene importantes asuntos que atender... ¡Ya ni siquiera tocamos juntos el arpa!
- Perdón oselle, tienes toda la razón... –Dijo Elrond poniendo la cara de un niño pequeño compungido por una travesura.- Pero dime ahora...¿Cómo fue?
Ella miró a Erendur con una sonrisa como diciendo: "no te diré nada ante un desconocido". Elrond entendió y respondió:
- Confío plenamente en Erendur...
- Hijo de Arminas... –contestó ella con intención.
- Pero he salido a mi madre, mi señora –contestó Erendur con una tímida ironía.
La respuesta la hizo reír. Por la mirada que le dedicó Erendur entendió que se había ganado su confianza
- Bueno... –concedió ella- pues establecimos relaciones con otra colonia de Naugrim (Enanos) supervivientes de Belegost. Los más mayores me recordaban aún de una visita cuando niña... Por suerte para nosotros había entre ellos algunos enfermos...
- ¿Por suerte? –Preguntó Erendur
- ¡Hablas con una experta en patología y anatomía del pueblo de Durin, querido! –Aseguró Elrond con un guiño.
- El caso es que mis remedios fueron bien acogidos y con eso y cuatro saludos en kuzdhul, nos aseguramos que los metales que extraigan serán para nosotros, pero son pocos enanos y los filones bastante inaccesibles, la cantidad no bastará... sin embargo...
Míriel calló y Elrond la miró seriamente, como quien sabe que el otro le oculta una cosa importante. Ella entendió y balbuceó con prudencia...
- Bueno, es que es mejor que no te lo cuente, otorno... al menos hoy... creo que ya habéis tenido suficientes discusiones por causa mía está mañana en el Consejo.
Elrond paró y la tomó del brazo. Erendur se detuvo también mirándolos extrañado, sintiéndose un poco de más... La luna en el cielo se redondeaba y las estrellas proyectaban una luz helada cuyo brillo rebotaba en la nieve reverberando. El mar imponía ese olor que Erendur había aprendido a amar y una brisa gélida se empecinaba en jugar con los cabellos de los Elfos y con hacer voltear hermosas veletas de forja en forma de navío cisne.
- ¡De eso nada oselle, no quiero secretos y Erendur no hablará... ! –Sus ojos eran firmes y su tono severo, de hermano mayor y mandón.
- Bueeeeeno.... –concedió ella algo burlona, como si quisiera disfrazar de bromas algo demasiado importante o malévolo- es sólo que he tenido una idea para ampliar las fraguas ...
Erendur notó que iban a decirse cosas importantes, incluso dignas de ser tratadas en una estancia de palacio con una mesa en medio y con tiempo por delante, pero que aquello sería lo más oficial y solemne que la nieta de Fëanor estaba dispuesta a admitir. Se sentía algo incómodo al ser testigo de tales conversaciones y bendijo a la nieve que volvía a caer impertérrita sobre ellos y les obligaba a apresurarse calle abajo... Tenía la misma sensación que cuando siendo niño oía discutir a sus padres y contaba los cuadradillos del mosaico del friso de su habitación.
- ¡¿Ampliar?! –Dijo Elrond alterado- ¡Con lo duro que está el Consejo con las edificaciones! ¡No os permitirán levantar un nuevo piso!
- Ya lo sé... –respondió ella con una mirada que rezumaba astucia- por eso mismo escarbaremos.
Elrond arqueó una ceja. Ella torció el labio en una media sonrisa irónica.
- Pronto tendremos a ... –se detuvo intencionadamente- a... gente... trabajando en el subsuelo... de eso la ley no dice nada...
- ¿Pero quien lo hará? –Preguntó Elrond desconcertado. Toda la ciudad estaba en obras, encontrar constructores libres y dispuestos a escarbar era una utopía Con un matiz de burla irónica añadió- ¿Enanos...?
Miriel no contestó pero una gran sonrisa misteriosa le surcó el rostro.
- Otorno, está nevando a cielo abierto y el príncipe Erendur se aburre... –cortó echando a correr calle abajo. La pesada capa volaba tras de ella como la cometa de un astro.
- ¿No te atreverás? –Gritó Elrond corriendo tras de ella- ¡No serás capaz de llenar Lindon de enanos!
Ella rió de nuevo a grandes carcajadas que parecían cascabeles añadidos a la estela de la capa. Su larguísima trenza se movía rítmicamente mientras corría profanando la nieve virgen. Volvió la cabeza para verlos y sus ojos grises chispeaban maliciosamente mientras le gritaba a Elrond entre burlas.
- Bueno... En las forjas estamos atestados, hay poco espacio y los Noldor somos tan altos... realmente creo que nuestra única opción puede estar entre los hábiles hijos de Mahal.
Elrond no preguntó más. Se hundió en un silencio reflexivo, acompasando su respiración al paso rápido, desgranado las consecuencias que le traerían lo que su oselle proponía.
Erendur les seguía tratando de no resbalar en la nieve. Los copos caían constantemente y le golpeaban con sus manos de lana. Mil ideas bullían en su mente mientras las calles iban animándose a medida que bajaban al puerto, en donde varias tabernas estaban iluminadas y concurridas y algunos Elfos apartaban la nieve de las aceras. Podían verse gentes razas y costumbres diversas, prueba de que Mithlond era una ciudad compleja hecha de mezclas y fusiones, y en eso muy parecida a Harlond. Los Falmari dominaban, aún en la margen derecha de los Puertos, pero en aquella zona, la más humilde, algunos silvanos también sobrevivían trapicheando por las calles.
- Por aquí -les guió Elrond entrando a una taberna cuyo nombre era ilegible en el destartalado rótulo de madera.
Los tres penetraron al interior del local y Elrond caminó a una mesa situada en una esquina en la que un elfo aguardaba. Erendur miró dos veces antes de reconocer a Glorfindel con ropas de Falmari!!!. Era extraño ver a aquel magnifico príncipe sin las casacas brocadas, sencillo dentro de las blancas ropas de los marineros.
- Mára tulda!!! – Les saludó Glorfindel con una de sus famosas sonrisas- ¡Erendur, nos acompañas esta noche! ¡Veo que hoy vas a tener ración completa de Náriel! ¿Qué te parece la fuente de todos los problemas de Lindon? –Le preguntó mientras la besaba en la mejilla.
Erendur sonrió recordando el rostro de Glorfindel aquella mañana, su arrobo ante Salmarindil... ¿Eran novios como se rumoreaba?
- Es la Massánie más sorprendente que conozco –declaró Erendur cordialmente.
- Di mejor la más discutida- sonrió irónico Elrond
De pronto se materializó ante Erendur el rostro severo de su padre mirándolo a los ojos: Odiaba aquella mirada de dominio y se odiaba a sí mismo cada vez que acababa haciendo su voluntad. De hecho, una de las ventajas de Harlond era que lo tenía lejos. Y ahora quería que cortejara a aquella princesa fogosa.
Elrond explicó rápidamente a Glorfindel lo que a su vez Míriel acababa de contarle:
- Moina (querida)–recriminó dulcemente Glorfindel- al final conseguirás que os echen de Lindon...
- Otorno, no tengo mayor interés por vivir en un sitio en el que ni yo ni mis gentes somos bien considerados. En cuanto nos digan que salgamos nos iremos. Solo es nuestra la tierra que pisan nuestros zapatos. Sabes como he vivido buena parte de mi vida y sabes que me gusta dormir en la tierra mirando las estrellas. Ereinion tiene mi fidelidad y la de mis gentes pero no seremos las marionetas de su madre ni de su tío. La política no me interesa para nada, discutid todo lo que queráis...
- Se nota oselle, ni la educación...-le dijo Elrond- Erendur es hijo y sobrino de los personajes a quien tu citas tan halagüeñamente.
- Pero ha salido a su madre, otorno... –replicó ella agudamente.
- Sí si ya sé... que la nieta de Fëanor hará lo que le venga en gana como ha hecho siempre... –retomó el tema Glorfindel algo irritado- ¡Te importamos un pito! ¿Sabes cómo lo he pasado esta mañana por tí?
- ¡Vamos Flor Dorada! ¡Necesitamos metales! ¡Nos están coartando! ¿Cuántas veces me has recibido en palacio en nombre de Ereinion? ¡Hasta cinco! Finalmente créeme, no hará falta que nadie nos eche, buscaremos alternativas... nos veremos obligados a partir...
- ¿Has pedido audiencia a Ereinion? –Preguntó Elrond asombrado
Ella bajó la cabeza. Un mechón rojizo se desprendió de su trenza y acarició su mejilla.
- Está claro que él no quiere verme...
- O que no se ha enterado... –Dijo Erendur.
Miriel lo miró sonriendo ante su ingenuidad.
- Hace años me hizo una promesa... y no la cumplió... –Dijo sonriendo. Glorfindel sabía a qué se refería. Recordaba la voz profunda de Ereinion su mirada inenarrablemente triste diciendo: "Narwa...tulavanye lairesse fána kiryanen ar liruvatyem nún eleni...(Narwa, vendré con el verano, con un barco blanco y cantarás para mí bajo las estrellas)"
- Dices la verdad Náriel: Ereinion lleva en el corazón la matanza de los Puertos; si se encontrara contigo no sabría que decirte. –Dijo Glorfindel.
- Por mucho que a él le pese más me pesa a mí. – Musitó volviendo a bajar la cabeza.
Erendur se turbó. Desde pequeñito había aprendido que la gente debe ocultar sus fallos y no confesar abiertamente las debilidades; las caras eran máscaras y las conversaciones con las damas no debían pasar del galanteo.
Un poco acalorado miró hacía la calle. El pequeño cristal de un ventanuco le hizo saber a través del vaho que había dejado de nevar.
- Espero poder regresar mañana a Harlond... –Dijo con la esperanza de cambiar de tema- ¡Qué tiempo se ha puesto!
- Bueno... casi es mejor que te lleves algunas lembas para el camino -comentó Elrond irónico.
Erendur rió mirando a Míriel:
- Pues... ¿Me concederíais algunas para el camino de vuelta?
- Cuidado oselle... –Añadió malicioso Elrond- Erendur empieza pidiendo lembas y ... quien sabe si luego querrá pedir a la Massánie
Las mejillas de Erendur se tiñeron de rubor. Pero Miriel no lo miraba siquiera. Remarcando mucho sus palabras hablaba a sus dos otorni:
- Pues si quiere lembas se las tendrá que pedir a Berianis y si se la llevara de Massánie a más de uno le haría un favor –El tono irónico daba a sus ojos el amable aire de insolencia que tienen los niños pequeños. Y, aunque físicamente no tenían ningún parecido, la expresión de su cara en aquel momento le recordó a la de Celebrimbor en el Consejo
- Vale, vale...-dijo Elrond- tanto Telpo como Glorfindel ya dejaron bien claro que nadie ha hecho lembas en Mithlond... o al menos que nadie ha podido aportar pruebas de que se hayan hecho... ¡Ahhh! Por cierto Miriel, ya han traído los espejos, los vi esta noche. ¡Nár vanime! (Son preciosos)
- Nárendur úer onta hyandor, i Karme sira mállo (Nárendur no sólo hace espadas. El Arte fluye de sus manos) –Contestó ella.
Sus palabras se volvieron apasionadas, cálidas, acompañadas por gestos vivaces. Elrond también se animó de pronto.
- ¿Ar.. vestarye Anarselnen? (¿Y... se casa con Anarsel?)
- ¡Ná! (¡Sí¡)
- ¡Yé! Ilyar cenie (¡Bien! Todo el mundo lo veía)
- "¡Qué manía de hablar quenya!" –Dijo Glorfindel imitando a la perfección la voz aguda y el gesto avinagrado de Berianis.
Erendur rió y Glorfindel se animó a seguir con la parodia:
- "Por cierto, Caballero Glorfindel, ¿Vos habéis pedido ya a alguna doncella que os acompañe a la Fiesta?" -Agregó y luego cambiando por su tono habitual preguntó a Elrond- ¿A ti no te ha importunado?
Elrond se secó unas lagrimillas de risa y respondió que si moviendo la cabeza.
- ¡La pobre! –Siguió Glorfindel- ¡Debe tener yavannildi disponibles!
- Asistir a esa fiesta acompañado es casi hacer público el compromiso... –Comentó Elrond refrenando sus carcajadas un poco histéricas- si apareces con una Dama de la mano es como proclamar que albergas hacia ella honestas intenciones.
En ese momento sirvieron la cena. Erendur se sintió mal ante los camareros que fingían no saber que sabían quienes eran aquellos estrafalarios personajes. Las miradas sustituían ahora a las palabras ante la presencia de los camareros. Luego pareció que las viandas hubieran traído consigo suculentas excusas para ocupar la boca masticando el silencio junto con el asado.
- Pasadme la sal –pidió Glorfindel.
Erendur y Míriel alargaron simultáneamente la mano al salero y sus pieles se rozaron.
- "Avatyara nillo" ("Perdón") susurró ella con una leve sonrisa.
Erendur se turbó. El simple contacto con la seda de una mano le llenó de sensaciones insospechadas. ¿Y si le pidiera que lo acompañara a la inauguración del Palacio? ¿Se lo habría pedido Glorfindel?. De pronto su mente formó una imagen de sí mismo entrando al palacio con Míriel de la mano. No se la podía imaginar vestida de doncella, el rojo del pelo resaltando sus rasgos delicados y a la vez incisivos, brillantes sus ojos de mirada inteligente y triste.
En ese momento el cantinero se acercó e hizo ante la Dama una profunda reverencia para luego poner ante ella un plato con ostras.
- Es un pequeño regalo de la casa para vos... –Dijo el elfo- Veo que no coméis mucho mi Señora ¿No está la comida a vuestro gusto?
- Hantalë Tiuka, la comida está muy rica. Soy yo quien no tengo apetito. ¿Querías algo? –Preguntó Míriel
- Bueno,Herinya... es solo que vuestros aprendices no dejan de venir... –comentó el Cantinero.
- Entiendo... –comentó desdeñosa Míriel- Mañana por la mañana te enviaré a mi contable. Moneda por moneda, sabes que es el trato
- Hantalë, herunya –dijo el elfo inclinándose hasta el suelo en una reverencia exagerada.
- ¿Oro de los alquimistas? –Preguntó Elrond
Míriel empezó a juguetear con la comida de su plato formando tengwari y dijo:
- Ná. (Sí)
Erendur la miró sin entender...
- Solo lo usan en la taberna... y yo pago escrupulosamente todos sus desfalcos. –Se excusó.
- Moina –dijo Elrond- Erendur no conoce la costumbre. Lo primero que aprende un Herrero es a hacer oro de alquimista usando las escorias de los metales y ciertos conjuros sencillos... Es costumbre y honor que los Maestros herreros paguen las deudas de sus aprendices.
- Además ahora es casi lo único que pueden hacer en las fraguas. -Dijo Míriel pesarosa- ¡Los metales escasean!
- ¿Pero pagan de su bolsillo las deudas de los aprendices? –Preguntó incrédulo Erendur.
Míriel lo miró extrañada de aquella duda.
- ¡Claro!
Erendur mantuvo la mirada llena de interrogantes aunque sus labios no acertaban a formularlos. Míriel suspiró molesta y respondió:
- ¿Qué idea tienes de nosotros? Un noldo no está en Endor para hacer negocios. Sólo una cosa mantiene vivo a mi pueblo: crear. El dinero, el poder, todo es absurdo. ¿Sabes qué es lo más cruel de la maldición de Mandos? Que él sabía que un noldo que no crea no es un noldo. "Y más allá de Aman morareis a la sombra de la Muerte" nos dijo. ¡Sabemos que lo que bien empieza no llega a buen fin! Pero necesitamos construir, crear... Eso nos mueve y eso sólo defendemos. No queremos dinero, ni intrigas, ni poder, ni honores, ni siquiera un trozo de tierra nos interesa ¡Somos artistas y la belleza corre por nuestras venas como la sangre! Por eso no admitiremos cortapisas a la hora de crear. ¿Entiendes?
- ¡Inye ná noldo, vanima! ¡ ukwentatye sine nate! (Yo soy noldo, guapa, no me digas estas cosas)
- Pero vives como un Sindar –dijo ella con un polémico brillito en los ojos
- ¿Qué quieres decir? –Preguntó él algo enfadado. Aquellas palabras le acusaban de cómodo, le traían su vida en la retaguardia, su aislamiento en Harlond, lo mal que se llevaba con la espada...
Ella dejó escapar una carcajada alegre. Todo aquello parecía divertirla
- A ver... ¿Cuántas veces has dormido en el suelo? ¿Cuántas madrugadas te has levantado para escribir unos versos, forjar una espada, pintar una imagen que te martilleaba la mente, estudiar un libro? ¿Cuántas veces has escupido con ira hacia el Oeste diciendo "¡Mandos, va por ti!"? ¿Cuántas puertas has roto a patadas?
- ¡Curiosos los criterios que determinan el carácter noldorin...! -dijo Erendur sin poder ocultar su enfado.
Ella volvió a reír sonoramente, molestándole aún más. De pronto se levantó. Una expresión de niña traviesa brillaba en sus nobles rasgos. Se puso la capa rápidamente y tomó de la mano a Erendur, sorprendido por el entusiasmo, por el contacto, por la calidez de aquella mano, enérgica en su delicadeza.
- A tulatye –le dijo- Falasse ná kwatie losseo. Narye vanima i ninkwe ara more. (Ven la playa está llena de nieve. Es hermoso el blanco junto al negro)
Y el Príncipe se sintió arrastrado a través del local, despojado de golpe de cualquier voluntad, camino a la locura. Míriel abrió la puerta y recibieron sobre sus cabezas un ataque feroz de copos helados.
- A tulatye –Insistía ella sin soltarlo.
Erendur tenía la misma sensación que cuando entraba en una habitación en desorden, el miedo a ser engullido por la nada, el temor a que la cosa de siempre no estuviera en el lugar adecuado. Míriel dobló una esquina, cruzó deprisa las calles estrechas de los Falmari, el olor a pescado, el olor a mar parecían acentuarse con la humedad de la nieve. Por fin llegaron a la dársena, desde donde los navíos les saludaban con murmullos de maderos mecidos por el leve viento de la noche, y de allí llegaron a la playa, sobrecogedoramente blanca.
El corazón de Erendur latía en el pecho tras la carrera. Mas pelo de la trenza de la Princesa se había desgreñado. Sus ojos grises admiraban la belleza de la costa nevada... Algo tenía en común con Ereinion, la majestad del rostro, la fuerza de los gestos, como si la sangre de Finwë latiera en ellos al unísono.
- ¿Nunca has escrito tu nombre en la nieve? –Le preguntó ella.
- ¡No! –Respondió Erendur cada vez más perdido y asustado. Ante ellos la playa, apenas iluminada por los astros ofrecía las primicias de una nieve inmaculada. Las olas negras en vano la arañaban, como garras inútiles.
- A Tulanye... (Sígueme) pisa donde piso yo...
Y se remangó la capa y tras una carrera al centro de la playa se paró de golpe, mientras Erendur la seguía sumiso, sorprendido, sin saber qué hacía ni por qué. Luego Miriel dio un salto, como para separar las huellas de la carrera de la letra y saltando a la pata coja fue dibujando las tengwar del nombre del príncipe, que saltaba también, absurdo, detrás de una doncella demasiado mayor, demasiado hermosa, como para ser una niña jugando en la nieve.
- ¡Ahora empiezas a ser un noldo, Erendur, hijo de Arminas...! –le animó- Y lo habrás conseguido del todo cuando pongas a tu padre por sombrero el plato de comida que paladea dignamente ante toda la corte de Mithlond.
Él la miró cada vez más sorprendido
- ¿A ti también te ha enviado a la caza de la princesa? –Le preguntó entre salto y salto.
Él paró bruscamente de saltar, absurdo con su pierna flexionada...
- ¿Qué quieres decir?
Ella rió de nuevo, con aquellas carcajadas que rozaban los límites justos de la provocación.
- Han probado ya con Galendil, Guilin, Glorfindel, Elrond... – Enumeró- ¿y ahora tu?
Erendur no estaba acostumbrado a que le hablaran con tanta claridad. Todo lo que había oído de la princesa a lo largo del día revoloteaba en su mente
- ¿Elrond? –balbuceó- Se ha atrevido después de lo de...
Ahora fue ella la que dejó de saltar.
- ¿Después de lo de qué? –Dijo a la defensiva.
Erendur se dio cuenta de que abordaba un tema espinoso y se arrepintió de haberlo mencionado. La nieve iba cubriendo las tengwar dibujadas y colándose por las ropas ya mojadas. ¡Todo aquello era un error! Más le hubiera valido aguantar la nevada y llegar a Harlond, lejos de aquella locura que lo calaba con menos piedad que la fría nieve.
- ¡Dilo de una vez! –Mandó ella- ¡Elerossë!
Erendur bajó la cabeza.
- No quise molestarte... –intentó disculparse.
Ella dejó caer la capa que remangaba entre sus manos y le dedicó otra de aquellas miradas mayestáticas.
- Úhanyatye i nati Erendur Arminasion,(No entiendes las cosas, Erendur hijo de Arminas) inye náie raika (Estaba equivocada) Er náierye olor (Sólo era un sueño) Inye karne i faila (Hice lo justo) –dijo ella como escupiendo las palabras.
- Sé que tuviste tus motivos... yo... ¡Perdóname! –Dijo Erendur bajando la vista- En realidad tienes toda la razón, me han enviado también a la caza de la princesa... Mi padre quiere que te corteje, que te haga mi esposa...
Ella rompió a reír.
- ¡Ponle el plato por sombrero, querido! ¡Se lo ha ganado! –dijo.
Y se sentó en la nieve y sus ojos se perdieron en el mar. La negra inmensidad lamía los copos con su lengua de sal y los engullía.
- Así es la vida de los Atani –le dijo señalando la quietud de las olas-. Caen bellamente y se funden en la muerte y nuestros destinos se separan...
Su mano inquieta formaba una bola con nieve apresada, sus dedos se crispaban sobre ella... la estrujaban, la endurecían le daban forma... al terminarla la arrojó con fuerza a la sombra de las aguas.
- Aún esta, que es más dura, se disolverá... –dijo.
Y la bola desapareció en medio del mar.
Erendur se estremeció.
- ¿Por qué haces tu las cosas Erendur hijo de Arminas? ¿Por qué son buenas en si mismas? ¿Por qué tras ellas se esconde un bien deseable? ¿Eres libre?
El noldo se arrebujó en su manto. Ella le miraba, aguardaba... ¿Qué contestarle?
- Yo no soy libre, Míriel...nunca lo he sido... ¿Tu lo eres?
- Ni tu ni yo lo somos: tu tienes la libertad del perro que come del amo y obedece a este solo en lo justo, yo la del lobo, que no obedece a nadie pero que a cambio debe luchar día a día para obtener su alimento...
Los copos caían pacíficamente. La princesa tenía fijos en el mar sus ojos, como si esperara ver en su fondo de sus oscuras aguas el intenso brillo del Silmaril arrojado por su padre. Luego de golpe se levantó:
- ¡Vámonos! –Ordenó y empezó a caminar.
Hacia frío, mucho frío y las ropas mojadas no ayudaban precisamente a mitigarlo. Caminaban los dos a buen paso. Atrás quedaron las playas nevadas, las dársenas solitarias, la agitación de los puertos, las callejas ascendentes... Míriel caminaba muy deprisa, a grandes zancadas, a Erendur le costaba seguirla
- ¿Entrarás por la ventana? –Le preguntó Erendur, por decir algo.
Ella lo miró con asombro.
- No –respondio ella- Entraré por la puerta. Es mi casa y entro y salgo cuando me place.
- Pero has salido por la ventana... ¿Huías de Celebrimbor?
Ella paró la marcha.
- ¿Huir? ¿De Celebrimbor? ¿Qué tiene que ver él en mis entradas y salidas?
- Entonces.... ¿Por qué saliste por la ventana?
Otra vez rió. Sus ojos se encontraron. Ingenuos los del príncipe, apasionados los de la princesa.
- ¡Erendur, Erendur! ¡Cómo te han engañado! ¿Por qué te empeñas en hacer las cosas siempre igual?
- Creo Miriel... creo que estás un poco loca...
- No amigo mío... esta loco aquel que es capaz de destrozarse la vida por complacer a un padre desquiciado y mandón, esta loco aquel que manda a su hijo a hacer la corte a una mujer que sabe que hará de él un pelele desgraciado... Los que salimos por la ventana y saltamos en la nieve, estamos cuerdos...
Erendur se estremeció. El frío hizo presa en él, sobre su cabeza la noche desplegaba un espeso manto de oscuridad y niebla que las estrellas no podían penetrar. ¡Tenía que invitar a la princesa! ¡Tal vez era seguir su destino de perro, pero debía invitarla! El Elfo se atrevió a tocar su brazo.
- Me preguntaba, Miriel...
Aquel no era el momento, lo sabía, ni el lugar ... no podía, no debía decirlo... Una lucha se libraba en su mente entre el sí y el no. Ella lo miraba entre curiosa y clarividente ¡Cabian tantas miradas diferentes en aquellos ojos grises!. Erendur dudaba... ella esperaba...
- Me preguntaba... –dijo y un silencio denso se le puso delante y no quería dejar salir a sus palabras- ¿Me acompañarías a la fiesta de la Inauguración?
- No.
Contestó ella tajante. Y una sonrisa iluminó sus labios.
Él la miró buscando explicaciones entre dolido y aliviado.
- En primer lugar –explicó- no he sido oficialmente invitada cuando me correspondía, por tanto no merecen ser honrados con mi presencia; en segundo lugar, va a haber mucha gente con la que no quiero encontrarme; en tercer lugar, no sé si es Erendur o Arminas quien me lo está pidiendo...
Habían llegado.
Ante ellos un portón enorme se erguía. La nieve seguía cayendo. Ella llamó haciendo sonar una campana...
- Me ha gustado conocerte Erendur... Harlond estará bien cuidada en tus manos...
Un enorme noldo apareció tras de la puerta.
- Alasse aurë, Danil –saludó ella
- Aranel ...dijo él inclinando la cabeza.
Y Míriel se metió en la casa.
- Namarië Erendur...-susurró.
- ¡Ven conmigo a la Inauguración...! ¡Soy yo, Erendur, quien te invita, Herinya! –suplicó. - ¡Te lo aseguro!
Absurdo estaba Erendur, allí en la nieve; quieto, mojado, como un espantapájaros que desempeña hierático su patética misión. Ella rió divertida.
- Primero demuéstrame algo... demuéstrame que eres un Noldo... Haremos una cosa: Iré a la Inauguración, pero no contigo... Y cuando vea que el plato más pringoso acaba en la cabeza de tu padre, caminaré dignamente hacia ti y te besaré los labios...
La incomprensión más absoluta cruzó el rostro de Erendur... ¿Qué quería decir? ¿Bromeaba? Hizo ademán de preguntar... pero la puerta, enorme y pesada, de la fortaleza, se cerró con fuerza...
"¿Has roto una puerta a patadas?" Oyó la voz de Míriel preguntar en su cabeza mientras cerraba con impotencia los puños.
Las ropas mojadas le pesaban cada vez más; tampoco eran amables con él las calles empinadas y resbaladizas ni la fría nieve que lo golpeaba mansamente. La luna se arrebujó entre las nubes, como si se desentendiera ya de la noche, pero el sol no tenía pensado aparecer todavía. Costaba recorrer aquellos pocos metros que le alejaban de una chimenea, de la ropa seca, de una cama mullida... Él, que siempre había visto las guerras desde la retaguardia, acababa de librar su primera batalla. Ahora deseaba refugiarse en sus seguridades y contar el numero de los heridos, el de los caídos en combate, de los supervivientes...
- ¡Erendur! –Oyó la voz de Elrond que lo llamaba- ¿Dónde os habíais metido?
- Príncipe Elrond... ¿Os molesto?
-¡Por favor! ... príncipe Erendur... ¡Pasad!
Erendur pisó el suelo de una habitación sobria: Una cama de cabezal bellamente forjado, una mesa con dos sillas y un armario eran todos sus muebles. Al lado de la cabecera de la cama, en un lugar preferente, reposaba un arpa y sobre la mesa un buen montón de pergaminos extendidos y un tintero con la pluma dispuesta.
Elrond cerró la puerta cuidadosamente y una sonrisa algo circunstancial surcó su rostro.
Erendur le recordaba bien: Un chiquillo dócil, pero que siempre acababa haciendo lo que quería. Con su mirada triste y lejana desarmaba cualquier regañina. Siempre más allá de las cosas, sus preceptores admiraban su inteligencia, la vasta cultura de aquel desarrapado príncipe empeñado en dejarse largos los cabellos. Luego lo vio crecer con la rapidez de los Medio Elfos y partir a la guerra y tuvo envidia de él. Estaba seguro de que a pesar de que grandes sufrimientos le aguardaban, en un futuro las canciones más bellas exaltarían el nombre de los hijos de Eärendil. Sin embargo, a los que como él, permanecían en la seguridad de la retaguardia sólo les quedaría la sensación de no haber vivido.
- El Príncipe Arminas me ha pedido que os explique los pormenores de la fiesta de inauguración del Palacio Real... – Comentó Elrond amablemente.
- Sí. –Afirmó Erendur- Quería aprovechar esta noche que debo pasar aquí... ¿No tendríais otros planes?
Elrond por toda respuesta, acercó otra silla a la mesa para Erendur, que sintiéndose escrutado por su mirada sabia, se sentó. La ventana quedaba a la altura de sus ojos.
El sol tenía frío y se cubrió de nubes y un velo neblinoso ocultó los Puertos, que por algo se llamaban Grises. Harlond solo se adivinaba, lejana y pequeña, como agazapada al sur de la Bahía. Esperando como un perro al dueño que ha de venir aunque se retrase. ¡Desearía tanto estar allí! Le molestaba especialmente no poder ponerse en camino ahora mismo, pero apenas si quedaba media hora de luz y la noche prometía traer consigo nevadas. Los ojos de Erendur tropezaron con el ventanal y repasaron el friso del vidrio: cristales en dos tipos de azul entrelazándose como las olas marinas, y bajo la superficie diminutos vidrios de colores cambiantes reflejaban un brillo casi mágico, intensísismo. Mirando bien se podía ver que formaban un signo conocido: el de la casa de Fëanor.
Elrond le empezó a explicar, desplegó ante el un pergamino en el que estaba dibujado el palacio: hablaba, y hablaba, mostraba, de vez en cuando le miraba... Erendur se esforzaba por seguirle, pero estaba lejano. El cielo se encapotaba cada vez más, la chimenea consumía un grueso tronco y la voz de Elrond, aportando detalle tras detalle, invitaba al sueño.
- Disculpadme, Erendur... –se interrumpió al cabo de un buen rato- ¿No os interesa nada de cuanto os digo, verdad?
- ¡Oh! ¡Perdón! ¡Sí, si... seguid!
El Medio Elfo no dejaba de mirarle esperando que sus gestos delataran su conformidad y Erendur empezó a sentirse mal.
El rostro de Arminas, su padre, se dibujó serio ante él.
"No me gustó tu intervención en el Consejo, hijo mío" –le recriminó- "Le diste la razón a Celebrimbor".
"Yo sólo dije que si Harlond y Forlond son municipios independientes deben tener su propia Massánie" – Había tratado de disculparse.
Y se vio a sí mismo esperando el debate: Que Arminas desenvainara su elocuencia como una espada y lo dejara quedar en el ridículo más espantoso, como tenía por costumbre... pero lo que sucedió fue mil veces peor: su tía, Berianis, tomó la palabra.
"Pues no estaría mal que te escuchases a ti mismo muchacho y dieras a Harlond una Massánie, y esa Hacedora de Lembas es la ideal"
Una sentencia.
Así había sido toda su vida.
¡Se sentía tan como un muñeco! Notaba dentro de su cuerpo de trapo los dedos imperativos de su padre y su tía guiando sus movimientos torpes de títere patoso.
Si hubiese estado solo en la estancia habría abierto la ventana para disipar la sensación de agobio que le apretaba los pulmones, aun a riesgo de que una fría bocanada de aire se le tirara encima.
- En realidad Príncipe Elrond –se oyó decir a sí mismo- estoy muy cansado para seguiros en lo que me explicáis.
La mirada inteligente del Medio Elfo le traspasó y un involuntario gesto de su mano le invitó a seguir hablando...
- ¿Sabeís qué sucede? En realidad Harlond es muy aburrido... –Mintió- ¡ Estaba pensando en lo mucho que me gustaría salir esta noche!
Ya estaba.
Lo había hecho.
Una frase había bastado...
La sensación de ahogo se acentuó y Erendur se levantó y avanzó hacia la ventana buscando desesperado la frialdad. ¡Siempre había sido así! La voluntad de su padre acababa prevaleciendo, ocupando un puesto preferente, guiando sus actos. Con un amargo sabor en el paladar y casi sin querer dirigió a Harlond su mirada: Sólo diminutos puntos de luz parpadeando en la distancia testimoniaban su existencia. Suspiró hondo. Él era el príncipe de aquellas tierras lejanas y queridas. Allí estaba su sitio, el lugar en el que se sentía alguien. ¡Y no necesitaba una Massánie!
- Si queréis...
La voz de Elrond lo trajo al presente.
- Si queréis... yo esta noche en realidad pensaba salir...
¿Tan fácil?
De nuevo tenía la sensación de que le faltaba el aire. Empezaba a nevar...
- ¿Os importaría que fuera con vos? –Preguntó vacilante. Odiaba cordialmente aquel teatro.
Elrond fijó en el suelo sus ojos y dijo:
- No... ni creo que a los demás tampoco... Si queréis compartir cena y noche con nosotros... seréis bienvenido.
La nieve le hizo sudar.
¿Era tonto Elrond?
¿Confiado?
¿Berianis lo había forzado?.
¿O el Hijo de Eärendil le estaba tendiendo también una trampa a él?. Elrond sin duda debía saber que Berianis y Arminas estaban al corriente de sus escapadas nocturnas, ¿podía ser que contara que el repentino interés de Erendur por él formaba parte de un plan premeditado y él hubiese improvisado un contraplan?
- ¡Me sentiré como un intruso! –Protestó débilmente Erendur... en el fondo esperaba que Elrond hablara del mal tiempo, o elegantemente se disculpara. Entonces el podría alegar que lo había intentado...
- ¡No! ¡Qué va! ¡Mis compañeros os sorprenderán! –Sonrió Elrond y algo de malicia asomaba tras sus palabras. A Erendur le parecía que todo cuanto el Medio Elfo decía tenía una finalidad clara, un preciso objetivo.- Pero tenemos que cambiarnos las ropas. A veces no conviene llevar según que prendas a según que sitios.
Y Elrond abrió su armario buscando algo...
Erendur siguió mirando por la ventana. La nieve caía: delicada, blanca, fría... ¿Sería así la Hacedora de Lembas?. Pacíficamente flotaban los copos hasta tocar sin violencia el blanco mármol del suelo del palacio. Noble piedra recién puesta que sonrojaba su blancura ante la pureza del otro blanco, el de la nieve, que iba tejiendo lentamente una alfombra espesa y mágica.
- ¡Venga ponte esto! –Le mandó Elrond arrojándole varias prendas que Erendur cazó al vuelo.
Eran ropas sencillas de campesino Silvano.
- ¿De modo que esto es lo que hacéis los nobles de Lindon para divertiros? -preguntó- ¿Salís a las calles vestidos de campesinos?
Elrond sonrió. Erendur lo conocía lo suficiente como para saber que daba a las formas su justa importancia, pero que no era presumido ni se escondía detrás de ellas. Su única respuesta fue ir cambiándose las ropas palaciegas por las otras. Erendur dudaba aún...
- Se me hace raro veros así –le dijo
- ¿De Silvano? –Preguntó haciendo una reverencia exagerada.- ¿O de bufón?
Erendur rió.
- No conocía esa faceta vuestra...
- Ni tú ni nadie..., espero... –respondió con intención. Una expresión de niño travieso surcó su cara y siguió diciendo-. No te molestes si te tuteo... con estas ropas y en estas circunstancias hablarnos con reverencia sería sospechoso...
Elrond sabía hacer discursos... sabía enfatizar las palabras adecuadas, sembrar de silencios los momentos claves, dar a entender sin ser explícito... ¡Era un gran político!
- De hecho –prosiguió- me alegra que vengas con nosotros, que conozcas algo mejor la noche de Mithlond... Eres ajenos a sus delicias y a sus peligros. Vives aislado en tu ciudad, vienes rápido, te vas corriendo... Hay muchas cosas en los Puertos que te sorprenderían.
- Bueno... -contestó Erendur también con intención- Mi padre me pone al corriente...
- Hoy verás cosas que tu padre no te ha dicho –respondió el Medio Elfo enigmático.- La realidad es demasiado compleja amigo mío, para encerrarla en una visión única.
Erendur se había desabotonado ya la túnica.
"¿Cómo puedes insinuarme que anteponga el interés al amor? –Le había respondido a su padre- ¿Es que tu te has casado con mi madre por que era la adecuada?"
¡Había preguntas tan pesadas! ¡Respuestas tan pobres! Un suspiro, una mirada altiva de aquel que está de vuelta de todo, una palabra en tono del maestro que explica a un alumno tonto una cuestión muy obvia:
"Eres un príncipe Erendur y tu misión en la vida no es amar a una mujer y formar con ella una familia. Tus tierras necesitan una princesa y ésta no puede ser cualquiera... Y si fundes tu sangre con la de alguien y surge un hijo de esa unión, tu deber es asegurarte que corre por sus venas la sangre más noble. Náredriel es la adecuada. Una bisnieta de Finwë. Tus hijos formarían parte de la casa Real, como ella."
Erendur dudaba... ¿Debería confesarle a Elrond que lo que le movía era conocer a la hija de Maglor? ¿Sospechaba ya algo el Medio Elfo? Sin embargo sorprendió a sus labios preguntando:
- ¿Y quienes serán nuestros acompañantes?
- ¡Poco me conoces si no lo sabes! –Fue la respuesta enigmática del hijo de Eärendil.
- ¡Poco, en efecto! ¡Pero quisiera ponerle remedio! – Dijo sincero.
- Miriel, mi oselle, y Glorfindel, el otorno de mi oselle. -Respondió Elrond mirándole fijamente, con el cansancio de un actor que repite por enésima vez la frase en un ensayo.
- ¿Míriel? ¿Náredriel? ¿La "Hacedora de lembas"?
- Sí, esa... la terrible nieta de Fëanor, la incestuosa traidora que obligó a Elros a exiliarse en Númenor, la niña que pervirtió al inocente Glorfindel en Caras Sirion, la asesina de los Puertos, la que quería usurpar a Älwe el Silencioso las tierras de Helevorn para desafiar desde allí el poder supremo de Gil-galad... la que trajo a los sicarios de Fëanor a Lindon... no sé si me dejo algo...
Erendur sonrió un poco tontamente.
- Todo eso han dicho de ella esta mañana en el Consejo, sí... ¡Una sesión tensa!
- Un Consejo absurdo –matizó Elrond poniéndose los zapatos de campesino-. Quieren hacer un problema de Míriel cuando el mayor enemigo de Mithlond es Berianis.
Erendur buscó los ojos del medio Elfo y abrió los suyos que se agrandaron como las metálicas bandejas de las viandas... ¡Berianis era su tía, la madre del rey, la Elfa que había supervisado directamente la educación de Elrond! ¡Cómo podía hablar así de ella!. ¡Además era su tía! Erendur no podía ocultar su extrañeza: en aquella corte en la que cada día imaginaba más intrigas y mentiras alguien parecía confesarse, por que el tono de Elrond transparentaba una extraña sinceridad.
- ¡Ni te imaginas el daño que está haciendo...! -Sigió- ¡Ella y esa rata de Dahas! , ¡y Salmarindil, un resentido...!
¡Salmarindil!
La mirada dura del noldo voló como un ave de presa hasta la mente de Erendur. Su voz acusadora, su nerviosismo, la manera de temblar su dedo cuando osaba apuntar a Celebrimbor y decirle:
"No os podemos consentir que obréis de ese modo, que hagáis lo que os parezca. ¡Esto es desacato.!"
Había gritado con la misma cara descompuesta que tenía tras la masacre de los Puertos, cuando empuñando la espada de su padre asesinado pasó a formar parte del equipo de jóvenes caballeros de elite de Ereinion. Erendur le tenía especial manía a aquel jovenzuelo que lo miraba con desprecio, aunque a quien Salmarindil no soportaba era a Glorfindel. Entre ellos se habían ido instalando espesas cortinas de odio. Así lo demostró su mirada asesina. Erendur le veía sufrir. El rubio Noldo no podía ocultar su nerviosismo. Sabía que debía mantener las distancias, que no podía tomar partido una vez más a favor de Celebrimbor, pero finalmente se puso en pie y dijo:
"No tenéis pruebas. Creéis las habladurías. Habéis registrado la casa del Príncipe Celebrimbor de arriba abajo ofendiéndole gravemente y habéis salido de allí con las manos vacías"
"Hornos les sobran... y la Dama Míriel tiene un saquito con semillas" –Protestó Salmarindil.
"!Basta¡ -se había erguido Galadriel-. ¡Claro que tiene semillas, y puede tener incluso un local propio para hacer lembas, y un espacio para plantar el cereal y yavannildi propias! ¡Náredriel es una Massánie! ¡Y ese es un Derecho indiscutible! ¡Una cosa es que se juzgue la oportunidad de hacer lembas en un momento concreto y habiendo otra Massánie, pero nadie puede negar que Náredriel o yo misma tenemos el deber y el privilegio de hacerlas y concederlas a quien juzguemos oportuno! Además, si la hemos de juzgar por eso que sea en su presencia. El príncipe Celebrimbor no tiene responsabilidad en el tema."
Celebrimbor inclinó cortésmente la cabeza ante la Dama. En los ojos del Elfo brillaba una pasión intensa siempre que la contemplaba.
"Si la tiene, Mi Señora –intervino Narces, el Segundo del Senescal. –Si mal ni recuerdo, unos exploradores de la casa de Celebrimbor partían a buscar metales en las Ered Luin y solicitaron lembas a la Massánie. Ella juzgó que el tema no requería de las mismas y, en su derecho, se las denegó. Celebrimbor entonces las solicitó a otra Massánie"
"Eso es lo que vos decís –dijo el aludido levantándose altivo pero tranquilo-. Mis Elfos partieron sin lembas. ¿No es así Dahas?"
El aludido escuchaba displicente, cuchicheando a veces son su compañero, el hermoso Príncipe Galendil hijo de Lalwen, de la casa de Finarfin.
"Estaba de caza, primo. Yo no lo vi" –Sonrió torciendo la boca en un gesto casi miserable.
"Si tenemos pruebas... –añadió Falastur, hijo de Círdan y Señor de Aerdor-. ¡Sí las tenemos! ¿Cuál fue tu trato con esa Dama, Älwe? Les permitías pisar Forlindon si prometían no cazar ni recolectar ¿Cómo sobrevivieron....?
Una amplia sonrisa se abrió paso entre la severidad habitual del rostro de Celebrimbor que parecía disfrutar de aquel momento. Alzó su mano teatralmente y empezó a enumerar levantando un dedo cada vez que pronunciaba una palabra:
"Salazones"
"Conservas"
"Ajos, cebollas y patatas..."
"Cereales"
"Y peces... nuestro buen Alwë no nos prohibió la pesca..." –concluyó haciendo una reverencia algo burlesca al líder Silvano.
Luego perdió toda sonrisa para exclamar seriamente:
"Juro que de mi casa no salió ni una lemba, y protesto vivamente. Consejo tras Consejo vengo diciendo lo mismo: Mis gentes y yo nos dedicamos a la Herrería. Mithlond es una ciudad en construcción, nos llueven los pedidos y si no podemos hacerles frente es por dos cosas: la primera es que los metales escasean y la segunda que necesitamos edificar más, ampliar los talleres y las forjas... Pongo una vez más estos problemas sobre la mesa y os suplico que entre todos les busquemos una solución..."
"Fácil es cambiar el tema, Príncipe y acusar al consejo de vuestros problemas. Os comportáis como un niño caprichoso. Ponéis en duda la autoridad del rey y luego os levantáis con falsa dignidad y nos dejáis quedar mal a nosotros!"
"Ya basta Arminas –atajó Galadriel - Lindon es un reino en construcción, cada día hay mil problemas nuevos... Ninguno de nosotros somos gente ociosa, no tenemos tiempo que perder para darle vueltas y más vueltas a un tema perfectamente claro... El Derecho de una Massánie no se discute...ni el de otra tampoco. Pedir de nuevo no es traición...
"Pero sí lo es aceptar lembas de otra Massánie –protestó Arminas vivamente- supone dudar de la nobleza de Berianis... y ella es la madre del Rey..."
Una tos de Elrond disipó su visión. El Medio Elfo estaba ya listo y le esperaba sentado en la cama. Le sonrió recogiendo su larga melena negra en una coleta baja.
- ¿En qué piensas?. –Le preguntó cordialmente.
- En el Consejo de esta mañana. –Respondió Erendur quitándose los pantalones.- ¡Qué tensión!
En Harlond no pasaban cosas así. El Consejo de la ciudad discutía sobre el precio del pescado, los lindes de algunas fincas, los impuestos de la ciudad o, a lo sumo, alguna disputa, siempre con los Noldor...pero nunca nada serio, nunca nada que no tenga una solución concreta y a corto plazo.
- ¿Tensión? ¡Más de la que imaginas¡. De nuevo, ves solo una parte. Berianis no aparece en el Consejo pero por detrás ha entretejido cuerdas y resortes para movernos a todos a su antojo. Tiene una calumnia para cada uno de nosotros.
- ¿Qué quieres decir?
- Si Glorfindel defendiera a Celebrimbor en demasía, Salmarindil sacaría el escándalo los Puertos del Sirion, tema que le molesta especialmente y si yo me mostrara a su favor tu padre sacaría a colación el tema del compromiso roto con mi hermano... ¡Nos avergüenzan a nosotros y desacreditan a Celebrimbor y a ella! Justo Míriel necesita otra cosa, necesita ser perdonada, ver ante sí el futuro...
- Es verdad lo que dices –reconocío Erendur- el nombre de Náredriel se asocia al de Elros aun sin quererlo. Yo mismo, para serte sincero juzgué muy seriamente esa relación.
- ¡Es tan fácil hablar desde fuera! –Dijo Elrond soltando un suspiro- Si tú lo hubieras perdido todo... si te sintieras culpable de un crimen atroz, si hubieras visto morir a una de las personas que más amas como murió Maedhros, si supieras que tu propio padre, un elfo tan magnífico como Macalaurë, vaga por las falas sin más sentido que cantar su pesadumbre... ¡Es tan fácil juzgar a la casa de Fëanor! Si como Miriel tu llegaras a Mithlond solo, perdido, al frente de un pueblo desilusionado, sin sentido, lleno de remordimientos y fracasos... Elerossë... de niño ya la llamaba "melmenya"... y ahora ya no eran niños... ¿Qué nombre dar a esa ternura oscura, a esas sensaciones que navegan por tus entrañas ante la magia del primer beso?
- ¡Supongo que lo llamaría amor! –Dijo él con estupor
¡Se confundió! –Matizó Elrond- ¡Todo fue un error, un inmenso error¡ ¡Yo les advertí! ¡Pero cuando se desencadena una pasión de poco sirven las advertencias! Y yo sufrí, sufrí mucho, porque vi como las dos personas que más quería se hacían daño, y no podía intervenir. ¡Tu ni te imaginas lo que llegamos a querernos el tiempo en que estuvimos con los hijos de Fëanor! ¡Eramos una familia! Míriel y yo somos hermanos.
Ahora no era teatral. El silencio de Elrond era un silencio de esos que se dan cuando buscas palabras y en su lugar encuentras recuerdos y no quisieras soltarlos...
- Ella confundió el cariño con amor... Necesitaba unos ojos que la miraran sin juicio, sentirse de una vez la más bella, la más deseada...saber que el refugio de unos brazos amantes la acogería cada noche, que los dedos de Elerossë acariciarían su mechón rojo...
Elrond se acercó a la chimenea y revolvió las brasas con un atizador hasta que se reavivaron con timidez y sus diminutas lenguas de fuego empezaron a lamer el nuevo tronco arrojado.
- Lo irónico es que todos los que ahora la critican apoyaban esa relación... Tu tía la quiere bien lejos, Númenor era un buen destino.
Erendur escuchaba asombrado.
- ¿Berianis? –Dijo- ¿Alejarla? ¿De Mithlond?
- ¡No la soporta! –contestó Elrond- Númenor era perfecto... Supongo que ahora planeaba echarla, por eso esa bobada de las lembas que nos ha ocupado toda la mañana... Pero le ha salido mal... En fin, o mucho me equivoco o tu poderosa tía ya debe tener otro plan pensado... algo que la aleje... tal vez... yo que sé, casarla con Guilin aprovechando que es amigo de Celebrimbor y enviarla a Forlond...
La expresión del rostro de Erendur cambió. Como alguien que de pronto ve clara una situación confusa. Una rabia ciega lo recorrió, y quiso corresponder al tono sincero del Medio Elfo.
- Elrond... –confesó- mi padre y mi tía... me han ... bueno, me han "pedido" ... que... ¡Quieren que la corteje!
Elrond sonrió con aire de triunfo.
- ¿Ves? Guilin, tu... Forlond, Harlond... ¡Fuera de Mithlond! –Luego miró a Erendur- ¿Y piensas hacerlo? ¿La cortejarás?
- Yo no tengo carácter para alguien así...-se avergonzó- Mira Harlond es una lugar tranquilo, sin pretensiones, lleno de Elfos que suspiran por la paz... No es un buen lugar para una Elfa inquieta...
- ¡Sería un lugar perfecto si te amara! -respondió Elrond con tristeza- ¡Si se enamorara de ti! Créeme Erendur, tu ternura le sanaría de tantas heridas abiertas... El tiempo que lleva aquí y ha sido incapaz de acercarse a Aurenar y pedirle perdón... O a Galadriel... ¡ ¡Necesita conocer el amor tanto como ha conocido el odio!
- ¿De manera que apoyas la idea de mi tía? –Sonrió Erendur.
Elrond sonrió también. Ya estaban completamente vestidos y esperaba a que Erendur acabara. Este miraba con curiosidad sus ropas... nunca había vestido así...
- Oye una cosa Elrond...¿Mi primo también os acompaña en estas aventuras nocturnas? – Preguntó acabando de ponerse un feo zapato
- ¿Ereinion? –Contestó - ¡Ya le vendría bien! Pero él si que está atrapado. Gil-galad es un tirano... y Ereinion, aunque se resista, un esclavo... ¡Si Arminas está al corriente de mis entradas y salidas imagínate de las suyas! Cada vez lo veo más solitario, más reservado... Mientras tiene cosas que hacer está bien, pero cuando la actividad se acaba... La guerra sigue para él y es más dramática que las batallas de sangre y de polvo. - ¡Ya estoy! –Exclamó Erendur levantándose y caminando con su nuevo calzado- Bueno supongo que le dedica todo su tiempo libre a la Dama Arien
Elrond fijó sus ojos de los zapatos del príncipe. De pronto dijo, como quien está apunto de soltar un gran secreto...
- ¿Tiempo libre? ¡No! Creo más bien que Arien se ha convertido en una nueva obligación
Erendur le miró de hito a hito. Elrond sonrió.
- ¿Te extraña que te cuente estas cosas? ¿Qué te tenga confianza?... Sé que puedes traicionarme... y mira, de hecho casi me es igual. Empieza a faltarme aire.
- Si, Elrond, me extraña... pero todo en Mithlond me sorprende últimamente y conozco además a mi padre y a mi tía. –El príncipe caminó sobre sus nuevos y extraños zapatos de Silvano. - ¡Pero en lo de Arien te equivocas! ¡Ella y mi primo están hechos el uno para el otro!
Una media sonrisa desdibujó la boca de Elrond.
- Está hecha la una para el otro, si –matizó- y más de lo que te imaginas... Yo crecí en casa de Nirie, vi como la educaban, como pulían su carácter, como la han ido construyendo y como la han hecho creer que ama a Ereinion... ¡Es odioso! Berianis ha abusado de la buena fe de Nirie y de la bondad de Arien... ¡La va a hacer una desgraciada! ¡Aun en el más feliz de los casos, que Erenion la desposara, sería una infeliz, porque habría comprado el afecto del Rey a cambio de no ser ella misma, de no ser nadie!. !Yo no estaría a gusto con quien me dedicara un tiempo "oficial"... Erendur lo miró con extrañeza y paró en seco su deambular sobre sus nuevos zapatos.
- ¿Arien "oficial"? Creo que exageras yo veo a Erenion muy relajado con ella...
- ¡Relajado! Ese es justo el problema, Erendur... él está relajado con ella... Yo no estaría nada relajado con alguien a quien amo... –Elrond ofreció al príncipe la espesa capa que los protegería de la nieve- ¿Vamos? –Preguntó.
Sigilosos los dos Príncipes cruzaron los pasillos del palacio saltando por encima de los últimos restos de materiales de construcción que afeaban la magna obra. Al doblar una esquina atravesaron un salón de gran capacidad, rodeado de majestuosas columnas de formas arbóreas, que simulaban un bosque alrededor de un claro. Erendur se detuvo admirado y preguntó a Elrond.
- ¿Será aquí la fiesta?
- Este es el Salón del Trono –explicó y señaló dos columnas especiales situadas en el centro.
Eran magníficas, una recubierta de oro y otra de un material plateado que brillaba enormemente aún en medio de la oscuridad.
- ¿Mitrhil? –Preguntó Erendur.
Elrond asintió y ambos se encaminaron hacia allí. Elrond tomó una lamparita y la acercó. Las columnas simulaban también dos árboles, altos y esbeltos, que entretejían entre sí las ramas, cuajadas de pequeñas piedras preciosas.
- En el centro va el trono, que aún no está terminado. Representan los árboles de Gondolin... y dicen los que los vieron que están muy logrados... de hecho Glorfindel entró en trance el otro día ante ellos... –Explicó Elrond.
- ¿Solo falta el trono?
- Sí, pero estará para la fiesta. Telperinquar en persona lo está haciendo... ¡Cuando trabaja en algo grande no come ni duerme!
El Medio Elfo suspiró acariciando una de las columnas. La fiesta para él era sinónimo de trabajo duro, de engorrosos preparativos, de nervios y vigilancia constante de Berianis. Luego descubrió unos espejos y se acercó hacia uno de ellos. Los habían traído a última hora de la tarde y permanecían respaldados contra la pared esperando ser definitivamente colocados. Los marcos eran unas obras perfectas de forja que combinaban la funcionalidad con la belleza de las joyas más selectas. Elrond se miró de reojo en uno ellos. Erendur divertido se acercó también.
- ¡ Por Manwë, Oromë y Tulkas! -Dijo- ¡Qué aspecto! ¡Y yo que pensaba que no era presumido!
Elrond, que acariciaba con aire soñador una pequeña runa, recuperó entonces el aire divertido del principio y comentó riendo:
- ¡Pues espérate a ver a Glorfindel de Falmari!,
- Desde luego estás rompiendo mis ideas de la seriedad de la joven corte de Lindon ¿Dónde nos encontraremos con él? -Dijo Erendur cada vez más encantado con aquella especie de locura con la que no contaba.
- Hemos quedado en la Taberna. –Respondió Elrond- Nosotros tenemos que pasar primero por las fraguas a buscar a "tu prometida".
Abandonaron la Fortaleza por una pequeña puerta de servicio y bajaron por las calles de la parte alta de Mithlond que estaban desiertas. La nevada tapizaba el pavimento. No había nadie fuera y ellos dejaban tras de sí un rastro de agujeros apresurados en la sencillez de la nieve caída. En el interior de las villas se oían ruidos de platos y conversaciones, de algunas salían los cantos de un arpa. Los fuegos intentaban paliar el frío de la noche.
- ¿No es por ahí? –Dijo Erendur señalando la puerta principal de las Forjas.
Elrond rió y rodeó el gran edificio por un callejón sin salida. Se situó bajo una ventana y silbó. Luego miró divertido a Erendur que vio una ventana que se entreabría y una cabeza pelirroja saliendo de ella.
- Hortanyet! (Voy)–dijo una voz muy hermosa, pero demasiado aguda para ser de un herrero.
La cabeza desapareció y reapareció al instante con una soga que lanzó y por la que se deslizó ágilmente sin que la larga capa o la capucha que la cubría supusieran un obstáculo. Una vez en el suelo abrazó efusivamente a Elrond.
- Otorno, ¿lelya etye? (Hermano ¿Vienes tu?) –Dijo de nuevo la preciosa voz, ya no había duda que de una Dama. Erendur sonrió...
- Ná oselle, tukanye nildo... Erendur Arminasion, Heru Hardlondo. (Sí hermana y traigo a un amigo... Erendur, hijo de Arminas, Señor de Harlond)
Erendur hizo una reverencia y el herrero encapuchado se acercó a él mostrándole los ojos más hermoso que hubiera visto nunca.
- Erendur –prosiguió Elrond- si Massánie ná Miriel Canafinwerel, lastaietye esserya si arin (Erendur, esta Dama es Miriel, hija de Maglor, has oído su nombre esta mañana.)
Erendur miró detenidamente aquella figura ambigua y sorprendente que le sonreía desde dentro de la capucha, que le tendía una mano blanca larga, para que la besara. Se sentía algo cohibido. Apenas acertó a preguntar:
- ¿Oiale hortanlye sin vanimelda? (¿Siempre bajáis así, hermosa?)
Ella soltó una divertida carcajada.
- Oiale (Siempre) –contestó.
- ¿Ar sina colla? (¿Y ese vestido?) - Preguntó Elrond
Ella dio vueltas, de nuevo entre risas, parecía estar muy contenta aquella noche. El vuelo de su capa golpeó dulcemente a los dos Príncipes dejando ver burdas ropas masculinas de viaje.
- Fue el que llevé a las Montañas Azules –dijo ella sin dejar de girar- en la expedición...ahora le daré mejor provecho que entonces...
Luego paró. Ni siquiera las vastas ropas, propias de un elfo joven, le daban aspecto masculino, pero tampoco era una Dama como las que Erendur conocía. Las palabras de Celebrimbor eran entonces una cínica verdad: no había salido ni una lemba de su casa ¡Se habían llevado a la Massánie!
- ¿Tan mal os fue? –Le preguntó Elrond.
- ¡Eso no se pregunta así! –Le regañó la Dama- Un buen hermano va a visitar a su hermana y mientras comparten una comida, ella le cuenta... Pero, bueno, el Príncipe siempre tiene importantes asuntos que atender... ¡Ya ni siquiera tocamos juntos el arpa!
- Perdón oselle, tienes toda la razón... –Dijo Elrond poniendo la cara de un niño pequeño compungido por una travesura.- Pero dime ahora...¿Cómo fue?
Ella miró a Erendur con una sonrisa como diciendo: "no te diré nada ante un desconocido". Elrond entendió y respondió:
- Confío plenamente en Erendur...
- Hijo de Arminas... –contestó ella con intención.
- Pero he salido a mi madre, mi señora –contestó Erendur con una tímida ironía.
La respuesta la hizo reír. Por la mirada que le dedicó Erendur entendió que se había ganado su confianza
- Bueno... –concedió ella- pues establecimos relaciones con otra colonia de Naugrim (Enanos) supervivientes de Belegost. Los más mayores me recordaban aún de una visita cuando niña... Por suerte para nosotros había entre ellos algunos enfermos...
- ¿Por suerte? –Preguntó Erendur
- ¡Hablas con una experta en patología y anatomía del pueblo de Durin, querido! –Aseguró Elrond con un guiño.
- El caso es que mis remedios fueron bien acogidos y con eso y cuatro saludos en kuzdhul, nos aseguramos que los metales que extraigan serán para nosotros, pero son pocos enanos y los filones bastante inaccesibles, la cantidad no bastará... sin embargo...
Míriel calló y Elrond la miró seriamente, como quien sabe que el otro le oculta una cosa importante. Ella entendió y balbuceó con prudencia...
- Bueno, es que es mejor que no te lo cuente, otorno... al menos hoy... creo que ya habéis tenido suficientes discusiones por causa mía está mañana en el Consejo.
Elrond paró y la tomó del brazo. Erendur se detuvo también mirándolos extrañado, sintiéndose un poco de más... La luna en el cielo se redondeaba y las estrellas proyectaban una luz helada cuyo brillo rebotaba en la nieve reverberando. El mar imponía ese olor que Erendur había aprendido a amar y una brisa gélida se empecinaba en jugar con los cabellos de los Elfos y con hacer voltear hermosas veletas de forja en forma de navío cisne.
- ¡De eso nada oselle, no quiero secretos y Erendur no hablará... ! –Sus ojos eran firmes y su tono severo, de hermano mayor y mandón.
- Bueeeeeno.... –concedió ella algo burlona, como si quisiera disfrazar de bromas algo demasiado importante o malévolo- es sólo que he tenido una idea para ampliar las fraguas ...
Erendur notó que iban a decirse cosas importantes, incluso dignas de ser tratadas en una estancia de palacio con una mesa en medio y con tiempo por delante, pero que aquello sería lo más oficial y solemne que la nieta de Fëanor estaba dispuesta a admitir. Se sentía algo incómodo al ser testigo de tales conversaciones y bendijo a la nieve que volvía a caer impertérrita sobre ellos y les obligaba a apresurarse calle abajo... Tenía la misma sensación que cuando siendo niño oía discutir a sus padres y contaba los cuadradillos del mosaico del friso de su habitación.
- ¡¿Ampliar?! –Dijo Elrond alterado- ¡Con lo duro que está el Consejo con las edificaciones! ¡No os permitirán levantar un nuevo piso!
- Ya lo sé... –respondió ella con una mirada que rezumaba astucia- por eso mismo escarbaremos.
Elrond arqueó una ceja. Ella torció el labio en una media sonrisa irónica.
- Pronto tendremos a ... –se detuvo intencionadamente- a... gente... trabajando en el subsuelo... de eso la ley no dice nada...
- ¿Pero quien lo hará? –Preguntó Elrond desconcertado. Toda la ciudad estaba en obras, encontrar constructores libres y dispuestos a escarbar era una utopía Con un matiz de burla irónica añadió- ¿Enanos...?
Miriel no contestó pero una gran sonrisa misteriosa le surcó el rostro.
- Otorno, está nevando a cielo abierto y el príncipe Erendur se aburre... –cortó echando a correr calle abajo. La pesada capa volaba tras de ella como la cometa de un astro.
- ¿No te atreverás? –Gritó Elrond corriendo tras de ella- ¡No serás capaz de llenar Lindon de enanos!
Ella rió de nuevo a grandes carcajadas que parecían cascabeles añadidos a la estela de la capa. Su larguísima trenza se movía rítmicamente mientras corría profanando la nieve virgen. Volvió la cabeza para verlos y sus ojos grises chispeaban maliciosamente mientras le gritaba a Elrond entre burlas.
- Bueno... En las forjas estamos atestados, hay poco espacio y los Noldor somos tan altos... realmente creo que nuestra única opción puede estar entre los hábiles hijos de Mahal.
Elrond no preguntó más. Se hundió en un silencio reflexivo, acompasando su respiración al paso rápido, desgranado las consecuencias que le traerían lo que su oselle proponía.
Erendur les seguía tratando de no resbalar en la nieve. Los copos caían constantemente y le golpeaban con sus manos de lana. Mil ideas bullían en su mente mientras las calles iban animándose a medida que bajaban al puerto, en donde varias tabernas estaban iluminadas y concurridas y algunos Elfos apartaban la nieve de las aceras. Podían verse gentes razas y costumbres diversas, prueba de que Mithlond era una ciudad compleja hecha de mezclas y fusiones, y en eso muy parecida a Harlond. Los Falmari dominaban, aún en la margen derecha de los Puertos, pero en aquella zona, la más humilde, algunos silvanos también sobrevivían trapicheando por las calles.
- Por aquí -les guió Elrond entrando a una taberna cuyo nombre era ilegible en el destartalado rótulo de madera.
Los tres penetraron al interior del local y Elrond caminó a una mesa situada en una esquina en la que un elfo aguardaba. Erendur miró dos veces antes de reconocer a Glorfindel con ropas de Falmari!!!. Era extraño ver a aquel magnifico príncipe sin las casacas brocadas, sencillo dentro de las blancas ropas de los marineros.
- Mára tulda!!! – Les saludó Glorfindel con una de sus famosas sonrisas- ¡Erendur, nos acompañas esta noche! ¡Veo que hoy vas a tener ración completa de Náriel! ¿Qué te parece la fuente de todos los problemas de Lindon? –Le preguntó mientras la besaba en la mejilla.
Erendur sonrió recordando el rostro de Glorfindel aquella mañana, su arrobo ante Salmarindil... ¿Eran novios como se rumoreaba?
- Es la Massánie más sorprendente que conozco –declaró Erendur cordialmente.
- Di mejor la más discutida- sonrió irónico Elrond
De pronto se materializó ante Erendur el rostro severo de su padre mirándolo a los ojos: Odiaba aquella mirada de dominio y se odiaba a sí mismo cada vez que acababa haciendo su voluntad. De hecho, una de las ventajas de Harlond era que lo tenía lejos. Y ahora quería que cortejara a aquella princesa fogosa.
Elrond explicó rápidamente a Glorfindel lo que a su vez Míriel acababa de contarle:
- Moina (querida)–recriminó dulcemente Glorfindel- al final conseguirás que os echen de Lindon...
- Otorno, no tengo mayor interés por vivir en un sitio en el que ni yo ni mis gentes somos bien considerados. En cuanto nos digan que salgamos nos iremos. Solo es nuestra la tierra que pisan nuestros zapatos. Sabes como he vivido buena parte de mi vida y sabes que me gusta dormir en la tierra mirando las estrellas. Ereinion tiene mi fidelidad y la de mis gentes pero no seremos las marionetas de su madre ni de su tío. La política no me interesa para nada, discutid todo lo que queráis...
- Se nota oselle, ni la educación...-le dijo Elrond- Erendur es hijo y sobrino de los personajes a quien tu citas tan halagüeñamente.
- Pero ha salido a su madre, otorno... –replicó ella agudamente.
- Sí si ya sé... que la nieta de Fëanor hará lo que le venga en gana como ha hecho siempre... –retomó el tema Glorfindel algo irritado- ¡Te importamos un pito! ¿Sabes cómo lo he pasado esta mañana por tí?
- ¡Vamos Flor Dorada! ¡Necesitamos metales! ¡Nos están coartando! ¿Cuántas veces me has recibido en palacio en nombre de Ereinion? ¡Hasta cinco! Finalmente créeme, no hará falta que nadie nos eche, buscaremos alternativas... nos veremos obligados a partir...
- ¿Has pedido audiencia a Ereinion? –Preguntó Elrond asombrado
Ella bajó la cabeza. Un mechón rojizo se desprendió de su trenza y acarició su mejilla.
- Está claro que él no quiere verme...
- O que no se ha enterado... –Dijo Erendur.
Miriel lo miró sonriendo ante su ingenuidad.
- Hace años me hizo una promesa... y no la cumplió... –Dijo sonriendo. Glorfindel sabía a qué se refería. Recordaba la voz profunda de Ereinion su mirada inenarrablemente triste diciendo: "Narwa...tulavanye lairesse fána kiryanen ar liruvatyem nún eleni...(Narwa, vendré con el verano, con un barco blanco y cantarás para mí bajo las estrellas)"
- Dices la verdad Náriel: Ereinion lleva en el corazón la matanza de los Puertos; si se encontrara contigo no sabría que decirte. –Dijo Glorfindel.
- Por mucho que a él le pese más me pesa a mí. – Musitó volviendo a bajar la cabeza.
Erendur se turbó. Desde pequeñito había aprendido que la gente debe ocultar sus fallos y no confesar abiertamente las debilidades; las caras eran máscaras y las conversaciones con las damas no debían pasar del galanteo.
Un poco acalorado miró hacía la calle. El pequeño cristal de un ventanuco le hizo saber a través del vaho que había dejado de nevar.
- Espero poder regresar mañana a Harlond... –Dijo con la esperanza de cambiar de tema- ¡Qué tiempo se ha puesto!
- Bueno... casi es mejor que te lleves algunas lembas para el camino -comentó Elrond irónico.
Erendur rió mirando a Míriel:
- Pues... ¿Me concederíais algunas para el camino de vuelta?
- Cuidado oselle... –Añadió malicioso Elrond- Erendur empieza pidiendo lembas y ... quien sabe si luego querrá pedir a la Massánie
Las mejillas de Erendur se tiñeron de rubor. Pero Miriel no lo miraba siquiera. Remarcando mucho sus palabras hablaba a sus dos otorni:
- Pues si quiere lembas se las tendrá que pedir a Berianis y si se la llevara de Massánie a más de uno le haría un favor –El tono irónico daba a sus ojos el amable aire de insolencia que tienen los niños pequeños. Y, aunque físicamente no tenían ningún parecido, la expresión de su cara en aquel momento le recordó a la de Celebrimbor en el Consejo
- Vale, vale...-dijo Elrond- tanto Telpo como Glorfindel ya dejaron bien claro que nadie ha hecho lembas en Mithlond... o al menos que nadie ha podido aportar pruebas de que se hayan hecho... ¡Ahhh! Por cierto Miriel, ya han traído los espejos, los vi esta noche. ¡Nár vanime! (Son preciosos)
- Nárendur úer onta hyandor, i Karme sira mállo (Nárendur no sólo hace espadas. El Arte fluye de sus manos) –Contestó ella.
Sus palabras se volvieron apasionadas, cálidas, acompañadas por gestos vivaces. Elrond también se animó de pronto.
- ¿Ar.. vestarye Anarselnen? (¿Y... se casa con Anarsel?)
- ¡Ná! (¡Sí¡)
- ¡Yé! Ilyar cenie (¡Bien! Todo el mundo lo veía)
- "¡Qué manía de hablar quenya!" –Dijo Glorfindel imitando a la perfección la voz aguda y el gesto avinagrado de Berianis.
Erendur rió y Glorfindel se animó a seguir con la parodia:
- "Por cierto, Caballero Glorfindel, ¿Vos habéis pedido ya a alguna doncella que os acompañe a la Fiesta?" -Agregó y luego cambiando por su tono habitual preguntó a Elrond- ¿A ti no te ha importunado?
Elrond se secó unas lagrimillas de risa y respondió que si moviendo la cabeza.
- ¡La pobre! –Siguió Glorfindel- ¡Debe tener yavannildi disponibles!
- Asistir a esa fiesta acompañado es casi hacer público el compromiso... –Comentó Elrond refrenando sus carcajadas un poco histéricas- si apareces con una Dama de la mano es como proclamar que albergas hacia ella honestas intenciones.
En ese momento sirvieron la cena. Erendur se sintió mal ante los camareros que fingían no saber que sabían quienes eran aquellos estrafalarios personajes. Las miradas sustituían ahora a las palabras ante la presencia de los camareros. Luego pareció que las viandas hubieran traído consigo suculentas excusas para ocupar la boca masticando el silencio junto con el asado.
- Pasadme la sal –pidió Glorfindel.
Erendur y Míriel alargaron simultáneamente la mano al salero y sus pieles se rozaron.
- "Avatyara nillo" ("Perdón") susurró ella con una leve sonrisa.
Erendur se turbó. El simple contacto con la seda de una mano le llenó de sensaciones insospechadas. ¿Y si le pidiera que lo acompañara a la inauguración del Palacio? ¿Se lo habría pedido Glorfindel?. De pronto su mente formó una imagen de sí mismo entrando al palacio con Míriel de la mano. No se la podía imaginar vestida de doncella, el rojo del pelo resaltando sus rasgos delicados y a la vez incisivos, brillantes sus ojos de mirada inteligente y triste.
En ese momento el cantinero se acercó e hizo ante la Dama una profunda reverencia para luego poner ante ella un plato con ostras.
- Es un pequeño regalo de la casa para vos... –Dijo el elfo- Veo que no coméis mucho mi Señora ¿No está la comida a vuestro gusto?
- Hantalë Tiuka, la comida está muy rica. Soy yo quien no tengo apetito. ¿Querías algo? –Preguntó Míriel
- Bueno,Herinya... es solo que vuestros aprendices no dejan de venir... –comentó el Cantinero.
- Entiendo... –comentó desdeñosa Míriel- Mañana por la mañana te enviaré a mi contable. Moneda por moneda, sabes que es el trato
- Hantalë, herunya –dijo el elfo inclinándose hasta el suelo en una reverencia exagerada.
- ¿Oro de los alquimistas? –Preguntó Elrond
Míriel empezó a juguetear con la comida de su plato formando tengwari y dijo:
- Ná. (Sí)
Erendur la miró sin entender...
- Solo lo usan en la taberna... y yo pago escrupulosamente todos sus desfalcos. –Se excusó.
- Moina –dijo Elrond- Erendur no conoce la costumbre. Lo primero que aprende un Herrero es a hacer oro de alquimista usando las escorias de los metales y ciertos conjuros sencillos... Es costumbre y honor que los Maestros herreros paguen las deudas de sus aprendices.
- Además ahora es casi lo único que pueden hacer en las fraguas. -Dijo Míriel pesarosa- ¡Los metales escasean!
- ¿Pero pagan de su bolsillo las deudas de los aprendices? –Preguntó incrédulo Erendur.
Míriel lo miró extrañada de aquella duda.
- ¡Claro!
Erendur mantuvo la mirada llena de interrogantes aunque sus labios no acertaban a formularlos. Míriel suspiró molesta y respondió:
- ¿Qué idea tienes de nosotros? Un noldo no está en Endor para hacer negocios. Sólo una cosa mantiene vivo a mi pueblo: crear. El dinero, el poder, todo es absurdo. ¿Sabes qué es lo más cruel de la maldición de Mandos? Que él sabía que un noldo que no crea no es un noldo. "Y más allá de Aman morareis a la sombra de la Muerte" nos dijo. ¡Sabemos que lo que bien empieza no llega a buen fin! Pero necesitamos construir, crear... Eso nos mueve y eso sólo defendemos. No queremos dinero, ni intrigas, ni poder, ni honores, ni siquiera un trozo de tierra nos interesa ¡Somos artistas y la belleza corre por nuestras venas como la sangre! Por eso no admitiremos cortapisas a la hora de crear. ¿Entiendes?
- ¡Inye ná noldo, vanima! ¡ ukwentatye sine nate! (Yo soy noldo, guapa, no me digas estas cosas)
- Pero vives como un Sindar –dijo ella con un polémico brillito en los ojos
- ¿Qué quieres decir? –Preguntó él algo enfadado. Aquellas palabras le acusaban de cómodo, le traían su vida en la retaguardia, su aislamiento en Harlond, lo mal que se llevaba con la espada...
Ella dejó escapar una carcajada alegre. Todo aquello parecía divertirla
- A ver... ¿Cuántas veces has dormido en el suelo? ¿Cuántas madrugadas te has levantado para escribir unos versos, forjar una espada, pintar una imagen que te martilleaba la mente, estudiar un libro? ¿Cuántas veces has escupido con ira hacia el Oeste diciendo "¡Mandos, va por ti!"? ¿Cuántas puertas has roto a patadas?
- ¡Curiosos los criterios que determinan el carácter noldorin...! -dijo Erendur sin poder ocultar su enfado.
Ella volvió a reír sonoramente, molestándole aún más. De pronto se levantó. Una expresión de niña traviesa brillaba en sus nobles rasgos. Se puso la capa rápidamente y tomó de la mano a Erendur, sorprendido por el entusiasmo, por el contacto, por la calidez de aquella mano, enérgica en su delicadeza.
- A tulatye –le dijo- Falasse ná kwatie losseo. Narye vanima i ninkwe ara more. (Ven la playa está llena de nieve. Es hermoso el blanco junto al negro)
Y el Príncipe se sintió arrastrado a través del local, despojado de golpe de cualquier voluntad, camino a la locura. Míriel abrió la puerta y recibieron sobre sus cabezas un ataque feroz de copos helados.
- A tulatye –Insistía ella sin soltarlo.
Erendur tenía la misma sensación que cuando entraba en una habitación en desorden, el miedo a ser engullido por la nada, el temor a que la cosa de siempre no estuviera en el lugar adecuado. Míriel dobló una esquina, cruzó deprisa las calles estrechas de los Falmari, el olor a pescado, el olor a mar parecían acentuarse con la humedad de la nieve. Por fin llegaron a la dársena, desde donde los navíos les saludaban con murmullos de maderos mecidos por el leve viento de la noche, y de allí llegaron a la playa, sobrecogedoramente blanca.
El corazón de Erendur latía en el pecho tras la carrera. Mas pelo de la trenza de la Princesa se había desgreñado. Sus ojos grises admiraban la belleza de la costa nevada... Algo tenía en común con Ereinion, la majestad del rostro, la fuerza de los gestos, como si la sangre de Finwë latiera en ellos al unísono.
- ¿Nunca has escrito tu nombre en la nieve? –Le preguntó ella.
- ¡No! –Respondió Erendur cada vez más perdido y asustado. Ante ellos la playa, apenas iluminada por los astros ofrecía las primicias de una nieve inmaculada. Las olas negras en vano la arañaban, como garras inútiles.
- A Tulanye... (Sígueme) pisa donde piso yo...
Y se remangó la capa y tras una carrera al centro de la playa se paró de golpe, mientras Erendur la seguía sumiso, sorprendido, sin saber qué hacía ni por qué. Luego Miriel dio un salto, como para separar las huellas de la carrera de la letra y saltando a la pata coja fue dibujando las tengwar del nombre del príncipe, que saltaba también, absurdo, detrás de una doncella demasiado mayor, demasiado hermosa, como para ser una niña jugando en la nieve.
- ¡Ahora empiezas a ser un noldo, Erendur, hijo de Arminas...! –le animó- Y lo habrás conseguido del todo cuando pongas a tu padre por sombrero el plato de comida que paladea dignamente ante toda la corte de Mithlond.
Él la miró cada vez más sorprendido
- ¿A ti también te ha enviado a la caza de la princesa? –Le preguntó entre salto y salto.
Él paró bruscamente de saltar, absurdo con su pierna flexionada...
- ¿Qué quieres decir?
Ella rió de nuevo, con aquellas carcajadas que rozaban los límites justos de la provocación.
- Han probado ya con Galendil, Guilin, Glorfindel, Elrond... – Enumeró- ¿y ahora tu?
Erendur no estaba acostumbrado a que le hablaran con tanta claridad. Todo lo que había oído de la princesa a lo largo del día revoloteaba en su mente
- ¿Elrond? –balbuceó- Se ha atrevido después de lo de...
Ahora fue ella la que dejó de saltar.
- ¿Después de lo de qué? –Dijo a la defensiva.
Erendur se dio cuenta de que abordaba un tema espinoso y se arrepintió de haberlo mencionado. La nieve iba cubriendo las tengwar dibujadas y colándose por las ropas ya mojadas. ¡Todo aquello era un error! Más le hubiera valido aguantar la nevada y llegar a Harlond, lejos de aquella locura que lo calaba con menos piedad que la fría nieve.
- ¡Dilo de una vez! –Mandó ella- ¡Elerossë!
Erendur bajó la cabeza.
- No quise molestarte... –intentó disculparse.
Ella dejó caer la capa que remangaba entre sus manos y le dedicó otra de aquellas miradas mayestáticas.
- Úhanyatye i nati Erendur Arminasion,(No entiendes las cosas, Erendur hijo de Arminas) inye náie raika (Estaba equivocada) Er náierye olor (Sólo era un sueño) Inye karne i faila (Hice lo justo) –dijo ella como escupiendo las palabras.
- Sé que tuviste tus motivos... yo... ¡Perdóname! –Dijo Erendur bajando la vista- En realidad tienes toda la razón, me han enviado también a la caza de la princesa... Mi padre quiere que te corteje, que te haga mi esposa...
Ella rompió a reír.
- ¡Ponle el plato por sombrero, querido! ¡Se lo ha ganado! –dijo.
Y se sentó en la nieve y sus ojos se perdieron en el mar. La negra inmensidad lamía los copos con su lengua de sal y los engullía.
- Así es la vida de los Atani –le dijo señalando la quietud de las olas-. Caen bellamente y se funden en la muerte y nuestros destinos se separan...
Su mano inquieta formaba una bola con nieve apresada, sus dedos se crispaban sobre ella... la estrujaban, la endurecían le daban forma... al terminarla la arrojó con fuerza a la sombra de las aguas.
- Aún esta, que es más dura, se disolverá... –dijo.
Y la bola desapareció en medio del mar.
Erendur se estremeció.
- ¿Por qué haces tu las cosas Erendur hijo de Arminas? ¿Por qué son buenas en si mismas? ¿Por qué tras ellas se esconde un bien deseable? ¿Eres libre?
El noldo se arrebujó en su manto. Ella le miraba, aguardaba... ¿Qué contestarle?
- Yo no soy libre, Míriel...nunca lo he sido... ¿Tu lo eres?
- Ni tu ni yo lo somos: tu tienes la libertad del perro que come del amo y obedece a este solo en lo justo, yo la del lobo, que no obedece a nadie pero que a cambio debe luchar día a día para obtener su alimento...
Los copos caían pacíficamente. La princesa tenía fijos en el mar sus ojos, como si esperara ver en su fondo de sus oscuras aguas el intenso brillo del Silmaril arrojado por su padre. Luego de golpe se levantó:
- ¡Vámonos! –Ordenó y empezó a caminar.
Hacia frío, mucho frío y las ropas mojadas no ayudaban precisamente a mitigarlo. Caminaban los dos a buen paso. Atrás quedaron las playas nevadas, las dársenas solitarias, la agitación de los puertos, las callejas ascendentes... Míriel caminaba muy deprisa, a grandes zancadas, a Erendur le costaba seguirla
- ¿Entrarás por la ventana? –Le preguntó Erendur, por decir algo.
Ella lo miró con asombro.
- No –respondio ella- Entraré por la puerta. Es mi casa y entro y salgo cuando me place.
- Pero has salido por la ventana... ¿Huías de Celebrimbor?
Ella paró la marcha.
- ¿Huir? ¿De Celebrimbor? ¿Qué tiene que ver él en mis entradas y salidas?
- Entonces.... ¿Por qué saliste por la ventana?
Otra vez rió. Sus ojos se encontraron. Ingenuos los del príncipe, apasionados los de la princesa.
- ¡Erendur, Erendur! ¡Cómo te han engañado! ¿Por qué te empeñas en hacer las cosas siempre igual?
- Creo Miriel... creo que estás un poco loca...
- No amigo mío... esta loco aquel que es capaz de destrozarse la vida por complacer a un padre desquiciado y mandón, esta loco aquel que manda a su hijo a hacer la corte a una mujer que sabe que hará de él un pelele desgraciado... Los que salimos por la ventana y saltamos en la nieve, estamos cuerdos...
Erendur se estremeció. El frío hizo presa en él, sobre su cabeza la noche desplegaba un espeso manto de oscuridad y niebla que las estrellas no podían penetrar. ¡Tenía que invitar a la princesa! ¡Tal vez era seguir su destino de perro, pero debía invitarla! El Elfo se atrevió a tocar su brazo.
- Me preguntaba, Miriel...
Aquel no era el momento, lo sabía, ni el lugar ... no podía, no debía decirlo... Una lucha se libraba en su mente entre el sí y el no. Ella lo miraba entre curiosa y clarividente ¡Cabian tantas miradas diferentes en aquellos ojos grises!. Erendur dudaba... ella esperaba...
- Me preguntaba... –dijo y un silencio denso se le puso delante y no quería dejar salir a sus palabras- ¿Me acompañarías a la fiesta de la Inauguración?
- No.
Contestó ella tajante. Y una sonrisa iluminó sus labios.
Él la miró buscando explicaciones entre dolido y aliviado.
- En primer lugar –explicó- no he sido oficialmente invitada cuando me correspondía, por tanto no merecen ser honrados con mi presencia; en segundo lugar, va a haber mucha gente con la que no quiero encontrarme; en tercer lugar, no sé si es Erendur o Arminas quien me lo está pidiendo...
Habían llegado.
Ante ellos un portón enorme se erguía. La nieve seguía cayendo. Ella llamó haciendo sonar una campana...
- Me ha gustado conocerte Erendur... Harlond estará bien cuidada en tus manos...
Un enorme noldo apareció tras de la puerta.
- Alasse aurë, Danil –saludó ella
- Aranel ...dijo él inclinando la cabeza.
Y Míriel se metió en la casa.
- Namarië Erendur...-susurró.
- ¡Ven conmigo a la Inauguración...! ¡Soy yo, Erendur, quien te invita, Herinya! –suplicó. - ¡Te lo aseguro!
Absurdo estaba Erendur, allí en la nieve; quieto, mojado, como un espantapájaros que desempeña hierático su patética misión. Ella rió divertida.
- Primero demuéstrame algo... demuéstrame que eres un Noldo... Haremos una cosa: Iré a la Inauguración, pero no contigo... Y cuando vea que el plato más pringoso acaba en la cabeza de tu padre, caminaré dignamente hacia ti y te besaré los labios...
La incomprensión más absoluta cruzó el rostro de Erendur... ¿Qué quería decir? ¿Bromeaba? Hizo ademán de preguntar... pero la puerta, enorme y pesada, de la fortaleza, se cerró con fuerza...
"¿Has roto una puerta a patadas?" Oyó la voz de Míriel preguntar en su cabeza mientras cerraba con impotencia los puños.
Las ropas mojadas le pesaban cada vez más; tampoco eran amables con él las calles empinadas y resbaladizas ni la fría nieve que lo golpeaba mansamente. La luna se arrebujó entre las nubes, como si se desentendiera ya de la noche, pero el sol no tenía pensado aparecer todavía. Costaba recorrer aquellos pocos metros que le alejaban de una chimenea, de la ropa seca, de una cama mullida... Él, que siempre había visto las guerras desde la retaguardia, acababa de librar su primera batalla. Ahora deseaba refugiarse en sus seguridades y contar el numero de los heridos, el de los caídos en combate, de los supervivientes...
- ¡Erendur! –Oyó la voz de Elrond que lo llamaba- ¿Dónde os habíais metido?
