Nota previa: he podido actualizar antes de lo que esperaba, así que os lo cuelgo. Busco cualquier rato para escribir, así que no sé muy bien cuando será la próxima actualización, pero id visitando esto, que tarde o temprano llegará ( De nuevo gracias por los reviews, y espero que os guste el nuevo capítulo. Cualquier cosa, me escribís a alanescoolahotmail.com, o si preferís me agregais al Messenger para echarme la bronca sobre lo mal que escribo (. ¡Un saludo!

¿Qué ha sido eso? – preguntó Hagrid frotándose la cabeza dolorida.

Ron se arregló la túnica con los ojos aún desorbitados por el susto y se apoyó en la pared de la cabaña, respirando con dificultad.

No lo sé...- dijo Harry.

Hermione ayudó a Ron a sentarse en una silla, y blandiendo la varita murmuró: "!Reparo!". La tetera quedó como nueva, y luego le tocó el turno a las tazas.

¿Os dais cuenta de que la tetera de Hagrid siempre acaba echa un desastre? – preguntó la chica, en un claro intento por tranquilizar las cosas.

Nadie habló durante unos segundos. El silencio persistió, apenas quebrado por el ocasional canto de algún pájaro en el exterior.

He visto algo que salía volando – dijo Harry, sin dar más explicaciones.

Hagrid, que ya había terminado de colocar a buen recaudo las tazas asintió gravemente.

Sí – dijo-, cuando he mirado dentro de la caja he visto una especie de... Hadas, o algo parecido.

¿Hadas? – preguntó Hermione sin apartar la vista de Ron.

A mí me parecieron angelitos – añadió Hermione.

A mí solo me pareció que Hagrid pesa como un unicornio – dijo Ron, y todos se rieron, mucho más tranquilos.

Fueran lo que fueran – empezó Hagrid apenas dejó de reírse-, está claro que están revoloteando por ahí libremente. Quizá debería ir a ver a Dumbledore.

¡No! – exclamó Harry de inmediato-, Recuerda que Dumbledore ya tiene preocupaciones de sobra...

Sí, sí. Pero, ¿y si esos bichos son peligrosos? – intervino Hermione.

¿Peligrosos? – preguntó Hagrid-, como podrían ser peligrosos unos animalitos tan dulces... ¡Si eran del tamaño de un gorrión! Además, eran de color rosa; mi madre...- vaciló unos momentos-, mi madre tenía un gran pañuelo de color rosa... Con corazones bordados...

Hagrid sacó su propio pañuelo de un bolsillo y se sonó la nariz con un ruido como de corneta.

Está bien, está bien – concluyó Harry-, no te pongas así. Mira, nosotros nos vamos, mejor será que mantengamos todos los ojos abiertos, por si pasara algo que pudiéramos relacionar con esas... esos... Esas cosas.

Vale – dijo Ron-, y yo escribiré a Fred y a George para contarles lo que ha pasado.

Yo miraré en la biblioteca...

Como siempre, Hermione – respondió Ron con algo de ironía en la voz, y pareció que Hermione no le encontraba la gracia.

De camino hacia el colegio, los tres amigos no paraban de fijarse en cada posible escondite con que se encontraban. De pronto, un gran resoplido les hizo detenerse en seco y volverse...

Eso es Hagrid estornudando – aclaró Harry, y siguieron hacia las escaleras del vestíbulo sin darle más importancia.

Durante la mañana siguiente, no ocurrió nada más digno de mención. Aunque tanto Harry y Ron como Hermione permanecieron alerta a cualquier indicio, no encontraron el más mínimo rastro de las extrañas criaturas, ni de nada que pudiera tener relación con ellas. La búsqueda de Hermione en la biblioteca no dio ningún fruto.

¡Creo que lo Tengo! – exclamó Ron pasando las páginas de un grueso volumen que Hermione había sacado de la biblioteca.

¿Si? – preguntaron esperanzados.

Sí... Aquí dice que el querubín majestuoso posee un par de alas y es de un color rosa brillante – les explicó mientras señalaba una ilustración carcomida por el tiempo.

Y aquí dice – dijo Hermione-, que el querubín majestuoso pesa cerca de dos toneladas, y que se ha extinguido. ¿Tú crees que esas pequeñas criaturas pesaban un par de toneladas cada una?

Harry se esforzó por reprimir la risa, pero algo de esta debió reflejarse en su rostro, porque Ron le tiró el volumen a Hermione evidentemente enojado y salió de la biblioteca pisando fuerte.

Harry, qué le pasa últimamente a Ron conmigo? – preguntó Hermione.

No tengo ni idea.

Llegó la tarde, y Ron y Hermione siguieron sin dirigirse la palabra, situación que molestaba sobremanera a Harry, ya que tenía que aguantar continuamente comentarios del tipo: "Harry, dile a esa que me pase la sal", "Harry, ya que este chiflado no quiere hablar conmigo, ¿te importaría acercarme el tintero", o "Harry, devuélvele este pergamino a la sabelotodo, que ya no lo necesito". ¡Harry, Harry, Harry!

¡Basta! – prorrumpió cuando ya no pudo más-, lleváis seis años siendo compañeros, hemos pasado no sé cuantas aventuras juntos, ¿Y ahora volvemos a comportarnos como niños enfadados?

Ron y Hermione se miraron, pareció que ambos iban a hablar a la vez, y finalmente cerraron la boca antes de pronunciar palabra alguna.

¿Qué? – dijo Harry.

¡Allí! – gritó Ron.

Tenía razón, sobre la barandilla de la escalera flotaba distraídamente una especie de angelito de color rosa, de menos de cinco centímetros de altura, con las diminutas alas revoloteando sin parar. Nadie más se había fijado, por el momento.

¿Qué hacemos? – preguntó Ron en un susurro, casi sin atreverse a hacer un movimiento.

Pero hubo un destello, y cuando parpadearon, la extraña criatura ya no se encontraba allí.

Preocupados, se dejaron arrastrar con la multitud hacia el comedor. Y fue durante la cena que empezaron a notar ciertas cosas que no iban bien.

Antes de empezar – pronunció Dumbledore con su voz clara y poderosa -, me gustaría que todos miraran atentamente a la profesora McGonagall... - todos los estudiantes lo hicieron, entre chismorreos. La profesora, vestida con su túnica habitual y el pelo entrecano recogido en un moño parecía incómoda- . ¿A que tenemos a la profesora más bella de todo el mundo mágico? ¡Vamos, a comer!

Muchos estudiantes rieron animadamente, y se volvían de vez en cuando para mirar de soslayo a la profesora McGonagall o a Dumbledore entre sonrisas mal disimuladas.

¿Qué hace Dumbledore? – preguntó Ron.

Ni idea – respondió Harry acercándole el pastel de riñones a Hermione.

¿Está claro, no? – dijo Dean-, ¡el director por fin ha llegado a la pubertad!

Hubo más risas durante unos minutos, aunque Harry no le veía nada de gracioso al extraño comportamiento de Dumbledore. ¿Y si tenía algo que ver con esas criaturas que ellos, sin querer, habían liberado? Entre susurros puso a Ron y Hermione al corriente de lo que estaba pensando, y ellos también empezaron a preocuparse. Al menos ya no se peleaban.

Collin, ¿te has fijado en el peinado de Parvati? – oyó Harry que Neville le preguntaba.

Em... Sí, hoy parece más... No sé, más guapa – respondió Collin sonrojándose levemente.

Me voy, tengo cosas que hacer – dijo Harry, y se puso de pie apresuradamente.

¡Espera, voy contigo! – dijo Ron.

Subieron a la habitación con paso rápido. En la torre de griffindor, todo estaba silencioso. La mayoría de alumnos aún estaban en el comedor, y el resto charlaba animadamente – más animadamente de lo que Harry hubiera visto nunca en la sala común.

Harry abrió su baúl, cogió la capa invisible que había pertenecido a su padre y la desplegó.

Ron, hay que ir a hablar con Dumbledore. Tengo la sensación de que aquí pasa algo.

Sí... Pero creo que Dumbledore aún estará cenando, ¿no?

McGonagall me dio la contraseña del despacho del director por si necesitaba algo, podemos esperarle allí.

Ron estuvo de acuerdo, y ambos se deslizaron sigilosamente entre los ajetreados alumnos de la sala común. Al pasar junto a Roger Moore, un estudiante de segundo con quien Harry nunca había cruzado ni media palabra, pudo oír un fragmento de la conversación que este mantenía con otro chico:

Es Larisa, esa chica de ravenclaw. ¡Acaba de decirme que quiere que nos veamos mañana junto al lago!

¿Y qué? – preguntó el otro chico, un año mayor que Roger y bastante más alto.

¿No lo entiendes? ¡Ella y yo a solas!

Esperaron a que nadie mirara en su dirección, no tenían ganas de responder preguntas, y salieron por el retrato de la señora gorda.

Harry guió a su amigo hasta la gárgola que daba acceso al despacho de Dumbledore, pasaron de largo y se metieron en un aula vacía. Una vez allí, se echaron la capa invisible por encima, cosa que cada vez era más complicada porque ambos habían crecido, y en cuando estuvieron seguros de que la capa les ocultaba por completo volvieron al pasillo.

¡Cerezas en almíbar! – pronunció Harry junto a la oreja de la gran estatua de piedra.

Se quedaron quietos unos segundos, pero no ocurrió nada. Ron le dio un codazo a Harry en las costillas, indicándole que volviera a intentarlo.

Cerezas en almíbar – dijo Harry subiendo un poco la voz e intentando pronunciar con claridad.

Por segunda vez, nada ocurrió. Harry y Ron se miraron perplejos.

Quizá la ha cambiado – apuntó Ron.

No creo, la profesora McGonagall me habría avisado... Creo.

Eh, tú, ¿por qué no te abres? – preguntó Ron indignado.

Porque no has dicho la contraseña – respondió la gárgola frunciendo el ceño.

¿No es cerezas en almíbar? – preguntó Harry.

Esa era la de hace unas horas.

Harry y Ron soltaron un resoplido - No, desesperanzados, y empezaron a caminar lentamente, volviendo sobre sus pasos.

¡Esperad! – tronó la voz de la gárgola, profunda y hueca-, acercaos, chicos.

Harry y Ron obedecieron. Parecía obvio que la gárgola podía verles incluso con la capa invisible puesta.

¿Sí? – preguntó Harry.

Esto – comenzó la gárgola-, a ti te tengo visto, Harry Potter. Y tú eres el joven Weasley... Sé que no le queréis ningún mal al gran Albus Dumbledore y... Em... Me preguntaba si podríais hacerme un pequeño favor. A cambio os podría dar la contraseña...

¿Qué clase de favor? – preguntó Harry bajando la voz.

Diez minutos después, Harry y Ron no cabían de su asombro. Una estatua de piedra acababa de darles una carta de amor para que ellos la entregaran a la figura de la dama jorobada del tercer piso, y a cambio les había dejado entrar en el despacho de Dumbledore.

¡Lumos! – conjuró Ron iluminando el despacho con su varita.

Ambos habían estado allí en alguna ocasión, pero la estancia les seguía sorprendiendo tanto como la primera vez. Sobre las múltiples mesas de trabajo, Dumbledore había ido amontonando todo tipo de objetos curiosos, de plata la mayoría. Algunos tintineaban con regularidad, otros soltaban ocasionales nubecillas de humo de distintos colores. En las paredes, los retratos de antiguos directores de Hogwarts dormitaban apaciblemente sin prestarles la más mínima atención.

Una gárgola enamorada, ¡qué cosa tan curiosa! – dijo Ron.

¿No te das cuenta? – dijo Harry-, ¡No es solo la gárgola! El comentario de Dumbledore, después lo que dijo Neville... Y qué me dices de lo que comentaban todos en la sala común... Es como si todo el mundo haya sentido repentinamente la necesidad de enamorarse...

Bueno, no creo que sea para tanto – respondió Ron-. En realidad, en otras circunstancias te diría que estás exagerando, pero el comentario de Neville... Quiero decir que Neville es el último a quien me imaginaría haciendo un comentario de esos, ¿no?

¡Chist! – murmuró Harry llevándose un dedo a los labios en señal de silencio.

Prestaron oídos, y escucharon los pasos de alguien subiendo la escalera de caracol...