Capitulo dos.- Pegaso
"Es momento de volver a un mundo lleno de luz…"
Todo a su alrededor se destruía y se reducía a nada lentamente, como queriendo provocar deliberadamente una angustia mientras los únicos presentes aguardaban sin más la muerte asegurada. Elysium, junto al infierno entero, desaparecían luego de que su creador divino sucumbió. El suelo retumbaba con fuerza, mientras que ella sujetaba a su amor con su mano izquierda mientras que con la libre acariciaba su golpeado rostro bronceado. Un par de hilos de sangre brotaban de su frente hasta llegar por encima de la nariz. Sus ojos, estaban cerrados, tal vez para siempre. Saori Kido, Atenea, lloraba amargadamente, sintiéndose impotente por no poder salvar la vida de su querido Seiya. Sus lágrimas caían hacia los labios de su amado, evocando un beso que nunca tuvo oportunidad de darle. Aún derramando lágrimas, alzó su rostro y miró a su alrededor: cerca de ellos dos, yacían sus demás Caballeros: Hyoga, Shun, Shiryu e Ikki. El cuarteto también estaba destrozado: Observaban el cuerpo inerte de Seiya, envestido al igual que ellos con una de las túnicas que se decía eran exclusivas de los dioses. No podían asimilar el hecho de que aquella túnica que portaba su hermano y amigo no sirvió de nada contra la magnífica espada de Hades, que sin remedio atravesó el corazón de Seiya. Cada uno de ellos, pensaban que si había forma de revivir a Seiya a cambio de entregar la suya propia, lo harían sin vacilar.
Saori pasaba por lo mismo.
- Seiya…- Musitaba cortadamente por el sentimiento, de tal forma que los demás no la escucharon, mientras enfocaba de nuevo su atención en su Caballero de Pegaso – No puedes morir… Algo en mi interior me dice que no debes morir, que aún tienes muchas cosas por realizar.
Bajó su mano derecha y la colocó en el pecho de Seiya. Aún brotaba sangre del hoyo que le propinó el dios del inframundo, de la cual una poca se quedaba en la palma de la diosa de la sabiduría. Un aura blanca se apareció en ella, y la herida cerró, y la sangre desapareció.
- Aún estás con vida.- Manifestó luego, sonriendo aliviada aunque aún preocupada – Tu alma se resiste a dejar tu cuerpo, se resiste a morir. – Sin embargo…- No hay mucho tiempo. Tengo que actuar rápido.
Sin titubear, cerró sus ojos y, con su mano todavía tocando el pecho de Seiya, comenzó a concentrarse. Su aura se hacía cada vez más y más grande. Todos los Santos la observaban perplejos, desconcertados, mientras que Saori luego de un rato abrió repentinamente sus ojos:
"Misopheta Menos."
Su mano emitió una luz blanca que se introdujo en el pecho de Seiya. Acto seguido, el chico sacó una mueca de profundo sufrimiento. Saori sonrió ásperamente.
- Por favor, Seiya. Ya te di los medios suficientes para sobrevivir. Sin embargo, sólo un milagro formidable podría hacerte reaccionar.- Cerró sus ojos, dolida. El suelo temblaba cada vez con más potencia, produciendo anchas grietas que rodeaban al grupo.- Mi querido Seiya, sé que lograrás sobreponerte a todo. Has logrado muchos milagros que parecían imposibles. Sé que saldrás bien librado…
El viento inició un fuerte resoplido, moviendo los alborotados cabellos de Marin y Seiya; éste último concentrándose por completo en el misterioso guerrero que lo observaba seriamente. Le parecía asombroso que siguiera de pie luego de que recibió una fuerte patada en su cuello, y eso hacía pensar al Santo de Pegaso que debía ser precavido con su contrincante.
- ¿Quién eres, y porqué intentabas matar a Marin? – Inquirió con voz serena Seiya.
El hombre de cabello rubio hizo una mueca de diversión. Volteó con la Amazona de Plata, y le lanzó una pregunta.
- ¿No le has dicho nada, Marin? No me sorprende, después de todo, como siempre ha sido, planeas actuar furtivamente.
- ¿A qué te refieres? – preguntó Seiya, levemente azorado. Marin frunció el entrecejo, nerviosa.
- ¿Quieres que le diga yo, o preferirías entablar una conversación entre maestra y alumno? Supongo que tienes mucho que platicarle, ¿o me equivocó? – comentó Aquileus, sonriente.
Seiya se giró, y miró a su maestra de cabellos de fuego. Marin trató de rehuirle la vista, pero era inútil.
- Marin, ¿qué sucede? – Inquirió el muchacho, expectante. Marin no contestó. Aquileus liberó una sonora carcajada.
- ¡Vamos! – alentó - ¿O acaso deseas… que lo mate para evitar que hagas algo que no quieres?
- Aún no es el momento, Aquileus. – replicó tajantemente Marin, tal vez refiriéndose al secreto que tan celosamente ha guardado – Además, debo de advertirte que podrías cometer un grave error al desafiar a mi alumno.
- Marin… - musitó Seiya. Enseguida regresó con el guerrero de alas plateadas, y le lanzó una mirada de desprecio. Melpome escuchaba todo, callada y tranquila. Un par de rendijas carmesí se asomaban en su par de ojos…
Su cuerpo le dolía bastante. Su corazón, no lo escuchaba latir. Se sentía que había muerto, pero sin embargo seguía esforzándose a ir en busca de Seika, su hermana; abrazarla, decirle cuánto la había necesitado en todo el tiempo que estuvieron distanciados. No obstante, el dolor predominó y perdió su voluntad al fin, cayendo pesadamente a la tierra.
Mantenía sus ojos abiertos, y sin embargo no advertía nada. Tan sólo matices rojos que envolvían su visión. Respiraba, y aún así le faltaba aire. Podía extender su brazo intentando arrastrarse, pero no lo percibía. Tan sólo lo podía mover, sin asegurar que en realidad era un miembro de su cuerpo. Se consideraba ajeno a piel y a su carne, ya que no los percibía en lo absoluto.
"Saori…" Pensó, encendiendo un fuego de entre toda aquélla oscuridad que lo abrumaba por completo. Se veía en la más funesta orfandad. Nadie lo auxiliaba. Por primera vez en mucho tiempo, no había una persona, un amigo, un hermano, que le extendiera su mano y lo ayudara a levantarse. Ninguna presencia, ni siquiera la de Atenea. Nadie lo ayudaba.
Y, con ese pensamiento en el aire, cayó por completo dentro de la más negra soledad. Se sentía angustiado, completamente vacío de esperanza e ilusiones. ¿Esto, acaso, es la muerte?
- Tienes miedo.
Seiya volteó con la rubia que tenía en manos una lira dorada, y de la cual de su rostro se liberaba un brillo especial que no alcanzó a distinguir, y desconcertado le preguntó:
- ¿A qué te refieres?
- ¡No te distraigas! – Aquileus se lanzó hacia Seiya con la intención de darle un fuerte golpe en el vientre. El ataque fue un éxito, y Seiya fue desplazado hacia una ruina de un grueso pilar que estaba cerca de ahí, impactando en él y cayendo tendido al suelo.
- ¡Seiya! – Gritó Marin. El muchacho se levantó como pudo. El dolor en su vientre era muy agudo, sumándose a todos los demás que cargaba en todo su ser a causa de sus constantes batallas. Sin embargo, trató de concentrarse en la lucha que sostenía en estos instantes, y se levantó con la idea de salvar a su maestra Marin.
- Eso… no… me detendrá. – Balbuceó, con los ojos entornados. De nuevo, veía borroso… - Yo… no me daré por vencido… Marin… Marin es de la pocas personas que permanecían a mi lado a pesar de las circunstancias tan precarias que pasaba… Ella… Ella es parte de mi inspiración…
Melpome abrió sus ojos, y lo miraba interesada.
Seiya miraba un hermoso atardecer, enterrado en su silla de ruedas. Observaba a los niños del orfanato jugar en el patio, y una rabia y frustración nacía en su ser. ¿Cómo era posible que haya quedado paralítico? ¿Cómo era posible que Saori no lo haya visitado por lo menos por una vez? ¿Acaso no arriesgo su vida por ella innumerables ocasiones? ¿Porqué le pagaba de esa manera todo lo que le dio?
Y lo peor de todo es que no podía odiarla.
- Ella… Ella está muy ocupada, Seiya. – Le explicó Shun, algo apesadumbrado. Seiya notó que le rehuía la mirada y sólo le echaba sus ojos contra los suyos de maneras furtivas – Me ha dicho que siempre estará contigo apoyándote a distancia. Ella, al igual que yo, está muy segura de que pronto podrás caminar a pesar de lo que te han dicho los doctores.
- Pero, yo…- Seiya bajó su cabeza, dolido. Sus puños, que estaban sobre su lecho cubierto por unos rebozos de cuadros rojos, los apretaba fuertemente por el sentimiento tan grande que lo atenazaba – yo, necesito de ella, necesito saber cómo está.
- Está bien. – Le interrumpió Shun. Seiya alzó de nuevo su cabeza con un dejo de esceptismo. Luego, con sus ojos cristalizados por el dolor y una voz cortada que helaba la sangre de Shun, le preguntó:
- ¿Porqué me lo ocultas?
- ¡Saori! – Seiya vio en peligro a Atenea, e inmediatamente se libera de la esfera rosa que lo rodeaba. Hades amenazaba con su espada a la diosa de la sabiduría, que estaba tumbada en el suelo. Cerró sus ojos, esperando como imposición a la muerte. Seiya, sin más demora, se interpone entre el dios del inframundo y Atenea. Hades por un momento palideció: le pareció ver a aquel muchacho de rojos cabellos y ojos azules, y por esa precisa razón se descuida y Sella le planta un tremendo golpe en el vientre. Hades expresa un profundo dolor, mientras el ataque del Caballero de Pegaso lo aleja de la acción y lo estrella contra un pilar de su propio templo. Cuando levanta su rostro, mira incrédulo al Santo de Atenea, mientras éste sonríe… Sonríe a pesar de haber recibido en el pecho la espada que iba a enterrar a Atenea. Chorros de sangre, sangre del muchacho, caía a sus pies. Seiya, aún esbozando una mueca de satisfacción, no pudo mantenerse más de pie y cayó de rodillas al suelo, produciendo un ruido ahogado que retumbo tal como si fuera un tamborzazo fúnebre. Shun, Shiryu, Hyoga e Ikki lo llamaban desconcertados. Hades seguía contemplándolo, pasmado, mientras Pegaso caía por fin a los brazos de su querida Atenea.
- ¿Cómo es posible – se preguntaba Hades -, cómo es posible de que se regocije por haber protegido a Atenea, aún sabiendo que aquello le costó su vida? – Se levantó, con expresión pensativa – Sin duda me recuerda bastante a ese sujeto con el que peleé hace cientos de años, y que me provocó grandes heridas. Tengo la impresión de que si hubiera dejado con vida al Santo de Pegaso, hubiera sucedido lo mismo que en aquel tiempo; o tal vez hasta algo peor. – Lanzó un gruñido ahogado de fastidio – No puedo creer que piense que tuve suerte al haberse enterrado mi espada en él. Por dios, es un humano… Un humano, por más poderoso que sea, jamás podrá superar a un dios… Eso, si llegara el caso en el que sobrevivieran todos ustedes a esta batalla, pronto lo sabrán con creces…
- ¡Meteoro de Pegaso! – Seiya se lanza contra Aquileus, con varios meteoros azules frente a él. Varios de ellos impactan en los costados del Angel, pero Seiya, al atravesarlo y darse vuelta triunfante, se entera perplejo en que Aquileus se había girado sonriente. Pronto había reparado el caballero de Pegaso que sus meteoros no funcionaron para nada.
- No funciono. – Confirmó Melpome, seria. Sus ojos se habían cerrado otra vez.
- ¿Cómo es posible? – Se preguntó asombrado Seiya.
Aquileus sonrió.
- ¿Qué te sorprende, teniendo yo ésta túnica? – Replicó serenamente, extendiendo sus dos brazos para resaltar su armadura de reluciente plata – Este ropaje perteneciente a los guardianes de los Dioses Olímpicos, el korpo, fue creado por el mismo Hefestus. Está hecho de un metal especial y deconocido, y además posee una mucho mayor concentración de polvo del Gran Maestro que sus túnicas de Santo. Eso las hace mucho más resistentes que las túnicas de los Santos Dorados, que se dice sólo un dios puede destruirlas. ¿No crees, muchacho, que es obvio que no me haya sucedido nada con tus meteoros, por más fuertes que éstos sean?
"Ya entiendo…" Pensó Seiya, llegando al hilo de la situación "Es por eso que el golpe que le hice en el cuello no lo lastimó. La presencia de su armadura lo protege de cualquier ataque… Y además, no lo había notado, pero se siente que estoy luchando con dos personas en lugar de con una. Es algo que jamás había sentido antes con alguien."
- La verdad, no entiendo el porqué de tu llegada, Aquileus. – Habló Seiya – Tampoco comprendo qué quieres decir con que los mismos dioses están relacionados contigo. ¿Acaso buscan algo en la Tierra?
- No tengo porqué explicarle nada a un muchacho que está a punto de morir. – replicó Aquileus. Alzó su lanza plateada y dirigió su punta hacia el Caballero de Pegaso, quien se preparaba para esquivarlo - ¿Dónde quieres que la clave: en tu pecho, o en tu cuello?
- No vale la pena que te metas con un insecto como él, jejeje.
De un momento a otro, Sella miró abrumado cómo unos individuos entraban en escena. Eran cien, corpulentos y amenazadores, cada uno con una armadura de un amarillo canario de corte romano, y una lanza sostenida por su mano derecha. De entre todo el ejército, otro tipo avanzó firmemente hacia el frente. A diferencia de los otros, éste era de una complexión delgada, con una armadura con más detalles y una espada dorada en su mano derecha. Se mostraba confiado, y eso inquietaba bastante a Seiya.
- Ethele, deja esto para mí. – replicó severamente Aquileus. Sus ojos plateados miraban con menosprecio a Ethele – Recuerden que su misión es encontrar el Báculo de Niké y devolverlo al Olimpo.
- ¿El báculo de Niké? – Exclamó Seiya, perplejo. Inconcientemente volteó con su maestra Marin, quien intentó nuevamente regirle la vista, ésta vez con éxito - ¿Marin, qué es lo que está sucediendo aquí?
- Aquileus, yo intento hacerte un favor. – Dijo Ethele, sonriendo – Esto seguro es demasiado denigrante para ti, ¿no lo crees? Digo, luchar contra un simple Santo de Bronce. – Aquileus lo miró con más desprecio. Ethele, sin notarlo, repuso – Claro que para mí es igual de vergonzoso luchar contra él. Es parecido a que un león se enfrente a una hormiga.
- Déjenoslo a nosotros, señor Ethele. – Saltó uno de los guerreros que tenía a sus espaldas – Nosotros las centurias nos encargaremos de él en un santiamén.
Seiya gruñó de furia; había escuchado todo lo anterior y lo tomó como una gran ofensa. No tardó mucho en defenderse:
- ¡Vengan todos, los acabaré en un instante!
- ¡Seiya! – Saltó Marin, frunciendo el entrecejo - ¡Tu lugar no es aquí! – Pegaso volteó a verla esperando un sermón de que "esta lucha no es para él y que debe marcharse", pero la Amazona del Águila inmediatamente añadió - ¡Tampoco el mío! ¡Tenemos cosas más importantes que hacer!
Ethele rió.
- Niké, sin tu poder no eres nada, eso lo sabes muy bien. – Comentó. Marin se mordió el labio, consternada.
- ¿Su poder? – Seiya se confundía más y más mientras seguía el intercambio de palabras – Marin, ¿Qué es lo que me has ocultado todo este tiempo?
Marin por fin se atrevió a mirar a Seiya. No podía ocultar su inquietud. Pegaso pensó que era la primera vez que percibía gran nerviosismo en ella, que siempre tomaba las cosas con relativa serenidad.
- Seiya, te revelaré mi secreto. – Habló, con voz clara y fuerte. Ethele, las centurias y Aquileus los miraban sin mover un dedo. La maestra del muchacho moreno cerró sus ojos, como si tomara fuerzas para liberar tan posiblemente impactante secreto – Seiya... Tal vez te parezca increíble, pero en realidad no tengo 16 años.
- ¿no? ¿Cuántos años tienes?
Marin abrió sus ojos.
- Seiya, mi edad resulta de más de mil años.
- ¿Acaso piensas que tengo el poder suficiente para luchar contigo, Marin? – cuestionó un Seiya de once años, anonadado ante semejante proposición de su maestra. La mujer pelirroja que ocultaba su rostro tras una máscara de plata tardó unos momentos en contestar con un rotundo sí.
- Tienes cuatro años entrenando bajo mi tutela, Seiya. – argumentó – Ya deberías por lo menos sostener una lucha conmigo por lo menos por diez minutos antes de quedar agotado.
- ¡Eso será en un minuto a lo menos! – replicó severamente Seiya. Para él le resulta una hazaña imposible durar con Marin el tiempo que menciona.
La joven no dijo nada sobre el anterior comentario de su pupilo. Tan sólo se levantó de la silla de madera en la que estaba sentada, y repitió impasible:
- Vamos a luchar Seiya. – el muchacho se le quedó viendo con el entrecejo fruncido, serio. Luego, Marin añadió – Lucharemos aunque tú no quieras.
- ¡No puedes obligarme! – contradijo el joven con énfasis, mientras daba un tremendo golpe a la mesa con sus dos palmas - ¡Yo ya no soy un mocoso que puedes manejar a tu voluntad!
- Eso lo sé. – concedió Marin, aún indiferente. Acto seguido, abruptamente y sin previo aviso, le lanzó su puño derecho directamente a la cara, pero Seiya usó sus bien desarrollados reflejos y lo detuvo con una de sus manos - ¿Ves? Ya no eres un mocoso. Por más irónico que parezca, lo acabas de afirmar pero aún no lo asimilas del todo.
- ¿Qué es lo que dices? – dijo tajante Seiya, con vehemencia. Su furia había llegado a límites insospechados a causa del inesperado ataque de su maestra – No lucharé contigo, y punto final, Marin.
La pelirroja no escuchó; estaba demasiado ocupada lanzándole su puño siniestro directamente al vientre. En esta ocasión si le dio, y Seiya salió volando fuera de la pequeña casa de adobe, destrozando una de las paredes en el acto.
- Seiya, o luchas conmigo o te mato. – Insistió Marin, yendo al exterior. Seiya estaba sentado en el suelo, aterrado y doliéndose. En cuanto abrió de nuevo sus ojos, su odio hacía su maestra había aumentado en demasía.
- Eso es lo que quieres, Marin. – dijo, levantándose- ¡Eso es lo que tendrás!
Inmediatamente preparó su puño y atacó a Marin. Ésta, tranquilamente, se hacía de un lado hacia otro y esquivaba con gran facilidad los golpes de su aprendiz.
- Seiya, deja de ser impulsivo y demuestra que tienes inteligencia. – aconsejó la chica, deteniendo el puño derecho de Seiya con una de sus manos. Seiya, exasperado, gritó y dirigió todas sus fuerzas hacia su puño. Marin se asombró al verse retrocediendo un paso ante semejante poder.
Dio otro paso hacia atrás… Otro más… Seiya la empujaba con su puño, llegando ambos de nuevo a la casa y terminando con la Amazona tropezándose y cayéndose de espaldas. Rápidamente se apoyó con sus manos y miró a Seiya, que despedía de todo su cuerpo un gran resplandor azul. Su mirada era la de un guerrero, pero sin embargo sonreía. Marin ya no notó ningún ímpetu en su alumno.
- Marin, por un momento te distraíste y por eso logré empujarte y tirarte. – declaró, con una voz amable. Enseguida, le extendió la mano para ayudarla a levantarse, y agregó – Sigo firme en que eres extremadamente fuerte. Si no fuera porque seguí tu consejo de desaparecer mi furia, no hubiera podido hacerte vacilar.
La mujer pelirroja guardó silencio, sumida en sus conclusiones.
- Seiya, ¿tú crees en los dioses?
El muchacho dejó de contemplar el nocturno cielo estrellado y volteó a ver a su maestra con gran azoro. Marin, por su parte, seguía observando el firmamento con peculiar interés.
- Bueno, Aioria me ha platicado en todo este tiempo sobre la diosa Atenea, - contestó Seiya - , diosa que tendré que proteger cuando obtenga mi túnica de Pegaso.
- Así es.
- Pero, ¿En realidad Atenea existe? – inquirió el muchacho, acercándose más a Marin. Ella seguía con la vista sumergida entre los cuerpos celestes – Digo, no creo que Aioria me mienta sin razón, y…
Marin no contestó aquella pregunta, y , tal vez por lo distraída que se veía o por otra cosa, lanzó otra cuestión similar:
- ¿Tú crees en Dios, Seiya?
- ¿En Dios? – Seiya miraba con mayor sorpresa a su maestra que la que expresó con la pregunta anterior – Bueno, en el orfanato en donde me hallaba nos hablaban mucho sobre él. Decían que era formado de amor puro, y que por eso deberíamos de corresponderle amándolo también. Además, afirmaban que si nos portábamos bien a lo largo de nuestra vida, iríamos junto a su presencia. – el joven calló por unos momentos, y luego se le ocurrió preguntar a Marin - ¿Tú crees en Dios?
- No me has contestado, Seiya. – reparó la pelirroja, con voz un poco áspera. Seiya frunció el entrecejo, un poco disgustado.
- Tal vez. – se limitó a responder secamente. Marin hizo un ruido ahogado, como si no creyera en lo que estaba escuchando – Qué sucede.
- Estás dudando. – declaró Marin. Seiya infló los cachetes y contestó con énfasis:
- Por supuesto que sí. A decir verdad, yo creo que no deberían de creer en un ser que no está entre nosotros.
- A eso se le llama fe. – repuso inmediatamente Marin – La fe mueve montañas; es muy poderosa. Definitivamente, si las personas no tuvieran aunque sea un mínimo de ese sentimiento, no sé qué sería de esta Tierra en estos momentos.
- ¿eh? No lo entiendo. – expresó Seiya, con voz de sumo fastidio – Marin, explícate mejor.
Pero la amazona ignoraba precisiones en sus palabras, y lanzó otra cuestión:
- ¿Crees en el significado de la vida?
- Te contestaré lo mismo: soy incapaz de creer en algo que no se está seguro de su completa existencia. – respondió Seiya, tajante. Enseguida, se levantó y se dispuso a darse media vuelta para partir adentro de la casa y dormir un rato, pero súbitamente algo le llamó la atención: Marin tomó una varita que tenía a su alcance, y con ella trazó un círculo en la tierra.
- Seiya, ya te he enseñado lo suficiente para que me expliques qué representa este círculo. – dijo Marin.
- …un círculo.
- Es más que un simple círculo.
- …Yo lo veo como un simple círculo. – insistió el chico moreno, con un dejo de molestia. Dio un pasó adelante, pero se volvió a detener al escuchar la dulce pero estricta voz de su maestra.
- Este círculo representa a la vida. – Explicó. Enseguida, con la varita dibujó una línea entrecruzando cierto lado de la circunferencia del círculo. Seiya, perplejo, miraba tal acto con recuperado interés. Marin colocó la punta de la varita sobre la línea que acababa de trazar, y agregó – Este punto es cuando naces. Eres joven. Tienes toda una vida por delante.
- Así es. – concedió Seiya, intrigado. El muchacho, incluso, flexionó sus rodillas para ver mejor.
- Ahora…- Marin pasó con la varita todo el contorno del círculo, hasta llegar de nuevo a la línea entrecruzada – Aquí, ¿qué es lo que sucede?
- Es el final. – respondió Seiya – Es el momento de tu muerte. El final de tu existir.
- Exacto. – dijo Marin, satisfecha – Pero, ¿Qué es también?
- … No entiendo.
- Seiya, debes de saberlo.
El joven aprendiz de Caballero escudriñó el trazo como si aguardara a que el mismo dibujo le diera la respuesta, pero no encontró nada y por consecuencia no halló explicación a la pregunta de su Maestra.
- Eres un cabeza hueca. – dijo Marin, pegándole levemente en la cabeza con la varita. Acto seguido, señaló con ésta la línea entrecruzada – El círculo representa un ciclo infinito. Cuando alguien muere, otro ocupa su lugar. Un final da paso a un nuevo principio. Eso es la vida, o por lo menos alguna forma de alcanzar a comprenderla.
- Entonces, ¿nosotros al morir damos lugar en la Tierra a otro que está a punto de nacer?
- Así es. – respondió la joven – Aunque, a decir verdad, es mucho más complejo que eso. Ya te he explicado que todos los seres humanos tienen en su interior un universo completo.
- Sí, así es.
- Ese universo interno es llamado "cosmos". Haber, Seiya… En el orfanato, ¿Qué les decían que sucedía cuando morimos?
- Nuestra alma se separa de nuestro cuerpo y va al cielo o al infierno; depende de cómo nos hallamos portado. – Respondió Seiya, seguro de sus palabras – Pero también existe el Purgatorio, que es…
De pronto, Marin hizo un ademán a su pupilo para que callara.
- Es suficiente. – dijo. Seiya de nuevo frunció el entrecejo, consternado – En realidad, sucede otra cosa. – Volvió al círculo trazado en la arena – Al morir nosotros, el universo que tenemos dentro de nuestro cuerpo súbitamente detiene su constante expansión. Entonces, ¿qué crees que sucede?
Seiya tardó unos momentos en lo que reflexionaba, y luego contestó dudoso:
- No sé… Creo que se encoge…
- Eso es.- dijo Marin, con una voz de gran orgullo – El universo en tu interior se reduce hasta quedar convertido en una pequeña masa de polvo estelar, pero no desaparece – enseguida tomó una roca del tamaño de su puño, y agregó – Todo es materia, Seiya, y está dicho que toda materia no se crea ni se destruye; sólo se transforma.
"Si alguna vez llegas a exceder el límite de tu cosmos en el momento en el que lo utilizas, es inevitable una implosión de todo tu universo interno, y la destrucción aparentemente definitiva de todo tu ser. De esa manera, lo único que te espera será la muerte, y créeme: el camino hacia el destino final de esa manera resulta una agonía inimaginable. Todos tus sentidos, absolutamente todos, se silencian por completo. No podrías oír, ver, ni tampoco sentir. No podrías siquiera pensar. Todo sería penumbra para ti. Eso es lo que sucede si sobrepasaras tu cosmo.
De pronto, una blanca mano se acerca a él. Sonríe. Se percata de quién intenta sacarlo de aquélla oscuridad.
- Saori-san…
"Pero te repito, Seiya: la materia no puede destruirse. Sólo cambia su forma. El final de una cosa puede resultar el principio de otra, pero sólo si mantienes tu fe. Eso de podría dar una esperanza para todo. Jamás debes rendirte aunque todo esté bajo tu contra, Seiya. Jamás… Todo tiene una esperanza, y debes de tener aquello presente si deseas ser un Caballero.
- Saori, seguiré luchando por ti… Volvería del mismo infierno sólo para servirte, Atenea…Seguiré… ¡Seguiré luchando!
"Eso es lo que simboliza un Santo de la diosa Atenea: la esperanza que nunca se debe perder. No te angusties si llegas a pasar por la dolorosa sensación de estar muerto en vida, y siempre cree. Cree en tu voluntad, en tu propia fuerza, y el cosmos revivirá. Nacerá un nuevo orden universal en el interior de tu ser, y la esperanza trascenderá por sobre todos los males. Ese es el don que nos otorgó Zeus de entre los 108 males cuando Pandora abrió la caja que le fue entregada por el dios de los dioses, y es el don que hace a los seres humanos con un potencial superior al de las mismas divinidades…
- ¡Seiya! ¿Sientes lo mismo que yo? – preguntó alterado Shun a su querido amigo Seiya. Éste asintió, aún mirando desconcertado el cielo, que extrañamente se nublaba y adquiría un sobrenatural azul eléctrico entre todos los matices amarillos y naranjas - ¡Es un cosmos enorme, y se aproxima al Santuario!
- Sí, y no sólo es uno. Hay otro igual de poderoso. – añadió Pegaso, frunciendo el entrecejo – Ambas fuerzas muy similares a las de Atenea… - Volteó con Shun y dijo con énfasis – Hay que partir inmediatamente al Santuario, Shun. Tengo el presentimiento de que algo terrible va a ocurrir, y tenemos que estar ahí para ayudar en lo que podamos.
- Pero, Seiya, acabas de volver del coma justamente hace dos días…- Contradijo Shun, apesadumbrado y con un hilo de voz. Seiya lo interrumpió suavemente, mostrando su blanca sonrisa.
- No te preocupes, amigo, me encuentro bien. Aunque Saori no esté con nosotros, debemos de seguir con nuestro deber de Caballeros de proteger el bienestar de la humanidad. Shiryu, Hyoga e Ikki de seguro también tienen presente eso, y también se dirigen al Santuario, así que no debo faltar tampoco aunque mi cuerpo me lo pida. – Shun escuchó aquello, y asintió sonriendo muy a su pesar.
De pronto, por la mente de Seiya pasó aquel cuadro de Miho, su hermana Seika y los niños del orfanato Santa Estrella haciendo los preparativos de la fiesta que le iban a dedicar, y apenado pensó con la esperanza de que aquellas mudas palabras llegaran a oídos de todos ellos:
"Miho, hermana, niños… De nuevo no podré despedirme de ustedes. Sólo deseo de ahora en adelante que me perdonen por eso, y que entiendan mis razones..."
Alzó su vista, mirando al cielo, donde posiblemente la dulce diosa de la sabiduría, Atenea, de ahora en adelante los guiará desde el reino del cielo…
