-¡Replegaos!-
Los gritos desesperados de Miluinel apenas se distinguían entre el grave chocar de las espadas, el zumbido cortante de las flechas y los gritos y gemidos de elfos, edain, orcos y haradrim.
-¡Desciendan, necesitan ayuda allá abajo!- gritó de nuevo la joven arquera, al momento en que los demás soldados comenzaban a descender de aquella saliente alta de roca desde donde acabaron con bastantes orcos. Pero no era suficiente... de ahora en adelante, nunca sería suficiente, había que estar en movimiento, organizados, tirando flechas, atestando golpes, venciendo el dolor de las manos cansadas y la vista fatigada, ignorando las melladuras de las antes relucientes armaduras, sobreviviendo, mirando de frente hasta el día de la muerte.
Miluinel fue la última en bajar, esquivando las negras flechas que los haradrim les lanzaban. Esperaba a que todos sus hombres bajasen, mientras en movimientos casi imperceptibles sacaba las flechas de su carcaj y las tiraba con gran maestría. Más abajo en el valle, las escuadras de infantería peleaban desesperados, esperando algún refuerzo.
-¡Capitán! ¡Vamos! - gritó uno de los soldados de su escuadra, tratando de apresurarla. Miluinel hizo una seña y comenzó a descender la pedregosa cuesta de la altura donde estaba. Aquel fuerte de piedra gris no era seguro más tiempo, algunos orcos habían comenzado ya a subir por entre las rocas, provocando que no tuvieran más control en la altura. Miluinel extendió de nuevo el arco antes de bajar y justo al momento en que disparaba a un orco, las piedras sobre las que estaba parada se aflojaron y se vinieron abajo. Precipitada y dolorosamente se resbaló por la empinada cuesta de rocas afiladas y no se detuvo hasta llegar abajo, seguida de las piedras y la arena que aún venían bajando.
-¡Diablos!- alcanzó a gritar, con la cara rasguñada y sucia de tierra. El combate ahí era fiero, se aproximaba una hueste entera de orcos; y apenas pudo esquivar un golpe de espada perdido que iba justo a su cabeza. Buscó con su brazo una flecha pero el carcaj estaba vacío... desenfundó rápidamente la espada corta que llevaba a la cintura y cortó el cuello del orco cuando este se acercó para matarla. La negra sangre calló a chorros, manchando su cabello.
-¡Capitán! ¡la necesitamos! -
de inmediato se levantó y corrió hasta donde estaba su escuadra, acompañada por la infantería, preparándose para resistir el embate del ejército enemigo, que ahora los superaba en número. No eran muchos soldados, y estaban aislados ahora por una especie de pared de piedra que antes les hubiera protegido. Miluinel llegó corriendo hasta el lugar después de haber recuperado el arco. Los arqueros se apostaron detrás de la infantería, a manera de cuña. Había ya recuperado algunas flechas
-¡¡Herio!! - gritó la joven mientras los arqueros tensaban sus arcos (cargad) . Ágil, colocó una flecha, ahora manchada de roja sangre. Las tropas enemigas alzaron una terrible polvareda al correr en tropel y furiosamente
-¡¡leithio i philinn!!- gritó al fin (¡disparad vuestras flechas!)
Una lluvia mortal cayó sobre los salvajes, destruyendo su primera línea y debilitando la formación que llevaban... pero no exterminaron a todos y se acercaban cada vez más. La infantería respondió, blandiendo sus firmes espadas, como destellos brillantes que cortaran la negrura del aire.
Repitieron tantas veces como se requería, pero los orcos no dejaban de llegar. Seguían acorralados en aquella peña sin modo de salir, disparando sin cesar, una y otra vez. El suelo estaba lleno de cadáveres de ambos bandos, cada vez era más difícil moverse entre todo aquello. Miluinel no dejaba de dar órdenes de ataque, aunque por dentro estaba muerta de desesperación; aquello nunca iba a tener fin, y no podían salir de aquel lugar. Una negra flecha se clavó en el pecho de uno de sus arqueros.
-¡No! ¡No, no! - fue lo que pudo gritar al ver el cuerpo sin vida a su lado. No tenían más flechas -¡Atacad cuerpo a cuerpo! ¡y traten de recuperar flechas!-
Aquellas órdenes sonaban como intentos desesperados por sobrevivir. Y así era; estaban agotados y el enemigo se renovaba constantemente. Pero nadie se daba por vencido, la infantería aún con las fuerzas disminuidas, no se detenían un solo segundo. Los arqueros llegaron a las primeras líneas, para reforzar la formación y atacar directamente, no tenían más unidades de alcance, en aquel momento tenían que pelear con lo que tuvieran. Unas fuerzas encendidas salieron de todos los soldados, quienes, enardecidos, pelearían hasta el final. Los horrendos orcos caían bajo el yugo del metal templado. Pero no por demasiado tiempo... Miluinel manejaba un par de dagas ágilmente, aunque era un ataque riesgoso pues los enemigos se acercaban demasiado. Un enorme uruk la había derribado y entre los cadáveres, no lograba levantarse. Pero antes de que le diera el golpe final, el uruk cayó muerto.
-¡Vamos! ¡levántese capitan!- dijo Luinil agitada y con la armadura ensangrentada. Aún en esa situación no perdía su ácido humor.
-¡Tenemos que salir de aquí, o moriremos todos!- dijo Miluinel mirando alrededor por un momento
-¡¿Salir?! ¡¿No ves que apenas podemos aguantar?!- replicó Luinil, que atestaba más golpes a los incansables orcos
- ¡No dejaré morir a todos de esta manera!-
-¡Estamos acorralados! ¡Por Elbereth, Miluinel, será un suicidio!-
-¡De todas maneras aquí atrapados vamos a sucumbir tarde o temprano!-
-¡Podríamos esperar refuerzos!-
-¡No! ¡Nos vamos, necesitamos abrirnos paso!-
-¡¿Estás loca?! No sé por qué te habrían nombrado capitán-
Miluinel miró un momento a Luinil y se apresuró a comunicar órdenes a los soldados. Todos dudaron de la decisión de su capitán, pero los otros dos dirigentes de las tropas estuvieron de acuerdo. Realizaron una formación lineal, flanqueada por algunos arqueros que habían recuperado flechas, para disminuir un poco el ataque.
A duras penas lograron salir de la peña que los aprisionaba; al poco rato vieron más orcos que llevaban detrás a tres enormes y monstruosos trolls, rompiendo y aplastando todo lo que se encontraban enfrente. Destruyó el escollo de piedra gris donde hasta hace poco estuvieran. Aquello hubiera sido su muerte. Las mermadas escuadras se abrieron paso hasta donde sólo había cadáveres. A lo lejos el ejército de Arnor aún peleaba, con la infantería y caballería moviéndose precisa y letalmente; había un gris y mortecino resplandor en el cielo, a cambio del límpido sol que habría a media tarde. En la retirada, escucharon el claro sonido de un cuerno que retumbaba en el aire y parecía meterse hasta en los huesos de cada soldado. Miraron al oeste: unas tropas de negro y plata avanzaban con gran rapidez. El estandarte de Gondor se podía distinguir fácilmente
-¡Anárion! ¡El príncipe Anárion! - se escuchaban los gritos de los emocionados Edain. Por un momento, todos respiraron aliviados. Sí, habían llegado refuerzos
La estrategia fue casi impecable; en unas horas los últimos grupos dispersos de tropas enemigas eran exterminados, o salían huyendo desesperadamente en direcciones inciertas. La noche estaba avanzada para ese entonces. La mayoría de los soldados se dirigió al cercano campamento donde estaban todas las tropas reunidas.
Miluinel caminaba cerca de las tiendas de los nobles, donde habían reportado lo sucedido. El cielo estaba velado, aquella noche no había estrellas.
-Me gusta vuestro estilo- dijo de pronto Glorfindel, que se acercaba, bromeando sobre la desastrosa apariencia de Miluinel. Ella le dio un leve codazo en respuesta
-He estado terrible este día, llevé a mis soldados al matadero... y además me caí- dijo, mientras pateaba una piedrecilla en el piso.
- No digas tonterías, ya supe lo que sucedió en realidad-
Miluinel no dijo nada y llevaba una expresión de enojo, que más que parecer seria, daba un poco de ternura.
-Lo has hecho bien, y lo seguirás haciendo bien- dijo Glorfindel sonriendo - y cuida bien ese equilibrio, no queremos que nuestros mejores arqueros se anden despeñando-
Glorfindel reía y Miluinel le echó una mirada asesina, pero después sonrió amargamente...
- Es más difícil de lo que pensaba-
-Claro que lo es... dímelo a mi- Por un momento la sonrisa del rubio noldo se apagó un poco y sus ojos vieron más allá de lo que había ahora, como si viajaran largamente en el tiempo, recordando... Miluinel lo vio por un rato sin que él la viera. Esa noche no habría estrellas, pero había una más cercana, que le iluminaba el alma en aquel incierto espacio.
**********
Meses de pelea sin descanso. Miles de flechas disparadas, miles de heridas, estrategias, órdenes... cada minuto duraba una eternidad en el campo de batalla; furioso, incomprensivo, devorándose a todo aquel que no resistiera más. En el estéril valle yacían miles de cadáveres. Día tras día el metal se teñía con el rojo de la sangre, la muerte, despiadada y burlona, visitaba las tropas diariamente, arrancándole la vida a elfos, hombres, orcos, bestias... miraba como se batían en medio del dolor y después, los envolvía en su negro manto. Al aire estaba viciado y denso, se respiraba terror y pena. Muchas veces, en medio del combate, sobre horrendas bestias aladas, o sobre caballos tan negros como su propia existencia, venían los Nazgûl, aterrorizando a los soldados, casi llevándolos a la locura. Aquellos eran enemigos que el metal y las flechas no podían vencer... muchos soldados parecían hacerse pequeños, como roedores buscando agujeros donde ocultarse.
Esa mañana llegó una tropa de elfos del Bosque Verde, liderada por la reina Eirien, quien al momento fue recibida en el pabellón donde se llevaba a cabo la estrategia y los planes de ataque. Pasaron horas ahí adentro; todos los capitanes estaban desesperados, pues no sabían todavía cuál sería el siguiente paso. Entre ellos estaba Miluinel, que aburrida de esperar, se había puesto a hacer trencillas en su cabello.
-Aiya Miluinel-
-¡Aiya Aradan! Hacía días que no te veía... ¿Qué te ha pasado ahí?- dijo Miluinel, señanando el antebrazo del joven noldo
-Ah, una herida sin importancia; pero pudo ser peor-
-Esto parece estar imposible... es gracioso, yo me he lastimado más por mi misma que por enemigos- le respondió divertida
Aradan puso un gesto confundido
-Entre mis caídas y los golpes que me doy sola voy a matarme-
El elfo soltó una carcajada y ambos no paraban de reír, hasta que por fin alguien salió del pabellón
-¡Padre! ¿Qué ha pasado?- preguntó Aradan apresurándose hacia Vorondil, que acababa de salir
- Atacaremos el Morannon de frente...- dijo Vorondil en voz muy baja
-¿Qué? ¿No es demasiado arriesgado?-
-Estamos atrapados, no hay más por hacer-
Miluinel vió salir a Rohedil y a los nobles, y después uno a uno todos los grandes señores, que rápidamente reunieron a los capitanes para establecer las estrategias. Esta vez no tardaron demasiado, estaba claro lo que había que hacer.
- ¿Entonces os ha quedado claro? Tu escuadra de arqueros se unirá a las demás, para secundar la infantería en la parte central... y no olvides que tienes que avanzar, ¡no retrocedas un solo paso! - decía enérgicamente Rohedil dirigiéndose a Miluinel
-Muy claro, Señor-
-Y dejad atrás a las unidades debilitadas, no podemos perder más gente. Guardarán la espalda de los frentes, no rompan el orden, y no traten de adelantarse a los que van al frente- decía Isildur con decisión
Todos los capitanes asentían y hacían algunas preguntas. Se había dispuesto todo en pocas horas, todos sabían que hacer y cómo hacerlo... pero nadie podía saber lo que sucedería.
*
-¿Señor, ha visto a Isilnar?- preguntaba Luinil, mirando a todos lados
-Debe estar con los elfos de Círdan, por allá- le respondió Rohedil, mientras veía como se alejaba rápidamente la elfa. Caminaba hacia las tiendas de los sanadores; la noche anterior había resistido a un sorpresivo ataque nocturno y había sido herido en un costado. No había querido que lo atendiesen, pero el dolor le había resultado insoportable y por su propio paso fue con las sanadoras. Caminaba lento y haciendo pausas, con una mano sobre la herida.
-Aiya Rohedil- saludó Isilwen, la jefa de sanadores en Imladris - ¿Qué os ha pasado?-
-Una cosa de nada- dijo con una sonrisa interrumpida por un leve quejido
-Pasa, pasa-
Rohedil se sentó en uno de los pocos camastros vacíos que había en la amplia tienda.
-Vamos a ver- dijo Isilwen, acercándose con algunos paños y agua
Quitó la mano lentamente, estaba empapada en sangre.
-¿Por qué no viniste antes? Esto está peor de lo que creí-
-No me había dado cuenta- respondió, con la voz entrecortada
La elfa negó con la cabeza, lo conocía desde hace tiempo y sabía lo orgulloso que podía ser, jamás aceptaría que le dieran una mano, a menos que, como ahora, fuese absolutamente necesario.
-Le pondré algunas vendas y tendrá que estar tranquilo por lo menos dos días, no querrá que esto empeore... si eso sucede, se quedará aquí a descansar- le dijo Isilwen escondiendo una sonrisa, sabiendo lo que el elfo le contestaría
-¡Eso... nunca!- dijo Rohedil moviéndose súbitamente, lo que le provocó más dolor
-No se mueva- le dijo Isilwen sonriente- y tendrá que quitarse esto - señaló el jubón azul oscuro que llevaba el elfo.
Rohedil se quitó la ropa como pudo, pues el dolor no lo dejaba estirar demasiado el brazo. Isilwen limpió la fea herida con los paños húmedos y aplicó algunos líquidos que a Rohedil parecían dolerle más que la misma lesión. Con los ojos cerrados como los tenía no pudo ver llegar a Miluinel, que lo miró alarmada
-¡¿Pero qué os ha pasado?!- dijo la elfa acercándose rápidamente
-Miluinel- alcanzó a decir Rohedil mientras le aplicaban otra dolorosa compresa. Su rostro estaba ruborizado, no era demasiado propio que ella lo viese parcialmente desnudo. Ahora Isilwen colocaba los vendajes que reforzaban la curación, mientras Miluinel se sentaba a su lado.
-Muy bien, Rohedil, recuerde cuidar de esta herida-
-Hantalë - dijo, alcanzando su jubón, pero fue interrumpido
-No pensará ponerse eso de nuevo-
-Puedo traeros algo- se ofreció Miluinel
-No os molestéis-
Isilwen le dio una holgada camisa clara, que rápidamente se puso. La sanadora se fue a atender a otros heridos.
-¿Qué ha pasado? ¿Ha sido grave?-
-No, nada de qué... preocuparse- dijo, con la voz disminuida
-Ah, no podrá engañarme, se veía bastante mal, fue por lo de anoche, ¿no?-
Rohedil ladeó la cabeza, dándose por vencido y después se limitó a asentir
-Tendrá que ponerse bien en unos días... no podré pelear sin usted-
-Ahí estaré, téngalo por seguro-
Miluinel se acercó un poco al elfo, con movimientos indecisos; sus rostros estuvieron cerca, tal vez demasiado cerca. Los labios de la elfa se entreabrieron, a esa distancia podía sentir el cálido aliento de Rohedil... se acercó un poco más, pero, impensadamente desvió sus labios y depositó un suave beso en la mejilla del elfo.
********
El fragor de la batalla era aterrorizante. Hordas salvajes de orcos avanzaban sin temor aparente del magnífico ejército, que para entonces había reunido todas sus fuerzas en una gran tropa que abarcaba el ancho valle...
////////////
Waaaaaaaa pues lo he dejado como cortado, pero no se apuren, que no me tardo nada es subir el siguiente, para no perder secuencia. Es inevitable en mi el momento romántico, chale, espero que no haya quedado muy jalado... He andado un poquillo atorada con esto por la maldita escuela ¬_¬ Ahora sí que la cosa se pone buena con esta indecisa elfa, chale...chalequito....chamarra... y abriguito... De nuevo, gracias a Cari-Chan, gracias por que ya ni permiso le pido para calabacearme a Aradan jejeje oye!! Y ya me lo andabas poniendo como santo Cristo en tu capi pasado, como se te ocurra matarlo o hacerle algo feo...!!! nooo en serio que te va mal jajajajaja En fin, mil gracias por sus reviews a Anariel (mi gran amiga) a Nariko, Cari-Chan, a la Sacerdotisa Elanta, a Bregalad (vaya, que buenos elogios me echaste en tu pasado review)
Tenna rato!
Los gritos desesperados de Miluinel apenas se distinguían entre el grave chocar de las espadas, el zumbido cortante de las flechas y los gritos y gemidos de elfos, edain, orcos y haradrim.
-¡Desciendan, necesitan ayuda allá abajo!- gritó de nuevo la joven arquera, al momento en que los demás soldados comenzaban a descender de aquella saliente alta de roca desde donde acabaron con bastantes orcos. Pero no era suficiente... de ahora en adelante, nunca sería suficiente, había que estar en movimiento, organizados, tirando flechas, atestando golpes, venciendo el dolor de las manos cansadas y la vista fatigada, ignorando las melladuras de las antes relucientes armaduras, sobreviviendo, mirando de frente hasta el día de la muerte.
Miluinel fue la última en bajar, esquivando las negras flechas que los haradrim les lanzaban. Esperaba a que todos sus hombres bajasen, mientras en movimientos casi imperceptibles sacaba las flechas de su carcaj y las tiraba con gran maestría. Más abajo en el valle, las escuadras de infantería peleaban desesperados, esperando algún refuerzo.
-¡Capitán! ¡Vamos! - gritó uno de los soldados de su escuadra, tratando de apresurarla. Miluinel hizo una seña y comenzó a descender la pedregosa cuesta de la altura donde estaba. Aquel fuerte de piedra gris no era seguro más tiempo, algunos orcos habían comenzado ya a subir por entre las rocas, provocando que no tuvieran más control en la altura. Miluinel extendió de nuevo el arco antes de bajar y justo al momento en que disparaba a un orco, las piedras sobre las que estaba parada se aflojaron y se vinieron abajo. Precipitada y dolorosamente se resbaló por la empinada cuesta de rocas afiladas y no se detuvo hasta llegar abajo, seguida de las piedras y la arena que aún venían bajando.
-¡Diablos!- alcanzó a gritar, con la cara rasguñada y sucia de tierra. El combate ahí era fiero, se aproximaba una hueste entera de orcos; y apenas pudo esquivar un golpe de espada perdido que iba justo a su cabeza. Buscó con su brazo una flecha pero el carcaj estaba vacío... desenfundó rápidamente la espada corta que llevaba a la cintura y cortó el cuello del orco cuando este se acercó para matarla. La negra sangre calló a chorros, manchando su cabello.
-¡Capitán! ¡la necesitamos! -
de inmediato se levantó y corrió hasta donde estaba su escuadra, acompañada por la infantería, preparándose para resistir el embate del ejército enemigo, que ahora los superaba en número. No eran muchos soldados, y estaban aislados ahora por una especie de pared de piedra que antes les hubiera protegido. Miluinel llegó corriendo hasta el lugar después de haber recuperado el arco. Los arqueros se apostaron detrás de la infantería, a manera de cuña. Había ya recuperado algunas flechas
-¡¡Herio!! - gritó la joven mientras los arqueros tensaban sus arcos (cargad) . Ágil, colocó una flecha, ahora manchada de roja sangre. Las tropas enemigas alzaron una terrible polvareda al correr en tropel y furiosamente
-¡¡leithio i philinn!!- gritó al fin (¡disparad vuestras flechas!)
Una lluvia mortal cayó sobre los salvajes, destruyendo su primera línea y debilitando la formación que llevaban... pero no exterminaron a todos y se acercaban cada vez más. La infantería respondió, blandiendo sus firmes espadas, como destellos brillantes que cortaran la negrura del aire.
Repitieron tantas veces como se requería, pero los orcos no dejaban de llegar. Seguían acorralados en aquella peña sin modo de salir, disparando sin cesar, una y otra vez. El suelo estaba lleno de cadáveres de ambos bandos, cada vez era más difícil moverse entre todo aquello. Miluinel no dejaba de dar órdenes de ataque, aunque por dentro estaba muerta de desesperación; aquello nunca iba a tener fin, y no podían salir de aquel lugar. Una negra flecha se clavó en el pecho de uno de sus arqueros.
-¡No! ¡No, no! - fue lo que pudo gritar al ver el cuerpo sin vida a su lado. No tenían más flechas -¡Atacad cuerpo a cuerpo! ¡y traten de recuperar flechas!-
Aquellas órdenes sonaban como intentos desesperados por sobrevivir. Y así era; estaban agotados y el enemigo se renovaba constantemente. Pero nadie se daba por vencido, la infantería aún con las fuerzas disminuidas, no se detenían un solo segundo. Los arqueros llegaron a las primeras líneas, para reforzar la formación y atacar directamente, no tenían más unidades de alcance, en aquel momento tenían que pelear con lo que tuvieran. Unas fuerzas encendidas salieron de todos los soldados, quienes, enardecidos, pelearían hasta el final. Los horrendos orcos caían bajo el yugo del metal templado. Pero no por demasiado tiempo... Miluinel manejaba un par de dagas ágilmente, aunque era un ataque riesgoso pues los enemigos se acercaban demasiado. Un enorme uruk la había derribado y entre los cadáveres, no lograba levantarse. Pero antes de que le diera el golpe final, el uruk cayó muerto.
-¡Vamos! ¡levántese capitan!- dijo Luinil agitada y con la armadura ensangrentada. Aún en esa situación no perdía su ácido humor.
-¡Tenemos que salir de aquí, o moriremos todos!- dijo Miluinel mirando alrededor por un momento
-¡¿Salir?! ¡¿No ves que apenas podemos aguantar?!- replicó Luinil, que atestaba más golpes a los incansables orcos
- ¡No dejaré morir a todos de esta manera!-
-¡Estamos acorralados! ¡Por Elbereth, Miluinel, será un suicidio!-
-¡De todas maneras aquí atrapados vamos a sucumbir tarde o temprano!-
-¡Podríamos esperar refuerzos!-
-¡No! ¡Nos vamos, necesitamos abrirnos paso!-
-¡¿Estás loca?! No sé por qué te habrían nombrado capitán-
Miluinel miró un momento a Luinil y se apresuró a comunicar órdenes a los soldados. Todos dudaron de la decisión de su capitán, pero los otros dos dirigentes de las tropas estuvieron de acuerdo. Realizaron una formación lineal, flanqueada por algunos arqueros que habían recuperado flechas, para disminuir un poco el ataque.
A duras penas lograron salir de la peña que los aprisionaba; al poco rato vieron más orcos que llevaban detrás a tres enormes y monstruosos trolls, rompiendo y aplastando todo lo que se encontraban enfrente. Destruyó el escollo de piedra gris donde hasta hace poco estuvieran. Aquello hubiera sido su muerte. Las mermadas escuadras se abrieron paso hasta donde sólo había cadáveres. A lo lejos el ejército de Arnor aún peleaba, con la infantería y caballería moviéndose precisa y letalmente; había un gris y mortecino resplandor en el cielo, a cambio del límpido sol que habría a media tarde. En la retirada, escucharon el claro sonido de un cuerno que retumbaba en el aire y parecía meterse hasta en los huesos de cada soldado. Miraron al oeste: unas tropas de negro y plata avanzaban con gran rapidez. El estandarte de Gondor se podía distinguir fácilmente
-¡Anárion! ¡El príncipe Anárion! - se escuchaban los gritos de los emocionados Edain. Por un momento, todos respiraron aliviados. Sí, habían llegado refuerzos
La estrategia fue casi impecable; en unas horas los últimos grupos dispersos de tropas enemigas eran exterminados, o salían huyendo desesperadamente en direcciones inciertas. La noche estaba avanzada para ese entonces. La mayoría de los soldados se dirigió al cercano campamento donde estaban todas las tropas reunidas.
Miluinel caminaba cerca de las tiendas de los nobles, donde habían reportado lo sucedido. El cielo estaba velado, aquella noche no había estrellas.
-Me gusta vuestro estilo- dijo de pronto Glorfindel, que se acercaba, bromeando sobre la desastrosa apariencia de Miluinel. Ella le dio un leve codazo en respuesta
-He estado terrible este día, llevé a mis soldados al matadero... y además me caí- dijo, mientras pateaba una piedrecilla en el piso.
- No digas tonterías, ya supe lo que sucedió en realidad-
Miluinel no dijo nada y llevaba una expresión de enojo, que más que parecer seria, daba un poco de ternura.
-Lo has hecho bien, y lo seguirás haciendo bien- dijo Glorfindel sonriendo - y cuida bien ese equilibrio, no queremos que nuestros mejores arqueros se anden despeñando-
Glorfindel reía y Miluinel le echó una mirada asesina, pero después sonrió amargamente...
- Es más difícil de lo que pensaba-
-Claro que lo es... dímelo a mi- Por un momento la sonrisa del rubio noldo se apagó un poco y sus ojos vieron más allá de lo que había ahora, como si viajaran largamente en el tiempo, recordando... Miluinel lo vio por un rato sin que él la viera. Esa noche no habría estrellas, pero había una más cercana, que le iluminaba el alma en aquel incierto espacio.
**********
Meses de pelea sin descanso. Miles de flechas disparadas, miles de heridas, estrategias, órdenes... cada minuto duraba una eternidad en el campo de batalla; furioso, incomprensivo, devorándose a todo aquel que no resistiera más. En el estéril valle yacían miles de cadáveres. Día tras día el metal se teñía con el rojo de la sangre, la muerte, despiadada y burlona, visitaba las tropas diariamente, arrancándole la vida a elfos, hombres, orcos, bestias... miraba como se batían en medio del dolor y después, los envolvía en su negro manto. Al aire estaba viciado y denso, se respiraba terror y pena. Muchas veces, en medio del combate, sobre horrendas bestias aladas, o sobre caballos tan negros como su propia existencia, venían los Nazgûl, aterrorizando a los soldados, casi llevándolos a la locura. Aquellos eran enemigos que el metal y las flechas no podían vencer... muchos soldados parecían hacerse pequeños, como roedores buscando agujeros donde ocultarse.
Esa mañana llegó una tropa de elfos del Bosque Verde, liderada por la reina Eirien, quien al momento fue recibida en el pabellón donde se llevaba a cabo la estrategia y los planes de ataque. Pasaron horas ahí adentro; todos los capitanes estaban desesperados, pues no sabían todavía cuál sería el siguiente paso. Entre ellos estaba Miluinel, que aburrida de esperar, se había puesto a hacer trencillas en su cabello.
-Aiya Miluinel-
-¡Aiya Aradan! Hacía días que no te veía... ¿Qué te ha pasado ahí?- dijo Miluinel, señanando el antebrazo del joven noldo
-Ah, una herida sin importancia; pero pudo ser peor-
-Esto parece estar imposible... es gracioso, yo me he lastimado más por mi misma que por enemigos- le respondió divertida
Aradan puso un gesto confundido
-Entre mis caídas y los golpes que me doy sola voy a matarme-
El elfo soltó una carcajada y ambos no paraban de reír, hasta que por fin alguien salió del pabellón
-¡Padre! ¿Qué ha pasado?- preguntó Aradan apresurándose hacia Vorondil, que acababa de salir
- Atacaremos el Morannon de frente...- dijo Vorondil en voz muy baja
-¿Qué? ¿No es demasiado arriesgado?-
-Estamos atrapados, no hay más por hacer-
Miluinel vió salir a Rohedil y a los nobles, y después uno a uno todos los grandes señores, que rápidamente reunieron a los capitanes para establecer las estrategias. Esta vez no tardaron demasiado, estaba claro lo que había que hacer.
- ¿Entonces os ha quedado claro? Tu escuadra de arqueros se unirá a las demás, para secundar la infantería en la parte central... y no olvides que tienes que avanzar, ¡no retrocedas un solo paso! - decía enérgicamente Rohedil dirigiéndose a Miluinel
-Muy claro, Señor-
-Y dejad atrás a las unidades debilitadas, no podemos perder más gente. Guardarán la espalda de los frentes, no rompan el orden, y no traten de adelantarse a los que van al frente- decía Isildur con decisión
Todos los capitanes asentían y hacían algunas preguntas. Se había dispuesto todo en pocas horas, todos sabían que hacer y cómo hacerlo... pero nadie podía saber lo que sucedería.
*
-¿Señor, ha visto a Isilnar?- preguntaba Luinil, mirando a todos lados
-Debe estar con los elfos de Círdan, por allá- le respondió Rohedil, mientras veía como se alejaba rápidamente la elfa. Caminaba hacia las tiendas de los sanadores; la noche anterior había resistido a un sorpresivo ataque nocturno y había sido herido en un costado. No había querido que lo atendiesen, pero el dolor le había resultado insoportable y por su propio paso fue con las sanadoras. Caminaba lento y haciendo pausas, con una mano sobre la herida.
-Aiya Rohedil- saludó Isilwen, la jefa de sanadores en Imladris - ¿Qué os ha pasado?-
-Una cosa de nada- dijo con una sonrisa interrumpida por un leve quejido
-Pasa, pasa-
Rohedil se sentó en uno de los pocos camastros vacíos que había en la amplia tienda.
-Vamos a ver- dijo Isilwen, acercándose con algunos paños y agua
Quitó la mano lentamente, estaba empapada en sangre.
-¿Por qué no viniste antes? Esto está peor de lo que creí-
-No me había dado cuenta- respondió, con la voz entrecortada
La elfa negó con la cabeza, lo conocía desde hace tiempo y sabía lo orgulloso que podía ser, jamás aceptaría que le dieran una mano, a menos que, como ahora, fuese absolutamente necesario.
-Le pondré algunas vendas y tendrá que estar tranquilo por lo menos dos días, no querrá que esto empeore... si eso sucede, se quedará aquí a descansar- le dijo Isilwen escondiendo una sonrisa, sabiendo lo que el elfo le contestaría
-¡Eso... nunca!- dijo Rohedil moviéndose súbitamente, lo que le provocó más dolor
-No se mueva- le dijo Isilwen sonriente- y tendrá que quitarse esto - señaló el jubón azul oscuro que llevaba el elfo.
Rohedil se quitó la ropa como pudo, pues el dolor no lo dejaba estirar demasiado el brazo. Isilwen limpió la fea herida con los paños húmedos y aplicó algunos líquidos que a Rohedil parecían dolerle más que la misma lesión. Con los ojos cerrados como los tenía no pudo ver llegar a Miluinel, que lo miró alarmada
-¡¿Pero qué os ha pasado?!- dijo la elfa acercándose rápidamente
-Miluinel- alcanzó a decir Rohedil mientras le aplicaban otra dolorosa compresa. Su rostro estaba ruborizado, no era demasiado propio que ella lo viese parcialmente desnudo. Ahora Isilwen colocaba los vendajes que reforzaban la curación, mientras Miluinel se sentaba a su lado.
-Muy bien, Rohedil, recuerde cuidar de esta herida-
-Hantalë - dijo, alcanzando su jubón, pero fue interrumpido
-No pensará ponerse eso de nuevo-
-Puedo traeros algo- se ofreció Miluinel
-No os molestéis-
Isilwen le dio una holgada camisa clara, que rápidamente se puso. La sanadora se fue a atender a otros heridos.
-¿Qué ha pasado? ¿Ha sido grave?-
-No, nada de qué... preocuparse- dijo, con la voz disminuida
-Ah, no podrá engañarme, se veía bastante mal, fue por lo de anoche, ¿no?-
Rohedil ladeó la cabeza, dándose por vencido y después se limitó a asentir
-Tendrá que ponerse bien en unos días... no podré pelear sin usted-
-Ahí estaré, téngalo por seguro-
Miluinel se acercó un poco al elfo, con movimientos indecisos; sus rostros estuvieron cerca, tal vez demasiado cerca. Los labios de la elfa se entreabrieron, a esa distancia podía sentir el cálido aliento de Rohedil... se acercó un poco más, pero, impensadamente desvió sus labios y depositó un suave beso en la mejilla del elfo.
********
El fragor de la batalla era aterrorizante. Hordas salvajes de orcos avanzaban sin temor aparente del magnífico ejército, que para entonces había reunido todas sus fuerzas en una gran tropa que abarcaba el ancho valle...
////////////
Waaaaaaaa pues lo he dejado como cortado, pero no se apuren, que no me tardo nada es subir el siguiente, para no perder secuencia. Es inevitable en mi el momento romántico, chale, espero que no haya quedado muy jalado... He andado un poquillo atorada con esto por la maldita escuela ¬_¬ Ahora sí que la cosa se pone buena con esta indecisa elfa, chale...chalequito....chamarra... y abriguito... De nuevo, gracias a Cari-Chan, gracias por que ya ni permiso le pido para calabacearme a Aradan jejeje oye!! Y ya me lo andabas poniendo como santo Cristo en tu capi pasado, como se te ocurra matarlo o hacerle algo feo...!!! nooo en serio que te va mal jajajajaja En fin, mil gracias por sus reviews a Anariel (mi gran amiga) a Nariko, Cari-Chan, a la Sacerdotisa Elanta, a Bregalad (vaya, que buenos elogios me echaste en tu pasado review)
Tenna rato!
