Habían pasado ya años desde que el Morannon había caído; el ejército de la Última Alianza estaba instalado en el yermo y bruno valle de Udûn; un firme y persistente sitio a la fortaleza del enemigo era en lo que ahora invertían esfuerzos. Los días eran largos y pesados, con la muerte pisándoles los talones. El sabor amargo del agua de Mordor era lo único que podía saciar su sed. Diariamente, los asedios eran intensos y mortales. Ya muchos se habían ido... entre ellos el príncipe Anárion.

Miluinel aspiró fuertemente, halando todo el aire limpio que pudo. Salir de Mordor era un alivio, aunque su misión no era precisamente del todo agradable. Estaban en las tierras pardas, con una tropa no muy grande de exploración, pues el armamento de flechas y víveres desde Bosque Verde, que se suponía debía haber llegado ya a Mordor, llevaba una semana de retraso. El tiempo que llevaban viajando era cada día más insoportable, pues en su camino no encontraban un solo rastro de la gente ni del equipo. Había árboles altos y ralos, que les dificultaban el paso. Aún así, la caravana exploradora era eficiente y no se detenía.

-Apresuraos- dijo Glorfindel, aproximándose a Miluinel y Luinil, que avanzaban perezosamente sobre sus caballos.

-Claro, mi señor- respondieron ambas

La noche había caído y todos los elfos sonrieron con los ojos al mirar de nuevo las estrellas... pero también sabían que tendrían que volver allá donde la oscuridad lo cubría todo, a seguir encarando al mal de frente, a seguir atacando, derramando sangre... Luinil se adelantó y se alejó de todos los demás. Obviamente, algo oprimía su alma, pero Miluinel no había querido preguntarle nada todavía... todo se había tornado extraño, pues sus inseparables amigos últimamente parecían agobiados; quería pensar que era sólo el sufrimiento que la guerra producía, aunque en su corazón sabía que se trataba de algo más.

-¿Qué pasa, Miluinel?- preguntó Aradan, en un tono sereno

-No lo sé... creo que es por todo esto, pero algo no anda bien- le respondió la elfa tristemente

-Hablas de tus amigos-

-Sí...- dijo Miluinel extrañada de que supiera- tal vez esté haciendo algún daño sin darme cuenta-

-Pues te he visto bastante ocupada planeando estrategias con los elfos de Círdan...-

-¿Estás insinuando que yo...?- preguntó Miluinel dudando un momento -No, eso jamás- puntualizó, con firmeza

Su conversación fue interrumpida de súbito por unos gritos desesperados
-¡¡Mi Señor Glorfindel!!! ¡¡¡No, no es posible!!! ¡¡¡vengan, por favor!!- las voces de una horrorizada Luinil sobresaltaron a todos, que se apresuraron en la dirección de donde había venido. No tardaron demasiado en llegar hasta el lugar de los gritos. Todos los elfos llegaron hasta el lugar donde estaba Luinil, que había bajado del caballo. contemplaron un horrendo espectáculo, un claro entre árboles lleno de cadáveres de silvanos, algunos estaban moribundos, pero no había ninguno en pie. De inmediato fueron a socorrerlos.

-Ay no...- musitó Glorfindel, acercándose a uno de los moribundos. Se arrodilló y tomó la mano ensangrentada de la que parecía una rubia elfa Los exploradores hacían lo que podían, pero, terriblemente llegaron sólo para mirar como sus hermanos entregaban su último aliento. No pudieron salvar a nadie más que a 5 compañeros, que subieron a las grupas de sus caballos. Los carros y el armamento habían sido saqueados o destrozados; aún con todo, la tropa enemiga no debió ser muy numerosa... pero había algo más, una desolación en la tierra, en los árboles... un hálito de maldad insondable, más que la de los orcos y huargos que se habían encargado de masacrar a los silvanos.

-¿Glorfindel?¿Qué pasa, está viva...?- la voz de Aradan se quebró cuando pudo reconocer el rostro destrozado de la elfa. Era la reina Eirien. Su respiración era débil y entrecortada, y abría los esmeraldinos ojos de vez en cuando. La compañía se apresuró a regresar a Mordor, rogando a Eru que sus compañeros sobrevivieran. Glorfindel llevaba a la moribunda reina Eirien, y aunque cabalgaba con rapidez, tenía todo el cuidado con el maltratado cuerpo como lo podría tener. Eirien llevaba extrañas heridas, no parecían de armas orcas ni hechas por bestias... el cuerpo estaba helado, como el hielo y más pálido que la luna... No se dijo una sola palabra en el retorno, pero todos sabían lo que llevaban dentro; el sufrimiento les corroía por dentro, cada minuto que pasaba era más doloroso, sus corazones estaban tan turbados que ni siquiera fuerzas había para demostrarlo.

*

-¡Vamos! ¡No hay tiempo!- dijo Glorfindel bajando tan rápida como cuidadosamente a la reina Eirien, parecía que todavía respiraba... La compañía de exploración no tuvo ni siquiera tiempo para descansar, pues de inmediato habían acudido al campamento de sanadores para llevar a los sobrevivientes de la masacre. Las sanadoras contemplaron con horror a los dañados elfos y no perdieron ni un minuto.

-No... no podemos hacer nada...- decía Isilwen, que invertía todos sus conocimientos en vano, la reina Eirien ya no respondía, sus heridas habían empeorado, la sangre parecía salir de todos lados, de las numerosos heridas que tenía por todo el cuerpo.

-¡¿Cómo que no podéis hacer nada?! ¡¿entonces para qué están aquí?!- gritó Glorfindel alterado, al mirar que la elfa no respiraba más... -No es culpa de las sanadoras- dijo entonces la blanca presencia que había entrado en el pabellón de curación, clavando su mirada de zafiro en el exasperado noldo. La Dama Galadriel se aproximaba al cuerpo de Eirien. Pocos podían saberlo, pero en sus ojos había una tristeza y una nostalgia infinita. Le tomó la mano y pronunció unas palabras en voz muy baja, que nadie pudo escuchar. Entonces también entró Lindir, raudo, al saber de las noticias que la caravana exploradora había traído. Miluinel permanecía afuera del pabellón dando vueltas y vueltas, esperando que cualquiera de los elfos se pudiese salvar. Pero pronto murieron sus esperanzas. Ninguno había sobrevivido, todos habían muerto poco después de ser llevados con los sanadores. Esta vez, la elfa ni siquiera pudo llorar; había dejado caer tantas lágrimas que parecía como si ya no pudiese hacerlo más, por que sabía, tenía la certeza, de que aún tendría que contemplar más muertes.

Días después se había preparado una especie de ceremonia, dejando que los cuerpos de los amados fueran entregados al Anduin. Por lo menos el agua tuvo el valor de limpiar sus heridas, y llevarlos allá, sin dolor, a donde todos un día llegarían...

******

-¿Está seguro que será el... último asedio?- preguntó Miluinel al señor Elrond, que informaba a todos los capitanes de la acción venidera. Atacarían Barad-dûr de la manera más fiera que podían; sería la última vez, pues todas sus fuerzas sin descanso ni tregua golpearían al enemigo, que se guarecía en su torre negra, sin dar esperanzas, sin mostrar más debilidad que su propio aislamiento.

-Rodearemos la torre negra, pelearemos con todo; si logramos que este golpe sea mortal será la última batalla... para bien o para mal- dijo Elrond, con decisión. A Miluinel le temblaban las manos; habían sido años agotadores y como todos sus compañeros y los soldados que quedaban deseaba con todas sus fuerzas que por fin terminara... pero ahora que estaba tan cerca, no podía imaginarse el final de todo eso. Después de finalizada la reunión de estrategia, caminaba entre las tiendas de regreso a la suya, esperando poder descansar un poco. En su camino encontró a Isilnar, que sacaba filo a su espada; él también había sido ya informado sobre el último asedio, pero se le notaba tranquilo.

-Aiya Miluinel- la saludó el elfo, con una media sonrisa

-Aiya... ¿preparándote ya?-

-Sí, tu deberías hacer lo mismo; oye... ¿podríamos hablar un momento? - le preguntó, dejando a un lado su labor.

-Claro- le respondió la elfa, caminando un poco hasta donde no había tanta gente. Notó a Isilnar un poco extraño, un poco... fuera de sí.

-¿Qué pasa?- le preguntó, para apresurar la conversación, pues tenía asuntos pendientes y estaba muriendo de cansancio.

-Miluinel... sé que Luinil es vuestra mejor amiga...pero últimamente tú....-

-¿Con qué intenciones dices todo esto?- interrumpió Miluinel extrañada. Pero el elfo no respondió nada y tomó sus manos... no tuvo tiempo si quiera de pensarlo pues alguien los había interrumpido

-¿Miluinel? Vamos, tenemos que...- esa era la voz de Luinil, que se había cortado en seco al mirar a su amiga y a Isilnar...

-Luinil... este elfo no es honesto contigo-

-¿Qué... dices?- le preguntó, con la respiración acelerándosele

-Que él... ha intentado engañarte-

-¿por qué...? los dos...no...- decía mientras las lágrimas manaban; su cuerpo parecía doblarse lentamente de dolor... y no pudo más, salió corriendo de ahí con los ojos encendidos de furia y empañados con lágrimas.

-¡¿Viste lo que has provocado?!- le preguntó furiosa a Isilnar, mientras trataba de alcanzar a su amiga -¡tu no mereces que ella te ame!-

-¡¿y tú qué sabes?! ¡Si ella me ama es asunto suyo! Pero tú... la has traicionado-

Miluinel lo volteó a ver realmente enojada, y decepcionada de alguien a quien creía su amigo. No respondió nada y seguía buscando con la mirada a su amiga, que confundía muchas veces con todo el ejército élfico que se estaba preparando para el asedio. Cuando la encontró, lloraba de una manera desesperada, como nunca había visto llorar a nadie; se acercó temerosa...

-¿Luinil?- le dijo muy bajo

-¡Déjame en paz! ¡Ya me has dejado las cosas bastante claras!-

-Pero yo no tuve la culpa, fue...-

-Ni siquiera te atrevas a decir que fue su culpa... ¡ esto fue desleal, quien hace esto no tiene corazón...! ¡¡te creí mi amiga!!-

-Lo soy-

-¡No, no lo eres! ¡Eres desconsiderada y vanidosa, ¿por qué no puedes aceptar que alguien sea feliz? ¿acaso por que tú no lo eres? ¡¿por qué ese a quien amas ni siquiera te mira y por que pasas tu vida sufriendo por el pasado?!-

Miluinel no contestó imediatamente, sus ojos de agua sólo miraban al suelo y cada amarga lágrima que dejaba caer su amiga le dolía más que una flecha clavada en su pecho

-Luinil... yo no merezco esto...- dijo por fin con voz muy baja, ahogando el llanto

-¡¡Yo tampoco merecía que ustedes dos me hicieran esto!!-

Eso había sido lo último que Miluinel había podido escuchar de Luinil, que se había ido ya, caminando rápidamente, llevando consigo su alma destrozada. La elfa no pudo ni siquiera llorar, se había quedado ahí mirando al piso, con todas las palabras de Luinil dándole vueltas por la cabeza

-...tal vez sea cierto... tal vez sí sea mi culpa...- decía Miluinel de pronto, con la mirada perdida. Notó que alguien llegaba hasta donde estaba.

-Os he buscado tanto, por fin. Vaya a alistarse... para el anochecer tendremos que tener todo listo- dijo una voz masculina bastante conocida, debía ser Rohedil, pero ella no levantó la mirada, estaba demasiado dolorida para prestarle atención a alguien

-¿Miluinel? ¿Os pasa algo?- preguntó el elfo, en un todo diferente y acercándose poco a poco a ella

-Nada...- murmuró, aún con la mirada perdida

-Puede confiar en mi- le dijo de nuevo, poniéndose a su lado

La elfa no le respondió inmediatamente, demoró un momento decidiendo si Rohedil podía ser digno de su confianza. Inconsciente de ello, la voz le empezó a temblar

-He perdido a mis amigos...- dijo, echándose a llorar. El elfo la recibió en un abrazo envolvente. De hecho, seguía sin tener la menor idea de lo que le sucedía a Miluinel, pero no pregunto más, sólo la cubrió con su abrazo lleno de amor; no podía soportar verla sufrir de ningún modo... la guerra se le había hecho aún más dura por que ella estaba ahí combatiendo y en ese momento el corazón se le encogía de escuchar su llanto.

-...estoy sola... me lo he ganado...- decía entre sollozos

-No diga eso... y no está sola-

Miluinel entonces lo miró a los ojos y ya sin pensarlo demasiado lo besó. El elfo cerró los ojos de inmediato, sólo pudo sentir el húmedo calor de los labios de ella... mezclados con el salado sabor de las lágrimas que habían mojado su rostro. La seguía abrazando, y pudo haber pasado así toda la eternidad si hubiera tenido que elegir. Cuando se separaron ella lo miró con un poco de vergüenza

-...perdona...-

-Te amo- le respondió el elfo apartándole el castaño cabello de la cara. Miluinel lo miró tristemente y lo abrazó de nuevo. Le dijo al oído lo mismo que él había dicho entonces. Se sintió confundida, sintió que su vida avanzaba rápidamente hasta un abismo donde no había nadie... había perdido a sus amigos, su confianza... pero ahí estaba él, todavía esperándola, aún después de que había cometido errores con los que tanto quería... él estaba ahí, dispuesto a amarla todavía.

-Vayamos con las filas, debemos prepararnos- dijo Rohedil

Ella lo siguió.

Las tropas se alistaban de nuevo, vigorosas, como si fuera el primer ataque. Aún entre las sombras las doradas armaduras brillaban y las capas ondeaban con las densas corrientes de aire. Las armas bajo las fundas permanecían quietas pero ansiosas de ser utilizadas, parecían gritar y escaparse. La figura del Rey Ereinion pocas veces había podido ser tan majestuosa: miraba mapas, daba órdenes, sus ojos grises y azules del mar guardaban ahí dentro una brillante esperanza todavía... el tiempo pasaba rápido y lento a la vez; el mal aguardaba detrás de su negra torre, viendo, como si de un juego se tratase, a los ejércitos enfrentarse una y otra vez. El Orodruin tronó varias veces, escupiendo bocanadas ardientes que relumbraban entre las nubes negras. ¿Por qué luchaban?... tanta sangre... tanto dolor... ¿Para qué? Miluinel no pudo obtener entonces una respuesta convincente.

*°* Miluinel caminó entre las tropas para ocupar su puesto; había hablado ya con todos sus conocidos y amigos, despidiéndose...

-Namarië Gadonen meldonya-(adiós, Gadonen amigo mío) dijo tristemente Miluinel mirando al orgulloso noldo

-Lo dices como si fueras a morir-

-No lo sabemos-

-¿Has hablado con Luinil? Ya sé lo que ha pasado...-

-No, pero todo está dicho-

-Parece como si te dieras por vencida, tal vez ella te perdone y...-

-Es que no ha sido mi culpa-

-¿Nada?¿Nada ha sido tu culpa?-

-No lo sé...-

Un cuerno sonó entonces en el valle. Era el último llamado, las filas necesitaban alistarse. Elendil y Ereinion aparecieron poniéndose al frente de las tropas... parecían enormes, magníficos. Delante de las tropas de Rivendel iba el señor Elrond y Glorfindel, con una distuinguida vestidura blanca. Todo el ejército combatiría cuerpo a cuerpo, pues la caballería no había podido permanecer ni un solo día en las negras y venenosas tierras.

El cuerno retumbó ahora con mucha más fuerza haciendo que todos se alinearan y tomaran su puesto definitivo. La ofensiva iba a empezar. De la torre oscura y sus puentes salió una enorme tropa de furiosos orcos que corrían en tropel hasta el ejército que avanzaba acompasadamente. El enfrentamiento inminente, el oro y plata se fundía con el negro y pardo del enemigo, en un combate mortal. Cada espada se movía por los aires y cortaba la inmundicia... algunos fallaban y caían, otros permanecían. Las flechas zumbaban constantemente, dejando caer una lluvia mortal sobre el enemigo

-¡¡¡Herio!!!- (cargad) gritaba Miluinel desde la segunda fila de arqueros, dando soporte a la infantería que no perdonaba a ninguna bestia. La lucha era despiadada, sangre y más sangre, negra y roja, salía y corría por la tierra como un río de dolor. Los yelmos se mellaban, las espadas perdían filo después de matar a tantos orcos... Narsil y Aiglos inspiraban terror al enemigo y una esperanza de seguir a los soldados que poco a poco se comenzaban a agotar. Miluinel había tropezado entre los cadáves... desde ahí pudo distinguir al joven Bereg, que yacía sin vida, atravesado por varias flechas negras. Recordó aquella noche en el valle cuando habían hablado...

"-la muerte alcanza hasta al que evita el combate-" le había dicho entonces el muchacho edain, que ahora se había ido. Las fuerzas se le iban terminando, aún más mientras reconocía todos aquellos caídos y los recordaba viviendo, riendo y hablando... la pregunta que se había hecho seguía sin respuesta... ¿todo... para qué?

Precisamente sacaba más flechas de su carcaj cuando todos se detuvieron en seco. No parecía haber nada, por lo menos nada visible que los hubiese detenido, pero ninguno podía pensar siquiera en dar un paso más. El terror heló los corazones y la incertidumbre se cernía en todos. Se volteaban a mirar sin encontrar respuestas. Estaban paralizados de miedo.

Las enormes puertas de Barad-Dûr se abrieron y entonces una enorme y horrenda figura apareció ahí; era como un dios invertido, toda la belleza convertida en pura maldad, la magnificencia en terror... llevaba una armadura de duro hierro que parecía sonar a muerte mientras avanzaba. Se hizo un silencio mortal, mientras la tierra retumbaba con cada paso de aquel ser hecho de pura maldad. Sauron en persona se había presentado ante el ejército, doblegando el valor de miles de soldados que temían hasta respirar. Llevaba en alto una maza de hierro, como la del antiguo Vala maldito, Morgoth. Desde entonces la Tierra Media no había albergado tanto terror concentrado en uno solo. Todos lo miraban desde abajo, boquiabiertos mientras se abría paso todavía sin golpes. Se paró de frente al ejército, muy cerca de la primera línea de ataque.

Un golpe tan fuerte que hizo tambalearse a las líneas de atrás fue la primera ofensa. La maza había lanzado lejos a los varios soldados que se encontraban cerca entonces. Y así continúo Sauron, tan despiadado como se esperaría que fuese. El griterío comenzó de nuevo, más orcos fueron escupidos de las puertas de la torre oscura y contra Sauron nadie podía hacer nada, muchos fueron arrojados por la maza de hierro que no perdonaba nada, que no conocía piedad alguna. Miluinel miraba desconcertada a su alrededor, disparando flechas sin parar y dando órdenes a los que quedaban de su escuadra. Pero se detuvo cuando vio ser lanzado a un rubio elfo por la maza de Sauron. Corrió como pudo hasta allá, donde había sido estrellado contra las rocas y yacía dolorido entre los demás cadáveres. Era Rohedil

-¡¡¡Rohedil!!!- gritó y llegó corriendo. Se agacho y lo miró, estaba muy malherido, de su boca salía un hilo de sangre y no podía mover nada más que una mano... estaba realmente destrozado

-Miluinel- dijo sonriendo con dolor, la voz entrecortada

-¡¡No!! ¡¡tienes que aguantar!!- decía desesperadamente la elfa mirando a su alrededor para obtener ayuda, pero era imposible

-Te amo... estar contigo ahora me basta...- decía el elfo, cerrando los ojos

-¡¡Aguanta, por favor, aguanta un poco más!!-

-no, hermosa... estoy cansado...-

Miluinel lo abrazó y lloraba desesperadamente, con la esperanza de obtener ayuda... él no podría morirse, ahora menos que nunca.

-¡espera... por favor!- decía ahora más bajo, entre lágrimas. Depositó un beso en sus labios que poco a poco estaban más fríos

-Miluinel... quiero que... sonrías... tú tienes tiempo todavía... yo... ya no- dijo el elfo, cerrando los ojos completamente.

-¡¿Rohedil?! ¡¡¡No!!!! ¡¡¡Tenías que esperar un poco más!!! ¡¡No!!- decía la dolorida elfa abrazando el cuerpo. Gadonen había llegado por detrás y trataba de alejarla de ahí

-¡Vamos Miluinel, te van a matar!-

-¡¡No, no quiero!!! ¡¡¡no!!!- decía, forcejeando con el elfo hasta que cayó en cuenta de que la batalla seguía y miles de flechas negras seguían volando por los aires. Prometió regresar para dar una sepultura digna a Rohedil.

Peleó con más furia que nunca, como si sus manos ardieran de venganza, matando a tantos orcos como sus ojos veían. Utilizó también sus dagas cuando el carcaj se quedó vacío. Pero el ejército se detuvo de nuevo cuando ambos reyes, tanto Gil-Galad como Elendil se enfrentaron frente a frente con Sauron. Era imposible, aunque Aiglos y Narsil se unieran en un solo rayo de esperanza... era imposible. La enorme y oscura figura los alzó con ambas manos de hierro y los estranguló hasta que sacó de ellos cualquier rastro de vida, dejando caer a los cuerpos a la tierra negra, con tanto orgullo... Ahora, no había nada que hacer. Las esperanzas se fueron junto con las fuerzas de un ejército que parecía vencido, después de tanto dolor y tiempo. Entonces, aquel que con las fuerzas mermadas tuvo el valor de atestar un último golpe, salió victorioso. Isildur, con lo que quedaba de Narsil pudo dar un mortal golpe al dedo anular de la mano de hierro de Sauron... el dedo donde llevaba al único.

Un estruendo invadió el valle, un ruido grave y desde adentro, que hacía vibrar los cimientos de la tierra. La figura de Sauron estalló en un rayo de luz deslumbrante y una descarga de fuerza helada que derribó a todos los soldados. De momento, nadie supo lo que había pasado, hasta horas después... Miluinel se levantó del lugar donde había caído junto con todos, observando desintegrarse a la maldad encarnada. Una flecha negra de los últimos orcos dispersos le atravesó la estropeada armadura y quedó clavada en su costado. La respiración se le hizo pesada, pero ni siquiera había tenido tiempo de preocuparse por eso. Todos miraban alrededor, buscando a los que seguían vivos.

Ambos reyes habían muerto; también miles de soldados que dejaban una horrible alfombra de cadáveres. Miluinel caminaba rápido junto con el resto de los arqueros hacia la concentración de soldados; no se había dejado ayudar por nadie, aunque su herida empeoraba y sangraba cada vez más. Se encontró con Luinil y ella no la dejó hablar, sólo le dio un abrazo que supo a tristeza, a despedida y a amargura.

-No puedo estar enojada con nadie- le dijo su amiga, manchada de sangre y tierra, con la oscura cabellera revuelta y la armadura mellada

-Sólo quiero que me perdones-

Las elfas no dijeron más. En el fondo sabían que se había acabado... recibieron órdenes de destruír Barad-Dûr junto con los demás, pero Miluinel no pudo más, pues apenas podía seguir manteniéndose en pie, y respirando débilmente se dejó caer, cerrando los ojos de dolor y cansancio...

"Quiero muerte de esta muerte que está enterrada en mi alma... quiero muerte viva y no esta vida muriendo... quiero muerte hoy por que el pasado agoniza...quiero muerte por que sólo se amar a los muertos..."

Miluinel despertó de golpe, entre pesadillas y dolor. Estaba viva todavía, en las tiendas de las sanadoras. Llevaba una túnica blanca y holgada y un vendaje firmemente puesto en su costado. Vio a su alrededor y sólo estaba alguien en ese espacio apartado donde descansaba. Un elfo de oscuros y rizados cabellos, sentado en la salida de la tienda, mirando el cielo que aún estaba negro. Se percató de que Miluinel había despertado

-¿Aradan?- dijo con la voz muy debil, al reconocer el rostro del elfo que se había dado la vuelta

-Miluinel, has dormido por casi tres días...- dijo el joven aproximándose hasta el apostento

-¿En serio?- preguntó, incrédula -¿Qué ha pasado?-

- Lo que viste... Sauron fue destruido, Isildur tiene ahora en anillo y...-

-¿y...?- se adelantó, ansiosa

-Ha decidido conservarlo-

Miluinel no dijo nada. Tenía demasiadas cosas en qué pensar y esa era una más. Con la ayuda de Aradan se levantó y salió de la tienda. Extrañamente, el aire no parecía tan denso como ya era costumbre. Los grandes señores estaban todavía en el valle, vio de lejos a Elrond, Círdan y Galadriel... había algo extraño en ellos, una especie de luz manaba de sus manos, una luz tranquilizante... el sol comenzó a salir y sus rayos quebraron los cenicientos nubarrones. La torre oscura estaba deshecha, sólo piedras quebradas eran lo que recordaba que estuvo ahí.

-Luinil partió cuanto antes- dijo entonces Aradan- Me dijo que te dijera... que no vivirá más en Imladris, irá a los puertos, me parece...-

-¿A los puertos?-

-Sí... pero no hará el camino recto, todavía no-

Miluinel recargó su cabeza en el hombro de Aradan

-Ahora sí que estoy sola- dijo tristemente, contemplando el valle. Aradan tomó su cara con una mano y la dirigió hasta donde se veía que el sol salía.

-Mira mejor hacia allá...-le dijo sonriente. Ella le respondió igual.

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Pero cómo me he tardado!!! Y que triste!! Pero bueno, sé que las cosas pasaron demasiado rápido (lo de Luinil y eso) pero que chistoso, a veces así o más vertiginosa es la vida, así que ni modo, empieza una nueva etapa... y un nuevo mejor amigo ^ ^ patrocinado por Cari-Chan jejeje con la cuál estoy muy muy agradecida.

Gracias a todas, a Anariel (jeje tu sabes el por qué de muchas cosas en este fic... y gracias por tu carta!!) a Nariko (con la cuál me paso unas tardes bien chidas por el MSN jeje) a Elanta por sus reviews y su ayuda y sus buenas vibras con mi temporada en escasez de amigas ;_; a Siobhan por todos sus reviews y su buen karma!!! A la loca Carmenchu y a Ellóith por incluirme en sus fics :P, hantalë

Tenna rato!