Comenzaba a recordarla poco a poco, como las piezas de un rompecabezas.
Primero los ojos de agua tranquila, la piel clara, los labios rellenos; esa
expresión de seriedad e inocencia... ni siquiera el orgullo de su memoria
podía opacar su belleza.
Se levantó del lecho y por las estilizadas ventanas de su habitación asomó la cabeza, para luego trepar ágilmente, como un felino, por las ramas del árbol contiguo. Qué espeso aquel aire cargado del aroma de los olmos y hayas verdes, oscuras y casi temibles. Miró el cielo un momento y le pareció que las estrellas fueran un tibio manto que lo cubría... el verano estaba por morir pero su calidez se aferraba al gran Bosque Verde
-¿Irimar? Alassëa lóme (Buenas Noches)-
El elfo miró hacia abajo y localizó al dueño de esa grave, pero amistosa voz.
-Aiya Alagos- contestó con desgano; le resultaba molesto que interrumpieran sus ratos a solas y en especial, ese momento donde recordaba con un cariño siempre negado a esa hermosa elfa... (Alagos = viento tempestuoso)
-Y después os andáis quejando...-
-¿Qué? ¿de qué estás hablando?-
-Nada, nada... que no es un comportamiento del todo común pasar las noches en vela y en las copas de los árboles-
-Por favor, como si no supiéramos que los elfos podemos pasar noches enteras despiertos-
-Sí, como tú digas, excúsate... por cierto, como sabía que estarías despierto, aproveché para darte un mensaje... de una guapa elfa-
-No me digas- Irimar puso los ojos en blanco, en un arrogante gesto de fastidio
-Ah mellon (amigo)... eres demasiado exigente ¿Qué tiene de malo Nelladel? A mi me parece muy linda... sobre todo cuando se pone esos vestidos suyos tan pegados al cuerpo...- (Nelladel = toquido de campana)
-Si tanto te gusta te la puedes quedar- replicó Irimar, irritado - te traería un espejo, para que vieras la cara de degenerado que tienes-
Alagos soltó una alegre carcajada. Era su auténtico amigo desde hacía años, cuando recién llegó de Lothlórien después de la tragedia de Eregion. Era un elfo muy alegre y también muy carismático, por lo que no era de extrañar que maravillase a cuanta elfa joven conociera. En apariencia era bastante atractivo; el color del cabello era diferente al usual rubio platino de los silvanos de la región; por el contrario, era de un dorado-cobrizo muy brillante. Los ojos, grandes y verde encendido.
-Ya, Irimar... dejándonos de bobadas, no me podrás ocultar que desde que visitaste Imladris no eres el mismo; y me atrevo a pensar que es por alguien-
-Qué tontería- el elfo clavó sus ojos violetas en el piso
-Pues deberías ver algunas elfas para por lo menos dar la apariencia de que eres normal... o medio bosque estará pensando que eres algo... raro-
Irimar saltó de la alta rama y tomó a su amigo por el cuello, derribándolo.
-No vuelvas a insinuar una cosa así-
Alagos río fuertemente.
-Vamos amigo, confiésalo o esparciré un desagradable rumor...-
Irimar era muy ágil, pero la talla de Alagos lo superaba. El brusco juego de los elfos se alargó hasta que no pudieron más.
-¿Qué quieres que te diga? Sólo conocí a los mismos elfos aburridos que puede haber aquí-
-Irimar... deja de mentir-
-Bueno, sucede que... ¡¡No, Alagos, no caeré en tu juego!! ¡Casi me convences, no lo puedo creer! Y pensar que te iba a contar sobre Mi...-
Alagos abrió mucho los ojos
-¡Ahá!! ¡¡Lo sabía!! ¿Sobre quién dijiste, querido amigo?-
-Bueno, sí, ella... Miluinel... ¡¡es horrible, la elfa más insoportable que he conocido!! Además tengo muchos motivos para odiarla... ¿recuerdas lo que te dije sobre Eregion? ¿Qué mi padre podría estar vivo si no hubiera dado su vida por una mocosa elfa?-
-Sí, sí, lo recuerdo-
-Pues esa, esa... es Miluinel... y mi madre la quiere tanto y no lo puedo entender, es odiosa, es... no lo sé-
-Me atrevería a pensar, estimado, que está usted sintiendo cosas que no le gustaría sentir por esa pequeña elfa- dijo Alagos, ocultando una sonrisa
-¡¡No te atrevas a pensar eso!!-
-No, si no soy yo el que lo piensa..- dijo irónicamente el elfo de cobrizo cabello
-Hablo en serio...lo único que podría sentir por ella es un grave desprecio... sí- Clavó sus ojos violetas en la luna, mientras su amigo, al lado, lo miraba con una maliciosa sonrisa.
Ni Irimar mismo creyó en sus palabras.
*****
-No entiendo por qué tenemos que ir con usted, Dama Miluinel-
-Por que aún son pequeños, aunque lo quieran negar, estimado Elrohir-
-¿Sólo para recibir a unos cuantos señores Dúnedain? ¿ Se necesita mucha edad y experiencia para eso?-
-Creo que aquella lección de la tormenta de nieve se te ha olvidado, Elladan... las cosas son más difíciles de lo que aparentan; además, en invierno, estos parajes no son seguros-
Tres corceles avanzaban por la estrecha senda que conducía al vado del Bruinen. Era cierto, el invierno hacía los caminos peligrosos aún estando tan cerca de la fortaleza de Elrond. Las bestias rondaban hambrientas y en su necesidad se atrevían a bajar a los caminos para atacar a cualquier presa potencial. A veces las manadas eran tan numerosas que familias enteras eran devoradas. Sin embargo, desde que los gemelos habían estado perdidos en el bosque, una manada de hermosos lobos plateados rondaba en valle y limpiaba de bestias y alimañas peligrosas.
-Pero contamos con Gildin- dijo Elladan y volteó hacia atrás con una sonrisa; los demás hicieron lo mismo y notaron la presencia casi oculta de un majestuoso lobo blanco, que con la pálida luz del atardecer resplandecía como brillo de estrellas.
Miluinel detuvo su caballo y aguzó su precisa vista.
-¡Ahí están, andando!-
Con un trote ligero se acercaron a un grupo de corceles oscuros, montados por hombres corpulentos y encapuchados con desgastadas capas verdosas. Apenas se notaban algunas rudas facciones entre las sombras que comenzaban a poblar el camino. Uno de los dúnedain se adelantó y bajó del caballo. Miluinel hizo lo mismo
-Mae govannen elendili (Bienvenidos amigos de los elfos) los hijos de Elrond y yo, la dama Miluinel, os damos la bienvenida-
-Hannad le- respondió con una ronca voz el hombre y se bajó la capucha. Tenía una oscura barba que enmarcaba su boca; los ojos eran grises y penetrantes y el cabello largo estaba atado con una cinta - Permítame presentarnos: el joven Falastur a su derecha y detrás de él su hermano Frogam. Derufin, Cadwor, Brilthor, la señorita Lirulin Hargwen y yo, Soronúme, emisario del Rey y servidor vuestro.
Después del protocolo, montaron de nuevo sus corceles para ir hacia los recintos protegidos, pues la noche se abría paso rápidamente.
-Os rogamos nos perdonen por la tardanza, pero en estos tiempos los caminos tienen que ser recorridos con paciencia- dijo Miluinel- Seguidnos-
Atravesaron el vado tranquilamente y después fueron más rápido conforme oscurecía. La presencia de los lobos blancos mantenía a los tres elfos tranquilos, aunque, por detrás, los edain no parecían estarlo tanto.
-¿Está segura de que esos lobos no nos atacarán, dama mía?- preguntó un bastante joven.dúnadan.
Miluinel río un poco
-Claro que no, esa manada es una de las tantas protecciones al valle... no tiene nada que temer, joven Brilthor-
El muchacho dio un respingo y no dijo una palabra más, pero la elfa entabló conversación con el líder
-¿Decidme, como marchan las cosas en Annúminas? ¿Vuestro recién erigido rey mejorará la situación?-
-Pregunta difícil, mi señora. Las cosas en la capital son complicadas como lo fueron desde que nuestro señor Isildur pereció; existen divisiones, desconfianza, ya debe imaginarlo. La capital se debilita y, según mi juicio el tiempo nos traerá una separación-
-No perdáis la esperanza, un buen mando podrá unificaros-
El dúnadan sonrió tristemente, sin estar convencido de las palabras de Miluinel. En el sur, Gondor parecía prosperar y crecer satisfactoriamente, mientras que en el norte, Arnor se hundía cada vez más en una decadencia iniciada desde el principio de la Tercera Edad, entre disputas, descuido e intereses separados.
No tardaron demasiado en divisar las construcciones iluminadas por los faroles élficos: era aquella una cálida vista. Elrond recibió a los edain en la entrada de su morada y los invitó a las habitaciones que les habían sido preparadas para descansar del viaje. Miluinel, después de cumplir su tarea, decidió buscar a sus amigos para cenar juntos, pero los gemelos la alcanzaron de nuevo antes de que se fuera
-Es usted toda una diplomática- dijo Elrohir haciendo una somera reverencia
-No digáis tonterías... uno aprende a comportarse con los demás-
-Y que lo diga, si ese señor de los dúnedain supiera que peleas cuerpo a cuerpo con nosotros y te la pasas jugando a la puntería con nueces...-
-y que supiera que los correctísimos hijos de Elrond quieren ya cortejar elfas cuando no tienen siquiera la edad para coger una espada-
-¡Claro que podemos manejar una espada!- dijeron casi al unísono los ofendidos hermanos
-¿Manodoble?- preguntó Miluinel, con una perspicaz mirada.
-Bueno...- dijo tímidamente Elrohir- tal vez con algo más de práctica... ¿y de dónde has sacado eso de las elfas?-
-¡¿Qué de dónde?! ¿creen que nos los he observado acechando a la pobre Araneth?-
Elladan se sonrojo y bajó la mirada, mientras que Elrohir sonrió avergonzadamente.
-Miren, jovencitos, primero atiendan sus deberes y después se preocupan por las jovencitas... hace tiempo que no los veo por la biblioteca ¿recuerdan que tenemos un par de clases pospuestas?-
Durante algunos años, Miluinel había procurado algunos aspectos menores de la ardua educación de Elladan y Elrohir. A veces eran las runas antiguas, el Sarati (que Miluinel había aprendido a lo largo de los años, gracias a Elrond) y en otras ocasiones perfeccionar las runas más comunes... incluso algo de historia. Aunque su gran maestro era Elrond personalmente, aquella elfa se encargaba de ellos cuando no podía atender la educación de sus hijos. Además, casi todas las tardes practicaban junto con ella su puntería con el arco.
-Sí Miluinel... oye... tú.... ¿conoces bien a Araneth?- preguntó tímidamente Elladan y la elfa soltó una alegre carcajada
-Claro que la conozco, la joven sanadora me ha "reparado" varias veces... no me dirás que ella te gusta-
-No, no... sólo creo que es una... elfa interesante, sí, eso-
-A la única elfa que deben poner atención es a esa que viene por allá- Miluinel señaló el extremo del pasillo, por donde una pequeña niña con los pies descalzos y un hermoso, pero arrugado vestido blanco venía corriendo hacia ellos.
-¡¡Undómiel!!- exclamó Elrohir y se agachó para recibir a la pequeña en sus brazos. el movimiento hizo que el largo y lustroso cabello le ondeara por los aires; cerró sus hermosos ojos grises que tenían una luz especial, algo de aquel brillo que el cielo y la primera estrella de la tarde proyectaban a sólo un instante del día; de ahí el epessë que sus hermanos, y en especial su padre le habían puesto.
-Hermanos...- dijo tiernamente la niña y hundió la carita en el negro cabello de Elrohir. -¡Miluinel! ¿cuándo me dejas peinarte de nuevo?-
-Ah... sí, peinarme de nuevo... tal vez mañana-
Los gemelos rieron, pues sabían de la costumbre de Arwen de enredar y torcer los castaños cabellos de la dama elfo cuando esta se dejaba.
-Les recomendaría, a los tres que se pusieran presentables para la cena, como lo haré yo. Con permiso-
Miluinel dejó a los hermanos. Un relámpago de memoria pasó por su cabeza ¿desde cuando se había transformado en una elfa seria y correcta? Recordó cuando apenas tenía la misma edad que los gemelos y se comportaba de la misma manera...
-¿Señorita Arwen, por qué no viene y me hace un buen peinado? Quiero lucir bien en la cena- dijo entonces Miluinel, volviéndose a los hijos de Elrond. La pequeña corrió hasta ella y le cogió la mano.
Caminaron hacia la habitación de la elfa, no sin antes ver de lejos a los dúnadan, que ya habían cambiado sus gastadas ropas de viaje por otras más elegantes, que les daban una apariencia más alta y orgullosa, como el fondo de sus ojos. La pequeña Arwen parecía abstraída con aquella visión, tanto que Miluinel tuvo que tirar de ella para que avanzara y dejara de verlos de una vez.
-Los veremos en la cena... si te portas bien- dijo susurrando
-Pero yo los quiero ver ahora...-
Hacía ya bastante tiempo desde que grandes señores de los edain visitaban el valle. Miluinel no pudo evitar recordar amargamente los días de la Última Alianza, cuando un lazo más intenso y más sagrado que el que ahora podía existir, los unía. Cuanta muerte y sufrimiento, hombro a hombro, compartiendo dolor y sangre... ¿Qué quedaba ya? vestigios, recuerdos y una reliquia, rota, igual que la confianza que existía entre los hijos mayores y menores de Ilúvatar. Tenían el mismo padre, pero no el mismo destino....
Por fin llegaron al aposento de la dama y enseguida Arwen tomó sus broches y peinetas y, subida en un banco empezó a revolver el castaño cabello de la elfa. Aguantaba estoicamente los tirones que la pequeña le daba y sobre todo el enredo de broches multicolores que ponía por toda su cabeza.
-Sois toda una experta, pequeña Undómiel- dijo de pronto una voz conocida. Miluinel había dejado la puerta abierta, así que desde el corredor pudo ver a Glorfindel, que las observaba muy divertido.
-¿Verdad que está quedando lindísima?- preguntó la niña
-Claro, preciosa-
Miluinel negó con la cabeza al escuchar las risillas de Glorfindel
-Adelante, búrlate, con que un día se le ocurra a ella peinarte a ti.. .y entonces a ver si sigues riendo-
-Bueno pequeña Arwen, vuestro padre me ha mandado por ti, es necesario que os pongáis presentable- dijo pues Glorfindel -¿vienes conmigo?-
-¡Claro!- dijo la pequeña y corrió a los brazos de Glorfindel. Era el alma del valle en ese momento, su risa poblaba los espacios desde que salía el sol y a veces no se apagaba hasta altas horas de la noche.
Antes de que el elfo se retirara, guiñó un ojo a Miluinel: la había salvado de los extravagantes peinados de la pequeña Arwen. Rápidamente se quitó la infinidad de broches y se cambió las ropas de viaje; escogió esta vez un vestido azul-plata bastante sobrio, pero elegante. Optó por dejar su cabello suelto.
Prontamente y justo antes de que el Señor Elrond y su esposa se sentaran en la mesa, llegó al salón donde los dúnedain, vestidos distinguidamente, bebían un aperitivo. Contempló la escena un momento: no había aquella aliento de confianza e informalidad que cada noche; su presencia misma era majestuosa y mística, como un secreto que poco a poco se convertía en leyenda. Y lucían diferentes, contrastantes.... hasta Naira lucía fría y solemne. Se sentó entre su amiga y la extraña dama edain, que vestía las finas ropas masculinas al igual que los otros.
-Alassëa lóme, espero que hayáis descansado del viaje, aunque sea un poco-
-Hannad le- dijo ella, con una voz muy particular, como lo era todo su físico: mucho más oscura de piel que los demás, con el cabello negro noche a la par de sus enormes ojos, oscurecidos por una tintura negra delineando sus párpados. Miluinel sólo había visto a alguien parecido durante la guerra: los corpulentos y malignos hombres de Harad...
-¿Dama Lirulin, cierto?- preguntó ella, sonriendo modestamente. La mujer, que no había mirado a los ojos a Miluinel desde que empezaron a hablar, clavó de pronto su mirada en la elfa
-Cierto, pero me llamo Gedida; aunque Soronúme insiste en que debo tener un nombre... apropiado.-
Miluinel puso una cara de desconcierto, pero antes de que hiciera otra pregunta, apareció Glorfindel, que se sentó al frente de su lugar y momentos después, el señor Elrond, que acompañado de su familia se sentó en la mesa y la agradable cena comenzó.
Todos comían y conversaban cómodamente. Los timbres de voz se mezclaban y no habían en la sala las dulces melodías silábicas del idioma de los elfos, sino una mezcla entre este y el lenguaje común. La rasposa voz de los edain más viejos se trenzaba con las delicadas campanas de las voces élficas. Los hombres hablaban y reían fuerte, con los ojos encendidos, apresurando todo y nada a la vez...
-Naira, no te había visto en días ¿dónde estabas?- preguntó Miluinel a su amiga, que antes conversaba con Falastur, uno de los jóvenes dúnedain. La voz de la elfa era mucho más baja que las fuertes conversaciones en lenguaje común.
-Escondiéndome de la dama Celebrían-
Miluinel soltó una discreta risa
-¿Cómo así? ¿Has hecho algo malo?-
-Malo no, la que quiere que haga cosas malas es ella... siempre necesita que me encargue de Arwen, que prepare habitaciones para los invitados... ¿desde cuando vivir en Imladris se hizo tan cansado?-
-Desde que nació esa niña- respondió la elfa, mirando cariñosamente a Arwen, tan seria, sentada a la mesa al lado de su madre, abstraída con la presencia de los hombres.
-Mira, no deja de verlos- dijo Naira al ver a la pequeña - ¿Significará algo?-
-No lo creo... será que son los primeros mortales que ve en su vida-
-Pero no los únicos-
Antes de que respondiera, Miluinel se sorprendió al ver un vino rojo manchar su vestido. Inmediatamente la dama Lirulin, quien había derramado la copa comenzó a disculparse
-Oh no, lo siento, lo siento de veras- decía tratando de limpiar a la elfa
-No os preocupéis, iré a limpiarme-
-Os acompaño- se ofreció la peculiar mujer.
Ambas se retiraros respetuosamente de la mesa y caminaron hasta una pequeña afluente en la pared de roca, para poder enjuagar un poco el vestido de la elfa.
-He arruinado vuestro vestido, dama Miluinel-
-No os preocupéis, tiene arreglo... además fue un accidente-
Lirulin nunca miraba a los ojos, o por lo menos eso parecía. Tenía un porte serio y misterioso, que podía provocar una mezcla entre desconfianza y miedo entre sus iguales. Pero a un elfo, como Miluinel, sólo le provocaba cierta curiosidad y un aire de sospecha. La dama Lirulin miraba constantemente alrededor, como buscando algo...
-¿Sucede algo, dama Lirulin? Podéis volver a la cena, no os preocupéis por mi-
-No, no es eso. Decidme, ¿es cierto?¿Aquí están los restos de la legendaria Narsil?-
-Es cierto mi señora, precisamente delante suyo, en esa cornisa blanca- respondió Miluinel, señalando el pequeño pabellón donde reposaban los restos de la reliquia. Nunca pasaba por ahí, o mejor dicho, nunca se había detenido a contemplarlos, pues un torbellino de recuerdos la poseía al mirar hacia atrás en el tiempo.
-¿Puedo... verlos?-preguntó Lirulin con sus ojos negros clavados en el resplandor de los faroles, iluminando el templete.
-Por supuesto, vamos-
Lirulin se quedó mirando largamente la espada rota. Cada trozo relumbrando con la luz de luna. Estaba abstraída, petrificada como la misma estatua que detenía a Narsil. Movió los labios lentamente, como si dijera algo, pero aún con su agudo oído élfico, Miluinel no pudo escuchar nada.
-¿Y esto?- se volvió y dijo de pronto la mujer, mirando un mural que apenas tenía unos trazos, sobre una larga pared blanca.
-Será un modesto recuerdo de la gran hazaña de Isildur en la batalla de la Última Alianza-
-Vos habéis estado ahí, lo veo en vuestros ojos... es mi imagen, que os provoca desconfianza, os delata... ¿no es así?-
Miluinel sintió un escalofrío. Nadie menor en años que ella había adivinado su pensamiento y jamás hubiera esperado que un mortal lo hiciera.
-Estuve ahí, combatiendo. Pero no siento desconfianza con usted, aunque su apariencia me trae recuerdos sombríos-
La boca de Lirulin se selló antes de decir palabra, cuando vio el resplandor de las blancas vestiduras y los dorados cabellos de Glorfindel; su semblante no era luminoso y alegre como de costumbre...
-Dama Miluinel, Dama...-
-Lirulin- respondió ella misma ante la duda del elfo
-Dama Lirulin; invitados y anfitriones os esperamos para conversar en la sala del fuego-
La mujer hizo una pequeña reverencia y volvió al lugar donde estaban sus compañeros, sin esperar a los elfos.
-¿Qué fue esto?- preguntó Miluinel con una sonrisa
-¿Qué fue qué?-
-Si quieren ir a la sala de fuego pues van y es todo... no necesitan esperar por nosotras-
-Ciertamente, Dama Miluinel... pero esa mujer no me inspira confianza-
La elfa soltó una carcajada
-¿Creíais que iba a atacarme en el propio Imladris? Será un poco extraña, pero no es una tonta... ni una sanguinaria-
-Lo sé, lo sé... sin embargo existe algo que me provoca sospechas-
-Lo que yo sospecho, mi señor, es que los miles de años comienzan a afectaros-
Ahora fue Glorfindel quien soltó una alegre risa... y después posó sus ojos de cielo en la pared blanca, con trazos de mural
-Han pasado ya varios años- dijo el rubio noldo
-Pero las llagas siguen vivas-
Glorfindel miró a la elfa entristecerse de pronto y, dudando un momento, comenzó a hablar
-Dama Miluinel, espero no ser insensato, no trato de ofenderos ni de abrir viejas heridas, pero...-
La elfa frunció el ceño, intrigada.
-¿Sí?-
-Supe del amor que compartíais con el caballero Rohedil...-
La elfa bajó la cabeza y se tomó las manos nerviosamente
-¿Qué hay con eso?-preguntó con un hilo de voz
-¿Usted....?¿Tú, todavía... lo amas?-
-Yo... él... me amaba y le correspondí en vida... pero no puedo amar un recuerdo...yo...estoy aquí... y él...ya no-
El elfo se quedó callado, mirando hacia abajo también.
-¿A qué viene todo esto, Glorfindel?- preguntó Miluinel, mirándolo con los ojos vidriosos, a punto de derramar una lágrima. El elfo se demoró bastante en responder, hundido en sus pensamientos...
-A... nada en particular-
Miluinel sintió algo extraño, como un impulso. Se acercó al rubio noldo, y estiró el brazo para acariciar suavemente sus dorados cabellos, apartándolos de su frente. Glorfindel levantó la mirada y se encontró con la de ella, que lo miraba largamente y con una sonrisa triste. Algo ocurrió a la luz de la luna, pues fue un instante total, que se pudo haber prolongado por la eternidad si así hubiesen querido. Sus ojos azulinos se habían encontrado y no había tiempo ni espacio ni viento ni voces, sólo una mirada, un momento, un silencio acogedor y perenne...
La mano del elfo, temblorosa, como si fuese a quebrantar algo sagrado, prohibido, acarició con cuidado el blanco cuello de Miluinel, quien inmediatamente se estremeció ante el roce. Aquella mano cálida sobre su cuello era diferente, no era la caricia de un amigo, ni los abrazos de Naira ni las pequeñas manitas de Arwen cuando agarraba su cabello... no. Había algo en esa piel, en ese contacto que la hizo acercarse más de lo que era prudente para una dama. Casi imperceptible, con un movimiento, Glorfindel se acercó aún más y estuvieron tan cerca que pudieron escuchar su respiración...
Con un movimiento súbito, el elfo rompió con la languidez del momento. Por fin, ella sentía sus labios sobre los suyos, de nuevo viviendo un instante total. No había nada más que ellos y todo estaba lleno de ellos.
Entonces terminó...
Glorfindel bajó la cabeza y, como avergonzado, se retiró sin decir nada. Dejando a Miluinel recargada sobre la estatua de piedra, con las manos vacías de él y los labios llenos de una agridulce melancolía
-Oh Elbereth...¿por qué?¿Por qué este rostro?¿Por qué esta belleza y en este lugar...? quisiera no tener memoria...-
//////////////////////
UHF! Después de cómo mil millones de años he vuelto a la Tierra Media después de un largo viaje por la cruda realidad... de nuevo heme aquí... a ver si les gustó el capi y no he perdido práctica.
Gracias a todos por sus revius!
Arrooooooooooooz!
Se levantó del lecho y por las estilizadas ventanas de su habitación asomó la cabeza, para luego trepar ágilmente, como un felino, por las ramas del árbol contiguo. Qué espeso aquel aire cargado del aroma de los olmos y hayas verdes, oscuras y casi temibles. Miró el cielo un momento y le pareció que las estrellas fueran un tibio manto que lo cubría... el verano estaba por morir pero su calidez se aferraba al gran Bosque Verde
-¿Irimar? Alassëa lóme (Buenas Noches)-
El elfo miró hacia abajo y localizó al dueño de esa grave, pero amistosa voz.
-Aiya Alagos- contestó con desgano; le resultaba molesto que interrumpieran sus ratos a solas y en especial, ese momento donde recordaba con un cariño siempre negado a esa hermosa elfa... (Alagos = viento tempestuoso)
-Y después os andáis quejando...-
-¿Qué? ¿de qué estás hablando?-
-Nada, nada... que no es un comportamiento del todo común pasar las noches en vela y en las copas de los árboles-
-Por favor, como si no supiéramos que los elfos podemos pasar noches enteras despiertos-
-Sí, como tú digas, excúsate... por cierto, como sabía que estarías despierto, aproveché para darte un mensaje... de una guapa elfa-
-No me digas- Irimar puso los ojos en blanco, en un arrogante gesto de fastidio
-Ah mellon (amigo)... eres demasiado exigente ¿Qué tiene de malo Nelladel? A mi me parece muy linda... sobre todo cuando se pone esos vestidos suyos tan pegados al cuerpo...- (Nelladel = toquido de campana)
-Si tanto te gusta te la puedes quedar- replicó Irimar, irritado - te traería un espejo, para que vieras la cara de degenerado que tienes-
Alagos soltó una alegre carcajada. Era su auténtico amigo desde hacía años, cuando recién llegó de Lothlórien después de la tragedia de Eregion. Era un elfo muy alegre y también muy carismático, por lo que no era de extrañar que maravillase a cuanta elfa joven conociera. En apariencia era bastante atractivo; el color del cabello era diferente al usual rubio platino de los silvanos de la región; por el contrario, era de un dorado-cobrizo muy brillante. Los ojos, grandes y verde encendido.
-Ya, Irimar... dejándonos de bobadas, no me podrás ocultar que desde que visitaste Imladris no eres el mismo; y me atrevo a pensar que es por alguien-
-Qué tontería- el elfo clavó sus ojos violetas en el piso
-Pues deberías ver algunas elfas para por lo menos dar la apariencia de que eres normal... o medio bosque estará pensando que eres algo... raro-
Irimar saltó de la alta rama y tomó a su amigo por el cuello, derribándolo.
-No vuelvas a insinuar una cosa así-
Alagos río fuertemente.
-Vamos amigo, confiésalo o esparciré un desagradable rumor...-
Irimar era muy ágil, pero la talla de Alagos lo superaba. El brusco juego de los elfos se alargó hasta que no pudieron más.
-¿Qué quieres que te diga? Sólo conocí a los mismos elfos aburridos que puede haber aquí-
-Irimar... deja de mentir-
-Bueno, sucede que... ¡¡No, Alagos, no caeré en tu juego!! ¡Casi me convences, no lo puedo creer! Y pensar que te iba a contar sobre Mi...-
Alagos abrió mucho los ojos
-¡Ahá!! ¡¡Lo sabía!! ¿Sobre quién dijiste, querido amigo?-
-Bueno, sí, ella... Miluinel... ¡¡es horrible, la elfa más insoportable que he conocido!! Además tengo muchos motivos para odiarla... ¿recuerdas lo que te dije sobre Eregion? ¿Qué mi padre podría estar vivo si no hubiera dado su vida por una mocosa elfa?-
-Sí, sí, lo recuerdo-
-Pues esa, esa... es Miluinel... y mi madre la quiere tanto y no lo puedo entender, es odiosa, es... no lo sé-
-Me atrevería a pensar, estimado, que está usted sintiendo cosas que no le gustaría sentir por esa pequeña elfa- dijo Alagos, ocultando una sonrisa
-¡¡No te atrevas a pensar eso!!-
-No, si no soy yo el que lo piensa..- dijo irónicamente el elfo de cobrizo cabello
-Hablo en serio...lo único que podría sentir por ella es un grave desprecio... sí- Clavó sus ojos violetas en la luna, mientras su amigo, al lado, lo miraba con una maliciosa sonrisa.
Ni Irimar mismo creyó en sus palabras.
*****
-No entiendo por qué tenemos que ir con usted, Dama Miluinel-
-Por que aún son pequeños, aunque lo quieran negar, estimado Elrohir-
-¿Sólo para recibir a unos cuantos señores Dúnedain? ¿ Se necesita mucha edad y experiencia para eso?-
-Creo que aquella lección de la tormenta de nieve se te ha olvidado, Elladan... las cosas son más difíciles de lo que aparentan; además, en invierno, estos parajes no son seguros-
Tres corceles avanzaban por la estrecha senda que conducía al vado del Bruinen. Era cierto, el invierno hacía los caminos peligrosos aún estando tan cerca de la fortaleza de Elrond. Las bestias rondaban hambrientas y en su necesidad se atrevían a bajar a los caminos para atacar a cualquier presa potencial. A veces las manadas eran tan numerosas que familias enteras eran devoradas. Sin embargo, desde que los gemelos habían estado perdidos en el bosque, una manada de hermosos lobos plateados rondaba en valle y limpiaba de bestias y alimañas peligrosas.
-Pero contamos con Gildin- dijo Elladan y volteó hacia atrás con una sonrisa; los demás hicieron lo mismo y notaron la presencia casi oculta de un majestuoso lobo blanco, que con la pálida luz del atardecer resplandecía como brillo de estrellas.
Miluinel detuvo su caballo y aguzó su precisa vista.
-¡Ahí están, andando!-
Con un trote ligero se acercaron a un grupo de corceles oscuros, montados por hombres corpulentos y encapuchados con desgastadas capas verdosas. Apenas se notaban algunas rudas facciones entre las sombras que comenzaban a poblar el camino. Uno de los dúnedain se adelantó y bajó del caballo. Miluinel hizo lo mismo
-Mae govannen elendili (Bienvenidos amigos de los elfos) los hijos de Elrond y yo, la dama Miluinel, os damos la bienvenida-
-Hannad le- respondió con una ronca voz el hombre y se bajó la capucha. Tenía una oscura barba que enmarcaba su boca; los ojos eran grises y penetrantes y el cabello largo estaba atado con una cinta - Permítame presentarnos: el joven Falastur a su derecha y detrás de él su hermano Frogam. Derufin, Cadwor, Brilthor, la señorita Lirulin Hargwen y yo, Soronúme, emisario del Rey y servidor vuestro.
Después del protocolo, montaron de nuevo sus corceles para ir hacia los recintos protegidos, pues la noche se abría paso rápidamente.
-Os rogamos nos perdonen por la tardanza, pero en estos tiempos los caminos tienen que ser recorridos con paciencia- dijo Miluinel- Seguidnos-
Atravesaron el vado tranquilamente y después fueron más rápido conforme oscurecía. La presencia de los lobos blancos mantenía a los tres elfos tranquilos, aunque, por detrás, los edain no parecían estarlo tanto.
-¿Está segura de que esos lobos no nos atacarán, dama mía?- preguntó un bastante joven.dúnadan.
Miluinel río un poco
-Claro que no, esa manada es una de las tantas protecciones al valle... no tiene nada que temer, joven Brilthor-
El muchacho dio un respingo y no dijo una palabra más, pero la elfa entabló conversación con el líder
-¿Decidme, como marchan las cosas en Annúminas? ¿Vuestro recién erigido rey mejorará la situación?-
-Pregunta difícil, mi señora. Las cosas en la capital son complicadas como lo fueron desde que nuestro señor Isildur pereció; existen divisiones, desconfianza, ya debe imaginarlo. La capital se debilita y, según mi juicio el tiempo nos traerá una separación-
-No perdáis la esperanza, un buen mando podrá unificaros-
El dúnadan sonrió tristemente, sin estar convencido de las palabras de Miluinel. En el sur, Gondor parecía prosperar y crecer satisfactoriamente, mientras que en el norte, Arnor se hundía cada vez más en una decadencia iniciada desde el principio de la Tercera Edad, entre disputas, descuido e intereses separados.
No tardaron demasiado en divisar las construcciones iluminadas por los faroles élficos: era aquella una cálida vista. Elrond recibió a los edain en la entrada de su morada y los invitó a las habitaciones que les habían sido preparadas para descansar del viaje. Miluinel, después de cumplir su tarea, decidió buscar a sus amigos para cenar juntos, pero los gemelos la alcanzaron de nuevo antes de que se fuera
-Es usted toda una diplomática- dijo Elrohir haciendo una somera reverencia
-No digáis tonterías... uno aprende a comportarse con los demás-
-Y que lo diga, si ese señor de los dúnedain supiera que peleas cuerpo a cuerpo con nosotros y te la pasas jugando a la puntería con nueces...-
-y que supiera que los correctísimos hijos de Elrond quieren ya cortejar elfas cuando no tienen siquiera la edad para coger una espada-
-¡Claro que podemos manejar una espada!- dijeron casi al unísono los ofendidos hermanos
-¿Manodoble?- preguntó Miluinel, con una perspicaz mirada.
-Bueno...- dijo tímidamente Elrohir- tal vez con algo más de práctica... ¿y de dónde has sacado eso de las elfas?-
-¡¿Qué de dónde?! ¿creen que nos los he observado acechando a la pobre Araneth?-
Elladan se sonrojo y bajó la mirada, mientras que Elrohir sonrió avergonzadamente.
-Miren, jovencitos, primero atiendan sus deberes y después se preocupan por las jovencitas... hace tiempo que no los veo por la biblioteca ¿recuerdan que tenemos un par de clases pospuestas?-
Durante algunos años, Miluinel había procurado algunos aspectos menores de la ardua educación de Elladan y Elrohir. A veces eran las runas antiguas, el Sarati (que Miluinel había aprendido a lo largo de los años, gracias a Elrond) y en otras ocasiones perfeccionar las runas más comunes... incluso algo de historia. Aunque su gran maestro era Elrond personalmente, aquella elfa se encargaba de ellos cuando no podía atender la educación de sus hijos. Además, casi todas las tardes practicaban junto con ella su puntería con el arco.
-Sí Miluinel... oye... tú.... ¿conoces bien a Araneth?- preguntó tímidamente Elladan y la elfa soltó una alegre carcajada
-Claro que la conozco, la joven sanadora me ha "reparado" varias veces... no me dirás que ella te gusta-
-No, no... sólo creo que es una... elfa interesante, sí, eso-
-A la única elfa que deben poner atención es a esa que viene por allá- Miluinel señaló el extremo del pasillo, por donde una pequeña niña con los pies descalzos y un hermoso, pero arrugado vestido blanco venía corriendo hacia ellos.
-¡¡Undómiel!!- exclamó Elrohir y se agachó para recibir a la pequeña en sus brazos. el movimiento hizo que el largo y lustroso cabello le ondeara por los aires; cerró sus hermosos ojos grises que tenían una luz especial, algo de aquel brillo que el cielo y la primera estrella de la tarde proyectaban a sólo un instante del día; de ahí el epessë que sus hermanos, y en especial su padre le habían puesto.
-Hermanos...- dijo tiernamente la niña y hundió la carita en el negro cabello de Elrohir. -¡Miluinel! ¿cuándo me dejas peinarte de nuevo?-
-Ah... sí, peinarme de nuevo... tal vez mañana-
Los gemelos rieron, pues sabían de la costumbre de Arwen de enredar y torcer los castaños cabellos de la dama elfo cuando esta se dejaba.
-Les recomendaría, a los tres que se pusieran presentables para la cena, como lo haré yo. Con permiso-
Miluinel dejó a los hermanos. Un relámpago de memoria pasó por su cabeza ¿desde cuando se había transformado en una elfa seria y correcta? Recordó cuando apenas tenía la misma edad que los gemelos y se comportaba de la misma manera...
-¿Señorita Arwen, por qué no viene y me hace un buen peinado? Quiero lucir bien en la cena- dijo entonces Miluinel, volviéndose a los hijos de Elrond. La pequeña corrió hasta ella y le cogió la mano.
Caminaron hacia la habitación de la elfa, no sin antes ver de lejos a los dúnadan, que ya habían cambiado sus gastadas ropas de viaje por otras más elegantes, que les daban una apariencia más alta y orgullosa, como el fondo de sus ojos. La pequeña Arwen parecía abstraída con aquella visión, tanto que Miluinel tuvo que tirar de ella para que avanzara y dejara de verlos de una vez.
-Los veremos en la cena... si te portas bien- dijo susurrando
-Pero yo los quiero ver ahora...-
Hacía ya bastante tiempo desde que grandes señores de los edain visitaban el valle. Miluinel no pudo evitar recordar amargamente los días de la Última Alianza, cuando un lazo más intenso y más sagrado que el que ahora podía existir, los unía. Cuanta muerte y sufrimiento, hombro a hombro, compartiendo dolor y sangre... ¿Qué quedaba ya? vestigios, recuerdos y una reliquia, rota, igual que la confianza que existía entre los hijos mayores y menores de Ilúvatar. Tenían el mismo padre, pero no el mismo destino....
Por fin llegaron al aposento de la dama y enseguida Arwen tomó sus broches y peinetas y, subida en un banco empezó a revolver el castaño cabello de la elfa. Aguantaba estoicamente los tirones que la pequeña le daba y sobre todo el enredo de broches multicolores que ponía por toda su cabeza.
-Sois toda una experta, pequeña Undómiel- dijo de pronto una voz conocida. Miluinel había dejado la puerta abierta, así que desde el corredor pudo ver a Glorfindel, que las observaba muy divertido.
-¿Verdad que está quedando lindísima?- preguntó la niña
-Claro, preciosa-
Miluinel negó con la cabeza al escuchar las risillas de Glorfindel
-Adelante, búrlate, con que un día se le ocurra a ella peinarte a ti.. .y entonces a ver si sigues riendo-
-Bueno pequeña Arwen, vuestro padre me ha mandado por ti, es necesario que os pongáis presentable- dijo pues Glorfindel -¿vienes conmigo?-
-¡Claro!- dijo la pequeña y corrió a los brazos de Glorfindel. Era el alma del valle en ese momento, su risa poblaba los espacios desde que salía el sol y a veces no se apagaba hasta altas horas de la noche.
Antes de que el elfo se retirara, guiñó un ojo a Miluinel: la había salvado de los extravagantes peinados de la pequeña Arwen. Rápidamente se quitó la infinidad de broches y se cambió las ropas de viaje; escogió esta vez un vestido azul-plata bastante sobrio, pero elegante. Optó por dejar su cabello suelto.
Prontamente y justo antes de que el Señor Elrond y su esposa se sentaran en la mesa, llegó al salón donde los dúnedain, vestidos distinguidamente, bebían un aperitivo. Contempló la escena un momento: no había aquella aliento de confianza e informalidad que cada noche; su presencia misma era majestuosa y mística, como un secreto que poco a poco se convertía en leyenda. Y lucían diferentes, contrastantes.... hasta Naira lucía fría y solemne. Se sentó entre su amiga y la extraña dama edain, que vestía las finas ropas masculinas al igual que los otros.
-Alassëa lóme, espero que hayáis descansado del viaje, aunque sea un poco-
-Hannad le- dijo ella, con una voz muy particular, como lo era todo su físico: mucho más oscura de piel que los demás, con el cabello negro noche a la par de sus enormes ojos, oscurecidos por una tintura negra delineando sus párpados. Miluinel sólo había visto a alguien parecido durante la guerra: los corpulentos y malignos hombres de Harad...
-¿Dama Lirulin, cierto?- preguntó ella, sonriendo modestamente. La mujer, que no había mirado a los ojos a Miluinel desde que empezaron a hablar, clavó de pronto su mirada en la elfa
-Cierto, pero me llamo Gedida; aunque Soronúme insiste en que debo tener un nombre... apropiado.-
Miluinel puso una cara de desconcierto, pero antes de que hiciera otra pregunta, apareció Glorfindel, que se sentó al frente de su lugar y momentos después, el señor Elrond, que acompañado de su familia se sentó en la mesa y la agradable cena comenzó.
Todos comían y conversaban cómodamente. Los timbres de voz se mezclaban y no habían en la sala las dulces melodías silábicas del idioma de los elfos, sino una mezcla entre este y el lenguaje común. La rasposa voz de los edain más viejos se trenzaba con las delicadas campanas de las voces élficas. Los hombres hablaban y reían fuerte, con los ojos encendidos, apresurando todo y nada a la vez...
-Naira, no te había visto en días ¿dónde estabas?- preguntó Miluinel a su amiga, que antes conversaba con Falastur, uno de los jóvenes dúnedain. La voz de la elfa era mucho más baja que las fuertes conversaciones en lenguaje común.
-Escondiéndome de la dama Celebrían-
Miluinel soltó una discreta risa
-¿Cómo así? ¿Has hecho algo malo?-
-Malo no, la que quiere que haga cosas malas es ella... siempre necesita que me encargue de Arwen, que prepare habitaciones para los invitados... ¿desde cuando vivir en Imladris se hizo tan cansado?-
-Desde que nació esa niña- respondió la elfa, mirando cariñosamente a Arwen, tan seria, sentada a la mesa al lado de su madre, abstraída con la presencia de los hombres.
-Mira, no deja de verlos- dijo Naira al ver a la pequeña - ¿Significará algo?-
-No lo creo... será que son los primeros mortales que ve en su vida-
-Pero no los únicos-
Antes de que respondiera, Miluinel se sorprendió al ver un vino rojo manchar su vestido. Inmediatamente la dama Lirulin, quien había derramado la copa comenzó a disculparse
-Oh no, lo siento, lo siento de veras- decía tratando de limpiar a la elfa
-No os preocupéis, iré a limpiarme-
-Os acompaño- se ofreció la peculiar mujer.
Ambas se retiraros respetuosamente de la mesa y caminaron hasta una pequeña afluente en la pared de roca, para poder enjuagar un poco el vestido de la elfa.
-He arruinado vuestro vestido, dama Miluinel-
-No os preocupéis, tiene arreglo... además fue un accidente-
Lirulin nunca miraba a los ojos, o por lo menos eso parecía. Tenía un porte serio y misterioso, que podía provocar una mezcla entre desconfianza y miedo entre sus iguales. Pero a un elfo, como Miluinel, sólo le provocaba cierta curiosidad y un aire de sospecha. La dama Lirulin miraba constantemente alrededor, como buscando algo...
-¿Sucede algo, dama Lirulin? Podéis volver a la cena, no os preocupéis por mi-
-No, no es eso. Decidme, ¿es cierto?¿Aquí están los restos de la legendaria Narsil?-
-Es cierto mi señora, precisamente delante suyo, en esa cornisa blanca- respondió Miluinel, señalando el pequeño pabellón donde reposaban los restos de la reliquia. Nunca pasaba por ahí, o mejor dicho, nunca se había detenido a contemplarlos, pues un torbellino de recuerdos la poseía al mirar hacia atrás en el tiempo.
-¿Puedo... verlos?-preguntó Lirulin con sus ojos negros clavados en el resplandor de los faroles, iluminando el templete.
-Por supuesto, vamos-
Lirulin se quedó mirando largamente la espada rota. Cada trozo relumbrando con la luz de luna. Estaba abstraída, petrificada como la misma estatua que detenía a Narsil. Movió los labios lentamente, como si dijera algo, pero aún con su agudo oído élfico, Miluinel no pudo escuchar nada.
-¿Y esto?- se volvió y dijo de pronto la mujer, mirando un mural que apenas tenía unos trazos, sobre una larga pared blanca.
-Será un modesto recuerdo de la gran hazaña de Isildur en la batalla de la Última Alianza-
-Vos habéis estado ahí, lo veo en vuestros ojos... es mi imagen, que os provoca desconfianza, os delata... ¿no es así?-
Miluinel sintió un escalofrío. Nadie menor en años que ella había adivinado su pensamiento y jamás hubiera esperado que un mortal lo hiciera.
-Estuve ahí, combatiendo. Pero no siento desconfianza con usted, aunque su apariencia me trae recuerdos sombríos-
La boca de Lirulin se selló antes de decir palabra, cuando vio el resplandor de las blancas vestiduras y los dorados cabellos de Glorfindel; su semblante no era luminoso y alegre como de costumbre...
-Dama Miluinel, Dama...-
-Lirulin- respondió ella misma ante la duda del elfo
-Dama Lirulin; invitados y anfitriones os esperamos para conversar en la sala del fuego-
La mujer hizo una pequeña reverencia y volvió al lugar donde estaban sus compañeros, sin esperar a los elfos.
-¿Qué fue esto?- preguntó Miluinel con una sonrisa
-¿Qué fue qué?-
-Si quieren ir a la sala de fuego pues van y es todo... no necesitan esperar por nosotras-
-Ciertamente, Dama Miluinel... pero esa mujer no me inspira confianza-
La elfa soltó una carcajada
-¿Creíais que iba a atacarme en el propio Imladris? Será un poco extraña, pero no es una tonta... ni una sanguinaria-
-Lo sé, lo sé... sin embargo existe algo que me provoca sospechas-
-Lo que yo sospecho, mi señor, es que los miles de años comienzan a afectaros-
Ahora fue Glorfindel quien soltó una alegre risa... y después posó sus ojos de cielo en la pared blanca, con trazos de mural
-Han pasado ya varios años- dijo el rubio noldo
-Pero las llagas siguen vivas-
Glorfindel miró a la elfa entristecerse de pronto y, dudando un momento, comenzó a hablar
-Dama Miluinel, espero no ser insensato, no trato de ofenderos ni de abrir viejas heridas, pero...-
La elfa frunció el ceño, intrigada.
-¿Sí?-
-Supe del amor que compartíais con el caballero Rohedil...-
La elfa bajó la cabeza y se tomó las manos nerviosamente
-¿Qué hay con eso?-preguntó con un hilo de voz
-¿Usted....?¿Tú, todavía... lo amas?-
-Yo... él... me amaba y le correspondí en vida... pero no puedo amar un recuerdo...yo...estoy aquí... y él...ya no-
El elfo se quedó callado, mirando hacia abajo también.
-¿A qué viene todo esto, Glorfindel?- preguntó Miluinel, mirándolo con los ojos vidriosos, a punto de derramar una lágrima. El elfo se demoró bastante en responder, hundido en sus pensamientos...
-A... nada en particular-
Miluinel sintió algo extraño, como un impulso. Se acercó al rubio noldo, y estiró el brazo para acariciar suavemente sus dorados cabellos, apartándolos de su frente. Glorfindel levantó la mirada y se encontró con la de ella, que lo miraba largamente y con una sonrisa triste. Algo ocurrió a la luz de la luna, pues fue un instante total, que se pudo haber prolongado por la eternidad si así hubiesen querido. Sus ojos azulinos se habían encontrado y no había tiempo ni espacio ni viento ni voces, sólo una mirada, un momento, un silencio acogedor y perenne...
La mano del elfo, temblorosa, como si fuese a quebrantar algo sagrado, prohibido, acarició con cuidado el blanco cuello de Miluinel, quien inmediatamente se estremeció ante el roce. Aquella mano cálida sobre su cuello era diferente, no era la caricia de un amigo, ni los abrazos de Naira ni las pequeñas manitas de Arwen cuando agarraba su cabello... no. Había algo en esa piel, en ese contacto que la hizo acercarse más de lo que era prudente para una dama. Casi imperceptible, con un movimiento, Glorfindel se acercó aún más y estuvieron tan cerca que pudieron escuchar su respiración...
Con un movimiento súbito, el elfo rompió con la languidez del momento. Por fin, ella sentía sus labios sobre los suyos, de nuevo viviendo un instante total. No había nada más que ellos y todo estaba lleno de ellos.
Entonces terminó...
Glorfindel bajó la cabeza y, como avergonzado, se retiró sin decir nada. Dejando a Miluinel recargada sobre la estatua de piedra, con las manos vacías de él y los labios llenos de una agridulce melancolía
-Oh Elbereth...¿por qué?¿Por qué este rostro?¿Por qué esta belleza y en este lugar...? quisiera no tener memoria...-
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UHF! Después de cómo mil millones de años he vuelto a la Tierra Media después de un largo viaje por la cruda realidad... de nuevo heme aquí... a ver si les gustó el capi y no he perdido práctica.
Gracias a todos por sus revius!
Arrooooooooooooz!
