Todavía estaba peinándose el cabello camino al salón donde el Señor Elrond
la había llamado. Todo estaba dispuesto ya y recibiría un mensaje dirigido
a la Dama Galadriel, para entregarse personalmente.
Llamó a la puerta y sin esperar respuesta entró al salón. La vista de
Elrond le pareció un tanto sombría; cosa extraña en él desde ya varios
cientos de años.
-Señor Elrond...- dijo Miluinel a media voz, para que el ensimismado elfo dejara de mirar por la ventana
-Dama Miluinel... mi esposa está ya en la puerta este. No será necesario que llevéis una escolta numerosa. Os confío el viaje de la dama Celebrían-
Miluinel asintió. No era la primera vez que escoltaba a su esposa o hijos hacía Lothlórien o a cualquier otro lugar y sin embargo, esta vez parecía diferente. Podía mirar un poco de miedo asomar los grises ojos del sabio elfo; pero no dijo nada. Si nunca sucedía nada no tenía por qué suceder hoy.
-Andad con cuidado, Dama Miluinel- dijo por último Elrond, antes de que la elfa se fuera y le entregó la misiva para la Reina del Bosque de Oro.
Caminó por el pasillo pensando un momento más en el raro semblante del señor de Imladris; recordaba... aquella nube gris que hacía meses había llegado se negaba a irse y su presencia ahora era mucho más fuerte. Lo quiso ignorar, aunque la vista del paisaje no ayudaba mucho; el cielo, celoso, en cualquier momento dejaría caer su lluvia melancólica sobre los pardos árboles de otoño. Se puso la capucha y bajó la larga escalinata.
Al pasar por uno de los prados, una voz la llamó, como en un susurro
-¡Miluinel!-
Volteó de pronto y entró al pequeño jardín, por su estrecho arco cubierto de hiedra. En la sombra de un alto castaño estaba Glorfindel. Llevaba el cabello suelto y su vestidura era de un azul pálido. Ella le dedicó una media sonrisa y se acercó al rubio noldo, que le tomó la mano.
-Es tarde, la Dama Celebrían me espera...-
-Que la dama sepa esperar un minuto. Te pido sólo un minuto, melmenya...-
Ella sonrió y negó con la cabeza. Se sentó a su lado
-Siempre logras convencerme...- el elfo selló sus labios con un beso juguetón.
-No vayas... quédate- le decía Glorfindel. Ella se separó de él súbitamente.
-¿Qué pasa?-
-Me gustaría que todos dejaran de preocuparse tanto. Sólo voy a Lothlórien, es todo ¿Cuál es el problema?-
Glorfindel la miró un momento. Ella le soltó las manos.
-Lo siento... perdona, de veras; sé que te preocupas por mi, lo aprecio, pero...-
-Pero a veces creo que yo te amo y tú... sólo me aprecias-
La elfa lo miró angustiosamente
-¡No, no! ¡Nunca digas eso!... yo os amo, mi señor, desde que tengo memoria...- la elfa le dio un brusco abrazo. Glorfindel sonrió, como aliviado y le correspondió cariñosamente.
-Se hace tarde, hermosa-
-Me voy... tenna rato Glorfindel-
-Tenna rato Miluinel vanimelda-
Sonrieron.
Ya cerca del puente estaba la dama Celebrían y los demás elfos de la escolta. Como Elrond indicara, eran sólo unos cuantos.
-¿Partimos, mi señora?- preguntó Miluinel antes de subir a Indil. Celebrían sólo asintió con una modesta sonrisa y por fin cruzaron el estrecho puente sobre el Bruinen.
*
Se detuvieron a reponer sus reservas de agua en un claro arroyo. Rodeaban las nubladas por los espesos bosques de sus faldas y al caer la tarde estarían ya en las alturas, cada vez más cerca del paso de Caradhras.
-No creo que haya peligro alguno, Amandil- dijo Miluinel, afirmando que podían pasar la noche en alguna de las cuevas de la montaña
-¿Estáis segura?- inquirió el elfo de ojos cristalinos.
-Lo estoy, a menos que decidáis pasar la noche a la intemperie. Es, a mi parecer, mucho más riesgoso-
Amandil se limitó a asentir cuando escuchó el tono imperativo de Miluinel. Buscó con la mirada a la dama Celebrían para proponerle ( lo que ya ella misma había decidido) y preguntar si el viaje le era lo más placentero posible.
-Dama Celebrían- hizo una reverencia - Creo conveniente que esta noche la pasemos en una de las cavernas al pie de las nubladas
-¿Cree que sea prudente?- preguntó tranquilamente la dama de plateada cabellera.
-En efecto, mi señora- respondió con desbordante seguridad la elfa.
-Confío entonces en usted, dama Miluinel-
Miluinel llamó a los demás y comenzaron a subir por la montaña. El tiempo se ponía peor y una brisa helada caía de los cada vez más espesos nubarrones. El viento que sacudía los ralos árboles tampoco ayudaba a que su ascenso fuera agradable.
Pocas veces se contemplaba un verano tan triste como aquel, donde todo parecía cubierto por un velo que ensombrecía la majestuosidad del paisaje. Pronto cayó el granizo y apretaron el paso hasta encontrar una cueva estrecha al principio, pero abierta en una gran bóveda más al fondo. El caballo de la dama Celebrían se quedó casi en la entrada y se dispuso el aposento más cómodo que se podía lograr con el equipaje que llevaban. La noche había caído mucho más oscura que cualquier otra vez.
Miluinel salió de la cueva preparada para montar la guadia nocturna y desde lo alto miró el horizonte. Pensó en Glorfindel y en lo feliz que la sonrisa de ese elfo la hacía, día a día. Todavía recordaba aquellos momentos de su infancia donde el rubio noldo estaba siempre a su lado. El destino era curioso... Sin embargo, algo seguía oprimiendo a su corazón. Inexplicablemente, estaba intranquila; el semblante oscuro de Elrond, la insistencia de Glorfindel, la desconfianza con la que avanzaba la pequeña compañía en las Nubladas. Se alejó un poco más y aún mojándose la capa, permaneció separada de los demás, reflexionando. Sentía lo mismo que sintió esa tarde...
...La luz dorada de otro perfecto atardecer se colaba entre los acebos. Miluinel contemplaba la entonces aparente enormidad de todas las cosas; en su cuarto había un enorme ventanal que daba a un bosquecillo sembrado de flores blancas y amarillas. A veces, por las tardes, su padre la llevaba a que se hiciera una corona con ellas; esperaba la pequeña elfa que esa fuera una de esas tardes. No la fue. Un ruido metálico y feroz inundó la calle y, curiosa como era, asomó su cabeza castaña por una ventana. No sería una tarde de flores. Y los juegos en el prado terminaron ahora, aunque ella quería jugar con sus muñecas un rato... y no les enseñarían más sobre su buena tierra, la lección de esa tarde era cómo morir... y no había razones y buscaba razones, pero ¿qué razones necesitas para morir?...
Un relámpago plateado cortó la oscuridad de la noche y le dio al paisaje un aspecto temible. Hacía mucho frío y su respiración dejaba un halo de vapor. Apenas caía en cuenta de cuanto le pesaban los años, el día a día que la iba debilitando.
-¡¡Yrch!!- el grito desesperado de uno de sus compañeros dentro de la cueva la hizo levantarse en el acto entrar. Sacó su arco y preparó una flecha, pero antes de que pudiera disparar, un pesado bulto cayó sobre ella. Era uno de los tantos trasgos de la montaña que los atacaban. Sin utilizar armas la golpeó fuertemente en el rostro. De inmediato adivinó el correoso sabor de la sangre
Zafándose de la opresión de la criatura, se incorporó y atravesó al orco con una flecha; pero llegaron otros dos a los cuales enfrentó con golpes limpios y después con flechas. Avanzó un poco más entre la oscuridad, los gritos y los chillidos. No creyó que llevaran tanto tiempo resistiendo el ataque: contempló con horror el rostro muerto de uno de los compañeros de la guardia. Un escalofrío helado la atravesó. Al fondo seguía escuchando la pelea y los gritos desesperados de la Dama Celebrían. Corrió a tientas, guiándose por su oído y enfrentándose a oscuras a las horrendas bestias.
Sintió un fuerte golpe en el estómago que la sofocó y cayó de espaldas al suelo de roca. Enseguida vio la luz rojiza de una antorcha que llevaba un enorme trasgo. Celebrían forcejeaba con una bestia y uno de sus compañeros, al parecer el último que quedaba vivo hacía lo que podía por defenderla. Miluinel no tenía aire, no se podía levantar. El golpe sordo de la cimitarra orca la hizo darse cuenta de que ahora la dama estaba indefensa. Aferrándose a las fuerzas que le quedaban, se levantó y de nuevo a oscuras adivinaba las siniestras siluetas, atravesándolas con flechas.
-¡¡Dama Celebrían!!¡¿Dónde está?!¡¡Hábleme, respóndame!!- gritaba Miluinel sin dejar de pelear en la oscuridad. No obtenía respuesta.
Sintió una maza de hierro en las piernas que la derribó. El sonido de cadenas. El chillido de los trasgos y la ausencia de la voz de la dama. Miluinel seguía llamándola, cada vez más desesperada; pero los golpes anónimos la hacían callar. Estaba ciega y encolerizada por la impotencia de no poder rescatar a Celebrían. El dolor comenzaba a ser más fuerte.
-¡¡Miluinel!!-
-¡¡Señora Celebrían, resista!!- gritaba la elfa y adivinando su presencia en el lado derecho de la caverna se arrastró como pudo hacia allá. Había perdido su arco, pero llevaba todavía una daga. Sintiendo la presencia de la dama, apresada por tres trasgos, se levantó ardiendo en furia y con el sólo cuchillo atacó a los trasgos, matando a dos de ellos. El tercero era muy grande y apenas la elfa se dio cuenta, estaba de nuevo en el piso.
-¡¡No!! ¡¡¡¡No, Miluinel!!! ¡¡¡Ayúdame!!!-
Los gritos le desgarraban el alma. No podía moverse, como si no tuviera piernas. Dolor, dolor profundo y desesperación, inutilidad. La elfa comenzó a llorar de rabia.
-¡¡Celebrían, golpéalos, resiste, saldremos de aquí!!- le decía entre sollozos de ira y dolor. Pero la dama no respondía más. Aún más profundo, al parecer por una gruta, se escuchaban los gritos ahogados de la Señora de Imladris acompañadas del chillido de trasgos y el sonido mordiente del metal.
Miluinel mordió el polvo. Estaba vencida.
-No...no,no... no- musitaba con los dientes apretados y lágrimas resbalando sobre sus lastimadas mejillas. Un silencio mortal la rodeaba y apenas escuchaba su corazón latir. Seguía inmersa en una oscuridad asfixiante. Se ahogaba, le dolía todo, su corazón estaba ardiendo de odio e impotencia.
Los pasos volvieron. Los chillidos de un lenguaje corrompido crecían poco a poco en el eco cavernoso. Sintió miedo y se quedó muy quieta, como una muerta.
-¿No estaría mal si nos comiéramos a uno de estos, verdad?- preguntó una voz rasposa y mal articulada. Con las antorchas miró de cerca de uno de los trasgos, aproximando sus afilados dientes al cadáver de Amandil. Miluinel apretó los dientes y no hizo nada, ningún movimiento aunque no pudiese tolerar que deshonraran así el cuerpo de su compañero.
-¿Y qué te parece esta otra?-
-¡¿No te has saciado ya, animal?! Mejor juguemos a la puntería...-
El par de trasgos la levantó del suelo y fueron hasta la salida de la cueva. Miluinel pudo contemplar el mortecino resplandor de la noche afuera. El aire estaba helado. La dejaron caer sobre el piso de afuera, al borde del barranco. Los trasgos se pusieron a discutir y a pelear, pero no olvidaban que harían con la aparentemente muerta elfa.
-¡¡Tenemos que clavarla en una lanza si quieres que esté quieta, imbécil!!-
-¡entonces ve por la maldita lanza y yo la cuidaré!-
-Tú te la comerás desgraciado, no pienso dejártela entera-
Miluinel los miraba discutir. Estaba al borde de la muerte. No podía levantarse y enfrentarlos, igual la matarían... pero tampoco esperaría a que hiciesen con ella lo que quisieran. Contempló el inclinado y filoso barranco y no lo dudó más. poco a poco, imperceptible, se rodó hasta el borde y se dejó caer.
-¡¡Infelíz!! ¡¡Se ha caído por el barranco!!- fue lo último de los gritos orcos que escuchó a lo lejos.
*
Abrió los ojos, para su propia sorpresa. Después de caer cuesta abajo entre rocas y astillas no creía poder aguantar más dolor. Pero abrió los ojos.
Era por la mañana y hacía frío. Estaba tendida en un montón de ramas y tierra. Miró hacia arriba y comprobó haber caído en un agujero no muy profundo. El sol en las alturas la deslumbró. De inmediato, el dolor volvió, sobre todo en su pierna derecha. Bajando la mirada, temerosa, se encontró con lo sospechado: se había roto un hueso, expuestamente. No quería arriesgarse a gritar que los trasgos siguieran rondando aún por la mañana. Desgarró un trozo de sus vestiduras y se lo colocó en la boca para morderlo. Con toda la fuerza que tuvo en sus heridos brazos, acomodó el hueso roto de nuevo dentro de la piel. Las lágrimas brotaron de sus ojos y los gritos salieron, ahogados por el trozo de tela en su boca. Pocas veces había sentido tanto dolor. Comenzaba a perder su realidad. En su mente estaban los gritos de la dama Celebrían, el dolor, sus compañeros asesinados, los trasgos...
Luego de una noche, el dolor era ya tan común que se había acostumbrado y se pudo levantar, cojeando. Salió del agujero y tardó unas horas en orientarse. Tenía las ropas sucias y ensangrentadas, al igual que el cabello. Siguió al oeste, como la salida de Arien le indicaba. Cojeaba insistentemente y casi cualquier paso le provocaba un infinito dolor. Pero no importaba; tenía que llegar, tenía que seguir hasta Imladris, herida y sola.
La suerte que no tuvo de camino a Lothlórien la tuvo en su penoso viaje de vuelta. Pudo sobrevivir 3 noches sin agua y sin comida, a través de los salvajes terrenos montañeses. Ahora estaba en un terreno plano que pudo reconocer; Imladris ya no estaba tan lejos, aunque ya no podía más. Todo era tan doloroso, tan cansado, interminable. Se dejó caer sobre el tapete de hierba del bosquecillo. Sintió el suave tacto del rocío y decidió que no caminaría más, que todo había terminado.
-Aquí... he de dormir- dijo en un susurro y cerró los ojos.
*
-¡Por Elbereth! Qué mal tiempo hemos tenido que pasar en las Nubladas- decía un elfo de cabello rubio cobrizo, montado sobre un fuerte caballo. A todas luces era un elfo del Bosque Verde, vestido a la usanza silvana con ropas verde oscuro.
-Ciertamente, Alagos- respondió su compañero más cercano, encapuchado, también de verde oscuro y que iba sobre un caballo negro - Pero llegaremos a Imladris en unas horas-
-Estoy ansioso-
Por los húmedos y despoblados terrenos que rodeaban al Valle, avanzaba una compañía de elfos silvanos de Eryn Galen. Sería una de las misivas de Thranduil para Elrond, naturalmente. Los elfos iban tranquilos e impasibles entre los pocos árboles y el terreno rudo y herboso. El sol estaba en lo alto.
-Es la primera vez que visito Imladris- dijo de nuevo el elfo de cabello cobrizo.
-Pues que poco mundo tienes, querido amigo-
-¡Ah! Escuchad a Irimar el viajero...-
Al internarse en una arboleda no muy espesa, vislumbraron un bulto tendido y se pararon en seco. Al momento sacaron y apuntaron sus arcos, pero su lider, el elfo de cabello negro, les dijo que esperaran. Bajó de su caballo y desenfundó una daga. Se acercó lentamente al bulto y lo tocó suavemente. No obtuvo respuesta y se aventuró a moverlo un poco más, para ver qué o quién era eso. Vio una maraña de cabello castaño y ensangrentado. Se estremeció y sus ojos violetas se abrieron mucho. Después, un rostro. Su rostro. Por fracciones de segundo la miró, fuertemente herida, casi irreconocible
-¡¡No, Miluinel, no!! ¡¡Ayúdenme, ayúdenme a subirla, tal vez aún viva!!-
Los silvanos se movilizaron de inmediato y ayudaron a Irimar a subir el lastimado cuerpo a su caballo.
-La llevaré hasta Imladris a galope tendido; ¡¡podría estar viva!!-
-¡Pero el galope podría matarla, está muy delicada!-
-¡¡Al demonio con eso!! ¡¡No pienso dejarla morir mientras trotamos alegremente!!- dijo encolerizado el elfo y se retiró, sin pedir más opiniones ni rendir cuentas a nadie. Alagos se quedó sorprendido al igual que los demás "así que esa es Miluinel" dijo para sus adentros.
El elfo de negro cabello galopaba raudamente, sin pensar en otra cosa, sorteando vados y rocas; tenía la mente en blanco. No podía pensar, sólo protegía con su cuerpo a Miluinel. No pensaba si quiera en que podría ya estar muerta. No quería pensar.
Guardias de Imladris lo detuvieron en la puerta. El elfo no se bajó del caballo y se olvidó de cualquier protocolo
-¡Esta elfa está gravemente herida, necesitan atenderla! ¡Abridme os lo ruego!-
-¿De quién se trata?- inquirió un guardia. Palideció al encontrar el rostro de Miluinel y de inmediato abrió la puerta. Irimar avanzó hasta donde pudo con el caballo, matando la paz de Imladris con el estruendo de las herraduras de su corcel. Dos distinguidos elfos lo detuvieron cuando las construcciones de la casa de Elrond estaban cerca
-Aiya Irimar de Eryn Galen ¿Cuál es la apuración?- preguntó preocupado Erestor. A su lado estaba Glorfindel, mirando al elfo y sobre todo a quien llevaba en su grupa
-Ella... está gravemente herida... tenemos que... salvarla- respondió agitado por su galope. Los elfos ayudaron a bajarla con sumo cuidado. Glorfindel apartó la capa verde que el elfo le había puesto encima y al mirar los cabellos castaños se horrorizó
-...Miluinel...- dijo lenta y dolorosamente. Erestor se apresuró aún más al ver que la moribunda era aquella dama.
Elrond les recibió en las escaleras y al mirar a Miluinel destrozada cerró los ojos con dolor. Empezaba a darse cuenta de lo que había sucedido; un súbito dolor se le clavó en el corazón.
-¡¿Está viva?! ¡Tiene que estarlo, por Eru!- preguntaba desesperado Irimar a Elrond, sin ninguna reverencia o saludo.
-No lo sé- dijo Elrond, sombrío - Llevadla al recinto de curación; Isilwen os lo dirá. En seguida los acompaño-
Glorfindel no decía nada; miraba el rostro de su amada lastimado y sucio. La casa de su espíritu casi deshecha. En su mente no había nada por más que el rubio noldo la buscaba desesperadamente. La tendieron en una cama e Isilwen la examinó de inmediato. Araneth comenzó a limpiarle las heridas.
-¿Por qué no ha venido Elrond?- preguntó extrañada -Miluinel está viva, pero yo sólo podré calmar su dolor físico-
-¿Y qué no es eso suficiente?¡No dejéis que se muera!- decía Irimar, mientras que Erestor y Glorfindel permanecían en silencio. Elrond apareció minutos después, caminando lentamente.
-Temo deciros que no- respondió doloridamente Isilwen - He de pediros que salgan, caballeros-
Los elfos se retiraron el silencio. Isilwen y Araneth, quien ya había limpiado las heridas, comenzaron a trabajar en la curación física cauterizando heridas y aplicando hierbas antisépticas. No era una tarea fácil pues cualquier movimiento parecía provocarle un dolor infinito.
Tras horas de trabajo, Miluinel estaba limpia y vendada, aunque había pocas esperanzas, pues su espíritu estaba cansado y dolorido y no quería volver más a ese cuerpo. Tenía fiebre altísima, aún después de haber estabilizado su fractura.
-Esto no es bueno- dijo Araneth -¿Qué ha pasado con la dama Celebrían?-
Isilwen pusó un dedo en su boca.
-¡Silencio! No menciones nada de eso enfrente de ella o jamás se recuperará-
*
-Iré a verla- dijo Elrond a Glorfindel
-Es difícil, lo sé, es difícil no sacar juicios rápidos y culpar a Miluinel. Lo sabíamos, Elrond, nunca debieron salir de Imladris-
-Ella no quiere vivir más-
-No- dijo tajantemente el rubio noldo - Tienes que intentarlo, no la dejes ir-
Elrond miró el triste rostro de su amigo; sabía de su amor por esa elfa, pero poco importaba si ella no encontraba más motivos para seguir adelante. Se retiró sin decir nada.
Glorfindel tenía la mirada perdida; clavada en el horizonte. Sabía que Miluinel apenas tenía una posibilidad de sobrevivir y que esa posibilidad era todavía más remota para la dama Celebrían. Recordó cuando aquellas trenzas plateadas alegraban la casa de Galadriel en Eregion; cuando esa chiquilla se convirtió en una decidida e inteligente princesa, que se arriesgaba por lo que amaba en tiempos oscuros. El recuerdo se tejía con la pequeña elfa de castaño cabello, a quien había aprendido a amar; el dolor de mirarla tan lastimada apenas lo dejaba estar en pie. Y de nuevo Celebrían y de nuevo Miluinel y una desesperanza amarga era lo único que cabía en su corazón...
-Aiya Glorfindel- dijeron dos voces luminosas casi al unísono. Glorfindel les miró sin poder ocultar su tristeza.
-¿Qué pasa?- preguntó Elrohir enarcando una ceja - Nunca nos miras así-
*
La puerta del recinto de abrió y las sanadoras miraron a un Elrond de semblante sombrío acercándose lentamente.
-Retiraos, ya han hecho su trabajo-
Las elfas hicieron una reverencia y rápidamente salieron de ahí, mientras que el medioelfo se sentaba al lado de la cama de Miluinel. La miró largamente y sabía que en esas heridas estaban narrados los hechos. Su amada había desaparecido, lo había presentido y sin embargo lo ignoró. Ahora no podía hacer nada. Le horrorizaba pensar que la flor de su vida estaba en ese momento sufriendo más que la pobre elfa a quien tenía enfrente. Ni un solo segundo dejaba la culpa a un lado. Tocó la frente de Miluinel y notó su elevada fiebre. Tomó su mano y puso un gesto concentrado
-...Á tulë, Á tulë Meldonya, Aurë entuluva!- (vuelve, vuelve amigo, ya se hará de nuevo el día). Una luz tenue y dorada salió de la mano de Elrond, apenas perceptible. Parecía no haber sucedido nada, pero lentamente las heridas se estabilizaban.
Elrond sabía que se quería ir, que el cuerpo y el alma le dolían demasiado. Desde lejos, como un eco, le rogaba que la dejara morir en paz, que no tenía más fuerzas para abrir los ojos y llevar consigo en vida tanto sufrimiento. Por un momento pensó que sería considerado al dejarla ir, si ese era su deseo. Había perdido a sus padres en Eregion y a sus amigos en la guerra. Tal vez era cruel traerla de nuevo. Glorfindel entró de súbito al recinto
-Perdonda, Elrond, pero tus hijos están aquí-. El medioelfo asintió y se dirigió hacia allá.
-No sé si quiera regresar, Glorfindel... se prudente, está muy herida-
Se quedó solo con ella. Con el dolor de su corazón que se sentía a través del aire, tan claro como un lamento cantado.
-Aiya vanimelda- dijo el elfo esbozando una triste sonrisa. Se acercó lentamente hasta ella y acarició su frente cuidadosamente, esquivando las heridas. No podría sentirse más triste y sin embargo al verla aliviaba un poco su dolor. Deseaba que volviera, que su espíritu no estuviera ya tan lejos de su cuerpo.
De pronto, las puertas del recinto se abrieron violentamente. Los gemelos entraron decididos, después de su padre que trataba de frenarlos. Al mirar a Miluinel se quedaron absortos. No podía ser la misma aquella quien les enseñaba el tiro con arco, no era la misma que estaba tendida en la cama, herida, vendada y pálida, como una flor pisoteada.
-¿Dónde está mi madre?- preguntó Elladan sin dirigirse a nadie. Glorfindel le indicó que se callara, pero no hizo caso y volvió a preguntarlo. El cuerpo de Miluinel, que aún respondía, se estremecio y de pronto se puso helado.
-¡¿No has oído, Elladan?!- dijo enojado Glorfindel.
-Salid- dijo su padre oscuramente.
*
-Partiremos, partiremos ya- decía Elrohir preparando a su caballo
-Hijos míos...-
Elrond sabía que no podría detenerlos. En su mirada se notaba el tremendo sufrimiento de aquellos momentos. Su amor, su princesa de plateados cabellos estaba perdida en un abismo oscuro. Y sus hijos irían, a la boca del lobo, arriesgándose y amenazando al medioelfo con perder a alguien más.
Sin más premisas y después de haberse preparado, los gemelos salieron rápidamente de Imladris, en busca de su madre. Elrond se desplomó sobre un sitial y cerró los ojos, como si llorara.
-¿Atto? ¿Ha pasado algo malo?- una dulce voz le dio un alivio inesperado súbitamente. Levantó la mirada y se encontró con los hermosos ojos de su hija, tan llenos de luz. Entonces, en su corazón, destelló una tímida esperanza de que tal vez Celebrían estuviera viva. Miró largamente a su hija, a su niña, la más hermosa entre hermosas aún cuando apenas era una joven muchacha...
-Arwen-. La abrazó fuertemente y se aferró a la esperanza que la Estrella de la Tarde le ofrecía.
/////////////////////////
Chale... este capi hasta a mi me dio 'pa abajo... estoy triste.... son las 3 de la mañana y estoy triste de haber escrito esto bububu T_T
Anyway... espero que les haya gustado un poquito con todo y que ahora si no me medí con el sufrimiento que le inflingí a Miluinel. Ay pobrecita, después de estono sé si quiera seguir viviendo... ya veremos, ojalá que Glorfindel le eche la mano ^^ Bueno, aclaro que acá, las heridas físicas estaban muy feas pero lo más feo era la herida espiritual, ustedes saben. Como un estado de coma pero sintiendo el dolor y eso.
Gracias a Elloith por la frase en Quenya, a Nariko, a Elanta, a Angie (no sabes como me animan tus comentarios) a Enelya y a los que me leen y no dejan reviu
Arrooouz!!
-Señor Elrond...- dijo Miluinel a media voz, para que el ensimismado elfo dejara de mirar por la ventana
-Dama Miluinel... mi esposa está ya en la puerta este. No será necesario que llevéis una escolta numerosa. Os confío el viaje de la dama Celebrían-
Miluinel asintió. No era la primera vez que escoltaba a su esposa o hijos hacía Lothlórien o a cualquier otro lugar y sin embargo, esta vez parecía diferente. Podía mirar un poco de miedo asomar los grises ojos del sabio elfo; pero no dijo nada. Si nunca sucedía nada no tenía por qué suceder hoy.
-Andad con cuidado, Dama Miluinel- dijo por último Elrond, antes de que la elfa se fuera y le entregó la misiva para la Reina del Bosque de Oro.
Caminó por el pasillo pensando un momento más en el raro semblante del señor de Imladris; recordaba... aquella nube gris que hacía meses había llegado se negaba a irse y su presencia ahora era mucho más fuerte. Lo quiso ignorar, aunque la vista del paisaje no ayudaba mucho; el cielo, celoso, en cualquier momento dejaría caer su lluvia melancólica sobre los pardos árboles de otoño. Se puso la capucha y bajó la larga escalinata.
Al pasar por uno de los prados, una voz la llamó, como en un susurro
-¡Miluinel!-
Volteó de pronto y entró al pequeño jardín, por su estrecho arco cubierto de hiedra. En la sombra de un alto castaño estaba Glorfindel. Llevaba el cabello suelto y su vestidura era de un azul pálido. Ella le dedicó una media sonrisa y se acercó al rubio noldo, que le tomó la mano.
-Es tarde, la Dama Celebrían me espera...-
-Que la dama sepa esperar un minuto. Te pido sólo un minuto, melmenya...-
Ella sonrió y negó con la cabeza. Se sentó a su lado
-Siempre logras convencerme...- el elfo selló sus labios con un beso juguetón.
-No vayas... quédate- le decía Glorfindel. Ella se separó de él súbitamente.
-¿Qué pasa?-
-Me gustaría que todos dejaran de preocuparse tanto. Sólo voy a Lothlórien, es todo ¿Cuál es el problema?-
Glorfindel la miró un momento. Ella le soltó las manos.
-Lo siento... perdona, de veras; sé que te preocupas por mi, lo aprecio, pero...-
-Pero a veces creo que yo te amo y tú... sólo me aprecias-
La elfa lo miró angustiosamente
-¡No, no! ¡Nunca digas eso!... yo os amo, mi señor, desde que tengo memoria...- la elfa le dio un brusco abrazo. Glorfindel sonrió, como aliviado y le correspondió cariñosamente.
-Se hace tarde, hermosa-
-Me voy... tenna rato Glorfindel-
-Tenna rato Miluinel vanimelda-
Sonrieron.
Ya cerca del puente estaba la dama Celebrían y los demás elfos de la escolta. Como Elrond indicara, eran sólo unos cuantos.
-¿Partimos, mi señora?- preguntó Miluinel antes de subir a Indil. Celebrían sólo asintió con una modesta sonrisa y por fin cruzaron el estrecho puente sobre el Bruinen.
*
Se detuvieron a reponer sus reservas de agua en un claro arroyo. Rodeaban las nubladas por los espesos bosques de sus faldas y al caer la tarde estarían ya en las alturas, cada vez más cerca del paso de Caradhras.
-No creo que haya peligro alguno, Amandil- dijo Miluinel, afirmando que podían pasar la noche en alguna de las cuevas de la montaña
-¿Estáis segura?- inquirió el elfo de ojos cristalinos.
-Lo estoy, a menos que decidáis pasar la noche a la intemperie. Es, a mi parecer, mucho más riesgoso-
Amandil se limitó a asentir cuando escuchó el tono imperativo de Miluinel. Buscó con la mirada a la dama Celebrían para proponerle ( lo que ya ella misma había decidido) y preguntar si el viaje le era lo más placentero posible.
-Dama Celebrían- hizo una reverencia - Creo conveniente que esta noche la pasemos en una de las cavernas al pie de las nubladas
-¿Cree que sea prudente?- preguntó tranquilamente la dama de plateada cabellera.
-En efecto, mi señora- respondió con desbordante seguridad la elfa.
-Confío entonces en usted, dama Miluinel-
Miluinel llamó a los demás y comenzaron a subir por la montaña. El tiempo se ponía peor y una brisa helada caía de los cada vez más espesos nubarrones. El viento que sacudía los ralos árboles tampoco ayudaba a que su ascenso fuera agradable.
Pocas veces se contemplaba un verano tan triste como aquel, donde todo parecía cubierto por un velo que ensombrecía la majestuosidad del paisaje. Pronto cayó el granizo y apretaron el paso hasta encontrar una cueva estrecha al principio, pero abierta en una gran bóveda más al fondo. El caballo de la dama Celebrían se quedó casi en la entrada y se dispuso el aposento más cómodo que se podía lograr con el equipaje que llevaban. La noche había caído mucho más oscura que cualquier otra vez.
Miluinel salió de la cueva preparada para montar la guadia nocturna y desde lo alto miró el horizonte. Pensó en Glorfindel y en lo feliz que la sonrisa de ese elfo la hacía, día a día. Todavía recordaba aquellos momentos de su infancia donde el rubio noldo estaba siempre a su lado. El destino era curioso... Sin embargo, algo seguía oprimiendo a su corazón. Inexplicablemente, estaba intranquila; el semblante oscuro de Elrond, la insistencia de Glorfindel, la desconfianza con la que avanzaba la pequeña compañía en las Nubladas. Se alejó un poco más y aún mojándose la capa, permaneció separada de los demás, reflexionando. Sentía lo mismo que sintió esa tarde...
...La luz dorada de otro perfecto atardecer se colaba entre los acebos. Miluinel contemplaba la entonces aparente enormidad de todas las cosas; en su cuarto había un enorme ventanal que daba a un bosquecillo sembrado de flores blancas y amarillas. A veces, por las tardes, su padre la llevaba a que se hiciera una corona con ellas; esperaba la pequeña elfa que esa fuera una de esas tardes. No la fue. Un ruido metálico y feroz inundó la calle y, curiosa como era, asomó su cabeza castaña por una ventana. No sería una tarde de flores. Y los juegos en el prado terminaron ahora, aunque ella quería jugar con sus muñecas un rato... y no les enseñarían más sobre su buena tierra, la lección de esa tarde era cómo morir... y no había razones y buscaba razones, pero ¿qué razones necesitas para morir?...
Un relámpago plateado cortó la oscuridad de la noche y le dio al paisaje un aspecto temible. Hacía mucho frío y su respiración dejaba un halo de vapor. Apenas caía en cuenta de cuanto le pesaban los años, el día a día que la iba debilitando.
-¡¡Yrch!!- el grito desesperado de uno de sus compañeros dentro de la cueva la hizo levantarse en el acto entrar. Sacó su arco y preparó una flecha, pero antes de que pudiera disparar, un pesado bulto cayó sobre ella. Era uno de los tantos trasgos de la montaña que los atacaban. Sin utilizar armas la golpeó fuertemente en el rostro. De inmediato adivinó el correoso sabor de la sangre
Zafándose de la opresión de la criatura, se incorporó y atravesó al orco con una flecha; pero llegaron otros dos a los cuales enfrentó con golpes limpios y después con flechas. Avanzó un poco más entre la oscuridad, los gritos y los chillidos. No creyó que llevaran tanto tiempo resistiendo el ataque: contempló con horror el rostro muerto de uno de los compañeros de la guardia. Un escalofrío helado la atravesó. Al fondo seguía escuchando la pelea y los gritos desesperados de la Dama Celebrían. Corrió a tientas, guiándose por su oído y enfrentándose a oscuras a las horrendas bestias.
Sintió un fuerte golpe en el estómago que la sofocó y cayó de espaldas al suelo de roca. Enseguida vio la luz rojiza de una antorcha que llevaba un enorme trasgo. Celebrían forcejeaba con una bestia y uno de sus compañeros, al parecer el último que quedaba vivo hacía lo que podía por defenderla. Miluinel no tenía aire, no se podía levantar. El golpe sordo de la cimitarra orca la hizo darse cuenta de que ahora la dama estaba indefensa. Aferrándose a las fuerzas que le quedaban, se levantó y de nuevo a oscuras adivinaba las siniestras siluetas, atravesándolas con flechas.
-¡¡Dama Celebrían!!¡¿Dónde está?!¡¡Hábleme, respóndame!!- gritaba Miluinel sin dejar de pelear en la oscuridad. No obtenía respuesta.
Sintió una maza de hierro en las piernas que la derribó. El sonido de cadenas. El chillido de los trasgos y la ausencia de la voz de la dama. Miluinel seguía llamándola, cada vez más desesperada; pero los golpes anónimos la hacían callar. Estaba ciega y encolerizada por la impotencia de no poder rescatar a Celebrían. El dolor comenzaba a ser más fuerte.
-¡¡Miluinel!!-
-¡¡Señora Celebrían, resista!!- gritaba la elfa y adivinando su presencia en el lado derecho de la caverna se arrastró como pudo hacia allá. Había perdido su arco, pero llevaba todavía una daga. Sintiendo la presencia de la dama, apresada por tres trasgos, se levantó ardiendo en furia y con el sólo cuchillo atacó a los trasgos, matando a dos de ellos. El tercero era muy grande y apenas la elfa se dio cuenta, estaba de nuevo en el piso.
-¡¡No!! ¡¡¡¡No, Miluinel!!! ¡¡¡Ayúdame!!!-
Los gritos le desgarraban el alma. No podía moverse, como si no tuviera piernas. Dolor, dolor profundo y desesperación, inutilidad. La elfa comenzó a llorar de rabia.
-¡¡Celebrían, golpéalos, resiste, saldremos de aquí!!- le decía entre sollozos de ira y dolor. Pero la dama no respondía más. Aún más profundo, al parecer por una gruta, se escuchaban los gritos ahogados de la Señora de Imladris acompañadas del chillido de trasgos y el sonido mordiente del metal.
Miluinel mordió el polvo. Estaba vencida.
-No...no,no... no- musitaba con los dientes apretados y lágrimas resbalando sobre sus lastimadas mejillas. Un silencio mortal la rodeaba y apenas escuchaba su corazón latir. Seguía inmersa en una oscuridad asfixiante. Se ahogaba, le dolía todo, su corazón estaba ardiendo de odio e impotencia.
Los pasos volvieron. Los chillidos de un lenguaje corrompido crecían poco a poco en el eco cavernoso. Sintió miedo y se quedó muy quieta, como una muerta.
-¿No estaría mal si nos comiéramos a uno de estos, verdad?- preguntó una voz rasposa y mal articulada. Con las antorchas miró de cerca de uno de los trasgos, aproximando sus afilados dientes al cadáver de Amandil. Miluinel apretó los dientes y no hizo nada, ningún movimiento aunque no pudiese tolerar que deshonraran así el cuerpo de su compañero.
-¿Y qué te parece esta otra?-
-¡¿No te has saciado ya, animal?! Mejor juguemos a la puntería...-
El par de trasgos la levantó del suelo y fueron hasta la salida de la cueva. Miluinel pudo contemplar el mortecino resplandor de la noche afuera. El aire estaba helado. La dejaron caer sobre el piso de afuera, al borde del barranco. Los trasgos se pusieron a discutir y a pelear, pero no olvidaban que harían con la aparentemente muerta elfa.
-¡¡Tenemos que clavarla en una lanza si quieres que esté quieta, imbécil!!-
-¡entonces ve por la maldita lanza y yo la cuidaré!-
-Tú te la comerás desgraciado, no pienso dejártela entera-
Miluinel los miraba discutir. Estaba al borde de la muerte. No podía levantarse y enfrentarlos, igual la matarían... pero tampoco esperaría a que hiciesen con ella lo que quisieran. Contempló el inclinado y filoso barranco y no lo dudó más. poco a poco, imperceptible, se rodó hasta el borde y se dejó caer.
-¡¡Infelíz!! ¡¡Se ha caído por el barranco!!- fue lo último de los gritos orcos que escuchó a lo lejos.
*
Abrió los ojos, para su propia sorpresa. Después de caer cuesta abajo entre rocas y astillas no creía poder aguantar más dolor. Pero abrió los ojos.
Era por la mañana y hacía frío. Estaba tendida en un montón de ramas y tierra. Miró hacia arriba y comprobó haber caído en un agujero no muy profundo. El sol en las alturas la deslumbró. De inmediato, el dolor volvió, sobre todo en su pierna derecha. Bajando la mirada, temerosa, se encontró con lo sospechado: se había roto un hueso, expuestamente. No quería arriesgarse a gritar que los trasgos siguieran rondando aún por la mañana. Desgarró un trozo de sus vestiduras y se lo colocó en la boca para morderlo. Con toda la fuerza que tuvo en sus heridos brazos, acomodó el hueso roto de nuevo dentro de la piel. Las lágrimas brotaron de sus ojos y los gritos salieron, ahogados por el trozo de tela en su boca. Pocas veces había sentido tanto dolor. Comenzaba a perder su realidad. En su mente estaban los gritos de la dama Celebrían, el dolor, sus compañeros asesinados, los trasgos...
Luego de una noche, el dolor era ya tan común que se había acostumbrado y se pudo levantar, cojeando. Salió del agujero y tardó unas horas en orientarse. Tenía las ropas sucias y ensangrentadas, al igual que el cabello. Siguió al oeste, como la salida de Arien le indicaba. Cojeaba insistentemente y casi cualquier paso le provocaba un infinito dolor. Pero no importaba; tenía que llegar, tenía que seguir hasta Imladris, herida y sola.
La suerte que no tuvo de camino a Lothlórien la tuvo en su penoso viaje de vuelta. Pudo sobrevivir 3 noches sin agua y sin comida, a través de los salvajes terrenos montañeses. Ahora estaba en un terreno plano que pudo reconocer; Imladris ya no estaba tan lejos, aunque ya no podía más. Todo era tan doloroso, tan cansado, interminable. Se dejó caer sobre el tapete de hierba del bosquecillo. Sintió el suave tacto del rocío y decidió que no caminaría más, que todo había terminado.
-Aquí... he de dormir- dijo en un susurro y cerró los ojos.
*
-¡Por Elbereth! Qué mal tiempo hemos tenido que pasar en las Nubladas- decía un elfo de cabello rubio cobrizo, montado sobre un fuerte caballo. A todas luces era un elfo del Bosque Verde, vestido a la usanza silvana con ropas verde oscuro.
-Ciertamente, Alagos- respondió su compañero más cercano, encapuchado, también de verde oscuro y que iba sobre un caballo negro - Pero llegaremos a Imladris en unas horas-
-Estoy ansioso-
Por los húmedos y despoblados terrenos que rodeaban al Valle, avanzaba una compañía de elfos silvanos de Eryn Galen. Sería una de las misivas de Thranduil para Elrond, naturalmente. Los elfos iban tranquilos e impasibles entre los pocos árboles y el terreno rudo y herboso. El sol estaba en lo alto.
-Es la primera vez que visito Imladris- dijo de nuevo el elfo de cabello cobrizo.
-Pues que poco mundo tienes, querido amigo-
-¡Ah! Escuchad a Irimar el viajero...-
Al internarse en una arboleda no muy espesa, vislumbraron un bulto tendido y se pararon en seco. Al momento sacaron y apuntaron sus arcos, pero su lider, el elfo de cabello negro, les dijo que esperaran. Bajó de su caballo y desenfundó una daga. Se acercó lentamente al bulto y lo tocó suavemente. No obtuvo respuesta y se aventuró a moverlo un poco más, para ver qué o quién era eso. Vio una maraña de cabello castaño y ensangrentado. Se estremeció y sus ojos violetas se abrieron mucho. Después, un rostro. Su rostro. Por fracciones de segundo la miró, fuertemente herida, casi irreconocible
-¡¡No, Miluinel, no!! ¡¡Ayúdenme, ayúdenme a subirla, tal vez aún viva!!-
Los silvanos se movilizaron de inmediato y ayudaron a Irimar a subir el lastimado cuerpo a su caballo.
-La llevaré hasta Imladris a galope tendido; ¡¡podría estar viva!!-
-¡Pero el galope podría matarla, está muy delicada!-
-¡¡Al demonio con eso!! ¡¡No pienso dejarla morir mientras trotamos alegremente!!- dijo encolerizado el elfo y se retiró, sin pedir más opiniones ni rendir cuentas a nadie. Alagos se quedó sorprendido al igual que los demás "así que esa es Miluinel" dijo para sus adentros.
El elfo de negro cabello galopaba raudamente, sin pensar en otra cosa, sorteando vados y rocas; tenía la mente en blanco. No podía pensar, sólo protegía con su cuerpo a Miluinel. No pensaba si quiera en que podría ya estar muerta. No quería pensar.
Guardias de Imladris lo detuvieron en la puerta. El elfo no se bajó del caballo y se olvidó de cualquier protocolo
-¡Esta elfa está gravemente herida, necesitan atenderla! ¡Abridme os lo ruego!-
-¿De quién se trata?- inquirió un guardia. Palideció al encontrar el rostro de Miluinel y de inmediato abrió la puerta. Irimar avanzó hasta donde pudo con el caballo, matando la paz de Imladris con el estruendo de las herraduras de su corcel. Dos distinguidos elfos lo detuvieron cuando las construcciones de la casa de Elrond estaban cerca
-Aiya Irimar de Eryn Galen ¿Cuál es la apuración?- preguntó preocupado Erestor. A su lado estaba Glorfindel, mirando al elfo y sobre todo a quien llevaba en su grupa
-Ella... está gravemente herida... tenemos que... salvarla- respondió agitado por su galope. Los elfos ayudaron a bajarla con sumo cuidado. Glorfindel apartó la capa verde que el elfo le había puesto encima y al mirar los cabellos castaños se horrorizó
-...Miluinel...- dijo lenta y dolorosamente. Erestor se apresuró aún más al ver que la moribunda era aquella dama.
Elrond les recibió en las escaleras y al mirar a Miluinel destrozada cerró los ojos con dolor. Empezaba a darse cuenta de lo que había sucedido; un súbito dolor se le clavó en el corazón.
-¡¿Está viva?! ¡Tiene que estarlo, por Eru!- preguntaba desesperado Irimar a Elrond, sin ninguna reverencia o saludo.
-No lo sé- dijo Elrond, sombrío - Llevadla al recinto de curación; Isilwen os lo dirá. En seguida los acompaño-
Glorfindel no decía nada; miraba el rostro de su amada lastimado y sucio. La casa de su espíritu casi deshecha. En su mente no había nada por más que el rubio noldo la buscaba desesperadamente. La tendieron en una cama e Isilwen la examinó de inmediato. Araneth comenzó a limpiarle las heridas.
-¿Por qué no ha venido Elrond?- preguntó extrañada -Miluinel está viva, pero yo sólo podré calmar su dolor físico-
-¿Y qué no es eso suficiente?¡No dejéis que se muera!- decía Irimar, mientras que Erestor y Glorfindel permanecían en silencio. Elrond apareció minutos después, caminando lentamente.
-Temo deciros que no- respondió doloridamente Isilwen - He de pediros que salgan, caballeros-
Los elfos se retiraron el silencio. Isilwen y Araneth, quien ya había limpiado las heridas, comenzaron a trabajar en la curación física cauterizando heridas y aplicando hierbas antisépticas. No era una tarea fácil pues cualquier movimiento parecía provocarle un dolor infinito.
Tras horas de trabajo, Miluinel estaba limpia y vendada, aunque había pocas esperanzas, pues su espíritu estaba cansado y dolorido y no quería volver más a ese cuerpo. Tenía fiebre altísima, aún después de haber estabilizado su fractura.
-Esto no es bueno- dijo Araneth -¿Qué ha pasado con la dama Celebrían?-
Isilwen pusó un dedo en su boca.
-¡Silencio! No menciones nada de eso enfrente de ella o jamás se recuperará-
*
-Iré a verla- dijo Elrond a Glorfindel
-Es difícil, lo sé, es difícil no sacar juicios rápidos y culpar a Miluinel. Lo sabíamos, Elrond, nunca debieron salir de Imladris-
-Ella no quiere vivir más-
-No- dijo tajantemente el rubio noldo - Tienes que intentarlo, no la dejes ir-
Elrond miró el triste rostro de su amigo; sabía de su amor por esa elfa, pero poco importaba si ella no encontraba más motivos para seguir adelante. Se retiró sin decir nada.
Glorfindel tenía la mirada perdida; clavada en el horizonte. Sabía que Miluinel apenas tenía una posibilidad de sobrevivir y que esa posibilidad era todavía más remota para la dama Celebrían. Recordó cuando aquellas trenzas plateadas alegraban la casa de Galadriel en Eregion; cuando esa chiquilla se convirtió en una decidida e inteligente princesa, que se arriesgaba por lo que amaba en tiempos oscuros. El recuerdo se tejía con la pequeña elfa de castaño cabello, a quien había aprendido a amar; el dolor de mirarla tan lastimada apenas lo dejaba estar en pie. Y de nuevo Celebrían y de nuevo Miluinel y una desesperanza amarga era lo único que cabía en su corazón...
-Aiya Glorfindel- dijeron dos voces luminosas casi al unísono. Glorfindel les miró sin poder ocultar su tristeza.
-¿Qué pasa?- preguntó Elrohir enarcando una ceja - Nunca nos miras así-
*
La puerta del recinto de abrió y las sanadoras miraron a un Elrond de semblante sombrío acercándose lentamente.
-Retiraos, ya han hecho su trabajo-
Las elfas hicieron una reverencia y rápidamente salieron de ahí, mientras que el medioelfo se sentaba al lado de la cama de Miluinel. La miró largamente y sabía que en esas heridas estaban narrados los hechos. Su amada había desaparecido, lo había presentido y sin embargo lo ignoró. Ahora no podía hacer nada. Le horrorizaba pensar que la flor de su vida estaba en ese momento sufriendo más que la pobre elfa a quien tenía enfrente. Ni un solo segundo dejaba la culpa a un lado. Tocó la frente de Miluinel y notó su elevada fiebre. Tomó su mano y puso un gesto concentrado
-...Á tulë, Á tulë Meldonya, Aurë entuluva!- (vuelve, vuelve amigo, ya se hará de nuevo el día). Una luz tenue y dorada salió de la mano de Elrond, apenas perceptible. Parecía no haber sucedido nada, pero lentamente las heridas se estabilizaban.
Elrond sabía que se quería ir, que el cuerpo y el alma le dolían demasiado. Desde lejos, como un eco, le rogaba que la dejara morir en paz, que no tenía más fuerzas para abrir los ojos y llevar consigo en vida tanto sufrimiento. Por un momento pensó que sería considerado al dejarla ir, si ese era su deseo. Había perdido a sus padres en Eregion y a sus amigos en la guerra. Tal vez era cruel traerla de nuevo. Glorfindel entró de súbito al recinto
-Perdonda, Elrond, pero tus hijos están aquí-. El medioelfo asintió y se dirigió hacia allá.
-No sé si quiera regresar, Glorfindel... se prudente, está muy herida-
Se quedó solo con ella. Con el dolor de su corazón que se sentía a través del aire, tan claro como un lamento cantado.
-Aiya vanimelda- dijo el elfo esbozando una triste sonrisa. Se acercó lentamente hasta ella y acarició su frente cuidadosamente, esquivando las heridas. No podría sentirse más triste y sin embargo al verla aliviaba un poco su dolor. Deseaba que volviera, que su espíritu no estuviera ya tan lejos de su cuerpo.
De pronto, las puertas del recinto se abrieron violentamente. Los gemelos entraron decididos, después de su padre que trataba de frenarlos. Al mirar a Miluinel se quedaron absortos. No podía ser la misma aquella quien les enseñaba el tiro con arco, no era la misma que estaba tendida en la cama, herida, vendada y pálida, como una flor pisoteada.
-¿Dónde está mi madre?- preguntó Elladan sin dirigirse a nadie. Glorfindel le indicó que se callara, pero no hizo caso y volvió a preguntarlo. El cuerpo de Miluinel, que aún respondía, se estremecio y de pronto se puso helado.
-¡¿No has oído, Elladan?!- dijo enojado Glorfindel.
-Salid- dijo su padre oscuramente.
*
-Partiremos, partiremos ya- decía Elrohir preparando a su caballo
-Hijos míos...-
Elrond sabía que no podría detenerlos. En su mirada se notaba el tremendo sufrimiento de aquellos momentos. Su amor, su princesa de plateados cabellos estaba perdida en un abismo oscuro. Y sus hijos irían, a la boca del lobo, arriesgándose y amenazando al medioelfo con perder a alguien más.
Sin más premisas y después de haberse preparado, los gemelos salieron rápidamente de Imladris, en busca de su madre. Elrond se desplomó sobre un sitial y cerró los ojos, como si llorara.
-¿Atto? ¿Ha pasado algo malo?- una dulce voz le dio un alivio inesperado súbitamente. Levantó la mirada y se encontró con los hermosos ojos de su hija, tan llenos de luz. Entonces, en su corazón, destelló una tímida esperanza de que tal vez Celebrían estuviera viva. Miró largamente a su hija, a su niña, la más hermosa entre hermosas aún cuando apenas era una joven muchacha...
-Arwen-. La abrazó fuertemente y se aferró a la esperanza que la Estrella de la Tarde le ofrecía.
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Chale... este capi hasta a mi me dio 'pa abajo... estoy triste.... son las 3 de la mañana y estoy triste de haber escrito esto bububu T_T
Anyway... espero que les haya gustado un poquito con todo y que ahora si no me medí con el sufrimiento que le inflingí a Miluinel. Ay pobrecita, después de estono sé si quiera seguir viviendo... ya veremos, ojalá que Glorfindel le eche la mano ^^ Bueno, aclaro que acá, las heridas físicas estaban muy feas pero lo más feo era la herida espiritual, ustedes saben. Como un estado de coma pero sintiendo el dolor y eso.
Gracias a Elloith por la frase en Quenya, a Nariko, a Elanta, a Angie (no sabes como me animan tus comentarios) a Enelya y a los que me leen y no dejan reviu
Arrooouz!!
