CAPÍTULO DEDICADO A LISSWEN
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Aquel era el campo de flores blancas más grande y hermoso que había visto. Un viento dorado parecía agitarlas y moverlas, dóciles y ligeras. Al principio era todo una visión borrosa, pero poco a poco era más clara. Se miró las manos ya sin rasguños y miró también su cabello castaño que revolvía el viento. Lo llevaba suelto como hace años atrás no lo hacía y también usaba un vestido, blanco y ligero.
Estaba parada en una colina y caminó cuesta abajo, tranquilamente. Poco a poco, al ir hacia las flores, divisaba una alta figura, acompañada de otra. Sin saber si quiera de quién o qué se trataba, el corazón le latió más y más rápido; sus piernas respondieron, al punto que casi corría. Sintió como una sonrisa se dibujaba en su rostro.
-Suilannon le sell, Miluinel...-
Nunca más creyó volver a escuchar esa voz y sintió como muchas lágrimas se le escapaban. Aunque poblaba seguido sus recuerdos tenía miedo de mirarle y lentamente alzó sus ojos de agua: pudo ver, como envuelto en un halo plateado, a un alto elfo de cabello castaño, igual al suyo, igual a esa hora exacta del atardecer cuando el sol se refleja en los troncos de los árboles. Era su padre.
-...Ada...- dijo con un hilo de voz y sin más corrió a abrazarlo. No era un abrazo como los que había sentido; era un calor que le inundaba en los más profundo de su ser. Cerró los ojos pero ni siquiera al hacerlo pudo apartar esa imagen de su vista: su padre. Su padre después de tantos años de dolor, ahí estaba.
-Miluinel- dijo otra voz. Volteó apartándose del abrazo de su padre y la vio: era como tejer de nuevo un recuerdo ya casi borrado. Una elfa de cabellos negros, ondeantes al viento, le sonreía. Su madre. Corrió a abrazarla también.
-Hija mía, te hemos visto sufrir el pasado, tanto como si a cada recuerdo lo vivieses de nuevo- dijo su padre. El viento parecía matizar su cabellera de atardecer y alargarla y mezclarla con el mismo aire, jugando con su imagen.
Miluinel bajó la cabeza
-Aquí estamos, y seguiremos estando. No estás atada a nuestro sufrimiento, pues ha sido uno que ha sido vivido y sanado...- su madre interrumpió sus palabras cuando vio la mano de su hija- Miluinel-
La elfa de cabello castaño levantó su mano y vio un fino hilo dorado atado a su dedo anular. No lo pudo agarrar y mucho menos jalar, así que trató de ver de dónde venía. Se dio media vuelta y el delgado hilo se perdía en el vacío celeste y blanco del campo de flores. Negó con la cabeza, lentamente
-Eres libre- escuchó la voz de su padre todavía de espaldas a él. Ambos pusieron la mano en sus hombro. Y al darse la vuelta, se habían ido.
Se quedó parada un momento y de pronto, sintió un punzante dolor en su costado. Al mirar su blanco vestido, vio una pequeña mancha escarlata que crecía vorazmente.
*
-¡Isilwen! ¡Venid, la dama Miluinel, se está desangrando!-
Glorfindel no se había movido del recinto de sanación desde que la elfa estaba ahí. Habían pasado varios días y no daba indicios de mejoría alguna, pero el rubio noldo no desistía. El ambiente en Imladris era espeso y sombrío. Los hijos de Elrond habían regresado, con su madre en un estado terrible, pero aún con vida. Las sanadoras trabajaban sin cesar, y sobre todo Elrond, quien permanecía día y noche al lado de su agonizante esposa.
-¿Señor Glorfindel? ¿Qué pasa?- Isilwen llegó apurada hasta ahí, acompañada de Araneth y Aurëluin, otra dama sanadora recién llegada a Imladris.
-Es Miluinel-
La elfa cerró los ojos abatida, y aún más rápido se encaminó al lugar. La sábana blanca estaba teñida de sangre.
-¿Cómo ha pasado esto?- preguntó, como para sí misma -¡Araneth, los vendajes... necesito también la cura de fúmello valinórea-
La joven sanadora llegó con los frascos requeridos, pero el rostro de Isilwen estaba desesperado; la elfa no dejaba de sangrar. Si bien habían pasado varios días de su llegada, Miluinel se negaba a regresar a su cuerpo y las heridas empeoraban día con día.
-Esto no se detiene...- decía mientras negaba con la cabeza.
-Cautericemos- dijo Aurëluin mientras enrollaba un vendaje a manera de cono
-¡No podemos hacer eso, Aurëluin!¡No somos salvajes!- replicó Araneth
-Se va a desangrar y la valinórea no será suficiente para hacer que la sangre coagule. No piensen en el dolor momentáneo, sino en que si no hacemos esto ella puede morir-
Isilwen miró los chispeantes ojos de Aurëluin; aquella silvana tenía que haber sido una sanadora de guerra.
-el silwiniâr, Araneth...y trae algo para prender fuego- dijo en voz baja Isilwen. El cono fue impregnado con el aceite de abedul y después le prendieron un pequeño fuego en la punta. Aurëluin trabajaba concentrada y convencida de que no había otro modo de curar a Miluinel. Aurë colocó el cono sin fuego, pero al rojo vivo, en la herida súbitamente. Era la única manera de hacerlo. La elfa soltó un gemido ahogado y miles de lágrimas de dolor resbalaron por sus mejillas.
Glorfindel permanecía de espaldas a las mujeres, sumido en sus pensamientos. No pensó que llegara a preocuparse tanto por Miluinel, pero así fue: no había podido descansar un solo minuto desde que la había visto con aquellas heridas, con tal sufrimiento. No pudo evitar volver a esos momentos cuando ella era una niña y él le enseñaba como vivir su joven vida. Poco a poco, esa mirada de agua se fue instalando en él y ahora era casi imborrable. Apenas se había dado cuenta de su amor por ella cuando la jovencita elfa se había transformado en una mujer melancólica y seria; apenas sentía que la amaba cuando la vio moribunda y herida. Inconsciente. Perdida.
-Mi señor Glorfindel- dijo Araneth. El rubio noldo se volvió hacia ella, con el rostro cansado y los ojos sin ese brillo que lo caracterizaba - La dama necesita su ayuda-
El elfo se aproximó hasta donde estaba Miluinel y se sentó a su lado, como lo había hecho ya por dos noches. Tomó su mano.
-Hemos de retirarnos- dijo Isilwen - Señor Glorfindel... si no vuelve ahora, tal vez no vuelva nunca- puntualizó, con una expresión de dolor. Las sanadoras salieron del recinto.
El rubio noldo apretó la mano de su amada y cerró los ojos.
*
El campo de flores había desaparecido. A cambio, unas interminables dunas de arena blanca aparecían frente a ella. Las contemplaba desde abajo, deshacerse y ondearse. Estaba tendida, marchita, pintando de escarlata la pureza de las dunas y dejando un rastro de muerte a su alrededor. De nuevo estaba sola.
El hilo dorado de su dedo ahora parecía lastimarle, y en ningún momento aflojaba para poder desatarse, aunque ella trataba con todas sus fuerzas.
-Miluinel- dijo una voz bastante conocida. No pudo ver nada, pues las arenas se levantaban, nublándole la vista.
-...Déjame ir...-
-¿Es eso lo que deseas?- La voz sonaba triste, decepcionada
Entonces pudo ver, apenas distinguible, una cabellera dorada y unos intensos ojos que la miraban fijamente, apasionados, pero con una tristeza indescifrable. Sonrió.
-...Glorfindel...estás aquí....¿estás muerto?...-
El noldo río
-No, mi pequeña... mi vida... ven aquí-
El deseo brillaba en sus ojos de un modo nuevo, desconocido para ella. Le tendió la mano. Apenas tenía fuerzas para abrir los ojos y verlo...
-...no alcanzo...- se miraba a sí misma como una sombra pálida y vaga. Se sentía débil, cansada y sin aliento.
-No cierres tus ojos, ven conmigo, te necesito aquí, ...ven...-
-...tú...me quieres... contigo?- la elfa sonrió débilmente y cerró los ojos
- Miluinel, mi pequeña, ¿quererte? Tu eres mi vida entera... vamos, claro que te quiero conmigo... claro que te necesito... claro que te deseo ... no te vayas... ven...te quiero conmigo, no te vayas-
el hilo dorado relumbró y fue como si la levantara, apenas un poco, para que pudiera tomar la mano del elfo y este la acogiera en un ávido abrazo. Tomar la mano del elfo, firme, fuerte, que la arrastró hasta él y la atrajo hasta su pecho, apresándola en un abrazo que le permitió oír los latidos de su corazón que , escondido contra su fuerte torso , latía su nombre rítmicamente.
*
Glorfindel estaba tendido, como desfallecido al lado de Miluinel cuando Elrond entró al recinto. Rápidamente acudió a incorporar al noldo, que estaba débil y tenía una herida en el costado. Después de que las sanadoras lo estabilizaran, fue llevado a su habitación, donde permaneció descansando por cuatro noches. Transcurso de tiempo en que Miluinel había abierto los ojos; fue la mañana de ese mismo día, mientras Aurëluin la cuidaba, que despertó de golpe, aspirando violentamente una bocanada de aire.
Miró el iluminado recinto y escuchó los cantos de las aves. Poco a poco, armando las piezas de la imagen, se vio en el recinto de curación de Imladris. Sentada cerca, observándola, estaba esa elfa que apenas había llegado, no recordaba su nombre...
-Aiya Dama Miluinel- dijo con una voz alegre y una cálida sonrisa.
Antes de que pudiera hablar, la elfa la detuvo
-No haga esfuerzos, todavía necesita descansar. Me alegra que se sienta mejor... y espero que me recuerde, soy Aurëluin de Lóthlorien-
Miluinel parpadeó lentamente y recordó a la elfa en los pasillos, acompañada de su pequeña hermana, que era igual a ella. Se acurrucó entre las mantas y respiró profundamente. Vio salir a Aurëluin y dejar la puerta de la arcada abierta, por donde pudo contemplar la luz de la mañana y los árboles meciéndose al viento. Era verano, podía sentirlo. Al incorporarse sintió un agudo dolor en el costado, pero que se decidió a resistir. Apenas se sentó en la cama, Aurëluin regresó con varios peines y un poco de agua en un cuenco.
-Dama Miluinel, debe ponerse un poco más presentable ahora que está despierta- dijo la silvana, aproximándose a ella con una sonrisa. Miluinel asintió lentamente.
Con un peine de nácar desenredaba los castaños cabellos de la elfa poco a poco, delicadamente. Mientras Aurë trenzaba las mechas, Miluinel recordaba cómo había sucedido todo eso; como si se hubiese despertado de un sueño espeso y oscuro. Había visto a sus padres y aunque la felicidad de un rencuentro no se comparaba con nada, la invadía la melancolía de tener que volver y pasar cientos de años antes de verlos de nuevo. Y aún tenía algo que hacer en esta tierra que envejecía y cambiaba. Algo. Tocó su dedo, adivinando el fino tacto del hilo, pero este ya no estaba ahí.
-Listo, se ve mucho mejor-
Miluinel llevó una mano a su cabello y sintió las ligeras trenzas con cintas entrelazadas que la elfa le había hecho. Con un movimiento de cabeza le dio las gracias y, torpemente, se quiso levantar. Casi cae en el intento, pues su pierna estaba muy débil, como todo su cuerpo por entero.
-¿No pensará salir en este momento, dama? Es mejor que se recueste y descanse...-
Miluinel negó con la cabeza, insistía, quería salir de ese lugar donde el aire le parecía encerrado y asfixiante. Aurëluin entendió que necesitaba mirar el sol, sentir el roce del aire... así que con sumo cuidado la ayudó a levantarse y caminar hasta la salida, donde tardaron un descomunal tiempo en bajar una breve escalinata.
Al llegar hasta un jardín que el sol acariciaba con sus rayos y una verde hierba invitaba a descansar sobre ella, se detuvieron. Miluinel se sentó trabajosamente.
-Estaré cerca por si me necesita- dijo Aurë y se retiró.
Miluinel tenía los ojos entrecerrados, como un recién nacido. Respiró profundamente y aquello fue un alivio para su dolor. Con las manos rozaba la fresca hierba e insistentemente tocaba su dedo anular, buscando desesperadamente el hilo. Hacía un ligero viento que le llevaba los cabellos a la cara y movía su ligero vestido. Con los ojos medio cerrados alcanzó a ver una figura en una parte más lejana del jardín; una silueta imponente y de un reflejo dorado. La seguía con la mirada, pues caminaba lentamente.
Glorfindel tuvo que estar demasiado cerca para que la elfa lo reconociera. Él la miró sin sonreír y se sentó a su lado
-Aiya Glorfindel... te ves pálido... ¿qué os... pasó?- dijo pausadamente y como en un murmullo
El noldo dudó un momento; tenía un semblante oscuro y melancólico, que se acentuaba en una belleza trágica, un modo en que Miluinel jamás lo había visto.
-Estás afligido- afirmó la elfa, poniendo una mano sobre la suya. Estaba frío igual que ella
-No me gusta abandonar mi cuerpo y ser un espíritu, las imágenes se superponen...-
Miluinel lo miró confundida. No hablaba con aquella seguridad característica en él, no miraba a los ojos. De inmediato comprendió que hablaba de su vida pasada y de que él era un elfo renacido. Uno de aquellos misterios de los que nadie hablaba; nadie tenía la imprudencia de preguntarle por Gondolin, o los Árboles, o Valinor. Todos le trataban como al mismo.
-yo... no es necesario que... tú...- la elfa se disculpaba, para que no tuviera que darle más explicaciones.
-Hacía años que no lo hacía; resulta un tanto extraño... ¿No te ha sucedido que una imagen te provoca miles de reacciones? Quiero decir... a veces una cosa me trae recuerdos de un pasado que no he vivido- el rubio noldo miraba hacia un horizonte perdido, escudriñando al pasado con sus ojos de cielo.
-...recuerdo...-
-El fuego. A veces el fuego me hipnotiza... y me provoca dolor, que llega poco a poco, invade, igual que una presencia...-
-...g...Gondolin...-
El elfo se estremeció
-Sí, Gondolin, es tan lejano...- parecía conmovido, con los ojos vidriosos -me recuerdan por eso, por el antes, por el ayer-
El elfo veía una lluvia de imágenes, de emociones, de huellas imborrables que aparecían a cada momento. Habiendo ocultado por años la intensa soledad que sentía, era el momento en que, al lado de esa elfa que lucía tan indefensa, desnudaría su alma, su verdad.
-...yo te veo ahora...- dijo ella
No pudiéndose contener, Miluinel lo aprisionó en un abrazo protector; de pronto aquel elfo orgulloso, aquel elfo de leyenda parecía solo un niño triste e indefenso. Ella no querría que él sufriera más, lo protegería, lo acompañaría. Ya no estaba solo.
Glorfindel sintió el repentino abrazo como una oleada de calor, a pesar de estar Miluinel tan débil. Escuchó su alma decir que no le dejaría, que lo amaba. Alguien por fin y después de tanto tiempo lo miraba como realmente era: alguien sabio, pero lleno de dudas y recuerdos, de imágenes ambiguas. Por primera vez en mucho tiempo sentía que alguien realmente estaba a su lado.
El rubio noldo no ocultó el ardor de su alma, de su cuerpo y besó a la elfa apasionadamente. Sin ocultarse más, sin contenerse más, con aquel gesto le dejaba saber cuánto la amaba. Parecía robarle la respiración, como si sus almas se estuvieran fundiendo...
****
Los días pasaban dolorosamente. Casi hasta las aves tenía prohibido cantar en medio del sombrío entorno de Imladris. Una sombra fantasmal se paseaba por los jardines con desgano, casi siempre sola. Era una hoja muerta, moviéndose a donde el viento la llevara, sin voluntad. La dama Celebrían se había sobrepuesto a las crueles heridas con ayuda de Elrond, pero sin embargo había perdido el brillo en los ojos, la capacidad de observar y no de ver, de saborear y no de comer. Estaba herida, en lo más profundo de su alma.
El silencio circundaba por todas las estancias, un silencio temeroso y mustio. Elladan y Elrohir salían demasiado y regresaban por un breve tiempo, exhaustos y sin ganas de hablar. Ese era uno de los días en que retornaban, cansados, de sus largas travesías por las tierras desiertas. Bajaban la escalinata que dirigía a los jardines principales. Hablaban bajo, en murmullos
- No fue una casualidad, Elladan, que nuestra madre fuese secuestrada- decía Elrohir, mirando alrededor, para que nadie lo escuchase.
-¿Entonces quieres decir que iban a obtener algo...o que lo obtuvieron?-
-Tal vez, pero no es algo material, mira las cosas más a fondo... desde hace años siento una sombra, Elladan, un mal que empieza a crecer y a debilitar a nuestra gente-
-Lo sé, hermano, lo he sentido también pero tal vez no seamos lo suficientemente sabios o el mal no esté tan acrecentado aún... no puedo saberlo, no podemos saber nada-
Elrohir se detuvo súbitamente mientras pasaban por el jardín del árbol solitario.
-...En el norte...- dijo, mirando al cielo
-¿Qué dices?- preguntó su hermano, extrañado
-Espectros, han estado sembrando el terror en las tierras del norte. Ese es otro aviso, eso no sucedía antes-
-Tal vez sucedía y no nos dábamos cuenta-
-No, te lo digo en serio. Algo está creciendo y presiento que no es cualquier cosa...-
El roce de la tela sobre la hierba los hizo volverse. Se encontraron con una elfa delgadísima, pálida como un cirio, con los ojos melancólicos y muy azules...
-Dama Miluinel- saludaron cortésmente
-Tienes razón Elrohir. Es al norte. Son espectros que provocan el más insoportable terror con solo tenerlos cerca-
No supieron qué decir de inmediato; primero por la apariencia tan frágil de la elfa y después por la seguridad en que les afirmaba las cosas.
-¿Ha recibido noticias, dama?- preguntó Elladan. Miluinel suspiró y negó con la cabeza
-Las noticias viajan en el aire- hizo una pausa - Las tierras de Angmar, tal vez... los trasgos están pululando ahí, bajo tierra. Ahora que no hay más reinos edain que los exterminen-
-Los hay, divididos pero...-
-Pero no es lo mismo ¿Cierto? - hizo una pausa de nuevo - Encuentren al grupo de edain que vienen desde la vieja Annúminas... ellos podrán hablarles más claramente-
Apenas en unos meses Miluinel parecía otra: como si sintiera el mal de cerca, la amenaza. Además de tener un tono más severo en la voz, aparecía y desaparecía entre los jardines, imperceptible. Había evitado desde el instante en que despertó ver a la dama Celebrían, por lo que paseaba por los jardines más ocultos o permanecía en sus aposentos. Sólo ese día había salido de ahí, para hablar con Elladan y Elrohir. A pesar de la debilidad estaba inquieta.
Después de retirados los elfos, se dirigía a su habitación. Mirando al suelo como iba no se percató de una presencia plateada y opaca... cuando miró hacia arriba se sobresaltó y dio un paso hacia atrás
-Aiya Dama Miluinel- dijo la gélida voz de la dama Celebrían
-...dama Celebrían...- respondió Miluinel, haciendo una reverencia y bajando la mirada.
-No tienes que hacer eso... os había buscado por semanas y apenas os logro ver- Celebrían esperó una respuesta de la elfa, pero al no obtenerla, prosiguió - os buscaba para daros las gracias-
-¿Las gracias? Pero si fui yo quien...-
-No- interrumpió Celebrían - tú arriesgaste la vida por protegerme... Miluinel hannon le- La dama esforzó una tímida sonrisa y Miluinel no pudo imitarla, pero con los ojos le dijo que no había nada que agradecerle. La mirada plateada le dijo que estaba cansada, herida, que no creía que nada pudiese hacerla volver a sentir.
-pero, vuestros hijos...-
-Mis hijos no necesitan una madre melancólica y agonizante- dijo la dama, sonriendo tristemente. Se acercó a Miluinel y se tomaron de las manos, compartiendo un mismo dolor, aunque de diferente manera.
*
Llamaron a la puerta de su habitación. Dejó de pensar en lo que le había dicho Celebrían, en los cambios y en una partida...
-Adelante-
-Melmenya ¿Nos acompañas a cenar?- preguntó un rubio noldo. Miluinel sonrió de pronto, modestamente, pero con la alegría suficiente para demostrar que le amaba.
-¿Al salón? No sé si luzca presentable...-
-Luces hermosa-
Ahora fue él quien sonrió. Se levantó de la silla y después de componerse un poco la trenza, se agarró del brazo del elfo. Él, para los demás, volvía a ser el mismo de antes. Para ella era el mismo y no lo era, era el noldo de cabello dorado y relumbrante, el mismo de los ojos brillantes... con la misma alma, pero desnuda, con la misma voz, pero sincera; con la misma soledad, pero sanada.
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Jejejeje no me tarde tanto como creí. He aquí Glorfindel, que ya hacía falta que alguien lo conociera de verdad, pobrecillo, con las penas de dos vidas... todos creen que tira pura buena vibra pero tiene una oscura realidad muajajaja...
Doy muchas gracias a mi amiga Lisswen que me dio las mejores ideas para este chapter y de hecho me mejoró varios diálogos. Gracias a Narya, que tanto me anima con sus comentarios, me encanta tener nuevos lectores tan entusiastas!!! Gracias a Nariko, ves? La dejé con Glorfindel, tú que tanto me lo pedías... a Angie, a Enelya, a Elanta, a Elloith, a Ithilwen princesita elfa jejeje y a todos los demás que me lean y no dejen reviu, gracias ^^
Arrooooouz! Arrouz chino!
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Aquel era el campo de flores blancas más grande y hermoso que había visto. Un viento dorado parecía agitarlas y moverlas, dóciles y ligeras. Al principio era todo una visión borrosa, pero poco a poco era más clara. Se miró las manos ya sin rasguños y miró también su cabello castaño que revolvía el viento. Lo llevaba suelto como hace años atrás no lo hacía y también usaba un vestido, blanco y ligero.
Estaba parada en una colina y caminó cuesta abajo, tranquilamente. Poco a poco, al ir hacia las flores, divisaba una alta figura, acompañada de otra. Sin saber si quiera de quién o qué se trataba, el corazón le latió más y más rápido; sus piernas respondieron, al punto que casi corría. Sintió como una sonrisa se dibujaba en su rostro.
-Suilannon le sell, Miluinel...-
Nunca más creyó volver a escuchar esa voz y sintió como muchas lágrimas se le escapaban. Aunque poblaba seguido sus recuerdos tenía miedo de mirarle y lentamente alzó sus ojos de agua: pudo ver, como envuelto en un halo plateado, a un alto elfo de cabello castaño, igual al suyo, igual a esa hora exacta del atardecer cuando el sol se refleja en los troncos de los árboles. Era su padre.
-...Ada...- dijo con un hilo de voz y sin más corrió a abrazarlo. No era un abrazo como los que había sentido; era un calor que le inundaba en los más profundo de su ser. Cerró los ojos pero ni siquiera al hacerlo pudo apartar esa imagen de su vista: su padre. Su padre después de tantos años de dolor, ahí estaba.
-Miluinel- dijo otra voz. Volteó apartándose del abrazo de su padre y la vio: era como tejer de nuevo un recuerdo ya casi borrado. Una elfa de cabellos negros, ondeantes al viento, le sonreía. Su madre. Corrió a abrazarla también.
-Hija mía, te hemos visto sufrir el pasado, tanto como si a cada recuerdo lo vivieses de nuevo- dijo su padre. El viento parecía matizar su cabellera de atardecer y alargarla y mezclarla con el mismo aire, jugando con su imagen.
Miluinel bajó la cabeza
-Aquí estamos, y seguiremos estando. No estás atada a nuestro sufrimiento, pues ha sido uno que ha sido vivido y sanado...- su madre interrumpió sus palabras cuando vio la mano de su hija- Miluinel-
La elfa de cabello castaño levantó su mano y vio un fino hilo dorado atado a su dedo anular. No lo pudo agarrar y mucho menos jalar, así que trató de ver de dónde venía. Se dio media vuelta y el delgado hilo se perdía en el vacío celeste y blanco del campo de flores. Negó con la cabeza, lentamente
-Eres libre- escuchó la voz de su padre todavía de espaldas a él. Ambos pusieron la mano en sus hombro. Y al darse la vuelta, se habían ido.
Se quedó parada un momento y de pronto, sintió un punzante dolor en su costado. Al mirar su blanco vestido, vio una pequeña mancha escarlata que crecía vorazmente.
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-¡Isilwen! ¡Venid, la dama Miluinel, se está desangrando!-
Glorfindel no se había movido del recinto de sanación desde que la elfa estaba ahí. Habían pasado varios días y no daba indicios de mejoría alguna, pero el rubio noldo no desistía. El ambiente en Imladris era espeso y sombrío. Los hijos de Elrond habían regresado, con su madre en un estado terrible, pero aún con vida. Las sanadoras trabajaban sin cesar, y sobre todo Elrond, quien permanecía día y noche al lado de su agonizante esposa.
-¿Señor Glorfindel? ¿Qué pasa?- Isilwen llegó apurada hasta ahí, acompañada de Araneth y Aurëluin, otra dama sanadora recién llegada a Imladris.
-Es Miluinel-
La elfa cerró los ojos abatida, y aún más rápido se encaminó al lugar. La sábana blanca estaba teñida de sangre.
-¿Cómo ha pasado esto?- preguntó, como para sí misma -¡Araneth, los vendajes... necesito también la cura de fúmello valinórea-
La joven sanadora llegó con los frascos requeridos, pero el rostro de Isilwen estaba desesperado; la elfa no dejaba de sangrar. Si bien habían pasado varios días de su llegada, Miluinel se negaba a regresar a su cuerpo y las heridas empeoraban día con día.
-Esto no se detiene...- decía mientras negaba con la cabeza.
-Cautericemos- dijo Aurëluin mientras enrollaba un vendaje a manera de cono
-¡No podemos hacer eso, Aurëluin!¡No somos salvajes!- replicó Araneth
-Se va a desangrar y la valinórea no será suficiente para hacer que la sangre coagule. No piensen en el dolor momentáneo, sino en que si no hacemos esto ella puede morir-
Isilwen miró los chispeantes ojos de Aurëluin; aquella silvana tenía que haber sido una sanadora de guerra.
-el silwiniâr, Araneth...y trae algo para prender fuego- dijo en voz baja Isilwen. El cono fue impregnado con el aceite de abedul y después le prendieron un pequeño fuego en la punta. Aurëluin trabajaba concentrada y convencida de que no había otro modo de curar a Miluinel. Aurë colocó el cono sin fuego, pero al rojo vivo, en la herida súbitamente. Era la única manera de hacerlo. La elfa soltó un gemido ahogado y miles de lágrimas de dolor resbalaron por sus mejillas.
Glorfindel permanecía de espaldas a las mujeres, sumido en sus pensamientos. No pensó que llegara a preocuparse tanto por Miluinel, pero así fue: no había podido descansar un solo minuto desde que la había visto con aquellas heridas, con tal sufrimiento. No pudo evitar volver a esos momentos cuando ella era una niña y él le enseñaba como vivir su joven vida. Poco a poco, esa mirada de agua se fue instalando en él y ahora era casi imborrable. Apenas se había dado cuenta de su amor por ella cuando la jovencita elfa se había transformado en una mujer melancólica y seria; apenas sentía que la amaba cuando la vio moribunda y herida. Inconsciente. Perdida.
-Mi señor Glorfindel- dijo Araneth. El rubio noldo se volvió hacia ella, con el rostro cansado y los ojos sin ese brillo que lo caracterizaba - La dama necesita su ayuda-
El elfo se aproximó hasta donde estaba Miluinel y se sentó a su lado, como lo había hecho ya por dos noches. Tomó su mano.
-Hemos de retirarnos- dijo Isilwen - Señor Glorfindel... si no vuelve ahora, tal vez no vuelva nunca- puntualizó, con una expresión de dolor. Las sanadoras salieron del recinto.
El rubio noldo apretó la mano de su amada y cerró los ojos.
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El campo de flores había desaparecido. A cambio, unas interminables dunas de arena blanca aparecían frente a ella. Las contemplaba desde abajo, deshacerse y ondearse. Estaba tendida, marchita, pintando de escarlata la pureza de las dunas y dejando un rastro de muerte a su alrededor. De nuevo estaba sola.
El hilo dorado de su dedo ahora parecía lastimarle, y en ningún momento aflojaba para poder desatarse, aunque ella trataba con todas sus fuerzas.
-Miluinel- dijo una voz bastante conocida. No pudo ver nada, pues las arenas se levantaban, nublándole la vista.
-...Déjame ir...-
-¿Es eso lo que deseas?- La voz sonaba triste, decepcionada
Entonces pudo ver, apenas distinguible, una cabellera dorada y unos intensos ojos que la miraban fijamente, apasionados, pero con una tristeza indescifrable. Sonrió.
-...Glorfindel...estás aquí....¿estás muerto?...-
El noldo río
-No, mi pequeña... mi vida... ven aquí-
El deseo brillaba en sus ojos de un modo nuevo, desconocido para ella. Le tendió la mano. Apenas tenía fuerzas para abrir los ojos y verlo...
-...no alcanzo...- se miraba a sí misma como una sombra pálida y vaga. Se sentía débil, cansada y sin aliento.
-No cierres tus ojos, ven conmigo, te necesito aquí, ...ven...-
-...tú...me quieres... contigo?- la elfa sonrió débilmente y cerró los ojos
- Miluinel, mi pequeña, ¿quererte? Tu eres mi vida entera... vamos, claro que te quiero conmigo... claro que te necesito... claro que te deseo ... no te vayas... ven...te quiero conmigo, no te vayas-
el hilo dorado relumbró y fue como si la levantara, apenas un poco, para que pudiera tomar la mano del elfo y este la acogiera en un ávido abrazo. Tomar la mano del elfo, firme, fuerte, que la arrastró hasta él y la atrajo hasta su pecho, apresándola en un abrazo que le permitió oír los latidos de su corazón que , escondido contra su fuerte torso , latía su nombre rítmicamente.
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Glorfindel estaba tendido, como desfallecido al lado de Miluinel cuando Elrond entró al recinto. Rápidamente acudió a incorporar al noldo, que estaba débil y tenía una herida en el costado. Después de que las sanadoras lo estabilizaran, fue llevado a su habitación, donde permaneció descansando por cuatro noches. Transcurso de tiempo en que Miluinel había abierto los ojos; fue la mañana de ese mismo día, mientras Aurëluin la cuidaba, que despertó de golpe, aspirando violentamente una bocanada de aire.
Miró el iluminado recinto y escuchó los cantos de las aves. Poco a poco, armando las piezas de la imagen, se vio en el recinto de curación de Imladris. Sentada cerca, observándola, estaba esa elfa que apenas había llegado, no recordaba su nombre...
-Aiya Dama Miluinel- dijo con una voz alegre y una cálida sonrisa.
Antes de que pudiera hablar, la elfa la detuvo
-No haga esfuerzos, todavía necesita descansar. Me alegra que se sienta mejor... y espero que me recuerde, soy Aurëluin de Lóthlorien-
Miluinel parpadeó lentamente y recordó a la elfa en los pasillos, acompañada de su pequeña hermana, que era igual a ella. Se acurrucó entre las mantas y respiró profundamente. Vio salir a Aurëluin y dejar la puerta de la arcada abierta, por donde pudo contemplar la luz de la mañana y los árboles meciéndose al viento. Era verano, podía sentirlo. Al incorporarse sintió un agudo dolor en el costado, pero que se decidió a resistir. Apenas se sentó en la cama, Aurëluin regresó con varios peines y un poco de agua en un cuenco.
-Dama Miluinel, debe ponerse un poco más presentable ahora que está despierta- dijo la silvana, aproximándose a ella con una sonrisa. Miluinel asintió lentamente.
Con un peine de nácar desenredaba los castaños cabellos de la elfa poco a poco, delicadamente. Mientras Aurë trenzaba las mechas, Miluinel recordaba cómo había sucedido todo eso; como si se hubiese despertado de un sueño espeso y oscuro. Había visto a sus padres y aunque la felicidad de un rencuentro no se comparaba con nada, la invadía la melancolía de tener que volver y pasar cientos de años antes de verlos de nuevo. Y aún tenía algo que hacer en esta tierra que envejecía y cambiaba. Algo. Tocó su dedo, adivinando el fino tacto del hilo, pero este ya no estaba ahí.
-Listo, se ve mucho mejor-
Miluinel llevó una mano a su cabello y sintió las ligeras trenzas con cintas entrelazadas que la elfa le había hecho. Con un movimiento de cabeza le dio las gracias y, torpemente, se quiso levantar. Casi cae en el intento, pues su pierna estaba muy débil, como todo su cuerpo por entero.
-¿No pensará salir en este momento, dama? Es mejor que se recueste y descanse...-
Miluinel negó con la cabeza, insistía, quería salir de ese lugar donde el aire le parecía encerrado y asfixiante. Aurëluin entendió que necesitaba mirar el sol, sentir el roce del aire... así que con sumo cuidado la ayudó a levantarse y caminar hasta la salida, donde tardaron un descomunal tiempo en bajar una breve escalinata.
Al llegar hasta un jardín que el sol acariciaba con sus rayos y una verde hierba invitaba a descansar sobre ella, se detuvieron. Miluinel se sentó trabajosamente.
-Estaré cerca por si me necesita- dijo Aurë y se retiró.
Miluinel tenía los ojos entrecerrados, como un recién nacido. Respiró profundamente y aquello fue un alivio para su dolor. Con las manos rozaba la fresca hierba e insistentemente tocaba su dedo anular, buscando desesperadamente el hilo. Hacía un ligero viento que le llevaba los cabellos a la cara y movía su ligero vestido. Con los ojos medio cerrados alcanzó a ver una figura en una parte más lejana del jardín; una silueta imponente y de un reflejo dorado. La seguía con la mirada, pues caminaba lentamente.
Glorfindel tuvo que estar demasiado cerca para que la elfa lo reconociera. Él la miró sin sonreír y se sentó a su lado
-Aiya Glorfindel... te ves pálido... ¿qué os... pasó?- dijo pausadamente y como en un murmullo
El noldo dudó un momento; tenía un semblante oscuro y melancólico, que se acentuaba en una belleza trágica, un modo en que Miluinel jamás lo había visto.
-Estás afligido- afirmó la elfa, poniendo una mano sobre la suya. Estaba frío igual que ella
-No me gusta abandonar mi cuerpo y ser un espíritu, las imágenes se superponen...-
Miluinel lo miró confundida. No hablaba con aquella seguridad característica en él, no miraba a los ojos. De inmediato comprendió que hablaba de su vida pasada y de que él era un elfo renacido. Uno de aquellos misterios de los que nadie hablaba; nadie tenía la imprudencia de preguntarle por Gondolin, o los Árboles, o Valinor. Todos le trataban como al mismo.
-yo... no es necesario que... tú...- la elfa se disculpaba, para que no tuviera que darle más explicaciones.
-Hacía años que no lo hacía; resulta un tanto extraño... ¿No te ha sucedido que una imagen te provoca miles de reacciones? Quiero decir... a veces una cosa me trae recuerdos de un pasado que no he vivido- el rubio noldo miraba hacia un horizonte perdido, escudriñando al pasado con sus ojos de cielo.
-...recuerdo...-
-El fuego. A veces el fuego me hipnotiza... y me provoca dolor, que llega poco a poco, invade, igual que una presencia...-
-...g...Gondolin...-
El elfo se estremeció
-Sí, Gondolin, es tan lejano...- parecía conmovido, con los ojos vidriosos -me recuerdan por eso, por el antes, por el ayer-
El elfo veía una lluvia de imágenes, de emociones, de huellas imborrables que aparecían a cada momento. Habiendo ocultado por años la intensa soledad que sentía, era el momento en que, al lado de esa elfa que lucía tan indefensa, desnudaría su alma, su verdad.
-...yo te veo ahora...- dijo ella
No pudiéndose contener, Miluinel lo aprisionó en un abrazo protector; de pronto aquel elfo orgulloso, aquel elfo de leyenda parecía solo un niño triste e indefenso. Ella no querría que él sufriera más, lo protegería, lo acompañaría. Ya no estaba solo.
Glorfindel sintió el repentino abrazo como una oleada de calor, a pesar de estar Miluinel tan débil. Escuchó su alma decir que no le dejaría, que lo amaba. Alguien por fin y después de tanto tiempo lo miraba como realmente era: alguien sabio, pero lleno de dudas y recuerdos, de imágenes ambiguas. Por primera vez en mucho tiempo sentía que alguien realmente estaba a su lado.
El rubio noldo no ocultó el ardor de su alma, de su cuerpo y besó a la elfa apasionadamente. Sin ocultarse más, sin contenerse más, con aquel gesto le dejaba saber cuánto la amaba. Parecía robarle la respiración, como si sus almas se estuvieran fundiendo...
****
Los días pasaban dolorosamente. Casi hasta las aves tenía prohibido cantar en medio del sombrío entorno de Imladris. Una sombra fantasmal se paseaba por los jardines con desgano, casi siempre sola. Era una hoja muerta, moviéndose a donde el viento la llevara, sin voluntad. La dama Celebrían se había sobrepuesto a las crueles heridas con ayuda de Elrond, pero sin embargo había perdido el brillo en los ojos, la capacidad de observar y no de ver, de saborear y no de comer. Estaba herida, en lo más profundo de su alma.
El silencio circundaba por todas las estancias, un silencio temeroso y mustio. Elladan y Elrohir salían demasiado y regresaban por un breve tiempo, exhaustos y sin ganas de hablar. Ese era uno de los días en que retornaban, cansados, de sus largas travesías por las tierras desiertas. Bajaban la escalinata que dirigía a los jardines principales. Hablaban bajo, en murmullos
- No fue una casualidad, Elladan, que nuestra madre fuese secuestrada- decía Elrohir, mirando alrededor, para que nadie lo escuchase.
-¿Entonces quieres decir que iban a obtener algo...o que lo obtuvieron?-
-Tal vez, pero no es algo material, mira las cosas más a fondo... desde hace años siento una sombra, Elladan, un mal que empieza a crecer y a debilitar a nuestra gente-
-Lo sé, hermano, lo he sentido también pero tal vez no seamos lo suficientemente sabios o el mal no esté tan acrecentado aún... no puedo saberlo, no podemos saber nada-
Elrohir se detuvo súbitamente mientras pasaban por el jardín del árbol solitario.
-...En el norte...- dijo, mirando al cielo
-¿Qué dices?- preguntó su hermano, extrañado
-Espectros, han estado sembrando el terror en las tierras del norte. Ese es otro aviso, eso no sucedía antes-
-Tal vez sucedía y no nos dábamos cuenta-
-No, te lo digo en serio. Algo está creciendo y presiento que no es cualquier cosa...-
El roce de la tela sobre la hierba los hizo volverse. Se encontraron con una elfa delgadísima, pálida como un cirio, con los ojos melancólicos y muy azules...
-Dama Miluinel- saludaron cortésmente
-Tienes razón Elrohir. Es al norte. Son espectros que provocan el más insoportable terror con solo tenerlos cerca-
No supieron qué decir de inmediato; primero por la apariencia tan frágil de la elfa y después por la seguridad en que les afirmaba las cosas.
-¿Ha recibido noticias, dama?- preguntó Elladan. Miluinel suspiró y negó con la cabeza
-Las noticias viajan en el aire- hizo una pausa - Las tierras de Angmar, tal vez... los trasgos están pululando ahí, bajo tierra. Ahora que no hay más reinos edain que los exterminen-
-Los hay, divididos pero...-
-Pero no es lo mismo ¿Cierto? - hizo una pausa de nuevo - Encuentren al grupo de edain que vienen desde la vieja Annúminas... ellos podrán hablarles más claramente-
Apenas en unos meses Miluinel parecía otra: como si sintiera el mal de cerca, la amenaza. Además de tener un tono más severo en la voz, aparecía y desaparecía entre los jardines, imperceptible. Había evitado desde el instante en que despertó ver a la dama Celebrían, por lo que paseaba por los jardines más ocultos o permanecía en sus aposentos. Sólo ese día había salido de ahí, para hablar con Elladan y Elrohir. A pesar de la debilidad estaba inquieta.
Después de retirados los elfos, se dirigía a su habitación. Mirando al suelo como iba no se percató de una presencia plateada y opaca... cuando miró hacia arriba se sobresaltó y dio un paso hacia atrás
-Aiya Dama Miluinel- dijo la gélida voz de la dama Celebrían
-...dama Celebrían...- respondió Miluinel, haciendo una reverencia y bajando la mirada.
-No tienes que hacer eso... os había buscado por semanas y apenas os logro ver- Celebrían esperó una respuesta de la elfa, pero al no obtenerla, prosiguió - os buscaba para daros las gracias-
-¿Las gracias? Pero si fui yo quien...-
-No- interrumpió Celebrían - tú arriesgaste la vida por protegerme... Miluinel hannon le- La dama esforzó una tímida sonrisa y Miluinel no pudo imitarla, pero con los ojos le dijo que no había nada que agradecerle. La mirada plateada le dijo que estaba cansada, herida, que no creía que nada pudiese hacerla volver a sentir.
-pero, vuestros hijos...-
-Mis hijos no necesitan una madre melancólica y agonizante- dijo la dama, sonriendo tristemente. Se acercó a Miluinel y se tomaron de las manos, compartiendo un mismo dolor, aunque de diferente manera.
*
Llamaron a la puerta de su habitación. Dejó de pensar en lo que le había dicho Celebrían, en los cambios y en una partida...
-Adelante-
-Melmenya ¿Nos acompañas a cenar?- preguntó un rubio noldo. Miluinel sonrió de pronto, modestamente, pero con la alegría suficiente para demostrar que le amaba.
-¿Al salón? No sé si luzca presentable...-
-Luces hermosa-
Ahora fue él quien sonrió. Se levantó de la silla y después de componerse un poco la trenza, se agarró del brazo del elfo. Él, para los demás, volvía a ser el mismo de antes. Para ella era el mismo y no lo era, era el noldo de cabello dorado y relumbrante, el mismo de los ojos brillantes... con la misma alma, pero desnuda, con la misma voz, pero sincera; con la misma soledad, pero sanada.
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Jejejeje no me tarde tanto como creí. He aquí Glorfindel, que ya hacía falta que alguien lo conociera de verdad, pobrecillo, con las penas de dos vidas... todos creen que tira pura buena vibra pero tiene una oscura realidad muajajaja...
Doy muchas gracias a mi amiga Lisswen que me dio las mejores ideas para este chapter y de hecho me mejoró varios diálogos. Gracias a Narya, que tanto me anima con sus comentarios, me encanta tener nuevos lectores tan entusiastas!!! Gracias a Nariko, ves? La dejé con Glorfindel, tú que tanto me lo pedías... a Angie, a Enelya, a Elanta, a Elloith, a Ithilwen princesita elfa jejeje y a todos los demás que me lean y no dejen reviu, gracias ^^
Arrooooouz! Arrouz chino!
