Atención: los personajes, lugares, etc... no me pertenecen. Son propiedad de la señora J. K. Rowling, Warner BROS y de todos los aficionados a Harry Potter.

1. Dudley enamorado

Nunca se había visto un sol tan luminoso como el de aquella mañana en Privet Drive. Los Dursley habían salido de excursión a la playa. Un chico de pelo negro azabache miraba al cielo distraído. Tenía los ojos verdes entreabiertos, la luz del sol lo cegaba. Tumbado en el jardín de sus tíos, Harry Potter dejaba pasar aquella calurosa mañana de julio. Sólo hacía una semana que había vuelto de Hogwarts y todas las cosas que habían pasado durante el curso le resonaban en la cabeza. Umbrigde, el Departamento de Misterios, Sirius...

No podía hacerse a la idea de que no volvería a ver a su padrino. Él era la única familia que le quedaba. Los Dursley no contaban, sólo eran un mero trámite, y su casa un área de seguridad donde Lord Voldemort no podía hacerle nada. La sangre de su madre se encargaba de protegerlo, pero ¿Qué le protegía de sus propios sentimientos? El dolor le invadía poco a poco todos los días y no quería hacer demasiado para detenerlo. Cerró los ojos por completo. Siempre que los cerraba, veía a su padrino, sonriéndole. Una lágrima le recorrió la mejilla.

-¡¿HOLA?! ¿HAY ALGUIEN?

Harry se sobresaltó. Se levantó de un brinco y fue hasta la entrada principal de la casa, escondiéndose entre los arbustos. No eran tiempos para ser confiado. Parecía una voz femenina, pero no estaba seguro de ello.

-¿HOLA?

Harry asomó la cabeza y descubrió a la dueña de aquella voz. Era una chica, más o menos de su misma edad, con el pelo castaño claro y la piel morena. Llevaba unos pantalones demasiado cortos y una camiseta de deporte muy pegada al cuerpo. No tenía pinta de ser demasiado peligrosa. A lo mejor se había perdido, Harry nunca la había visto por el barrio. Decidió salir de su escondite para hablar con la muchacha.

-Hola – dijo Harry - ¿Querías algo?

La chica se volvió sobresaltada hacia donde había salido Harry. Tenia unos grandes ojos color miel y una sonrisa blanca y nacarada.

-Oh, ¡qué susto! ¡no te había visto! Me llamo Irene. Mis padres y yo nos hemos mudado aquí haces unos días. Mañana por la noche queremos dar una barbacoa de bienvenida y venía a invitaros. ¿Estás tú solo?

-Sí, mis tíos y mi primo se han marchado de excursión a la playa... perdona, ¿cómo has dicho que te llamabas?

-Irene Alonso. Es español. En inglés se pronuncia "airin", creo... pero no estoy segura.

-¿Eres española? – preguntó Harry - ¿Y qué te trae a Privet Drive?

-A mi padre le ofrecieron trabajo en una empresa cerca de aquí y mi madre es inglesa. Siempre habían querido volver – dijo Irene con un deje de tristeza que hizo pensar a Harry que ella no estaba muy contenta de haberse mudado – Todavía no me has dicho cual es tu nombre...

-Harry, me llamo Harry Potter.

Puede que sólo fueran imaginaciones suyas, pero le pareció que a Irene se le iluminaba la cara cuando escuchó su nombre. La chica le tendió su mano.

-Encantada Harry Potter. En España la costumbre es dar dos besos en las mejillas, pero supongo que aquí os daréis la mano, ¿no?

Harry sonrió.

-Podemos hacer las dos cosas, si quieres- Dijo Harry, sorprendiéndose a sí mismo.

Irene asintió con la cabeza. Su pelo se movió armoniosamente acompañando el movimiento cuando Harry y ella se acercaron para besarse en las mejillas. Su piel olía a azahar. Harry pensó que sería una pena no poder volver a ver a la chica. Por supuesto que sus tíos no le iban a permitir acudir a la fiesta, ellos no lo consideraban parte de la familia y no lo iban a incluir en sus planes. Además, si los padres de Irene estaban invitando a todo el vecindario, tía Petunia se negaría en rotundo a exhibir a su sobrino en público. Todo el barrio creía que Harry era una especie de delincuente juvenil al que los Dursley tenían acogido por una extraña promesa que Petunia le hizo a su hermana antes de morir. Irene lo miró y sonrió.

-Entonces, ¿vendrás a la barbacoa? Será muy divertida.

-Supongo que sí – mintió – Se lo diré a mis tíos a ver qué opinan ellos.

-De acuerdo Harry, mi casa es el número 10, os esperamos sobre las siete. Me tengo que marchar a terminar de invitar a los vecinos de esta acera. ¡Qué tengas un buen día!

Harry esperó a perder de vista a Irene. Volvió al jardín de atrás con mejor humor que antes. Era la primera vez que conocía a un muggle y no le trataba como si fuera una basura. Se sentó sobre la hierba y observó las plantas que tenía tío Vernon. Últimamente a Dudley le había dado por la jardinería. Se pasaba las horas muertas en el jardín cuidando de las plantas. Tía Petunia estaba encantada con la nueva afición de su hijo y tío Vernon lo aprobaba siempre y cuando Dudley no dejara el boxeo de lado. La verdad es que era bastante raro que a un chico de dieciséis años se hubiera aficionado a la botánica. Se levantó para observar más de cerca las plantas de su primo. No se parecían nada a los arbustos con flores de Tío Vernon. Eran feas, las hojas tenían forma de estrellas muy puntiagudas y en esos momentos parecía que alguien había arrancado la mayoría de las hojas, dando a las plantas un aspecto muy raquítico y enfermo. El día anterior no tenían aquel aspecto, alguien había estropeado las plantas de su primo ¿le echaría la culpa a él? La verdad es que aquello lo traía sin cuidado, hacía mucho tiempo que había dejado de tener miedo a Dudley. Sólo era un cacho enorme de carne con ojos, y bastante cobarde, por cierto. Volvió a tumbarse en la hierba y contempló las nubes que pasaban. El sol lo estaba adormilando, cerró los ojos. "Va a ser un verano muy largo, Harry. Demasiado largo" se dijo.

Había anochecido ya cuando los Dursley volvieron a casa. Después de un intenso día de playa, el señor Dursley había cogido un intenso color rojo cangrejo por el sol. La señora Dursley venía muy contenta porque habían almorzado muy cerca de una estrella de televisión y ésta le había sonreído a Dudley. "Oh Vernon, ¡Has visto como lo miraba! Será todo un galán cuando tenga un par de años más, mi niño". Harry los escuchaba desde su cuarto, no tenía ganas de bajar. Dudley se miraba y miraba en el espejo. Dos años practicando el boxeo habían conseguido todo lo que no habían hecho los regímenes de tía Petunia. El cuerpo de Dudley había pasado de una alarmante obesidad a ser fuerte y vigoroso. Aunque, por suerte o por desgracia, los entrenamientos no habían logrado que se le cambiara la cara de cerdito. El señor Dursley entró en la cocina, donde la señora Dursley preparaba una cena ligera. Se sentó en la mesa y miró las cartas que Harry había dejado poco después de que ellos se marcharan a la playa. El cartero se había retrasado aquel día.

-¡CHICO! ¡BAJA AQUÍ AHORA MISMO!

"¿Qué mosca le habrá picado esta vez?" pensó Harry mientras bajaba las escaleras. Normalmente su tío lo ignoraba durante semanas, hacía como si él no existiera. Probablemente, ésa era una de las primeras veces desde que volvió de Hogwarts que el señor Dursley se dirigía directamente a él.

-¿Querías algo tío Vernon? – dijo Harry con voz indiferente.

-¿El cartero te entregó algún aviso de la oficina de correos? – preguntó.

-No, sólo dejo esto en el buzón, ni siquiera llamó a la puerta – contestó Harry intrigado.

El señor Dursley resopló con rabia. La señora Dursley había colocado los platos en la mesa. Llamó a Dudley para que fuera a cenar y le hizo un gesto tosco a Harry para que se sentara en la mesa con ellos. Suponía que el muchacho no habría comido nada durante todo el día y no quería tener problemas con "su gente". No había olvidado las amenazas de los miembros de la orden. Sirvió un poco de ensalada y delicias de carne congeladas, y se sentó en la mesa al lado de su marido.

-Oh Vernon, se me olvidó comentártelo antes. Me ha parecido ver luz en el número diez. ¿Crees que Anthony habrá vendido la casa ya?.

-Pues no lo sé Petunia. No hablo con Anthony desde que se mudó a Londres. Harry pensó que no encontraría mejor momento para comentar la invitación de los nuevos vecinos. Tenía que aprovechar que sus tíos habían sacado el tema.

-Viven unos nuevos vecinos en el número diez. Esta mañana su hija vino para invitarnos a una barbacoa de bienvenida mañana por la noche – dijo todo lo deprisa que pudo.

-¿Cómo que a INVITARNOS a una barbacoa? – espetó el señor Dursley enfadado - ¡¡¡No te dije que no hablaras con nadie mientras estuviéramos fuera!!!

-Pensé que era el cartero. También me dijiste que estabas esperando un aviso muy importante, así que cuando lo oí salí a ver quién era – dijo Harry en el tono más tranquilo que consiguió. El señor Dursley bufó con rabia y casi escupe un trozo de ensalada a su hijo. Dudley miró de reojo a Harry. Se había puesto rojo de rabia y sujetaba la servilleta con el puño de su mano para evitar que éste fuera directo a la cara de su tío. La señora Dursley lo miró asustada y puso la mano en el hombro de su marido haciendo un gesto tranquilizador.

-Está bien Vernon. El chico sólo ha hecho lo que le has mandado – dijo tía Petunia – Mañana iremos a la barbacoa todos.

Harry no salía de su asombro. Su tía había callado a su marido por defenderle a él... y había asegurado que Harry los acompañaría. Aquello era imposible. Alguien había cambiado a su tía por otra persona. Dudley tampoco podía salir de su asombro.

-Pero Petunia no podemos llevarlo, ¿qué pensará esa gente de nosotros?

-Será mucho peor si no lo llevamos. Ya saben de su existencia y si nos presentamos sin él, preguntarán porqué no ha venido con nosotros. No Vernon, no quiero preguntas indiscretas.

Parecía que al señor Dursley le habían dado un tortazo en la cara. Su boca se quedó abierta durante un momento y sus ojos estaban fijos en algún punto indefinido de la cocina. Se llevó la mano a la mejilla, como si quisiera aliviar un dolor imaginario. Dudley pasó la mano varias veces por delante de los ojos de su padre, que ni se inmutó. Harry dejó de apretar la servilleta y miró a su tía. Por primera vez en su vida encontró en ella un aire familiar.

*****************

A las siete y media en punto los Dursley y Harry llamaban al timbre del número 10 de Privet Drive. Todos se habían puesto sus mejores galas para ir a casa de sus nuevos vecinos. La señora Dursley había obligado a Dudley a ponerse el traje de los domingos, y ella misma se había colocado el vestido que sólo se ponía en las ocasiones especiales, como las cenas con los jefes de su marido. El señor Dursley llevaba la corbata de navidad. Harry había escondido un viejo traje de Dudley por si acaso a su tía se le ocurría la genial idea de obligarle a ponérselo.

El señor Dursley agarró a Harry por un hombre y lo apretó muy fuerte, con gesto amenazador.

-Te lo advierto chico, una sola cosa rara y te juro que no vives para contar la próxima.

Harry miró con desprecio a su tío. Le quitó el brazo de su hombro de un manotazo y puso cara de odio.

-No creo que tengas las suficientes agallas como para hacerme nada. Y si las tuvieras, no creo que a mis amigos les hiciera mucha gracia – dijo en tono sarcástico.

La puerta de la casa se abrió. Tras ella apareció un hombre muy moreno de piel, con ojos marrones y pelo negro muy rizado. Su sonrisa blanca y nacarada transmitía tranquilidad. Tenía un aspecto bastante afable.

-Hola, bienvenidos a nuestra casa, vecinos...

-Hola somos los Dursley, vivimos en el número 4. Y éste es nuestro sobrino, Harry Potter – dijo la señora Dursley como si alguien le hubiera dado cuerda.

-Encantado señora. Mi nombre es Miguel Alonso. Pasen, pasen. La mayoría de nuestros vecinos ya han llegado.

El señor Dursley puso cara de circunstancias. Todavía no se había hecho a la idea de tener que presentarse con Harry a una reunión con los vecinos. Siguieron al señor Alonso hasta el jardín de atrás. Harry observó la casa. Tenía un aire extrañamente familiar para él. Por fuera era como las demás casas del barrio, pero por dentro parecía como si estuvieras en otro lugar. El señor Alonso tenía una biblioteca muy antigua en el salón. En realidad, todos los muebles de la casa parecían sacados de una película de época. Los Dursley intercambiaron significativas miradas entre ellos al ver el interior de la casa. Llegaron al jardín donde parecía haber una animada reunión. Harry reconoció a varios de sus vecinos aunque éstos no parecían reparar mucho en su presencia. Buscó con la mirada a Irene. Allí estaba. Se había recogido el pelo en dos trenzas y se había colocado una flor en él. Llevaba un vestido color crema muy cortito y unas sandalias con cuerdas para enrollarlas por la pierna. Estaba charlando con una señora mayor que Harry enseguida reconoció como Arabella Fig., una squib amante de los gatos que se había encargado de cuidar de Harry en muchas ocasiones cuando era pequeño.

"Es muy guapa" pensó. Pero, al parecer Harry no era el único que se había dado cuenta de aquel detalle. Dudley se había quedado paralizado al ver a Irene. De repente, todo su cuerpo empezó a temblar y su cara palideció para luego tomar un color rojo muy fuerte. Irene vio a los dos muchachos y saludó con la mano. La señora Figg hizo una discreta salida por el foro y dejo que Irene se acercara a los chicos.

-¡Hola Harry! Me alegra mucho que hayais venido. Por lo visto, no hay muchos vecinos jóvenes en el barrio... – miró a Dudley, que seguía parado con la boca abierta – Hola, tú debes de ser el primo de Harry, yo soy Irene ¿Cómo estás?

Dudley era incapaz de articular palabra alguna. Como respuesta, le ofreció su mano para estrecharla. Irene lo miró divertida.

-Se llama Dudley – lo socorrió Harry.

Sin saber cómo, Harry se sintió el ser más injusto de la tierra. No hacía ni dos meses que su padrino había desaparecido, que Voldemort había entrado en el ministerio, y allí estaba él, en una fiesta, como si nada hubiera sucedido. ¿Cómo era capaz de estar alegre después de todo aquello? Se sintió como un monstruo. Él y sólo él había tenido la culpa de todo. Si hubiera puesto más empeño en aprender Oclumancia...

-Harry, ¿te encuentras bien? – La voz de Irene lo sacó de sus pensamientos – de repente te ha cambiado la cara. Te has puesto muy pálido...

-No es nada – gruñó Harry – Ahora vengo.

Se fue dejando allí a su primo que seguía ensimismado mirando a Irene y a la chica con un palmo de narices. ¿A ella qué le importaba lo que le pasara? No eran amigos y ahora no tenía muchas ganas de ser amable con ella. Se arrepentía de haber ido a aquella estúpida barbacoa. No tenía que haberles dicho nada a sus tíos. Absorto en sus pensamientos se chocó con una mesa donde sus anfritiones habían colocado una ponchera con una bebida oscura muy rara, con frutas partidas; canapés variados y bocadillos que debía haber preparado la señora Alonso. Cogió un frito muy extraño de forma ovalada. Por dentro tenía bechamel y carne. Se sirvió un poco de la bebida de la ponchera. "Ummm, está dulce" pensó "y es muy fresquita".

Dudley intentaba en vano mantener una conversación coherente con Irene, pero cuando él conseguía encontrar y juntar las palabras adecuadas, la chica no lo estaba prestando atención. Ella estaba mucho más pendiente de lo que hacía Harry, quién parecía haber descubierto los encantos de la sangría y las croquetas que había preparado su madre para la fiesta.

-Y...y... y ¿a qué colegio irás? – le preguntó Dudley embobado – Espero que tus padres elijan Smeltings, es el mejor colegio de toda Inglaterra... hemos sido campeones de boxeo desde el año 1973...

Irene intentó parecer lo más amable posible y no le dijo a Dudley cuál era su opinión sobre los boxeadores.

-Mis padres han solicitado mi ingreso en Hog... ays ¿cómo se llamaba? En Hogwash. Si no me aceptan, volveré al internado donde estaba antes, en España. Y, no quiero parecer grosera, pero... ojalá no me acepten.

-Nunca he oído hablar de ese colegio... Hogwash... pero entonces... ¿no te gusta Inglaterra?

Irene frunció el ceño.
-No es eso... – suspiró con nostalgia – Allí he tenido que dejar muchas cosas que me importan mucho... y que me duele haber tenido que dejar... pero por otro lado, me apetece empezar una nueva vida aquí. Pero hay cosas que me duelen muchísimo...

si Dudley hubiera tenido un poco más de sensibilidad habría visto la lágrima que se había caído por la mejilla de la chica. Irene giró la cara. No quería que nadie la viera llorar.

Fue al terminar el tercer vaso de sangría cuando Harry se dio cuenta que debía dejar de beber, se estaba mareando. Miró a su alrededor. La gente parecía muy feliz, comiendo y bebiendo sin parar. Charlaban alegremente entre ellos. Incluso alguna pareja se había animado a bailar. Los señores Alonso parecían bastante contentos por cómo estaba saliendo todo. Sin embargo, él cada vez estaba más triste. Se sentía mal por tener ganas de pasárselo bien, en aquella fiesta. Por otro lado, algo le decía que no había sido muy educado dejar a Irene plantada con su primo, pero intentaba que le diera igual. Le sobraban las preocupaciones y no quería ninguna más.

-Oye.... Irene... he.... pensado...

Irene lo observó de arriba a abajo. Aquel chico no tenía mucha pinta de pensar.

-... que... algún.... día de estos... podríamos salir a dar una vuelta... y te enseño la zona... y te presento a mis amigos... ¿qué te parece?

Dudley se había puesto otra vez rojo como un tomate. No podía creer que estuviera invitando a salir a aquella preciosidad. En el colegio no había sido capaz ni de decir hola a una chica para pedir prestados los deberes. Una sonrisa estúpida se le dibujo en la cara y todo su cuerpo temblaba, como una gelatina gigante con forma de cerdito.

-Es muy amable por tu parte... Dudley... – dijo Irene mientras intentaba ocultar su risa – dame tu número de teléfono y te llamo un día de estos...

A Dudley se le iluminó la cara. ¿Aquello significaba que sí saldría con él? No podía creerlo. No había sido tan doloroso como pensaba. Qué cara se les iba a quedar a sus amigos cuando le vieran aparecer con ella del brazo...

-Oye, se me ocurre que podríamos ir mañana al cine Harry, tu y yo – le propuso Irene – me apetece ver alguna película.

Aquello fue peor que el día que la profesora de Química le dijo delante de toda la clase que un mono tenía mayor rapidez de respuesta que él.

-¿Al cine? ¿con mi primo el anormal?

-¿Por qué le llamas así? Eres un maleducado. No se debe insultar a la gente

-Eso lo dices porque no le conoces y no convives con él – replicó Dudley – Está loco y hace muchas cosas raras.

-Pues a mí me parece un chico de lo más normal. Aunque hoy parece un poco triste.

-Por mi, como si se tira por un puente – sentenció Dudley.

Irene dio por terminada aquella conversación. Ni siquiera se molestó en dar una excusa para ir a hablar con otra persona. Aquel chico le había sacado de sus casillas. ¿Cómo puede haber gente tan insensible? Decidió acercarse donde estaba Harry, que parecía un poco más alegre. Fue hasta la mesa, cogió un sándwich de carne y un vaso de zumo.

-¿Te lo estás pasando bien, Harry?

Harry contempló a la chica con cara de pocos amigos. ¿Tenía cara de estar pasándoselo bien?

-Bueno. He tenido momentos mejores – dijo con desgana - ¿y tu?

-La verdad esperaba que hubiera otro ambiente. Es una pena que no haya mucha gente joven por aquí.

-Seguro que Dudley estará encantado de presentarte a gente joven. No te preocupes, enseguida harás muchos amigos por aquí – dijo con sorna – Todo el mundo tiene miedo a Dudley. Así que todos intentan ser sus amigos.

Irene bebió un poco de zumo y miró inquisitivamente a Harry, como si intentara descubrir algo oculto en él.

-¿Tú también le tienes miedo? – le preguntó.

A Harry le sorprendió aquello. Ningún muggle se había interesado tanto por él.

-No. Es él el que me tiene miedo a mi, o algo parecido.

Irene sonrió. Aquel gesto de la chica le ayudó a levantar el ánimo y a estar un poco más cómodo. Su cuerpo parecía liberarse de la tensión que sentía por estar allí. Miró a Irene y le devolvió la sonrisa. A lo mejor aquello no era tan malo como él pensaba.

Poco a poco, y ya muy entrada la noche, todos los vecinos de Privet Drive fueron despidiéndose de los Alonso y marchándose a sus casas. "Ha sido una reunión espléndida, querida. Espero que algún día vengáis a casa a tomar el té" dijo Tía Petunia mientras le daba la mano a la señora Alonso. Los Dursley emprendieron el camino a casa elogiando la hospitalidad de sus nuevos vecinos. Harry se quedó atrás observando la luz de una de las ventanas superiores de la casa. Se dio la vuelta y siguió caminando. Mientras él se alejaba de la casa, una lechuza negra con algunas plumas blancas entró al número 10 de Privet Drive por una de las ventanas.

¡Hola! Este es el primer fic que escribo, espero que les guste. Espero sus opiniones, tomatazos, etc en el rewiew, sólo tienen que dar al go! Muchos besos y abrazos!! Ginny.