Atención: casi todos los personajes, lugares que aparecen en esta historia NO ME PERTENECEN. Son propiedad de la señora JK Rowling, de la Warner BROS y de todos los aficionados a Harry Potter.

Siento haber tardado tanto en actualizar, pero tenía varios trabajos pendientes en la facultad. Os pido un poco de paciencia, se acerca una época muy dura (los exámenes están acechándome) y os prometo que la espera habrá merecido la pena.

GaRrY muchas gracias por tus ánimos! Aquí tienes el segundo capítulo, espero que te guste. Muchos Besos.

Gandalf, espero que este capítulo te guste tanto como el primero, ¡¡disfrútalo!!
2. Los Evans

Los días pasaban muy lentamente para Harry. Hacía un calor asfixiante para nada normal y el sol parecía haberse empeñado en achicharrar todo lo que encontrara a su paso. Se tiraba las horas muertas encerrado en su habitación sin hacer nada. Sólo pensaba. Tumbado en la cama se dedicaba a repasar una y otra vez todo lo ocurrido en el Departamento de Misterios. Según iba recordando, reflexionaba sobre lo que debería haber hecho en cada momento. Cuando llegaba al momento en que Sirius aparecía en escena no podía evitar enfadarse consigo mismo. Entonces lloraba en silencio. Se repetía una y otra vez que había sido un imbécil. Había entrado en el juego de Voldemort, se había dejado llevar por esa manía suya de querer siempre ser el héroe, de salvar a todo el mundo. Si se hubiera quedado en Hogwarts, ahora estaría con Sirius pasando el verano.

¡PUM, PUM, PUM! Alguien estaba aporreando la puerta con muchísima fuerza. Sin pedir permiso para entrar, Dudley irrumpió en el cuarto de Harry como una manada de elefantes furiosos. Nunca antes se había atrevido a entrar allí. Le aterrorizaba la idea de que Harry pudiera hechizarlo o echarle algún conjuro. Sin embargo, aquella tarde se le veía muy decidido a hablar con él. Harry lo miró furioso y con asco.

-Más te vale que lo que quieras sea importante – dijo Harry con desprecio – y date prisa. No tengo todo el día.

Dudley contempló a su primo. La verdad es que lo veía muy mal desde que volvió de aquel colegio para raros como él. Lo veía tan mal que incluso había llegado a sentir lástima por él. No sabía cómo empezar la conversación. Lo que le tenía que decir era bastante embarazoso; pero no había encontrado ninguna alternativa mejor.

-Quiero que me ayudes a conquistar a la vecina nueva.

Harry casi se cae de la cama. ¿Todos se habían puesto de acuerdo para llevarle de sorpresa en sorpresa aquel verano?

-Creo que ni aunque te pusieras de rodillas y te arrastraras por toda la calle, lo conseguirías...

-Seguro que en ese sitio al que vas tú a estudiar os han enseñado cómo conseguirlo – insinuó Dudley en tono supuestamente inocente – Me apuesto lo que quieras a que sabes algún truco de esos para conseguir que alguien se enamore de ti.

-Siento decepcionarte – dijo Harry riéndose – pero no me han enseñado ese tipo de magia. Aunque lo que tú necesitas es un milagro.

Dudley enrojeció de rabia. No era agradable tener que rebajarse ante Harry y mucho menos tener que pedirle ayuda. Debía tragarse el orgullo y pasar de las provocaciones de su primo.

-Por favor Harry. Sé que nunca hemos sido uña y carne, pero...

Harry no aguantó más. Aquello era el colmo.

-Claro que nunca hemos sido uña y carne. Entre tus padres y tú os las habéis arreglado para amargarme la vida. Y si no me echáis de vuestra casa es por el miedo que os da el que mis amigos y mi verdadera familia os puedan hacer algo – le espetó Harry con todo el odio que había acumulado durante aquellos años – y ahora piensas que porque vengas a pedirme un favor y a decirme que nunca hemos sido uña y carne, yo voy a olvidarlo todo y a hacer como si nunca hubiera pasado nada. ¡Pues estás muy equivocado!

Dudley se quedó de piedra después de aquellas palabras. No le reprochaba el que se las dijera. Sabía que tenía razón. Hasta ese momento nunca se había planteado cómo sería estar en el lugar de Harry. Y la sensación no le gustó nada.

-¡Pues no me ayudes si no quieres, maldita sea! – gritó Dudley – Pensé que esto sería una buena oportunidad para conocerte un poco mejor, pero se me han quitado las ganas. ¡Pudrios tú y tus hechizos en el infierno!

Y dicho esto se marchó dando un portazo. Harry se incorporó y miró fijamente a la puerta de la habitación. Le costaba asimilar lo que acababa de pasar. Su primo había ido a pedirle un favor... y había dicho que quería conocerle más... Empezó a sospechar que alguien estaba suplantando a sus tíos y a su primo.

Al día siguiente, Harry se despertó con el ulular de Hedwig. Hacía días que le había mandado a llevar una carta a Dumbledore y por fin había vuelto. Los miembros de la Orden del Fénix habían adiestrado a la lechuza para que despistara a todos los posibles interceptores de correspondencia. Por ese motivo, sus viajes eran más largos. Harry fue hasta la ventana para acariciar a la lechuza y coger la respuesta. Pero Hedwig no traía ninguna carta. La lechuza le dio unos picotazos en el brazo en señal de consuelo. Harry la miró. Ella no tenía la culpa de que Dumbledore no quisiera contestar a su carta. Era la décima que le mandaba preguntándole hasta cuando debería estar en Privet Drive. Pero el director de Hogwarts, cuando había creído conveniente contestarle, no había sido claro al respecto. Tampoco sabía demasiado de sus dos mejores amigos, Ron Weasley y Hermione Granger. Hermione estaba pasando las vacaciones con sus padres en Grecia. Ron estaría en La Madriguera con Ginny y sus padres. Fred y George se habían comprado una casa muy cerca de su negocio, una tienda de bromas en el corazón del Callejón Diagon. Al parecer les iba bastante bien, según le habían contado a Harry en una de sus cartas.

Se vistió con desgana y bajó a desayunar. Sus tíos estaban en la cocina y parecían discutir entre ellos. Tío Vernon tenía el mismo aspecto que un jabalí enfurecido.

-No entiendo tu actitud, Petunia. Creo que lo más conveniente es que Dudley y yo te acompañáramos.

-Vernon, esto es un asunto de familia. En la carta lo dice bien claro...

Harry entró en la cocina e intentó pasar desapercibido, como siempre. Pero sus tíos se le habían quedado mirando.

-Ya me voy – dijo al ver la actitud de sus tíos – sólo venía a desayunar.

-El que se va soy yo – le espetó Tío Vernon – llego tarde al trabajo.

Y dicho esto cogió su chaqueta y salió de la cocina con aire de ofendido. Harry entendía cada vez menos la actitud que tenían los Dursley. Tía petunia cogió un trozo de papel que había en la encimera de la cocina y se lo tendió a Harry.

-Toma, ha llegado esta mañana. Creo que te interesa leerlo.

Harry cogió el papel que le ofrecía su tía. Era un sobre cerrado dirigido a su nombre, tenía el remitente de Londres. Jonson & Harrap, abogados. ¿Qué era todo aquello? Abrió el sobre y comenzó a leer la carta que contenía.

Estimado señor Potter:

Por la presente deseamos hacerle conocedor de que tiene usted una cita con nosotros, Albert W. Jonson y Philip J. Harrap, el próximo día 22 de julio en nuestro despacho ubicado en Trafalgar Square, Londres. Mantendremos una reunión informativa con usted y los demás miembros de la familia antes de proceder a la lectura del testamento de Robert y Camilla Evans. Sin otro deseo más que usted se encuentre bien, le esperamos el 22 de julio a las doce en punto del mediodía.
Atentamente,
Johnson & Harrap. Abogados.

Harry observó la carta durante unos instantes. Después miró a Tía Petunia con cara de no haber entendido.

-Este testamento al que se refieren aquí... – comenzó a hablar Harry.

-Es el testamento de mis padres – lo cortó Tía Petunia con mucha brusquedad, de la que segundos después pareció arrepentirse – quiero decir, de mis padres y de tu abuelos.

-Pensé que ya os habíais quedado con la herencia – dijo Harry, sin evitar sentirse un poco culpable por ello.

-Tu abuela quería que tú estuvieras incluido en él. Por ello puso de condición que si morían, no se leyera su testamento hasta la fecha que ellos decidieran – le explicó su tía poniendo cara de tristeza – Supongo que no se fiaban demasiado de...

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡BUUUUUUUUUUUUUUUUUMMMMMMMMMMMM!!!!!!!!!!!!!!!! Una sonora explosión sonó dentro de la casa, seguida de un espeso humo color verde moco que invadió en un abrir y cerrar de ojos toda la cocina. Harry y su tía salieron corriendo al pasillo para ver de dónde venía el humo, aunque ambos sospechaban que era de la habitación de Harry.

-Tu tío te dijo que guardaras tus trastos bajo llave – gritó la señora Dursley.

Harry ni se molestó en contestar. Le preocupaba bastante más el hecho de que alguien hubiera podido traspasar la protección que le daba aquella casa. Subió las escaleras de tres en tres para averiguar qué o quién había provocado aquel estropicio.

-¿¿¿¿¿TÚ?????? – gritó Harry con todas sus fuerzas y sin poder creer lo que veían sus ojos.

La señora Dursley llegaba en ese momento al umbral de la puerta. Sus ojos se salieron de sus órbitas cuando vio que su hijo estaba plantado allí en medio, todo negro y chamuscado, sosteniendo en su mano derecha la varita mágica de Harry. Creía que le iba a dar un ataque en menos que cantara un gallo.

-DUDLEY DURSLEY ¿QUÉ DEMONIOS SE SUPONE QUE ESTÁS HACIENDO? – aulló la señora Dursley, roja de ira y con ojos de desprecio – me avergüenzo de ti, hijo mío...

Dudley agachó la cabeza. "Si Harry hubiera accedido a hacerme el favor..." pensó, pero no dijo nada. Su primo tenía una expresión que daba miedo de verdad, no quería echar más leña al fuego. Harry tenía los puños apretados y miraba a Dudley como si realmente pudiera matarle con la mirada. ¿Cómo podía tener una familia así? ¿Cómo Dumbledore se empeñaba en dejarle verano tras verano aguantando ese suplicio?

-Espero que ya hayas conseguido lo que querías Dudley – dijo en tono sarcástico – Desde luego, ahora estás mucho más atractivo. Seguro que en cuanto Irene te vea se enamora locamente de ti. Si no te importa, ¿me devuelves lo que es mío?

Se acercó a Dudley que seguía inmóvil en medio de la habitación y le quitó la varita. Su tía seguía en el umbral de la puerta resoplando. Se acerco lentamente a Dudley y le pego un collejón de padre y muy señor mío. Harry jamás había visto a su tía tan enfadada con Dudley. Es más, ¡nunca la había visto enfadada con él!

-Vete a tu cuarto y no salgas hasta que yo expresamente te lo ordene – dijo en tono seco – y olvídate de salir en lo que te queda de vacaciones. Y, por supuesto, nada de visitas de tus amigos a casa.

Dudley abrió la boca para protestar pero alguna neurona decente en su cerebro le advirtió que no era la mejor opción. Sin decir nada agachó la cabeza y se fue a su cuarto. "Seguro que papá me levanta el castigo" intentó pensar para no provocarse un llanto lastimero.

Harry y su tía se miraron. Ninguno de los dos parecía tener algo que decir, así que apartaron las miradas. La señora Dursley pareció murmura una lamentación mientras bajaba al primer piso a ver si el humo había desaparecido y a cotillear si alguno de sus vecinos estaba intentando averiguar lo que había sucedido. Harry suspiró enfadado. Limpió su varita y la guardo en su baúl bajo llave. Sus pensamientos volaron otra vez hacia el despacho de Dumbledore.

La mañana del día 22 de julio había empezado gris y antipática. Cuando a las siete sonó el despertador de Harry, el cielo amenazaba con empezar a llover torrencialmente. Aquello no le daba buena espina. Un día así no le podría traer nada bueno. La idea de tener que ir con su tía a Londres le erizaba hasta el último pelo de su cuerpo. Se revolvió en la cama antes de levantarse. Fue al cuarto de baño e intentó alargar el aseo todo lo que pudo. Una vez vestido, limpio y todo lo peinado que su pelo le permitía, bajó a la cocina a buscar a sus tíos. Estaban sentados desayunando. Parecían haber dormido poco aquella noche, tío Vernon tenía una expresión cansada. No dijeron nada a su sobrino. Esperaron a que Harry cogiera algo para desayunar y fueron a buscar el coche. Dudley seguía castigado por el incidente del otro día. No le habían dejado acompañarlos a la estación de tren. Ni siquiera bajó para despedirse de su madre.

El viaje en coche se hizo bastante corto para lo que resultó el viaje en tren. Su tía parecía haber hecho algún tipo de promesa y no abrió la boca en todo el trayecto. Miraba al infinito, de vez en cuando los ojos se le empañaban, echaba una mirada de soslayo a Harry y volvía a centrarse en el infinito. Las estaciones pasaban lentamente y ambos tenían la sensación de que Londres debía estar al otro lado del país. Las otras veces que Harry había ido a Londres, lo habían acompañado personas del mundo mágico. Sintió un desagradable vacío en el estómago al pensar eso.

Después de dos horas de trayecto, el tren llegó a la estación de King Cross. Allí Harry y su tía cogieron el metro con dirección al centro de Londres. No había casi gente en la estación del metro, se notaba el verano y las vacaciones. Se pararon en un kiosko para echar un vistazo a los titulares de los periódicos de ese día. No había nada interesante. La vida pasaba de un modo vulgar en el mundo muggle.

Llegaron a un edificio muy antiguo de tres plantas situado en la popular Trafalgar Square. El portal parecía la entrada a una antigua mansión victoriana. Una escalera central distribuía la casa en seis apartamentos. El despacho de los señores Harrap y Jonson era el apartamento de la izquierda en el segundo piso. Tía Petunia y Harry subieron las escaleras. Una mezcla de nerviosismo y desgana recorrió el pecho de Harry cuando llegaron a la puerta y leyó el letrero para sí. La señora Dursley hizo sonar el timbre tres veces y alguien desde dentro hizo funcionar el portero automático, abriéndoles la puerta. Al entrar toparon con un recibidor bastante lujoso, decorado al gusto de tía Petunia: excesivamente recargado. Una mujer de unos treinta años estaba sentada en una mesa, escribiendo algo en un ordenador último modelo, que hubiera hecho las delicias de Dudley. Tia Petunia se acercó a la mesa.

-Buenos días, tenemos una cita con los señores Harrap y Jonson. Somos Petunia Dursley y Harry Potter.

La mujer dejó de escribir en el ordenador y les dirigió una sonrisa amplia. Cogió una agenda y comprobó que la hora de la cita era la correcta. Volvió a sonreírles.

-Esperen un momento en la sala de espera, están terminando de resolver un asunto de urgencia – dijo mientras se levantaba de su asiento – Por favor, si son tan amables de acompañarme.

Les indicó el camino a la sala de espera. Estaba decorada en la misma línea que el recibidor y tenía un cuadro donde estaban retratados dos hombres de mediana edad. "Serán los abogados" pensó Harry. Se sentó en un sillón rojo con adornos dorados.

No habían pasado cinco minutos cuando la puerta de la sala de espera volvió a abrirse. La secretaria había acompañada a una mujer como de sus misma edad, quizá un poco más mayor. Era rubia, alta y fuerte, con los hombros más imponentes que Harry había visto en una mujer. Detrás de las dos mujeres se escondía un niño rubio. No tendría más de once años calculó Harry. Era muy alto y la complexión era fuerte. No podía negar que era hijo de aquella mujer. Harry los observó detenidamente. Lo único en lo que no se parecían madre e hijo era en los ojos. Los de ella eran pequeños y de un azul muy intenso; las cejas era finas, cai como un hilo dorado. Los ojos del niño eran de color verde, con unas pestañas escandalosamente largas y cejas pobladas. Saludaron cortésmente y ocuparon dos asientos enfrente de Harry y de su tía.

-Los abogados les atenderán enseguida – anunció la secretaria.

Se produjo un silencio muy incómodo. Ninguno de los cuatro sabía a quién se estaba dirigiendo la secretaria. Tía Petunia observaba con gesto inquisidor a los recién llegados. El niño le recordaba a alguien aunque no era capaz de recordar exactamente a quién. "Se parecerá a algún amigo de Dudley" pensó. Hizo que buscaba algo dentro de su bolso para intentar distraer su atención y no mirar demasiado a los demás. A pesar de que era una curiosa empedernida, aquella situación le superaba con creces. Se sentía mucho más segura detrás de las cortinas de su casa si se trataba de vigilar a los demás. Harry se había recostado en su asiento, aburrido. Sintió que el niño le estaba observando y que, de algún modo tenía ganas de hablar con él. Intentó hacerse el distraído para que el niño se diera por vencido. No hubo tiempo para comprobar si su táctica había tenido éxito o no. La puerta de la sala volvió a abrirse. La secretaria estaba en la puerta muy sonriente.

-Los señores Harrap y Johnson les esperan – dijo en tono triunfal.

Los cuatro se miraron con cara de no entender nada. ¿Esperar a quién?

-Perdone señorita ¿a quién exactamente esperan los abogados? – preguntó la señora Dursley.

Ahora fue la secretaria la que pareció no haber entendido lo que la mujer rubia había preguntado.

-¿Ustedes no son los herederos de los Evans? – preguntó extrañada.

-Nosotros somos los herederos de los Evans – contestaron a la vez la señora Dursley y la mujer rubia. Se miraron muy sorprendidas de haber escuchado otra voz que hablaba al mismo tiempo que la suya. La secretaria miró a las dos mujeres como si fueran marcianas.

-Claro que son todos herederos de los Evans – dijo la secretaria – la reunión es con Petunia Dursley, que es usted, con Harry James Potter y con Marcus Robert Evans que es su hijo ¿me equivoco?

A la señora Dursley casi le da un soponcio. Estuvo a punto de caerse por la impresión de aquella noticia. Harry todavía no se lo creía ¿Tenía más familia por parte de su madre y ni siquiera su tía lo sabía? La mujer rubia los miraba. Harry notó culpabilidad en aquellos ojos azules.

-Siento que os hayáis enterado así de nuestra existencia. Robert me comentó que tenía una hermana pero nunca me he atrevido a buscaros. No sabía como podríais reaccionar.

Tia Petunia empezó a llorar, lloraba desconsoladamente. Harry nunca la había visto así. Entre la secretaria y él consiguieron sentarla en un sillón. Tardaron unos minutos en calmarla. La secretaria fue a por agua y a avisar a sus jefes del desagradable incidente. La mujer rubia paseaba de un lado a otro de la habitación y el niño seguía sentado en su silla, mirando al suelo y con el ceño fruncido. Vaya forma de conocer a la familia que siempre había añorado. Harry se sentía confuso. Hasta hace unos minutos, su tia Petunia era la única familia que le quedaba. De pronto, le salían familiares de la nada. Miró al niño, Marcus Robert Evans parecía no estar en la misma habitación que él. Se fijo otra vez en los ojos del chico y cayó en la cuenta de que se parecían muchísimo a los suyos. Decidió sentarse a su lado.

-¿Cuántos años tienes Marcus? – le preguntó.

El niño lo miró de una forma asesina.

-Todo el mundo me llama Mark – dijo en un tono seco y cortante – en mayo cumplí once años.

Harry no le volvió a preguntar nada más. "Menudo genio tiene el mocoso" pensó. La secretaria les sugirió cambiar la cita para otro día si no se encontraban en condiciones, pero entonces tía Petunia reaccionó de un modo soprendente.

-No, quiero terminar con esto cuanto antes – dijo mirando a la mujer rubia – Creo que no nos han presentado, yo soy Petunia Dursley y usted es...

-Belle Evans – respondió rápidamente – viuda de Robert Evans. Y este es mi hijo mark, su hijo...

La señora Dursley miró a Mark. Los ojos se le volvieron a llenar de lágrimas.

-Se parece mucho a su padre. Cuando lo he visto me ha recordado a él – dijo – Encantada de conoceros a los dos. Ahora creo que nos están esperando.

Puede que solo fueran imaginaciones de Harry pero le pareció que su tía había cambiado. Parecía como si una parte de ella misma hubiera vuelto de un largo viaje. Siguieron a la secretaria hasta el despacho de los señores Harrap y Johnson. La reunión duró alrededor de una hora. Leyeron el testamento donde los abuelos de Harry habían dispuesto repartir sus bienes entre sus tres hijos, Robert, Petunia y Lily en partes iguales. Los abogados ya habían dispuesto tres lotes de bienes para los tres herederos. Sólo faltaba decidir que era lo que iban a hacer con la casa familiar. Después de sopesar todas las opciones creyeron que lo más conveniente sería venderla y repartir el importe en tres partes. Belle sugirió que visitaran la casa antes para recoger las pertenencias de sus familiares antes de hablar con alguna inmobiliaria o gestionar la venta por su cuenta. Petunia estuvo de acuerdo con la idea y Harry no tuvo nada que objetar. Es más, tenía bastante curiosidad por saber como era la casa donde había vivido su madre cuando era niña.

Se despidieron de los abogados y salieron los cuatro juntos. Harry se puso delante de la comitiva, necesitaba asimilar la nueva situación. La señora Dursley y Belle caminaban una junto a otra muy calladas. Mark iba el último. Seguía con la cabeza baja y daba patadas a una lata. De repente, la lata desapareció. Se desintegró como por arte de magia.