Caballo de Fuego
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Buenas y santas. Dado que me voy de viaje no podré actualizar, así que escribí este capítulo y lo publiqué antes. Cada Bladebrakes representará un elemento del horóscopo chino, y su correlatividad será; Agua, tristeza, Fuego, alegría, Metal, miedo, Madera, ira, y Tierra, amor. Son cosas que se me ocurrieron hace mucho, pero sólo ahora se me ocurrió adaptar mis cuentos para hacerlos fics.
Dayiah Shiori Lilith Belsebú Sekhmet: me sorprendió la rapidez con que me enviaste el rewiew. Se me dio por hacer un fic "histórico" con tintes fantásticos. Lo que le pasó a Kai es porque su elemento, el Agua, tiene como sentimiento la tristeza, y no podía tener un final feliz. No lo hice Yaoi porque, por más que me guste el género, hay mucho de eso y quiero innovar. Lo de la mitología china no lo inventé, realmente existe la montaña en donde "vivía" Kai y la leyenda también existe. Los ocho inmortales es una leyenda china muy conocida, me interesó y como le dí un continente a cada elemento chino (Agua-Asia) lo pose ahí. El del fuego es Medio Oriente, y ahí entra Max.
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El Sol le anunció que había llegado su hora. Desplegó sus enormes alas, hechas de plumas de fuego, y asomó su roja cabeza, llena de ondulaciones que bailaban por su rostro, sobre las nubes en las que dormía. Sabía que era lo más cercano a un Dios que los mortales verían, y eso lo alegraba. Haber sido elegido de entre tantos era un gran honor, aunque le habían advertido que podía haber peligros si se dejaba llevar por sus impulsos.
Sí, Max podía ser impulsivo, pero había aprendido a controlarse. O a dejar escapar el vapor cuando nadie lo veía. Aún no podía creer que él fuera el elegido por el Caballo de Fuego anterior, pero por algo había sido. No le habían dicho la razón, pero a él no le importaba. Era feliz y hacía felices a los mortales, y eso le bastaba.
Su zona se extendía por todo lo que los mortales llamaban el Cercano y Medio Oriente, tierras sumidas en la arena y el Sol. Sabía que en China y en el Lejano Oriente era el reino de las Serpientes del Agua, seres fríos y que no sabían divertirse, que se pasaban la mitad del tiempo durmiendo y la otra mitad deprimiéndose, o llevándose las almas de los muertos. Le daba igual. A él le tocaba otra zona, mucho mejor que ésa zona con tanto exceso de verde y agua.
Su deber era brindarles la inspiración a los sacerdotes y sacerdotisas, soplarles en susurros los designios de los dioses, indicarles el camino correcto. Hacía mucho tiempo que no lo hacía, porque los Dioses del Sol (así los llamaba Max, aunque le habían puesto diferentes nombres) habían callado muchos años atrás. Los egipcios eran su raza favorita, junto con los babilónicos. Le causaba gracia que los egipcios le cambiaran el nombre al dios Sol. ¿Acaso no sabían que los dioses no cambiaban, sino sólo la interpretación que le daban los mortales? Hasta ahora muy pocos habían logrado retratar a algún Dios del Fuego o Dios del Sol debidamente, pero siempre lo hacían en forma parcial e incompleta. Y era su deber acercarlos, aunque más no fuera un poco, a la verdad.
Por eso había dicho que los mortales no necesitaban de sus servicios. Que ya habían avanzado lo suficiente como para seguir solos descubriendo la verdad. Los Dioses le ordenaron dormir durante quinientos años, para comprobar si eso era cierto, y él había acatado la orden. Le gustaba dormir, y sus sueños eran siempre muchísimo mejores que los que había tenido como mortal. Además, sabía que los mortales habían aprendido lo suficiente como para entender que el Fuego era el elemento de la purificación, el más cercano al Dios Supremo, aquél que presidía a los Cinco Elementos. El Fuego, el Agua, la Tierra, el Metal y la Madera. Él (o ella, no se sabía a qué sexo pertenecía) era quien usaba a Viento, el Elemento Creador, como emisario hacia los cinco Dioses.
En realidad eran cinco los tipos de dioses, uno por cada Elemento. A él le había tocado nacer en el año del Caballo de Fuego, según el zodíaco chino. Se lo había dicho un astrólogo chino, antes de partir a su país natal. Max no recordaba en qué etapa de su vida mortal había sucedido eso, pero no importaba. Él seguía allí, viviendo una vida de sueño, y ayudando a los mortales al transmitirles su luz y su calor. Que era, en cierta forma, la luz y el calor de sus Dioses.
Lo único que podía decirse que le extrañaba eran sus patas. Como mortal había tenido un cuerpo humano, pero desde que había sido elegido sólo lo era de la cintura para arriba. Tener cuatro patas fuertes de caballo lo hacía correr veloz entre los pueblos, transmitiéndoles la sabiduría de sus dioses. Sabía que tener cuerpo de caballo no era fácil, pero pronto se acostumbró a tener ése cuerpo, con dos alas de fuego en el lomo y otras dos en la espalda. Cruzaba los cielos en las horas en que el Sol hacía sentir con más fuerza su presencia, su hora favorita, cuando sus poderes llegaban al máximo, y veía pasar los poblados de los mortales como si fueran construcciones de hormigas del desierto.
Primero fue a Egipto, y comprobó que se seguía rindiendo el culto debido a los dioses. Pero necesitaban refuerzos en su fe. Algunos comenzaba a flaquear, y otros decididamente no creían en los dioses, así que corrió por las calles principales del imperio. Sus llamas llenaban a todos de estupor y hasta de espanto, y no se detuvo hasta llegar al templo de Amón-Ra. Allí saltó hacia una de las lámparas con incienso, y se deshizo en miles de llamas. Reapareció cubierto de fuego y se elevó por los aires, dejando a todos, esclavos, sirvientes, comerciantes, hombres, mujeres, ancianos, niños, soldados, guardias, incluso al mismo faraón con la boca abierta. Ésa era una señal de los dioses, y así lo interpretaron.
Ahora debía ir a Babilonia. Desde su creación le había dado mucho tiempo a ésa ciudad, porque le gustaba mucho su ánimo. Siempre tenían ideas para mejorar su ciudad, y eso le gustaba a Max. Su alegría llegaba hasta a las nubes en las que había dormido durante siglos, y escuchaba que eran felices, o al menos así le parecía a sus oídos, jóvenes e inexpertos.
Porque había un requisito para ser un elegido, tanto por el Fuego como por cualquier potro elemento. Ésa condición era no haber sentido el fuego de la pasión carnal con otro ser humano. Eso debía cumplir Max en su estadía en la Tierra Mortal, y lo cumplió, sin saberlo, porque cuando fue elegido, si bien había llegado años ha a su madurez física y era pretendido por muchas mujeres, él nunca se había entregado a ninguna. Quería a alguien que lo amara realmente.
Max había cumplido ése requisito. Y ahora no había peligro, porque los elegidos vivían aislados de los humanos, solos en medio de sus mundos, cercanos a los Dioses pero aún sin despegarse de los mortales por completo. Sus misiones eran para guiar a los mortales según el criterio de sus Dioses, cada uno dueño de una región de la Tierra Mortal.
Su elemento, el Fuego, era el elemento de la alegría, del movimiento, la creatividad, las buenas pasiones (aquéllas que impulsaban a hacer el bien) y de los espíritus más elevados. Eso le habían dicho a Max, y él lo creía. Él era digno de todo honor que se le concediera, porque había sido elegido por los Dioses del Fuego, y eso nadie se lo podía quitar.
Por eso, cuando vio que en Babilonia tocaban los tambores, supo que iba a empezar una celebración. Debía ser una fiesta en donde los niños tenían el papel protagónico, porque había muchos niños, con velas en las manos, mientras que unas doncellitas bailaban alrededor de una estatua de un toro. Era sólo una representación a escala del gran toro que se hallaba allí cerca, pero era una copia fiel. Lo que le extrañó a Max fue que algunos de las mujeres allí presentes se aferraran a sus hijos, todos con túnicas blancas.
Los tambores tocaban hasta tapar todo otro sonido, llegando hasta el cielo. Pero sus Dioses no sonreían, sino que miraban impasibles la escena. Y Max hizo lo mismo. Y no entendía por qué la mitad estaba triste como nunca y la otra seria, como si fuera un velorio. Vio que abrían la boca del toro gigante, y descubrió las llamas en su interior. Fue entonces cuando decidió actuar, y desapareció. Apareció en medio de las llamas de la boca del toro, al que había oído que llamaban Moloch, y salió con toda su fuerza. Dio varias vueltas en el aire, frente al público que no podía cerrar la boca de asombro, y luego desapareció.
No, no desapareció. Se habría perdido lo que seguía, y él quería saber qué iba a continuación. Así que se envolvió en una nube de huno y allí observó el resto de la ceremonia. Los sacerdotes hablaron, pero Max no les prestó atención. Miraba a los niños con túnicas blancas, cada uno con una vela en la mano, y a las doncellitas que bailaban al son del tambor. Los niños empezaron a subir por la rampa que llevaba a la boca de Moloch, y Max se preguntó que harían allí. Tal vez consideraran sagrado el fuego, y eso lo alegró. El Fuego era el elemento presente en los dioses superiores, perfectos, que todo lo veían y todo lo sabían. Y pensó en beneficiar a Babilonia, de alguna manera, por haber descubierto ése secreto.
Prestó atención cuando una mujer gritó. Corría hacia la fila de niños, pero la sujetaron y se la llevaron de allí. Gritaba el nombre de su hijo, y Max vio que otras estaban por hacer lo mismo. Pero los sacerdotes se mantenían impasibles, y los guardias mantenían bien vigilados a los niños. Max no entendía por qué ésa mujer estaba así, si era una ceremonia en la que se veneraba al elemento supremo, que hacía a la noche día y a la oscuridad, luz. Sin el fuego la vida no existiría, y eso debían saberlo todos los humanos.
Los niños llegaron hasta la boca de Moloch, y se detuvieron. Los tambores tocaban, tapando cualquier sonido, incluso los gritos desgarradores de las mujeres. Max no entendía nada, y entendió menos aún cuando los guardias tomaron al primer niño de la fila y lo arrojaron a la boca llena de llamas de Moloch.
Los gritos de las madres eran opacados por los tambores, pero Max no necesitaba escuchar para entender. Estaban ofreciéndole a los dioses lo más sagrado que tenían, pero de la forma equivocada. Y era la peor forma. Max sintió como una rabia ciega le subía por todo el cuerpo, y la nube en la que se escondía se deshizo en llamas rojas. ¿Cómo se atrevían a hacerlo? ¿Cómo podían sacrificar algo tan valioso de una manera tan estúpida? Después de todo lo que los dioses les habían dado, ¿acaso creían que eso era agradable a los ojos de los dioses?
Él era una de las manos de los dioses, y ahora entendía el porqué estaba allí.
El fuego era el elemento de la Luz, y por eso era el elemento de los dioses. Pero también era el elemento de la Destrucción, de la guerra que tanto emocionaba a los humanos. A los estúpidos mortales que sacrificaban lo más sagrado de la vida con el más sagrado de los elementos, corrompiéndolo con la sangre de los que más cerca estaban de los dioses... Ni los sacerdotes, ni los guardias, ni los padres de los niños merecían ver de nuevo la luz del Sol. Las madres, las más débiles, ellas eran las que se oponían, las que luchaban por sus hijos, y una ya se había llevado al suyo, dejando tras de sí un reguero de sangre, gracias a una herida por parte de dos guardias...
Ella sola pudo hacer lo que todo ésos hombres, escudados tras la adoración y la tradición, no pudieron: salvar lo más sagrado en una familia, lo que se debe cuidar más que a nada, porque es lo más cercano a los dioses. Y los hombres necios, que acusaban a la mujer de no estar a la misma altura que ellos, miraban pasivamente cómo mataban a sus hijos, mientras esa mujer, una de las más débiles, se arriesgaba a perder la vida para salvar la de su hijo...
Max hizo aparecer su espada entre las llamas. Los mortales había visto la nube en llamas, y la miraban como si fuera una señal de aprobación de los dioses. Ciegos... Sólo las mujeres corrían por sus hijos, en vez de correr por sus vidas. Los niños que iban a ser asesinados por las llamas se corrieron hacia sus madres, quienes los sacaron de allí.
Max las dejó pasar. Ellas sí eran valientes, a pesar de saber qué dictaban las leyes por salvar a sus hijos. Pero los guardias y los sacerdotes estaban aún más espantados que ellas, y corrían más rápido, llevándoselas por delante. Pero Max no lo permitiría. No merecían la salvación, luego de haber cometido el peor de los pecados, el de usar así a los niños. Hizo aparecer llamas que rodearon toda el área. Allí estaba toda la población, y mientras todos se detenían, aterrados, viendo cómo el magma los encerraba en una isla ardiente, Max salió de su nube de llamas.
Todo su cuerpo estaba envuelto en llamas rojas. Descendió sobre la cabeza de Moloch, y todas las miradas se posaron en él. Era imponente, como toda mano de los dioses, y ahora estaba muy enojado. No, enojo no era la palabra correcta. Lo que sentía Max era ira.
Levantó su espada, la que nunca había usado en su existencia como no-mortal, y destrozó de un golpe la estatua. Pero no daño a las mujeres ni a los niños, no, ellos eran víctimas inocentes. Pero sí se llevaron al otro mundo a varios sacerdotes y guardias. Cuando Max estaba ya en el suelo, avanzó, con su cabello hecho llamas, sus cuatro alas extendidas y su mirada como dos rubíes como jamás habían visto los babilonios. Levantó su espada de fuego y les indicó a las mujeres que se retiraran. Abrió un camino entre el magma y las llamas, y las mujeres, tímidas y temerosas la principio, fueron saliendo de la zona de fuego. Ellas no merecían verlo, y con ellas salieron los pocos hombres que habían corrido por salvar la vida de sus hijos.
Cuando uno de los sacerdotes quiso salir, cayó envuelto en llamas. La silueta de centauro de Max se recortaba en rojo con las llamas, y su sola presencia los había llenado de terror. ¿Acaso sospechaban el porqué estaba allí? ¿O sólo creían que un demonio había descendido de los cielos, furiosos porque veneraban a un Dios?
Muy pronto lo sabrían. Max no sólo podía controlar las llamas y el magma, sino todo lo que fuera envuelto en ellas. Sabía que si liberaba todos sus poderes su cuerpo no resistiría, pero sabía que ya un nuevo Caballo de Fuego estaba subiendo a ocupar su lugar entre los que aún no eran dioses, peri que había dejado atrás a los humanos. Así que empezó, con todos sus poderes, la destrucción de Babilonia.
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Como ven, cada historia es auto conclusiva y los personajes no se mezclan, es decir, no se conocen personalmente, incluso las historias transcurren en diferentes épocas y lugares. El próximo será Kenny, y ya tengo las ubicaciones de cada personaje; Kenny estará en EEUU, Tyson en Europa y Ray en África. Sólo esperen y verán, porque pienso poner toda mi creatividad en estos cuentos. Como ya dije, éstos son cuentos que yo escribí, pero que adapté para hacerlos Fanfics. Dpiganme que son medio extraños, pero así me gusta escribir.
Nos vemos.
Nakokun
