Gato de Metal
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Era en otoño cuando estaba en las mejores condiciones para trabajar. Washintong podía ser muy frío en invierno, y sus cadenas se congelaban. Muchas veces debió descongelarlas, retrasando su trabajo. Y eso no le gustaba. Su único motivo de existencia era el conocimiento, y estaba dispuesto a todo para conseguirlo. A todo.
Descubrió que cuando se rodeaba de su ciencia en otoño las ideas bullían sin descanso, llenando su espacio de nuevos inventos, nuevas teorías y nuevas fórmulas. Y cuando su espacio no daba abasto, lo ampliaba sin problemas. O eso era lo que le había dicho Joseph.
Joseph lo había llevado allí mucho tiempo atrás, cuando empezaba la secundaria, y le dijo que podría hacer todo lo que quisiera, que ese era su espacio. En sus años de secundaria y de universidad había llenado el lugar con sus inventos, sus ideas –no sólo políticas y con respecto a la vida, sino con todo lo que se le ocurría- y todo lo que podía imaginar. Sólo debía pensarlo y sus cables de plata lo creaban. Era una lástima que hubieran escondido bajo sus ropas su cola y sus orejas de gato, hasta hacerlas desaparecer y que ya no las sintiera, pero era un sacrificio que debía hacer. Dejar de ser Gato y pasar a ser Metal definitivamente.
Por supuesto que no había sido fácil. Empezó con grandes esperanzas, pensando que podría viajar por el mundo y ver a las otras culturas, pero pronto Joseph lo convenció que estaría mejor en su propio país que yendo a otros países extraños e ignotos, donde podrían contaminarlo. Así que vivía siempre en Estados Unidos, encerrado en una caja de metal que no le dejaba ver casi nada de lo que sucedía fuera de su espacio. Y si lo dejaba ver, era de una forma incompleta, parcial y casi siempre errónea.
Pero daba lo mismo. Estaba seguro en su espacio, nadie le quitaría lo que con tanto esfuerzo había construido. Sus cables de plata ya eran parte de él, y resaltaban su figura. Lo que le resultaba extraño era que tuviera que usar siempre ropa de cuero, plateada y blanca, lo que era más raro todavía. Por si fuera poco, era en los anocheceres cuando su creatividad llegaba a su máximo exponente.
Pero había algo que lo paraba. Una molestia mínima, pero molesta. Cuando quería salir, no podía hacerlo si no era con Joseph. Joseph W. Brown, uno de los más poderosos presidentes que había tenido Estados Unidos, lo había elegido a él, entre millones de niños en los orfanatos, para ser su hijo. Kenny no podía creerlo, y menos aún cuando su nuevo padre pasó a ser el presidente.
Fue entonces cuando le amplió su espacio. Lo vistió de cuero plateado oscuro, casi negro, y fue entonces cuando comenzó a crear. Más que nada, armas, pero no le importaba. Su padre estaba feliz con él, y eso le gustaba. Nunca preguntó que hizo con los terrenos que ocupaba su espacio, sabía que antes estaba habitado por minorías étnicas, pero no sabía qué había sido de ellas.
No volvió a creer en las cosas que se decían sobre su padre. Él era bueno y justo, y todo lo que hacía lo hacía por el bien del país. ¿Acaso no lo veían? Su padre usaba sus armas para liberar a un pueblo oprimido durante décadas por un dictador que tenía veinte palacios en el país, que siempre viajaba en primera clase mientras su pueblo moría de hambre, sed y desesperación en el medio del desierto... Y las Armas de Destrucción Masiva. Eso era otra cosa. Ése dictador tenía Armas de Destrucción Masiva apuntando a todas las capitales del mundo, y su padre lo detuvo. Las escondió muy bien, y no las encontraron, pero él ya pensaba en una forma de detectarlas. Eso haría feliz a su padre.
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Pero con el tiempo, su padre se volvió cada vez más y más exigente. Decía que Kenny podía hacer más. Y tal vez sólo por pereza mental no hacía más. Tal vez tuviera razón. Debía de hacer más por su padre, porque gracias a él estaba en su mundo.
Cuando era feliz, creaba poco e inventaba menos. Cuando tenía miedo, creaba más y más cosas. El miedo y el dolor le hacían ver más cosas y entonces creaba más. Y eso le gustaba a su padre. Deba lo mismo, siempre lo saludaba con una sonrisa, aunque estuviera muriéndose de dolor. Y fue entonces cuando empezó a ajustarse las cadenas. Ya no podía moverse, pero sus Cables de Plata lo hacían todo por él. Su traje de cuero empezaba a apretarle, pese a que cada vez comía menos. Pero su padre estaba feliz, y eso era suficiente.
Pero tampoco bastaba para su padre. Él siempre decía que podía hacer más, y que dejara de intentar ver cómo los veían afuera donde no podían entenderlos y los tildaban de terroristas globales, sólo porque combatían e terrorismo con armas un poco más avanzadas. Ya sabían dónde podían irse. Pero todo se retrasaría s Kenny no inventaba más. Más y más armas para derrotar el terrorismo islámico de una buena vez, para que la paz y la armonía regresasen.
Le dolía todo el cuerpo, incluso cuando no se movía, pero no era suficiente. Estaba envuelto en cadenas y en el mismo material que los látigos, pero no era suficiente. Fue entonces cuando su padre le trajo un ataúd con espinas en el interior, como los que se habían usado durante la Inquisición. Y fue entonces cuando su creatividad explotó. El ataúd se llamaba Dama de Hierro, porque tenía el rostro de una mujer, y en la base tenía ocho patas de metal que podían plegarse hasta ocupar un poco de espacio en la base.
Su mundo se amplió al máximo. Ya no podía ni siquiera dormir por el dolor, y empezaba a consumirse, pero su padre estaba feliz, y por eso valía la pena cualquier sacrificio. Le dolía cada paso que daban las ocho patas de la Doncella de Hierro, que sólo lo alimentaba de energía. Pero no era una energía agradable, sino que le hacían más daño.
Pero no decía una palabra. No tenía fuerzas no para llorar o gemir, todo se iba en sus inventos.
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Hasta que un día no pudo más. No podía ni levantar la cabeza por el dolor insoportable que recorría su cuerpo. Y fue entonces cuando su padre dejó de quererlo. Al ver en lo que se había convertido, frunció el ceño y se alejó, sin escucharlo. Kenny se sintió peor que nunca. Y eso aumentó con el tiempo. Cuando las paredes de su espacio cayeron, vio en lo que se había convertido los alrededores.
Antes era un espacio verde y poblado, pero ahora sólo había tierras contaminadas y muerte. El olor era insoportable, una mezcla de sangre, organismos en descomposición y otras cosas que prefería no averiguar qué eran. Pero lo sabía. Uranio empobrecido. NAPALM. Pólvora. Todos eran restos de las armas que había fabricado para su padre.
Pero él nunca lo había querido, sólo lo había usado. Y sólo ahora se deba cuenta. ¿De qué había servido el terror y el dolor que le había causado? Nada. Sólo para la destrucción de un mundo.
Si es que había un mundo fuera de USA.
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Sí, sé que me salió deprimente, pero el Metal tiene como sentimientos el miedo y la tristeza. No me digan que tiene mucho contenido político, lo hice así a propósito porque digamos que... No me caen bien los estadounidenses, y menos me gusta lo que hacen. Creo que no sufrieron nunca un ataque en sus tierras después de Pearl Harbor y de las Torres Gemelas (y lo último fue planeado por Bush, ya se huele el engaño hasta en China)
En el próximo episodio escribiré sobre Tyson, un Lobo (perro) de Madera. Va a estar en Europa, y esperan a ver el último capítulo, con Ray como Tigre de Tierra...
Atta651: Sipes, me gusta innovar (dicho por millonésima vez) Pero lo que me molesta es que cuando alguien hace algo realmente diferente, envíen tan pocos rewiews. Y he leído algunos fics de algunos autores que tienen cientos de rewiews y sus fics es una mezcla de errores ortográficos, mal argumento y una acumulación de errores, con mucho capítulos muy largos y sin sentido. Lo que más me duele es saber que se aprecia más a lo masivo que a lo realmente bueno. Estoy algo enojada, pero no te preocupes, en el próximo capítulo aparece Takao, y va a haber referencias a la cultura celta. Te agradezco mucho tu rewiew, y espero que el gusto del resto ascienda culturalmente, porque aquí no se deja rewiew a lo bueno, sino a lo… masivamente atractivo, pero creativamente mediocre, excepto contadas excepciones, como Raven-sama.
Nos leemos
Nakokun
