Lobo de Madera

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Cada vez que lo recordaba se enfurecía.

¿Acaso los druídas pensaban que sus poderes venían de ellos mismos? Eso lo enfurecía. Y era entonces cuando sus poderes reaccionaban con Ira. Sí, con Ira. Las plumas de sus alas eran de oro, el metal tan codiciado por los alquimistas, y fue por eso que los dejó. Los muy ilusos creían que él no se iba a dar cuenta, pero los somníferos no tenían efecto en él.

Trataron de desplumarlo. Literalmente. Takao no sabría decir si los alquimistas pensaban que con eso perdería sus poderes, o si no habían pensado que sus poderes no cambiarían, si estaban improvisando sobre la marcha. Pero lo habían intentado, y no sólo por el oro, sino por el poder. Su poder. Cada pluma y cada pelo de su cuerpo tenía un poco de su poder, que podía durar mucho tiempo, a veces décadas enteras. Takao se los entregaba a los que, según él, se lo merecían. Pero para los alquimistas no había sido suficiente.

A Takao le gustaba el vino, aunque aparentare ser poco más que un niño, y eso le ofrecieron los alquimistas. Mucho antes que apareciera Parcelaso y Nicholas Flamel, ya habían aparecido los primeros alquimistas, y Takao les dio los mismos poderes que sus otros protegidos, para que desarrollaran la magia en una nueva forma... Pero los alquimistas fueron los únicos que le dieron vino con Rúculum, la planta cuyas hojas hacían dormir en segundos. Y Takao fingió dormir, pera averiguar qué tenían planeado. Pero lo que no sabían era que el Rúculum sólo aparecía al amanecer, porque él la había creado. Porque ésa era su hora.

Sólo los que realmente querían su favor lo esperaban toda la noche para verlo. Decían que era caprichoso, porque no les concedía a todos lo que querían. O si lo hacía, no siempre podían estar seguros de terminar con vida, ya que la magia no podía ser usada por cualquiera. Quizás fuera un caprichoso, pero a él no le importaba. Él era el amo y señor de la Magia, y la distribuía según su criterio. Era el Lobo de Madera. ¿Quién iba a detenerlo?

¿Los alquimistas? Ya no tenían poderes. Él difícilmente perdonaba las traiciones. Además, creían que magia y ciencia iban de la mano. Ilusos.

¿Los druídas? Eran más que nada herbosteros, con recetas copiadas, casi sin modificaciones, a los chinos. Y lo respetaban demasiado como para hacerle algo. Si pudieran hacerle algo, claro.

¿Los hechiceros? Los que realmente tenían poderes le debían mucho. Si él desaparecía, sus poderes se esfumaban. De los otros no valía la pena ni hablar. Humanos loco en castillos llenos de una realeza estúpida e ignorante, que se dejaba engañar por un loco que los entretenía con palomas en las mangas.

¿Los magos? El mismísimo Merlín se cuidaba de él, cuando aún vivía. Eran sus favoritos, los que llevaban generaciones rindiéndole culto. Su dependencia era tal, que si él llegaba a morir, los magos morirían con él.

¿Los humanos? Débiles y tontos, sin poderes, nunca comprendían la verdadera naturaleza de la magia, y menos aún su finalidad.

¿Los seres mágicos? Tan nombrados por los celtas, eran sus creaciones preferidas. Los magos eran sus mejores discípulos, pero éstas eran sus criaturas. Era como un dios para ellas. ¿Podrían hacer algo sin él?

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Los Lobos de Madera dominaban Europa, el continente de la Magia. Nacían en el equinoccio de primavera, al amanecer, y las hadas, sintiendo su presencia, se lo llevaban a su mundo. Debían cuidarlo y educarlo como a un rey, porque sería más que eso. Él era su Dios.

Él creaba o destruía sólo con su deseo. Él controlaba los lugares donde vivirían, cuántos serían, que pruebas atravesarían en sus vidas... En fin, todo lo referente a los seres mágicos lo decidía él.

Pero el poder en solitario no es poder completo.

Y fue entonces cuando decidió buscar una pareja.

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Pero no pudo hallarla. Todos huían al ver a un lobo dorado con alas de oro. Entonces tomó su forma humana, y sus largos y dorados bucles cayeron a su espalda. Sabía que era atractivo, por más que el lago de Narciso le hubiera dicho lo contrario. Sus botas de oro tenían un diamante en el medio de la parte delantera, decorada con runas mágicas que significaban "los pies del gigante" Su traje era algo extraño, pero a Takao no le importaba. Llevaba una falda de armiño blanco y dorado, una túnica dorada abierta en el frente que dejaba ver que debajo tenía otra túnica, blanca y dorada. Las mangas de la túnica estaban bajo sus hombreras, de oro y, en su cabeza, sobre su corona, brillaba una estrella, porque él era el Rey.

Su capa blanca y dorada llagaba hasta el suelo, y recordaba a las colas de los pavos reales. Los reyes más poderosos de Europa lo odiaban, pero a él le gustaba el sabor de la Ira. Porque ése era lo que le daba más poder.

Pasó por los reinos más ricos del Viejo Mundo, examinando a las princesas e incluso a las reinas de los lugares en donde pasaba, y le satisfacía ver, no tanto la cara embobada de las damas, sino la Ira en el rostro de los esposos. Y era eso lo que le daba más fuerza y más poder. Los seres mágicos pugnaban por aparecer como sus sirvientes y esclavos, y él les daba la oportunidad. Podía hacer aparecer lo que se le antojara, y cada mes llegaba a un reino, construía un castillo de oro en las afueras y enviaba a uno de sus sirvientes (por lo general duendes convertidos en humano, o por lo menos lo suficientemente humanos como para que no se dieran cuenta de su verdadera naturaleza) a buscar a las doncellas del reino.

Por lo general, las reinas y los reyes venían también, con sus princesas. Pero nunca encontró una hermosa. La mayoría, pese a todos los cuentos tontos de hadas, eran horribles e ignorantes. Pasó un año, pasaron dos, y Takao empezaba a perder la poca paciencia que tenía. Sus sirvientes trataban de animarlo, pero Takao había esperado demasiado, demasiado, y estaba furioso. Sus poderes aumentaban cada día más conforma avanzaba su Ira, hasta que un día, frente al rey de España, perdió la paciencia.

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En realidad, creyó que sería frente al rey de Inglaterra, pero los reyes españoles (tan nombradísimas veces llamados católicos) eran unos idiotas. La misma reina le había dado sus joyas a un loco que pretendía llegar a las Indias dando la vuelta al mundo, porque se le ocurrió que era redondo. Y la muy tonta había accedido. Realmente, el rey o era un idiota más grande que su mujer o ella lo dominaba.

Cortó en seco las explicaciones del rey, quien le explicaba lo ventajoso que sería que se unieran sus reinos para enfrentar enemigos comunes, sacando una de sus espadas cortas (más que nada era un cuchillo largo, pero él podía llamarlo como quisiera) y lanzándosela al rostro. El rey tuvo que hacerse a un lado, y cayó en el suelo. Takao rebosaba de ira, ya había esperado más que demasiado y nadie le demostraba ni el respeto de Dios que le debían, ni lo mínimo de sabiduría que esperaba.

Allí, frente a todos, se transformó en Lobo de Madera Hizo aparecer sus alas, que lo envolvieron con un resplandor dorado, y cuando pudieron ver su cuerpo nuevamente, vieron a un gigantesco lobo con alas, totalmente dorado y con unos enormes dientas amenazadores. Estaba casi rabioso, y sólo por poco la espuma no acudió a su hocico.

Se lanzó contra los reyes, que huyeron despavoridos del castillo, junto con todo su séquito. Takao, loco de ira, deshizo los hechizos que había hecho. El castillo desapareció, sus sirvientes volvieron a ser seres mágicos, y todos juntos desataron un vendaval de viento y lluvia sobre España, tal vez con la esperanza que la tormenta llegara hasta las tres carabelas y hundiera los barcos de ése loco antes que llegara al borde del mundo.

Pero no lo hizo. La tormenta azotó durante tres días el país, centrándose donde estaban los reyes católicos, quienes no dejaban de rezarle a un dios que nunca habían visto y en el que Takao dudaba que creyeran. Después de todo, tener a la iglesia de su parte era muy ventajoso...

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Regresó a Inglaterra y allí se quedó, rumiando su rabia. Eso no se quedaría así, no señor. Hacía mucho tiempo que los hombres lobo existían, pero ahora realmente serían peligrosos. Y que ése loco viniera del borde del mundo con una cura, si es que no moría en la boca de los demonios que lo esperaban más allá del borde del mundo.

Takao les dio a todos los hombres lobo sus viejos poderes. Ésos que hacía tanto que no probaban, hasta el punto de no salir sino como poco más que un perro callejero. Y si ése loco por casualidad volvía, Takao se aseguraría que su último viaje fuera encadenado, en la bodega de un barco, como el loco esclavo suyo que debía ser.

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Bueno, creí que iba a ir para un lado y salió para el otro. Takao fue difícil, pero no imposible. Esperaba otro final, pero Takao se metió saltando (enojadísimo, por cierto) y amenazó con mandarme una manada de lobos con rabia si no lo terminaba rápido. Así que si no les gusta, díganselo a él. Juro y vuelvo a jurar que ya no soy yo la que escribe, sino que ellos me sientan frente a la compu con las órdenes explícitas de escribir.

Agradezco rewiews:

Ishida Rio: Chica! Captaste pero al pelo el mensaje que quería mandar! Eso es exactamente lo que quería expresar, y dudaba si poner como Kyo se recuperaba y hacía un nuevo mundo sin su "padre" al lado, mucho más hermoso de lo que piensas, pero el final se iba a extender mucho y el tiempo apremiaba. Y me alegra saber que alguien además de mí sabe abrir los ojos sin que le entre la basura de la CNN y demás. Mantengámonos en contacto, y si tienes Yahoo messenger, hablémonos algún día.

En el próximo (y último) capítulo escribiré sobre Ray, el Tigre de Tierra. Lo puse al final porque es uno de mis personajes favoritos, y ya lo estoy planeando...

Nos leemos

Nakokun