Ohayo¡¡¡
Vaya, vaya... el capítulo anterior no tubo una abundancia de reviews, que digamos... es que con lo de la vuelta al colegio y al trabajo... hay que ver. No se cumplió mi deseo de tener muchos reviews y variados...
Aún así, ha habido alguien que se acordó de mi pobre persona, gracias Linita-Gabriev por tu apoyo. Por cierto, lo de Reinaldo & co., era una broma, puedes poner tu opinión o no (pero ya dije que eran inventados, no salen en ningún sitio... ^ ^).
Bueno, los personajes, son de Kanzaka y todo eso que, no se por qué, me gusta repetir...
IMPORTANTE: Prefiero que no leáis esto si sois muy sensibles y no vais a poder dormir... Lo digo muy en serio, no me gustaría que mis historias fueran motivo de asco o de infarto (bueno, lo de infarto era por exagerar...).
En fin... os dejo (a quien lo lea, claro U¬¬) con la historia.
*************
Las paredes y el suelo llenos de mugre, tenebrosos ante la falta de luz, no sólo poseían marcas de cascos, o incluso algún que otro excremento de caballo, sino que se mezclaba con un fluido de color amarronado ya seco. Sangre.
Aún así, ninguno de los presentes había reparado en el suelo y las paredes manchadas, sólo tenían ojos para la carnicería que tenían delante.
El caballo, se había quedado muy quieto cuando habían entrado como si quisiera exponer lo que llevaba a lomos. Su mirada era desafiante y casi inteligente. Sus ojos eran rojos, y a Martina le recorrió un escalofrío por la espalda. Esos ojos eran iguales a los del lobo que había visto en el templo.
No pudo seguir observando más tiempo al caballo. Sus aterrados ojos enfocaron de nuevo al mutilado cuerpo del mensajero.
El cadáver, presentaba signos de muerte instantánea, pero brutal. Tenía lo que le quedaba de cabeza, del revés. Alguien le había roto el cuello. La cara carecía de ojos, y tras la boca abierta, se veían algunos dientes ensangrentados.
Lo más grotesco, pero, no era que un palo le atravesara, por la coronilla pasando por la columna vertebral, hasta tocar la silla del caballo, sino el hecho, de que los intestinos se desparramaban por el cuello del caballo, bañándolo así en sangre. En uno de los flancos del caballo y sobre una tabla de madera pintada de blanco, se podía leer, escrito con la misma sangre del mensajero: "NO IRÉ A LA BODA".
Martina no pudo seguir mirando. Era demasiado para ella. Giró la vista y advirtió que Sylpheel había caído de rodillas y unas lágrimas resbalaban a través de su lívida cara.
Los demás mostraban el mismo estupor que la sacerdotisa. De repente un fuerte y desagradable olor a sangre inundó el olfato de Martina y la obligó a hacer una mueca de asco.
- Co... ¿Cómo...? -empezó Reena con un hilo de voz. Los ojos se le iban a salir de las órbitas.
- El caballo regresó solo. Pasó por unos cuantos reinos con el mensajero encima. Hemos intentado sacárselo, pero no quiere. Empieza a relinchar y a dar coces - El sirviente pelirrojo había contestado con voz acongojada.
Poco a poco, el susto de la primera impresión se fue disipando, para dar paso a un estado de odio e ira contenida hacia Zeros. Reena era quién más lo demostraba.
- Ese asqueroso demonio... cuando le ponga las manos encima... - decía entre dientes la hechicera cuando salían de la habitación.
Martina estaba muy asustada. Ella creía que su esposo estaba secuestrado por Zeros, y no quería ni pensar en lo que podía hacerle. Ella no soportaría ver a Zangulus destripado cómo si fuera una sardina. Moriría de tristeza.
Además, eso le hizo recordar que todos los humanos estaban a merced de los demonios, y, presa de su propia inquietud, empezó a mirar por detrás del hombro.
De ésta manera descubrió a Gaudy intentando consolar a la pobre sacerdotisa de Sairaag, que estaba hecha un mar de lágrimas.
Tal cómo había dicho Amelia, habría sido mejor que Sylpheel no lo hubiera visto. La pérdida de todos sus seres queridos cuando Rezo destruyó su ciudad, había marcado la vida de la muchacha.
De repente, una cara sonriente, tropezó con Reena (que estaba hecha una furia), justo cuando se disponía a abandonar las caballerizas.
La mujer vestía de ciudadana y era rubia aunque con el pelo corto y liso. En su frente, se formaba una ondulación que hacía que su flequillo se torciera hacia el lado izquierdo de su rostro. Era de mediana edad.
- Uy, perdón. - se disculpó la mujer.
- ¡¡MIRE POR DÓNDE VA!! - Reena estaba de muy mal humor. Desde ese momento, había empezado a odiar a Zeros tanto como la ex sacerdotisa del Rey Dragón de Fuego.
- Vaya, mira qué jovencita tan mal educada.- respondió la mujer divertida, pero con un tono autoritario.
Reena se giró, seguramente para gritarle, pero la conversación que tuvo lugar a continuación, la desinfló como un globo.
- ¿Esta es una de tus amigas, Amelia?.
- Sí mama.- dijo la princesa desanimadamente.
Ninguno pudo sorprenderse, aún estaban demasiado impresionados por el acontecimiento anterior. La mujer enseguida notó lo que sucedía, y pareció como si una bombilla se iluminara en su cerebro.
- ¿Cómo te tenemos que decir, tu padre y yo que no queríamos que les enseñaras lo que hizo ese... ese...? - suspiró. Parecía buena persona. Se aproximó a Sylpheel, que seguía desconsolada, y le preguntó si quería algo, la sacerdotisa negó con la cabeza y le dio las gracias.
- ¿Cómo se te ocurre? - la mujer se encaró de nuevo a Amelia.
- Shelindy, tenían derecho a saber... - empezó ésta.
- Pero no era necesario hacerlos sufrir sólo por que se te ocurrió invitar a un demonio a la boda del príncipe de la capital de la MAGIA BLANCA - Shelindy había ido subiendo el tono, parecía autoritaria, pero la verdad es que tenía razón. No se podía esperar algo mejor de un demonio.
Amelia, abrió la boca para contestar, pero Shelindy, no le dio tregua.
- ¿Ya les has enseñado sus habitaciones?
~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*
- Puede besar a la novia.
Unos ojos oscuros se posaron sobre otros del color del cielo, que aguardaban bajo el translúcido velo. Lo levantó. Y el cálido y tierno beso conmovió a todos cuantos estaban allí.
No cabían en la iglesia, y mucha gente estaba situada encima del altar, pero aún así, aplaudían al príncipe Filionel y a su esposa. Fil, había encontrado de nuevo el amor.
Martina lloraba junto con Sylpheel, de la emoción. Zel sonreía satisfecho y bastante contento, pues la alegría del ambiente se contagiaba. Gaudy le preguntaba a Reena qué pasaría ahora, y ésta aplaudía con los demás, pero lo cierto es que parecía bastante agobiada.
Amelia, que era dama de honor, tampoco podía contener las lágrimas. Su padre se casaba. Era feliz. Y lo mejor, es que había elegido a una buena persona, y eso le bastaba para estar contenta.
Todos salieron al exterior del edificio, preparando sus bolsas de lentejas (en vez de arroz).
Reena pensaba apedrear con las lentejas a Fil, pero se vio refrenada por Martina, que empezó a llorar por encima de su hombro, mojando su magnífico vestido.
Así fue que, entre lentejas y gentío, Filionel y Shelindy, se dirigieron al castillo dónde se celebraría el convite.
~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*
Sonaba una pieza rítmica. Ninguna hasta ahora era realmente lenta, y los novios bailaban como si no se dieran cuenta de que tenían a mucha gente alrededor.
El cielo estaba estrellado y una magnífica luna llena, alumbraba como un faro la extensa ciudad. Las constelaciones se veían como si estuvieran dibujadas en un papel, pero ante el alboroto, nadie parecía observarlas.
No obstante, una persona sí las observaba, con los ojos llenos de lágrimas. Esos verdes ojos, semejantes a dos oscuros pozos de soledad y amargura, destilaban una tristeza incomparable, que era el fruto de la pérdida de lo más importante en ésta vida.
Recordaba con anhelo a su padre, siempre atento y bueno con ella. Hubiera dado cualquier cosa por volverlo a ver. No. Por escuchar su profunda voz, con la que por las noches se quedaba dormida. Añoraba mucho a sus amigos de toda la vida y a los vecinos que le regalaban algún que otro producto de sus propios huertos. Y era en éstas ocasiones en las que alrededor había tanta gente, cuando se sentía más sola.
La luna se tornó borrosa ante sus ojos llenos de lágrimas. La orquesta empezó a tocar una pieza lenta pero hermosa. Bajó la cabeza, no pudo evitar el sollozo.
De repente alguien tocó su hombro. Al principio pensó que era Gaudy, pero cuando se giró, descubrió que era la reina de Zoana.
- ¿Por qué lloras? -le preguntó con su voz chillona.
Sylpheel, se secó las lágrimas con la mano.
- Me... me siento un poco sola... - confesó.- Hecho de menos a mi familia... a mi padre... - otra lágrima cayó por su mejilla.
- Yo hecho de menos a mi Zangulus.- admitió la reina.
Sylpheel la miró un poco molesta, pero luego sonrió ante la ingenuidad de la monarca.
- Martina... Zangulus está vivo... está bien, seguro.
Martina negó con la cabeza.
- Está a manos de ese Zeros, no puede estar bien. No puedo evitar pensar que le ha pasado algo malo. - dijo Martina sacudiendo la cabeza, haciendo que sus rizos se balancearan con brusquedad.- Desde que Amelia nos enseñó eso del caballo... He tenido pesadillas todas las noches.
- ¿Tú también? -preguntó asombrada Sylpheel. Hasta el momento, creía que solo ella había tenido pesadillas, y se odiaba por ser tan cobarde. Pero ahora que sabía que su debilidad era compartida, empezó a no sentirse tan sola.
Se quedaron en silencio. Pensando con tristeza en las personas que no se encontraban junto a ellas. La pieza lenta terminó, dando paso a una mucho más alegre y movida. Martina, que al igual que Sylpheel, estaba apoyada contra un muro (la fiesta se celebraba en la plaza mayor), se enderezó, sosteniendo todo su peso en las dos piernas.
- Bueno, hoy tenemos que olvidarnos de todo eso y pasárnoslo bien, que para eso están las fiestas.
Sylpheel, se la quedó mirando muy sorprendida. Nunca hubiera esperado ayuda moral de parte de la reina, pero en seguida se mostró de acuerdo, y asintió dulcemente con la cabeza.
~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*
Miraba alrededor buscándole. Hasta ahora había estado muy ocupada hablando y presentándose a la familia de su nueva madrastra, pero por fin, la habían dejado en paz y podía ocuparse de lo que le importaba.
Había esperado mucho tiempo. Había preparado las invitaciones de sus amigos solo para poder encontrarse un rato a solas con él. Aunque fuera un periodo de tiempo muy corto. Pero ahora que por fin estaba libre, no le encontraba.
Se sentó en uno de los bancos de piedra, observando a los invitados. En la mesa podía ver a Reena y a Gaudy. Incluso descubrió a Sylpheel apoyada en un muro, contemplando las estrellas, y a Martina peleando con la multitud para dirigirse hacia la sacerdotisa, pero no divisaba a Zelgadis, y eso le puso muy nerviosa.
Miró alrededor una vez más. Nada. Se preguntó si su amigo no se habría ido ya. Sacudió la cabeza. No soportaría aquella idea.
De repente, la banda dejó de tocar la pieza rápida y alegre, que era la favorita de la princesa. Ésta se irritó un poco. No estaba siendo su mejor noche.
Lentamente, las parejas se juntaron, los cuerpos juntos, la cara muy cerca el uno del otro, casi tocándose con los labios, y empezando a balancearse lentamente.
Amelia los envidió. Deseaba estar en su lugar, cogida al cuello de Zelgadis, imaginarlo, hacía que un escalofrío de satisfacción recorriera todo su cuerpo. Si al menos pudiera encontrar a Zelgadis...
Entonces sus deseos se hicieron realidad. De entre las parejas, apareció la quimera, y se paró justo delante de ella.
Amelia quería preguntarle dónde había estado, por qué no le había visto, pero cuando abrió la boca para hablar, Zel se arrodilló delante de ella.
- Princesa, ¿podríais concederme el honor de bailar esta pieza conmigo?.
Amelia estaba maravillada. ¡¡Le había pedido que bailara con él!!. Zelgadis, que siempre estaba callado y serio, que nunca tenía detalles con la gente, que, solitario, siempre había concentrado todas sus fuerzas y energías en buscar una cura para su "mal". ¡¡Le estaba pidiendo que bailara con él!!
Amelia enrojeció.
- Claro que sí, Zel.
Se levantó con gracia del asiento de fría piedra. Anduvieron juntos hasta casi el centro de la pista, y entonces, Amelia pasó sus brazos por encima de los hombros de Zel, y éste la cogió dulcemente por la cintura.
Maravillada, se centraba en la cara del hombre que tenía delante. Le había echado tanto de menos... No sabía por qué insistía tanto en una cura, a ella le gustaba cómo era él, y el físico no le importaba... Aunque a veces pareciera que Rezo también había convertido el corazón de la quimera en fría piedra, ella sabía que sólo pretendía esconderse de los demás. Que era presa de la vergüenza de su aspecto.
La música era tierna, elegante, emotiva, hermosa...
Los ojos grisáceos de Zel estaban fijos en los suyos, parecía cómo si pudieran ver más allá de su mente, hasta su corazón, y adivinar lo que sentía, lo que pensaba. Enrojeció aún más.
Sus labios, se tornaron sensuales, y una ola de deseo les atrapó aislándolos del mundo, llevándoles por los senderos dónde el tiempo no podía pasar.
Poco a poco, sus bocas se fueron acercando más y más. Hasta tocarse.
De repente, Amelia volvió a la realidad. Los labios de Zel eran fría y dura roca, rasposos y agrietados de manera que dañaban los de la princesa, que eran inocentes, suaves, tiernos...
Ella se zafó de la quimera, que al principio se vio desconcertada, pero luego una tristeza superior a todo llenó sus grisáceos ojos.
Amelia estaba impresionada. Había imaginado ese momento mil y una veces, y cuando al fin llegaba, se veía estropeado por esa estúpida maldición de la que era presa Zelgadis.
Éste, dolido, se giró con intención de separarse de su lado, de irse para no volver, de intentar curar su alma destrozada con el recuerdo de la niña de 15 años que ya no era la princesa.
Ella, sin embargo le cogió por un brazo.
- No te vayas Zelgadis. - suplicó. - Eso no significa nada...
- ¿Nada?- dijo casi gritando la quimera, con lo cual llamó la atención de un par o tres de parejas que habían alrededor.- ¿Ves porqué quiero recuperar mi cuerpo original?
La tristeza empezaba a hacer que los ojos de la quimera se humedecieran, algo que nunca antes había visto Amelia.
- No importa, Zel, a mi me gusta cómo...
- ¡¡No es cuestión de cómo te guste, Amelia!!¡¡Soy un monstruo!!¡¡Nadie me aceptará!!¡¡Ni siquiera tú!!¡¡Mira lo que acaba de pasar!!
Amelia no soportaba esa discusión, no podía aguantar ni un momento más, cogió la cara de Zelgadis entre sus manos, y, la puso muy cerca de la suya. Tan cerca que casi se tocaban otra vez con los labios.
- Sí que te acepto, Zel, te quiero, haré lo que sea por ti.- dijo casi en un susurro. La princesa no se reconocía a sí misma, pero le prestó más atención a la cara de asombro de Zel. Y acto seguido lo besó.
Lo besó con ansia, como si él fuera un manantial de agua, y ella estuviera muerta de sed. Y aunque la dura y rasposa piel de la quimera dañaba en parte sus dulces y tiernos labios, no le importó, y quiso saciarse de ese manantial, deseando no dejar de beber nunca.
~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*
Si hubieran puesto a comer dos cerdos al lado de Reena y Gaudy, los primeros, se habrían quedado cortos.
Éstos comían con delirio todo lo que se encontraba encima de la mesa. Gaudy, estaba tan absorto en la comida, que no se había dado cuenta de que la pieza más lenta y romántica de todo el baile, había pasado hacía ya mucho rato. De esta manera, había perdido la oportunidad de sacar a bailar a Reena, pero eso no importaba mucho, por que seguro que ésta no hubiera aceptado separarse de la comida ni un instante.
El baile llegaba a su fin, y, por desgracia la comida también. Lo único que quedaba encima de la mesa eran dos suculentos muslos de pavo.
Gaudy los vio y fue a por uno, pero Reena fue mucho más rápida, y se apalancó los dos.
- ¡¡Hey, Reena!!¡¡Eso no es justo!!¡¿Si había dos muslos, por qué no los compartimos!?
- Por que eres un cerebro de medusa. - Dijo Reena masticando lo que quedaba del segundo muslo.
- Reena, no me vuelvas a llamar así.
- ¿Eh? - la pelirroja parecía impresionada- ¿y eso por qué?
- Por que no se que es una medusa y no quiero que me llamen algo que no se lo que... ¡¡¡AYYYYYY!!!
Reena le había propinado al rubio tal golpe en la cabeza, que inmediatamente le salió un chichón.
- Mmmmmmm... - gimió la hechicera. - ¿Y ahora que podemos hacer?
- ¿Y si nos vamos a dormir? - propuso Gaudy - Me parece que la fiesta ya ha acabado.
-Es verdad... ya no se oye música.
Se levantaron de la larga mesa tan manchados de comida, que sus trajes daban pena, pero aún así felices. Reena empezaba a sentirse somnolienta, cuando advirtió un murmullo general y vio que muchas personas formaban un círculo alrededor de algo.
Intrigada le indicó a Gaudy que la siguiera, y se dirigió hacia el corro de gente.
Poco a poco, se fue introduciendo entre el gentío y, a empellones, se fue abriendo paso entre la multitud, hasta llegar a la primera fila.
Se quedó muda del asombro, y no pudo evitar contener un grito.
- ¡¡Amelia!!¡¡Zel!!¡¿PERO QUE PASA AQUÍ!?.
*************
Interesante ¿eh? XD. Cómo me gusta dejar las cosas a mitad.
Oh... no me he podido contener con el romance... espero por mi propio bien poderme aguantar sin escenitas de este tipo (lo siento, pero el amor no es mi tema predilecto).
En fin... quiero reviews. Aunque sea uno, como en el anterior capítulo. También se aceptan mails a labestiamayor_zelas@hotmail.com. ¿ok?.
Besos como triceratops del ama de las bestias: Zelas Metallium.
Vaya, vaya... el capítulo anterior no tubo una abundancia de reviews, que digamos... es que con lo de la vuelta al colegio y al trabajo... hay que ver. No se cumplió mi deseo de tener muchos reviews y variados...
Aún así, ha habido alguien que se acordó de mi pobre persona, gracias Linita-Gabriev por tu apoyo. Por cierto, lo de Reinaldo & co., era una broma, puedes poner tu opinión o no (pero ya dije que eran inventados, no salen en ningún sitio... ^ ^).
Bueno, los personajes, son de Kanzaka y todo eso que, no se por qué, me gusta repetir...
IMPORTANTE: Prefiero que no leáis esto si sois muy sensibles y no vais a poder dormir... Lo digo muy en serio, no me gustaría que mis historias fueran motivo de asco o de infarto (bueno, lo de infarto era por exagerar...).
En fin... os dejo (a quien lo lea, claro U¬¬) con la historia.
*************
Las paredes y el suelo llenos de mugre, tenebrosos ante la falta de luz, no sólo poseían marcas de cascos, o incluso algún que otro excremento de caballo, sino que se mezclaba con un fluido de color amarronado ya seco. Sangre.
Aún así, ninguno de los presentes había reparado en el suelo y las paredes manchadas, sólo tenían ojos para la carnicería que tenían delante.
El caballo, se había quedado muy quieto cuando habían entrado como si quisiera exponer lo que llevaba a lomos. Su mirada era desafiante y casi inteligente. Sus ojos eran rojos, y a Martina le recorrió un escalofrío por la espalda. Esos ojos eran iguales a los del lobo que había visto en el templo.
No pudo seguir observando más tiempo al caballo. Sus aterrados ojos enfocaron de nuevo al mutilado cuerpo del mensajero.
El cadáver, presentaba signos de muerte instantánea, pero brutal. Tenía lo que le quedaba de cabeza, del revés. Alguien le había roto el cuello. La cara carecía de ojos, y tras la boca abierta, se veían algunos dientes ensangrentados.
Lo más grotesco, pero, no era que un palo le atravesara, por la coronilla pasando por la columna vertebral, hasta tocar la silla del caballo, sino el hecho, de que los intestinos se desparramaban por el cuello del caballo, bañándolo así en sangre. En uno de los flancos del caballo y sobre una tabla de madera pintada de blanco, se podía leer, escrito con la misma sangre del mensajero: "NO IRÉ A LA BODA".
Martina no pudo seguir mirando. Era demasiado para ella. Giró la vista y advirtió que Sylpheel había caído de rodillas y unas lágrimas resbalaban a través de su lívida cara.
Los demás mostraban el mismo estupor que la sacerdotisa. De repente un fuerte y desagradable olor a sangre inundó el olfato de Martina y la obligó a hacer una mueca de asco.
- Co... ¿Cómo...? -empezó Reena con un hilo de voz. Los ojos se le iban a salir de las órbitas.
- El caballo regresó solo. Pasó por unos cuantos reinos con el mensajero encima. Hemos intentado sacárselo, pero no quiere. Empieza a relinchar y a dar coces - El sirviente pelirrojo había contestado con voz acongojada.
Poco a poco, el susto de la primera impresión se fue disipando, para dar paso a un estado de odio e ira contenida hacia Zeros. Reena era quién más lo demostraba.
- Ese asqueroso demonio... cuando le ponga las manos encima... - decía entre dientes la hechicera cuando salían de la habitación.
Martina estaba muy asustada. Ella creía que su esposo estaba secuestrado por Zeros, y no quería ni pensar en lo que podía hacerle. Ella no soportaría ver a Zangulus destripado cómo si fuera una sardina. Moriría de tristeza.
Además, eso le hizo recordar que todos los humanos estaban a merced de los demonios, y, presa de su propia inquietud, empezó a mirar por detrás del hombro.
De ésta manera descubrió a Gaudy intentando consolar a la pobre sacerdotisa de Sairaag, que estaba hecha un mar de lágrimas.
Tal cómo había dicho Amelia, habría sido mejor que Sylpheel no lo hubiera visto. La pérdida de todos sus seres queridos cuando Rezo destruyó su ciudad, había marcado la vida de la muchacha.
De repente, una cara sonriente, tropezó con Reena (que estaba hecha una furia), justo cuando se disponía a abandonar las caballerizas.
La mujer vestía de ciudadana y era rubia aunque con el pelo corto y liso. En su frente, se formaba una ondulación que hacía que su flequillo se torciera hacia el lado izquierdo de su rostro. Era de mediana edad.
- Uy, perdón. - se disculpó la mujer.
- ¡¡MIRE POR DÓNDE VA!! - Reena estaba de muy mal humor. Desde ese momento, había empezado a odiar a Zeros tanto como la ex sacerdotisa del Rey Dragón de Fuego.
- Vaya, mira qué jovencita tan mal educada.- respondió la mujer divertida, pero con un tono autoritario.
Reena se giró, seguramente para gritarle, pero la conversación que tuvo lugar a continuación, la desinfló como un globo.
- ¿Esta es una de tus amigas, Amelia?.
- Sí mama.- dijo la princesa desanimadamente.
Ninguno pudo sorprenderse, aún estaban demasiado impresionados por el acontecimiento anterior. La mujer enseguida notó lo que sucedía, y pareció como si una bombilla se iluminara en su cerebro.
- ¿Cómo te tenemos que decir, tu padre y yo que no queríamos que les enseñaras lo que hizo ese... ese...? - suspiró. Parecía buena persona. Se aproximó a Sylpheel, que seguía desconsolada, y le preguntó si quería algo, la sacerdotisa negó con la cabeza y le dio las gracias.
- ¿Cómo se te ocurre? - la mujer se encaró de nuevo a Amelia.
- Shelindy, tenían derecho a saber... - empezó ésta.
- Pero no era necesario hacerlos sufrir sólo por que se te ocurrió invitar a un demonio a la boda del príncipe de la capital de la MAGIA BLANCA - Shelindy había ido subiendo el tono, parecía autoritaria, pero la verdad es que tenía razón. No se podía esperar algo mejor de un demonio.
Amelia, abrió la boca para contestar, pero Shelindy, no le dio tregua.
- ¿Ya les has enseñado sus habitaciones?
~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*
- Puede besar a la novia.
Unos ojos oscuros se posaron sobre otros del color del cielo, que aguardaban bajo el translúcido velo. Lo levantó. Y el cálido y tierno beso conmovió a todos cuantos estaban allí.
No cabían en la iglesia, y mucha gente estaba situada encima del altar, pero aún así, aplaudían al príncipe Filionel y a su esposa. Fil, había encontrado de nuevo el amor.
Martina lloraba junto con Sylpheel, de la emoción. Zel sonreía satisfecho y bastante contento, pues la alegría del ambiente se contagiaba. Gaudy le preguntaba a Reena qué pasaría ahora, y ésta aplaudía con los demás, pero lo cierto es que parecía bastante agobiada.
Amelia, que era dama de honor, tampoco podía contener las lágrimas. Su padre se casaba. Era feliz. Y lo mejor, es que había elegido a una buena persona, y eso le bastaba para estar contenta.
Todos salieron al exterior del edificio, preparando sus bolsas de lentejas (en vez de arroz).
Reena pensaba apedrear con las lentejas a Fil, pero se vio refrenada por Martina, que empezó a llorar por encima de su hombro, mojando su magnífico vestido.
Así fue que, entre lentejas y gentío, Filionel y Shelindy, se dirigieron al castillo dónde se celebraría el convite.
~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*
Sonaba una pieza rítmica. Ninguna hasta ahora era realmente lenta, y los novios bailaban como si no se dieran cuenta de que tenían a mucha gente alrededor.
El cielo estaba estrellado y una magnífica luna llena, alumbraba como un faro la extensa ciudad. Las constelaciones se veían como si estuvieran dibujadas en un papel, pero ante el alboroto, nadie parecía observarlas.
No obstante, una persona sí las observaba, con los ojos llenos de lágrimas. Esos verdes ojos, semejantes a dos oscuros pozos de soledad y amargura, destilaban una tristeza incomparable, que era el fruto de la pérdida de lo más importante en ésta vida.
Recordaba con anhelo a su padre, siempre atento y bueno con ella. Hubiera dado cualquier cosa por volverlo a ver. No. Por escuchar su profunda voz, con la que por las noches se quedaba dormida. Añoraba mucho a sus amigos de toda la vida y a los vecinos que le regalaban algún que otro producto de sus propios huertos. Y era en éstas ocasiones en las que alrededor había tanta gente, cuando se sentía más sola.
La luna se tornó borrosa ante sus ojos llenos de lágrimas. La orquesta empezó a tocar una pieza lenta pero hermosa. Bajó la cabeza, no pudo evitar el sollozo.
De repente alguien tocó su hombro. Al principio pensó que era Gaudy, pero cuando se giró, descubrió que era la reina de Zoana.
- ¿Por qué lloras? -le preguntó con su voz chillona.
Sylpheel, se secó las lágrimas con la mano.
- Me... me siento un poco sola... - confesó.- Hecho de menos a mi familia... a mi padre... - otra lágrima cayó por su mejilla.
- Yo hecho de menos a mi Zangulus.- admitió la reina.
Sylpheel la miró un poco molesta, pero luego sonrió ante la ingenuidad de la monarca.
- Martina... Zangulus está vivo... está bien, seguro.
Martina negó con la cabeza.
- Está a manos de ese Zeros, no puede estar bien. No puedo evitar pensar que le ha pasado algo malo. - dijo Martina sacudiendo la cabeza, haciendo que sus rizos se balancearan con brusquedad.- Desde que Amelia nos enseñó eso del caballo... He tenido pesadillas todas las noches.
- ¿Tú también? -preguntó asombrada Sylpheel. Hasta el momento, creía que solo ella había tenido pesadillas, y se odiaba por ser tan cobarde. Pero ahora que sabía que su debilidad era compartida, empezó a no sentirse tan sola.
Se quedaron en silencio. Pensando con tristeza en las personas que no se encontraban junto a ellas. La pieza lenta terminó, dando paso a una mucho más alegre y movida. Martina, que al igual que Sylpheel, estaba apoyada contra un muro (la fiesta se celebraba en la plaza mayor), se enderezó, sosteniendo todo su peso en las dos piernas.
- Bueno, hoy tenemos que olvidarnos de todo eso y pasárnoslo bien, que para eso están las fiestas.
Sylpheel, se la quedó mirando muy sorprendida. Nunca hubiera esperado ayuda moral de parte de la reina, pero en seguida se mostró de acuerdo, y asintió dulcemente con la cabeza.
~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*
Miraba alrededor buscándole. Hasta ahora había estado muy ocupada hablando y presentándose a la familia de su nueva madrastra, pero por fin, la habían dejado en paz y podía ocuparse de lo que le importaba.
Había esperado mucho tiempo. Había preparado las invitaciones de sus amigos solo para poder encontrarse un rato a solas con él. Aunque fuera un periodo de tiempo muy corto. Pero ahora que por fin estaba libre, no le encontraba.
Se sentó en uno de los bancos de piedra, observando a los invitados. En la mesa podía ver a Reena y a Gaudy. Incluso descubrió a Sylpheel apoyada en un muro, contemplando las estrellas, y a Martina peleando con la multitud para dirigirse hacia la sacerdotisa, pero no divisaba a Zelgadis, y eso le puso muy nerviosa.
Miró alrededor una vez más. Nada. Se preguntó si su amigo no se habría ido ya. Sacudió la cabeza. No soportaría aquella idea.
De repente, la banda dejó de tocar la pieza rápida y alegre, que era la favorita de la princesa. Ésta se irritó un poco. No estaba siendo su mejor noche.
Lentamente, las parejas se juntaron, los cuerpos juntos, la cara muy cerca el uno del otro, casi tocándose con los labios, y empezando a balancearse lentamente.
Amelia los envidió. Deseaba estar en su lugar, cogida al cuello de Zelgadis, imaginarlo, hacía que un escalofrío de satisfacción recorriera todo su cuerpo. Si al menos pudiera encontrar a Zelgadis...
Entonces sus deseos se hicieron realidad. De entre las parejas, apareció la quimera, y se paró justo delante de ella.
Amelia quería preguntarle dónde había estado, por qué no le había visto, pero cuando abrió la boca para hablar, Zel se arrodilló delante de ella.
- Princesa, ¿podríais concederme el honor de bailar esta pieza conmigo?.
Amelia estaba maravillada. ¡¡Le había pedido que bailara con él!!. Zelgadis, que siempre estaba callado y serio, que nunca tenía detalles con la gente, que, solitario, siempre había concentrado todas sus fuerzas y energías en buscar una cura para su "mal". ¡¡Le estaba pidiendo que bailara con él!!
Amelia enrojeció.
- Claro que sí, Zel.
Se levantó con gracia del asiento de fría piedra. Anduvieron juntos hasta casi el centro de la pista, y entonces, Amelia pasó sus brazos por encima de los hombros de Zel, y éste la cogió dulcemente por la cintura.
Maravillada, se centraba en la cara del hombre que tenía delante. Le había echado tanto de menos... No sabía por qué insistía tanto en una cura, a ella le gustaba cómo era él, y el físico no le importaba... Aunque a veces pareciera que Rezo también había convertido el corazón de la quimera en fría piedra, ella sabía que sólo pretendía esconderse de los demás. Que era presa de la vergüenza de su aspecto.
La música era tierna, elegante, emotiva, hermosa...
Los ojos grisáceos de Zel estaban fijos en los suyos, parecía cómo si pudieran ver más allá de su mente, hasta su corazón, y adivinar lo que sentía, lo que pensaba. Enrojeció aún más.
Sus labios, se tornaron sensuales, y una ola de deseo les atrapó aislándolos del mundo, llevándoles por los senderos dónde el tiempo no podía pasar.
Poco a poco, sus bocas se fueron acercando más y más. Hasta tocarse.
De repente, Amelia volvió a la realidad. Los labios de Zel eran fría y dura roca, rasposos y agrietados de manera que dañaban los de la princesa, que eran inocentes, suaves, tiernos...
Ella se zafó de la quimera, que al principio se vio desconcertada, pero luego una tristeza superior a todo llenó sus grisáceos ojos.
Amelia estaba impresionada. Había imaginado ese momento mil y una veces, y cuando al fin llegaba, se veía estropeado por esa estúpida maldición de la que era presa Zelgadis.
Éste, dolido, se giró con intención de separarse de su lado, de irse para no volver, de intentar curar su alma destrozada con el recuerdo de la niña de 15 años que ya no era la princesa.
Ella, sin embargo le cogió por un brazo.
- No te vayas Zelgadis. - suplicó. - Eso no significa nada...
- ¿Nada?- dijo casi gritando la quimera, con lo cual llamó la atención de un par o tres de parejas que habían alrededor.- ¿Ves porqué quiero recuperar mi cuerpo original?
La tristeza empezaba a hacer que los ojos de la quimera se humedecieran, algo que nunca antes había visto Amelia.
- No importa, Zel, a mi me gusta cómo...
- ¡¡No es cuestión de cómo te guste, Amelia!!¡¡Soy un monstruo!!¡¡Nadie me aceptará!!¡¡Ni siquiera tú!!¡¡Mira lo que acaba de pasar!!
Amelia no soportaba esa discusión, no podía aguantar ni un momento más, cogió la cara de Zelgadis entre sus manos, y, la puso muy cerca de la suya. Tan cerca que casi se tocaban otra vez con los labios.
- Sí que te acepto, Zel, te quiero, haré lo que sea por ti.- dijo casi en un susurro. La princesa no se reconocía a sí misma, pero le prestó más atención a la cara de asombro de Zel. Y acto seguido lo besó.
Lo besó con ansia, como si él fuera un manantial de agua, y ella estuviera muerta de sed. Y aunque la dura y rasposa piel de la quimera dañaba en parte sus dulces y tiernos labios, no le importó, y quiso saciarse de ese manantial, deseando no dejar de beber nunca.
~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*
Si hubieran puesto a comer dos cerdos al lado de Reena y Gaudy, los primeros, se habrían quedado cortos.
Éstos comían con delirio todo lo que se encontraba encima de la mesa. Gaudy, estaba tan absorto en la comida, que no se había dado cuenta de que la pieza más lenta y romántica de todo el baile, había pasado hacía ya mucho rato. De esta manera, había perdido la oportunidad de sacar a bailar a Reena, pero eso no importaba mucho, por que seguro que ésta no hubiera aceptado separarse de la comida ni un instante.
El baile llegaba a su fin, y, por desgracia la comida también. Lo único que quedaba encima de la mesa eran dos suculentos muslos de pavo.
Gaudy los vio y fue a por uno, pero Reena fue mucho más rápida, y se apalancó los dos.
- ¡¡Hey, Reena!!¡¡Eso no es justo!!¡¿Si había dos muslos, por qué no los compartimos!?
- Por que eres un cerebro de medusa. - Dijo Reena masticando lo que quedaba del segundo muslo.
- Reena, no me vuelvas a llamar así.
- ¿Eh? - la pelirroja parecía impresionada- ¿y eso por qué?
- Por que no se que es una medusa y no quiero que me llamen algo que no se lo que... ¡¡¡AYYYYYY!!!
Reena le había propinado al rubio tal golpe en la cabeza, que inmediatamente le salió un chichón.
- Mmmmmmm... - gimió la hechicera. - ¿Y ahora que podemos hacer?
- ¿Y si nos vamos a dormir? - propuso Gaudy - Me parece que la fiesta ya ha acabado.
-Es verdad... ya no se oye música.
Se levantaron de la larga mesa tan manchados de comida, que sus trajes daban pena, pero aún así felices. Reena empezaba a sentirse somnolienta, cuando advirtió un murmullo general y vio que muchas personas formaban un círculo alrededor de algo.
Intrigada le indicó a Gaudy que la siguiera, y se dirigió hacia el corro de gente.
Poco a poco, se fue introduciendo entre el gentío y, a empellones, se fue abriendo paso entre la multitud, hasta llegar a la primera fila.
Se quedó muda del asombro, y no pudo evitar contener un grito.
- ¡¡Amelia!!¡¡Zel!!¡¿PERO QUE PASA AQUÍ!?.
*************
Interesante ¿eh? XD. Cómo me gusta dejar las cosas a mitad.
Oh... no me he podido contener con el romance... espero por mi propio bien poderme aguantar sin escenitas de este tipo (lo siento, pero el amor no es mi tema predilecto).
En fin... quiero reviews. Aunque sea uno, como en el anterior capítulo. También se aceptan mails a labestiamayor_zelas@hotmail.com. ¿ok?.
Besos como triceratops del ama de las bestias: Zelas Metallium.
