Disclaimer: Thrax, Osmosis Jones, Frank y demás personajes pertenecientes a la película son propiedad de WarnerBros. Delora es propiedad mía.

-Despertares-

Cuando Thrax abrió los ojos lo primero que vio fue los mechones azules de Delora, estaba profundamente dormida, completamente inmóvil, salvo por el movimiento acompasado que hacía su caja torácica subiendo y bajando según respiraba. Se sentía mejor, aquel descanso y lo que comió el día anterior le había servido de mucho. Trató de mover el brazo izquierdo, y con esfuerzo y doliéndole mucho, lo consiguió. Encendió la garra, que brilló roja como el fuego.

- Buenos días, encanto. – La voz adormilada de Delora atrajo su atención. Se estiró un poco arqueando la espalda.

- Buenos días, nena. – Se permitió sonreírle, después de todo, le había salvado la vida sin conocerle de nada.

- ¿Cómo estás esta mañana? – Le preguntó incorporándose y mirando los vendajes.

- Mejor. Oye, nena, ayúdame a levantarme.

Delora se bajó de la cama con un saltito y le ayudó a ponerse en pie, la increíble diferencia de altura no ayudaba mucho. Al estar de pie, Thrax pudo ver cuanta superficie estaba vendada. La mayor parte del cuerpo.

- ¿Por qué tanto vendaje, nena? – Levantó una ceja, apoyándose en la pared.

- Tenías la piel quemada por el alcohol que había derramado en la mesa. Encanto, sin piel eres igual de rojo. – La virus se rió.

- Qué graciosa. – Trató de quitarse las vendas de los brazos con las garras.

- ¡No hagas eso!.. Deja que te ayude, anda. – Y negando con la cabeza se puso a deshacer las ataduras para dejar al descubierto la piel, ya recuperada, del virus. – Tu ropa está allí, regenera más rápido que tú, ¿lo sabías? – Se sentó en la cama a ver cómo Thrax, que sólo llevaba puesto un bóxer negro, se vestía. El virus masculino intentaba ignorar aquellos grandes ojos que le observaban sin pudor alguno, era más que obvio que la chica disfrutaba con la vista.

Una vez estuvo vestido, gabardina incluida, se giró hacia ella.

- ¿Y si nos aseguramos de que estás en perfectas condiciones físicas, encanto? – Delora estaba tumbada en la cama, con el estómago sobre la superficie, mirándole.

- ¿Qué sugieres, nena? - Tiró un poco del cuello de la chaqueta, para colocarla bien.

- Mmmh... no sé... ¿Qué tal si... nos cargamos esta ciudad? – Dijo con tonillo alegre y algo inocente.

- Me gusta cómo piensas. – Sonrió de medio lado y juntos abandonaron el lugar. – Por cierto. ¿Cómo me encontraste?

- Verás, abandonaba ciudad Claude, en el hospital. Volé hasta una mesa, para ir a otro cuerpo, cuando te vi. Estabas tirado al lado de un frasco de alcohol, agonizabas y me diste pena, así que te recogí. Has dormido una semana, encanto, por eso ya pensaba que morirías... pero se ve que eres más duro de lo que creía. – Le lanzó una sonrisita pícara. - Por suerte, mientras tú dormías yo infectaba esta ciudad. – Caminaban por la calle, conscientes de que su presencia atemorizaba a los viandantes.

- ¿Y aún no has acabado con ella? Pensaba que el ántrax era una enfermedad rápida.

- Me estoy tomando mi tiempo. Además, ¿a dónde voy cargando con un enorme tipo inconsciente? No tenía mucha elección, ¿no te parece?

De una calleja salieron un cuarteto de gérmenes y les encararon.

- Ustedes, nuestro jefe quiere verles. – Dijo uno de ellos, alto casi tanto como Thrax, con los ojos muy grandes y saltones, que le daban el aspecto de un insecto.

- Mmh, una audiencia con el gran jefe Estafilococo. Esto promete, encanto. – Delora sonrió y ambos virus se dejaron guiar hasta donde se encontraba el jefe Estafilococo.

Entraron en una gran mansión. Tanto Delora como Thrax observaban el lugar con curiosidad, aunque Delora parecía más interesada en los gérmenes matones que les "acompañaban", que en la casa. Los condujeron a lo que parecía un despacho, grandísimo y con lujo hasta el techo, todo muy exagerado.

- Así que son ustedes los que están afectado mi ciudad... - El jefe de aquellos salió de detrás de la mesa, era algo viejo y delgado, pero no parecía frágil para nada.

- Exacto, encanto. – La chica miró a Thrax, permanecía en silencio, seguramente aún estaba demasiado débil como para ponerse chulo con aquellos tipos.

- Pues dejen de hacerlo y lárguense. ¡Nadie enfermará y matará a Melisa sin mi permiso, y ustedes no lo tienen! – Levantó un dedo hacia el virus, que le miraba poco impresionado en un principio y un tanto mosqueado al final de la exclamación, pero lo ocultó con una sonrisa sarcástica.

Thrax miró a Delora un momento, sonriéndole, antes de agarrar la cabeza de aquel mafioso con las garras de su mano derecha, tan rápido, que cuando cayó el resto del cuerpo de Estafilococos al suelo, los gérmenes guardaespaldas aún no habían sacado sus armas.

- ¡Wow, encanto! – Exclamó la chica mordiéndose el labio inferior.

- No me gusta que me digan a quién puedo y a quién no puedo enfermar, nene. – Respondió muy tranquilo, dejando caer la cabeza de la bacteria. Todos los matones que estaban en la habitación empezaron a sacar sus armas, dispuestos a disparar a los virus.

- ¡Mmh, esto me gusta más! – La pequeña virus alargó sus manos hacia los lados y se lanzó contra un grupo.

Thrax entonces se pudo dar cuenta de que al igual que él, pero en la otra mano, la primera garra de la chica brillaba y quemaba cuando se ponía en su camino. Sorprendido por el descubrimiento y por ver a semejante máquina de matar, que pasaba de un matón a otro, sin miramientos, atacó entonces a los que se habían quedado detrás de él. En pocos segundos acabó todo. El despacho estaba completamente destrozado y manchado de los restos de los gérmenes.

- Hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien. – Dijo Delora, lamiendo sus garras.

- No ha estado mal. – Salieron caminando tan tranquilos como entraron. Caminaron calle abajo.

- ¿Y cuál es tu objetivo, encanto? Ya sabes, ¿de qué trata La muerte Roja? -

- Mi objetivo es el hipotálamo, nena. Y llevarme una traza de ADN... - Hizo un movimiento con la mano derecha, donde antes llevaba su apreciada cadena de trofeos.

- ¿Qué pasa? ¿Otra vez te sientes mal?

- No... es que perdí... mejor dicho; me arrebataron, la cadena donde guardaba todas las trazas que llevaba arrancadas. Maldito Jones... - Su cara comenzó a mostrar una expresión aterradoramente agresiva.

- Tranquilo, encanto. Hagamos una cosa. – Le puso una mano sobre el brazo, tratando de calmarlo. Thrax la miró, esperando a que continuara con la propuesta. - Te buscaremos otra cadena y empezarás a llenarla, ¿vale? Un nuevo comienzo.

- Como si fuera tan sencillo, nena. La cadena la tengo casi desde que nací. Y nunca he visto otra. – Seguía mirándola, ahora con incredulidad.

- Eso es porque nunca la has buscado. Ya verás cómo la encontramos. Mientras tanto... - Dejó la frase inacabada, su vista se había desviado un momento y había visto los periódicos en un kiosco, cogió uno y se puso a leerlo. El tendero no se atrevió a decirle algo. – No puede ser cierto... ¡Pero si he actuado como una gripe!

Thrax le quitó el periódico de las manos y lo leyó, en el titular de la primera plana se leía: "ALERTA: ANTRAX."

- ¿Cómo me han descubierto? – Preguntó retóricamente al varón, que seguía leyendo la noticia.

- Un análisis, ayer. – Respondió. – Según esto hicieron un análisis a Melisa, rutina de la época y te descubrieron. Pero eso no es lo peor, nena. – Levantó la vista.

- ¿Qué puede ser peor que ser descubierta?

- Que hayan inyectado dos fármacos para detenerte: Ciprofloxacina y Doxiclina.

Una expresión de pánico pudo leerse en la cara de la chica.

- ¡Ellos no! ¿¡Por qué no me dejan enfermar un cuerpo en paz?!

- ¿Viejos conocidos?

- Dox y Cina... sí... ¡Ese par de lame-codos me han fastidiado las últimas cinco infecciones!

- Y no puedes con ellos, supongo.

- No, lo he intentado, pero están preparados para ir contra mí. ¡No es justo, son dos!

- Bien. Aún te debo un favor por salvarme, nena. Así que déjamelos a mí. – Dijo con elegancia, pasándole una mano sobre los hombros.

- ¿Harías eso? – Se le acercó más. – Eres un primor. Pues mira, si tú me los quitas de encima, yo te busco una nueva cadena. ¿Te parece bien?

- Me parece bien. – Thrax se separó de ella y le sonrió. Esto era el principio de una buena amistad.