Riesgos Personales

por R.J. Anderson

Edición revisada (otoño 2003)

Aviso: Esta historia está basada en los personajes y situaciones creadas y pertenecientes a J.K.Rowling y a varias editoriales incluidas pero no limitadas a Bloomsbury Books, Scholastic Books y Raincoast Books, y a Warner Bros., Inc. No estoy haciendo dinero ni intentando infringir los derechos de autor o la marca registrada.

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Capítulo Tres – Su Mundo Oscuro

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-¿Qué estás haciendo? – dijo una voz de chica.

Maud levantó la vista para ver a Hermione Granger de pie delante de la mesa, su cabeza inclinada hacia un lado en un esfuerzo por leer lo que Maud había escrito.

-Practicando el alfabeto hebreo – dijo ella, y la chica asintió, como si estuviera satisfecha.

-Sabía que no reconocía las letras. Pero… ¿Hebreo? – sus ojos se abrieron con una extraña mezcla de excitación y ansiedad -. Eso no va a salir en Runas Antiguas, ¿no?

Si hubiera sido otro Gryffindor quien le hablaba, Maud habría finalizado la conversación fríamente y habría vuelto a su trabajo. Hermione, no obstante, era amiga de Víktor Krum, y con tal conocido mutuo era natural que al menos debían de tener una conversación. En cualquier caso, Snape se había marchado de Hogwarts después del desayuno, y Muriel no tenía ninguna razón para estar celosa de Maud si hablaba con Hermione, así que había poco que temer.

-No – admitió -, lo estoy aprendiendo para Pociones.

-Oh. ¿Por qué no usas un hechizo de traducción?

-Porque tengo que escribir en hebreo, no leerlo – cuando la otra chica continuó con expresión desconcertada, Maud prosiguió con cierta exasperación -. Ya sabes, para cuando tienes que escribir una letra en la superficie de la poción.

Hermione parecía sorprendida.

-Nunca he oído del uso de letras hebreas de ese modo – hizo una pausa pensativamente -. No se menciona en Magia del Medio Este, estoy segura. Hay una referencia en Una Historia del Arte de las Pociones en el Oriente sobre magos chinos que dibujan ideogramas de la fortuna alrededor de sus calderos, pero eso no es de lo que estás hablando ¿no?

-No – Maud dejó la pluma y cerró el libro de hebreo que había estado leyendo -. ¿Quieres decir que nunca has encontrado ninguna referencia sobre el trazo de letras o runas sobre una poción? ¿Con una pluma, por ejemplo? – no conocía a Hermione muy bien, pero por lo que se decía la chica era una enciclopedia andante de teoría mágica. Si ella no había oído nada sobre aquello…

-Supongo que debe estar en Magia Hebraica – meditó Hermione, aunque sonó dudosa -. Espera, iré a echar un vistazo.

Regresó varios minutos más tarde con un libro de aspecto usado, se sentó al final de la mesa de Maud y empezó hojear a través de las páginas.

-No – murmuró -. No, no está... Quizás en el capítulo once...

Había un modo más rápido de resolver el problema, advirtió Maud: buscar la receta de la Poción Disolvente y mirar lo que decía. Si recordaba correctamente, debería esta en Moste Potente Potions, que estaba guardado en la Sección Prohibida de la biblioteca; pero Snape ya le había dado carte blanche en lo que se refería a aquel tema, y Madame Pince ni siquiera le pidió una nota. Mientras Hermione continuaba pasando páginas y murmurando para sí misma, Maud se se levantó silenciosamente de su silla y fue en busca del libro.

Un vistazo a la página pertinente confirmó sus miedos. La receta requería una pluma de grifo, pero en las instrucciones no había ningún rastro de que nada raro debía hacerse con ella. Ciertamente no había nada sobre letras hebreas, o dibujos, o…

La pasada noche, Maud había permanecido lejos del dormitorio Slytherin hasta el último momento posible, y se arrastró hasta la cama sólo después de que las luces se apagaran, para que Muriel no la viera. Aún así, la memoria del tacto de Snape todavía le quemaba la piel, y había tenido miedo de mirar hacia su brazo a menos que viera las marcas de sus dedos en él.

Dormir nunca le había parecido tan lejano. El único medio con el que podía encontrar descanso del todo era diciéndose a sí misma, una y otra vez, que estaba haciendo una montaña de un grano de arena. ¿De qué otro modo podía haberle mostrado Snape qué tenía que hacer? Era, después de todo, una poción volátil, y las instrucciones debían de seguirse al pie de la letra…

Le mataré, la voz furiosa de su tío hizo eco en su mente.

-¿Lo encontraste?

Maud dio un salto y casi dejó caer el libro. Se volvió para ver a Hermione de pie, con Magia Hebraica en mano.

-Yo no – admitió la chica. Entonces, con curiosidad renovada -: ¿En dónde lo oíste? ¿Estás segura de que no era sólo una broma?

-Sí – Maud le devolvió el Moste Potente Potions a Madam Pince y se dio la vuelta -. Del todo.

* * *

Hubo otra larga pausa antes de que Alastor Moody volviera a hablar, sonando tan resignado y cansado como ella se sentía:

-¿Y dices que no estás enamorada de Snape?

-No lo estoy. Tío, ¿cuándo te he mentido?

Él la cogió de la mano, sus dedos engullendo los suyos, y la apretó.

-Lo sé, muchacha. Lo siento. Pero estas cosas pasan, lo sabes. Puede haber pasado ya.

-No sé por qué creerías eso. Él no es exactamente lo que se dice encantador.

Moody dejó ir una carcajada.

-¡Eso es cierto! – entonces su rostro se ensombreció de nuevo y dijo -: Tan sólo… No confundas la dureza con la fuerza, Maudie, o un hombre de temperamento enfermizo con uno sensible. Muchas mujeres lo hacen, y lo lamentan.

Fue lo más cerca que nunca había estado de admitir que ella no fuera ya una niña, y Maud se sintió extrañamente conmovida.

-Lo recordaré – dijo suavemente -. Lo prometo.

* * *

El caldero del despacho de Snape hervía peligrosamente cuando Maud fue capaz de escaparse de su última clase y apresurarse hacia la mazmorra para removerlo. Se lo merecería, pensó amargamente, si lo hacía de forma equivocada y le explotaba en la cabeza. Sin embargo, le dio las requeridas seis vueltas al contrario del reloj y esperó a que bajara antes de marcharse del despacho otra vez y cerrar la puerta tras ella.

Había dado menos de tres pasos hacia el vestíbulo cuando la estridente voz nasal de Muriel la interrumpió.

-¿Qué estabas haciendo en el despacho de Snape, chica Moody? ¿O tengo que averiguarlo?

Maud se detuvo pero no se giró.

-Oh, estoy segura que crees que lo sabes – dijo fríamente -. Pero de hecho, el profesor Snape está fuera de Hogwarts hoy. Intenta sacar a relucir tus sucios rumores en otro lado, Groggins. No hay nada aquí para ti.

Fue el discurso más directo que le había dirigido a Muriel, pero pareció no perturbarla.

-No viniste hasta tarde anoche – dijo la chica suavemente, caminado hasta su lado y dándole un fuerte empujón con la punta de su varita -. Muy tarde. ¿Dónde estuviste, chica Moody? ¿Qué estuviste haciendo?

-Besándome apasionadamente en la Torre de Astronomía con George Weasley – le espetó Maud y empezó a alejarse.

Muriel la agarró por la túnica, tiró de ella y la empujó contra la pared.

-Te crees que eres perfecta ¿verdad? Te crees que eres muy buena. Vamos a probarlo, entonces. Ahora.

Maud se liberó de ella.

-No tengo nada que probar. Y batirse en duelo va contra las normas de Hogwarts, así que guárdate esa varita en tu manga.

-Vamos – susurró Muriel, sus ojos redondos brillaban en la media luz. Avanzó hacia el centro del vestíbulo, codos flexionados, los dedos apretándose y aflojándose alrededor de la varita -. Vamos, sabes que quieres.

-Escíndete, Groggins.

-Ooh, la cieguita tiene carácter. ¿Lo sabe Snape? Puede que sí. Puede que le guste. ¿Fue por eso por lo que él te sostenía tan de cerca la otra noche?

Maud se quedó helada, instantánea y completamente, como si se encontrase cara a cara con un Basilisco. Miró fijamente a Muriel, incapaz de hablar.

-Se acerca muchísimo a ti para darte instrucciones ¿no? – dijo la chica, una sonrisa maliciosa rajándole el rostro -. No en clase, oh no, Snapey es demasiado listo para eso. Pero cuando cree que los dos estáis solos...

La sangre saltó sobre la cara de Maud, la varita en su mano.

-Tres – dijo ásperamente -. Dos. Uno.

Apis! – gritó Muriel, y un gran enjambre de abejas, zumbando furiosamente, salió disparado del final de su varita.

Maud se agachó, sintiendo las garras de Athena hundiéndose en su hombro, y gritó:

Fumidus!

Al instante el corredor se llenó de un espeso humo gris y las abejas se desvanecieron, dejando a Muriel tosiendo contra su manga.

No había tiempo que perder. Maud levantó su varita otra vez.

Limus!

-¡Contego! – farfulló Muriel, justo a tiempo. El conjuro rebotó en un escudo invisible y dio contra la pared. Entonces gritó con voz clara -: ¡Turbo!

Instintivamente, Maud se echó hacia un lado, pero fue demasiado para Athena. Asustada, la pequeña lechuza saltó al aire (derecha hacia el hechizo de Muriel). Con un chillido, empezó a caer al suelo, cabeza arriba, sus alas aleteando frenéticamente mientras se esforzaba en mantenerse en alto.

El corredor dio vueltas alrededor de Maud. Su estómago se rebelaba y se dejó caer sobre sus rodillas, las manos sobre su boca para evitar vomitar. Apenas puedo pronunciar el conjuro para romper el enlace visual con ella:

-Abiungo...

Y entonces, la varita de Muriel estaba en su garganta.

-No tan genial después de todo ¿verdad? – Muriel respiraba con dificultad, pero no había error en el triunfo de su voz -. Sin tu lechuza, no eres más que una inválida inútil. Y tu querido Snapey no está aquí para rescatarte. Así que... arrodíllate, ciega. Bésame los pies y te prometo ser buena, y quizás te dejaré ir.

Detrás de ella, Athena seguía dando vueltas y batiendo las alas desesperadamente, su aterrorizado ululo haciendo eco en el vestíbulo.

-No seas tonta, Muriel – dijo Maud entre dientes -. Alguien podría venir en cualquier momento. ¿Quieres que te diga que has ganado? Bien. Has ganado. Eres mejor que yo. ¿Es eso lo que querías escuchar?

-Es un comienzo – Muriel sacudió las mejillas de Maud con la varita, lo suficientemente fuerte como para arañarla -. Ahora pregúntame cómo supe lo de ti y Snape.

Maud levantó la cabeza, sus ojos esforzándose por vislumbrar el rostro de la otra chica, pero su alrededor permanecía oscuro. No podía recordar la última vez en que se había sentido tan indefensa.

-Adelante – insistió Muriel -, pregunta.

-Muy bien – la voz de Maud apenas era audible -. ¿Cómo lo supiste?

Muriel dejó ir un gorjeo de placer.

-¡No lo hice! Tan sólo te estaba tomando el pelo. Quieres decir… ¿Que es verdad? ¿Estuviste con él anoche? ¿Así? – se rió -. Oh, vas a estar en un gran problema cuando se lo diga a Umbridge… Puedes ser expulsada por eso, lo sabes. Y eso no es nada con lo que le harán a Snape…

No había tiempo para titubear, ni para pensar. Maud liberó su varita de su túnica, la apuntó en dirección a la voz de Muriel, y pronunció una sola palabra, fría y clara:

Obliviate!

Hubo un súbito y horrible silencio. El agarre de Muriel se aflojó, y el frenético chillido de Athena se detuvo. Un minuto más tarde Maud sintió los pequeños talones de la lechuza sobre su hombro, y levantó la mano para calmar al tembloroso pájaro. Podía saborear la bilis en su garganta cuando susurró, "Iungo."

Muriel estaba sentada contra la pared, su varita había caído de su mano, su mirada vacía.

-Hola – murmuró vagamente -. ¿Dónde estoy? ¿Y qué estás haciendo ahí?

Odiándote. Odiándome a mí misma. Violando todo lo que pensaba que tenía sentido. Las lágrimas escociéndole en los párpados.

-Nada importante – dijo pesadamente, recogiendo la varita de Muriel y devolviéndosela -. Es sólo... Será mejor que vengas conmigo. Vamos a llegar tarde a clase.

* * *

-Bien, ahora estás sola, Maudie. Eso es lo que querías ¿no?

Estaba sorprendida.

-¿Perdón?

-Oh, vamos, muchacha. No habrías corrido el riesgo de venir hasta aquí sólo por una charla – se removió en la silla, apoyando su pierna buena sobre un taburete -. En el momento en que abrí la puerta y te vi ahí de pie, sabía que habías venido a decir adiós.

Aquélla, sobre todo, era la parte de la conversación a la que Maud tenía pavor. Hizo girar su varita en sus manos una y otra vez, sin saber qué decir.

-Nunca estaré contento de pensar en ti trabajando con Snape – dijo su tío rudamente -. Será mejor que te acostumbres a eso. Recuerda mis palabras, te arrepentirás del día en que confiaste en él. Pero…

Maud contuvo la respiración.

-Aún así, no me meteré en tu camino – se levantó, apoyando una gran mano llena de cicatrices suavemente sobre su hombro -. Sabes que tienes una casa aquí, Maudie. Pase lo que pase, siempre, SIEMPRE, puedes volver conmigo.

Hizo una pausa y descubrió sus dientes en una súbita sonrisa malévola.

-Sobre todo si decides que quieres tener a Snape cortado en pequeños trocitos para alimentar a los kneazles.

* * *

Maud nunca había imaginado que aceptaría el ofrecimiento de su tío, pero cuando la noche llegó a Hogwarts, estuvo pensando seriamente en ello. De todas formas ¿dónde estaba Snape?

La poción que él le había confiado se había puesto azul y aguada a la primera agitación, púrpura y gelatinosa a la segunda, y ahora, finalmente, se había vuelto negra como la Marmita y espesa. Sin embargo, no tenía instrucciones que la ayudaran a identificar la poción o decidir que debía hacerse con ella. Snape le había dicho que estaría de vuelta antes. Pero eran las diez en punto y aún no había señal.

¿Tenía que volver a bajar para remover la poción dentro de otras cinco horas? Seguramente no: iba en contra de las normas de Hogwarts que los alumnos dejaran sus dormitorios después de que se apagaran las luces y Snape (a pesar de su inexplicable comportamiento de la otra noche) nunca esperaría que ella rompiese las normas, ni estaría contento si se enterase de que lo había hecho.

Pero si no se ocupaba de la poción, ¿quién lo haría? ¿Potter?

Ahora olía como la Marmita también. Maud hizo un gesto de dolor y dejó la cuchara. Qué día tan espléndido había tenido. Todo lo que necesitaba era tener el caldero de Snape hirviendo hasta las tres de la mañana e inundar las mazmorras. Entonces probablemente él volvería y le haría limpiarlo.

Impotentemente, miró alrededor de la habitación, esperando encontrar algún rastro de una nota, una receta, un libro olvidado; pero como era típico en Snape, había dejado su despacho clínicamente en perfecto orden y no ofrecía ninguna pista. Su única esperanza era hablar con Snape, o al menos averiguar dónde podía estar. ¿Pero cómo?

Athena, sintiendo sin duda la frustración de su dueña, se acercó a la oreja de Maud y la mordisqueó confortándola. Maud sonrió con reticencia y levantó una mano para acariciar a la pequeña lechuza...

... y así, lo supo.

Unos minutos más tarde, armada con pergamino y pluma, se sentó en la mesa de la sala común Slytherin y escribió las tres primeras palabras que vinieron a su cabeza. El contenido del mensaje no era importante de todas maneras: lo que importaba era la dirección. Cuidadosamente, dobló el papel, lo selló con un toque de su varita y grabó "Profesor Severus Snape" en la parte de fuera. Entonces, con algo de dificultad ya que estaba viendo a través de los ojos de Athena y por lo tanto no podía mirar en realidad hacia Athena, enrolló el pergamino y lo ató a la pata izquierda de la lechuza.

Aún después del incidente con Muriel, Athena había parecido retraída e incluso un poco deprimida: pero ahora, viendo la carta, ululó arriba y abajo emocionadamente. Como lechuza guía, raramente había tenido la oportunidad de repartir el correo. Habría puesto su corazón en ello, Maud lo sabía. Si Snape podía ser localizado a una distancia razonable, Athena podría volar hasta él tan rápido como sus pequeñas alas le permitieran.

Por otro lado, si Snape estaba a más de varias millas lejos, Maud perdería su enlace visual antes de que Athena lo encontrase. Pero valía la pena intentarlo. Aunque tan sólo llegara el mensaje a manos de Snape, al menos él sabría que Maud lo estaba buscando.

Ninguno de los demás Slytherin que estaban en el salón parecían advertir, o importarle, lo que Maud estaba haciendo: después de todo, todos ellos enviaban lechuzas a sus amigos y parientes prácticamente cada día. Maud escogió una de las sillas de respaldo alto ante el fuego y se hundió en ella, respirando hondamente para sofocar sus nervios. Entonces levantó a Athena en sus manos, percibiendo la calidez de la pequeña lechuza y sus rápidos e erráticos latidos.

-Vete – susurró.

De inmediato Athena salió volando, rozando el techo bajo de la sala común. Tuvo que volar en círculos tres veces, esquivando por poco las lámparas que colgaban, antes de que la puerta se abriera y algunos estudiantes más entraran; entonces atravesó rápidamente la obertura y salió fuera, girando a la izquierda, a la derecha, a la izquierda de nuevo, y subiendo las escaleras.

Los dedos de Maud se hundieron en los brazos de la silla cuando el mundo se inclinó y se elevó a su alrededor. Compartir la visión de Athena cuando volaba no había sido nunca una experiencia confortable, especialmente desde el interior. Pero al menos, Athena encontró una de las muchas lechuceras, esas oberturas inteligentemente ocultas diseñadas específicamente para un uso de aquel tipo: en un abrir y cerrar de ojos pasó a través de las paredes exteriores hacia la noche invernal.

Había enviado a la pequeña lechuza en un tiempo miserable, se dio cuenta Maud con un retortijón de culpa: aunque no podía sentir el frío como Athena, podía ver las espesas nubes que cubrían la luna, los campos helados y el aguanieve que caía. Por un momento el batir de alas de Athena vaciló, haciendo que la visión de Maud se tambaleara vertiginosamente cuando ella cayó en picado en el aire, pero el mochuelo se sobrevino antes de que cayera más de unos pies, y continuó testarudamente.

Voló sobre los terrenos de Hogwarts, pasando por la iluminada cabaña de Hagrid y sobre el Bosque Prohibido. Allí, entre los oscuros árboles esqueléticos, Athena redujo el ritmo y planeó en silencio, su mirada recorrió el irregular terreno como si buscara a su presa.

Aquello era extraño. La única explicación en la que Maud podía pensar era que Athena debía de tener hambre, y sentía la necesidad de un aperitivo para fortalecerse antes de comenzar su tarea en serio. Pero antes de que pudiera enmarcar el pensamiento un ratón salió del sotobosque y Athena lo ignoró impasiblemente. ¿Qué es lo que estaba haciendo?

Sin embargo, la lechuza reanudó el vuelo, zigzagueando entre los árboles, hasta que alcanzó un pequeño claro medio cubierto entre espinas y morales. Rodeó el área lentamente antes de posarse en una rama que sobresalía, y Maud apretó los puños con impaciencia. Algo había ido mal, pensó. Athena debía haberse confundido. Quizás el conjuro de remolino de Muriel había...

Entonces se dio cuenta de lo que la lechuza estaba mirando, y la sangre se heló en sus venas.

Cerca del borde del claro, medio oculto entre los matorrales, una oscura figura yacía derribada en el suelo. Sus ropas estaban hechas jirones, parte de su rostro oscuro por la sangre. Cuando Athena dejó su percha y voló hacia él, él hizo un esfuerzo por levantarse, sólo para desplomarse una vez más sobre la hierba espolvoreada de nieve.

Impertérritamente, Ahtena se posó en el herido hombro del hombre y saltó hacia la pálida mitad de su cara. Al no responder él, le mordisqueó la oreja, pero él siguió sin moverse. Al final, evidentemente desconcertada, se alejó y observó fijamente el cuerpo inmóvil de Snape mientras el aguanieve caía a su alrededor.

Maud tuvo que luchar contra el impulso de saltar de la silla. Desesperadamente, en silencio, le gritó a la lechuza que era su único medio de visión: ¡Vuelve! ¡Tenemos que ir a por él, me tienes que guiar, vuelve!

El enlace que compartía con Athena era visual, nada más, pero el hechizo había creado cierta unión, que la familiaridad y el pasar de los años había profundizado hasta la casi empatía. Puede que Athena no fuera capaz de oír el grito de Maud, pero conocía a su dueña lo suficiente. Su titubeo sólo duró un momento más, entonces con una repentina decisión, soltó la carta de su pata, la dejó caer sobre la mano extendida e inmóvil de Snape y se lanzó hacia el aire de nuevo.

No había tiempo que perder. "Abiungo," susurró Maud, y la imagen del bosque, con sus zigzagueantes caminos y tenebrosos conjuntos de árboles, se desvaneció. A ciegas, se levantó de la silla y caminó a lo largo de la áspera pared de piedra hacia la puerta.

No era la primera vez que Maud recorría los pasillos de Hogwarts sin Athena. Durante las últimas semanas, sabiendo que su desconocimiento del castillo era una desventaja para ella, se había forzado a sí misma a memorizar las rutas desde su dormitorio hacia varios lugares concretos: el Gran Comedor, la mazmorra donde Snape daba Pociones, el despacho de Dumbledore…

Dumbledore. Él la ayudaría... a salvar a Snape… si es que alguien podía. Dumbledore era a el único a quien su tutor informaba, tanto como profesor y como espía, él era también, sentía Maud, lo más cercano que tenía Snape a un padre. ¡Si tan sólo pudiera llegar hasta él antes de que fuera demasiado tarde!

Rozando con la yema de sus dedos la pared, contó los pasos, moviéndose tan rápidamente como se atrevía. Cincuenta y tres, cincuenta y cuatro… y a la izquierda. A la siguiente vuelta era hacia la derecha: y luego tenía que subir una estrecha escalera de diecisiete escalones, evitando con cuidado el sexto, que tenía una desafortunada tendencia a aplanarse y dejar al alumno incauto despatarrado.

La entrada al despacho de Dumbledore estaba a treinta y ocho pasos desde el final de las escaleras, detrás de la gárgola de piedra. Maud puso la mano sobre la dura cabeza de piedra de la estatua, forzándose a sí misma a respirar profundamente para pensar calmada y racionalmente. La última vez que había estado allí, la contraseña había sido…

-Caramelo de melaza – dijo.

No hubo ninguna respuesta, aunque Maud en realidad no había esperado ninguna: Dumbledore habría cambiado la contraseña ya. Probó los nombres de de otras confecciones, yendo de lo delicioso hasta lo grotesco. Ninguno funcionó. Con gran frustración agarró la gárgola con ambas manos, y empezó a decir uno de tras de otro los nombres de cada clase de comida y bebida que podía recordar: todavía nada.

-Zumo de calabaza – dijo roncamente -. Pastel de carne. Bouillabaisse..,

-¿Maud?

La voz era de George, y parecía raramente seria. Maud se quedó helada, preguntándose si era seguro hablar con él, pero él se anticipó a ella:

-Está bien, no hay nadie más. ¿Qué estás haciendo aquí?

-Tengo que hablar con el director – dijo ella temblorosamente -. Ahora mismo. Es importante.

-Dumbledore no está en su despacho. Ni siquiera está en Hogwarts. Mira, Maud, yo...

-¿No está... aquí? – ni en sus peores miedos había incluido aquello. Había visto a Dumbledore en el Gran Comedor a la hora de cenar: no había razón alguna por la que pensar que había decido marcharse esa noche. Había, por supuesto, la pequeña posibilidad de que hubiera ido a buscar a Snape. Pero ella no se atrevería a arriesgar la vida de su mentor ante tal posibilidad.

No había otra solución. Maud tenía que ir fuera, al frío y al aguanieve y a los peligros del Bosque Prohibido, sola. Tan pronto como Athena volviera, iría a…

La mano de George se apoyó, muy suavemente, en su hombro.

-Lo siento muchísimo – dijo, y cogiendo su mano dejó algo pequeño y suave en su palma. Todavía estaba caliente, pero estaba completamente inerte, y sus dedos no podían detectar ningún latido.

-Athena – susurró.