Riesgos Personales

por R.J. Anderson

Edición revisada (otoño 2003)

Aviso: Esta historia está basada en los personajes y situaciones creadas y pertenecientes a J.K.Rowling y a varias editoriales incluidas pero no limitadas a Bloomsbury Books, Scholastic Books y Raincoast Books, y a Warner Bros., Inc. No estoy haciendo dinero ni intentando infringir los derechos de autor o la marca registrada.

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Capítulo Cuatro – Sin descanso

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-No sé por qué vino a mí en vez de a ti – dijo George -. Me dirigía hacia el agujero del retrato cuando ella cayó de no sé donde y aterrizó a mis pies. Cuando la recogí, ya estaba muerta...

Maud inclinó la cabeza sobre sus manos, que sostenían el diminuto cuerpo sin vida contra su corazón. Habían habido signos de que pasaría, pensó tristemente. ¿Por qué no los había visto?

-... y supe que tenía que encontrarte, que decírtelo. Hay un mapa de Hogwarts (Harry lo tiene ahora) que puede mostrarte donde está cualquier persona… - hubo una embarazosa pausa -. Por eso vine.

Su garganta estaba todavía demasiado seca para dejarla hablar. Asintió.

-¿Crees que...le hizo alguien esto?

Maud sacudió la cabeza. Athena no era muy joven, y entre el shock de haber sido capturada por el conjuro de Muriel y el desacostumbrado esfuerzo de volar en el frío y la lluvia, su corazón simplemente se había parado. Ella debía de saber que se estaba muriendo para haber ido hacia George. Encontrarle había sido el regalo de despedida de Athena a su ama, un acto final de lealtad y amor.

Lentamente Maud sacó su varita, sosteniéndola suspendida sobre el pequeño cuerpo de la lechuza. "Petrificus corpus," suspiró, y el las suaves plumas se convirtieron en piedra. Ahora nada podría hacer daño a Athena, y estaría a salvo hasta que Maud pudiera volver y ofrecerle un adecuado entierro. Con cuidado, aunque tanta delicadeza ya no era necesaria, Maud se agachó y la dejó entre las patas de la gárgola. Después, parpadeando para limpiar las últimas lágrimas, se puso en pie y se volvió hacia George.

-Ayúdame – le dijo roncamente -. Por favor. Athena sabía... Tengo que ir a la Lechucería.

Por un momento George titubeó, y temió que estuviese a punto de discutir con ella, o al menos hacerle preguntas embarazosas. Pero entonces escuchó el sonido de sus pies arrastrándose sobre el suelo al moverse, y sus brazo sobre sus hombros.

-Muy bien – dijo -. Vamos.

Con agradecimiento, se pegó a él mientras él la guiaba por el corredor lejos del despacho de Dumbledore. Su brazo se sentía sorprendentemente fuerte, de músculo duro y no nada parecido al talle fibroso de Snape. Supuso que debía ser por el Quidditch -George y Fred eran golpeadores, si recordaba correctamente - lo que significaba dar muchos golpes fuertes. O al menos, así había sido hasta que Umbridge les prohibió jugar.

Lo que le recordaba… que debería decírselo ahora. Cualquier cosa con tal de tener su mente fuera de lo que acababa de pasar, o de lo que estaba a punto de hacer.

-Hace un par de días – dijo suavemente mientras él la guiaba por un tramo de chirriantes escalones de madera – me preguntabas porqué no voy a ninguno de los partidos de Quidditch.

-¿El qué? – dijo George, claramente confuso -. Oh, eso… no es nada. Olvídalo.

-No, te debo una explicación – de hecho era lo menos que podía hacer sobre todo después de aquello: pero era un comienzo -. He intentado seguir el Quidditch una o dos veces, cuando era pequeña: mi tío me llevó un par de veces a los partidos. Pero Athena no sabía dónde mirar. Seguía a los jugadores equivocados o se distraía con una bludger cuando alguien estaba cazando la snitch. Y por supuesto no había manera de explicarle el juego. Todo era un ejercicio frustrante para ambas. Así que me rendí.

-Qué tonto – dijo George en tono disgustado y claramente refiriéndose a él -. Debí haber pensado en...

La palabra se convirtió en un silbido: la atrajo por detrás, abrazándola estrechamente. Por un segundo Maud se preguntó qué estaba pasando; entonces escuchó voces viniendo del pasillo hacia ellos. Contuvo la respiración cuando se acercaron:

-Te lo dije, Minerva, no es asunto nuestro – era el profesor Flitwick -. Si Dumbledore quiero ocuparse, no hay duda de que lo…

-El director Dumbledore – dijo la voz de McGonagall roncamente -, tiene bastante en lo que pensar. Como todos nosotros, con esta clase de tonterías. Tan pronto como el profesor Snape regrese…

-¿Se lo vas a decir? – Flitwick parecía alarmado -. ¿Crees que es prudente?

-Por supuesto que sí. Él es quien se debe encargar de esto, después de todo…

Doblaron en la esquina y Maud pudo sentir los músculos rígidos de la espalda de George relajarse uno a uno al degradarse las voces de los profesores hasta el silencio.

-Bien – le susurró -. No hay moros en la costa – enrollando su brazo alrededor de su cintura, la empujó fuera del hueco y se dieron prisa.

-¿De qué crees que estaban hablando? – preguntó Maud, aunque tenía una profunda sospecha de que ya lo sabía.

-No sé. De algún Slytherin o algo, probablemente – George se detuvo -. Tú no eres la única en problemas ¿no? ¿Soy cómplice de un delito?

-No – dijo Maud. Al menos, añadió para sí misma, no todavía.

-Lástima – dijo George. Luego, en un tono esperanzado -: ¿Crees que podríamos cometer alguno?

Estaba tomándole el pelo, lo sabía, intentando animarla. Sin duda pensaba que la mejor manera de hacerlo era sacar de su mente a Athena, darle algo de lo que reírse; y , normalmente, habría tenido razón. Pero él no sabía lo de Snape, solo en el bosque, andrajoso y sangrando y sin duda medio congelado hasta la muerte…

-Ey – dijo George. Deslizó un dedo bajo su barbilla, levantándole la cara -. No pongas esa cara, Maud. Casi hemos llegado. Todo va a salir bien.

Era una insinuación obvia, y cualquier otra chica normal, especialmente una tan desesperada y necesitada de consuelo como Maud estaba ahora mismo, habría cerrado los ojos y se habría dejado besar. George era divertido y encantador y sorprendentemente considerado, y no había razón alguna en el mundo por la que Maud apartaría su cara…

Apartó la cara.

-Gracias – dijo suavemente.

George se lo tomó con tranquilidad, como ella había sabido que lo haría.

-Las damas en peligro son nuestra especialidad – dijo con tono desenfadado y Maud escuchó el crujir de unas viejas bisagras cuando él abrió otra puerta.

Así fue como la puerta de la Lechucería se hizo clara en un instante, cuando la rancia peste de excrementos de pájaros asaltó las fosas nasales de Maud. Tosió y hundió la cara en su manga cuando George la guió hacia delante, hacia la fría habitación sin corriente de aire.

-¿Ahora qué? – preguntó George.

-Necesito una lechuza – dijo Maud -. La más pequeña que encuentres, pero que parezca bastante tranquila.

-Muy bien – la soltó por los hombros y Maud lo oyó arrastrase por el suelo, haciendo pequeños sonidos de disgusto ocasionalmente cuando su pie resbalaba en algo -. Joder, qué frío hace aquí.

Maud se abrazó a sí misma, temblando, y esperó hasta que él volvió entre tropiezos.

-Encontré una – dijo -. No estoy seguro si está calmada o comatosa, pero aquí la tienes.

Con suaves dedos colocó un mechón de pelo tras su oreja y entonces situó a la lechuza sobre su hombro. Maud pudo sentir sus garras cerrándose a la tela de su túnica, más grandes que las de Athena y sin duda más afiladas también; pero el pájaro se acomodó levemente en su nueva percha y no sintió dolor.

Ahora, pensó, el momento de la verdad. No había intentado aquello antes con un pájaro desentrenado: en ausencia de la preparación mágica especial que había hecho de Athena una exitosa lechuza guía, el conjuro de enlace puede que funcionara pobre, o erráticamente, o nada en absoluto. Maud alzó su varita, la deslizó en círculos alrededor de su cabeza y dijo con voz clara, "Lungo".

Varios horribles segundos pasaron a oscuras. No funciona, pensaba Maud frenéticamente, y a continuación, pero tiene que funcionar. Tiene que hacerlo.

La luz brilló tenuamente a los lados de su visión y lentamente empezó a extenderse, como el amanecer fantasmal del sol. La imagen que se pintó en su mente, poco a poco, era oscura e imprecisa (una habitación redonda de la torre bordeada por perchas ensombrecidas) y parecía extrañamente descolocada, como si estuviera mirando al mundo desde un ángulo desconocido.

La nueva lechuza debía ser más alta, se percató. Llevaría un tiempo acostumbrarse. Y el enlace entre ellos era muy primitivo: cuando se volvió para mirar a George, a penas pudo identificar sus facciones. Sólo podía esperar que su visión se hiciera más aguda con el tiempo.

-Funciona – dijo, cogiendo con su mano la de George y apretándola agradecida -. Gracias. Muchísimas gracias.

-¿Estarás bien? – preguntó, su frente arrugada con preocupación -. Estás blanca como el mármol. Por un momento pensé que ibas a desmayarte.

-Estoy bien. Es sólo… Gracias – titubeó, entonces se inclinó hacia delante y rozó sus labios contra su mejilla -. No olvidaré esto.

George sonrió, sus dientes resplandecieron a media luz.

-Sin preocupaciones. Yo tampoco lo olvidaré.

Maud se giró para irse entonces, pero él la cogió del brazo.

-Espera – dijo -. ¿A dónde vas?

Parte de ella se moría de ganas por decírselo, por conseguir su ayuda. Aventurarse fuera sola, medio ciega en la oscuridad, buscando a un hombre que estaba al menos seriamente herido y quizás (No, no pienses en eso) muerto, sabiendo que aún cuando lo encontrara habría un largo y difícil camino de vuelta a Hogwarts, era casi insoportable.

Pero si sus sospechas eran ciertas y las heridas de Snape eran el resultado de una tarea encubierta, él no querría que nadie supiera que había sido herido. Y apareciendo al rescate junto a George Weasley traicionaría su alianza con ambos hombres, no sólo con ellos sino también con el resto de Hogwarts. Podía imaginarse a Snape tratando de explicarle aquello a Voldemort.

Desesperada, sacudió la cabeza.

-Lo siento, George. No puedo decírtelo. Pero no hay tiempo que perder… Por favor, déjame ir – cuando su agarre disminuyó añadió frenéticamente -: Algún día, pronto, te juro que haré todo lo posible para devolverte tu amabilidad. Pero ahora no. Ahora… ¡NO!

Con todas sus fuerzas se soltó de su agarre, se precipitó hacia la puerta (alarmada, la lechuza movió las alas y ululó a modo de protesta) y bajó por las escaleras estrepitósamente, su túnica ondeando tras ella.

-Accio capa – jadeó corriendo -. Accio bufanda. Accio guantes.

Intentó no pensar en lo que sus compañeras de habitación deberían haber pensado cuando su baúl se abrió de golpe y sus posesiones empezaron a salir de la habitación. Pero difícilmente le haría algún bien a Snape si ambos morían congelados.

George debía haberlo comprendido, porque no parecía seguirla. Maud fue más despacio al acercase a las puertas de la entrada de Hogwarts, aliviada de ver que las prendas de vestir que había convocado volaban rápidamente hacia ella. Atrapó la capa en el aire y se la colocó encima de los hombros, rodeando con la bufanda verde y gris de Slytherin su garganta. Entonces abrió las puertas de un empujón y salió hacia la fría noche.

* * *

-¡Es suficiente!

La voz de Alastor Moody atravesó la habitación como un trueno, tomando a Maud completamente por sorpresa. Apenas tuvo tiempo de mirarle antes de que él la agarrara del brazo con la fuerza de un oso y la hiciera levantarse.

-Tío…?

-¡No discutas conmigo, muchacha! Estoy harto de tus mentiras.

Inexorablemente la propulsó hacia la puerta, los golpes de su pierna de madera eran como los de un martillo en un juicio.

-¡Puede que seas capaz de engatusar a Dumbledore, pero no creas ni por un instante que puedas tomarme por tonto!

Dándose tardía cuenta del papel que él intentaba que representase, Maud comenzó a forcejear contra su agarre.

-¡No puedes hacer esto! – gritó -. Mis padres…

-…se removerían en sus tumbas – bramó Ojoloco – si supieran en la venenosa serpiente en la que se ha convertido su hija! No hables conmigo de responsabilidad, niña. Ya eres mayor de edad; he terminado contigo. ¡Al fin tranquilo!

La empujó tan fuerte que Maud se tambaleó y estuvo a punto de caerse. Pudo ver las cortinas de la casa de los vecinos moverse mientras su tío continuaba gritando en voz lo suficiente alta para que le escuchara toda la calle:

-¡Fuera! ¡FUERA! Y como trates de volver...

Entonces, la puerta se cerró y ella se quedó sola.

* * *

La luna había logrado por fin liberarse de las nubes, y la lluvia helada estaba menguando. El césped crujía bajo los pies de Maud mientras corría a través de los terrenos y bajaba la larga pendiente hacia el Bosque Prohibido.

Por lo que sabía, Umbridge o alguno de sus espías podían verla desde las ventanas de Hogwarts: pero no tenía tiempo para ocultarse. Sus preparaciones ya habían ocupado bastante tiempo y puede que Snape estuviera a punto de expirar. El pensamiento hizo que su estómago se retorciera, así que apresuró el paso.

Disminuyó el paso cuando se acercaba a la cabaña de Hadrid. La luz del fuego resplandecía cálidamente a través de las ventanas, y la enorme y peluda silueta del dueño se hacía claramente visible en su interior. ¿Se atrevería a pedirle ayuda a Hagrid? A su manera era un amigo de Snape: a veces incluso parecía contemplarle con una especie de afecto interesado, como si Snape fuera algún fabuloso monstruo. Pero por otro lado, aunque Hagrid parecía tener buenas intenciones, no era muy célebre por su discreción...

Maud se sujetó más fuerte la capa sobre sus hombros y se apresuró.

En el momento en el que puso un pie en el Bosque Prohibido deseó no haberlo hecho. Los árboles se inclinaban sobre ella, sus negros y esqueléticos brazos entrelazándose tan estrechamente que bloqueaba toda la luz, excepto unos flojos rayos de la luz de la luna. Maud había caminado sólo unos pasos antes de tropezar y torcerse el tobillo, casi cayéndose de cabeza antes de poder agarrarse a una rama que sobresalía a su derecha. Aquello era una locura, pensó frenéticamente. El bosque estaba muy oscuro, el enlace visual era muy débil… Nunca encontraría a Snape así.

Cojeó unos pasos más antes de que la amplitud de su propia estupidez se hiciera clara. Luchando por sacar la varita de su túnica y disgustada consigo misma por no haber pensado en ella antes, la alzó y dijo en alto: Lumos.

La varita brilló, una luz plateada que iluminó el camino delante de ella. Captó la visión de unos ojos amarillos que la observaban fijamente cuando una pequeña criatura saltó fuera de su camino y se desvaneció entre los árboles; sobre ella, un grajo agitó las alas y croó antes de posarse de nuevo en su percha.

Había unicornios en ese bosque, y centauros; pero también había otras otras criaturas más salvajes, el bosque no estaba prohibido sin razón. Sin embargo, cuando Athena había hecho su primer vuelo de inspección, Maud no había visto nada a lo que temer. Quizás muchas de las criaturas estuviesen invernando, o al menos acurrucadas en algún lugar caliente. Después de todo, sólo un singular monstruo determinado (o una mujer joven desesperada en particular) estaría fuera en una noche como aquélla.

Tenía una cercana idea de la dirección en la cual podía encontrar a Snape: pero en su vuelo a través del bosque Athena había prestado poca importancia a los caminos, y era difícil para Maud anticipar dónde podía dirigirse una senda. Dos veces había seguido por una aparentemente prometedora ruta sólo para ver que se curvaba hacia una inesperada dirección y la obligaba a retroceder. Al final, frustrada casi hasta el punto de echarse a llorar, se detuvo, se volvió y miró hacia el camino por el que había venido pensando en ir a buscar a Hadrid después de todo.

A menos que…

Maud apoyó la varita sobre su palma abierta y dijo:

Praemonstro Severus Snape!

La varita dio vueltas y se detuvo apuntando hacia el camino, hacia la parte más espesa del bosque. Por un momento Maud titubeó: entonces, con un suspiro, se subió la túnica y empezó a caminar a través de la maleza.

-¡Reducto! – dijo, balanceando la varita delante de ella como un machete y apartando a golpes los restos oscuros de los matorrales -. ¡Reducto! ¡Reducto!

Aún con la ayuda de la magia no era una tarea fácil hacer un nuevo camino, y para cuando Maud llegó a su destino estaba exhausta. Echó a un lado el último obstáculo (una zona de matorrales espinos de aspecto desagradable) y a punto de entrar en el claro sus cansados pies la traicionaron. Se pilló el piel en una raíz, tropezó y cayó sobre sus manos y rodillas.

-Veinte… puntos menos para… Slytherin – dijo una débil pero claramente audible voz desde el suelo al lado suyo -. Estoy… muy disgustado… contigo… señorita Moody.

Maud casi se desmaya de alivio. Se arrastró hacia él, cogió su floja y fría mano entre las suyas y preguntó temblorosamente:

-¿Es por entrar en el Bosque Prohibido, estar fuera después del toque de queda o por dañar los terrenos de Hogwarts?

Apenas podía distinguir las facciones de Snape en la oscuridad, pero parecía estar pensando. Al final dijo:

-Tienes razón… cincuenta.

Su pulso se sentía débil y errático bajo sus dedos, y su piel estaba helada. Cuando ella le envolvió con sus brazos y su capa, Snape tiritó incontrolablemente: estaba calado hasta los huesos.

-Soy una tonta – dijo enfurecida -, debería haber traído a Hagrid…

-No – dijo Snape a través de sus castañeteantes dientes -. A Hagrid no.

Maud le miró preocupadamente. Puede que Snape fuera delgado, pero era definitivamente más pesado que ella, sobretodo teniendo la ropa mojada: no había manera alguna de que pudiese levantarle del suelo. Aparecerse estaba fuera de cuestión. Había camillas y sábanas calientes en la enfermería de Hogwarts, pero ella no estaba preparada para hacerlas aparecer a tanta distancia. Si sólo tuviera que transportar a Snape podía conjurar un simple mobilicorpus; pero él la necesitaba, para mantenerle caliente. Así que…

-Levo – susurró, y sintió que su cuerpo se hacía ligero. Delicadamente, empezó a levantarlo.

Desafortunadamente, no fue lo suficiente delicada. Snape se convulsionó contra ella súbitamente y tuvo arcadas, un horrible sonido seco que le hizo saber que no era la primera vez que las tenía. Los músculos se destensaron y perdió la conciencia.

Ahora, pensó Maud. Se olvidó de ser cuidadosa: lo que necesitaba ahora era rapidez. Arrastrando a Snape con ella, luchó por volver al sendero.

La siguiente media hora fue como algo sacado de una pesadilla, sólo que no podía recordar la última vez que había tenido un sueño tan malo. Pareció llevarle todo el tiempo conseguir llegar a algún lado y Snape entraba y salía de la conciencia cada varios minutos, lo que no dejaba de aterrorizar a Maud. Cada vez que su cabeza caía estaba segura de que había muerto. Después de todo, si estaba mojada y tiritaba a pesar de su capa y si el mero esfuerzo de encontrarle le había dejado agotada ¿cómo debería de sentirse él?

Una o dos veces una bestia oscura se cruzó en su camino, girándose para contemplarles con luminosos ojos y poniendo a Maud rígida de miedo. Pero al final, la criatura acababa escondiéndose.

Casi lloró de alivio cuando por fin el camino dio la vuelta, los árboles se apartaron y avistó las resplandecientes ventanas de la cabaña del guardián de las llaves. Deseó correr hacia la puerta y echarla abajo, pero se detuvo agradecidamente ante la estera de bienvenida de Hagrid: Snape había deshechado aquella idea. Por otro lado, si intentaba arrastrar a Snape todo el camino hacia Hogwarts y a través de los corredores hasta su habitación, seguro que serían interceptados, lo que sería aún peor. Parecía que sólo había una solución. Si pudiese sacar a Hadrid de su cabaña por un par de minutos, sólo el tiempo suficiente para usar su chimenea…

La cabeza de Snape cayó sobre su hombro; podía escuchar su lenta y poco profunda respiración en su oído. Si no lo calentaba y lo acomodaba pronto entraría en shock. Maud reunió sus últimas fuerzas mágicas, apuntó con su varita al cielo y gritó:

- ¡Draco praestigium!

Como un conjuro de ilusión era impresionante: un dragón plateado y verde salió de su varita, extendió sus alas y soltó un melodioso rugido. Desde donde estaba escondida tras el montón de leña Maud vio la enorme sombra de Hagrid tapar la luz de la lumbre cuando se levantó de un salto.

-¡Voy, cariño! ¡No te vayas! ¡Espérame!

Un instante después abría la puerta, mirando enfervorizadamente en todas direcciones en busca de una señal de su precioso dragón. Maud sacudió su varita y la ilusión del Galés Verde dejó ir un fino chorro de llamas, rodeó la cabaña y luego voló hacia el bosque. Embelesado, Hagrid lo siguió.

Maud esperó hasta que el medio gigante se hubo desvanecido entre los árboles y los sonidos en su camino a través de los matorrales no se escucharon más. Entonces, todavía agarrando en un embarazoso abrazo a Snape, luchó por subir a la cabaña.

No había ni abierto la puerta cuando el enorme perro de caza de Hagrid saltó con un ladrido. Maud agarró a Snape convulsivamente, horrorizada al darse cuenta de que debían apestar a sangre; pero después de un atemorizante gruñido, Fang simplemente los olfateó de arriba abajo antes de volver a sentarse sobre sus patas.

Snape debía de haber estado allí antes, pensó Maud aliviada mientras arrastraba a su mentor a través del umbral. O eso o que el perro tenía un inusual grado de percepción cuando había que distinguir un amigo de un enemigo. En cualquier caso, Fang parecía satisfecho: aún cuando Maud se vio obligada a empujarle a un lado, el perro jabalinero no ofreció resistencia.

Hagrid había hecho un gran fuego, que llenaba la cabaña al completo de calor. Al acercarse al fuego, Maud sintió que los entumecidos dedos de sus pies y manos empezaban a dolerle. Eso y el cansancio la volvieron torpe: tropezó en la alfombra de la chimenea y dejó caer a Snape descuidadamente en el suelo. Pero aún así su profesor no se encogió, sólo rodó sobre su espalda y yació inmóvil. Su cabello estaba enmarañado en hielo y sangre, su piel del color del hueso. Sólo el superficial arriba y abajo de su pecho le aseguró que estaba vivo.

Estaba tan frío, pensó frenéticamente. Más que nada quería coger un montón de mantas y estirarse a su lado hasta que se despertara. Pero no podían permanecer allí: Hagrid volvería en cualquier momento. Se levantó de su posición agachada, recorriendo sus manos a lo largo de la repisa de la chimenea.

No le costó mucho encontrar el tarro de polvos Flu, aunque la tapa estaba llena de polvo y parecía haber sido usado muy poco. Cogiendo un puñado de polvo brillante lo echó al fuego. Entonces, cuando las llamas se volvieron esmeralda y se alzaron con un estruendo, se flexionó y tiró del brazo muerto de Snape hacia sus hombros.

-El dormitorio del profesor Snape en Hogwarts – dijo, tan claramente como pudo, y dio un paso hacia delante.

Hubo una momentánea ráfaga de calor, seguida por el familiar túnel negro del viaje flu. Un largo montón de rejillas la azotaron a velocidad mareante, entonces vino un súbito golpe y cayó hacia delante, fuera de una extraña chimenea fría y hacia una habitación igual de desconocida.

A su lado, Snape se movió incómodo, murmurando algo inteligible.

-Todo está bien – le susurró ella -. Ahora está en casa. Estoy aquí. Todo está bien.

La habitación de Snape era un lugar austero: meticulosamente limpio, bien amueblado y ciertamente adecuado para el propósito, pero no era atractivo o acogedor. Sin embargo, la cama parecía bastante confortable. Con un último esfuerzo Maud lo subió encima y arregló las almohadas y sábanas a su alrededor lo mejor que pudo.

Había un pedestal para lavarse al lado de la ventana, y el agua en la jarra olía a fresco. Con una suave palabra y un golpe de su varita la calentó, luego llevó la palangana al lado de la cama y empezó, cuidadosamente, a limpiar la suciedad de la cara y el pelo de Snape. No tardó en encontrar la fuente de la sangre que tanto la había alarmado: un corte de una pulgada en su cuero cabelludo, justo detrás de la sien derecha. Era menos profunda de lo que había temido, no obstante, y había dejado de sangrar de gravedad.

Con cuidado, bajó las mantas que cubrían a Snape, buscando más heridas. Su túnica estaba manchada en varias partes, pero no había manera de decir si los oscuros parches eran de sangre o de suciedad o simplemente humedad. Bueno, se dijo a sí misma, de todas formas no iba a volver a llevar esas ropas otra vez. Reuniendo coraje, sostuvo su túnica por el cuello y la rasgó para abrirla.

Un instante después algo frío como el hielo se cerró entorno a su muñeca y una voz dijo, débil y áspera por el dolor pero aún así bastante clara:

-Creo que no.

Maud se sobresaltó, el calor alzándose en su cara.

-Está herido…

-Magulladuras. Una costilla rota – respiró profunda y temblorosamente, hizo una mueca y la dejó ir -. O dos. Nada más.

-Pero su túnica… La sangre…

-No es tan grave como parece – alzó una mano hacia su sien, haciendo una mueca cuando sus dedos rozaron carne abierta -. Pero esto…

Maud frunció el ceño y se inclinó, intentando ver si sus pupilas eran uniformes, pero era difícil de saber con aquella luz. Sus ojos estaban medio cerrados, negros y resplandecientes; la contemplaban sin expresión.

-¿Se acuerda de cómo se hirió la cabeza? – preguntó.

-No… por ahora.

Maud se sentó sobre sus talones.

-Ha estado recuperando y perdiendo la conciencia y cuando intenté moverlo la primera vez iba a vomitar.

Snape movió sus hombros, como si fuera a levantarse: Maud puso una mano sobre su pecho para que se mantuviera estirado. Su piel se sentía húmeda bajo su palma.

-No se mueva.

Snape parpadeó. Sus pupilas no era uniformes, vio entonces. Y parecía desconcertado, lo que era otra mala señal. Bajo condiciones normales Snape tenía un ingenio afilado como una daga y una lengua no menos afilada, pero ahora le costó varios segundos responder.

-Señorita Moody – dijo -. ¿Has sido alguna vez una niña?

-Pregúnteselo a mi tío.

Snape parecía estar considerándolo.

-Lo haré – dijo -. La próxima vez. Si hay otra, que no es probable.

Aquello sería un seco y críptico discurso para muchos pacientes, pero para Snape se parecía peligrosamente a un balbuceo. Maud puso una mano sobre su frente.

-Descanse – dijo -. No hable. Voy a prepararle algo para su contusión; estaré aquí enseguida si me necesita.

Una media sonrisa parpadeó en su boca.

-La señorita Groggins tendría algo que decir a esto.

-La señorita Groggins – dijo Maud con más que usual sarcasmo -, que se aguante.

Snape no respondió. Maud le dirigió una afilada mirada, pero sus ojos seguían abiertos, así que se levantó y fue hacia la chimenea. Los elfos domésticos habían dejado un gran montón de leña: sólo tuvo que apuntar con su varita y murmurar "Incendio."

Té fuerte negro como base, pensó mientras miraba fijamente a las crecientes llamas, con una gota de yema de huevo de runespoor si podía encontrarlo. Valeriana para parar el shock, pero no mucha. Prodigiosa para el dolor de cabeza, ginseng para la falta de alerta, y crecehuesos para las costillas. Luego algo de pasta de consuelda para sus cortes y arañazos…

Como había supuesto, muchos de los ingredientes que quería estaban en los armarios de Snape, y no fue difícil compensar los otros. Echándole una ojeada a intervalos para asegurarse de que su paciente seguía despierto, acabó de preparar el té y se lo llevó.

-¿Puede sentarse? – le preguntó.

Snape no dijo nada, así que Maud puso una mano sobre su brazo. Todavía tiritaba, y era de esperar: aún con las mantas y un buen fuego, aquellos harapos húmedos que llevaba no le estaban haciendo ningún bien. Por un momento Maud pensó discutir con él: entonces con una súbita decisión dejó el té sobre la mesita de noche, se volvió de espaldas y conjuró tres hechizos por encima de su hombro en una rápida sucesión. Snape hizo un sonido de indignación, yacía plano sobre su espalda con las mantas alrededor de los hombros, y los andrajosos restos de sus ropas cubrían el pedestal para lavarse.

-Deje de refunfuñar – le dijo Maud severamente -. ¿Qué pensaba que iba a hacerle? ¿Violarle?

Algo de la vieja chispa volvió a los ojos de Snape. Con esfuerzo se volvió hacia ella y se apoyó sobre un codo, alcanzando la taza que le ofrecía.

-Si ese comentario pretendía ser humillante – dijo, sorbiendo cuidadosamente el té caliente -, tendrá que hacerlo mejor.

Maud untó consuelda en su sien, haciéndole gesticular de dolor (o quizás sólo era el sabor del té).

-No sé por qué debería querer humillarle – dijo ella -. Dios sabe que nunca me ha hecho nada… ni me ha mentido o manipulado…

-Nunca te he mentido – sus voz todavía estaba ronca, pero había una ferocidad en ella que sorprendió a Maud -. Y si a veces he omitido la verdad, siempre te he dado los medios para que descubrieses la verdad tú misma.

-¿Como enviarme a la biblioteca a aprender el alfabeto hebreo? - Maud bajó las mantas hasta su cintura y empezó a untarle consuelda sobre un largo arañazo que le cruzaba un costado -. Aprecié eso.

-Maud… - empezó Snape, deteniéndose entonces. En un extraño tono alterado preguntó -: ¿Dónde está Athena?

Sus dedos dejaron de moverse. Tragó saliva, sintiendo el resurgimiento de un dolor negado durante largo tiempo.

-Está muerta.

-Entonces – entrecerró los ojos, como si estuviera tratando de enfocarla -. ¿Cómo puedes ver?

-¿Quiere decir que no se ha dado cuenta de… - empezó Maud a decir, pero entonces lo advirtió.

No había ninguna lechuza encima de su hombro, no había habido ninguna por un largo tiempo. Ni siquiera había estado con ella cuando se puso la capa para salir. Debía haberse quedado en la lechucería cuando salió corriendo por la puerta, dejando a George demasiado atónito para ir tras ella. Y había estado muy centrada en la tarea de rescatar a Snape, con todos los peligros y dificultades, para darse cuenta.

-Puedo ver – susurró, apenas creyéndoselo, y entonces su maraña de emociones fue demasiado para ella y empezó a llorar, enormes sollozos apagados que le hacían temblar todo el cuerpo, su recién recuperada visión nadando en la borrosidad mientras las lágrimas bajaban por sus mejillas.

~ ~ ~

Continuará.