Riesgos Personales

por R.J. Anderson

Edición revisada (otoño 2003)

Aviso: Esta historia está basada en los personajes y situaciones creadas y pertenecientes a J.K.Rowling y a varias editoriales incluidas pero no limitadas a Bloomsbury Books, Scholastic Books y Raincoast Books, y a Warner Bros., Inc. No estoy haciendo dinero ni intentando infringir los derechos de autor o la marca registrada.

Capítulo Seis – Prevenir el rumor

Mientras Dumbledore la observaba seriamente, Maud sintió calor y frío y se puso blanca y roja a la vez. Dumbledore debía de haber oído su respuesta a Snape: su única esperanza era que también hubiese oído la pregunta. De lo contrario, parecería como si ella hubiese irrumpido allí en medio de la noche para jurar su inmortal amor (un pensamiento mucho más humillante que cualquier cosa con la que Muriel pudiese salir).

-Yo… - empezó a decir, pero Snape fue más rápido.

-Director – dijo -, tomo toda la responsabilidad por la… irregularidad de la situación. La señorita Moody salvó mi vida esta noche y su presencia aquí es únicamente en calidad médica, se lo aseguro.

Snape sonó, pensó Maud con sorpresa, casi ansioso. Dirigió una mirada hacia Snape, vio la tensión en su cara, la extraña mirada implorante en sus ojos.

-Te creo, Severus – dijo Dumbledore suavemente -. No obstante, ahora que estoy aquí, creo que sería mejor si la señorita Moody fuera a…

-No haga que me vaya.

Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera retenerlas y Maud enrojeció de nuevo cuando los dos hombres la miraron.

-Es sólo que – dijo – no puedo… Tengo que saber…

Dumbledore puso una mano sobre su hombro.

-Estaba a punto de decir que sería mejor si te pusieras a un lado y me permitieras ver lo que puedo hacer por Severus. Tendrá que ir a dar clase en unas horas después de todo, y sería una desgracia que alguien se diera cuenta de sus heridas.

-Oh – dijo ella débilmente -. Sí, claro.

Dumbledore caminó hacia delante, sacando un frasco cristalino de su manga. Cuidadosamente, incluso con ternura, volvió la cabeza de Snape hacia un lado para que el corte sobre su sien quedara a la vista y dejó caer una simple gota de la botella en la fea herida.

-¿Algo más? – preguntó.

-Costillas rotas – dijo Snape -. El resto son simples magulladuras y arañazos… Mis ropas los ocultarán.

El director asintió.

-Muy bien. Abre la boca, Severus – y cuando Snape obedeció, dejó caer otra de las gotas en su lengua. Snape tragó y algo de color volvió a su rostro.

-Ahora – dijo Dumbledore -, te sugiero que intentes dormir. La señorita Moody y yo tenemos asuntos que discutir.

-Director – dijo Snape, su voz casi era una súplica -. ¿Había… algo para mí?

Los ojos de Dumbledore se arrugaron levemente en una sonrisa.

-Creo que tengo lo que estabas buscando, sí. Pero esperará hasta que estés mejor para apreciarlo. Ahora duerme – y puso una mano sobre la frente de Snape. Cuando la levantó un momento después, los ojos de Snape estaban cerrados.

-Bueno, señorita Moody – dijo Dumbledore en un tono animado, cogiéndola del brazo y guiándola hacia un asiento en el rincón -, ha tenido una larga tarde, como puedo comprender. Pero primero… - sacó un pequeño y redondo objeto de su manga y lo dejó sobre su palma.

Maud sabía sin mirar lo que le había dado. Cerró sus dedos alrededor del cuerpo de Athena, acariciando suavemente las pedregosas alas antes de deslizarla dentro del bolsillo de su túnica.

-Señor – dijo -, ¿dónde estaba usted?

-Recibí una llamada urgente de un amigo – dijo Dumbledore -. Me disculpo por no estar en mi despacho cuando viniste, pero ni incluso yo puedo estar en dos sitios a la vez… y tenía razones para creer que Severus estaría en buenas manos.

-¿Está mi tío bien?

Las cejas de Dumbledore se alzaron: le dirigió una penetrante mirada a través de sus gafas.

-Ya veo – dijo -. Bueno, ya que pareces saber casi tanto de la situación como yo, la respuesta es sí. Estaba un poco sobreexcitado, y tenía un buen surtido de golpes y cardenales, pero por otra parte no parecía haber sufrido daños serios.

Maud cerró los ojos aliviada.

-Hemos tenido una charla, Alastor y yo – meditó Dumbledore -. Como tuvieron él y Severus antes de que Albert los interrumpiera.

-¿Albert?

-Albert Parnaby – suspiró Dumbledore -. Otra prometedora vida joven malgastada al servicio del amo equivocado – sus ojos se movieron hacia la silenciosa e inmóvil figura de Snape -. Albert fue un alumno aquí hace sólo unos años: le conocía bien. Su padre es dueño de una tienda en Knockturn Alley, pero Severus y yo creíamos que aún podía haber esperanza…

Hasta ahora, Maud se había imaginado a Parnaby como un hombre de mediana edad, endurecido por años de servicio a Voldemort. El darse cuenta de que él había sido sólo un poco más mayor que ella y que Snape le había dado clases como le había dado a ella hizo que su estómago se retorciera. ¿Cómo debía de haberse sentido Snape teniendo que matarle?

-Es una suerte que estuvieras con Severus esta noche – dijo Dumbledore suavemente, como si hubiera leído sus pensamientos -. Aunque no hubiese sido herido, no habría sido bueno para él estar a solas. Señorita Moody…

Ella alzó los ojos.

-No pretenderé que no escuché tus palabras cuando entré. Pero tampoco te condenaré por ellas. De hecho, estoy de acuerdo contigo: Severus necesita ser amado. Y si tú has elegido verdaderamente amarle a pesar de sus defectos, no puedes darle otro regalo mejor.

Maud le dirigió una pálida sonrisa para mostrarle que apreciaba el ánimo, pero dentro de ella estaba pensando: Ahí viene.

-Y… - dijo Dumbledore seriamente.

Maud se agarrotó, preparándose para lo peor.

-… tengo buenas razones para creer que él lo sabe. Sé paciente con él, Maud. Ha estado solo por mucho tiempo y la confianza no es algo fácil.

Muy bien, pensó Maud, ahora viene.

Pero no vino. Dumbledore entrelazó sus manos y se sentó dando vueltas con los pulgares, tarareando una casi imperceptible, melancólica melodía. Era evidente que había finalizado lo que había venido a decir… Pero eso parecía imposible. ¿Dónde estaba el discurso sobre responsabilidades, la advertencia sobre la importancia de una buena reputación, el recordatorio severo de las normas de Hogwarts? Oscuramente, Maud se sintió una tramposa.

-Señor – dijo al final -. ¿No estoy en problemas?

-¿Crees que deberías estarlo, señorita Moody?

-Bueno… sí.

Dumbledore sonrió suavemente.

-Da la casualidad que me he dado cuenta a mi regreso de que Severus había cometido el improcedente acto de quitar puntos de su propia casa. Por el crimen de aventurarse en el Bosque Prohibido después del toque de queda (una violación que parece ser cometida con gran regularidad últimamente) creo que cincuenta puntos serán más que suficientes. Por supuesto, está el tema de …

Maud contuvo el aliento.

-… tu rescate de Severus. Ése fue un acto de coraje, lealtad y autosacrificio raramente visto en un miembro de la Casa Slytherin, y no siendo necesario mantener los detalles de tu heroísmo (y la necesidad por ello) en secreto, te recompensaría con mucho gusto con cien puntos. Pero tal y como están las cosas…

Hablaba, pensó Maud sin comprender, como si hubiera sido testigo de los hechos de aquella noche de primera mano, o al menos sabía toda la historia. Pero, si había sabido que Snape necesitaba ser rescatado, entonces ¿por qué no lo había hecho él mismo o, al menos, haberle ayudado de alguna manera?

Porque, la voz de su tío hizo eco en su mente, puede que no siempre esté allí para ayudarte…

Su mente retrocedió ante el pensamiento. Maud lo echó fuera, forzándose a prestar atención justo en el momento para oír a Dumbledore decir:

-Desafortunadamente, temo que estás a punto de hacerte aún menos popular entre tus compañeros Slytherin de lo que ya eres.

-No creo que eso sea posible – dijo Maud.

-Oh, pero es así. Después de esta noche ya no serán capaces de compadecerse de ti como hacían antes, ni encontrarán tan conveniente ignorarte. Puedes ver (y confío en que me perdonarás este pequeño juego de palabras accidental) que ya no eres ciega.

Maud lo miró bruscamente; su sonrisa se amplió.

-Mi querida joven – dijo -, aunque no hubieses dejado a Athena en mi puerta difícilmente podría no haberme dado cuenta. Me había estado preguntado qué podría llegar a convencer tu mente a aceptar lo que tu corazón ya sabía: ahora parece que lo hemos encontrado.

-To… Todavía no estoy segura de entenderlo.

-Oh, creo que sí, señorita Moody… O al menos, lo sospechas. Hay al menos dos explicaciones razonables sobre el porqué de que tu ceguera continuase después de que tú y Severus perfeccionasteis la poción regeneradora de nervios – las señaló con sus dedos -. Una era que Athena había sido parte de ti durante mucho tiempo, era imposible que te imaginaras viendo sin ella. Mientras ella viviese, tu mente no aceptaría la visión por otra fuente.

Maud asintió: tenía sentido.

-Y la otra… - dejó que su voz se detuviera, invitándola a continuar.

-Mi tío pensaba que lo sabía – Maud habló en voz baja, para que si Snape estuviera despierto no lo oyese -. Él creía que era por culpa de la unión que se formó entre nosotros, el profesor Snape y yo, cuando me salvó la vida. Que yo le había entregado mi voluntad aquella noche y que, incluso ahora, parte de mí estaba aún obedeciéndole instintivamente. Así que nunca recuperaría mi visión mientras estuviera con él, porque si podía ver… yo me convertiría en Auror. Y entonces le habría abandonado.

Dumbledore la observó seriamente bajo su larga y corvada nariz.

-¿Lo crees?

-Durante un tiempo… Temí que pudiera ser verdad.

-¿Y ahora?

Su boca se dobló en una compungida sonrisa; lentamente, negó con la cabeza.

-Incluso si el profesor Snape se las hubiera arreglado para hacerme un encantamiento sin que me diera cuenta cuando era una niña, los efectos no podrían haber durado trece horas, mucho menos trece años. Y aunque deberle mi vida me diese cierto… deseo… de mostrarle mi gratitud de algún modo, de intentar devolverle la deuda… no cambiaría quién soy. Las elecciones que he hecho son mías. No suyas – alzó la barbilla y miró fijamente de Dumbledore a la cama donde yacía Snape, su rostro raramente vulnerable en sueños y su negro cabello sobre la almohada -. Eso lo sé ahora.

-Bien – dijo Dumbledore con satisfacción.

-Además – añadió Maud sin mover la mirada -, si el profesor Snape quiere controlarme, no está haciendo un buen trabajo. Después de esta noche, me debe tanto como yo le debo… y puedo ver otra vez.

El director le dio una palmada en el brazo, poniéndose de pie con esfuerzo.

-Siempre has visto más claramente de lo que creías, señorita Moody, sobre todo en lo que concierne a Severus. Y ya que también posees una singular habilidad de ver a través de él, puede que seas capaz de enseñarle algo que yo nunca pude.

Maud le miró interrogativamente.

-A reírse de sí mismo – Dumbledore se metió la mano en su manga otra vez, sacando un rollo de pergamino cerrado -. ¿Le darás esto a Severus de mi parte? Mis párpados esperan la inspección de todas las noches. Igual que los tuyos, estoy seguro: así que te animaría a descansar antes de que amanezca.

Maud estaba perpleja.

-Señor… ¿Me está permitiendo quedarme aquí?

-Lo estoy. Con la condición de que muestres tener criterio sabiendo cuándo irte, como espero plenamente que harás, encontrarás que serás capaz de volver a tu dormitorio sin ser vista – hizo una pausa, luego añadió con las cejas alzadas y un destello significativo en sus ojos -. No obstante, si insistes en acompañar a Severus en el desayuno, yo no responderé a las consecuencias.

La idea de entrar en el Gran Comedor del brazo de Snape, ante las incrédulas miradas de sus compañeros, era tan ridícula que Maud ahogó una carcajada.

-Lo tendré en cuenta – dijo -. Gracias, director.

-Señorita Moody – se despidió gravemente, inclinó su sombrero hacia ella y se fue.

Maud esperó hasta que la puerta se hubo cerrado, entonces miró el pergamino en sus manos. ¿Qué podía ser? Por un loco momento forcejeó contra el impulso de abrirlo: pero su mejor criterio prevaleció y puso el rollo a un lado. Luego, lentamente, acercó su silla al borde de la cama, apoyó la cabeza en las mantas y cayó en un instantáneo sueño.

-Maud.

Se despertó ante el sonido de la voz de Snape, haciendo un esfuerzo para sentarse derecha. Por un momento contempló estúpidamente la cama vacía, preguntándose a dónde había ido: entonces volteó su cabeza y lo vio de pie a su lado.

Estaba completamente vestido, en ropas negras idénticas a las que había arruinado la noche anterior, y los ojos que se cruzaron con los suyos eran claros y resplandecían con los primeros tenues rayos del amanecer. Extendió una mano hacia ella y ella, al tomarla y dejar que la levantase, se dio cuenta que se movía fácilmente, como si nunca hubiera estado herido.

-Buenos – empezó, y fue lo único que llegó a decir antes de que él cogiera su rostro entre sus manos y cubriera su boca con la de él.

Como un primer beso fue bastante sorprendente, y Maud estaba sin aliento cuando finalizó. A través de la neblina, preguntándose si estaba realmente despierta o si aquél era sólo un vívido y altamente embarazoso sueño, se oyó a sí misma decir espesamente.

-No puedes hacer eso.

Snape la rodeó con sus brazos, apoyando la barbilla encima de su cabeza.

-¿Oh? – dijo.

-No, no puedes – insistió ella, amortiguada contra sus ropas -. Las normas…

-Maud – dijo Snape -, ¿tienes alguna idea de lo que dicen en realidad las normas?

-No – dijo Maud de nuevo, apoyándose contra su pecho en un esfuerzo por liberarse de su abrazo -, pero estoy bastante segura de que no dicen que puedas hacer lo que acabas de hacer.

-Cierto – acordó Snape, dejándola ir y contemplando su enrojecida cara con cierta diversión -. Pero tampoco lo prohíben.

-Eso es imposible – Maud le miró fijamente -. El profesor Dumbledore hizo una broma algo sobre eso una vez, lo recuerdo. Fraternización entre profesores y estudiantes va en contra de las normas del colegio. Y si…

-Ah, pero no dijo qu colegio. Y habiendo consultado las normas de Hogwarts yo mismo (incluso las que Umbridge ha introducido este curso), puedo asegurarte que la fraternización es sólo vista como una infracción cuando el alumno no es mayor de edad, o cuando hay evidencia de coacción. No obstante – apartó un desobediente mechón de su cara -, se tan bien como tú que callar no es lo mismo que otorgar.

-Exactamente – con las mejillas ardiendo apartó su mano, avergonzada al advertir que por una vez su cabello estaba mejor que el de ella.

-Así que discutí el asunto con el director. Que, en su usual circunspecta manera, me aconsejó que consultara a una autoridad más alta.

-¿La administración de gobernadores?

-No – dijo Snape con algo de su vieja acidez -. Tu tío.

Por un momento, Maud le miró con incredulidad: entonces sus rodillas se combaron y Snape tuvo que sujetarla por los codos.

-Mi tío – susurró - ¿A eso fuiste a verle? Arriesgaste tu vida para pedirle…

-… su permiso, sí. Parecía la única cosa honorable que hacer bajo tales circunstancias. Y además, si no lo hiciera, él me mataría de verdad.

-Entonces esa nota…

-… era suya. En efecto. Aunque había una carta con ella también, dirigida a ti: ¿te gustaría leerla?

-Creo que será mejor que me siente – dijo Maud débilmente.

Querida Maudie,

Te estoy escribiendo estas líneas bajo la nariz vigilante de Dumbledore y tendré que ser rápido, ya que está ansioso de regresar a Hogwarts.

Tu profesor Snape es un pobre descarado, y demasiado seguro de si mismo si me lo preguntas. Pero por las barbas de merlín que tiene agallas. Y ya que no sólo salvó mi vida esta noche sino que recibió una (aquí varias palabras estaban tachadas) desagradable paliza al hacerlo, admitiré que puede que lo juzgase mal.

Sin embargo, eso habría sido suficiente para mí si no fuera por el chico Parnaby. Snape tuvo que matarle, o si no nos habría destruido a nosotros y a un trozo del país también. Pero él lo hizo con rapidez (de hecho con mucha más clemencia de la que se merecía el chico) y pude ver que no lo pasó bien.

Snape parecía conocer a Parnaby bien, probablemente le diera clases en Hogwarts. Me di cuenta también que P. era un poco parecido a Potter físicamente. De todas formas, cuando todo acabó, Snape tenía más mala cara de lo normal. Tendrás que estar pendiente de él en los próximos días, Maudie.

Apostaría a que nunca pensaste que verías el día en que te dijese que cuidases de Snape. Bueno, puede que sea un viejo matón (palabra tachada) pesado, pero espero todavía poder admitir cuándo me he equivocado. He estado rumiando mucho sobre lo que dijiste cuando estuviste aquí y creo que estoy empezado a verle el sentido. Sabía que tenías una cabeza sensata sobre tus hombros y siempre has sido más madura para la edad que tienes; pero aún así nunca pude imaginarme qué te hacía querer trabajar con un compañero como Snape. Ahora, sin embargo, he visto un poco de su verdadero ser. Y tiene que pensar mucho en ti, Maudie, o no habría arriesgado el pellejo viniendo a verme.

No sé lo que opinarás de todo esto. Dijiste que no estabas enamorada de Snape después de todo, y en ese momento pareciste creerlo. Así que puede que no nos lo agradezcas a ninguno de los dos. Pero después de lo que ha pasado esta noche, he decidido darle al hombre una oportunidad.

Tu querido tío,

Alastor Moody

PD. Yo tampoco estoy enamorado de Snape, así que asegúrate de mandarle a hacer las maletas si no le quieres. Siempre tuviste un corazón demasiado blando.

Detrás de esta carta había otra página, también escrita por la mano garabateante de su tío:

Yo, Alastor Moody, por la presente permito que el profesor Severus Snape le haga la corte a mi sobrina y pupila, Maud Margaret Moody, si por alguna razón ella decide permitírselo. Y si lo hace, será mejor que él mantenga su juramento de comportarse como un caballero. De lo contrario, por la presente juro perseguirle y maldecir sus (largo garabato) piernas. Y eso sólo será para empezar.

Firmado hoy 24, 1996,

Alastor Moody

Maud leyó ambas páginas dos veces para asegurarse de que no estaba imaginando cosas. Al final, lentamente, las bajo hasta su regazo y miró a Snape.

-Estás – dijo – loco.

-Si tú crees que eso es alarmante – dijo Snape – deberías haber escuchado el juramento – se acercó y cogió los papeles -. Estos permanecerán en secreto entre nosotros y el director. No obtuve el consentimiento de tu tío para que se beneficiaran algunos de la administración de gobernadores y ciertamente tampoco el Señor Tenebroso.

Maud asintió para sí: Voldemort no apreciaría nada que oliese a tregua entre uno de sus mortífagos y el muy conocido Ojoloco Moody. Ahora, como antes, lo mejor era mantener las distancias y pretender que la hostilidad entre Maud y su tío (como también la de su tío y Snape) era legítima.

-Por supuesto – dijo Snape con una voz inexpresiva, todavía mirando la carta – has recuperado la vista.

-Sí – dijo ella.

-Y por tanto tienes también… ciertas opciones… que no estaban abiertas a ti antes.

-¿Cómo cuáles? – ya las sabía, pero quería escuchárselo decir a él.

-Convertirte en Auror – hizo una pausa -. Después de todo es lo que siempre has querido. ¿No?

-Sí.

-Entonces… - se dirigió a zancadas hacia la chimenea, sujetando los papeles sobre el carbón encendido.

-Lo sabes mejor que eso – dijo Maud suavemente.

Él la miró y las líneas de su cara disminuyeron. Lentamente, bajó su brazo.

-Sólo quería que supieras – dijo – que tienes una opción.

-Ya he hecho mi elección – dijo ella -. No lo lamento.

Snape permaneció inmóvil, su alta y delgada figura ribeteada por la luz del sol en un luminoso dorado. Por un momento, a pesar de las severas facciones, de la piel cetrina y del cabello que caía lacio (pero no grasiento) sobre sus hombros, fue guapo.

-Yo tampoco – dijo él. Y entonces abrió los brazos y ella entró en ellos.

Por un largo momento se abrazaron, las manos de Maud acariciando los músculos de su espalda, el rostro de Snape enterrado en su cabello. Maud cerró los ojos, sintió un dolor agridulce en su corazón al darse cuenta de lo mucho que ambos habían ganado aquella noche y de lo mucho más que la vida de Athena (cuya aflicción aún la molestaba) podía haberse perdido.

Por supuesto, todavía tenían mucho que perder, especialmente ahora, sino vigilaban. Maud no temía que Snape traicionara sus verdaderos sentimientos favoreciéndola a ella demasiado: era más probable que pecase de ser demasiado estricto. De todas formas, él había vivido una farsa durante tantos años ya que añadir un elemento más a su subterfugio apenas importaría. Maud estaba más preocupada por mantener su propia discreción, sobre todo después de lo que había pasado con Muriel: sería mejor que se preparase en el futuro y no permitir que la pillaran otra vez.

Y hablando de que la pillaran…

-Tengo que irme – murmuró reticentemente contra los latidos de Snape -. Dumbledore me prometió un camino seguro de vuelta al dormitorio, pero no si esperaba mucho.

Lo sintió asentir. Snape se apartó un poco, la besó en la frente, en la mejilla y al final de todo, se entretuvo en su boca. Entonces la dejó ir, Maud cogió su capa y dejó la habitación sin decir palabra.

-¡Muriel! ¡Despierta! ¡Despierta!

La voz era de Annie Barfoot. Maud abrió sus nublados ojos y apartó la colcha de su cabeza justo para ver a la chica de pelo rizado agarrando a Muriel con ambas manos y sacudiéndola (una libertad que Annie nunca se habría atrevido a tomar bajo circunstancias normales).

-¿Qué? – farfulló Muriel, haciendo un esfuerzo inútil de apartar a Annie -. Quitadencima.

-Lucinda y yo acabamos de bajar al Gran Comedor – Annie parecía casi histérica -. ¡Y Slytherin ha perdido cincuenta puntos!

Maud se sentó lentamente, deslizó las piernas y empezó a vestirse en silencio. Se puso la negra túnica del colegio por la cabeza, luego cogió un cepillo y alisó su claro y sedoso cabello con varias cepilladas rápidas. Era extraño mirarse la cara de frente al espejo y no ver a Athena en su hombro también…

-¡TÚ! – gruñó la voz de Muriel detrás de ella.

Maud dio media vuelta y apartó de un golpe la mano de Muriel de su brazo.

-No me toques – dijo, pronunciando cada palabra con clara frialdad.

Los ojos de Muriel se cerraron en los de Maud y el color se escurrió de su cara. Retrocedió un paso, su expresión era precavida, casi temerosa.

-Así es – dijo Maud poniéndose a la altura -. Puedo ver. Así que dime, Muriel… ¿Por qué debería preocuparme cuántos granos de arena hay en el reloj de Slytherin esta mañana?

-Oh – chilló Annie -. ¡Oh, oh, oh!

-¡Cállate! - ladró Muriel, volviéndose contra ella - ¡O lárgate!

Annie juntó sus manos sobre su boca, sus ojos redondos como los de una lechuza, y se sentó abruptamente en el borde de la cama. Muriel la miró durante unos segundos antes de volverse hacia Maud y encontrar su mirada de nuevo, esta vez con una muestra de desafío.

-Bien – dijo -. Puede que no te importe. Pero al resto de nosotros sí… y te prometo, chica Moody, que te haremos sentirlo.

Maud sonrió.

-Puedes intentarlo – dijo -, pero te sugiero que te preguntes algo a ti misma, Muriel: ¿Porqué querría dejar Hogwarts por la noche, sola? ¿Y qué clase de poderes se necesitan para hacer que una chica ciega vea otra vez?

Annie se volvió de un delicado color verde, se levantó y corrió fuera de la habitación.

Muriel, por otro lado, parecía casi impresionada.

-Bueno, bueno – dijo -. ¿Qué estás tratando de decirme? ¿Que tienes amigos en puestos inferiores?

-Más superiores de lo que tú nunca llegarás.

-¿Amigos poderosos?

-Tú lo has dicho – dijo Maud.

Los ojos de Muriel estaban entrecerrados, evaluando.

-Ya veo – dijo al final, aunque Maud podía decir que no era así. Pero la falta de información nunca la había hecho dejar de hablar, y para el final del día el colegio estaría entusiasmado con algún rumor pernicioso u otro sobre cómo Maud había recuperado la visión. Probablemente varios rumores diferentes y contradictorios, de hecho.

-Entonces – dijo Muriel - ¿quién te pilló volviendo a hurtadillas al colegio? ¿McGonagall?

Maud estaba en silencio.

-Bueno, con ojos o sin ellos, chica Moody, ciertamente no me gustaría ser tú en los próximos días – se acercó a ella como si fuera a darle a un empujón, pero Maud retrocedió, sujetando su cepillo avisadoramente.

-Sólo te lo diré una vez más, Muriel. No me toques. Nunca.

Muriel la miró y abrió la boca para replicar, pero entonces la voz temblorosa de Annie llegó desde la puerta.

-Muriel… En la sala común… él te busca.

-¿Quién? – preguntó Muriel, todavía sin apartar sus ojos de Maud.

Annie tragó saliva.

-El profesor Snape.

El sonido del nombre de Snape fue apenas melódico, pero aún consiguió sensaciones inesperadas en la base de la espina de Maud. Puede que no se hubiese considerado enamorada de él hace cuatro días, o incluso ayer; pero que el Cielo la ayudara, porque lo estaba ahora. Es extraño, pensó, cómo una elección hecha con la mente puede tomar posesión rápidamente del corazón también…

-Será mejor que te vistas – le dijo a Muriel, con mucha más calma de la que sentía.

Furiosamente, Muriel se volvió, fue hacia su baúl y empezó a lanzar la ropa a su alrededor. Maud se sentó en el borde de su cama y se cepilló el cabello con largas y lentas cepilladas hasta que el golpe de la tapa del baúl al cerrarse le dijo que la chica había acabado: entonces se levantó y siguió a Muriel hasta la puerta.

Snape estaba de pie ante la chimenea, dando golpes con su dedo largo contra su brazo cruzado. Su mirada parpadeó hacia Maud cuando entraron, y por un instante sus se encontraron: pero su rostro permaneció inexpresivo, y al momento siguiente su atención se desplazó hacia Muriel por completo.

-Señorita Groggins – dijo vivificantemente -. Acompáñame.

Con los hombros encorvados, como si ya supiera y la amargara lo que se le venía encima, Muriel lo siguió fuera de la sala común. Maud lex contempló hasta que la puerta se cerró detrás de ellos. Entonces se volvió hacia Annie, que estaba de pie apoyada inciertamente sobre su codo, y dijo:

-Rápido, Annie. ¿Qué es exactamente lo que él dijo cuando entró?

La chica de pelo castaño sacudió la cabeza.

-Algo sobre una reunión y que se requería la presencia de Muriel… No puedo recordarlo – le lanzó una nerviosa mirada a Maud, luego se mordió el labio y dejó caer los ojos de nuevo -. ¿Crees que está en problemas?

-Sí – dijo Maud lentamente -. En realidad sí, lo creo.

-Entonces… - Annie parpadeó -. Quizás no fuiste tú. Quizás fuera ella. Los puntos, quiero decir. ¿Crees que... Quiero decir, que McGonagall… (Fue ella la que te pilló ¿verdad?) que dijera que le quitaba cincuenta puntos?

-No – dijo Maud, con una perfecta honestidad -. La profesora McGonagall no dijo nada de eso.

Muriel no apareció en el Gran Comedor hasta que el desayuno había casi terminado. Se dirigió a empujones hacia el banco al lado de Lucinda, tenía los ojos enrojecidos, y tragó un cuenco de gachas de avena sin hablar ni mirar a nadie. No parecía sentirse culpable, pensó Maud; parecía condenada. Y cuando Sprout, Flitwick, McGonagall y Snape entraron juntos en el Comedor unos minutos más tarde, las miradas de desconcierto y sorpresa que se intercambiaron de lado a lado en la mesa Slytherin se convirtieron en miradas de comprensión… y rabia.

Sabía que se metería en problemas uno de estos días! – siseó Lucinda tan pronto Muriel se hubo ido -. ¡Le dije que había ido demasiado lejos!

Annie asintió solemnemente.

-Hay cosas que tienes que callarte.

Aquello era algo hipócrita, considerando que Lucinda y Annie no eran sólo unas cotillas incorregibles, sino las principales portadoras de chismes de la propia Muriel. Maud suprimió las ganas de darles un guantazo, alcanzó otra tostada, y dijo:

-¿Como cuáles?

-Bueno… - Annie enrojeció –. Vamos, Maud, tú debes saberlo.

-Oh. Eso – Maud no tuvo problemas en disimular su divertimiento (aunque las razones eran diferentes de las que Lucinda o Annie pudiesen llegar a suponer) -. ¿Es que alguien se lo toma en serio?

Lucinda la miró, vergüenza y miedo se entremezclaron en sus acuosos ojos verdes.

-No… ya no – dijo -. Ahora que sabemos lo que estuviste haciendo de verdad.

Maud no tenía ni idea de lo que "sabían", pero asintió como si la tuviera.

-Total, he oído a algunos de Gryffindor hablando hace unos minutos – añadió Annie -, y decían que cuando McGonagall descubrió algunas cosas que Muriel había estado diciendo, se puso furiosa.

-Quizás a McGonagall le guste Snape – dijo Lucinda, riéndose.

Annie arrugó el entrecejo.

-Esto es serio, Lucinda. Escuché que Muriel podía ser expulsada.

Maud dudó que Annie hubiera escuchado algo de ese estilo: aunque fuera verdad, era imposible que las noticias hubieran corrido tan rápido. Pero Lucinda pareció aceptarlo como un hecho, y no dudó que el resto de la mesa Slytherin también lo haría pronto.

-Ey, Moody.

La voz venía de detrás de ella, un acento insolento que Maud conocía muy bien. Se giró en su asiento para mirar a Draco Malfoy de pie, con los brazos cruzados, sonriéndole malévolamente.

-Así que te ha vuelto la vista – dijo -. A mucha gente le gustaría saber cómo te las arreglaste con ésa.

Maud le dirigió una apretada sonrisa.

-¿Por qué no se lo preguntas a Annie y a Lucinda? – dijo, levantándose y ofreciéndole su sitio en el banco -. Ellas te contarán la historia mucho mejor de lo que yo nunca podría.

Todo aquel día Maud se preparó para las acusaciones y recriminaciones, segura de que alguien descubriría que ella y no Muriel había sido la causa de la horrorosa pérdida de cincuenta puntos. Pero nadie lo hizo. Y cuando la última clase acabó, Maud había oído un suficiente número espeluznante de pecados de Muriel para eclipsar incluso los peores rumores de ella (que era decir ya mucho) porque algunas de las teorías sobre cómo Maud había recuperado la vista eran bastante alarmantes. Muchas de ellas incluían Magia Oscura, criaturas oscuras, dudosos rituales de medianoche en el Bosque Prohibido, o una combinación de las tres. Una incluso iba tan lejos como para sugerir que hasta había matado a un unicornio.

Pero esos eran rumores de Slytherin. Los otros alumnos de séptimo curso (sobre todo los de Gryffindor) parecían tener una visión bastante diferente del tema. Como ellos lo veían, Maud había estado trabajando con Snape en una poción para restaurar su visión, y la pasada noche finalmente había descubierto el ingrediente que faltaba que lo haría funcionar. Entusiasmada, había ido a buscar a Snape, que acababa de volver de sus negocios fuera de Hogwarts, y los dos se dirigieron hacia las mazmorras a preparar la poción juntos.

Todo era muy simple en realidad. Por supuesto, salir del colegio después del toque de queda debería haberla hecho ganarse una reprimenda al menos: pero todo el mundo sabía que Snape favorecía a los Slytherin, y haría casi cualquier cosa para evitar que su Casa perdiese puntos. Sin embargo, había ignorado las difamaciones de Muriel hasta que los demás Jefes se habían juntado por fin y lo habían obligado a castigarla. Después de todo, no sólo estaba en juego la reputación de Snape como profesor sino también la propia reputación de Hogwarts…

-No sé cómo lo hiciste – dijo Maud suavemente hacia la cabeza torcida de George – ni por qué. Pero gracias.

Estaban sentados en el suelo del armario transportador, un montón de notas garabateadas entre ellos, mientras Maud se devanaba los sesos buscando ingredientes baratos y nuevas ideas que podrían hacer que los Sortilegios Wheasley fueran más que un éxito. Estaba haciéndolo lo mejor que podía (le debía a George demasiado para hacer menos), pero era más difícil de lo que se había imaginado centrar su mente en la tarea ante sus manos. Habían pasado muchas cosas en las últimas veinticuatro horas…

-Bueno – dijo George, todavía escribiendo con su pluma -, has recuperado tu vista, te mereces celebrarlo. Total, Muriel se había estado llevando todo el mérito. Prueba de su propia medicina y todo eso. Además, ¿me equivoco? Tú recuperaste tu vista… y fuiste a buscar a Snape.

Hubo un momento de horrible silencio. George levantó la vista lentamente, se encontró con los ojos de Maud… y sonrió abiertamente.

-No te sorprendas tanto – dijo -. Todavía tenía el mapa de Harry ¿recuerdas? Después de que salieras a toda velocidad de la lechucería, volví a los dormitorios y miré hacia dónde te dirigías. Habría ido tras de ti si no hubiera visto a Snape en el filo del mapa… Pero ya que parecías tener algún tipo de cita con él y habías estado actuando de un modo top-secret, me figuré que sería mejor no interferir.

Algún tipo de cita…. Bueno, eso era un modo de decirlo.

-¿Qué más viste? – le preguntó, tratando de mantener su voz casual.

-Te seguí hasta que te encontraste con Snape. Luego no parecía que pasase mucho, así que… - se encogió de hombros -. Me rendí y me fui a la cama. Supuse que debías estar bien: estabas con Snape después de todo. Puede que sea un miserable desgraciado y por lo que sé está engañando a Dumbledore para trabajar para Quien-tú-sabes, pero no sería tan estúpido como para hacerle daño a un alumno justo aquí en Hogwarts. Sobre todo a la sobrina de Ojoloco Moody.

El alivio bañó a Maud, y sintió que sus tensos músculos se relajaban.

-Pareces tenerlo todo resuelto – dijo.

-Bueno, tuve el tiempo suficiente para pensar en ello. Sobre todo después de que salieses corriendo anoche y me dejases allí con tu nueva lechuza guía – tenía una mirada astuta -. Así que… ¿Cómo recuperaste la vista?

-Justo como dice tu rumor… El profesor Snape y yo hicimos una poción.

-¿Que tomó un tiempo en funcionar?

Ella asintió.

-Genial – dijo George -. ¿Escribiste la receta? Porque apuesto que se vendería como churros.

Maud sonrió.

-Por cierto… - George dejó la pluma, puso los papeles a un lado y se levantó, sus ojos estaban serios ahora -. ¿Encontraste a Dumbledore? Parecías bastante preocupada de que no estuviera allí anoche.

-Yo… - titubeó, escogiendo las palabras cuidadosamente -. No quería hacer nada sin consultarle. Era una situación difícil y pensé que necesitaría su ayuda.

-Bueno, parece que te las supiste arreglar muy bien.

-Sí – sus ojos se encontraron con los de él -. Gracias a ti.

George continuó contemplándola gravemente por un momento: luego se inclinó hacia delante, cerró los ojos, y frunció los labios de un modo tan exagerado que Maud estalló en una carcajada.

-¿Es ésa – dijo – tu idea de una recompensa?

George sonrió ampliamente y se sentó de nuevo.

-Nah, sólo que no podía soportar el melodrama.

Maud agarró su mochila y se la tiró a la cabeza: él la esquivó y cayó hacia atrás, riéndose.

-Eres incorregible – le acusó Maud, incapaz de evitar una sonrisa. Era un alivio pensar que cualquier cosa que hubiera pensado de su comportamiento la otra noche, no había herido sus sentimientos.

-Sí – dijo George alegremente, devolviéndole la mochila -. Ahora sería mejor que te fueras, señorita Moody. Alguien se estará preguntando dónde estás.

-Tienes razón – haciendo una mueca por la rigidez de sus músculos, Maud se puso de pie -. Lo que me recuerda… ¿Dónde está Fred?

-No sé. No le he visto desde la última clase.

-¿No sabía que nos íbamos a encontrar aquí? – Maud estaba sorprendida: los gemelos Weasley raramente estaban separados.

-No.

Una peculiar sospecha creció dentro de su mente.

-George… ¿Cuánto sabe Fred?

-Er… - George hizo una pausa, frunciendo el ceño, y miró al techo como si compilase una lista mental -. En realidad… nada.

La boca de Maud se abrió.

-¿Ni siquiera sabe nada… sobre esto? ¿De que hicimos un trato… de que te estoy ayudando?

-No – le dirigió una perversa sonrisa -. Tan sólo piensa en lo listo que voy a parecer.

-Pero tú has hecho una apuesta sobre… tu has apostado. ¿Quieres decir que… que no le dijiste lo que yo te conté?¿No os reunisteis?

-No.

-Y anoche… ¿No estaba él contigo cuando miraste al mapa?

-No.

-Pero… - Maud le miró, impotente -. Pensaba que lo hacíais todo juntos.

-¡Ni la mitad! – dijo él, parecía indignado. Entonces cedió y dijo -: Bueno, está bien, un poco más que la mitad. Pero no todo. Yo no le pregunto a Fred todo lo que hace cuando yo no estoy, ¿no? Todo el mundo tiene un poco de intimidad.

Maud todavía estaba sorprendida, pero no iba a discutir.

-De acuerdo – dijo, y se volvió para irse.

-Además – murmuró George -, si se lo dijera, tendría que pagarle diez Galeones ¿no?

Maud se quedó de piedra.

Notas de la traductora:

Tarde... Aunque más vale tarde que nunca...