Dorado y cálido

por Karoru Metallium

III

Miel Silvestre

Nota: Se habrán dado cuenta de que estoy retrocediendo en el tiempo (yo y mis manías)... el primero fue el POV de Seto una vez establecida cierta 'relación' entre los dos, el segundo el POV de Joey acerca de la primera vez que estuvieron juntos, y lo que sigue ahora es una especie de flashback acerca de cómo empezó todo. Primero vamos con el POV de Seto, algo angsty como corresponde a su carácter, y advierto que hay su dosis de lemony. Sé que empecé la casa por el techo, pero me pareció divertido y lo sigue siendo xDDDDD.

Este cap es un regalo de cumpleaños (28-08) para Maryaneth, mejor conocida como Serena Avalon, amiga y paisana amante del lemon... nos vamos haciendo viejas, mana, pero sigues siendo un día más vieja que yo xDDDDD.

***********************************

No puedo recordar el momento preciso en el que todo empezó, por supuesto, pero debe haber sido hace un par de años. Y ni siquiera en ese entonces me daba cuenta de que un sentimiento peligroso estaba anidando dentro de mí; es tan fácil perder de vista cualquier sentimiento entre la maraña de responsabilidades y negatividad que es mi cabeza...

Después de todas aquellas aventuras en las que me vi envuelto, seguía en contacto con la pandilla de Yugi Motou a través de Mokuba; no podía separarlo de ellos, porque son los únicos amigos verdaderos que ha hecho. Son los únicos a los que mi hermano les importa como persona y no como el heredero de una fortuna, y eso no puedo negarlo; incluso me siento agradecido por la amistad que le han demostrado a lo largo de los años, aunque no está en mí expresarlo.

Hace un par de años aún era menor de edad, había decidido retirarme de la arena de duelo para dedicarme por completo a dirigir mi compañía y criar a mi hermano, y debía vigilar mis movimientos para no dar un paso en falso... creo que por eso tardé aún más en darme cuenta. Recuerdo haber sentido ciertas vagas punzadas de anhelo al mirarlo, nada específico, y en ese entonces pude confundirlo fácilmente con disgusto y hacerlo a un lado en mi mente.

Un año y pocos meses después me convertí legalmente en un adulto, y con la libertad de hacer lo que quisiera con mi vida y mi negocio, más el alivio de tener a Mokuba al fin a mi cargo sin temer que pudieran quitármelo, me vi obligado a enfrentar lo que sentía.

Pero no podía aceptarlo, rechacé la idea con todo mi ser. Primero, era un hombre. Jamás me había sentido atraído hacia nadie, y nunca pensé que si llegaba a sucederme sería con alguien de mi propio sexo. Segundo, era Wheeler; era una locura, era algo estúpido, era una enfermedad, era... era...

Ojos hechiceros brillando de furia.

Manos inquietas enredadas en cabellos despeinados, dorados como el sol.

Una sonrisa tonta y tan hermosa a la vez. Una sonrisa capaz de ponerte de rodillas.

Mi subconsciente es mucho más retorcido de lo que yo pensaba o creía, y diseñaba imágenes para atormentarme, para afectarme de maneras imprevisibles e incontrolables. Algunas veces esas imágenes eran demasiado para mí, y terminaba duro en mis pantalones, tan excitado que cualquier cosa que estaba haciendo en el momento tenía que esperar.

A veces estando solo podía calmarme y mi mano bajaba a mi regazo, descartaba las barreras constrictoras de la ropa y se deslizaba sobre mi piel atormentada hasta envolverla por completo, frotando y apretando, olvidando todo y dejando a un lado toda dignidad.

Pero era inútil.

Algunas veces fantaseaba. Al principio me molestaba, me hacía sentir enfermo después, cuando examinaba desapasionadamente el material de mis fantasías; pero éstas no cesaban. Con el tiempo, la incomodidad y la culpa que me producían disminuyó hasta desaparecer y las fantasías ganaron al fin, porque me ayudaban a mantener la mente ocupada y a controlarme un poco en las escasas ocasiones en las que lo veía.

Fui indulgente conmigo mismo. Me decía que era sólo lujuria, que ésta era la forma en la que mi mente y mi cuerpo buscaban liberarse después de toda una vida de represión y deseos de autodestrucción; sin embargo, no sentía deseos de desfogar mis frustraciones en nadie más, ni hombre ni mujer.

Por eso darme cuenta de que lo que sentía no era sólo un simple caso de lujuria insatisfecha, fue lo peor para mí. La pasé mal, muy mal.

Tan hermoso.

Tan inocente, tan leal y tan confiado.

¿Alguien te ha tocado? ¿Alguien ha tomado esa inocencia?

Me hizo sentir peor, y me recluí en mí mismo más que de costumbre. Él a veces me miraba, y yo me maldecía por devolverle la mirada alguna que otra vez.

Lo he mirado por un rato muy largo. Va a darse cuenta.

No puedo pensar, no puedo.

Mi imaginación trabajaba horas extras sin que yo pudiera evitarlo o decir una sola palabra al respecto. Algunos días los pasaba bien y apenas pensaba en él, pero bastaba que fuera un día a llevar a Mokuba a casa de Yugi y me lo tropezase en la entrada, bastaba que él me mirase con esos ojos límpidos y brillantes a veces llenos de curiosidad y a veces de disgusto, para que la cabeza me diera vueltas.

Creí que sabía lo que era la tortura física y psicológica; después de todo, me crié en un orfanato y Gozaburo Kaiba no fue precisamente el padre ejemplar que Mokuba y yo necesitábamos, sino un hombre detestable y cruel que destruyó cualquier ilusión que yo pudiera tener. Logré salvar a mi hermano, pero pagué el precio con dolor físico y mental y acabé siendo este cascarón vacío que sólo puede dar al mundo frialdad y desprecio.

Pero había otra clase de tortura de la cual yo no sabía nada hasta que empecé a darme cuenta de lo que sentía por Joey. Despertar en las noches con el corazón desbocado por el punzante dolor de necesitar lo que no puedo tener, eso es tortura. Sentarme en la cama, desvelado, tratando de pensar en algo que pudiera purgar el veneno que corre por mis venas, es tortura. El pensar en enfrentarlo y sentir que pierdo el control, eso va más allá de la tortura.

Maldito seas, Joey Wheeler. Te odio por hacerme esto. Te odio por ser tan puro, tan hermoso.

Te odio por no ser mío.

Me detenía a considerar su lado humano, sin relacionarlo con el sexo o el deseo, y sólo lograba darme cuenta de que cada vez lo necesitaba más y más; no podía dejar de verlo, no podía evitar tropezármelo, no podía evitar las palabras frías e hirientes que le dirigía si por casualidad me hablaba. Era como una droga.

Y sentía miedo, miedo de que alguien lo tuviera como yo no podía. Quizás esa zorra rubia, Mai, que siempre se las arreglaba para tocarlo o colgarse de su brazo. Quizás su amigo, el tal Tristán, que era uña y carne con él desde la infancia.

Claro que era una estupidez tener celos de alguien como él; por supuesto que alguien que resplandecía tan lleno de vida tenía que atraer por fuerza la mirada y los deseos de las personas que estuvieran a su alrededor. Alguien tan opuesto a mí como el día lo es a la noche, alguien tan inconscientemente seductor que me dolía pensar en él, podía tener el mismo efecto en otros.

Me miras con esos ojos llenos de estrellas, perdidos, enormes, mientras tu mano se desliza sobre tu propio miembro erecto frente a mí, mostrándome el espectáculo de lo que puedo tener. Esas pestañas de un largo indecente aletean sobre el canela claro de tus pupilas hasta ocultarlas del todo, mientras mis ojos hambrientos siguen los movimientos de tus manos...

Locura. Una enorme locura. Pero funcionaba.

De pronto abres los ojos y te inclinas hacia mí, tu lengua rosada lamiendo mi pecho, mi abdomen, bajando más y más... oh, sí, quiero tu boca pequeña y caliente sobre mí, hazlo, por favor... por piedad...

Él hubiera querido matarme si supiera cómo lo imaginaba, seguro.

Siento dolor cuando tu boca abandona mi carne, pero siento alegría cuando giras en mi regazo para ofrecerme tu espalda, y mi boca succiona justo en el lugar donde sé que te gusta, allí donde tu cuello se une con tu hombro, haciéndote estremecer. Me gusta tu sabor a miel silvestre, dulce y picante a la vez. Me gusta la sensación de mis manos agarrando con fuerza la carne firme de tu trasero...

De pronto estoy dentro de ti y sé porqué se me hacía insoportable la espera para sentir tu carne apretándome, porqué no podía esperar para embestirte hasta que los espasmos recorren todo tu cuerpo y tu voz suena ronca de tanto gritar de placer.

¿Lo ven? Funcionaba.

No puedo respirar estando dentro de ti. Es un sentimiento tan dulce, tan puro. Es el paraíso.

Locura de amor, pero funcionaba.

Sí, de amor. Nada menos, nada más, todo.

Maldecía al darme cuenta de que todo era un ensueño, un ensueño que me había tenido inmóvil durante casi veinte minutos, mirándolo casi con la boca abierta. Sus ojos estaban sobre mí, y por un momento sentía miedo de que pudiera haber visto reflejado en los míos todo lo que estaba pensando y sintiendo.

Me sentía como un animal repugnante, casi babeando frente a él y con la erección más grande que había tenido en toda mi deprimente vida. Suerte que estaba sentado y que el maletín con los papeles de la oficina estaba en mi regazo, porque si no, todos se hubieran dado cuenta de mi lamentable estado...

- ¿Te pasa algo, Seto? - los ojos de Mokuba, sentado a mi lado, estaban llenos de preocupación - Has estado sentado ahí por mucho rato sin decir ni una palabra...

- Sólo estaba pensando en un asunto que tengo que resolver - le dije, acariciando su cabello negro con devoción. Soy un asqueroso miserable. Si mi inocente hermano supiera lo sucia que está la mente de su hermano mayor, las cosas que esa misma mano que ahora acariciaba su inocente cabeza estaba haciéndole a su amigo Joey en mis fantasías enfermas...

Ése era sólo un ejemplo del efecto que tenía en mí el estar a sólo unos pasos de él sin poder tocarlo, tan cerca y a la vez tan lejos. ¿Qué opciones tenía? Debía poder recuperar aunque fuera un poco de autocontrol, pero sólo tenía que verlo para comprender que la mía era una batalla perdida.

Notaba que me miraba, pero sólo lo hacía cuando pensaba que mi atención estaba puesta en otra parte. Parecía que quería decirme algo, lo decían sus gestos vacilantes y alguna que otra mirada incómoda, pero no se atrevía a hablarme; quizás porque cuando lo hacía, mi lengua era un látigo que lo hería cuando todo lo que quería hacer era acariciarlo.

Lo miraba a veces durante largos ratos y veía cómo cambiaba bajo mi escrutinio: fruncía el ceño, perdía el hilo de la conversación, y a veces frotaba sus manos contra su camiseta, como secándolas. ¿Nervios? Él nunca había ocultado que le desagradaba mi compañía, pero no creo que alguna vez lo haya puesto nervioso; enfadado sí, nervioso, no.

Y así continuamos, semana tras semana, hasta que yo sentía que siempre había sido así, que teníamos un patrón que no cambiaba jamás: yo lo miraba cuando él no me miraba, y él me miraba cuando yo no miraba. Muchas veces eso ocurría sin que se cruzasen palabras entre nosotros durante horas, y sin que él dejase de parlotear, discutir, jugar o lo que fuera con los demás.

Hasta ese día en la cafetería.

Yo acompañaba a Mokuba a ver a sus amigos, como siempre. Me decía a mí mismo que era necesario, que quería hacerlo para poder pasar más tiempo con mi hermano y fortalecer el lazo que nos unía; después de todo, yo era para él más que un hermano: era su padre, su héroe. Qué hipócrita. Quería compartir con Mokuba, sí, pero también quería ver al cachorro dorado, quería deleitarme y torturarme observándole.

Sin embargo, al poco tiempo de llegar el grupo se dispersó en diferentes actividades, y cuando me di cuenta ya era tarde: nos habíamos quedado a solas Joey y yo, en el mismo asiento aunque con el máximo de espacio posible entre los dos. Sin embargo, si respiraba con fuerza podía sentir aquella extraña combinación de miel y especias que era su olor personal, algo dulce mezclado con la transpiración causada por su incesante manera de moverse en aquel día cálido.

Él estaba más inquieto que de costumbre, y yo no podía irme sin chocar con él; estaba sentado en una esquina, del lado de los ventanales, y para salir tenía que pedirle que se apartara. Y prefería no hablarle... no sabía qué podía escapárseme.

Pero no iba a poder zafarme, porque él quería decirme algo. Quería preguntarme algo, y en ese preciso momento se atrevió a hacerlo.

- ¿Porqué?

Fingí no comprender, y me las arreglé para que mi rostro sólo expresara frialdad y hastío.

- ¿Porqué qué? No sé qué está pasando por tu patética cabeza, Wheeler. No soy psíquico - dije secamente, sin mirarle. Más que verlo, sentí cómo se enfadaba.

Tan apasionado, tan vehemente, tan precipitado.

- ¡Claro que lo sabes, ricachón! ¿Porqué me miras así?

- No te estoy mirando.

- Ahora, no. Pero siempre lo haces, siempre estás mirándome, ¿creíste que no me daba cuenta, o qué? ¿PORQUÉ ME MIRAS ASÍ?

- ¿Porqué levantas la voz? ¿Tienes que ladrar siempre?

- ¡GRR! ¡CONTÉSTAME, KAIBA!

- Yo te miro como miro a todo el mundo. Aunque, pensándolo bien, quizás tú me entretienes un poco más que el resto; es divertido observar a un humano comportándose como un perro...

- A mí no me vengas con esa porquería - respiraba hondo, tratando de controlarse. Yo lo miraba con el rabillo del ojo, cada vez con más ganas de saltarle encima -, me miras raro, pero no como si me analizaras, sino como si quisieras algo de mí...

- ¿Qué podría querer yo de ti?

- ¿Cómo carajo quieres que lo sepa si no me lo dices? ¿Quién sabe qué pasa por tu cabeza? No soy psíquico.

El uso de mis propias palabras en mi contra, y el tono en que lo hizo, me hicieron enfadar un poco. He sido muy duro con él siempre, pero siempre en nuestro mutuo resentimiento hubo algo que no creé yo. Una sospecha basada en aquella primera mirada entre nosotros, esa chispa que rápidamente se convirtió en rabia y antipatía. Claro que yo alimenté generosamente esa chispa, pero no fui yo quien la creó, ni puedo borrarla; siempre estuvo allí, entre nosotros, cuando sus ojos brillaban con rabia y desafío o cuando mi propia irritación provocaba que le dirigiera palabras insultantes.

Las costumbres se hacen leyes. En todos estos años me acostumbré a menospreciarlo; era cómodo detestarlo, y extraño y humillante...

¿Qué?

Desearlo, anhelarlo. Sentir que cada día sin mirarme en esos ojos castaños que me observaban como si quisieran entrar en mi cabeza y saber lo que pensaba, era un día más de vacío en mi vida. Es algo extraño, pero ya me estoy acostumbrando a ello, al igual que antes me acostumbré a menospreciarlo y a ignorar sus obvias cualidades.

- ¿Quieres saber qué quiero de ti? - pregunté, y mi voz salió muy suave, casi en susurro. Él me miró como hipnotizado; de una manera totalmente inconsciente se había inclinado hacia mí, disminuyendo la distancia que nos separaba.

- Sí...

No supe cuál de los dos inició el beso y no me importó. Sus labios eran suaves pegados los míos, su aroma era dulce e intoxicante, y aunque no nos tocábamos podía sentir el intenso calor que irradiaba su cuerpo, como si tendiera sus brazos hacia mí y me envolviera en su mundo dorado.

Fue muy, muy breve. Tardé un poco en recuperar la compostura cuando nos separamos, y miré a mi alrededor: nadie parecía haberse dado cuenta de que nos habíamos besado, todo el mundo estaba pendiente de sus propias conversaciones, y había sido tan breve que hubiera sido difícil notarlo estando como estábamos, en una de las mesas de la esquina.

Lo miré. Estaba deliciosamente sonrojado, y su respiración agitada, como si acabara de correr una maratón, corría parejas con la mía. No parecía asqueado, ni horrorizado por lo que acababa de ocurrir entre los dos; su rostro sólo expresaba sorpresa y agitación, y algo más que no alcancé a definir en ese momento.

Entonces supe que esto era apenas el comienzo. No sabía qué me deparaba el destino, pero sabía que quería y debía intentar tener a Joey Wheeler a mi lado.

***********************

N.A.: En el siguiente seguro que vuelvo con Joey. Estas introspecciones pueden resultarle fastidiosas a más de uno, pero yo disfruto metiéndome en la cabeza de esa gente como ustedes no tienen idea xDD. Gracias a mis reviewers por darme ánimos para seguir: Fantasy_Krystal, Ken Ohki, Denisse, Kami-chan (¿verdad que son lindísimos? ^^), Suisei (ya ves, sí estoy retrocediendo en el tiempo. Y ése es Joey, impulsivo, bocón, apasionado... rico ^^) y Cho Chang de Black (thankyou!).