Cuento Bohemio
Capítulo III
Fanfic by Kitzune Alexxx
El festín de la boda fue alegre. Los convidados se oprimían alrededor de las largas mesas; un ciervo entero se levantaba en medio del aderezo de la mesa con sus altos cuernos cargados de flores y de frutas; los escuderos trinchaban los cabritos rellenos de alfónsigos, y hacían pasar en platos de plata los faisanes de alas de oro y de cabeza de púrpura. Los vinos generosos circulaban en las copas espumosas; el rosado vino de Hungría, el blanco de Alemania y el rojo de Francia. Cuando se habían hecho abundantes libaciones, cuando más de un convidado, deslizándose suavemente de su silla, yacía bajo la mesa, trajeron un "wiedorcomo" antiguo; era un vaso inmenso adornado de esmaltes de vivos colores, especie de copa de Hércules que contenía la embriaguez de veinte hombres; se le llenó hasta el borde de tokai real; y los dos padres brindaron primeramente por la dicha de sus hijos, ¡por la dicha y el amor! Todos los invitados hicieron lo mismo y el wiedorcomo volvió a los esposos cargado de votos.
Wu Fei lo ofreció a su joven esposo; pero apenas Quatre hubo tocado su borde con su rosado labio, la copa se vació como por un bebedor invisible. El se volvió. –¿Qué vería?– Yo no lo sé; pero puso un dedo sobre su boca, con ese gesto que dice; "Silencio y cuidado".
Y... ni una gota para mí. –repuso el joven príncipe chino con tono de dulce reproche– Brindaré pues por mi felicidad en una copa vacía. El príncipe Quatre no tiene mas que una flor en su ramillete, dijo una voz entre la multitud.
La verónica había desaparecido; la flor de la fidelidad...
Llegó la noche; las mesas fueron quitadas; se derramaron perfumes; se encendió la aromática cera sobre los candeleros de hierro dorado; heraldos de armas, grandes como gigantes, inmóviles como rocas, se mantenían en las puertas elevando en sus manos antorchas de resina. Ya las orquestas resuenan y los dulces preludios conmoviendo las almas, invitan al placer. Se baila. Todos admiran la inefable gracia de Quatre, su talle flexible, sus movimientos armoniosos, su cuerpo todo obedeciendo las dulces leyes de la medida y de la cadencia. Tiene el encanto del ave que vuela, sus alas no se ven, pero se adivina que las tiene. Sobre el pavimento luciente dan vuelta sus pies ligeros. Nada puede hacerse sino mirarle; se siente uno feliz, pero de tiempo en tiempo, con mucha frecuencia quizá, su mirada inquieta se vuelve hacia la puerta de entrada, o consulta furtivamente la aguja del reloj grande, cuyo péndulo de oro va y viene en su caja de madera negra. El baile estaba en todo su brillo. Jamás fiesta tan espléndida había animado el antiguo palacio de los Chang, y nadie, excepto el joven desposado, y tal vez su esposo, pensaba en que ya era media noche, sin embargo, las violas y los oboes preludiaban un vals, tres o cuatro caballeros se adelantaron hacia Quatre.
Ni a vos. –dijo Quatre al primero– ni a vos tampoco... a nadie; lo he prometido. –y miró al reloj.
Nadie entró: los jóvenes se retiraron respetuosamente, la primera de las doce campanadas se dejó oír en el timbre sonoro, la mirada de Quatre brilló y la flor de la sonrisa abrió en su boca, pero no eran ni la mirada, ni la sonrisa de los vivos, se hubiera dicho que sonreía a los ángeles y que miraba al cielo.
Adelantó una mano que ninguno de los invitados se atrevió a tomar, se levantó de su silla e hizo dos pasos como para ensayar el compás, la orquesta había comenzado el vals, y los danzantes, en enlazadas parejas, giraban en armonioso torbellino, en medio de ellas, Quatre se lanzó solo, con el brazo izquierdo suspendido y apoyado en la espalda de un caballero invisible, la cintura doblada ligeramente, la mano derecha delante, extendida y como abandonada a la blanda presión de una mano amiga. Valsaba. Los hombres le admiraban, las mujeres le envidiaban: nunca había estado tan bello y extraordinario como entonces. Un compás perfecto conducía todos sus movimientos: una expresión celestial transfiguraba su semblante; se había tornado etéreo y diáfano, como esas hijas del aire que caminan sobre los juncos de los lagos sin inclinarlos siquiera. En lugar de fatigarse, como las otras, en el rápido círculo, parecía encontrar en el nuevas fuerzas, y sentirse más ligero a cada vuelta que daba. Su talón tocaba de tiempo en tiempo el suelo, que no abandonaba la punta de su pie, las otras parejas se habían detenido para verlo mejor. El valsaba siempre, su cabeza se volvía a menudo sobre sus espaldas y sus ojos se adormecían en la vaguedad del éxtasis. Nadie se atrevía a detenerlo, su joven esposo hizo una señal a la orquesta, y en lugar de volver a comenzar el tema del vals sin fin, fue amortiguando poco a poco su compás; y los oboes no hicieron oir más que una nota lánguida y entrecortada por los suspiros, y las violas se extinguieron en un dulce estremecimiento. Quatre volvió a su asiento, y antes de tomarlo hizo una gran reverencia. Wu Fei se acercó a él.
¿Porqué, amormío, has bailado solo cuanto tantos señores te invitaban? –preguntó Wu Fei. ¿Solo? No, yo he bailado con ese caballero del jubón negro, de la negra toca y de las plumas negras. –repuso con serenidad y esbozando una sonrisa hermosa el rubio. ¿En dónde está, que no lo veo? Allí cerca de la pared; ahora nos mira. ¡Es extraño yo no lo veo, ni nadie le ha visto! ¿Cómo se llama? Se llama Trowa. –Dijo Quatre ruborizándose. ¿Trowa?... corazón mio, pero Trowa ha muerto. ¡Muerto! ¿Y cuando... en dónde? –Con una vos quebrándose y los ojos abriéndose en sorpresa. Ayer a media noche, los marineros han encontrado su cadáver entre las cañas, cerca de la isla de los Cazadores.
Quatre inclinó la frente, y mirando su cintura percibió que había perdido su tercera flor. La inmortal, la flor de la constancia.
¡Ah! –murmuró con una sonrisa extraviada– Trowa ha muerto y yo... –en sollozos, casi en un estado de shock– y yo... también estoy muerto.
Y cayó en los brazos de Wu Fei... sin un latido más de su corazón enamorado...
Owari.
Este de plano me quedó cortito, pero aún así espero que lo hayan disfrutado al leerlo, gracias Q-chan por permitirme publicar el fic, ya que yo te lo regalé con mucho cariño por ser una gran amiga, gracias...
Capítulo III
Fanfic by Kitzune Alexxx
El festín de la boda fue alegre. Los convidados se oprimían alrededor de las largas mesas; un ciervo entero se levantaba en medio del aderezo de la mesa con sus altos cuernos cargados de flores y de frutas; los escuderos trinchaban los cabritos rellenos de alfónsigos, y hacían pasar en platos de plata los faisanes de alas de oro y de cabeza de púrpura. Los vinos generosos circulaban en las copas espumosas; el rosado vino de Hungría, el blanco de Alemania y el rojo de Francia. Cuando se habían hecho abundantes libaciones, cuando más de un convidado, deslizándose suavemente de su silla, yacía bajo la mesa, trajeron un "wiedorcomo" antiguo; era un vaso inmenso adornado de esmaltes de vivos colores, especie de copa de Hércules que contenía la embriaguez de veinte hombres; se le llenó hasta el borde de tokai real; y los dos padres brindaron primeramente por la dicha de sus hijos, ¡por la dicha y el amor! Todos los invitados hicieron lo mismo y el wiedorcomo volvió a los esposos cargado de votos.
Wu Fei lo ofreció a su joven esposo; pero apenas Quatre hubo tocado su borde con su rosado labio, la copa se vació como por un bebedor invisible. El se volvió. –¿Qué vería?– Yo no lo sé; pero puso un dedo sobre su boca, con ese gesto que dice; "Silencio y cuidado".
Y... ni una gota para mí. –repuso el joven príncipe chino con tono de dulce reproche– Brindaré pues por mi felicidad en una copa vacía. El príncipe Quatre no tiene mas que una flor en su ramillete, dijo una voz entre la multitud.
La verónica había desaparecido; la flor de la fidelidad...
Llegó la noche; las mesas fueron quitadas; se derramaron perfumes; se encendió la aromática cera sobre los candeleros de hierro dorado; heraldos de armas, grandes como gigantes, inmóviles como rocas, se mantenían en las puertas elevando en sus manos antorchas de resina. Ya las orquestas resuenan y los dulces preludios conmoviendo las almas, invitan al placer. Se baila. Todos admiran la inefable gracia de Quatre, su talle flexible, sus movimientos armoniosos, su cuerpo todo obedeciendo las dulces leyes de la medida y de la cadencia. Tiene el encanto del ave que vuela, sus alas no se ven, pero se adivina que las tiene. Sobre el pavimento luciente dan vuelta sus pies ligeros. Nada puede hacerse sino mirarle; se siente uno feliz, pero de tiempo en tiempo, con mucha frecuencia quizá, su mirada inquieta se vuelve hacia la puerta de entrada, o consulta furtivamente la aguja del reloj grande, cuyo péndulo de oro va y viene en su caja de madera negra. El baile estaba en todo su brillo. Jamás fiesta tan espléndida había animado el antiguo palacio de los Chang, y nadie, excepto el joven desposado, y tal vez su esposo, pensaba en que ya era media noche, sin embargo, las violas y los oboes preludiaban un vals, tres o cuatro caballeros se adelantaron hacia Quatre.
Ni a vos. –dijo Quatre al primero– ni a vos tampoco... a nadie; lo he prometido. –y miró al reloj.
Nadie entró: los jóvenes se retiraron respetuosamente, la primera de las doce campanadas se dejó oír en el timbre sonoro, la mirada de Quatre brilló y la flor de la sonrisa abrió en su boca, pero no eran ni la mirada, ni la sonrisa de los vivos, se hubiera dicho que sonreía a los ángeles y que miraba al cielo.
Adelantó una mano que ninguno de los invitados se atrevió a tomar, se levantó de su silla e hizo dos pasos como para ensayar el compás, la orquesta había comenzado el vals, y los danzantes, en enlazadas parejas, giraban en armonioso torbellino, en medio de ellas, Quatre se lanzó solo, con el brazo izquierdo suspendido y apoyado en la espalda de un caballero invisible, la cintura doblada ligeramente, la mano derecha delante, extendida y como abandonada a la blanda presión de una mano amiga. Valsaba. Los hombres le admiraban, las mujeres le envidiaban: nunca había estado tan bello y extraordinario como entonces. Un compás perfecto conducía todos sus movimientos: una expresión celestial transfiguraba su semblante; se había tornado etéreo y diáfano, como esas hijas del aire que caminan sobre los juncos de los lagos sin inclinarlos siquiera. En lugar de fatigarse, como las otras, en el rápido círculo, parecía encontrar en el nuevas fuerzas, y sentirse más ligero a cada vuelta que daba. Su talón tocaba de tiempo en tiempo el suelo, que no abandonaba la punta de su pie, las otras parejas se habían detenido para verlo mejor. El valsaba siempre, su cabeza se volvía a menudo sobre sus espaldas y sus ojos se adormecían en la vaguedad del éxtasis. Nadie se atrevía a detenerlo, su joven esposo hizo una señal a la orquesta, y en lugar de volver a comenzar el tema del vals sin fin, fue amortiguando poco a poco su compás; y los oboes no hicieron oir más que una nota lánguida y entrecortada por los suspiros, y las violas se extinguieron en un dulce estremecimiento. Quatre volvió a su asiento, y antes de tomarlo hizo una gran reverencia. Wu Fei se acercó a él.
¿Porqué, amormío, has bailado solo cuanto tantos señores te invitaban? –preguntó Wu Fei. ¿Solo? No, yo he bailado con ese caballero del jubón negro, de la negra toca y de las plumas negras. –repuso con serenidad y esbozando una sonrisa hermosa el rubio. ¿En dónde está, que no lo veo? Allí cerca de la pared; ahora nos mira. ¡Es extraño yo no lo veo, ni nadie le ha visto! ¿Cómo se llama? Se llama Trowa. –Dijo Quatre ruborizándose. ¿Trowa?... corazón mio, pero Trowa ha muerto. ¡Muerto! ¿Y cuando... en dónde? –Con una vos quebrándose y los ojos abriéndose en sorpresa. Ayer a media noche, los marineros han encontrado su cadáver entre las cañas, cerca de la isla de los Cazadores.
Quatre inclinó la frente, y mirando su cintura percibió que había perdido su tercera flor. La inmortal, la flor de la constancia.
¡Ah! –murmuró con una sonrisa extraviada– Trowa ha muerto y yo... –en sollozos, casi en un estado de shock– y yo... también estoy muerto.
Y cayó en los brazos de Wu Fei... sin un latido más de su corazón enamorado...
Owari.
Este de plano me quedó cortito, pero aún así espero que lo hayan disfrutado al leerlo, gracias Q-chan por permitirme publicar el fic, ya que yo te lo regalé con mucho cariño por ser una gran amiga, gracias...
