CAPÍTULO 3: El regreso

Tohma se lo contó todo.

Estuvo hablando durante casi tres cuartos de hora, mirando aterrado a un rincón de la habitación como si lo que le contaba estuviera pasando de nuevo ante sus ojos, representado por unos fantasmas visibles sólo para él.

Mika escuchó toda la historia sin decir una palabra, notando como su pulso se aceleraba y se le nublaba la vista al imaginarse las horribles escenas que relataba la voz rota de Tohma.

Después hubo un largo silencio. Un silencio estremecedor en el que los dos jóvenes analizaban su horror, en el que sólo se escuchaba la desacompasada respiración de Seguchi.

Tohma se giró hacia ella. Mika sintió un escalofrío al ver la expresión de su cara. Casi le daba miedo. Nunca había visto a Tohma así, tan desquiciado, sin tener, por una vez, el control de la situación, ni siquiera de sí mismo. Tohma la miraba con los ojos desencajados, como si no la conociera. Su labio inferior empezó a temblar.

Finalmente, se derrumbó. Cayó sollozando entre sus brazos, lanzando unos aullidos de dolor que le helaron la sangre. No recordaba haberle visto llorar antes, del mismo modo que no recordaba haber escuchado nunca un llanto tan desgarrador. Tohma se había venido abajo, y había sido a ella, a ella, a quien había escogido para confesarle su miedo, su culpa, su desesperación. Tenía a Tohma, roto por el dolor, buscando consuelo entre sus brazos, y por un instante, Mika se alegró, "¡Perdóname! ¡Por favor, perdóname!", se alegró de lo que le había pasado a su hermano.

Y Tohma, deshecho en lágrimas, no paraba de repetir "Mi pobre Eiri- san. Mi pobre Eiri-san. Mi pobre Eiri-san. . ."

Era demasiado dolor, demasiado a la vez. Dolor por Eiri, por Tohma, por ella misma, que tendría que cargar sobre sus espaldas con el dolor de toda su familia. No se atrevía ni a imaginar cómo debía de sentirse su hermano en aquellos momentos. Odiaba con toda su alma a aquel hombre repugnante por haberse atrevido a ponerle las manos encima a su Eiri, su niño (Oh, Dios, Eiri ya no sería un niño nunca más) y por haber ultrajado la belleza del rostro de su precioso Tohma con aquellas lágrimas. Deseaba dispararle ella misma, un disparo por cada segundo de inocencia robada a Eiri y por cada lágrima derramada por Seguchi. Sí, ya lo creo que sería capaz de hacerlo, sería capaz de estar horas y horas disparando al cadáver infecto de aquel monstruo, hasta que no fuera más que un amasijo de carne ensangrentada.

- No te preocupes. Yo me ocuparé de todo.

- Mi pobre Eiri-san, mi pobre Eiri-san – Mika le acunaba en su regazo y le acariciaba el pelo – Nunca me perdonará. Mi pobre. . . AAAAAAAAHHHHHH

- Claro que sí. Nadie te culpa.

- Mi pobre Eiri-san. . .

Sí, pobre, pobre Eiri-san. En medio de la lástima que sentía por su hermano, una punzada de lástima por ella misma se abrió paso tímidamente. Tohma la abrazaba, pero de nuevo la causa era Eiri-san, ella sólo el consuelo.

Mientras tanto Eiri, encerrado en su habitación, dirigía una lúgubre mirada de odio a su imagen en el espejo.

~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~

Vale, es corto. . . pero intenso, ¿no? ^^'

Espero que no os haya parecido excesivamente triste. Yo, personalmente, no me lo he pasado demasiado bien escribiendo este capítulo. ¿Demasiada empatía con los personajes? ¿Será enfermizo? Me lo haré mirar... ^^ Pero era necesario para seguir con el curso de la historia.

De nuevo gracias por vuestros rw, que no son muchos, ¡pero son intensos, qué leches! XDDD

Como siempre, espero que os haya gustado.

Ah, Clarisa¡¡¡ La respuesta a tu pregunta la encontrarás en el próximo capítulo. Es posible que te sorprenda o, al menos, lo intentaré ^_^