Título: Lágrimas

Autor: Vania Hepskins vaniah2000@yahoo.com o Jun para acá la raza.

Pareja(s): Aragorn/Legolas

Clasificación: PG13, pero puede subir en el camino. AU (Alternate Universe) no hay Arwen, o si la hubo, sólo fue una querida hermana de Aragorn. MPREG totalmente, el hecho de que un elfo pueda concebir me llena de esperanza… snif… así que no te gusta el MPREG (Male pregnant) no le leas, snif… L

Resumen: Otra historia corta, una vez unidos por su amor, Aragorn y Legolas viven en Minas Tirith donde Aragorn es el rey, y Legolas el príncipe consorte. Pero aun falta una gentil pieza para completar su felicidad. ANGST

Advertencia: Contiene SLASH es decir, relación hombre/hombre, mas bien hombre/elfo. Si no te gusta tal tipo de género, favor de buscar otro mas apropiado a tu gusto. Demasiado "Cama con dosel" je je je

Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a J.R.R. Tolkien y/o NewLine Cinema. Escrito sin fines de lucro.

N/A.- Espero no tocar susceptibilidades con lo del embarazo, son simples palabras, así que no lo tomen a mal, que el elfito tenga miedo a perder sus formas, es varón después de todo. ;-)

Aragorn y Legolas ya tenían cinco años compartiendo una feliz unión, el reino de Gondor que al principio se había mostrado parco y algo reacio a aceptar tan extraña relación, poco a poco se fue acostumbrando a ver a la pareja real caminar por sus pasillos sin hacer comentario alguno, habían adoptado al elfo como uno mas de la comunidad, y era algo fácil, pues Legolas tenía un encanto y dulzura, que muchos dieron la razón al rey por elegir a tan hermoso y valiente compañero.

Muchas obras se hicieron en esos cinco años en que Aragorn tuvo a Legolas a su lado, ya que como príncipe de Mirkwood sabía muy acerca de los deberes, de la política y cuestiones gubernamentales en un reino tan grande como lo era su adorado pueblo de Mirkwood. No osaba intervenir en cuestiones que sólo correspondían al rey, pero tampoco era indiferente a los problemas que por sus propios ojos veía en el reino.

Con alguna estación, casi siempre en el otoño, hacían torneos de arquería y él participaba, pero sólo como exponente, la gente se agolpaba en las gradas que el rey mandaba construir para ver la perfecta puntería del elfo, una vez tan sólo había osado el rey a retar a su consorte, Legolas con una sonrisa le dio el primer turno, sólo para devastar la primera flecha con la certera puntería del arquero rubio. Muchos vítores hubo para el rey y siempre grandes expresiones de asombro para el elfo. Los niños le aclamaban y salían a felicitarle con sus pequeños arcos y flechas sin punta de juguete.

Aragorn no podía ser más dichoso, algunas veces el placer de su compañía embelesaba a sus invitados y una que otra ocasión tuvo que contener sus celos a las miradas inoportunas, anhelantes y deseosas que contemplaban a su pareja. Pero fuera de eso, ninguna queja tenía por su amado, siempre listo, alegre, un buen compañero en las cazas, apoyo en los tratados con otros países, y no había que mencionar las noches tan candentes y apasionadas que disfrutaban los dos en la intimidad de su habitación.

Sólo faltaba un simple detalle para completar su felicidad. La llegada de un heredero. Había sido informado, antes de su unión con Legolas, mucho antes de que siquiera le conociera, que algunos elfos varones tenían la capacidad de concebir hijos, esto como resultado de las frecuentes guerras que hubo entre las razas en el pasado, casi extinguiendo a la raza élfica  en su totalidad.

La naturaleza y los Valar habían sido bondadosos, otorgándoles una oración secreta, que sólo muy pocos conocían, que debía ser declamada en la mañana del día de la consumación en total soledad, bajo los rayos matinales de Anar y con profundo amor y respeto por los altísimos. No a cualquier elfo se le concedía este hecho, y muchos sufrieron desengaños al no terminar concibiendo mas que sueños, el elfo en cuestión debía pasar por tener un alma noble, generosa y valiente, capaz de amar profundamente a los demás así como debía de amar al fruto de su amor, al regalo de los altísimos.

Aragorn no sabía como hablar de esta materia con Legolas, que parecía evadirla, sabía que era un tema muy delicado, pues aun siendo un elfo, primero que todo era un varón, digno príncipe de la casa de Thranduil, y siendo así, sabía muy bien a lo que Legolas se enfrentaría al sufrir de desmayos, nauseas y todas esas molestias que acompañan al estado mas bello de cualquier ser viviente. Llegó a pensar que Legolas no deseaba procrear, tanto amaba a su elfo que no sabía como hablar con el respecto a tan delicado asunto

Aragorn soñaba con el día en que tuviera a su heredero en sus brazos, seguramente tan bello y perfecto como podía ser Legolas, un orgulloso guerrero y digno hijo de Gondor,  el siguiente eslabón que uniría a su pasado con el futuro. Y aunque siendo casi inmortal, y aun faltaba mucho para su deceso, el alma de un pequeño príncipe le llenaría de gozo el corazón. Ni siquiera cabía la posibilidad de que fuera hija, los celos le invadían una vez mas al imaginar la cantidad de pretendientes que tendría si heredara los rasgos de su padre élfico, no, él no permitiría que nadie tocara a su hija, no mientras él estuviera con vida, muy fuerte, temerario y valiente debía ser aquel que aspirara a tan sólo mirarla.

Esa misma noche, después de compartir el amor y deseo que sentían el uno por el otro, Aragorn trato de abordar el asunto. Legolas descansaba con sus ojos cerrados en los brazos del mortal, cubiertos por finas sábanas y cobertor azul marino, la cama con dosel les daba una sensación de seguridad, un confianza tal con uno al otro, y no hablar de los útiles que podían ser los postes en sus juegos pasionales.

Aragorn acariciaba el cabello rubio de Legolas con la mano derecha mientras con la izquierda le envolvía la cintura atrayéndolo hacia él.

- Legolas

- ¿Sí?

- Deseo hablar contigo sobre cierto asunto que me inquieta hace un tiempo.

Por fin hablaba el mortal, hacia tiempo que Legolas le veía meditabundo y cabizbajo, no triste sino confundido, varias veces le preguntó su pesar pero el mortal se contentaba con sonreír y le decía que no era nada importante.

Legolas se separó un poco de su amado y le observó con impaciencia, esperaba que no fuera grave, alguna decisión radical, algo que le atormentara su amante corazón en las noches frías de invierno.

- Es tiempo de que tengamos un hijo.

Legolas le miro con sorpresa, nunca creyó escuchar esas palabras después de tanto tiempo. No dijo nada y solamente le abrazó. Legolas escondía una sonrisa, su anhelo empezaba a florecer. Tenía miedo de todo lo que podía llegar a significar un embarazo, de los sufrimientos y comentarios que podía tener a su alrededor, aunque sabía que la recompensa a tan terribles momentos valdría la pena, teniendo el amor del rey por su lado, todo lo podía afrontar.

Descanso su hermosa cabeza en el pecho de Aragorn, jugando tímidamente con los vellos de su varonil pecho, veía como el abdomen subía y bajaba con el ritmo de la respiración de su amado, sintió como su cabello era acariciado por una mano grande y pesada.

- ¿Qué harías tú con un hijo? – preguntó Legolas con una sonrisa de encanto en la boca la cual Aragorn no pudo observar.

Tal vez el tono melodioso y feliz de Legolas hizo que sonará burlón a los oídos del mortal, sintió como si esas palabras fueran dichas con sarcasmo, como si cuestionaran su capacidad de ser padre, de educar a un hijo, de forjar un digno sucesor al trono. El enojo estalló en el centro del mortal. Tomó a Legolas por los hombros y le volteó hacia sí, con rudeza.

- ¿Acaso no crees que pueda educar a un hijo?

Legolas no espero nunca esa respuesta y menos el trato que estaba recibiendo, pálido, con los ojos abiertos y la boca interrogante, miraba como el carmesí se agolpaba en la cabeza de su esposo.

- Pero Aragorn, yo no …

- Recuerda… Legolas – dijo Aragorn mirándole fijamente – yo soy el rey, y soy capaz de muchas cosas, así como de educar a un hijo y no olvides… que tu estás aquí para eso…

La boca se cerró, los ojos apagaron su natural luz y trato de evitar su mirada. Aragorn le hizo a un lado dejándole caer sin cuidarse en su gran almohada del lado derecho.

- Mañana quiero que reces la oración – dijo Aragorn dándole la espalda al elfo ensombrecido - ¿entendido?

- …

- ¿Entendido?

- Sí… - respondió casi en un suspiro.

En tal situación Legolas no era capaz de hablar mas al rey, conocía bien al mortal, pues una vez enfadándose por algo personal era imposible de tratar. Además las palabras que había pronunciado le habían herido. Se volteó hacia la orilla de la cama, y como nunca, no pudo descansar, escuchó la respiración pausada de su esposo, extraño el fuerte brazo rodeándole, la mano en su cintura, la protección que le daba Aragorn siempre que dormían. Se levantó sin hacer el menor ruido posible, y se dirigió al balcón. Su mirada estaba perdida en las estrellas, los guardias que hacían guardia nocturna, fueron sorprendidos por la silueta esbelta a mitad de la noche, reconocieron al príncipe consorte, solo, sin la presencia del rey a su lado.

Y aunque nadie se atrevió a reconocerlo, las facciones del príncipe les mostraban su tristeza.

La mañana llego placida y tranquila como siempre, el aire fresco entraba por el gran ventanal que daba al balcón, Aragorn sintió frío en su espalda desnuda, ya había pasado el alba y adivinaba que el desayuno estaría servido en el comedor. La noche no había sido buena para él, puesto que sus brazos se sintieron pesados, su cuerpo se estremeció de frío y crueles pesadillas asaltaron a su mente. No se atrevió a girarse o abrir los ojos, pero su brazo cayó detrás de él, tratando de buscar a su amante, nada encontró, así que giro sobre si mismo para hallarse en una cama vacía, sin el perfecto cuerpo de su amor a su lado. Legolas no había dormido con él, o ya hacía bastante tiempo que se había despertado.

Siempre era igual, pero pese a que Legolas acostumbraba a dormir menos y despertaba con los primeros rayos de Anar, nunca se separaba de sus brazos, descansaba en ellos contemplando la tranquilidad de su cónyuge. Cuando Aragorn despertaba, Legolas estaba allí, acurrucado en sus brazos o encima de su pecho, ensimismado con una sonrisa dándole los buenos días y el beso más tierno que podía encontrar a tan tempranas horas.

Pero hoy no era lo mismo, y un vacío le llenó el corazón, por primera vez en sus felices cinco años, no estaba allí el elfo para besarle, no sintió su cálido cuerpo frotarse suavemente contra el suyo durante las frías mañanas de ese invierno, no escuchaba su melodiosa voz ni contemplaba los labios suaves y rosados mientras le hablaba antes de besarle. Y a pesar de que habían sido sólo unos minutos desde que despertó, ya le extrañaba.

Algo dulce, con aroma a naranja le devolvió los sentidos, detrás de él, en su mesa de noche el desayuno estaba servido. El jugo aun fresco, mantequilla, crema, pan, queso. Pero no había rastros del elfo. No tenía apetito. No podría probar bocado alguno sin antes hablar con él, necesitaba verle y besarle, estrecharle entre sus brazos antes de pedir perdón.

¿Perdón? ¿De que? Recordó la pequeña discusión que tuvo la noche anterior, y las palabras le llegaron a la mente para encender el fuego extinguido de su corazón. "¿Qué harías tu con un hijo?" Mordió su labio inferior, tomó la bata azul marino y se envolvió en ella antes de ir a refrescarse un poco. El agua estaba helada y el contacto con el líquido le ayudo a aclarar sus pensamientos.

Seguramente Legolas no quería un hijo. Y es que deformar el cuerpo tan perfecto de su compañero seguramente sería una experiencia traumatizante para el elfo. Tal vez no quería ese hijo desde el principio, pero era una "ley" que se tenía que cumplir, un heredero para Gondor cuando él dejara estas tierras para siempre.

Aragorn cambió sus ropas y se dirigió al comedor donde esperaba aun se encontrara su esposo. Nadie, tan solo la servidumbre limpiando los pisos mientras que otras llevaban y traían las sábanas para hacer los cambios. El gran salón comedor vació.

¿Dónde estaba Legolas? No, no podía… ¡Era absurdo! Por instinto se dirigió a los jardines, donde Legolas se retiraba cuando deseaba descansar del bullicio del palacio sin tener que salir de él. Solamente los jardineros, dando una sonrisa y un saludo a su majestad que se presentaba ante ellos. No quiso preguntar, no se atrevía, muy pocas veces les miraban separados y en ese momento no deseaba iniciar rumores.

Tal vez en las cocinas supervisando alguna comida de origen élfico para agradarle mas a su esposo, tal vez en los juzgados enterándose de las sentencias de los criminales, buscando inocentes como siempre hacía, para abogar por ellos ante el rey. Tal vez entre la comunidad supervisando las obras, antes de sugerir algunos cambios a su cónyuge. En todas estas partes le buscó y la gente le saludaba, él respondía con una sonrisa pero no preguntaba.

Marchaba a pie, como acostumbraba  a hacer Legolas para no intimidar a los habitantes de Minas Tirith. Regresó a palacio sin tener noticia de su amado, los guardias que salían de su turno, le contemplaron para mirar la tristeza del rey. La pareja real no era feliz en ese momento y les preocupó.

A mediodía se dirigió a los establos, cansado de deambular por todo el pueblo, decidió tomar un caballo junto con sus escoltas. Ya era tarde y la desesperación le carcomía el corazón. Después de saludar al jefe de establos y tomar la rienda de su caballo, preguntó al señor de edad.

- ¿Ha requerido sus servicios el príncipe el día de hoy?

El hombre de cabellos canas y barba aun oscura se sorprendió por la pregunta, creyó que el rey estaría enterado de que el príncipe consorte había salido desde temprano, sin escolta y con más armas que su arco, flechas y dagas. Creyó que iría de caza con el rey quien se le uniría mas tarde.

- Pero mi señor, yo creí que usted estaría con él a estas horas.

- ¿Eso te ha dicho él?

El hombre titubeó, se había dejado llevar por sus suposiciones.

- No mi señor, solamente que le vi armado, así que pensé que se uniría a la cacería mas tarde con usted, yo… así le creí.

Legolas no le había mencionado nada de cacería para ese día. El mismo la detestaba a menos de que fueran orcos forajidos y criaturas amenazantes. A eso le llamaban su "cacería". Nunca contra inocentes y primitivos animales que sólo buscaban sobrevivir en su hábitat usurpado por el hombre.

Aragorn frunció el ceño, el viejo hizo una reverencia respetuosa, el rey agitó su cabeza.

- ¿Dijo a donde iría?

- No me atreví a preguntarle, su majestad.

Mas preguntas estallaron en la cabeza de Aragorn, ¿Como iba dispuesto? ¿Qué vestía? ¿Parecía enojado, triste, indiferente? ¿Llevaba alimento, mantas, algo que le indicara que no regresaría en algún tiempo? ¿Solo?

Montó a Hasufel y recorrió nuevamente los caminos de su reino sin compañía alguna, indiferente ante las miradas inquisitivas de sus súbditos, con el rostro tranquilo a pesar de la pena que le embargaba. Aun se alejó un poco mas de su reino, por los caminos colindantes y ninguna silueta pudo divisar.

Eran las seis de la tarde y no había rastros de Legolas, el príncipe consorte desaparecido, era la noticia que flotaba en murmullos por el reino de los hombres. Y Aragorn no hablaba, llamaba cada media hora a su capitán de guardias para obtener noticias frescas, inspeccionaba los jardines, deambulaba por el palacio tratando de calmar a su corazón. Tratando de buscar una razón válida para que Legolas le haya abandonado. ¿Tanto era la repulsión que le tenía al embarazo? ¿Acaso nunca compartió ese sueño bendito? ¡Pero por los Valar que le extrañaba!

Era demasiado el tiempo, todo el día fuera, sin rastro de él, ningún mensaje, o seña de su amado elfo. ¿Por qué le dejaba? ¿Por que no hablaban al respecto? ¿Y si le hubiera pasado algo que le impidiera regresar? ¿Si estuviera herido, en alguna pelea? ¿Si estuviera…? ¡No!

Miró de nuevo el reloj que caminaba demasiado despacio, las ocho en punto, en los grandes ventanales del salón real, la noche les envolvía, un cielo estrellado, el viento sereno y fresco comenzaba a soplar. ¿De nuevo dormiría solo en su cama? ¿No abrazaría a Legolas esa noche al dormir? ¿Le había abandonado?

Desesperación.

Estuvo a punto de alzar la voz para llamar a su capitán de guardias, cuando escuchó el murmullo en los salones cercanos al trono, saludos, admiraciones y respiros. Aragorn llegó hasta las grandes puertas de oscuro caoba y abriéndolas de par en par contemplo lo que tanto anhelaba. Legolas.

Legolas rodeado de algunos guardias, de la servidumbre que le atendía, de los súbditos que se retiraban. Legolas con el cabello revuelto por el viento, con la ropa empolvada, el carcaj semi vacío y el arco en la mano. Legolas que le miraba con la luz de Isilme en sus ojos cerúleos. Con las mejillas encendidas, con los labios entre cerrados, con los puños apretados, con la mirada fija en él diciéndole mil frases ininteligibles.

Todos miraron al rey, y esperaban ver su reacción.

Aragorn entrecerró los ojos para fijar su vista en su esposo, sus pies le pesaban por mucho que deseaba correr a sus brazos y tomarle para no dejarle ir nunca más. Sus manos cayeron a sus costados al dejar cerrarse las puertas detrás de él. Su mirada fija. El ceño fruncido.

Legolas hizo un movimiento de cabeza y saludó al rey con cortesía mas la sonrisa no asomaba en su  rostro.

- Buenas noches, mi señor y rey.

Antes que el rey pusiera dar un paso, el elfo se despidió y se dirigió a sus habitaciones, después de ordenar en un murmullo que le prepararan el baño. El rey le vio subir las escaleras con el trote ligero natural en su raza. Nunca bajo su cabeza hasta que le perdió de vista al dar vuelta en el tercer piso del lado derecho donde tenían sus habitaciones. Aragorn volvió al salón del trono para meditar. Su respiración se agitaba cada vez más.

Legolas salió del baño peinando su cabella dorada con sutileza, envuelto en su bata de noche, sentía que el cuerpo volvía a respirar, sus brazos seguían tan ágiles como siempre, su vista tan certera, su paso seguro y ligero. La comunión con la naturaleza le ayudo a liberar sus tensiones, a examinar sus senderos recorridos y a buscar nuevas rutas para su futuro.

Aragorn irrumpió en la habitación sin decir palabra alguna, la servidumbre le seguía con baldes de agua caliente, toallas, perfumes y esencias para la tina. El rey disfrutaría de un largo y relajante baño.

El príncipe salió al balcón nuevamente y le dio la libertad al rey de prepararse, la luna brillaba ya muy cerca de él, y suspiro con agradecimiento por dejarse contemplar nuevamente.

Habían pasado dos horas y media desde su llegada y el rey aun no terminaba su tiempo a solas. Legolas se dirigió a la cama, se enfundo en ella y dejando el ventanal abierto, refrescaba su mirada húmeda con el aire de invierno.

Aragorn salió del baño, sintió un escalofrío por toda su espalda, vio el portal abierto y no tardo en cerrarle. Legolas suspiro en silencio.

El rey se secó el cabello frente al espejo, observó su barba, sus dientes y ojos en perfectas condiciones. Entró minutos después en la cama sólo con la ropa interior como acostumbraba. De su lado apago la lámpara que le iluminaba. Quedaron a oscuras.

El calor del cuerpo desnudo de Legolas a su lado le reconfortó, pero no olvido ningún momento la preocupación que le hizo pasar todo el día.

- ¿Podrías decirme donde estuviste todo el día de hoy? – preguntó el rey tratando de sonar tranquilo.

- Salí a cabalgar – respondió Legolas perdiendo entre las luces mortecinas del ventanal a su derecha.

- ¿Sin escolta?

- Deseaba estar solo.

- Nunca… vuelvas… a hacerlo… no, sin mi permiso.

- ¿Necesito tu permiso?

- ¡Legolas!

No respondió el elfo, cerró sus ojos tratando de enfocar sus pensamientos en la tranquilidad del bosque cercano donde se perdió todo ese tiempo. El ruido de las ramas frotándose al ritmo del viento, las hojas cayendo a su alrededor rodeándole de dorados y cafés exquisitos. Los capullos cerrados, las bellotas caídas, el crujir de sus pisadas ligeras sobre el paso del tiempo, su cabello danzando con el viento, sus lágrimas cayendo…

Un suspiro nada más, una triste sonrisa y abrió los ojos nuevamente. Aragorn estaba encima de él observándole pensativo. Sus brazos le suspendían sobre su pecho, su mirada se perdía en sus labios rosáceos. Un beso dulce, suave, tierno, amante, hambriento, desbordante y por último demandante por saborear la exquisitez de su carne rojiza.

Le estrechó entre su pecho y Legolas se perdió entre los fuertes brazos de su esposo, con el corazón encogido y con la pena en el alma, tanto le amaba, pero no le entendía. "Y no olvides… que tu estás aquí para eso…"

¡Cuanto le había extrañado!, se sintió morir en vida toda la mañana, creyó ser abandonado por la tarde, y que su cuerpo estará sin vida la próxima vez que le viera por la noche.

¡Por los Valar mismos! Cuan dulce era su boca, cuan suave era su cálida piel. Ese perfume natural que envolvía a Legolas le embriaga los sentidos.

Aire. Respiro profundamente sin dejarle de abrazar. Legolas llenaba sus pulmones mientras alzaba un poco su cabeza por encima del hombro de su esposo. Su cuerpo velludo producía sensaciones divinas en el cuerpo de Legolas, las piernas envueltas con las suyas se friccionaron suavemente al acoplarse un cuerpo encima del otro. Que peso tan más sofocante, como el mismo de un amante en la noche más febril de su luna de miel.

- No vuelvas a hacerme esto… mi amor…

¡Que sensación de alegría experimento su corazón! ¡Qué refrescante era saberse amado por quien uno ama!

- Por que sin ti… mi reino no vería la luz de una nueva esperanza. – agregó el rey

¡Oh, Cruel decepción! Mientras le subían al cielo, su infierno se abrió mucho más para tragarle y envolverle en sus fieras llamas. Una vez mas, sólo era un medio para llegar a un fin.

Más besos, más caricias, la boca del rey en el cuello del príncipe, en su frente y en sus labios nuevamente. Las manos ásperas recorriendo sus caderas, y subiendo lentamente hasta envolverle entre sus brazos nuevamente. Deseo.

Y empezó el leve jugueteo preliminar, las caricias anhelantes, los besos hambrientos en que la lengua del rey recorría cada rincón de la deliciosa boca del príncipe. El jadeo de Aragorn mientras saboreaba los capullos de Legolas y se complacía a si mismo. Legolas cerró los ojos y trato de dejarse llevar por las sensaciones que le empezaban a inundar. Para eso había orado en la mañana, bajo la luz de Anar.

Aragorn, no desfallecía, escuchó el gemido de placer de la boca de su esposo al absorber la primera esencia de su masculinidad. Cuan perfecto eran los músculos de las piernas del elfo, los brazos marcados por el ejercicio, el abdomen plano, el pecho pleno y firme… Los ojos cerrados y el semblante triste.

- ¡Legolas! – exclamó el rey enfadado al no ver la satisfacción que esperaba.

Legolas despertó de su sueño viviente. Los ojos se enfocaron en su cónyuge con la mirada cristalina que se empezaba a crear en ellos.

- ¿Sí…? – respondió Legolas

- ¿No quieres hacerlo? – preguntó Aragorn por primera vez en todo su tiempo de unión.

- Yo… sí, mi señor…

Aragorn frunció el ceño, ese día lo había hecho tantas veces como nunca en su vida. Contemplo su mirada una vez mas y vio la tristeza que Legolas trataba de esconder cuando hacia el esfuerzo por sonreír. Triste sonrisa.

- ¡Mentiras! – exclamó el rey al encontrar la verdad apartándose del elfo

- Aragorn, yo en verdad deseo… - dijo Legolas tratando de aferrarse al abrazo de su amado.

- ¡Mientes! Lo veo en tu rostro… Tú no quieres estar conmigo…

- Eso no es verdad, Aragorn, bien sabes que te amo.

- ¡Pues no lo estás demostrando!

- Perdóname, yo he tenido un día difícil, pero…

- ¿Y piensas que yo no me he preocupado  por ti? ¿Qué ganas con hacerme sufrir, Legolas? ¡Estuve todo el día buscándote como un idiota! – exclamó el rey elevando su voz cada vez mas.

- ¡Aragorn! Soy un guerrero probado en batalla, no debes de temer por mi, - respondió Legolas con fuerza en su voz imperiosa.

No deseaba contemplaciones de ninguna especie, era un elfo orgulloso, digno de su raza, nadie podía calificarle de débil e indefenso sin sentir el filo de su daga en su cuello.

- Pues si bien sabes cuidarte, creo que estarás mejor sin mí…

- ¿Qué dices?

Aragorn salió de la cama y tomó su bata, una habitación se hallaba dispuesta al otro lado de la real. Nunca ni aun en su enfermedad Aragorn había querido separarse demasiado de su príncipe, así que tenían una habitación extra para que él, en su calidad de semi mortal, pudiera reponerse con facilidad.

- ¿A dónde vas? ¡Aragorn!

- ¡Duerme en paz!

Cerró la puerta de un portazo y Legolas se halló solo en la oscuridad de su cama con dosel.

- Aragorn… - susurró Legolas.

Posó su mano sobre su vientre, y temía lo peor. No podía remediar nada ahora, no con el temperamento de Aragorn hirviendo, mañana por la mañana todo estaría mejor, tardaría un poco, pero al final el amor que se tenían les uniría de nuevo. Pero esta noche, tendría que pasarle solo.

Tomó la almohada aun cálida de su compañero, le abrazo y quedo dormido en el sueño élfico, con la mirada vacía y perdida en la puerta que albergaba a su esposo.

Habían pasado tres horas desde su separación, y un escalofrío sacó a Legolas de su sueño. Algo le molestaba en su vientre, no, no podía ser. Trato de dormir un poco más. Una hora después el dolor se hizo mas intenso, y trato de soportarlo. Un poco más fuerte treinta minutos después. El cuerpo le hervía por dentro y él tenía la culpa. El sudor inundo su rostro, y la cabeza estaba a punto de estallarle por el dolor. Se aferró a la almohada poniéndola entre sus piernas y brazos, rodeándole como si se tratara de protegerse. Tenía frío y ni todas las mantas que poseía en su lecho lograban abrigarle a pesar de hervir en vida.

No, no iba a gritar, no iba a llamarle, no quería darle mas excusas, no quería hacerle enfadar, tal vez le podría soportar si se esforzaba un poco, si se concentraba en algo bello, sublime, algo dulce y tranquilo… El sueño de su hijo en la cuna, con los ojos cerrados, los labios pequeños y carnosos, las pequeñas orejas puntiagudas y la inocencia resplandeciendo en él.

Pero no, no podía tenerle, nunca le tendría. No ahora que…

¡Ah! El dolor de nuevo, mucho mas agudo, el frío mas terrible y la soledad absoluta. El silencio del palacio, la respiración de su esposo en la otra habitación.

- Aragorn… - llamó con temor.

No hubo respuesta y el sonido seguía igual, todos dormidos, ignorantes de un joven príncipe elfo que sufría el castigo merecido por no hacer lo debido, por no aprovechar la oportunidad que se le otorgó cuando rezó la oración. Un elfo que mordía la almohada para no gritar, que apretaba sus puños hasta que sus nudillos se pusieron blancos por la presión, que cerraba sus ojos para contener las lágrimas... ¡Demasiado dolor! El cuerpo llameante, los ojos encendidos, la mirada perdida tratando de enfocar en algún objeto que le permitiera concentrarse.

- Aragorn… - volvió a llamar

Todo en silencio. El viento soplaba afuera y podía ver las sombras de los árboles danzando reflejadas en la luna frente a él.

- ¡Aragorn! – gritó un poco mas fuerte

Estaba seguro que le debería oír, sus años como montaraz le tenían acostumbrado el oído al más leve murmullo. De nuevo el silencio total, pero la respiración ya no era pausada. Aragorn debió haberlo escuchado y despertó.

- Aragorn… por favor…

Unos segundos después se oyó contestar.

- ¿Qué deseas Legolas? ¡Duérmete ya! ¡Déjame descansar! – exclamó enojado

- Aragorn… ven… por favor… - dijo Legolas con la voz quebrada.

- ¡Mañana hablaremos! Es muy tarde… ¡Ya duérmete! – contestó con enfado el rey

Legolas no contestó, trataba de no gritar, temía que si decía algo más su boca le traicionaría y el grito estruendoso que estaba en su pecho saldría huyendo inevitablemente.

Aragorn estaba atento, esperando que Legolas se durmiera y le dejara descansar, la frustración al no lograr su objetivo le habían puesto de mal humor, el no dormir le estaba poniendo peor.

- ¡Aaaag! – se escuchó un grito apagado. Eso no era una súplica.

El rey se levanto de su cama con rapidez, y sin pensar en nada mas, ni en su seguridad, entró a la habitación contigua.

Legolas estaba aferrado aun a la almohada, pero con las mantas cubriéndole por entero solo se veía un bulto sobre la cama que no alcanzaba a identificar el rey.

- ¿Legolas? – preguntó el rey temeroso de una trampa.

- Aragorn… - dijo una voz temblorosa debajo de las mantas.

Aragorn se acercó, retiro las mantas y encontró a su esposo bañado en sudor, con lágrimas corriendo por todo su bello rostro, con los parpados cerrados y el ceño fruncido de agonía.

- ¡No, no!… tengo frío…

- ¡Legolas!

- Aragorn…

El elfo abrió sus bellos ojos llorosos, titiritando se acercó a su esposo en busca de abrigo, Aragorn le recibió en su regazo y le encontró sumamente caliente, sintió las manos aferrándose a su bata y apretándole con fuerza. Retiro los mechones de cabello dorado que se pegaban con sudor a las sienes de su amor.

- ¡Por Eru! Legolas ¿estás herido?

- No… no estoy herido…

Aragorn le abrazó, no entendía lo que sucedía, los elfos no se enferman, pero Legolas parecía que así estaba.

- ¡Aaaaag!

- Legolas… por favor, dime que te pasa… - preguntó Aragorn muy preocupado.

- Me duele… tengo frío.

- ¿Qué te duele? ¡Llamaré al curador! – exclamó el rey tratando de ponerse en pie.

- No... no… nada puede hacer…

Aragorn volvió a su lugar para abrigar a su esposo como cuando le encontró, pero esta vez el entró en la cama también. Le apretó con fuerza y le apoyo contra su pecho.

- Mi amor, no me asustes, Legolas, ¡Dime que te pasa!

Las lágrimas querían salir de Aragorn también, su elfo estaba demasiado caliente, su cuerpo temblaba entre sus brazos y las gotas de rocío caían en su pecho en gran cantidad.

- Aragorn…

- Mi amor... dime, ¿Que tienes? ¿Qué te sucede? ¿Estás enfermo? Por Elbereth, que no sea un hechizo... que no sea una poción… yo…

Aragorn temió por un momento que Legolas hubiera atentado con su vida por la discusión que tuvieron hacia unos momentos, tal vez fue muy duro con él, tal vez debió ser más paciente y escucharlo, tal vez…

Legolas se apretó mas, el rey sintió como juntaba sus rodillas y se encogía en sí mismo olvidándose de su presencia. Un grito sofocante a la vez que cruel salió de la boca de su amado.

- Legolas… mi amor…

Las lágrimas también caían a gran cantidad de los ojos del rey, le afianzaba a su abrazo como si no quisiera perderle.

- Regreso en un momento, amor, debo ir por ayuda… - dijo besando su frente húmeda.

- ¡No! Nada pueden hacer… ¡Quédate conmigo!

- Pero tu… yo solo no puedo…Legolas… no sé lo que te sucede… y sigues temblando y…

Un nuevo grito muerto al salir de los labios del elfo. El dolor era insoportable y a pesar de encontrar su cuerpo ardiendo a su tacto, el frío le calaba en los huesos, la cabeza parecía mas pesada, la visión nublada aun en la oscuridad.

- Es un castigo…un castigo de los altísimos…

- No, mi amor, no quiero que te castigues… Nunca te obligare a tener hijos si tu… si tu no los quieres…

- Aragorn…

- Perdóname mi amor, yo te amo tanto… - dijo el rey entre profundos sollozos – tanto… que mi felicidad sería completa si me honraras con un hijo, fruto de nuestro amor... pero si no lo deseas, no lo quiero a cambio de tu muerte… yo no lo resistiría…

- Aragorn…esto no…

- Legolas… por favor… - interrumpió Aragorn para besarle en los labios febriles y resecos. Tal sensación partió el corazón del rey.

- Yo deseo un hijo… un hijo tuyo sería la mayor bendición…

Legolas cerró los ojos, el dolor era uniforme pero altamente mortal, ya no tenía fuerzas para seguir luchando, ya no podía respirar bien, sus manos ya no apretaban las ropas del rey, sus piernas ya no estaban tensas.

- ¡Legolas! ¡Despierta! ¡No me dejes! No me puedes dejar… te amo tanto que moriría contigo aquí mismo…

No pudo contestar Legolas, las lágrimas le estaban ahogando y el nudo en su garganta le impedía respirar. Reunió todas la fuerza que le quedaba para hablar, pero lo hacía en un susurro, tranquilo y pausado.

- Aragorn… escucha…

- No hables mi amor, descansa, por favor…

- No… yo deseo hablar…Yo… yo recé la oración esta mañana…

- ¡Mi amor!

- Yo en verdad quiero complacerte y unirme más a ti por el lazo de nuestro fruto… Es lo que mas deseo…

- Legolas… yo…

- Pero no sabía como afrontar tu posición de desear un hijo sólo para la gloria de Gondor, sólo para asegurar tu descendencia y no por el hecho de que fuera la representación de nuestro amor…

- …

- Recé a los altísimos y ahora ellos me castigan por no habernos unido y dar gracias a su bendición…a la bendición de que pueda yo procrear… pero tú me dijiste que yo estaba aquí para eso… ¡Sólo para tener hijos!

Los sollozos se escucharon en la oscura habitación.

- ¿Entonces sólo soy un instrumento para tus fines? – preguntó Legolas con pena en el corazón, con dolor en su pecho y ahogando sus lágrimas con sus suspiros.

- Nunca, nunca mi amor… Yo te amo con todo mi corazón, y sería el más bondadoso padre y el más amante esposo.

- Aragorn…

- Pero tú dudaste de mi capacidad como padre, lo pusiste en tela de juicio y eso enfadó a mi corazón.

- No, mi amor… yo no dude… sólo deseaba escuchar tus sueños al ser padre… -dijo el elfo interrumpiéndose – por eso me preguntaba… ¿Qué harías tu con un hijo?

Aragorn vio la verdad en los ojos de su esposo, la pregunta no era una burla, sino el inicio para dar rienda suelta a sus sueños como padre, a los juegos que compartirían, a las letras que enseñaría, los besos y abrazos que tendrían, a sus risas, sus llantos, sus penas y alegrías… sus primeros pasos…sus regaños, sus correrías, enseñarle a montar, a vivir…

- ¡Legolas!

El rey abrazó a su esposo que ya no respondía.

- ¡Legolas! Mi amor... por favor... por favor... ¡Altísimos dioses! – exclamó Aragorn dirigiendo su mirada hacia el cielo estrellado del ventanal - Por favor…él es mi amante, mi dueño, y señor, por favor, no alejes de mi la luz, no me quites mi vida, mi felicidad… por favor, el deseo de unirnos ahora mas que nunca es fuerte…¡Grandes y altísimo señores! No me arrebates a mi príncipe, no ciegues mis ojos, no me prohíbas su voz, no quemes mis manos por no acariciarle… ¡Por favor! Que es todo lo que tengo y lo amo con tal fervor, solamente eso te pido… ¡Sálvale!

La mañana llegó tardía, con los ojos hinchados, el cuerpo caliente por las mantas y los brazos pesados por el cuerpo que tanto apretó, el rey despertó al nuevo día. Aun sentía su pecho suspirar y gemir de vez en cuando, encima de él, un cuerpo esbelto envuelto en mantas reposaba con los ojos cerrados.

-  ¡Legolas!

Le tocó y ya no estaba ardiendo como en la noche, estaba fresco, el cuerpo inerte, con la almohada aun entre sus brazos flácidos. Con el cabello envolviéndole el rostro.

Le tomó por los hombros, le subió hasta su altura y contempló la palidez en su rostro.

- Legolas, por favor, ¡no!

Le apretó, mucho y fuerte, casi triturando sus costillas.

- ¡Aaay! ¡Me aprietas humano! – se quejó un elfo somnoliento

Esas palabras le devolvieron el alma al corazón. Sus lágrimas tristes se convirtieron en lágrimas de felicidad.

- ¡Mi amor! ¿Estás vivo?

- Si, ¿Qué alegría, no? – respondió Legolas

- ¡Oh! Mi elfo sarcástico ha vuelto.

- Si quieres me regreso… - respondió el elfo con una sonrisa, la luz en sus ojos brillaba nuevamente aunque la palidez le contrastaba mucho.

- ¡No! Nunca, tú te quedas aquí...

Legolas con la poca fuerza que le quedaba le rodeo el cuello, Aragorn cambió de posición y le dejo descansar en la cama, liberándole de las mantas que al parecer y a juzgar por el humor del elfo ya no necesitaba.

- ¿Cómo te sientes? ¿Ya estás mejor? – preguntó el rey enjugándose las lágrimas para que no cayeran encima de su príncipe.

Legolas levantó una mano y alejo las cristalinas gotas de la mejilla barbuda del rey, la sonrisa estaba en su rostro, mientras contemplaba la visible muestra de que le amaba hecha cristal.

- Si mi amor…

- ¡Ah! -  suspiró el rey aliviado.

Legolas humedeció sus labios resecos invitando al rey a besarlos.

El beso no se hizo esperar, pero el rey no pudo evitar llorar, no pudo evitar romper el beso para agradecer a los altísimos el milagro concedido, el dolor de perderle le hubieran hecho morir siendo elfo o no. Abrazó a su príncipe mientras elevaba su gratitud a los más grandes poderes que le habían escuchado. Legolas devolvió el abrazo y agradeció también en silencio la gracia concedida al estar de nuevo en brazos de su único amor. Lo demás no importaba ahora, tal vez el amor entre ellos sería lo suficiente para seguir por el mundo sin la bendición de una familia, pero anhelaban tanto esto, que sus plegarias se fundieron en una misma, llegando a los Valar en forma de Gracias benditas.

Legolas y Aragorn lloraron uno abrazado en el otro, en su cama con dosel que había sido testigo de innumerables muestras de amor entre ellos dos. Sus cuerpos se agitaban, se unían al mismo compás, la felicidad era tanta, y podían jurar que nunca más discutirían sin darse la oportunidad de explicarse el uno al otro. "Su felicidad", casi le podían tocar, si fueran mas dichosos, el cielo mismo se estremecería.

Un sueño quedaba en sus corazones. Pero… los sueños se pueden volver realidad.

TBC?..

*~*~*~*~*~*~*